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Al despertar por Felix Esquite

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Notas del fanfic:

A Iliana Calderón, éste cuento nació cuando tú y yo éramos un par de jóvenes llenos de sueños. Aunque ya no seamos tan jóvenes como en ese entonces, seguimos albergando muchos sueños.


En el tiempo que éramos estudiantes de gastronomía.

El reloj de manecillas que llevo en la muñeca marca las tres menos cuarto de la tarde. La atmósfera del día ha sido tan triste, totalmente deprimente. El sol no está. Fue cubierto por un cielo encapotado con grandes nubes grises. Las que, sin lugar a dudas, traerán consigo la lluvia. Eso espero porque llevo tantos domingos claros, que necesito uno para hacer que todo mi ser sea puesto una vez más en su lugar. Éste parece ser el que necesité, el que con tantas ansias esperé. El domingo que por fin lloraré.

 

La opaca luz se cuela a través de la ventana de la cocina. En casa solo estamos mi hermano y yo. Comienza a dolerme, por segunda vez, en el día, el pecho justo donde se encuentra el corazón. La primera vez que me ocurrió fue exactamente a las cuatro de la madrugada. La música que suena detrás mía, no ayuda a sentirme mejor. Es mi error. Pues en cada frase, como en cada silencio, en cada segundo; todo es dolor. Deseo detenerlo, pero no puedo.

 

Vuelvo a cerrar los ojos y vuelven a mí esas imágenes, claras, reales, y lastiman sin piedad alguna éste corazón.

 

Estoy sentado en un sofá de un cuerpo, de color café. Parece ser de cuero, pero ya no sé. Tengo entre mis manos un pequeño libro de hojas amarillentas, de aroma penetrante, y manchas obtenidas por su edad. Siempre me han agradado esos aspectos de los libros, más ahora, que su rostro, sus ojos estarán dentro de la tinta de ellos. Y que, con tan sólo recordarle se incrementa la desilusión. Tras mis gafas lo veo acercarse a mí. Siempre me ha parecido tan guapo, sin embargo, no es el mismo. Se ve como ido, como si su mente estuviera en otro sitio. La única y última vez que lo vi en ese estado fue para la fecha de su cumpleaños. Sus grandes y picaros ojos se ven encerrados en la tristeza. Ha llegado a mi lado, me pregunta: ¿qué estás haciendo? Se le ve nervioso. Al menos ahora es él y no yo, como siempre pasa. Pero su afable sonrisa no está. Su clara faz se observa perturbada. Vuelve a verme con esa mirada, y la verdad no sé qué hacer.

 

Levanto el libro como mostrándole algo que de por sí es tan obvio.

 

Se da media vuelta y se va. Al poco rato le trae de vuelta un amigo suyo, y compañero en común. Con fuerza le lanza hacía donde estoy. Me siento verdaderamente mal. Imagino que es otra de las estúpidas bromas de ese grupo de amigos que tiene. Y escucho decir al otro: Díselo, no seas imbécil… Es tú única oportunidad. Ahora mientras están solos. Al menos en eso el monigote ese tenía razón. Casi era imposible que yo me quedara sólo pues mis amigas muy rara vez se apartaban para brindarme soledad, y se los agradecía porque para un joven que es diferente todo lo demás lo es también. No muy lejos de nosotros se encontraban colocadas una sobre otra, varias sillas de plástico de color blanco. Entonces, él se acerca a una la separa del resto y la lleva justo frente de mí. Se encorva un poco, coloca sus antebrazos sobre sus piernas. Me ve y yo me avergüenzo. Coloco mí libro a un lado y me dispongo a hablar. Él me corta cuando veo una lágrima recorrerle desde el ojo derecho hasta la comisura de sus labios. Siento como si me quedara sin aire para respirar. Sí tan solo pudiera consolarlo.

 

Acera más la silla a mí y cuando ya me es inevitable tenerle cerca, como experto ladrón toma un de mis manos entre las suyas… No quiero apartarla de él, pero vuelvo a creer que es una broma y lo hago. El corazón me da un vuelco al verle llorar, más amargo que antes. Levanto la misma mano y le seco algunas de sus lágrimas con ella.

 

—Gracias —me dice.

 

—No fue nada —le respondo como nunca antes me lo permití, en mi voz hay una nota de cariño.

 

—Perdón…, es que… —carraspea un poco su garganta—. No sé cómo explicarte lo que pasa.

 

Enarco una ceja y me quedo como bobo, un idiota sin remedio. Se pone de pie y avanza un poco; luego vuelve a mí. Repite esto unas cuatro veces, hasta que me desespero. Soy yo quien se pone de pie. Le agarro el hombro y le encaro.

 

—¿Qué es lo que sucede contigo?

 

—No mucho. En realidad, casi nada —miente vilmente.

 

—Bueno, si no te ocurre nada, ¿por qué actúas así?

 

—No te lo puedo decir —me dice—, no sin antes me prometas que nada cambiara entre tú y yo.

 

Mi rostro se enciende como la nariz de Rodolfo el reno. Feo saber que viene a continuación…

 

Me aparto pues sea lo que sea, no quiero escucharlo.

 

—Te quiero –le escuchó decir a pesar que no lo deseaba.

 

Me acerco al sofá y tomo mi libro. No le volteo a ver. Él avanza firmemente, sin prestarle atención, pero la culpa es tal que logra hacerme desistir. Al volverle a ver está en el suelo, sentado, agarrándose las rodillas con los brazos. Dejo caer el libro, el que al tocar el suelo proporciona un sordo golpe que resuena por la habitación deshabitada como ahora se encuentra, el sonido parece ser un trueno. Sin pensarlo mucho me coloco a su altura actual y le tiendo una mano. Le levanto de su miseria y le abrazo fuerte a mí. Él hace lo mismo y vuelve a decirme, con su voz afectada:

 

—Te quiero… Te he querido desde hace mucho y nunca te pude decir nada…

 

—Yo también lo he hecho —le respondo con mucha timidez.

 

Busca mis ojos y me veo entre los suyos, me derrito entre ese color miel y deseo besarlo.

 

—Sí nunca te lo dije fue porque no tuve el valor suficiente para hacerlo —Se aferra más a mí.

 

Con su puño, desnudo, le da un golpe a una casilla que teníamos cerca.

 

—¿Qué es lo que haces? —le reprendo ahora que sé que puedo hacerlo.

 

—Soy un maricón. Uno de mierda, y encima de eso un cobarde.

 

—Como si fuera un fantasma busca mi rostro y yo hago lo mismo. —Por idiota nunca te lo dije y ahora que nuestras vidas se dividen opto por hacerlo. —Llora amargamente.

 

Siento que mi corazón se parte en dos.

 

Él se abraza más duro y pide que no lo abandone. Le aseguro que eso no pasará.

 

Busca con sus manos mi rostro, toca lentamente mis facciones; y con la suficiente fuerza para no dejarme ir acerca mí cabeza a la suya, pero que a su vez no llegue a lastimar. Nuestras frentes de topan. Veo como la tristeza de sus ojos se disipa y es puesta la ilusión en ellos.

 

Tiemblo de pies a cabeza. No es la primera vez que un chico me besará, pero si la primera con ese sentimiento. Me aterra saber que al fin lograre aquello que tanto anhelo.

 

Se acercan peligrosamente sus labios a los míos. Su aliento empaña mis anteojos. Siento sudar sus manos. Mi corazón arremete con todo en mi pecho. No veo fin a esto. Decidido a todo aceró mi boca a la de él, y en el momento perfecto, despierto.

 

Veo en el teléfono celular, son las cuatro de la madrugada. Mi corazón palpita agotadamente. Estoy sudando frío. Mi cuerpo aún esta entumecido.

 

Todo ha sido un sueño, y eso hace que duela más.

 

No puedo decir que ha sido la mejor experiencia que se me ha presentado. Tampoco puedo insinuar que haya sido la peor, solamente puedo añadir que mientras duró fue hermoso, y, al despertar se transformó en un pesar.

 

Cierro de nuevo los ojos esperando volver a tenerle entre mis brazos, aunque solamente sea un sueño.

 

La oscuridad se traga todo. Y en mi mente aún retumban las palabras más bellas del mundo… Te quiero.

Notas finales:

¡Gracias!

Por tu tiempo, por brindarme la oportunidad de ser parte de tu vida.

Gracias por darle tiempo a una historia viejita, de las primeras, de cuando no sabía mucho de reglas y estilo. De cuando escribía lo primero que se me venía a la mente y temía menos a la aceptación.

Sin embargo, gracias porqué a pesar del tiempo aún estas esperando algo de este mundo sin pies ni cabeza que son mis ideas.

 

Ciudad de Guatemala

15/07/2016


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