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Festival de luz y sangre por Ali-Pon

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Notas del fanfic:

¡Yeih, lo hice a tiempo! :'D

Espero les agrade~

Verano del año 2016 después del “Tratado de sangre”.

Primera luna llena.

Renovación del tratado.

–¡Taka-chan! –gritó una mujer, que bañaba unos paños con alcohol y sangre de cabrito, para después enredarlos a un palo con un poco de cuerda.

Se acercaba el atardecer y su hijo no terminaba de ensartar, en la parte frontal de la casa, las tres antorchas que se había llevado. La mujer se apresuró con los otros cinco paños; aún no se cercioraba que la parte trasera tuviera las respectivas antorchas y además que las ventanas estuvieran cerradas.

Por estar pensando en lo que aún no checaba no se dio cuenta que el cuchillo que usaba para cortar la cuerda, se resbaló y cortó parte de su palma. «¡Auch!» exclamó al instante que presionaba la herida con su delantal. En aquel instante entró su hijo, que rápidamente fue en su auxilio luego de verla quejarse.

–¡¿Qué sucedió?! –profirió preocupado sin saber exactamente qué hacer, pues su madre se negaba a soltar su agarre. –¡Mamá! ¡Te harás más daño si sigues así! ¡Mamá!

–¡Déjame! –gritó su madre, viéndole asustada y desesperada porque su hijo no entendía que perdía tiempo valioso viendo si ella estaba bien. ¿Acaso Takanori no entendía la situación?

» ¡Ve a terminar el frente! –ordenó al chico de cabellos castaños ondulados y ojos obsidiana. –Por favor…

No hizo falta que dijera algo más; Takanori, en silencio, tomó las antorchas ya hechas y fue a ponerlas en su jardín, alineándolas a las otras. Tardó un poco en encenderlas, a causa del viento; sin embargo, logró que ardieran antes del último rayo de luz. Sabía que debía entrar rápido a casa; no quería que su madre cayera en pánico por no verle dentro pronto. Al colocar la última antorcha se giró, topándose con su madre colocando otra más, notando que se había hecho una venda improvisada con un pedazo de su delantal; y tras ella, su vecina Lina siendo acompañada por los intermediarios, vestidos con túnica negra de cabeza a los pies, a un automóvil oscuro. Lina parecía haber sido drogada pues su caminar no era normal, abría y cerraba la boca cual pez fuera del agua, con una bata de dormir blanca y que transparentaba un poco sus senos pequeños. Ella iba a su misma escuela, pero era especial para la ciudad, pues era una sacerdotisa; joven de hermosura envidiable y educada para que, a la edad de dieciocho años, fuera voluntaria en el “Festival de luz y sangre” que se celebraba cada año desde tiempos antiquísimos.  

Al instante que sus miradas se encontraron, Takanori fue halado al interior de su hogar en un abrir y cerrar de ojos. «Ellos están por llegar» dijo su progenitora en un murmullo crispante estando dentro. La imagen de Lina seguía en su mente; sus ojos a punto de cerrarse; sus labios resecos y abiertos; su piel pálida y sus cabellos negros como el ébano ondeándose por el viento y los movimientos bruscos con que le llevaban a aquel auto.

Ya adentro, Takanori fue directo a su habitación, pues su madre no paraba de revisar cada ventana y puerta, llegando a parecer una persona fuera de sus facultades mentales. Él, habiéndose recostado en su cama, se dejó vencer por el sueño.

Se encontraba caminando por una vereda. Miró sus manos, que portaban hermosos anillos de piedras preciosas, y sus ropas hechas de telas finas, blancas y suaves. Miró hacia el cielo, sintiendo un cálido viento menear su bella melena castaña y larga, hasta por debajo de los hombros. Majestuosos árboles se encontraban a su izquierda y su derecha, completamente verdes y con pajarillos trinando. Había una paz y tranquilidad que le hacían sentirse realmente parte de la naturaleza.

Se detuvo en una encrucijada, tomando el camino de la derecha, que le llevaría a un pequeño riachuelo. Al llegar a las orillas, no pudo evitar quitarse sus zapatos finos y adentrarse un poco en el agua fría y cristalina. Se alzó un poco sus pantalones, hasta dejar sus pantorrillas desnudas; aunque fue en vano su intento por evitar mojar sus ropas, pues comenzó a jugar con el agua. Todo marchaba bien, se sentía feliz y pleno, pero llegó algo que odiaba: aquella fatídica tos. Una tos que parecía no tener cura, que le quitaba el aliento y le provocaba un gran dolor en el pecho.

Con gran esfuerzo salió del agua y se sentó en la orilla de tierra mojada. Se llevó una mano al pecho y otra a su boca mientras tosía. Pequeñas gotas de sudor le estaban adornando su frente. A cada tanto trataba de no respirar para que la tos lograra minimizar. De pronto, sintió cómo la luz del sol le era obstruida y, en el instante que iba a mirar al causante de aquello, sintió cómo todo su alrededor se rompía en mil pedazos y él caía a la nada misma.

Takanori se despertó sudoroso y con la respiración agitada, notando que tenía sus manos en la misma posición que en su sueño; al instante retiró sus palmas y encendió su lámpara de noche. Se sentó, intentando procesar lo que había ocurrido, restándole importancia al convencerse de que sólo se trataba de un sueño.

Viró a su izquierda, viendo su calendario con el día del “Festival de luz y sangre” enmarcado con plumón rojo. Sólo era una noche en la que se presenciaba aquella celebración; sin embargo, era muy alarmante las preparaciones que se hacían, incluso después de haberse festejado el festival. Takanori sabía que, al día siguiente, a medio día, se darían a conocer las siguientes sacerdotisas de entre el grupo que existía y que recibirían la educación final.

Lo que más le impactaba era el temor que toda la ciudad sentía cuando se avecinaba el día del festival. Desde pequeños les era infundido el miedo, se les contaban historias de épocas antiguas, de seres de descomunal hambre que, uno solo, podía ingerir a diez personas. Aún recordaba los dibujos que les enseñaban en la escuela elemental: horribles seres de grandes colmillos inferiores, con el rostro semejante a un murciélago, ojos blancos que resplandecían en la noche, nariz parecida a la de un mono; se asemejaban a los humanos en cuanto a la manera en que caminaban, aunque su espalda se encorvaba demasiado, dejando relucir su espina; piel rugosa y pálida con poco pelaje grisáceo esparcido en el cuerpo; brazos largos y con manos deformes y garras afiladas; piernas levemente flexionadas y musculosas. A estos seres se les conocían como “sanguinarios”, pues la sangre era su único alimento, en especial la humana. No se tiene un registro de cuándo fue que ellos aparecieron en el mundo, ni tampoco su longevidad; en realidad, sólo se sabía que se alimentaban de humanos y que parecían tener un razonamiento igual al de un humano.

En la historia se habla de que los humanos llegaron a convertirse en una minoría, al punto de que los mismos “sanguinarios” se percataron de que, si no dejaban que los humanos se reprodujeran, se extinguirían junto a ellos. Por ello, el líder de aquellos seres, hizo un trato con el representante humano: “Ningún humano será tomado por un sanguinario en un año entero. Cuando en verano, en la primera luna llena, llegue, nosotros los sanguinarios recibiremos como ofrenda a diez jóvenes, sanas, vírgenes y bellas en cada localidad del mundo; mientras tanto, los demás deberán permanecer encerrados en su casa, rodeada de antorchas bañadas en sangre de cabrito. Ningún humano deberá salir de su encierro sino: será devorado”.

Takanori suspiró al recordar todo aquello. Rememoró el momento en que su madre le abofeteó a la edad de ocho años, cuando le dijo que él quería ver a uno ya que no sentía miedo. Las palabras de su madre seguían grabadas en su mente, como si hubiesen sido escritas con fuego: «¡Debes tener miedo! ¡Siempre debes tener miedo de ellos! Olvídate llamarme madre si sigues con tu necedad de ver uno. ¡¿Entendiste?!».

A pesar de aquellas crueles palabras para un infante, cada año, cuando era la celebración, su curiosidad y una voz interior de querer abrir aquella puerta y verlos con sus propios ojos, gritaba con fuerza. Justo como aquel día, hace un año, su corazón latía desbocado y en su estómago sentía un vacío. Sin embargo, su razón venía a recordarle las palabras de su progenitora y sus ansias se esfumaban. Quizás su madre quería evitar perderlo, pues sólo eran ellos dos en el enorme mundo. Su padre había muerto una noche que se estaba realizando el festival, rompiendo la condición que dictaba el tratado al tratar de llegar a casa prontamente. ¿Qué edad tenía? No lo recuerda y no quiere esforzarse en hacerlo.

Nuevamente el sueño quería apoderarse de él, pero su barriga rugió, exigiéndole comida. Con rapidez apagó el aparato y bajó de su cama. Salió al pasillo y fue hasta la habitación de su madre, encontrándola como siempre: llorando en su cama, con las luces apagadas, una botella de Whisky en una mano y con la otra se aferraba al retrato de su difunto esposo. Takanori sintió una daga incrustarse en su corazón: no soportaba ver a su madre así, pero él ya nada podía hacer, ella ya lo había convertido en una costumbre.

Con los sollozos de su madre retumbando en sus oídos, fue hasta la cocina. Encendió la luz y se recargó en la puerta de la nevera, dejándose caer. Tenía un nudo en la garganta: quería llorar, desahogarse como su mamá… No podía, algo se lo impedía. Una voz débil susurraba siempre «Sólo espera». No entendía qué debía esperar, aun así, cumplía esa orden.

Todo en la casa estaba en silencio, solamente los débiles sollozos irrumpían hasta que escuchó unas pisadas cerca de la puerta de la cocina. Unas pisadas pausadas y firmes, haciendo crujir los montículos de hojas que había afuera. Takanori sintió cómo su corazón se aceleraba, al punto de escuchar sus propios latidos y su respiración profunda. Con temor se fue acercando a gatas a la puerta de metal que tenía tres candados; cuando quedó cerca de la rendija pudo divisar unos botines lustrosos quietos. La flama de la antorcha le permitía ver los movimientos que hacía el “sanguinario” (pues era lo único que había afuera a esas horas de la noche), que giraba a cada tanto su cabeza. Quiso agacharse más para poder ver al menos de cuerpo entero al monstruo, pero, en un parpadeo, sólo pudo ver una pequeña nube de polvo y que las llamas de las antorchas perdieran su quietud.

Takanori sentía su corazón desear salirse de aquel encierro. La voz en su cabeza parecía gritarle «¡Ahora! ¡Es el momento! ¡Sal!». Y sin más, Takanori se fue en búsqueda de las llaves de los candados de la cocina. Sabía que su madre colocaba todas las llaves arriba del estante de libros de la sala. Tomó un banco que había a un costado del estante y subió; se estiró para que su mano alcanzara el filo del mueble y comenzó a palmear de un lado a otro, buscando el juego de llaves. Estaba actuando de forma desesperada, que no se percató que se estaba estirando demasiado a la derecha que por poco y cae al suelo sino es porque se sostiene del filo. Sin embargo, era mucho peso y él no poseía gran fuerza en sus brazos, por lo que terminó soltándose provocando que el mueble se cimbrara y con ello que el juego de llaves cayera de manera estruendosa.

El golpe que se había dado en la espalda, le tenía sin suficiente aire y con un dolor punzante recorriendo su espina. No obstante, el resonar de las pisadas de su madre, le hizo levantarse de manera inmediata, tomar las llaves y dirigirse a la puerta principal (pues sólo contaba con un candado y un pasador para puerta). Con nerviosismo buscó las llaves correspondientes escuchando los gritos de su ebria madre a lo lejos «¡Takanori! ¡¿Qué haces?! ¡No salgas! ¡Takanori!». Él sabía que lo que estaba haciendo no tenía una razón más que simple curiosidad. Una mortífera curiosidad alentada por aquella voz que le suplicaba salir de ahí.

«¡No!»

Fue lo último que escuchó tras cerrar la puerta con fuerza y correr hacia la calle, lanzando las llaves al césped. Corrió lo más que pudo hasta que sus pulmones ardían y una sensación familiar en el pecho le hiciera detenerse. Se recargó en un poste de luz, tratando de normalizar su respiración. Cuando al fin sus pulmones se llenaban de aire de manera normal, se giró, viendo en la lejanía su casa. ¿Qué tanto había corrido? No más de cuatrocientos metros; era realmente malo en los deportes.

De pronto, un grito desgarrador le crispó los nervios. Sus sentidos se volvieron más agudos, y ante cualquier sonido o movimiento, él se giraba con rapidez. La adrenalina volvía a su sangre y los latidos de su corazón se volvían cada vez más audibles para él. En poco tiempo, el viento llevaba por doquier los gritos de las sacerdotisas junto con sonidos salvajes, propios de bestias.

Takanori comenzó a seguir los chillidos, terminando en el templo al aire libre que los intermediarios habían construido en medio del parque central. Era una construcción circular que, en todo el perímetro, tenía simples columnas estilo greco-romano con antorchas empotradas en ellas. En el centro debía estar un altar ancho, con esculturas de hombres cargando la plancha de marfil; sin embargo, no se podía apreciar aquello pues se encontraban al menos veinte “sanguinarios”disfrutando de las sacerdotisas.

Con sigilo, Takanori se fue acercando, utilizando los arbustos como sus escondites. Tan sólo podía escuchar la manera de tragar la sangre, de robarle la vida a una joven con desafortunado destino. Siguió acercándose, notando algo alarmante: ellos parecían humanos. De espaldas pudo ver que todos vestían de negro, que portaban botas como las que vio por la rendija (y que hasta ese momento su cerebro se dignaba a puntualizar). ¿No los “sanguinarios” eran bestias horribles? ¿Entonces por qué parecían humanos? ¿Acaso todas esas historias que había escuchado de joven eran mentira?

Con el ceño fruncido en su totalidad, siguió acercándose; quería ver entonces aquellos que estaban sobre una de las sacerdotisas. Con sigilo se acercaba tratando de no hacer ruido con el crujir de las ramas y hojas. Uno de los “sanguinarios”gimió de excitación al sentir la sangre fresca bajar por su esófago, arqueando su espalda y dejando ver su perfil. Fue ahí cuando Takanori supo que los “sanguinarios” eran como los seres humanos, no eran como aquellos dibujos que les mostraban en la escuela elemental. No lo eran.

Parpadeó muchas veces, tratando de asimilar lo que había descubierto, pensando en lo engañados que todos vivían. Mil y un preguntas comenzaron a bombardear su cerebro, cuestionando incluso su propia existencia. ¿Por qué habían sido engañados? ¿Por qué se hacía el festival? ¿Por qué…?

En aquel instante, Takanori sintió un calosfrío recorrer su cuerpo al toparse con la mirada sedienta de un “sanguinario”. Unos ojos que brillaban entre las sombras proyectadas por los que se alimentaban. Unos ojos que le miraban fijamente; que sabían de él. Con el terror corriendo por sus venas, Takanori, se fue haciendo hacia atrás, sin despegar la mirada de aquellos ojos y sonrisa siniestra. Sentía sus ropas empapadas de la espalda, cuello y axilas, por su sudor.

Sólo fue un instante, uno que hizo que la voz que escuchaba constantemente, comenzara a gritar «¡Es él! ¡Es él!». Eran tal los gritos de aquella voz que cerró sus ojos y se cubrió sus orejas con sus palmas. Quería acallarla, quería hacerlo. En aquel instante sintió cómo su cuerpo dejaba de estar en el suelo y un fortísimo agarre en su brazo izquierdo le hizo abrir sus ojos, topándose con un rostro frío, peligroso, con manchas de sangre en mejillas y labios. Sintió su cuerpo paralizarse al instante que la mano libre de aquel “sanguinario” se acercó a su cuello palpitante, su instinto de supervivencia le hice manotear y golpear aquel cuerpo. Sin embargo, nada de eso servía, pues sus acciones sólo provocaron una risa y un «Cálmate» amistoso.

Takanori detuvo su intento de zafarse para posar sus ojos obsidianas en el rostro de aquel ser amante de sangre humana. Su voz había sonado calma, un poco rasposa y grave, acallando aquella voz interna. No obstante, el terror seguía palpitando por todo su cuerpo. Ese terror que endureció, en menos de un segundo, las facciones de aquél que apretujaba su brazo.

Los recuerdos, ya un poco empolvados por los siglos, agolparon la cabeza del “sanguinario”. Ver morir a su amor, postrado en una cama, con una enfermedad incurable (para aquel entonces). Ver el terror en el pequeño humano que les había estado espiando, le hizo sentir la misma ira que aquella noche en la que presenció los últimos latidos de un ser que le había hecho ver que los humanos no sólo eran comida, sino que podían ser algo más. Recordó que nunca pudo estar cerca verdaderamente de él, siempre tras las sombras y con la frustración de no poder estar a su lado cuando la enfermedad le impidió ponerse de pie.

Takanori vio en los ojos del monstruo una oscuridad profunda, que le tragaba entero, que le hizo olvidarse de que los demás “sanguinarios” les prestaban atención, que su cuello estaba siendo estrangulado y que el aire comenzaba a escasear en sus pulmones. Pronto su vista se nublaba y, con afán de poder retirar lo que le impedía respirar, llevo su diestra a la fría y fortísima mano del otro. Boqueaba y sentía las fuerzas abandonar su cuerpo. ¿Sería su fin? ¿Tan pronto?

–Aoi –llamaron al “sanguinario” que estaba a punto de matar al pequeño humano. –Aoi, si vas a matarlo, que sea de la manera que sabemos.

En ese momento, Aoi despertó de su ensoñación percatándose de lo que estaba haciendo. Sin más dejó caer al humano, que tocía y se frotaba su cuello, buscando confort. Aoi miraba impasible al otro, notando el maldito parecido con él. Esos labios abultados, los ojos pequeños, la nariz y su piel blanca. Su cabeza no comprendía por qué tanto parecido, por qué el destino le jugaba de esa manera tan vil y sucia.

–Pronto, debemos de dar los últimos rondines antes de que el sol salga –anunció el líder de cuadrilla, Sugizo.

Todos se movilizaron, excepto Aoi, quien seguía observando al chico. Sabía que debía matarlo, que tenía que hacerlo, pero su rostro temeroso e igual de bello que el de él le impedían realizar movimiento alguno.

» ¿Qué le vas a hacer, Aoi? –preguntó Sugizo, al ver que no se había movido de su lugar.

–No lo sé –respondió frío, antes de tomar del cuello de la sudadera a Takanori, quien abrió los ojos y llevó sus pequeñas manos al fuerte agarre en sus ropas.

–No me haga daño –suplicó en un susurro, quien le soltó de forma violenta, como si de fuego se tratase.

Tanto Sugizo como Takanori, miraron sorprendidos el actuar del otro. Para Aoi fue regresar en el tiempo cuando lo vio a orillas del río que dividía al pueblo del bosque (territorio de los “cazadores de humanos”). Con sus ropas blancas, luciendo como si de un ser místico se tratara. Sin embargo, el encanto se marchitó por el repentino ataque de tos que le agolpó. Aoi, quiso socórrele, por lo que corrió hasta donde el otro estaba. Cuando éste elevó su cabeza, al ver que la luz del sol ya no le daba, fue un impacto enorme en Aoi. «No me haga daño» fue la frase que le permitió conocer la grave voz del otro, en contraste de su apariencia.

Y algo semejante le estaba ocurriendo con el pequeño humano. Una sensación incómoda y frustrante, que creyó haberse deshecho de ella tiempo atrás, volvía a hacer acto de presencia. Sugizo, sabía que sobraba ahí, pero el tiempo se les estaba agotando. ¿Por qué la noche del “Festival de luz y sangre” parecía durar menos cada año? El sol se acercaba y ellos debían dejar la ciudad pronto: los humanos no debían conocer verdaderamente cómo eran.

–Aoi, llévatelo –ordenó Sugizo, capturando la atención del pelinegro. –El sol está por salir.

Las últimas palabras fueron lo suficientemente claras para Aoi. Así que éste tomó cual costal de patatas a Takanori y comenzó a correr hacia el bosque del oeste. Takanori sólo pudo ver las manchas borrosas de su vecindario para dar paso a los follajes y la vegetación que crecía en el bosque. La sensación de frío le estaba calando y sentir la presión en su abdomen, por el hombro del tal Aoi, sólo le provocaba que su respiración fuera más difícil.

Los rayos del sol ya estaban tocando el firmamento y la punta de los árboles. Todo parecía una hermosa pintura para el mortal, hasta que cayó de bruces en la tierra húmeda frente a una cueva. Aoi le había soltado. Takanori se quejó y se rodó un poco en la tierra, tratando de sobrellevar el dolor en su cadera. Los “sanguinarios” le veían hambrientos, sin embargo, ninguno se atrevía a acercarse pues Aoi estaba cerca… No era muy amigable con sus compañeros en cuanto a comida se trataba.

–Aoi –llamó Sugizo con tono calmo–, mátalo –ordenó con frialdad, logrando que Takanori abriera en demasía sus pequeños ojos obsidiana y comenzara a murmurar suplicas; todas incoherentes.

El “sanguinario” se agachó y tomó de los cabellos al otro, quien profirió un gemido de dolor. Takanori llevó sus manos a las ajenas mirándole suplicante, con el miedo en su cuerpo y lágrimas agolpándose en sus ojos. El de cabellos negros, ladeó la cabeza de Takanori con rudeza, causándole un dolor; le inmovilizó sus manos y piernas para acercarse lentamente al cuello. Podía ver el líquido rojo correr con ahínco por los bombeos tan frenéticos, atrayéndole como la abeja a la miel. Su respiración estaba volviéndose rápida. Sus ojos marrones, se volvieron de un negro profundo, producto de la excitación de tener a su presa bajo él con el camino libre para robarle su vida a succiones desesperadas.

Comenzó a abrir su boca, acercándose más al cuello ajeno y rozar sus colmillos con la delicada piel del humano. Quería morderlo, succionar hasta dejarlo sin una gota, sentir el líquido viajar por su garganta y satisfacer su hambre. Sin embargo, cuando estaba por enterrar sus colmillos, su cuerpo se paralizó. Algo le estaba deteniendo… ¿Su aroma? ¿Sus ojos llenos de lágrimas? ¿Su parecido con él? ¿Qué le detenía?

–¿Aoi? –cuestionó extrañado, Sugizo, viendo al pelinegro detenerse. Todos los de la cuadrilla también veían la escena, tragando grueso al sentir el hambre comerse sus entrañas. Esperaban a que Aoi mejor lo dejara y se los diera a ellos.

–Será mi mascota –anunció el pelinegro, apartándose de Takanori sin retirar su agarre en los cabellos ondulados del humano.

El humano se quedó en blanco cuando escuchó hablar al otro. ¿Mas-co-ta? ¿Qué? Ya no le importó el dolor en su cuero cabelludo, ni que fuera halado hacia dentro de una cueva a las faldas de una montaña. Los pasillos amorfos, alumbrados por antorchas, le daban lo mismo. Tampoco le importó que una ciudad subterránea se dejara ver ante él, completamente llena de “sanguinarios”. Ni mucho menos le interesó el viaje que hizo en un elevador de madera, hasta llegar a la entrada de un pequeño departamento con pocos muebles y una bombilla de luz amarilla alumbrando la sala.

Sólo reaccionó cuando fue lanzado al piso sin ninguna delicadeza, escuchando la puerta cerrarse con estruendo y las pisadas del sanguinario extinguirse hasta otra puerta. Su cabeza había retachado contra el suelo y su nariz parecía haberse lastimado, aunque no llegó a romperse. Intentó incorporarse, pero su cuerpo estaba dolorido y acalambrado. El cansancio estaba apareciendo, pues la tibieza (extraña) del lugar le estaba sentando de maravilla, luego de pasar toda una fría noche fuera.

Se arrastró hasta quedar en una esquina, donde se hizo ovillo e intentó acurrucarse. Su cabeza no pensaba en algo concreto. Tenía muchas dudas y cuando intentaba respondérselas él mismo, la confusión de información y los sucesos, le estaban causando un dolor de cabeza. Todo lo que él había creído se estaba fracturando, al igual que aumentaba sus ganas de huir e ir a casa de su madre.

Takanori estaba tan sumido en sus pensamientos que se sobresaltó cuando escuchó la puerta, por la que había desaparecido Aoi, abrirse. Su cabeza se elevó y sus ojos se toparon con los ajenos, sintiéndose pequeño y un inútil.

 –¿Cuál es tu nombre? –preguntó con voz autoritaria, sin acercarse al humano.

Takanori tragó grueso y negó, desviando su mirada al sentir que la ajena se tornaba más atemorizante.

» ¿No me lo vas a decir? –cuestionó molesto el moreno.

El humano negó de nueva cuenta y eso le enfureció. Aoi llegó hasta donde estaba el otro y le haló de un brazo para después abofetearle. Lo que más detestaba era que no hicieran lo que él decía. Sólo un solo ser tenía derecho, y ése estaba muerto.

» No lo volveré a repetir –amenazó con fiereza –, ¿cuál es tu nombre?

–Ta-Takanori –susurró jadeante y completamente temeroso.

–¿Ves que no era tan difícil? –dijo sonriendo para después soltar al humano.

Takanori se arrastró otro tanto en el piso, arrinconándose.

» ¿Sabes? –comentó, captando la atención del humano. –Dije que serías mi mascota, pero detesto compartir espacio con humanos. En lo que veo la manera de dónde ponerte te vas a quedar encerrado aquí todo el tiempo y me complacerás en cualquier cosa que te pida y si lo haces bien quizás te deje quedar aquí, ¿entendido?

Takanori asintió, pensando en muchas cosas al escuchar la palabra “complacer”. Esa palabra tenía distintos significados, buenos o malos, ninguno le hacía gracia.

–Máteme –expuso el humano, mirando a los ojos al otro.

Aoi tuvo un maldito recuerdo: el momento en que él le había pedido lo mismo, para terminar su sufrimiento que la enfermedad le estaba dando. El enojo volvió. Así que formó puños con sus manos y comenzó a golpear al humano sin una razón dada al otro. En verdad quería matarlo, quería hacerlo, pero ese algo seguía impidiéndoselo. Lleno de frustración al ver que no podía simplemente terminar con la vida de un humano, empezó a romper los pocos muebles que había en el lugar: sillas, mesas, jarrones, estantes…

Estaba descargando su furia. Una furia contenida que se activó cuando vio el rostro del ahora llamado Takanori. Los recuerdos de besos robados, de manos entrelazadas, de gemidos ahogados, de noches en vela, de una enfermedad que estaba opacando poco a poco unos hermosos ojos obsidiana, de una sonrisa afable y llena de amor que le hacía estremecerse y contener el hambre voraz, sin olvidar en absoluto, el día que su amor se le fue de las manos sin un adiós o beso. Para Aoi era volver a esa época que se había encargado de enterrar para no volver a derramar lágrimas pues la impotencia le mataba.

Estaba sintiendo un enorme odio hacia Takanori, quien simplemente no entendía el actuar de la “bestia”. Era como ver un animal salvaje. Se cubría a cada tanto para evitar que astillas de madera y pedazos de vidrio, no le dieran en la cara. Tenía mucho miedo así que se alejó lo más que pudo de la masacre al mobiliario, no obstante, Aoi había lanzado al azar, un vaso que cayó directamente en el cuerpo de Takanori, causando un gemido de dolor.

En medio de su locura, Aoi reconoció el gemido de dolor de su amado así que fue directamente hasta el humano susurrando «¿Estás bien, mi amor? ¿Te duele mucho, Tenney?». Aoi estaba alucinando con que tenía a su Tenney en brazos. Su cabeza le estaba jugando una mala pasada.

Para el pequeño era confuso todo. Primero era golpeado y al rato siguiente estaba siendo atendido con demasiado cariño. No entendía qué sucedía, ni tampoco tenía el valor suficiente para preguntar. No quería más golpes, ni siquiera había hecho algo malo. El inmortal le tomó en brazos y le llevó por la puerta que había cruzado justo cuando llegaron; tras ella una cama demasiado vieja y con mantas un poco corroídas, le dieron la bienvenida. Takanori fue recostado en la cama de manera delicada. Tenía un mal presentimiento, como si el otro fuera a perder (más) el control cuando dejara de llamarle Tenney y recordara quién era en realidad.

Para el pelinegro era triste ver el bello rostro de Tenney, lleno de golpes y le pidió perdón por ello. También se fijó en lo tembloroso que se ponía cuando trataba de tocar su mano. Estaba sintiéndose realmente una bestia por haber tratado así a su amor. Él era delicado y Aoi lo sabía, por lo que comenzó a llorar. Suplicaba un perdón y prometía no volver a hacerle daño de esa manera. Sin embargo, en su cerebro algo hizo click y recordó que Tenney había muerto, que ya no estaba a su lado, que él jamás estaría en una ciudad subterránea como en ese momento, que no utilizaba jeans y una polera gris rota y sucia, que sus zapatos no era unos converse negros llenos de barro. Cuando se percató de todo eso, se alejó de la cama con rapidez, mirando al otro con una mezcla de temor y odio para después marcharse del lugar sin decir una palabra.

Para el pequeño fue demasiado y su estómago tenía ya un nudo. Todo era tan confuso, tan extraño y bizarro. Su cabeza había explotado con tanta información recibida en menos de un día, por lo que su cuerpo suplicaba un descanso. A pesar de estar en lo que parecía ser la casa de Aoi, y que quizás el dueño regresara y lo sacara a patadas de ahí, se acomodó en la cama. Todos los golpes que había recibido le estaban matando y se quejaba a cada tanto, incluso respirar se volvía doloroso. Se aferró a las mantas llenas de polvo derramando lágrimas hasta que cayó en los brazos de Morfeo.

Después de un par de horas, se despertó e intentó estirarse para desentumir su cuerpo, pero el dolor corporal le impidió realizarlo por completo. Su barriga pidió alimento, lo que le hizo abrir los ojos y toparse con Aoi parado frente él, mirándole fijamente. Del susto, el mortal trató de alejarse, cayendo al otro lado de la cama, murmurando que no le hiciera nada. Aquella actitud tan temerosa provocó en el “sanguinario” una sensación incómoda. Sabía que le había hecho mucho daño al humano, que no tenía idea de lo que para él significaba siquiera tenerlo ahí.

El “cazador” suspiró y lanzó a la cama una barra de chocolate que había conseguido gracias a un vendedor humano que solía ir ahí. El vendedor iba por parte de los intermediarios que surtían de bolsas de sangre a cada tanto a la ciudad subterránea y, de paso, les mandaban alimentos o cosas utilizadas por humanos. Algunos coleccionistas compraban las cosas humanas, no obstante, la mayoría de las cosas eran dejadas de lado. Aquel día había llegado el vendedor a temprana hora; siempre era así: después del festival se abastecía a la ciudad subterránea, pues sólo veinte salían a la superficie y devoraban a las sacerdotisas, mientras que los demás se quedaban y esperaban a que el camión llegara. Y durante un año entero, vivían de las bolsas de sangre que les abastecían cada tanto.

–Come –ordenó calmo el mayor, logrando ver cómo el humano asomaba su pequeña cabeza de entre sus brazos y piernas. Aoi acercó un poco la barra de chocolate, viendo el hambre en los gestos del chico y sintiendo una ligera empatía después de ver cómo tímidamente el muchacho tomaba el dulce y lo desenvolvía para después comerlo a mordiscos.

Aoi salió de la habitación, cerrando la puerta con cuidado y viendo el desastre que debía limpiar después de sufrir su ataque de ira. De una pequeña cajonera (que no había sufrido un destino tan trágico como los demás muebles) sacó una bolsa negra y comenzó a meter ahí todos los pedazos de madera, cristal y porcelana. Al otro lado de la puerta yacía Takanori sintiendo aún hambre, sin embargo, no lo hizo saber. En su mente sólo estaba el pensamiento de «¿Qué hago aquí?». Ya no importaba que toda su vida hubiera vivido engañado, mucho menos importaba si en ese instante vivía: no sentía que fuera a vivir por mucho tiempo.

Después de ése día, Takanori jamás habló y Aoi no buscaba iniciar alguna conversación, simplemente se dedicaba a dejarle un poco de comida y agua. Con el tiempo la mala alimentación, el mal cuidado de sus heridas, la falta de aseo, la nula exposición al sol y el constante respirar de polvo, le estaba cobrando factura al muchacho. Cada día se sentía más débil, cada día imploraba en silencio que Aoi le diera muerte o le dejara ir, cada día anhelaba dejar de sentir el dolor en su cuerpo y garganta.

Por su parte, el “sanguinario” veía el rostro demacrado del otro, su débil caminar y su dificultad al respirar. Trataba de pasar por alto la pérdida de peso del chico y que había dejado de hablar. Sin embargo, ese algo seguía gritándole que pronto moriría el muchacho si seguía con su negligencia. Así que ése día entró a la habitación del humano, notando la falta de baño y una tos que le erizó la piel. Se acercó al dormido Takanori, viendo unas ojeras oscuras adornando sus ojos y la piel pálida enfermiza. Sintió culpa y un nudo en el pecho. Había hablado con Reita el día anterior, llegando a la conclusión de que era posible que Takanori fuera la reencarnación de Tenney, pero que no había despertado. Y con eso en mente sintió más culpa y quiso acariciar el cabello ya opaco y quebradizo del otro, sin embargo, el humano abrió los ojos y se alejó completamente asustado. Para el otro fue un golpe duro por lo que sacó una barra de cereal (esta vez) y la depositó en la cama.

Cuando vio que su “mascota” comía, se sentó en la orilla de la cama dándole la espalda. No tenía idea de lo que estaba haciendo: tenía (quizás) la reencarnación de Tenney y lo estaba matando. Se sentía estúpido.

–Discúlpame –pronunció el inmortal, escuchando cómo el otro detenía sus acciones y le prestaba atención –, sé que no he sido bueno contigo. Sé que ustedes los humanos son delicados y deben tener cuidados…especiales. Así que…

Aoi se giró y sin más fue por el muchacho, tomándolo cual doncella, ignorando los golpes y los intentos de huida. Salió del pequeño departamento y tomó el ascensor de madera. Al llegar al suelo caminó por concurridas calles hasta llegar con su amigo Reita, quien le recibió sorprendido. Su amigo se encargaba de los baños de vapor y sales de los “sanguinarios”. (Era un lujo que se daban de vez en cuando.)

–¿Este es? –preguntó incrédulo Reita, viendo al humano más asustado que un pequeño gato y completamente delgado y demacrado. –¿No le has cuidado en todo este tiempo?

–No –respondió secamente Aoi, depositando al muchacho en una mesa de madera para que Reita le viera mejor.

–Debe estar enfermo a morir, estúpido –comentó molesto el rubio tras escuchar una tos seca de parte del chico. –Pero primero: un baño. ¡Apesta!

Así que Takanori fue bañado por Reita, sintiéndose avergonzado por ser tan débil y necesitar ayuda para realizar algo tan simple. A pesar de que el rubio quería hacerle sentir cómodo utilizando palabras amables, en su interior no cabía un pensamiento más que «Estoy desnudo frente a él» y eso no ayudaba a que se relajara. Su cabello fue cortado a la altura de los hombros, pues había crecido bastante. Sus uñas fueron cortadas y todo rastro de suciedad fue retirado.

Cuando su aseo terminó, Reita lo dejó en una habitación cómoda, con sábanas limpias y un colchón suave, que le incomodaba, así como ropas limpias y un poco grandes. Tras la puerta había una discusión en la que Aoi y Reita decidían qué lugar era idóneo para el humano recuperarse. Por obvias razones, Reita ganó regañando a su amigo y diciéndole todo su vocabulario vulgar.

Aquel baño le sentó de maravilla a Takanori por lo que cayó en un profundo sueño.

Cuando despertó, pudo oler lo que podría ser un caldo de verduras; y no se equivocó. En la mesa de noche estaba un plato con una nota diciendo «Come, por favor». Sin poderlo evitar, la primera sonrisa en mucho tiempo se formaba en sus labios. Con lentitud tomó el tazón humeante y comenzó a comer tranquilamente. Mientras lo hacía logró ver un librero empotrado en la pared frente a su cama. Había una gran cantidad de libros, por lo que cuando terminó el caldo bajó de la cama y se acercó. Leyó cada lomo hasta encontrarse con uno que no tenía nombre. Lo tomó lleno de curiosidad y lo abrió para leer en la primera hoja:

Los sanguinarios venimos de un deseo. Un deseo letal y mortal: beber sangre humana.

Pasarán siglos, milenios y nuestro destino seguirá enlazado a esos mortales.

Mientras nosotros disfrutamos de la vida longeva, los mortales perecen a causa del tiempo. Mientras nosotros sigamos en la tierra, los humanos perecerán.

Pero habrá un día que el hambre nos traicione y estemos a punto de exterminar nuestro alimento. Ese día sabremos lo que es sufrir.

–¿Te gusta leer? –cuestionó Reita, entrando de improviso, asustando a Takanori que dejó caer el libro. –Perdona, no quise asustarte –se disculpó sonriente. –Mi nombre es Reita, soy amigo de Aoi–anunció amigable viendo la desconfianza ajena que pasó a ser vergüenza pues el muchacho quiso taparse más con las ropas. –Sé que me veo algo…rudo, pero no voy a hacerte daño. En un rato vendrán a checarte, ¿de acuerdo?

Como respuesta un asentimiento tímido. Sería difícil ganarse su confianza.

Y como había anunciado Reita: en un rato llegó un sanador. Era un “sanguinario” que había estado leyendo, como pasatiempo, todo lo referente a la medicina humana. Encontraba fascinante los descubrimientos y el ahínco con que el hombre buscaba alguna cura a las distintas enfermedades que le azotaban. Por nombre tenía Kai y era bastante amigable y paciente. Para Takanori fue sorprendente la fluidez con que decía términos médicos que ni él conocía, sumando que el aura que desprendía era bastante cálida a comparación de Aoi y (un poco) Reita.

Kai le había dicho que su alimentación debía ser mejorada para que dejara de sentirse débil y que la tos era producto del polvo y al aire seco que se respiraba bajo tierra. La falta de habla también le causó curiosidad a Kai, pero no quiso ahondar más. Al salir, Aoi y Reita recibieron indicaciones de cómo hacer que mejorara la salud del muchacho y que padecía de laringitis crónica por las malas condiciones en las que había estado viviendo. Los dos escucharon atentos y durante las siguientes semanas atendieron al joven lo mejor que pudieron.

Durante ese tiempo, Takanori fue leyendo uno a uno los libros del estante, nutriéndose de información sobre los “sanguinarios” sabiendo que desde un principio jamás fueron bestias, sino simple humanos que evolucionaron de una manera diferente a la normal. Otras cosas de las que se enteró, fue de que algunos daban el “Regalo Maldito” a humanos; que era simplemente morder y dejar caer gotas de la sangre del “sanguinario” padre en herida. Era así como se formaban “sanguinarios medios” que fueron exiliados por los “sanguinarios puros”. El “Regalo Maldito” era darle la vida eterna a un humano, básicamente. De estas cosas y muchas otras, Takanori fue aprendiendo, sabiendo que el “Festival de luz y sangre” sí había sido creado después de que el representante de humanos y el líder de los “sanguinarios” estrecharan sus manos con la segunda condición de jamás revelar la verdadera apariencia de los “monstruos” a las siguientes generaciones, para así evitar problemas en el futuro.

Además, era una tradición para los dos pueblos o razas. Algo que se fue pasando de generación en generación.

Pasó el tiempo y Takanori empezó a hablar, diciendo monosílabos; todo gracias al tratamiento que Kai había dado (y conseguido). Aunque solamente hablaba con Reita, era ya un avance. Siguió el lapso y ya el humano lograba entablar una conversación con el rubio, llegando a sentir empatía por él. En tanto Aoi, siempre era tratado de distinta forma: fría. Le dolía porque ya estaba empezando a apreciar el muchacho, pues su amigo le contaba todo lo que hacían o se decían, llegando a fascinarse con el chico. Sin embargo, el tema de que era la reencarnación de Tenney jamás fue tocado; Aoi no se sentía seguro de cómo lo iba a tomar el mortal.

Todo marchaba de maravilla hasta que un día (o noche) Takanori y Aoi se quedaron a solas. Reita había ido por Kai para que le diera el visto bueno al humano, dejando a cargo a su amigo para evitar cualquier problema.

Para el castaño era muy incómodo y todo el tiempo estaba alerta de cualquier movimiento realizado por Aoi. Temía que fuera a lanzársele y molerle a golpes. Lo mismo iba para el pelinegro; se arrepentía una y otra vez la manera en la que trató en un inicio al chico ya que no encontraba la manera de iniciar una conversación llevadera para relajar el ambiente tenso. Estaba por salir de la habitación, no soportando la situación, cuando Takanori le habló:

–¿Me odias?

Aoi le miró impasible por largo rato negando después.

» ¿Entonces? ¿Por qué me trataste tan mal en un inicio?

El pelinegro suspiró, recargándose en la puerta de madera: –Porque… no te soportaba.

– Y si no me soportabas, ¿por qué me trajiste aquí? ¿Por qué no me mataste? –interrogó molesto Takanori. La respuesta de Aoi se le hizo absurda, casi como si no le tomara en serio.

–Porque no puedo.

Aquella respuesta terminó por enojarle más al pequeño.

–¿Hablas en serio? ¿No puedes? ¡¿Qué te detiene?! ¡Me tuviste encerrado por no sé cuánto tiempo, matándome de hambre, ¿y te atreves a decir que no puedes?!

Aoi frunció el ceño en cuanto el tono de voz de Takanori subió. No le gustaba que le gritaran; él no era Tenney para hacerlo, aún si de su reencarnación se tratase.

–No me grites. Te lo advierto –amenazó con voz grave.

–¡¿Y qué me harás?! ¡¿Golpearme?! ¡¿Matarme?! ¡Hazlo, que ya no lo soporto! ¡No soporto estar encerrado aquí! ¡Prefiero morir a seguir aquí! ¡Así que mátame, estúpido! ¡Hazlo ahora!

Todas aquellas palabras enervaron al “sanguinario” quien, sabiendo que no podría cumplir el anhelo del otro, le besó. Le besó de forma violenta y posesiva. Le mordía los labios e inmovilizaba las extremidades. No le besaba por amor, ni siquiera por el ligero aprecio que tenía hacia el otro, simplemente lo hacía porque sabía que si le golpeaba no lograría matarlo y terminaría frustrándose y hacer un maldito desastre en el departamento ajeno. A pesar de que el muchacho trataba de detener el gesto, ladeando su cabeza, Aoi seguía prensado de sus labios, haciendo de cada intento algo fallido. En medio del beso, los pensamientos de Aoi, sus memorias e instintos se entremezclaron provocando que se dirigiera al cuello del otro y le mordiera; la sangre del pequeño le estaba llamando. El gemido de dolor de Takanori le enloqueció y comenzó a succionar. Estaba en un frenesí por devorar y dejar seco aquel cuerpo pequeño y delgado. La sangre tibia y fresca le tenía loco, sin embargo, nuevamente ese algo le detuvo cuando estaba por terminar de drenar al otro.

La imagen de su amor vino a su cabeza y se apartó de inmediato. Vio el color pálido y grisáceo de Takanori, sumado a su respiración débil y sus ojos a punto de cerrarse. Se sintió un completo imbécil al casi matar (de nueva cuenta) a la reencarnación de Tenney. En un acto desesperado por volver a ver aquellos ojos obsidianas y las mejillas rosadas del muchacho le dio el “Regalo Maldito”. Aoi se mordió su muñeca y dejó caer gotas de su sangre en la herida del otro. Cubrió la herida con un trozo de sábana y oraba porque funcionara. Cuando llegaron Reita y Kai, Aoi les contó lo que había sucedido. Su amigo le echó de la casa y junto con Kai cuidaron de la transformación del chico.

Fue dolorosa y lenta. Tardó tres días en recuperar la consciencia y librarse de horribles fiebres y dolores en su cuerpo. Cuando abrió los ojos, una sed mortífera le atacó y Kai estuvo ahí para cuidar sus hambres voraces. Todo era un revoltijo para Takanori. Sus emociones se desbordaban y terminaba lanzando golpes, gritando y haciendo todo más difícil para el sanador y para Reita, quienes no sabían cómo lidiar con un joven “sanguinario”.

Un día, Reita fue con Aoi y le comentó lo agobiado que se sentía, que ya no sabía qué hacer, que siempre que enfurecía Takanori, llamaba al pelinegro. Luchaba por salir de ahí y rompía todo a su paso. Se estaba volviendo un completo salvaje.

El pelinegro comprendió que debía hacerse cargo y fue hasta donde Takanori, llevándose la sorpresa de que lloraba a todo pulmón y que, al verle, comenzó a golpearlo y gritarle que él nunca había pedido el “Regalo Maldito” que le devolviera su humanidad y le asesinara apropiadamente, que no soportaba soñar cosas “raras”. Estaba tan confundido y asustado que, cuando sus fuerzas disminuyeron, cayó en la inconsciencia.

–No puede estar aquí, Aoi –dijo cansado Reita, frotándose sus ojos. –Sabes que los sanguinarios medios no son bien aceptados aquí y que, si se enteran…

–Lo sé, amigo, y perdona causarte tantas desgracias.

–Me encantaría que te hicieras cargo de él y te lo lleves de aquí. Los vecinos están sospechando y no quiero más problemas. Kai ya está cansado y no sabe qué más hacer.

–Me lo llevaré –anunció firme y tomando por sorpresa a Reita. –Lo llevaré cerca de la aldea de los sanguinarios medios o lo dejaré por ahí. No causará más molestias.

Reita le miró incrédulo para después abofetearle.

–¿Te desharás de él así? ¿No amabas a Tenney?

–¡¿Pero él no es Tenney?! –gritó frustrado, Aoi. –Nunca voy a sentir lo que sentí por Tenney, incluso si es su reencarnación.

–¡¿Y por qué carajos le diste el “Regalo Maldito”?! ¡Lo hubieras matado y nos estuvieras ahorrando todo esto!

–¡Porque no pude! –confesó con lágrimas en sus ojos. – Lo he intentado desde que nos conocimos y nunca he podido quitarle la vida. Siempre algo me detiene.

El rubio negó y dijo: –Hoy es su última estadía aquí. Es todo. Lo que hagas después con él…

–Él te importa no quieras negarlo.

–Pero tú eres su padre yo no puedo hacer nada, lo sabes.

Después de aquella discusión, Aoi tomó el cuerpo de Takanori y salió de la cueva. No llevaba ni una mochila con comida, ni ropa limpia. Dejaría a su suerte a Takanori. Depositó al chico en el suelo cuando sintió que estaba lo bastante lejos de la ciudad subterránea y le dejó un pequeño papel en una de sus manos. Y sin mirar atrás, le dejó ahí. Era de noche y el frío despertó a un desorientado Takanori.

Viró en todas direcciones sintiendo pánico al estar sólo en medio de la nada. Cuando formó puños de impotencia, sintió un papel en su mano. Lo desdobló y leyó:

De ahora en adelante estarás solo.

Sólo causas problemas.

Aoi.

PD: Para veas que no soy tan desalmado, te recomiendo que sigas al sur y encuentres a los otros como tú.

Takanori rompió el papel y se tiró a llorar. Se sentía desprotegido y completamente solo. Su cabeza estaba revuelta: entre imágenes “raras” y lo que debía hacer ahora que no tenía a nadie y que sabía que ya no podía regresar a la ciudad o a la subterránea, pues no sabía su ubicación. Sin más decidió seguir la orden de Aoi: caminar al sur. Encontraría la aldea que alguna vez leyó entre los libros que tenía Reita en su casa. Sin embargo, el hambre de sangre le causaba retortijones y ni siquiera la sangre de animales pequeños le reconfortaban, solamente le hacían vomitar y le dejaban sin fuerzas.

Durante varios días caminó, a pesar de sentirse morir, a pesar de la inclemencia del tiempo. Sus pies ya tenían ampollas, sus labios estaban resecos y su cuerpo pedía un descanso. No obstante, en su cabeza seguía el objetivo de encontrar aquella aldea. Mientras bajaba una pequeña colina, sus pies trastabillaron y rodó colina abajo golpeándose la espalda con una roca. Un grito ahogado profirió y la sensación de vacío le embargó.

Cuando ya no pudo luchar contra sus ojos que se cerraban, cayó en la inconsciencia.

Estaba en un lugar completamente obscuro, caminando sin rumbo. A cada tanto decía «¡¿Hola?!» escuchando el eco de su propia voz. De repente, una luz lejana le atrajo y corrió hacia ella, viendo que alumbraba una mesa pequeña con un libro cerrado en ella. Curioso miró en todas direcciones, buscando algo que ni él sabía hasta que sus ojos se toparon con la portada del libro. Un fondo blanco con grecas negras le adornaban y en letras de oro decía: “Memorias”. Completamente atrapado por la incertidumbre de saber qué contenía, abrió el libro.

En él no había letras, simplemente fotos. Fotos en las que él estaba vestido siempre de blanco, con el cabello largo, con delicadeza y enfermedad desbordándose en su faz. Cada vez que hojeaba, las fotos mostraban una historia que él jamás vivió pero que, al parecer, en algún tiempo sí. Cuando llegó a una foto enmarcada se sorprendió tanto que se alejó de la mesa. Era él besándose con Aoi.

El aire estaba escaseando y un fuerte dolor de cabeza le hizo gritar y gemir. Todo estaba mal, no entendía muy bien qué le estaba pasando y comenzó a llorar. En un momento dado, sintió una cálida mano posarse en cabeza. Asustado la elevó y se topó con él mismo pero vestido como en las fotos que acababa de ver.

«¿Quién eres?» preguntó temeroso.

«Soy tú, pero a la vez no lo soy» respondió su otro yo calmo y con una sonrisa conciliadora.

«¿Cómo?»

«Los dos somos uno mismo. Tú eres mi reencarnación. Tú eres mi segunda oportunidad.» dijo cual filósofo secando las lágrimas que seguía derramando Takanori.

«¿Segunda oportunidad?»

«¿Viste todas las fotos?»

Takanori negó y su otro yo sonrió.

«Ven, vamos a verlas»

Takanori tomó la mano de su otro yo, después de sopesarlo mucho. Vio cada foto todas juntas formaban una historia de amor triste, donde su otro yo moría de una enfermedad extraña y Aoi no pudo hacer nada.

«¿Qué opinas?»

«¿Eh?»

«¿Qué es lo que piensas después de ver todas esas fotos?»

Takanori se quedó dubitativo un tiempo pensando en su respuesta.

«Que son bonitos y dolorosos recuerdos.»

Su otro yo sonrió y asintió.

«Lo son.»

«¿Tú…conociste a Aoi?»

«Sí.»

«¿Te enamoraste de él?»

«Sí.»

«No entiendo qué tengo que ver yo en esto.»

Su otro yo sonrió nostálgico y le tomó de las manos.

«Que tú decides el desenlace.»

«¿Qué…desenlace?»

«De la historia de Aoi y mía.»

«¿Tú eres Tenney?» preguntó, recordando cómo le llamó una vez Aoi.

«Sí.»

«¿Cómo llegué a esto?»

«¿Recuerdas esa voz que te pedía a gritos salir durante el “Festival de luz y sangre”?» Takanori asintió «Yo era esa voz.»

«Entiendo.»

Hubo un largo silencio, en el que Takanori pensaba en lo que debía hacer. Nuevamente era mucha información y temía volverse loco. Hacia tiempo había desmentido lo del festival y quiénes eran los “sanguinarios” como para enterarse ahora que era una reencarnación. Tenney le había dicho que él decidía el final entre Aoi y él.

«¿Me tengo que enamorar de Aoi?» preguntó avergonzado y tímido.

«No es por regla, pero si ocurre sería fabuloso.» contestó Tenney firme y sin dejar de sonreír.

«¿Y si no puedo enamorarme de él?»

«La decisión es tuya.»

«¿Por qué una segunda oportunidad?»

«Porque le dejé sin concluir bien nuestra historia.»

Takanori miró a Tenney y sonrió.

«¿Confías en mí una historia tuya?»

«Sí.»

En ese momento, Takanori y Tenny se abrazaron y una luz brillante se hizo presente.

Estaba despertando, asustando a un joven de labios peculiares que estaba haciendo guardia. Takanori había sido encontrado por un “sanguinario medio” que hacía sus rondines en los límites de su territorio cuando le encontró inconsciente. Kouyou, el chico que le encontró, llamó a sus amigos para llevarlo con Hyde, líder de aquella aldea y que confirmó          que se trataba de un “sanguinario medio”. Por medio de una intravenosa le dieron de comer mientras seguía inconsciente. Tardó dos días y medio en recuperar consciencia y cuando despertó preguntó dónde estaba.

Takanori fue visitado por Hyde y respondió a sus preguntas: ¿quién eres? ¿de dónde vienes? ¿quién es tu padre? Al final, Hyde le dijo que le aceptarían vivir ahí pero que debía trabajar como todos los demás. Y fue así como Takanori se dedicó al cultivo junto con Kohara y Rita. Después aprendió un poco de defensa personal con France y se volvió parte de los guardias de ahí. Al principio pocos simpatizaban con él, pues su padre tenía mala fama entre los “sanguinarios medios” por ser un sádico y asesino de cientos, por su repudio injustificado hacia ellos.

Pasaron varias primaveras y Takanori ya no recordaba lo que era una ciudad ni el “Festival de luz y sangre”, llevaba una vida tranquila. Se había acostumbrado a su nueva vida que no planeaba cambiarla. A pesar de la constante sed, había aprendido a controlarse y sobrevivir con dos bolsas de sangre a la semana. Un gran logro para él, que devoraba hasta cinco en menos de tres días.

Una tarde-noche, mientras realizaba su rondín por el este, escuchó un ruido que le alertó. Se fue acercando un poco a los límites del territorio escuchando pisadas certeras. Le habían dicho que a veces los animales andaban por esos lares y que era común verles en los límites, sin embargo, su cuerpo se tensó por completo cuando reconoció la silueta: era Aoi.

Los dos se vieron a los ojos y, para sorpresa de Takanori, Aoi se arrodilló ante él diciendo:

–¡Takanori! ¡Al fin te encontré! ¡Perdóname haberte dejado a tu suerte! ¡Perdóname por haberte tratado mal antes! ¡Perdóname por todo! ¡Yo…! ¡Tú eres mi primer amor! ¡Mi segunda oportunidad! ¡Te amo, por favor tú…!

Takanori se quedó en su lugar sin saber exactamente qué decir o hacer, mirando a su padre sollozar. Quería sentir, aunque fuera, compasión, pero nada brotaba de su pecho solo: indiferencia.

–No soy Tenney –susurró serio, captando la atención del pelinegro. –Sé que soy su reencarnación, sé que los dos estuvieron enamorados en su tiempo, tengo sus memorias, pero no sus sentimientos.

Ante aquella declaración, Aoi sintió como si una estaca fuera incrustada en su pecho. Saber por la propia boca de Takanori que no sentía amor hacia él, le destrozó. Después de haberlo dejado a su suerte, los días siguientes anduvo insoportable; se irritaba con todo y llegó a meterse en muchos problemas. Los meses pasaron y una ansiedad le comía vivo. La culpabilidad le estaba golpeando con dureza. ¿Y él que había hecho al darse cuenta que su primer amor había pedido la segunda oportunidad? Solamente había lastimado al muchacho, lo había tratado mal.

Ahora, cuando él se había dignado a buscar a Takanori, esperanzando con hallarlo vivo y ya que le había encontrado, se topaba con algo que en sus ensoñaciones no había imaginado: ser rechazado fríamente.

–No… por favor, entiende, Takanori, tú…

–No, tú entiende. No puedes pedirme algo como esto luego de todo lo que hemos pasado, porque si mal no recuerdo, la última vez que estuviste conmigo me hiciste esto –dijo molesto enseñando la marca de la mordida de Aoi. –Sabías que los primeros días, después de darme el “Regalo Maldito”, serían difíciles para mí, sufriendo cambios drásticos y ¿qué hiciste? ¡Te largaste como un cobarde dejando todo el peso a Reita y Kai! Siempre te largas y no enfrentas las cosas. La primera vez que nos conocimos, me golpeaste sin razón y después de fuiste. ¡Me tuviste encerrado, sin una buena alimentación, sin permitirme asear, dejando que yo y mi mierda conviviéramos en un mismo cuarto! ¿Y todavía tienes el descaro de venir y decirme todo esto para que te perdone y que, por las memorias que tengo de Tenney, te ame sin más? ¡Pues no! ¡Estoy bien ahora! No me importa cómo haya sido tu amorío en el pasado, yo no soy Tenney y jamás lo seré. Así que lárgate.

El “sanguinario” se mordió su labio inferior aguantando las ganas de llorar: había sido un iluso y un tonto al pensar que Takanori le amaría de buenas a primeras.

–¿Es así como quieres que termine esta segunda oportunidad?

–No me dejaste opción desde el inicio.

–Entiendo –murmuró poniéndose de pie y sacudiéndose sus ropas. –Entonces, ¿adiós?

Takanori ni siquiera se despidió solamente se dio la media vuelta y caminó hasta su hogar.

La segunda oportunidad había sido un fallo.

Y fue así que, después de años, tanto Takanori como Aoi anduvieron en caminos separados: uno con el corazón roto y otro con recuerdos agridulces tanto suyos como de otro.

Sólo existe una segunda oportunidad cuando el amor entre ambas partes es tan fuerte que sobrepasa las leyes naturales. Sin embargo, si no es aprovechada, no se vuelve a repetir.

Notas finales:

Espero les haya gustado.

Tengo miedo, no voy a negarlo pero me alegra haber participado en este desafío ^^

Mi gratitud va para todas aquellas chicas que creyeron en mí y me apoyaron. ¡Ustedes saben quienes son! Espero no haberlas defraudado.

Sin más, doy por hecho esto y me retiro.

Gracias.

AliPon fuera~*~*


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