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La Ciudad de los Muertos II : Vestigios de esperanza por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaaa, querubines!

 

Uf! Lamento la tardanza, pero me fui de vacaciones y actualmente sólo tengo el celular para escribir, y yo nunca he escrito en el cel, estoy acostumbrada a mi pc así que me demoré in siglo en actualizar xD

 

Son las dos de la mañana y muero de sueño. Desde ya, lamento los horrores ortográficos que van a leer, que de seguro son muchos. En serio el teclado de mi cel va  a matarme.

 

Capítulo suave y divertido. Espero que lo  disfruten  

Capítulo 45



 

   —Eh, despierta, labios de algodón —Su mano, suave y algo fría me sacó del sueño en el que estaba y que olvidé apenas mi conciencia despertó; si mi mente no fue capaz de retenerlo, fue entonces porque no tenía importancia. Nada parecía tener demasiada importancia ahora, nada era más importante que este momento, este despertar, ese pequeño lapsus atrapado en el espacio tiempo que estaba viviendo. Eso, esos instantes a los que yo llamaría felicidad. Auténtica felicidad—. ¿Dormiste bien? ¿Cómo está esa herida? —Terence sonrió. Quizás no me había fijado antes, pero su sonrisa era lindísima. 

 

Con mi mano torpe palpé a mí alrededor, buscando el cabello de Dania. La encontré dormida a mi lado. Mi hermana, el pequeño trozo de mi corazón que yo creía muerto. Seguía aquí, no había sido un sueño ni una alucinación. Esto era felicidad. 

 

   —No recordaba haber dormido tan bien en toda mi vida —contesté y acaricié el rostro de Terence, con cuidado de no moverme demasiado para no despertar a Dania ni a nadie más—. Y la herida… está bien, lo único que siento es esta incómoda venda en mi cabeza —sonreí. Todos dormían a nuestro alrededor, pero yo en ese momento lo único que quería era abalanzarme sobre Terence y besarlo, tenía muchas ganas de besarlo. Pero me contuve—. ¿Y tú?

 

Él apartó sus ojos de mí y su mirada bajó al suelo, entonces miró a Dania dormida y luego a mí otra vez. 

 

   —Bien —respondió, a secas. Conocía a Terence, no tardé en darme cuenta de que estaba mintiendo y que había algo que le preocupaba. Pero quizás en ese momento, en los primeros minutos de mi despertar y de asumir mi nueva realidad junto a Dania, no fui capaz de preocuparme lo suficiente. Lo que sea que le estuviera atormentando ahora, intentaría que él no pensara en ello. Yo estaba feliz, y quería compartir mi felicidad con él. 

 

   —Te amo, Terence —susurré de la nada. Él abrió sus ojos, esos hermosos ojos donde los colores bailaban y se fundían dramáticamente en una extraña mezcla que no tenía nombre. Quizás algún día deberíamos bautizar el color de ojos de Terence, inventar una palabra para identificarlo. Era una buena idea—. ¿Sabes qué? —comenté—. Deberíamos darle un nombre a tu color de ojos. 

 

Él sonrió otra vez y asintió con la cabeza. 

 

   —Sí que estás de buen humor hoy —se acercó con cuidado y me besó en la mejilla, dejando los labios anclados en mi piel por algunos segundos. Quise que su boca se moviera algunos centímetros más y terminara en la mía, pero no me moví—. Yo también te amo. 

 

La vida era perfecta justo en ese momento. 

 

Se apartó de mí cuando Dania se movió a mi lado y despertó. La observé abrir sus ojos, como si fuera todo un acontecimiento. Y lo era, me había perdido tantos de sus despertares en todos estos años que sí, verla ahora se sentía como estar viviendo un milagro. Se quedó mirando el techo por algunos segundos, y me recordé a mí mismo haciendo lo mismo muchas veces; manteniendo la vista fija, en ninguna parte, interiorizándome en mis pensamientos, repasando recuerdos que no debía olvidar. Me pregunté si ella estaría haciendo lo mismo. Giró el rostro y se me quedó mirando fijamente. 

 

   —Hola, Reed —dijo, su voz aún somnolienta. Y entonces miró a Terence, y en el ambiente se formó una especie de tensión en la que no había querido reparar antes, pero que había estado ahí desde la noche anterior—. Hola, Cross —sonrió.

 

   —Hola, pequeñita —contestó Terence y ambos cruzamos una mirada rápida. Anoche, la primera vez que oí a Dania llamarlo por su verdadero nombre, no le tomé demasiada importancia por el momento que estábamos viviendo. Pero ahora era distinto. Ella conocía su nombre y ninguno de los dos se atrevía a preguntar el por qué. No le encontraba sentido. ¿Y si Terence estuvo en el Desire desde mucho antes y no me di cuenta? Yo creí que lo habían ingresado junto al grupo de muertos que capturó Shark un par de semanas antes del motín. ¿Pero y si Terence siempre estuvo ahí y fue infectado en el barco? ¿Y si él y Dania se conocieron sin yo saberlo? Eso era lo único factible en lo que podía pensar. 

 

   —¿Dónde está Uriel? —preguntó Dania. Por algún motivo, esa pregunta no fue al aire ni dirigida a mí, fue directamente hacia Terence. Entonces pensé en otra cosa, una teoría aún más creíble para mí, o una que yo quería creer. Uriel, el cazador de Cobra, conocía a Terence de la escuela y, por lo que acababa de escuchar, a Dania también. Quizás el cazador le habló de Terence a Dania, él ha estado con Scorpion desde que fue capturado y de alguna forma, Dania también se les había unido. Ni siquiera sabía cómo mi hermana había llegado hasta aquí. 

 

Comencé a sentirme repentinamente abrumado. Dios, no tenía idea de nada, no entendía nada de lo que estaba pasando. 

 

   —¿Dónde conociste a Uriel, Dania? —pregunté. Primero lo primero. Ella me miró para responder. En el pasado, esta niña no era capaz de mirar a una persona a los ojos para hablarle, pero ahora parecía que no iba a decirte una palabra si no tenía toda su atención fijada en ti. Estaba cambiada, casi parecía una adulta. Y apenas tenía diez años. 

 

   —En la guarida de Cobra —contestó y un escalofrío me recorrió de arriba abajo, y un huracán de nerviosismo y angustia me revolvió hasta los huesos. ¿Cobra? No podía ser. Mis labios comenzaron a temblar y sentí lágrimas picando al interior de mis ojos. Me esforcé para que ella no me viera llorar. 

 

   —¿Estuviste todo este tiempo en una guarida de cazador? —Mi voz también tembló al realizar esa pregunta. Ella asintió con la cabeza y yo luché por mantener la calma en ese momento—. ¿Te hicieron algo? ¿Te golpearon? ¿Te maltrataron? ¿Te…? 

 

   —Nunca me hicieron nada —me interrumpió—. Uriel y Cristina siempre me han cuidado —dijo y sonrió. Terence y yo volvimos a intercambiar una mirada cargada de dudas e interrogantes sin respuestas. 

 

   —¿Quién es Cristina? —preguntó Terence. 

 

   —Es la médico de Cobra —contestó y algo extrañó pasó en su rostro que cambió drásticamente, como si hubiese recordado algo importante—. Ella… —Sus cejas y las comisuras de sus labios se inclinaron de pronto, y vi en su expresión la tensión de alguien que intenta contener el llanto, justo como me había ocurrido a mí hace tan sólo unos segundos—. Ella y Steve están… —sollozó y yo me apresuré en abrazarla. ¿Qué estaba pasando?

 

   —Ellos estarán bien, Dania —susurró una voz. Volteé levemente el rostro para ver a quién pertenecía. Era Uriel, el extraño cazador de Cobra se acercó a nosotros, con cuidado de no pisar ninguno de los cuerpos que dormían plácidamente en el suelo. Dania se apartó de mí suavemente, cómo si sólo resbalase entre mis brazos y corrió hacia él. Un terrible sentimiento de decepción me invadió cuando les vi abrazarse. Observé la incómoda escena de reencuentro en silencio; con un montón de sensaciones arremolinándose en mi interior. Sentí celos; porque ella corrió a sus brazos de la misma forma que había corrido la noche anterior hacia los míos, molestia conmigo mismo; porque todo este tiempo esta niña había estado perdida en esta ciudad y yo no había estado para protegerla, porque otros la habían protegido por mí. Y sí, me sentí una basura por estar teniendo esa clase de pensamientos. Si lo que Dania decía era verdad, Uriel la había cuidado por mí durante todos estos años. Debía estar agradecido, lo estaba, muy en el fondo, pero mi orgullo de hermano mayor no me permitió reconocerlo y eso me molestó aún más. Yo también debí haber corrido hacia él para besarle los pies por haberla protegido en mi ausencia, por mantenerla viva. 

 

Y entonces, Terence con su magia única que siempre me tranquilizaba en mis peores momentos, acarició mi hombro y solucionó la situación con una sola y sencilla frase: 

 

   —Parece que te has ganado un hermano mayor. 

 

Y entonces me reí, con ganas. 

 

   —O Dania ha ganado un padre —contesté—. El nuestro murió poco antes de que ella naciera. 

 

Terence chasqueó la lengua. 

 

   —Me molestaría oírte llamándolo “papi”.

 

Giré el rostro para mirarlo, y nuestras mejillas explotaron en una carcajada. 

 

   —Estás loco. 

 

Dania y Uriel se nos acercaron más cuando algunos cazadores despertaron, seguramente a causa del escándalo que Terence y yo habíamos montado con nuestras risas. A pesar de no parecer demasiado mayor, Uriel se veía como un tipo duro de rasgos fuertes y una mirada que daba miedo, de esas que anuncian un peligro inminente. A simple vista lucía como un mal tipo, como la mayoría de los cazadores. Pero lo que estaba viendo, a diferencia de su rostro, no me engañaba. Él parecía querer a Dania y eso, muy hondamente, me hacía sentir tranquilo. Siempre quise lo mejor para Dania, y una niña como ella merece ser amada, todos los niños de este mundo destrozado merecen ser amados, pero muy pocos tienen la suerte que había tenido mi hermana. Debía estar agradecido. 

 

   —Hola, chicos… —Uriel nos saludó con una sonrisa, quizás demasiado dulce para el rostro de matón escolar que tenía—. ¿Todo bien? 

 

   —Todo bien —respondimos Terence y yo al unísono. Entonces sentí cómo la tensión volvía a instalarse entre nosotros cuando los tres intercambiamos una mirada; primero entre Terence y yo, luego entre Uriel y Terence y después los ojos de ambos sobre mí. Fue incómodo y tuve la extraña sensación de que había mucho de lo que debíamos hablar, pero yo no sabía de qué exactamente. 

 

   —¿Dania es…? —me preguntó Uriel, él parecía tan incómodo como nosotros. 

 

   —Somos hermanos —contesté rápidamente—. Ambos fuimos secuestrados por un cazador que se movilizaba en un buque de guerra… —expliqué—. Estábamos en el mar cuando se la llevaron... muy lejos de aquí. No sé cómo acabó en esta ciudad pero… gracias por cuidar de ella todo este tiempo. 

 

Uriel encarnó una ceja. 

 

   —Fue ella la que cuidó de mí —respondió, sin rastros de burla en la voz. Él hablaba completamente en serio—. Le debo la vida a esta pequeña —Y acarició el cabello de Dania que se rió, como no la oía reír hace años; una risa infantil e inocente, de esas que sueltan los niños por vergüenza cuando les alaban demasiado.

 

No quise preguntar nada sobre eso.   

 

   —Me alegra que se hayan reencontrado —dijo Uriel cuando Dania volvió a mi lado y se abrazó a mí, como solía hacerlo cuando éramos pequeños, sólo que ahora ella estaba muchísimo más alta. Había crecido mucho durante estos cinco años—. Creo que es hora de movernos, los escorpiones y los cuervos se están levantando.

 

   —Buenos días —Ethan pasó caminando por nuestro lado, con una mano sobre su estómago y la otra cubriendo su boca para ocultar un bostezo—. Muero de hambre. 

 

   —Buenos días —contestamos.Y de pronto, todo pareció comenzar a agitarse.

 

Oí pasos bajando las escaleras frenéticamente. En ese momento, Caleb y Eobard que dormían cerca de nosotros despertaron de un salto y se levantaron velozmente. Terence me miró y ambos intentamos contener una risita cuando nos dimos cuenta que se habían puesto de pie así de rápido porque sus líderes venían bajando. Hasta ese momento, Caleb y Eobard habían estado durmiendo juntos en posición "cuchara" . 

 

El resto de durmientes terminó su descanso con el escándalo de las escaleras. Aiden, Regen, Dalian y los demás se acercaron a nosotros y volvimos a ser un solo grupo. Me sentí más seguro entonces, más fuerte, más valiente. Todo se hacía más fácil cuando estábamos juntos.  

 

   —Atención, gente… —Scorpion se sentó en el primer escalón y Cuervo se quedó de pie, un par de escalones más arriba; seguía más pálido de lo normal y unas intensas ojeras asomaban bajo su único ojo visible. Traía el cabello suelto y despeinado y algo me dijo que no había dormido en toda la noche. Sabía que no era de mi incumbencia, pero no pude evitar sentirme preocupado. En el Desire, ninguno de los hombres de Shark era como Cuervo, mi concepto sobre los cazadores era que todos eran unos desalmados sin remordimientos al matar, pero Cuervo era distinto. Lo que vi en su rostro cansado me pareció ser la cara misma de la culpa. ¿Qué tanto le estaba afectando la muerte de Steiss? Yo me sentía mal, me sentía culpable y moría por hablarlo con alguien. No quería ni imaginar cómo lo estaba llevando él. ¿Debería intentar conversarle?—. Las alianzas con La Hermandad no resultaron, ¿eh? —se burló y miró rápidamente a Cuervo, pero luego su atención volvió a nosotros—. No sé en qué mierda estaban pensando cuando confiaron en esos bastardos, pero eso no importa ahora…

 

   —¿Qué haremos ahora, Scorpion? —preguntó uno de sus hombres.

 

   —Bueno… —Scorpion dio contra el suelo tres golpes de impaciencia con su bota—. Si no abrieras la puta boca para interrumpir podría decírtelo más rápido —gruñó, pero enseguida bostezó, restándole tensión al momento. Él también parecía cansado—. Iré al grano. Si La Hermandad y Cobra se han aliado, estamos jodidos —Algunos murmullos se escucharon en el lugar—. Hemos perdido a muchos hombres, Cuervo perdió a casi la mitad de su escuadrón y nosotros, bueno, ya saben las bajas que hemos tenido. 

 

En ese momento miré a mí alrededor, y me di cuenta de que éramos muchos menos hombres de los que había en la guarida de Scorpion hace algunos días atrás. Esto nos había pasado factura a todos, y recordé los siete días que Scorpion me había dado. No estaba seguro si ese plazo ya había acabado o no, pero imaginaba que ya no importaba. Muchas vidas de cazadores habían sido arrebatadas y supuse que él y Cuervo habían tomado esto como algo personal. 

 

—Y aunque aún tenemos al grupo de Anniston como reserva, eso no va a ser suficiente. Necesitamos refuerzos. Y sé dónde encontrarlos —continuó Scorpion, y en ese momento, Cuervo levantó la vista y lo miró fijamente. Supe que ellos no habían hablado de esto antes y que era primera vez que Cuervo oía esta información, al igual que nosotros. 

 

Desde el primer momento hubo dos líderes aquí; Cuervo y Scorpion representaban a dos grupos diferentes que aparentemente funcionaban como uno solo tan sólo por la alianza entre sus cabecillas. Y ya lo había visto una vez, cuando Cuervo decidió marchar solo a atacar a Cobra, no hubo ninguno de sus hombres que no lo siguiera, e incluso alguno de "los escorpiones" -como Uriel los había llamado recientemente- le siguieron también. Si estos líderes se separaban ahora, eso iba a suponer la separación definitiva de este ejército. 

 

La falta de comunicación entre ambos iba a traernos muchos problemas. 

 

    —Partiremos ahora mismo, pero tendremos que hacerlo a pie. 

 

   —¿A pie? —cuestionó Cuervo y en el rostro de Scorpion se dibujó una mueca de frustración cuando le escuchó hablar—. ¿Quieres que vayamos a pie paseando por toda la Zona Muerta? ¿Qué demonios fumaste hoy, Scorpion? 

 

   —Joder… —susurró Terence cuando Scorpion volteó para mirar a Cuervo—. Esto va a ponerse feo —aclaré mi garganta de manera nerviosa. Sí, esto podría ponerse feo. 

 

   —¿Sugieres alguna idea, Einstein? —se burló y la cara que puso Cuervo en ese momento me hizo temer que él definitivamente, consciente o no, quería empezar una pelea—. Si tienes una, dila. Pero asegúrate que no incluya lanzarte a la jodida boca del lobo cómo un idiota. 

 

   —¿No estás tú lanzándote a la boca de los malditos zombies con esta “maravillosa” idea? —respondió Cuervo de manera sarcástica—. ¡Vamos! —se burló—. ¡Tomémonos todos de las malditas manos y caminemos por territorio infectado como si fuéramos de compras por el puto mall! 

 

   —¡Pregunté si acaso tenías otra idea, imbécil! —Scorpion se levantó y ambos quedaron frente a frente. Parecían dos perros rabiosos a punto de saltarse encima. Había que detener esto o todo acabaría muy mal. Sabía por qué Cuervo se estaba comportando de esa forma; él debía estar muy frustrado, pero sobre todo, él ahora mismo debía estar odiando mucho a Scorpion. Lo culpaba de alguna forma por lo que él mismo había hecho, aunque Scorpion ni siquiera supiese de la existencia de Steiss, aunque él no tuviese idea de nada de lo que ocurrió en La Hermandad—. Nos queda sólo un camión con gasolina y no entraremos todos ahí. ¿Sabes por qué? Porque desperdiciamos el jodido combustible realizando viajes extras, porque tuve que venir a salvarte el culo una vez más.

 

   —¡Nadie te pidió ayuda!

 

  —¡No tenías que pedirla! ¡Bastaba sólo con no salir como un imbécil por tu cuenta! 

 

Noté que todo el mundo comenzó a ponerse nervioso. Incluso Abercrombie y Sandy empezaron a ladrar. 

 

   —¡Pudimos haber salido solos de esto! 

 

   —¿¡Ah, sí!? —gritó más fuerte Scorpion—. ¡Cuando llegué aquí estaban a punto de matar a estos idiotas! ¿¡Y dónde carajos estabas tú!? 

 

   —Basta, los dos… —masculló Ethan, quizás él era el único entre nosotros que podía interrumpir sin sufrir las consecuencias. 

 

   —¡Yo estaba…! 

 

   —¿¡Qué estabas haciendo, Branwen!? —Scorpion se acercó a Cuervo y lo agarró por el cuello de la camiseta—. ¿¡En dónde demonios estabas!? 

 

   —¡Basta! —gritó Ethan y en un movimiento increíblemente rápido, corrió hacia ambos y los separó—. ¿¡Qué demonios están haciendo discutiendo de esta forma, idiotas!? ¿¡Acaso no ven en qué situación estamos!?

 

   —¡Suéltame, hijo de puta! —Scorpion se zafó bruscamente del agarre de Ethan y se paró en el centro de la habitación—. ¿¡Y!? —gritó, su voz rasposa y descontrolada me indicó que estaba a punto de dispararle a alguien—. ¿¡Alguien tiene una mejor idea!? 

 

   —Si están en buen estado, podríamos usar los vehículos de los hombres de Cobra que siguen afuera. Estaríamos apretados, pero podríamos movilizarnos más rápido —dijo Jesse. 

 

   —Pero si estamos en zona muerta, de todas formas en algún momento los coches podrían verse superados por una horda —agregó Regen, con voz increíblemente calmada a través de su máscara de gas. 

 

   —Entonces lo ideal será avanzar lo que más podamos en coche y luego caminar —finalizó Jesse y él y el enmascarado cruzaron una mirada y asintieron con la cabeza. 

 

   —Es una buena idea —dijeron, al unísono. 

 

   —¡Claro que sí! —Scorpion dio un golpe seco contra la muralla que me hizo dar un salto—. ¡El chico bonito y la salchicha chamuscada tienen razón! ¿¡Cómo demonios no pensé en eso!? —Y miró a Cuervo—. ¿¡Cómo demonios no lo pensamos!? —se burló, su voz grave fue de absoluta ironía. Cuervo no contestó. 

 

   —Porque ninguno de los dos está pensando claramente —susurré, en voz baja. 

 

   —Son cazadores, ¿qué esperabas? —me dijo Terence—. Estos demonios no piensan como personas civilizadas. 

 

Quizás había algo de razón en eso. 

 

   —Bueno, bueno… —Scorpion volvió a hablar, pero sus órdenes fueron opacadas por Abercrombie que continuaba ladrando—. Alístense y salgamos de una vez… —intentó decir y puso los ojos en blanco. Estaba muy molesto. Caminó hasta el perro—. ¡Silencio! —le gritó. El animal calló inmediatamente—. ¡Siéntate! —Abercrombie obedeció y se sentó—. Buen chico —Scorpion le acarició la cabeza y sólo entonces pude respirar tranquilo. Por un momento, creí que él iba a dispararle al perro que se tumbó inmediatamente apenas sintió la mano del cazador sobre él—. Maldito perro marica. ¿Cómo sigues vivo? —gruñó Scorpion, pero no dejó de darle cariñitos sobre el lomo ni un sólo segundo mientras hablaba—: Bueno —continuó—. Todos los cazadores que puedan entrar al camión que lo hagan, sin comodidades. El resto de ustedes, a los vehículos. 

 

   —Pero, ¿a dónde nos dirigimos exactamente? —preguntó Regen. 

 

   —Al centro —contestó Scorpion. 

 

   —Ya estamos en el centro. 

 

   —No. Al centro, al centro de todo esto. A la zona cero, el lugar donde comenzó todo —Algunos murmullos asombrados se dejaron oír en el lugar. 

 

   —Ah —Regen soltó una pequeña risita—. Ya entiendo a qué te refieres con "refuerzos".

 

   —¿De que lugar están hablando? —inquirió Ethan. 

 

   —Deja... —interrumpió Scorpion antes de que Regen contestase cualquier cosa—. Deja que se lleven la sorpresa. 

 

Ellos nunca quisieron decirnos hacia dónde nos dirigiamos. La salida del grupo fue rápida y sin mayores inconvenientes. Por lo que escuché, la llaman "Zona Muerta" no precisamente porque esté plagada de muertos, si no porque grandes hordas circulan por aquí a lo largo del día, y esto es entendible, este lugar solia ser una gran avenida.

 

Supongo que todo esto solía ser un área comercial y de hospedaje, un centro para personas -lugareños y viajeros- que iban y venían, al igual que ahora. Es divertido darse cuenta cómo esas costumbres no se pierden, incluso después de morir y transformarte en un infectado. 

   

   —Cuidado, cuidado —advirtió alguien cuando fui prácticamente empujado y arrastrado al interior de uno de los vehículos y todo el mundo se me fue encima, tratando de acomodarse. A pesar de que no había muertos alrededor en ese momento, el miedo seguía palpitante entre nosotros, calando hasta lo más hondo de nuestros huesos. La experiencia de ayer había sido traumática; temíamos encontrarnos con una nueva horda que apareciera de pronto o con los mismísimos cazadores de Cobra. Dania se escabulló hasta un rincón seguro del vehículo y allí se quedó, mientras yo resbalaba entre piernas y brazos revueltos hasta hallar una posición más cómoda. 

 

   —Más despacio, labios de algodón —susurró la voz de Terence y su brazo me sujetó con fuerza. Me vi de pronto sentado sobre su regazo, en una posición potencialmente peligrosa y que hizo que la piel de la nuca se me erizara—. ¿Qué tal si te quedas así? —ronroneó sobre mi oído y estoy seguro que sentí algo duro contra mis muslos. No. Él no podía estar teniendo una erección justo ahora.

 

Me volteé para mirarlo, pero no me aparté de ahí.

 

   —Eres un cerdo —le dije, medio riéndome. 

 

   —Y eso te gusta —se burló él. Aiden se sentó a nuestro lado y Uriel al otro, encerrándonos. Caleb también se metió al coche arrastrando a Eobard entre risas y lo hizo sentarse sobre sus piernas, al igual que nosotros. No era tan extraño de todas formas, ésta era la posición por excelencia que suele adoptar un grupo grande que trata de meterse a un vehículo pequeño que no da abasto para todos. No tenía que preocuparme. No, definitivamente no debía preocuparme por tener una caliente erección rozando mi trasero.

 

No debía, y aún así me ponía de los nervios. De los nervios y algo más. 

 

   —¿Nos vamos ya? —Ethan se sentó en el asiento del conductor y segundos más tarde, Regen, Dalian y Sophie se sentaron en el lado del copiloto. 

 

Vi la máscara de Regen inclinarse un poco hacia arriba para mirar por sobre el hombro de Dalian hacia el espejo retrovisor.

 

   —¿Va bien, señor Rossvet? —preguntó entre risas.

 

   —¿Eh? —Aiden pareció descolocado con la pregunta.

 

   —Eres el único que no lleva a un segundo pasajero en su regazo —se burló. Él no podía ver a Uriel desde su posición, que tampoco traía a nadie sobre sus piernas—. Suertudo. 

 

Aiden estuvo a punto de soltar una risa de superioridad cuando la puerta volvió a abrirse.

   

   —¿Les queda espacio? —En ese momento, Dania salió de la seguridad de su escondite a nuestros pies y trepó por las piernas de Aiden y las mías hasta llegar a Uriel y sentarse sobre sus rodillas, todo con el fin de generar un lugar más—. Gracias, pequeña —Cuervo echó un vistazo al interior del coche y sus ojos se encontraron con los de Aiden, el único que seguía sin cargar un peso extra—. ¿Prefieres arriba o abajo? —le preguntó.

 

Caleb dejó escapar una risita silenciosa. Dalian y Regen también rieron adelante.

 

   —¿¡Q-Qué!? —balbuceó Aiden. 

 

   —Que si prefieres sentarte en mis piernas o que yo me siente sobre ti —insistió Cuervo. Vi el rostro de Aiden enrojecer hasta las orejas. 

 

   —¿Tú no deberías estar en el camión, con el resto de cazadores? —debatió él.  

 

   —Pues no queda un puto espacio ahí —gruñó Cuervo, pero yo sospechaba que no había sido la falta de espacio lo que lo trajo hasta aquí, si no la simple razón de que no quería verle la cara a Scorpion. Y era mejor así, las cosas entre ellos habían estado muy tensas, y en estos casos, se necesitaba tranquilizar un poco las aguas antes de intentar volver a navegar—. ¿Acaso le preguntaste lo mismo a éstos dos? —interrogó, apuntando acusatoriamente a Eobard y Caleb, que seguramente se subieron a este coche como primera opción y tampoco por falta de lugares en el camión, pero Aiden no sabía eso—. Y bien. ¿Arriba o abajo? 

 

   —No voy a sentarme sobre ti —farfulló Aiden—. Si quieres ven tú y siénta... ¡Ah, joder! ¿¡Cuánto pesas, hombre!? —se quejó, toqueteando las costillas de Cuervo cuando éste se le sentó encima sin avisar—. ¡Pero si estás flaco! 

 

   —Setenta y siete kilos de pura fibra —contestó Cuervo, riéndose y retorciéndose de manera nerviosa, seguramente por las cosquillas que provocaban los dedos de Aiden en sus costillas. La risa de Cuervo era suave y melódica como cascabeles navideños, y él se veía bien riendo. Quizás viajar con nosotros le ayudaría a olvidar a Steiss aunque fuese por un par de horas—. Ahora déjate de hacer eso si no quieres que te aplaste, debilucho.

 

  —¡No soy un debilucho! —gruñó Aiden y entonces todo el mundo perdió la compostura y se rió a carcajadas, como si él hubiese lanzado el chiste más divertido del mundo. La última puerta se cerró y el vehículo comenzó a andar—. ¿Cierto, Ethan?

 

   —No me hagas dejarte en ridículo, cariño.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                                                                                        (*  *  *) 

 

 

    —Y bueno... —Eobard se sobó las manos mientras intentaba contener la risa para no despertar a las niñas que dormían. Llevábamos casi una hora de viaje, realizando maniobras y cambiando nuestro camino repetidas veces para evitar las hordas de muertos que se cruzaban en nuestro recorrido. Eran fáciles de evadir, porque eran muy numerosas y se veían a manzanas de distancia, así que desde hace un rato que todos nos hallábamos tranquilos. Jugábamos a las preguntas y respuestas, y ante la interrogante "¿qué cosa traerías de vuelta al presente?" Caleb había respondido que el sushi. Sí, el sushi, y es que parece que Caleb lo amaba. Todo el mundo había respondido trivialidades como: "el agua caliente", "La Coca-Cola", "los hospitales", "la electricidad" o incluso "familiares perdidos", pero Caleb no. Él añoraba una sola cosa en esta vida y eso no era nada más ni nada menos que el sushi. Un simple roll de sushi. Por eso las risas—. Bueno, bueno. Sigamos —Eobard aclaró la garganta y esperó a que las risas callaran. Le tocaba preguntar a él—. ¿Película favorita?

 

    —¿En serio? 

 

   —¿Qué clase de pregunta de mierda es esa? —se burló Ethan al volante. 

 

   —¡No es una pregunta de mierda! —rió Eobard—. Ya. La mía es "La vida es bella" y sí, soy un marica llorón —Todos nos reímos. 

 

   —Pulp Fiction —dijo Caleb. 

 

   —Memento —dije. 

 

   —Matrix —dijo Terence, y me miró—. Hay cosas que no se olvidan nunca en la vida —susurró en voz baja. 

 

    —Ya veo de dónde sacó este chico sus movimientos —rió Aiden—. "Mi novio es un zombie" —dijo, y sus mejillas explotaron en una carcajada ruidosa. Todos reímos con él. 

 

   —No le veo la puta gracia —se quejó Ethan. 

 

   —Mentira, mentira —Aiden negó con las manos mientras intentaba contener la risa—. Es "V de Venganza" 

 

Regen tarareó "1812 Overture", la clásica canción que suena en esa película cuando todo está explotando. 

 

   —Olvidaba que tenemos a un pirómano aquí —se burló y Aiden fingió una mueca y llevó una mano a su pecho, haciéndose el ofendido—. A mi no me engañas, he visto lo que haces —rió tras la máscara de gas y luego confesó—: La naranja mecánica. 

  

   —Qué intenso —comentó Dalian—. ¿Te gusta Kubrick? 

 

   —¡Me encanta!.. Déjame adivinar. "El resplandor" 

 

   —¡Dios, sí! 

 

  —¡Ay, ya cásense! —soltó Uriel a mi lado. Todos nos lo quedamos mirando. Él apenas había aceptado nuestro juego de mala gana y con suerte contestaba las preguntas que le hacíamos—. ¿Qué? —sonrío. 

 

   —¿Cuál es la tuya? —preguntó Ethan. 

 

Se encogió de hombros. —No tengo. 

 

    —Debes de tener una —insistió—. Todos tenemos una. 

 

     —¿Y en tú caso cual es? 

 

    —Toda la saga de "Star Wars" —contestó el pelinegro y Uriel infló las mejillas para no reír—. Sí, puedes llamarme nerd. Ahora dinos cual es la tuya. 

 

    —Bien, bien —gruñó Uriel—. "El séptimo sello" 

 

    —No la he visto. 

 

    —Yo tampoco. 

 

    —Yo sí —comenté—. Un soldado que juega ajedrez con la muerte o algo así. La vi hace años. Es viejísima —Y es que antes del desastre tenía el extraño hobby de sentarme por las tardes a ver películas antiguas, de esas que pasan por el canal TCM. No pensé que alguien más en este mundo hiciera lo mismo. "El séptimo sello" fue una película de la década de los cincuenta. 

 

   —Por eso no quería decirla —volvió a encogerse de hombros y le dio un codazo a Cuervo, que seguía sobre las piernas de Aiden, medio durmiéndose. Si efectivamente no durmió en toda la noche como yo creía, debía estar muy cansado ahora mismo. 

 

   —¿Qué? —balbuceó, despertando. 

 

   —Tu peli favorita, colega. 

 

  —El laberinto del Fauno —contestó. Aiden se estremeció en un exagerado escalofrío. 

 

   —Aún no me olvido de la escena del hombre pálido con los ojos en sus palmas —expresó, con voz escalofriante. 

 

   —Aparte de debilucho, eres un cobarde —se burló Cuervo y Aiden le dio un golpe en una pierna, pero Cuervo ni se quejó. Ethan hizo una maniobra brusca que estuvo a punto de derrumbar el tetris humano que habíamos armado al interior del coche—. Cuidado, hombre. 

 

   —Ups... —se disculpó Ethan, medio riéndose y yo contuve con toda mi fuerza de voluntad una carcajada entre mis mejillas. La horda que teníamos delante estaba aún muy lejos para aquella escandalosa maniobra. Ethan había frenado de esa forma como una advertencia. ¿Acaso estaba celoso? Eso era ridículo. 

 

En ese momento me di cuenta que la frecuencia con la que evitábamos a los grupos de muertos había aumentado drásticamente, cada vez más teníamos que tomar otra calle o parar el coche un rato y esperar a la distancia que una horda pasara. Supe, de alguna forma, que nos acercábamos al punto crítico de esta zona. 

 

   —Bien. Yo tengo otra pregunta —dijo Dalian, despistado mi atención y tranquilizándome un poco—. ¿Qué es lo más terrible, vergonzoso y/o ridículo que han hecho estando borrachos? Yo me declaré gay por Facebook. 

 

   —Pf —rió Regen—. Eso no es tan terrible. 

   

   —Claro que no, si la publicación no está en público y no se entera toda la escuela. 

 

    —¡Ay, dios! —reí—. Eso es horrible. 

 

   —Mi vida escolar se fue a la mierda después de eso —se encogió de hombros y se rió de sí mismo. Una difícil vida escolar solía ser la clase de problema que acomplejaba a chicos como nosotros, pero ahora me parecía una estupidez, algo simple y vano, incluso añorable. Estoy seguro que todos aquí deseábamos volver a nuestra vida de escuela, cuando no había muertos, cuando todo era normal y vivir era sencillo. 

 

   —Yo destruí con un bate y quemé el auto de mi ex novio en la preparatoria —confesó Cuervo y un tenso silencio se formó en el lugar. 

 

    —Me estás jodiendo —masculló Aiden, aparentemente sorprendido—. ¿Y qué fue lo que hizo para merecer eso? 

 

   —Me engañó —respondió—... con una chica —agregó—. Pero no quemé su auto por eso. 

 

   —¡Mierda! ¿Y entonces por qué? 

 

   —Por creer que yo era un idiota. Lo encontré en la cama con la chica y aun así intentó mentirme e inventar una excusa, y pensó que yo me la iba a creer —se rió en voz baja, y otra vez me sorprendí de lo agradable que se oía su risa. Cuervo debería reír más seguido, su rostro se veía menos hostil de esa forma—. Pero el tipo era un mafioso y al otro día me atrapó en un callejón junto a seis matones más. En ese tiempo yo ya estaba en el ejército de E.L.L.O.S y creí que podría con los siete. 

 

   —¿Y pudiste? —pregunté. La risa de Cuervo explotó en carcajadas. 

 

    —Me partieron el culo —se burló, y todos rieron un poco—. En serio, esa vez llegué a casa con la cabeza cortada y dos costillas rotas. Pero no me arrepiento de nada. Ese idiota perdió el auto por mentiroso. 

   

  —Yo habría hecho lo mismo —Caleb lo apoyó. 

 

  —¿Cuál fue tu error, compañero? —le preguntó Cuervo, y aprovechó de desviar la atención de sí mismo. 

    

  —Salí desnudo a la calle —declaró. 

 

  —Qué puta vergüenza. 

 

  —Eso no es nada —debatió Eobard, acomodándose entre los brazos de Caleb—. Yo dejé que me vistieran de chica en mi fiesta de graduación. 

 

   —Mataría por ver las fotos —rió Dalian—. ¿Qué hicieron los demás? 

 

   —Nunca he bebido —me excusé. 

 

  —Me besé y dormí junto a un chico que había conocido hace tres días —confeso Aiden y Ethan estalló en una carcajada. 

 

   —Golpeé a un guardia de seguridad del lugar en el que trabajaba —dijo Regen. 

 

   —Fui arrestado por desorden en la vía pública —admitió Uriel—. Pero tenía "contactos" así que me soltaron a las pocas horas. 

 

    —¡Suertudo! —se lamentó Ethan—. Yo estuve toda una noche en la cárcel por meterme en una pelea callejera. ¡Ni siquiera recuerdo por qué comenzó! —rió. 

 

   —No creo que eso sea lo más terrible que hayas hecho —acusó Aiden. 

 

   —Yo tampoco —le apoyé. 

 

   —B-Bueno... —balbuceó—. Una vez me encamé con alguien que no debía —declaró—. Pero fue hace muchos años —reparó, cuando Aiden clavó sus ojos fijamente sobre él—. Muchos, muchos años atrás. Antes de conocerte. 

 

Le di un codazo a Terence para que dijera algo y rompiera la molesta tensión que se había formado con esa declaración.

 

   —No recuerdo haber estado borracho alguna vez... —admitió el pelirrojo, rápidamente y toda la atención se centró en él—. Pero no creo que yo haya sido la clase de persona que hace un escándalo con unas copas de más. 

 

   

  —¡Sí, claro! —exclamó Uriel—. ¡Te hubieses visto bailando arriba de una mesa, sin camiseta y usando tú corbata como cintillo mientras coreabas el himno nacional en una fiesta que se suponía era formal! —rió, y otros más se rieron de eso también. Pero yo no pude. No. Es más, un escalofrío de nerviosismo corrió por todo mi cuerpo y me dejó un frío en el pecho.

 

   —¿No que ustedes fueron tan sólo compañero de primaria? —le pregunté a Uriel, muy, muy bajito. Ni siquiera quería que Terence me escuchara decir eso. Él me miró, con una expresión que no pensé que ese rostro rígido podría formar: abrió los ojos, sorprendido y sus mejillas se pusieron rojas. Justo como la cara de alguien que acaba de decir algo que no debía—. ¿Por qué mentiste? 

 

El coche frenó de pronto, bruscamente. 

 

   —Chicos... —Las risas a mi alrededor cesaron, la voz de Ethan había cambiado y ahora se oía como una alarma, una sirena de aviso que nos advertía que algo muy malo estaba a punto de pasar—. Creo que llegó el momento de caminar —dijo, y lo que había soltando Uriel y todas las confesiones anteriores pasaron a un segundo plano; miré hacia delante. Frente a nosotros, a unos cuantos metros de distancia, la horda más grande que había visto en mi vida se estaba moviendo como una masa de pestilencia y muerte. Por un momento recordé los típicos reportajes sobre África en National Geographic, esos muertos parecían un enorme grupo de ñus que estaban migrando en busca de mejores aguas; sólo que estas bestias con las que estábamos a punto de lidiar andaban erguidas, parecían humanas y no buscaban agua. Ellas estaban sedientas de nuestra sangre. 

 

Vi que otro coche más y el camión de cazadores se detuvieron detrás de nosotros. Los conductores de los tres vehículos intercambiaron señas a las que no les hallé sentido, pero que sólo podían significar una cosa. Hasta aquí había llegado el camino, ahora debíamos improvisar. 

 

¿Pero cómo improvisar cuando estás rodeado de gente que lo único que quiere es trozarte y comerte como a un pedazo de carne? 

 

Miré hacia las calles que estaban a nuestra izquierda y derecha. Pequeños grupos de muertos caminaban por ahí también. Este lugar sí se merecía el nombre de "Zona Muerta". 

 

Nosotros también éramos numerosos, pero ellos eran más de cien. 

 

   —Escucha, Dania... —le oí decir a Uriel justo cuando yo iba voltearme hacia ellos para hablarle a mi hermana también—. Cuando te veas forzada a bajar del coche, ve y busca un escondite, un sitio alto, lo que sea. 

 

   —Lo sé —contestó ella.    

   

   —Tu seguridad es lo más importante, debes mantenerte viva —insistió él y se me quedó viendo cuando se dio cuenta de mi persistente mirada sobre ellos—. Hay algo importante que debes saber, Reed —me dijo—. La sangre de Dania es... 

 

   —Lo sé —le interrumpí—. Yo también. 

 

   —¿Tú...? —Y sonrió, como quien sonríe burlándose de sí mismo ante una obviedad que acaba de dejar pasar—. Pf. Claro. De seguro es genético. 

 

Lo que Uriel no sabía, es que yo había adivinado al interrumpir y que fue una casualidad. Que hasta segundos atrás yo no sabía que Dania tenía la cura en su sangre también, pero que las palabras de Uriel me habían dado pistas que capté demasiado rápido, porque en algún lugar de mi cerebro ya había rondado la idea de que Dania tuviese esta condición. Lo había pensado, quizás no de manera consciente. Pero la idea había estado ahí siempre. 

 

Pero eso no significaba que no estuviera impresionando. Un millón de dudas asaltaron mi cabeza... Si Dania y yo lo teníamos, ¿por qué Natasha enfermó? Si esto era hereditario. ¿Tan malvada, tacaña y desgraciada había sido la maldita genética con ella para no darle la cura? 

 

Y entonces pensé en algo en lo que nunca antes había pensado. Mi padre. En el tiempo que viví con él, jamás le vi enfermo; nunca lo vi con gripe, ni con un dolor de estómago, ni siquiera le vi recostado en el sofá por un simple resfriado. Y Nat y yo no éramos hijos del mismo padre. 

 

¿Será por eso? 

 

Me distraje cuando oí el motor encendiéndose otra vez. El otro coche pasó raudo por nuestro lado y el nuestro le siguió en una maniobra escandalosa. El camión nos escoltó, haciendo más ruido aún. 

 

   —¿Q-Qué estás haciendo, Ethan? —balbuceó Aiden cuando todos vimos que dejábamos la gran avenida y nos adentrábamos en una calle aledaña y mucho más pequeña—. ¿¡Q-Qué haces!? ¡Nos estás acorralando! —La horda principal comenzó a seguirnos, el pequeño grupo que estaba al final de ese callejón también. Los dos coches se adelantaron e ingresaron más rápido. Entonces el camión frenó en seco y se atravesó horizontalmente como un muro en medio de la calle, encerrándonos aún más—. ¿¡Qué demonios está pasando!? —gritó. 

 

   —Confía en él, Aiden —dijo Cuervo. 

 

La puerta de carga del camión se abrió. Scorpion y el resto de cazadores salió armado. Las puertas de nuestro coche también se abrieron. 

 

    —¡Abajo todos! —ordenó Scorpion y obedecimos por inercia, quizás porque en ese momento su voz se escuchó demasiado autoritaria—. ¡Quiero que el bastardo de Reed y las pequeñas ratas suban al techo del camión! —ordenó y yo agarré la mano de Dania y me reuní con Dalian para tomar a Sophie y hacer lo que Scorpion decía. No era momento de discutir ahora. Cargué a las niñas sobre mi hombro y las subí al camión. Los cazadores nos rodearon—. ¡Que otro grupo se encargue de los malditos que están al final de la calle! —Todo el mundo se dividió en tres grupos, dos de ellos resguardaron los espacios que el camión no alcanzaba a cubrir y el tercero corrió a enfrentarse con la pequeña horda que estaba al final del callejón. Iban a enfrentarse a los muertos, el camión atravesado en la calle los obligaría a pasar en grupos. Serían más fáciles de enfrentar así—. ¿¡Qué esperas!? —me gritó, entregándome un rifle francotirador y empujándome a la vez, él también traía uno atado a su espalda. Me obligó a encaramarme sobre el capó del vehículo y escaló detrás de mí—. Cuida a las niñas y remata a los que puedas —Él hablaba muy rápido, y yo sí apenas entendía lo que me estaba diciendo. Estaba nervioso, mis manos temblaban y la adrenalina no me permitía pensar bien. 

 

   —N-No voy a poder —balbuceé, cuando ambos llegamos a la cima junto a las chicas—. No disparo un francotirador desde... 

 

   —Escucha, idiota. No sé si te diste cuenta que estamos con la mierda hasta el cuello ahora mismo —gruñó, me obligó a aparcar en el techo del camión, me imitó y tomó su francotirador—. ¿Necesitas que te refresque la memoria? 

 

   —No, no. Sé cómo... 

 

   —¡Toma tu arma! —gritó y yo obedecí. Tomé el rifle e inmediatamente las cabezas de los muertos que intentaban desesperadamente pasar y se amontonaban alrededor del camión se hicieron más grandes—. Apunta... —ordenó, él lo hizo y yo copié sus movimientos—. Respira profundo —insipiré. No tenía sentido, pero este ejercicio me estaba calmando. Logré concentrarme y el pequeño episodio de pánico que estaba viviendo se detuvo—. Cuenta hasta tres y repite conmigo...

 

   —Repito contigo... —reiteré, atento a sus palabras. 

 

   —Personne n'échappe à mon regard... —recitó en un susurro, con voz que se escuchó lasciva y alargando cada una de las palabras. Si el felino más feroz de la tierra hablará, así sonaría su voz. 

 

   —Personne ne... —me detuve—. ¿¡Q-Qué!? —titubeé y me di cuenta que me estaba tomando el pelo cuando él se echó a reír. 

 

   —¡Lo tienes! —me dio una fuerte palmada en la espalda que, de haber estado de pie, me habría tirado del techo y bajó de un salto—. Mantente vivo. 

 

Volví mi vista al frente, puse mi vista sobre la mira del rifle, fijé a mi objetivo y disparé. 

 

No tenía que decírmelo. 

 

Disparé. Y volví a disparar. Uno, dos, tres muertos cayeron al suelo, uno tras otro. Me despegué del rifle y miré a mi alrededor. Los chicos y los cazadores se las estaban arreglando bien para terminar con los muertos en pequeño grupos que dejaban pasar controladamente por los espacios que el camión dejaba vacíos. El grupo que había sido enviado al final de la calle también lo estaba logrando. Podíamos hacerlo. 

 

Sophie comenzó a llorar, y Dania la abrazó. La contuvo. 

 

    —Todo va a estar bien, niñas —dije, volviendo a clavar mi vista en la mira y disparé otra vez. Pero algo extraño ocurrió entonces. Algo que pasó, pero qué no debió haber pasado, algo que no tenía lógica y que mi mente no alcanzó a procesar. Algo que al parecer sólo yo vi entre esa multitud de muerte, pero que hizo sentir a mis ojos engañados. Estas cosas no ocurren, no podían. No tenía sentido. 

 

¿Cómo un muerto iba a esquivar un disparo? 

 

¿Y cómo un vivo iba a poder caminar tranquilamente en medio de una horda? 

 

El muerto al que le había disparado se movió, dio un salto hacia atrás como si estuviera vivo y evitó la bala, se quitó la capucha de su sudadera y me miró a los ojos. Él lucía justo como un muerto, con el rostro pálido y agrietado por venas moradas y negras rebosantes de sangre podrida a punto de estallar dentro de su piel, los ojos oscuros y las pupilas dilatadas hasta casi ocupar todo el espacio esclerótico. Solté el rifle, ante un miedo que no experimentaba desde hace tiempo, parecido al miedo que viví la primera vez que vi un muerto, semejante a la confusión que revolvió mi estómago cuando vi a mi madre en la habitación de ese hospital comiéndose a una de las enfermeras. 

 

Y entonces hizo algo que me horrorizó aún más, que me erizó la piel de los brazos y atascó un grito en mi garganta. Sonrió, una sonrisa nauseabunda de una boca llena de sangre y dientes manchados. 

 

   —¿Qué...? —No logré terminar la pregunta.

 

   —¡Reed! —gritó Dania. No pude reaccionar, ni si quiera fui capaz de moverme para intentar evitarlo. Esa cosa, fuera lo que fuera, había dado un salto gigantesco hacia el techo del camión y había caído sobre mi—. ¡Reed! —chilló, histérica. 

 

   —¡Está bien! —grité, forcejeando con él. Pero nada estaba bien. No. Sentí mis muñecas a punto de quebrarse por la fuerza ridícula que ejercían sus brazos—. ¡No te acerques! 

 

   —Sí, sí, sí. Será mejor que no se acerque. No querrá ver de cerca lo que va a ocurrir aquí —balbuceó el muerto; con voz gutural, temblorosa y descontrolada en el tono más desagradable y asqueroso que puede producir la garganta humana, si es que lo que alcancé a ver al fondo de su boca cuando él la abrió exageradamente puede considerarse humano. Solté una de mis manos y atrapé su mandíbula para evitar la primera mordida. En ese momento, un disparo le atravesó la espalda. Pero no lo mató. Él ni siquiera pareció sentirlo. 

 

   —¿¡Q-Qué eres!? —grité, con mi voz temblando en mi garganta. Sus piernas presionaron tan fuerte en mis costillas que por un momento creí que iban a quebrarse. Contorsionó su cuerpo para acercarse a mi cuello y la mano que sujetaba su boca dolió por el movimiento. 

 

   —No finjas no saber qué soy —gruñó y yo solté mis manos por la presión y él las atrapó tras mi cabeza. Estaba perdido. Iba a morderme. Sólo esperaba que los chicos que estaban abajo fueran lo suficientemente rápidos como para dispararle antes de que me arrancara las tripas—. Huelo a más como yo aquí. Sabes lo que soy. 

 

   —¡Reed —oí la voz de Eobard llamándome desde alguna parte—. ¡Escucha! ¡Hay un rumor! ¡Tienes que...! 

 

   —Soy la basura que ellos dejaron... —susurró el muerto, contra mi piel. Intenté mover mis piernas para apartarlo, pero él presionó con las suyas mis costados tan brutalmente que me quedé sin respiración. En ese momento, Regen saltó sobre el capó del camión. 

 

   —¡Tienes que dejar que te muerda, Reed! —gritó el chico de la máscara, y no sé por qué obedecí. Dejé de forcejear y esa cosa incrustó sus dientes en el espacio que está entre mi cuello y hombro con tanta fuerza que casi me desmayo cuando sentí cómo me arrancaba un trozo, cómo apartaba fibra a fibra y cómo mi piel se desgarraba. La oscuridad de la inconsciencia estuvo más cerca cuando vi toda la sangre que empezó a salir. 

 

Pero él no alcanzó a dar una segunda mordida. 

 

   —¿¡Q-Qué!? —se apartó, se arrodilló en el suelo y vomitó. Mi carne. Me vomitó, y sangre y espuma salieron junto a ese vómito—. ¿¡Q-Qué es esto!? —se llevó una mano a su pecho y dejó escapar un grito que contenía más dolor que voz en él—. N-No puedo respirar —balbuceó apenas. Con más horror que antes, observé cómo se moría, porque eso es lo que parecía, que estaba muriendo—. ¿Qué me...? —Un disparo le atravesó la cabeza y él se desplomó sobre el techo. 

 

   —¿¡Estás bien, Reed!? —Regen llegó a socorrerme, se arrodilló a mi lado y me tomó por los hombros, pero enseguida me soltó y cubrió la boca de su máscara con el antebrazo, como si no quisiera respirar, o como si lo que vio le hubiese causado demasiado asco. ¿Tan grave había sido la mordida?—. ¡Aiden! ¡Esto necesita atención inmediata! 

 

   —¿Qué ha sido eso? —pregunté, en voz muy baja, no porque mis palabras fueran secreto, si no porque no me salía la voz. 

 

 —Debió haber sido un cero —dijo Eobard cuando, con la ayuda de Caleb, llegó hasta el techo del camión. Ethan y Aiden llegaron tras él.

  

  —Uno que había perdido por completo el control —agregó Regen y miró hacia abajo—. Lo siento, amigo. Hay que seguir ayudando —y saltó del camión. A mis pies, se seguían escuchando disparos y las voces de Scorpion y Cuervo gritando instrucciones. Aún nos enfrentábamos a la horda, pero yo me sentía demasiado cansado como para continuar disparando. Mi vista se cerró un poco más, se oscureció. 

 

   —¿C-Cómo supiste que eso iba a matarlo? —me preguntó Aiden, y se quitó la camiseta para ponerla sobre la herida y presionar contra ella. 

 

   —Y-Yo no... —intenté decir.   

 

   —Creía que era un rumor... —dijo Eobard—. Una vez oí que la cura podía llegar a matar a los que llevan infectados demasiado tiempo. Había que intentarlo, parecía la única salida. 

 

    —El virus logra controlar por completo el sistema del infectado pasado un tiempo, y ese sistema colapsa al contacto con la cura. O eso creo... —Aiden alzó su mano, buscando algo—. Un cinturón. Necesito un cinturón —ordenó. Su voz se me hizo demasiado lejana. No, no podía desmayarme ahora. 

 

Sentí la presión del torniquete improvisado y el alboroto de un escándalo que comenzó a formarse abajo. Oí lata y madera chocando entre ellas y una puerta abriéndose bruscamente. 

 

   —¡Todos, entren ahora! —Aiden y Ethan intercambiaron una mirada nerviosa cuando escucharon esa voz que no se parecía a la de Cuervo ni a la de Scorpion—. ¡Con las manos sobre la cabeza! ¡Vamos, vamos! 

 

   —¿Qué está pasando? —pregunté. 

 

   —No sé, no te alarmes —Aiden me miró preocupado—. Mantente conmigo. No caigas inconsciente ahora. 

 

    —¡Hagan caso! —gritó Scorpion. 

 

   —¡Toma a Reed, Ethan! —ordenó Aiden—. Tienen armas, no nos queda de otra que hacerles caso. 

 

   —Puedes hacerlo, muchacho —me animó Ethan y le oí respirar profundo—. Ayúdame a cargarlo, Eobard —El cazador obedeció y me tomó para dejarme sobre la espalda de Ethan, quien volvió a inspirar cuando sintió mi peso sobre su espalda—. No te desmayes y sujétate. Vamos a bajar

 

    —¿Por qué contienes la respiración, E-Ethan? —pregunté. 

 

    —Porque el olor a sangre me marea.

 

    —¿Estás seguro de eso? ¿No es que la necesites como ese infectado?

 

El chasqueó la lengua.

 

   —Si vuelves a decir eso no me va a importar que te estés desangrando por el cuello y voy a darte un puñetazo —gruñó.

 

   —L-Lo sien... —No pude terminar la frase por el incómodo revolcón que azotó mi estómago cuando bajamos del techo de un sólo salto—. D-Dania y Sophie... —balbuceé—. No las dejen solas.

 

   —¿Estás loco o ya empezaste a delirar? Cómo demonios se te ocurre que las dejaremos solas —Las puertas de un edificio de apartamentos estaban abiertas y los cazadores ingresaban a el rápidamente con las manos en alto. Había personas con cascos y armas apuntándolos.

 

   —¡Manos arriba! —El cañón de una escopeta acarició mi cabello. No podía levantar las manos aunque quisiera.

 

    —¡Está herido, idiota! ¿No ves? Lo acaban de morder.

 

    —Entonces déjame darle un tiro. No vamos a cargar peso muerto.

 

   —¡No! —le gritó Ethan al hombre de traje negro y casco de motociclista que nos amenazaba—. Si te atreves a disparar juro por Dios que te rompo la cabeza. Tenemos una cura.

 

    —¿Q-Qué? —Ethan no contestó nada más y siguió a los cazadores que ingresaban en el edificio. Adentro, unas largas escaleras con hombres armados en cada unos de sus pisos nos recibieron.

 

   —Circulen, circulen

 

   —¿A dónde nos llevan? —pregunté sobre el oído de Ethan, por temor a que mi voz no se escuchase lo suficientemente alta, ya que apenas la oía salir de mi boca. Por un momento temí que ese infectado me haya desgarrado la garganta también.

 

    —No tengo idea, pero no te duermas.

 

Un disparo se escuchó en el lugar, y el eco que pasó entre las murallas de cemento lastimó las paredes interiores de mis oídos.

 

   —¡No quiero tener que matar a nadie todavía! ¡Sigan avanzando! 

 

En medio de un silencio, nos oí subiendo y subiendo, paso a paso, marchando como militares. No volví a escuchar disparos, ni los gruñidos y jadeos de los muertos que intentábamos vencer antes de que estas personas nos capturaran. Cerré los ojos un segundo, o eso fue lo que pensé, porque cuando los volví a abrir ya estábamos en la azotea de un edifico altísimo.

 

    —Déjalo en el suelo.

 

    —Está herido, necesita...

 

    —¡Déjalo! —Tres hombres apuntaron a Ethan y él se vio obligado a soltarme y dejarme tendido sobre concreto frío y mojado. Un arma me apuntó, directo a la frente—. Está infectado. Lo mordieron.

 

   —¡No, no, no! —Alguien corrió hacia mí y me cubrió con su cuerpo. Reconocí el aroma del cabello de Terence, que siempre olía a césped y a hierbas mojadas, por alguna razón—. ¿¡Están locos!? ¿¡Acaso no lo saben!? —tomó mi rostro con sus manos y apoyó su frente contra la mía—. Tendré que decírselos, lo siento —susurró.

 

   —V-Vermazul —balbuceé, sintiendo su respiración sobre mi boca y fijando mi vista en los hermosos ojos que tenía.

 

   —¿Qué?  

 

    —El color de tus ojos es vermazul.

 

    —¿L-Lo acabas de inventar, verdad? —preguntó con voz temblorosa. 

 

Me reí.

 

    —Todo muy romántico y lo que quieras, pero si no te apartas ahora mismo tendré que volarte la cabeza a ti también, pelirrojo.

 

   —¡No sabía que ustedes tuviesen métodos tan agresivos para tratar con la gente! —gritó Scorpion, quien tenía cinco armas apuntándole. Cuervo estaba en una situación similar—. Si le disparas a ese chico créeme que te arrepentirás. Y seguramente acabarás muerto —Él ni siquiera se inmutó cuando le golpearon en el rostro con una escopeta. 

 

   —Si están contigo no deberían ser tratados como gente.

 

   —¡Oh, pero es que ellos no están conmigo! —rió—. Y aun así les hice un favor al traerlos para acá. De seguro Morgan y toda la jodida Resistencia va a agradecérmelo. 

 

  —¿¡La Resistencia!? —gritó Ethan. 

 

   —¿De qué estás hablando? —preguntó e tipo que quería dispararme. 

 

En ese momento, más hombres llegaron volando, casi literalmente. Me di cuenta que había cables por todas partes. Cables de alambrado eléctrico que estaban conectados entre la azotea del edificio en el que estábamos y los edificios continuos. Y quizás cuántos edificios más estaban enlazados entre sí. Ésta era la idea más genial que jamás habría imaginado, cables que servían de transporte para ir de un lugar a otro, deslizándote entre ellos como si estuvieras en un día de campo haciendo tirolesa. Era una idea que no sólo era estupenda y creativa, si no peligrosamente silenciosa también. Y es que nadie mira hacia el cielo cuando debe mantener los pies en la tierra.

 

   —¿Qué tienen? —preguntó el último hombre que pisó la azotea, y que, de alguna forma, me pareció ser el líder de toda esta operación—. ¿Qué hace Scorpion aq... ? —intentó decir, pero algo pasó con sus palabras a mitad de camino que éstas dejaron de salir de su boca y él calló de golpe. Se quitó el casco y unos ojos verdes, llenos de sorpresa y escondidos tras unos lentes steampunks nos miraron a todos, recorriéndonos uno a uno. Apartó nerviosamente los mechones de cabello negro que se le pegaban al rostro que comenzó a empalidecer bruscamente, como si él estuviese frente a un fantasma—. ¿E-Ethan? —titubeó y sus ojos corrieron de un lado a otro, buscando—. ¿¡Aiden!? ¿¡Aiden Rossvet...!?

 

Todo el mundo fijó su vista en Aiden, que miraba a ese hombre con la misma sorpresa con la que él nos estaba viendo. Se levantó, sin importar las armas que le apuntaban y preguntó con la voz temblorosa y una efusiva sonrisa en los labios:

 

   —¿Eres tú, Teo?

 

   —¡Claro que sí!

 

   —¡Mierda! ¡Demonios! ¡JODER! —Aiden corrió hacia él y él también lo hizo—. ¿¡En serio eres tú!? —Ambos se encontraron y se apretaron en un abrazo que contenía tanta emoción que me dio escalofríos—. ¡Sigues vivo! 

    

   —¿¡No se habían largado en un avión!? ¿¡Cómo volvieron!?

 

    —¡Tu cabello ya no está rosa!

 

   —¿¡Y cómo demonios el tuyo creció tanto!? ¡Tú también creciste! ¡Mírate! ¡Estás más alto!

 

   —En serio no puedo creer que seas tú. 

 

   —¿¡Qué están haciendo!? —gritó el hombre, sin despegarse del abrazo de Aiden—. ¡Bajen las armas! ¡Ellos son de los nuestros! —inmediatamente todos obedecieron y de un momento a otro éramos libres otra vez. 

 

    —Creo que nos salvamos... —suspiró Terence, con los ojos vermazul húmedos por lágrimas que no alcanzaron a escapar de ellos. Besó mi frente—. En serio creí que te darían un tiro.

 

   —Creo que tengo suerte... —dije y cerré mis ojos, estaba cansado—. ¿Puedo desmayarme en paz ahora?

 

Terence me ayudó a levantarme y me tomó en sus brazos. Ambos nos quedamos mirando en dirección a una especie de abrazo grupal que se había formado entre mis amigos de Paraíso y ese hombre que conocía a Ethan y Aiden. Gritaban y reían entre ellos, parloteando como gallinas en un gallinero.

 

 Jesse caminó hasta nosotros y se quedó de pie a nuestro lado. 

 

   —Una vez Chris me dijo que la familia solía ser mucho más grande... —comentó—. Supongo que acaban de reencontrarse con un hermano —me miró y acarició mi cabello—. Creo que ahora puedes dormir. Ya llegaron los refuerzos. 

 

Miré a Terence, buscando, de alguna forma, su aprobación y él me sonrió:

 

   —Ya oíste al hombre —contestó, acariciando también mi cabello, pero sus dedos suaves me relajaban aún más mientras se enredaban en mis hebras—. Puedes desmayarte en paz ahora.

Olvidé el dolor en mi cuello, olvidé la herida y que me habían modido. Olvidé al infectado que hablaba y que me dijo que ellos eran la basura de esta crisis, olvidé por un momento a Steiss, a La Hermandad y al famoso Cobra. El abrazo que tenía frente a mis ojos era justamente el refuerzo que necesitaba ver. Ahora por fin podía relajarme. Me olvidé de todo y cerré los ojos. 

 

Necesitaba descansar. 

 

 

 

Notas finales:

Sí, señora y señores. Después de añooos sembrando dudas, vengo a decirles que el color natural del cabello de Teo no es nada más ni nada menos que negro xd 

 

Bienvenido de vuelta  a la acción  Teo :3

 

Críticas, comentarios, preguntas (más preguntas!?) a los personajes, etc? Pueden dejarlo todo en un lindo - o no tan lindo- review.

 

Abrazos! 


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