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Espejo por Kyu_Nina

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Notas del fanfic:

Drabble.

Notas del capitulo:

Disclaimer.


La Obra/Manga/Anime "Naruto" no me pertene, como tampoco sus personajes. Todo lo relacionado al mundo "Naruto" pertenece a Masashi Kishimoto.

 


Bienvenidos a este Drabble y, antes que todo, agradezco que tomaran un pequeño espacio de su tiempo para leerlo. [  (/=u=)/ yaay~ ]
Debido a la poca cantidad de palabras el escrito fue pegado tres veces.

Y... eso, [ o.ó? ] Nada más que decir~.

Sin perder detalle sus ojos recorrían cada parte del rostro frente a él, sus ojos tan azules como el mismo cielo, la gracia con que el revuelto flequillo caía sobre su frente, el perfecto puente de su nariz, esas mejillas que lucían las marcas gatunas de nacimiento dándole un toque exótico y la curvatura de sus labios; ¿Cómo describirlos? Su arco de cupido marcado pero delicado, labios finos pero de perfecto tamaño y en una delicada tonalidad rosa, pero no el rosa que conseguías al colocarte un labial o un bálsamo de dicho color que solo lograba dejarte una apariencia de grasa en ellos o brillo exagerado, no, su rosa era natural, pálido, perfecto.

Quien lo viera podría afirmar que era un gema en bruto, ¡Una reliquia de más de mil años y aun lucía como si estuviera recién pulida! Y por supuesto que esto para su “trabajo” venía de maravilla, para sus clientes no había nada más hermoso en el mercado y para sus compañeros de trabajo era una clara razón de envidia.

Sin embargo, algo había en él que no era perfecto, había una pieza que faltaba y carente de ello no era más que una simple muñeca de porcelana agrietada. Incluso podrías imaginarle tan perfecto, sentado en su vitrina de cristal con el único detalle de una enorme grieta cruzando su rostro. Roto.

Estiró su mano hasta tocar la superficie del espejo, tratando de acariciar su propio rostro por medio del objeto. ¿Era horrible verdad? Con todo el cuidado delineo sus labios incapaces de sonreír.

¿Qué le hacía falta a su vida? Aquello que podía convertir a cualquier persona en la más hermosa de todas, tan brillante que lograba opacar a cualquiera a su paso.

Su boca tembló, su voluntad desapreció y una lágrima le consoló. Eso que deseaba más que todo en el mundo era poder ser feliz.

Como si nunca hubiera estado ahí, su mano limpió la lágrima, se colocó perfume y salió de la habitación dejando solo el reflejo de su propio ser. Era hora de atender a su cliente.

 

 

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Sin perder detalle sus ojos recorrían cada parte del rostro frente a él, sus ojos tan azules como el mismo cielo, la gracia con que el revuelto flequillo caía sobre su frente, el perfecto puente de su nariz, esas mejillas que lucían las marcas gatunas de nacimiento dándole un toque exótico y la curvatura de sus labios; ¿Cómo describirlos? Su arco de cupido marcado pero delicado, labios finos pero de perfecto tamaño y en una delicada tonalidad rosa, pero no el rosa que conseguías al colocarte un labial o un bálsamo de dicho color que solo lograba dejarte una apariencia de grasa en ellos o brillo exagerado, no, su rosa era natural, pálido, perfecto.

Quien lo viera podría afirmar que era un gema en bruto, ¡Una reliquia de más de mil años y aun lucía como si estuviera recién pulida! Y por supuesto que esto para su “trabajo” venía de maravilla, para sus clientes no había nada más hermoso en el mercado y para sus compañeros de trabajo era una clara razón de envidia.

Sin embargo, algo había en él que no era perfecto, había una pieza que faltaba y carente de ello no era más que una simple muñeca de porcelana agrietada. Incluso podrías imaginarle tan perfecto, sentado en su vitrina de cristal con el único detalle de una enorme grieta cruzando su rostro. Roto.

Estiró su mano hasta tocar la superficie del espejo, tratando de acariciar su propio rostro por medio del objeto. ¿Era horrible verdad? Con todo el cuidado delineo sus labios incapaces de sonreír.

¿Qué le hacía falta a su vida? Aquello que podía convertir a cualquier persona en la más hermosa de todas, tan brillante que lograba opacar a cualquiera a su paso.

Su boca tembló, su voluntad desapreció y una lágrima le consoló. Eso que deseaba más que todo en el mundo era poder ser feliz.

Como si nunca hubiera estado ahí, su mano limpió la lágrima, se colocó perfume y salió de la habitación dejando solo el reflejo de su propio ser. Era hora de atender a su cliente.


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