El gran fuego que se encontraba en el centro, me daba la sensación de estar metido en un mundo lleno de alegría. Supongo que la fogata acaparaba miradas, sin embargo había una entre tantas que dedicaba su tiempo en contemplarme. Quizás podría estar equivocado, pero cada vez que lo buscaba ahí estaba, mirándome como si fuera algo hermoso; algo único. Me sentí observado hasta el punto de querer escabullirme dentro de la cabaña, sino fuera por mí amigo SeHun, estaría cobijada en mi cama.
Pero ahí estaba yo, disimulado el rubor de mis mejillas porque aquel chico me estaba intimidando demasiado. Traté lo mejor posible de ignorar su presencia pero siempre la sentía, hasta podía escuchar mis latidos con cada mirada que sus ojos negros me enviaban. Acerqué mis manos al fuego para brindarme un poco de su calidez y para alejar los nervios que sin duda me estaban matando. Quería comerme la uñas, arrancar cada pedazo de mi piel porque aquella mirada me trasmitía incomodidad. Y de pronto escuché una voz, creí que era de BaekHyun, mi mejor amigo, pero al voltearme me topé con sus ojos; con la mirada chispeante y dulce de aquella persona.
Dos profundos ojos, incentivándome a abandonar el lugar y huir con él, encadenándome a su pasión que invadía sus ojos cuando nuestras miradas cruzaron. Era tan irreal lo que lo ese joven provocaba en mí, haciéndome poner nervioso sin medir el por qué, sintiéndome sofocado cuando se sentó junto a mí; él me estaba mirando como si fuera una joya perdida, su joya perdida.
Era emocionante y a la vez escalofriante; lindo pero terrorífico; cálido y a la vez frío. Ese chico me hacía sentía como un pequeño venado perdido, perdido en sus pozos negros, en el color de su piel.
Parecía tan enigmático que incluso no podía dejarlo de mirarlo, embelesarme con su seria mirada y a la vez dulce. Oigo gritos provenientes de mis compañeros de campamento, sin embargo, estoy concentrado en sus ojos que me adentraban a ellos como un pequeño niño sin hogar.
No podía resistirme a mirarlo, no cuando su mirada era penetrante y furibunda. Un calor fuerte se centró en mi pecho, agitándome la respiración, haciéndome sudar porque sentía quemarme por dentro. Vi su sonrisa ensancharse en sus labios, y era hermosa, más hermosa que la mismísima luna llena sobre nosotros. Algo puntiagudo quería traspasar la caja torácica para clavar mi corazón, quería meterse de lleno en él.
Me invadió el pánico, el sudor caía de mis sienes con más terror y mis manos con lentitud se acercaban a mi pecho. Debía averiguar qué era lo que él quería conseguir con clavar en mí; su mirada había oscurecido, sus ojos se volvieron negros y por un segundo sentí que se llevaba mi alma. Me remuevo intentado zafar, mis ojos siguen estáticos mirando los suyos y eso hace temblar mis parpados. Quiero mirarme el pecho pero no puedo despegar mis ojos de esas lagunas negras sin vida.
Me encorvo y los estragos de miedo recorren mi columna vertebral, aquel chico sonríe levantando sus manos para hacerme ver el color de sus dedos; me inclino con los parpados pesándome, con el cuerpo duro y los fluidos rojos manchando mis piernas.
—Ya tenemos a otro más.