Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Reto One-Shots: Devil vs Kilik por Kilik Pride

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Disclaimer:

Todos los personajes vertidos en esta historia pertenecen a Oda-sama!

Notas del capitulo:

Resumen:

¿Cuándo es que comenzamos a morir?

¿Cuál es la sutil diferencia entre vivir y estar vivo?

No siempre reparamos en la importancia de estas preguntas, pero cuando tenemos el tiempo de hacerlo, a veces ya es muy tarde.

Para Trafalgar, el apoyo de un amigo se vuelve la escencia de la vida misma, llevándolo hasta una insana necesidad

Esqueleto vivo

 

                No sé si estoy vivo, anhelando la muerte, o si estoy muerto simulando vida.

Justo ahora me parece difícil recordar cómo es que terminé en esta situación, en un lugar como este; me resulta imposible invocar el momento en que dejé la racionalidad de lado, entregando mi cordura a las negras manos de la ruina, pidiendo únicamente como retribución una mirada, un aliento, un rastro de deseo.

Y es que la soledad nubla mi mente, ¿hace cuánto que no me visitas, Eustass-ya? Se vuelve difícil encontrar el sentido cuando hace tanto no te veo. No recuerdo cuándo dejé de ver tu realidad y me dediqué a fantasearte, a soñar contigo y sólo vivir de eso, con simples ilusiones, con tristes esperanzas por saber de ti nuevamente, de reencontrarnos como en los viejos tiempos.

Es extraño que haya olvidado todo lo que antes me parecía importante, que no sepa qué día es hoy o cómo me siento; todo se ha vuelto tan confuso en mi mente, pero aún puedo rememorar perfectamente el día que nos conocimos, hace ya tantos años.

 A veces imagino qué habría sido de mí, qué tan diferente sería todo si aquel día simplemente hubiera ignorado las ridículas súplicas de los hermanos D. por ir a buscar más insectos al lado no explorado del parque, cerca de aquella zona donde siempre se veía pasar a parejas ansiosas buscando intimidad. Si tan sólo hubiésemos buscado en otro sitio…

Todavía recuerdo cómo fue que nos encontramos: tu ruidoso grupo de amigos, con los que afanosamente parecían querer construir una especie de fortaleza, atrajo de inmediato la atención de los idiotas pelinegros con los que estaba. Y ustedes, tan tontos y amistosos como ellos, rápidamente nos metieron en su juego. Teníamos sólo diez años.

Mi primera impresión de ti fue que eras un completo idiota, tan inmaduro como Luffy, buscando pleitos por cualquier cosa como Ace, era lógico que te llevaras tan bien con ellos. Con el paso del tiempo fuiste confirmando una y otra vez aquella opinión inicial, metiéndote en líos tan rápido como salías de ellos, con una personalidad abrumadora y una increíble facilidad para enfadarte. Era sumamente sencillo meterse contigo y, a pesar de eso, rara vez te vi verdaderamente enojado; como aquella vez cuando Killer resultó lastimado por un descuido nuestro. Creo que dejaste de hablarnos casi medio año.

Sin importar lo molesto que fueras y de lo mal que parecíamos llevarnos, inesperadamente congeniamos bastante bien; quizá porque había algo más en ti que sólo palabrotas y enojos repentinos, también había inteligencia y compañerismo, lealtad y a veces buen gusto. Después de un tiempo no era difícil tenerte aprecio, aunque lo hacías bastante complicado con tus estúpidas actitudes, pero aun así sabíamos que siempre podíamos contar contigo. Fue claro cuando cumpliste diecisiete y terminamos en esa ridícula pelea iniciada por el impertinente de Luffy, secundada por su idiota hermano mayor y en la que, por alguna extraña ilusión de fraternidad, les seguimos, defendiendo no sé qué estupidez, pero en ese momento nos pareció de lo más importante.

Por mucho que discutiéramos, tú con groserías, yo con sarcasmo, era innegable que habíamos creado una amistad lo suficientemente fuerte como para aguantar la tragedia que pronto estaría por ocurrir.

Nuestra relación no era como con los demás, quizá por eso jamás puse en duda que pudiera existir algo detrás de nuestra cercanía, tal vez por eso no pude darme cuenta a tiempo, no noté el instante en que todo empezó a cambiar, sólo lo advertí cuando el sentimiento ya estaba ahí presente y a mis ojos dejaste de ser un simple amigo.

A veces me pregunto si todo fue una irónica fantasía guiada por el dolor de la pérdida, si este afecto no inició como una amarga forma de protegerme en un momento de soledad y pesar; que a partir de este punto mi mente imaginó todo. Ninguno estaba preparado para lo que ocurrió ese día, pero sé que ese fue el punto de partida de esta locura.

Fue difícil perder a Ace de esa forma, verlo escaparse de esta vida sin que pudiéramos hacer algo por él, impotentes ante la fatalidad del destino que, como único consuelo, nos dejó acompañarlo hasta el final. Para todos fue una descarga de realidad, algo que no podíamos asimilar tan fácil, y aun cuando cada quien tenía su propia lucha, tú fuiste el único quien notó que en verdad me encontraba destrozado. Por más que aparentara fortaleza, por más que fingiera algo de voluntad, después de todo no tenía ningún derecho a pedir compañía, era en Luffy en quien debíamos preocuparnos y a quien debíamos ayudar, sin embargo, te diste cuenta de que no quería estar solo en ese momento, te quedaste a mi lado.

Es triste pensar en eso nuevamente, pero al mismo tiempo es cálido recordar tu faceta de protector, tu fortaleza dispuesta para los demás, siempre apoyándonos… Aunque quizá no estoy recapturando esa difícil época por la nostalgia que se siente haber sobrevivido algo así, sino porque sé que en esos momentos la mayor parte de tu energía la enfocaste en mí, sólo en mí.

Cuando accedí a mostrarme destrozado ante ti, no había día que no preguntaras por cómo estaba, que no te preocuparas por mi estado de ánimo. Escuchaste mis patéticos lamentos y me consolaste sin vergüenzas de ningún tipo; incluso te quedaste en mi casa cuando te diste cuenta que ya no dormía a causa de una recurrente pesadilla, la cual fue el inicio del insomnio con el que jamás pude acabar, pero que contigo fue más llevadero.

Me brindaste tu mudo apoyo cuando decidí dejar la escuela para dedicarme a estudiar medicina, aunque estuviera a mitad de la otra carrera, aunque fuera un inútil intento de reivindicar la esperanza de haber podido hacer algo más por Ace, ser una ayuda real.

En esa época me volví dependiente de ti, y aun con mi constante necesidad nunca te quejaste, jamás me lo echaste en cara. Incluso con tu estúpida personalidad que siempre buscaba molestarme con algo, en ningún momento usaste esa debilidad en mi contra, aunque oportunidades no te faltaron, pues llegamos a discutir de formas crueles, pero ni siquiera así atentaste contra esa parte de mí, ni en aquella ocasión cuando usé el dolor de tu padre como contraataque: ese día sólo me golpeaste y dejaste de hablarme por un tiempo, esas acciones tan propias tuyas. Tras esa pelea, fue la primera vez que me di cuenta que sin ti mi vida no era tan funcional como creía.

Me negué a ser guiado en base a una persona. Y es que a pesar de haber aceptado mis sentimientos por ti, aunque estaba completamente seguro que después de quince años juntos, te amaba como a nadie, me parecía una completa estupidez dejar de funcionar sólo porque tú no estuvieras. Pero así fue.

La primera semana pensé que era cuestión de tiempo para que me acostumbrara a tu ausencia: jamás lo hice. Aunque antepusiera mi orgullo, fue una horrible revelación el darme cuenta que, si no estábamos juntos, el insomnio volvía con horrible agudeza, que mi humor era peor de lo habitual, que las pesadillas que hacia tanto tiempo creí perdidas comenzaban a visitarme, pero ya no era al pecoso a quien perdía, era tú, habías tomado su lugar.

También esa vez te diste cuenta, ¿no es así? Cuando ya habían pasado casi dos meses y comenzaba a ser una simple sombra que rara vez comía y con ojeras aún más notorias a las habituales. Sabías que te necesitaba, y aunque tuvieras toda la razón para estar molesto, fuiste tú quien rompió su orgullo, sin importar que fuera el único culpable por aquella pelea, te acercaste nuevamente y me obligaste a comer, maldiciendo la mitad del tiempo, regañando al “futuro doctor de mierda” el tiempo restante. Siempre te preocupaste por mí, sin embargo, sé que un mal presentimiento te invadía, ¿verdad?

¿En qué momento debiste detenerte y poner distancia? Por cómo fueron resultando las cosas no existía esa posibilidad, pues cuando apareció la primera señal de que algo iba mal, ya era muy tarde, ya estábamos dentro, no había otra forma de terminar. Toda nuestra relación se volvió extraña, aunque ninguno dijera nada, sabíamos que había algo de lo que debíamos tener cuidado, y a pesar de que el instinto nos oprimía, ignoramos todo y continuamos codo a codo.

Aun si únicamente compartíamos cinco minutos y tres maldiciones en temporada de exámenes, mientras tuviera la seguridad de que estarías ahí para mí, me sentía tranquilo. Sabía que, si te buscaba a las 3 de la mañana con el simple pretexto de joderte la existencia, me responderías con tu habitual y fino vocabulario, con esa cara de pocos amigos, para después invitarme a pasar y tirarte al sillón a dormir. Entendías que lo único que necesitaba era estar contigo en la misma habitación, aun si no hablábamos, aunque alguno de los dos terminara perdiéndose en el sueño; siempre me dejabas entrar a tu apartamento a mitad de la noche sin una razón válida para estar ahí y jamás preguntaste el por qué.

Y es ahora, aquí, cuando no consigo distinguir si es de día o de noche, que comienzo a preguntarme si también yo era necesario para ti, si me dejabas invadir tu vida de aquella extraña manera porque tú también lo deseabas o porque de alguna forma necesitabas de alguien a quien salvar, alguien que dependiera de ti. A veces continúo por ese camino y llego a pensar que, lo que vi por tantos años como fortaleza, era simple debilidad, y es que quizá no podías estar contigo, no podías salvarte a ti mismo y por eso buscabas escapar centrándote en otra persona. Y aunque eso fuera verdad, sigo extrañando la cercanía de nuestra mutua necesidad, y aunque esa etapa fuera realmente corta, la nostalgia me suplica buscar un modo para volver a invadirte.

Mi mente resuena deseosa con ese único pensamiento, pero también se estremece por el temor de lo que continuó en nuestras vidas: justo en esa época, donde parecíamos entendernos tan bien, todo empeoró.

Mi primer colapso vino cuando ocurrió aquel accidente. Nunca me gustó el taller en donde trabajabas ya que le dedicabas una enorme cantidad de tiempo, pero después de ese día comencé a odiarlo de una manera irracional. Tan sólo pensarlo me hacía detestar el momento y cambiar mi humor. Poco a poco fui degradándome a una imagen irreconocible. Ni siquiera estoy seguro de cómo fue que pasó, sólo sé que me perdí al verte en el hospital en aquellas condiciones, pues el horrible recuerdo de la muerte invadió mi mente, atrayendo las pesadillas como una premonición. La consciencia me abandonó y la demencia momentánea tomó como rehén a mi razón. Sé que asusté a todos, pero lo que sea que haya hecho en ese estado, es sólo una mancha oscura en mi memoria.

No sé lo que pasó y nunca quise saberlo, pues el temor que todos tenían de siquiera rozar el tema refrenaba por completo la escasa curiosidad que pudiera tener por lo ocurrido.

Perdiste tu brazo por ese maldito lugar, pero aun así quisiste volver para terminar ese estúpido proyecto tuyo en cuanto estuviste en condiciones. Recuerdo que peleamos mil veces por eso, y a pesar de que me comportara como una esposa neurótica, aguantaste conmigo hasta tranquilizarme, para que no me preocupara, incluso obligaste a Killer a que siempre estuviera ahí como una especie de nana para que yo pudiera calmarme. Nunca entendí la paciencia que me tenías, pues eras tú quien estaba en un momento crucial, fuiste tú quien terminó mutilado y con el riesgo de terminar sepultado por la depresión y el dolor que eso conllevaba, pero aun así siempre te encontraste entero para salvarme, para sacarme del shock inicial que todo eso me causó.

Me hubiera gustado ser tan fuerte como tú, así habría podido controlar mis pensamientos y emociones; habría podido acompañar a todos en la dicha que les embriagaba al saber que te mudarías a otro país donde creían en tu talento y podían cultivarte. Pero sólo podía pensar en que te apartaban de mi lado, en que escapabas de mí.

Comencé a torturarme con la idea de ir contigo, pero habría resultado en una flagrante muestra de la poca cordura que me quedaba, pues estaba a tan poco de terminar mi especialidad y no había ni una vaga promesa de un futuro claro en esas tierras lejanas. Inclusive podría haberlo hecho pasar por amor, declarando mis sentimientos en esos momentos, pero había una bruma de la que nadie hablaba, pero todos sabían: lo que pasaba en mi mente ya no era nada parecido a una emoción sana. Estaba obsesionado contigo.

Me empezó a atormentar el hecho de que por mí te marchabas, de que había sobrepasado los límites de la comodidad y ocupabas este método para alejarte. Después de todo nuestra condición de amigos tomó un rumbo desagradable, ya que, aun cuando me ayudabas en todo lo que podías y tomabas tiempo prestado para solventar mi capricho de tenerte conmigo, aun así, no era suficiente, siempre quería más.

Y es que sabía que había provocado rupturas en los vagos y pasajeros intentos de relación que se te presentaron, y ese poder alimentó aún más mi deseo por ti, auto engañándome en la esperanza de que algún día me pertenecerías. Me encargaba de necesitarte en todo momento y tú siempre satisfacías mi urgencia por tu compañía.

Fue fácil hacer añicos la brevedad de esos amoríos, borrar su transcendencia, porque no eran importantes, yo era más valioso a tus ojos, no importaba la persona, yo estaba primero. Incluso cuidabas de mí por encima de Killer, y aunque fuera porque él no era tan débil, él no necesitaba de tu constante presencia, era un hecho con el que me regocijaba. Mi necesidad de ti se volvió tan tóxica que buscaba a toda costa que también dependieras de mí y antes de saber que te irías lo creí posible.

Sólo hubo algo de lo que jamás te pude alejar: nunca pude competir contra tu maldita carrera. Por más que lo intenté con el paso de los años, me fue imposible absorber el tiempo que le dedicabas. Al final, fue lo único lo suficientemente fuerte para distanciarnos.

Hice mil y un intentos por apartar esa idea de tu cabeza, busqué sustituirla de diversos modos, pero nada era tan importante para distraerte de tu ambición, ni siquiera yo, ni aun cuando comencé a desvanecer mi existencia de a poco, como en un recordatorio de lo que ocurriría cuando te fueras, pues eras el único pilar que me mantenía de pie y relativamente cuerdo. Pero aunque te vi dudar, no logré cambiar tu resolución.

Partiste a mediados de mayo, dejándome con la única promesa de volver en las fiestas de invierno. No tuve el valor de acompañarte al aeropuerto con los demás, así que nuestro último encuentro fue la noche anterior, después de tu fiesta de despedida. Incluso a sabiendas de que no volverías a ver a tus amigos en mucho tiempo, de todo lo que se esforzaron por estar ahí reunidos y prepararte aquello, al final de la noche te excusaste y estuviste conmigo. Si hubiera sabido que sería la última vez que nos veríamos quizá habría desestimado el miedo al rechazo, buscando vehemente el recuerdo de tu piel y tu aliento cálido sobre mi cuerpo, tratando de obligar una marca que pudiera contener el segundo y último colapso que estaba pronto a ocurrir.     

Dejé que los días corrieran, obstinado por haber perdido nuevamente contra tu única pasión, conformándome con constantes llamadas y mensajes, que en un inicio crearon una ridícula ilusión de que podría acostumbrarme a la distancia, pero al final terminaron empujándome con lentitud al borde de la ansiedad. La frecuencia con la que sabía de ti disminuyó con el tiempo, era lógico que así pasara. No era como si pidiera tu atención a diario, con un par de minutos por semana me bastaba, pero en ese punto, al filo de mi demencia, tampoco pude obtener eso.

Entonces volví a hundirme en el descuido: comencé a perder peso, comencé a desvanecerme en la sombra de una ridícula depresión que se alimentaba de la distancia. Los demás sabían que estaba así por ti, y aunque intentaran ayudarme buscando alguna distracción, ninguno imaginó que la enfermedad deformaba mi mente y el perderte lo había detonado todo; no iba a bastar con simples ánimos y buenas voluntades. En esos momentos intentaste recuperarme, buscaste en un fatigante esfuerzo procurarme a la distancia. Volviste a llamarme tan seguido como te era posible, pero no era remotamente lo mismo: podía oír la culpa en tu voz. Sabías que era tu culpa que estuviese así, pero aun así no volviste, permaneciste lejos de mí. Tratabas de darme falsos ánimos con la idea de que probablemente estarías pronto en la ciudad, pues las vacaciones de invierno se acercaban.  

A pesar de sentirte diferente, de que sólo tenía el mal gusto de tu voz apurada y distraída del otro lado de la línea, de nuevo tenía tu atención, y eso vagamente me fortaleció. Ya no buscaba corroerme por completo, pero me permanecía en el filo de la fatalidad para mantener la recobrada atención.

Me fue imposible notar cómo perdía los últimos vestigios del ser, jamás supe el momento en que me olvidé de todo y únicamente esperaba por ti. Pero a pesar de que intentaba engañarme, la duda en tu ser, la posibilidad que barajeabas era un golpeteo insistente que me impedía tranquilizarme. Después de todo ya lo sabías, ¿no es así? A la distancia era más fácil entender cómo funcionaba mi mente, sabías que no recapitulaba tus virtudes para alzar tu espíritu en gozo, sino para ser yo el centro de él.

Las pesadillas volvieron, robando mi sueño. Cada vez que tenía una breve oportunidad de descansar, mi mente me atormentaba con la imagen de la muerte, del abandono y la soledad. Era como si mi inconsciente usara este método para decirme que me odiaba, que quería hacerme la vida imposible; como si no quisiera que siguiera adelante de ninguna manera, recriminándome a cada momento el haber perdido a Ace y que al final también te perdiera a ti sin haber hecho nada para evitarlo. Fue la extraña respuesta a una pregunta que jamás formulé: era adicto al dolor, a la depresión.

Dejé de dormir por días, no tenía energías para levantarme, ni siquiera para comer, lo cual devino en un círculo vicioso, pues me encontraba tan débil que lo único que podía hacer era permanecer en cama e intentar dormir, pero volvía a sentir la asfixia del inconsciente y la culpa del aislamiento. Mi mente se volvió confusa, pues sólo podía distinguir borrosas sombras de amigos que no podía recordar. Intentaban hacerme entrar en razón, como si en ese punto fuera cuestión de voluntad el poder recuperarme.

Me llevaron a no sé qué lugares donde supuestos doctores me recetaban mil mierdas que dejaba de tomar a los pocos días, pues si bien me hacían dormir, ninguno calmaba el terror nocturno que asechaba en mi mente. Jamás imaginé, cuando inicié la carrera de medicina, que estaría en un hospital más tiempo como paciente que como doctor, aunque tampoco esté seguro de cuánto fue eso.

Todo se ha vuelto demasiado borroso desde que partiste, el tiempo se dobla sobre sí mismo y me engaña trayendo recuerdos que quizá no existieron, o sucesos que pasaron en diferente orden, todos revueltos, lanzados a mi cerebro con un fuerte golpe de cruda enfermedad. Las voces se convirtieron en pasajeros indeseables que de alguna forma fui capaz de acallar, cerrándome en la memoria de una mejor época. Algunas veces podía volver en mí y veía el deplorable estado en el que me encontraba. Me aterrorizaba fuera realidad, pero lo que me hacía volver al escondite perfecto, era que no había nadie conmigo.

Me alimentaban por sonda, y aunque en un inicio me llenaban de medicamentos, pronto se dieron por vencidos al notar que nada podía traerme de vuelta. Mi vista siempre estaba perdida en algún punto lejano, buscando el rojo de tu cabello o tu expresión malhumorada, buscando en mis recuerdos algún momento que me permitiera continuar con vida.

Ya no podía mantenerme por mí mismo, mi peso rayaba en lo deplorable, parecía un esqueleto olvidado en la calma de la inexistencia, con los ventanales del alma cerrados, sólo esperando su muerte.

A veces araño la cordura y el terror me invade al no poder recordar si todo fue verdad o algún invento mío. Me aterroriza que esta historia no sea cierta, que, tras horas de vagar por la nada de mi mente, haya inventado todo como una forma de aferrarme a la poca humanidad que me quedaba. Me asusta que esa vida no haya sido la mía, que tú no seas mío, que quizá nunca te conocí, que jamás estuvimos juntos, que yo ni siquiera exista. Me enferma pensar que el nombre de Trafalgar Law lo tomé prestado al haberlo escuchado por la boca de algún enfermero; que el encontrarnos en el parque haya sido la memoria de otro paciente, de esos que no paran de hablar consigo mismos, imaginando que hay alguien más en sus cabezas.

No sé cómo o cuándo terminé aquí, sólo sé qué hace tiempo estoy entre blancas paredes, que me medican cada cierto tiempo, y después de eso me pierdo nuevamente entre vagos recuerdos que jamás ocurrieron.

¿Mi familia? Tampoco lo sé, hace tiempo que nadie me visita.

¿Amigos? ¿Los tuve alguna vez? Ahora lo dudo. Pero dudar es mi normalidad.

Aunque rara vez estoy despierto, consciente, nunca puedo estar cien por ciento seguro de que lo que veo es el mundo que debiera ser. Después de todo el tiempo pasa sin formar su línea recta habitual. Se desdobla y contorsiona sin dirección, haciéndome dudar de si “ayer” es tiempo o sentido. 

A veces olvido mi nombre, olvido el tuyo, pero sigo manteniendo en mi mente tu imagen, tu sonrisa despreocupada, el calor de tu mano apoyándome, el aroma de tus caricias amistosas, el sonido de tu ceño fruncido, el pensar de tus pasos, el color de tu movimiento.

No sé si es que estoy vivo o ya morí. Esa duda me atormenta, me refrena al querer cerrar los ojos, por el miedo a perder para siempre tu esencia, y a su vez me seduce para intentarlo buscando calmar la tortura de mi cansada mente. 

Kid, ¿hace cuánto que estoy aquí? La confusión juega conmigo, creando una ilusión que últimamente se ha vuelto constante: tu silueta se dibuja a un lado de mi cama, suplicándome por continuar con la lucha por una mejoría que jamás llegará. Es el último rastro de lo que alguna vez fui, instándome a continuar la espera por tu regreso. Hay días en que tu silueta se ve tan nítida, y en los momentos en que escucho el sonido de tu voz apoyándome, juraría poder sonreír. Mas luego me pierdo en mí y te pierdo a ti, pierdo tu compañía y sólo espero que la muerte aliada, salvadora, me libere de mí mismo.

Detrás de la ilusión del contorno de acuarelas monocromáticas con tu forma, he comenzado a ver un recuerdo que creía perdido. Quizás sea la respuesta a mi súplica por paz, por descanso; quizá sea el viejo amigo que ha venido a encontrarme, a llevarme con él. Aunque todo en este plano sea borroso, aunque tus facciones se hayan vuelto inciertas, ese nuevo compañero se refleja con claridad ante mí. Su estúpida sonrisa es enmarcada por la oscuridad de su cabello ondulado, el adorno de sus pecas a veces es ensombrecido por una mirada solitaria, por un gesto que resulta inconfundible: necesita mi compañía.

Si hubiera sabido que esa noche, después de la fiesta, sería la última vez que te vería, me habría gustado poder despedirme correctamente, más que con recelo, más que con algo de rabia por no volvernos a ver, hoy daría lo que fuera por haberte brindado una última sonrisa, un roce de labios no permitido que intercambiara entre nosotros la certidumbre de que, al final, todo estaría bien, de que después de todo no estaría solo.

Así como una vez te esforzaste por cubrir las ansias que disponía en tu persona, ahora me toca a mí acallar el dolor de mi cuerpo para poder ser quien imite tu puesto y poder disponer enteramente de mi ser para Él que me espera, aun con esa sonrisa familiar rodeada por la galaxia eterna de sus lunares.

Y es ahora que me invade un propósito, que mi mente vuelve a centrarse en un motivo y no sólo se dedica a divagar por los recovecos oscuros de mi sistema: comienzo a aferrarme a buscar un método que me lleve hasta Él, para poder seguirle en el camino que nos adelantó hace ya tantos años. Intento recobrar algo de mi antigua lucidez para terminar conmigo y poder calmar la súplica de su mirada.

Ahora sé que estoy vivo, pues puedo sentir cómo la vitalidad abandona mi ser y sólo así logro percatarme de la existencia que descuidé y de la realidad que acaricia como despedida mi marchita piel.

Después de tanto tiempo, ahora es a mí al que necesitan…

 

Notas finales:

Ojalá les haya gustado mi extraña historia, pero es que algo con ese título no podía salir normal :v 

Jamás había podido escribir algo tiempo y forma, mucho menos aterrizar una idea y terminar la historia, pero desde que soy amiga/fan/manager/loquera de Devil siempre está la oportunidad a la mano, aunque la mayoría de nuestras cosas raras terminan muriendo entre nosotras. 

Y aunque fui yo quien la retó, después de dos días ya quería echarme para atrás, pero ella siguió dándome ánimos para poder concretar aunque sea el primero de mis escritos.

No me queda nada más que agradecerle por tenerme paciencia y ayudarme hasta el final para que esto resultara, y obviamente, a ustedes por leer (~ºwº)~ 

LARGA VIDA AL KIDLAW


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).