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Recuperando lo robado por Scardya

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Notas del fanfic:

Bueno, pues aquí estoy, resubiendo el fic para los que sólo leen aquí. Hale, ¡a disfrutar! O a sufrir(?)

Notas del capitulo:

Empezamos suave, pero nada de confiarse o llorarán más(?)

Descanso, calma, tranquilidad, relajación, ¿y por qué no? Algo de desconcierto también. Un ambiente soporífero inundaba cada uno de los rincones del Imperio Kou, pero, ¿cómo? ¿A qué se debía tal extraño suceso? Ninguno de los residentes allí lo sabían. Se veía tan tentadora la imagen de un imperio tranquilo y controlado, tan apacible, que nadie se paró a pensar en las causas de aquello. Hasta ese momento. Tanta pasividad no era demasiado "normal", e incluso, un par de personas se permitieron comenzar a sospechar de un posible atentado a niveles catastróficos. Algunos agradecían, sin embargo, otros divagaban en sus caóticas mentes tratando de atar cabos perdidos en un mar de miedo inexistente.

Sin embargo, había cierta persona a la que poco le importaba aquella sospechosa situación, aunque, de cierto modo, le irritaba tanta pasividad.

No sólo el Imperio Kou, incluso Al-Thamen, la organización para la que trabajaba, apenas daba señales de actividad. En cierto modo, agradecía su actual libre albedrío al mismo tiempo que maldecía al no tener nada que poder hacer. Se le tenía completamente prohibido salir del Imperio sin permiso, y mucho menos, para provocar confrontaciones entre naciones o pueblos. Su desesperación iba en aumento, y podía jurar que en cualquier momento iba a entrar en un estado grave de psicosis, acompañado por una actitud irremediablemente más violenta de lo que debería.

Trató de calmar aquella sensación de nerviosismo e hiperactividad caminando por los interminables pasillos del palacio mientras recibía y olvidaba ideas aleatorias y sin sentido alguno. Algunas de ellas, recuerdos poco importantes. Como aquella vez que se coló en el interior del palacio de Sindria, del cual consiguió marcharse sin haber alertado a nadie, ni siquiera al mismísimo rey que allí residía. Recordó aquellos pasillos amplios, algunos con hermosas terrazas de arco de herradura hacia el exterior, desde las cuales podía apreciarse el pintoresco paisaje que Sindria ofrecía. Ah, esos pasillos, tan elegantes, tan acogedores… No podían compararse con los del Imperio Kou, no negaba que eran llamativos a su manera, pero aquel estilo arábigo tan característico que le llamaba la atención de una forma sobrenatural superaba con creces al oriental y "aburrido" según él, poseían los que estaba recorriendo. Sin comerlo ni beberlo, se le hicieron presentes las ganas de ir a visitar de nuevo aquel país. Si ya de por sí, le parecía atractivo, imaginaba cómo sería si estuviera cubierto por la destrucción, el fuego, la guerra, la oscuridad. -Ah, sin duda, sería algo realmente digno de ver.- Una belleza de distintos tonos carmín derramados en su superficie. La luz de las llamas iluminando cada una de las esquinas de sus calles. Las negras cenizas tiñendo las paredes y los tejados cual desierto en horas nocturnas, más el admirable tono oscuro de los rukh corrompidos que bailaban al son de los gritos desesperantes. Simplemente, hermoso.

Pero tuvo que volver de nuevo a su realidad, pues comenzó a notar un leve tirón en su pequeño manto blanco, lo que le hizo girarse para observar al causante. Más bien, la causante.

Allí estaba Kougyoku, quien, a pesar de saber que ya tenía la atención de Judal sobre ella, no soltaba aún la tela. Su rostro compungido delataba que ella era una de las personas que habían empezado a inquietarse con la calmada situación del imperio.

-Judal, siento que está pasando algo extraño. Me preguntaba si tú sabrías algo.

-¿Huh?-con un movimiento hizo que el flojo agarre de la princesa se soltara sin brusquedad mientras comenzaba a fruncir el ceño en molestia.- ¿Y qué quieres que yo sepa, bruja?

Kougyoku, quien, ante aquel grosero sobrenombre, trató de ignorarlo volvió a hablar, esta vez, un poco más tensa. Pues no tenía intenciones de hacer enfadar al muchacho, el cual no parecía estar muy cómodo tampoco.-Es que… Últimamente está todo tan tranquilo que da miedo. Incluso tú pasas más tiempo vagando por aquí, y eso sí es raro. No sé qué es lo que esté pasando, pero no es nada normal que se dé una situación como esta. ¿No te parece que es anormal?

El mago se cruzó de brazos.-Lo que a mí me parece es que estás paranoica, eso es lo que pasa. ¿A quién le importa lo que esté pasando o no? Por mí como si aparece una epidemia. –hizo amago de voltearse, dando a entender a la joven princesa que no iba a seguir conversando, y siguió con su interminable labor de pasearse. No sin antes chasquear la lengua, fruto del notable enojo débil que ahora tenía. ¿Quién era ella para interrumpir sus dulces pensamientos? Estaba muy entretenido visualizando uno de sus mayores sueños, y la interrupción no le sentó para nada bien.

Aunque, si lo pensaba detenidamente, Kougyoku tenía razón, algo debía estar pasando, y si Al-Thamen estaba involucrado, sería algo grande. Pero no le encajaba. ¿Por qué él, siendo su oráculo, no había sido informado? Ni siquiera convocado para alguna misión. -¿Y si esos viejos van a empezar a prescindir de mi poder?- No, aquello no podía ser. Le necesitaban, quisieran o no, él era un magi, uno muy poderoso, el único que poseía la pura fuente ilimitada del rukh negro que ellos usaban. Sin él, estarían perdidos aun teniendo a su "emperatriz". Por lo que descartó aquella idea.

¿Y si pensaban tomarse un descanso? -Oh, de verdad, ¿Es en serio? ¿Los viejos de la secta endemoniada estando de vacaciones?- A Judal se le escapó una leve risa irónica. –Imposible.

Detuvo su caminar y soltó un audible suspiro ronco. ¿Y si visitaba a Sinbad? Ya había salido del imperio con esa intención un par de veces aun estando prohibido. Empezó a reírse con desplante, pues se dio cuenta de que la vigilancia de Kou no era para nada envidiable. Eso o él era demasiado bueno en estrategias de fuga. Lo decidió, viajaría a Sindria de inmediato, no sin asegurarse antes de que fueran a prescindir de su presencia en el lapso de tiempo que estaría fuera. No tenía demasiadas ganas de ser castigado por Al- Thamen. Ya le ocurrió una vez, y no era un recuerdo especialmente agradable. Aquel primer y único castigo había sido lo suficientemente cruel y despiadado, pues poseía cicatrices, tanto físicas como emocionales, que ya no iban a desaparecer. Sintió un escalofrío recorrer desde sus hombros hasta el cóxis. –Qué desagradable…-. Apretó la mandíbula, reprimiendo las ganas de destruir la pared situada a su lado. Si quería marcharse debía comportarse de forma que nadie se acordara de él. Ser insignificante. Pero… Aquel castigo… Se llevó las manos a la cabeza y se tiró de los pelos evitando hacer ruido. -¡Maldita sea! ¡Los odio! ¡Los odio! ¡LOS ODIO A TODOS!- se gritaba mentalmente, inundado por la más temible de las rabias.- ¿Cómo no iba a odiarlos? Si le habían hecho sentir débil, dominado. Habían hecho de él un ser desprotegido y amenazado en tan sólo los pocos minutos que se convirtieron en horas que duró su castigo. Detestaba sentirse así, sentirse débil e incapaz de defenderse. Había sido algo realmente humillante. Y no tenía intenciones de volver a pasar por lo mismo, pero su rebeldía y cabezonería no le permitían abandonar la poca libertad que le quedaba, aunque él pensaba que era completamente libre. No era así. Se mintió a sí mismo hace y durante mucho tiempo atrás, y terminó creyendo su propia falacia. Aflojó sus manos y soltó su cabello tensando todos los músculos de su cuerpo y aspirando una gran bocanada de aire, para luego expulsarla.

Todo seguía igual de tranquilo y desértico, por lo que decidió que era el momento. Sacó su alfombra mágica y subió a ella, no sin antes inspeccionar cada lugar para asegurarse de su soledad. Se elevó en el aire hasta una altura considerable y tomó camino en dirección a la isla de Sindria.

Cómo anhelaba eso, la sensación de libertad. Las espectaculares luces del ocaso y la fresca brisa de las llanuras eran unas de las escasas cosas que realmente le agradaban. Sus preocupaciones se desvanecían, dejando paso a la nada. La calmada nada. Aunque fuera difícil de creer, incluso él tenía la necesidad de sentir tranquilidad, ya fueran pocas veces. Sentir continuamente emociones fuertes en exceso también podía agotarle. Se consideraba a sí mismo el magi más poderoso, pero no por ello dejaba de ser una persona, y como persona, tampoco era inmortal.

Ahora que lo pensaba, no tenía realmente una excusa decente para su repentina aparición en la isla sureña, pues su objetivo era colarse directamente en los aposentos del rey y distraerse a su costa. Hubo una vez en la que Sinbad lo sorprendió hurgando en sus pertenencias en plena noche, mientras este dormía. El sigilo no era una de sus mejores cualidades. El pobre monarca estaba en tal estado de sorpresa que ni tiempo le dio a dar la alarma en Palacio, pues Judal ya no se encontraba en la estancia. Al recordar esto, no pudo evitar reírse de forma honesta. Después de haber salido de la habitación no solo no se había marchado, sino que se asomó por la ventana desde fuera para observar con detalle las reacciones del "Rey Estúpido", apodo exclusivamente que él le había conferido y que nadie más podía usar. Pudo recordar cómo aquel hombre se levantó rápido de su lujosa cama llena de hermosos cojines con telas y adornos dignos de un rico jeque, registrando cada uno de los elegantes muebles con lámparas doradas y joyas, moviendo las finas y largas cortinas con flecos que hacían de paredes alrededor del mullido colchón, en busca de la ausencia de algo. –Pero qué bien vive, el desgraciado…- No podía evitarlo, sentía envidia, mucha envidia. Saber que él mismo hubiera podido ser dueño de tales pertenencias si Sinbad no se hubiera pasado media vida rechazándole. Él le ofrecía lo que cualquier otro ser humano no podía llegar ni siquiera a visualizar, le ofrecía incluso más de lo que debería darle como magi. Y aun así, la dura cabeza del rey seguía en la negativa. Sinceramente, no lo entendía. Se le escapaba la lógica.

Y de inmediato, se le prendió la llama sobre la cabeza. Utilizaría esa misma oferta como excusa. Él ya sabía exactamente cómo y de qué forma iba a responder el monarca, pero esa noche no era eso lo que le importaba. Usaría ese tema como una coartada para distraerse del aburrimiento que tenía últimamente, y ya de paso picaría un poco a Sinbad con cualquier cosa aleatoria para burlarse. Buscaba diversión, y de una forma u otra, estaba decidido a encontrarla.

El viaje no era corto, y eso le molestaba. Suponía que llegaría poco antes de medianoche, y en ese momento apenas oscurecía. Se le iba a hacer desesperante, pero era el precio a pagar. Era eso o quedarse en el imperio como un alma errante sin rumbo. Se tumbó boca abajo en la prenda voladora apoyando los codos, sobre estos reposaba el mentón en sus manos mientras su larga cabellera negra trenzada bailaba al contacto con el impacto del aire. Observaba desde las alturas las aldeas del desierto que se había hecho presente hace un rato, todas tan apacibles. –Se verían mucho mejor siendo destruidas.- Y de nuevo, comenzó a vagar en sus caóticas y destructivas fantasías. Era eso, la guerra, lo que más le apasionaba. ¿Por qué? Nunca se había parado a pensar en una razón. Se limitaba a sentir placer con el sufrimiento de otros. Oh, ¡y qué placer! Lo disfrutaba al máximo. Sobre todo cuando era él la causa. Se sentía poderoso, intocable. Típico del magi fanfarrón de Kou.

Así pasó gran parte de su viaje. El reino de Sindria se hacía visible entre el oscuro tono añil de las aguas marítimas. -Ugh, ¡al fin!.- Agradeció mientras alzaba la cabeza y los brazos de forma leve en gesto de plegaria. Se acomodó en la alfombra sentándose de piernas cruzadas, apoyando los brazos hacia atrás.

Una vez en la frontera, detuvo el avance. Ahí estaba su obstáculo; la enorme barrera mágica protectora del país. Por cortesía de Yamuraiha, la maga de la Alianza de los Siete Mares. -Tch, así lo único que provocan es que pierda tiempo.- Y ahí vinieron de nuevo las características quejas del magi corrompido. No existía momento ni lugar en el que no demostrara sus continuos desacuerdos con todo. De alguna forma extraña, siempre iba en contra de las demás personas, y la mayoría de veces, no era intencional. Esa era una de las razones por las cuales tenía tantas enemistades. Desde hace mucho sintió que el mundo iba en contra de él, y no al revés.

Sacó su varita y atacó la barrera de forma que sólo se hiciera un pequeño agujero por el que poder atravesarla sin provocar que saltara la alarma en Palacio. Una vez dentro, se felicitó a sí mismo por la hazaña, pues nadie había notado la infiltración. Continuó volando en dirección a la enorme edificación de estilo árabe en lo más alto de la isla, y se dirigió a la torre morada de Leo, en la cual se encontraban los aposentos del rey y de sus funcionarios. Dejó la alfombra sobre el tejado de esta torre y caminó hasta el borde en donde, más abajo, se encontraba una de las ventanas de la habitación del monarca.

El gobernante de la isla acababa de terminar el terrible papeleo que tanto le desesperaba. Se había sentado hace un buen rato en el enorme colchón a desconectar su adolorido cerebro. Incluso podría decirse que había muerto mentalmente. Sin embargo, esto no impidió que escuchara un repiqueteo proveniente del exterior. ¿Sonaba a uñas golpeando la pared externa del palacio? Ignoró completamente aquel sonido, dando por echo que había sido un ave y se tiró de espaldas en la cama. Pero ahí estaba de nuevo. Aquel ruido había cesado unos segundos para volver a escucharse. -¿Pero qué…?- El rey se levantó y se dirigió a la ventana. Sacó poco menos de medio cuerpo por la ventana y observó cada zona; derecha, izquierda, arriba y abajo. Mas no encontró nada. Eso sí que era raro. Volvió a meter su cuerpo dentro del cuarto sin moverse aún de su posición mientras continuaba observando hacia afuera, preparándose para asomarse de golpe cuando el repiqueteo volviera.

Esperó, y esperó. Y cuando ya iba a darse por vencido para volver a su cama, escuchó de nuevo, no era el sonido de antes, por lo que no se asomó, pero siguió estático frente a la ventana, observándola fijamente. Y…

-¡HEY!

-¡WAAHAA!- todo su cuerpo saltó de inmediato, pudiéndose comparar con un pilar de lo rígido que se había quedado. Si antes no había muerto por el esfuerzo cerebral, ahora lo haría por un infarto al miocardio. Pobrecito. -¿Eso ha sido Judal?- en ningún momento dejó de mirar el exterior de la ventana, y aun así, a quien creía haber visto ya no estaba ahí. Había visto a Judal asomarse boca abajo en la ventana. Apenas habían pasado unos cuantos milisegundos, y ya nada se encontraba frente a él. -Ugh, el trabajo me está volviendo loco.- se dijo, aún observando el mismo lugar.

Pocos segundos después, notó una corriente de aire caliente a sus espaldas, una muy pequeña corriente que chocaba con su nuca. Volvió a tensarse, esta vez de forma discreta, pues no sabía que era exactamente lo que estaba pasando ni lo que tenía tras él. Sintió esa corriente cada vez más cerca hasta notarla en su oreja derecha. Ya preparado para voltearse y encarar enfrentamiento.

-Hola, mi rey.-dijo el magi en un susurro, provocando un notable escalofrío en el cuerpo ajeno.

Sinbad, al reconocer la voz, se movilizó de inmediato formando una pose de defensa, y con una mueca severa en su rostro.

-Tú.-señaló ronco.

El muchacho sonrió impecable mientras levitaba dentro del cuarto.-Sí, yo.

-¿Qué es lo que quieres, Judal?- el monarca fue directamente al grano, pues no quería tener un indeseable enfrentamiento con esa persona, si es que así se le podía llamar. Podría terminar en desastre, y más a esas horas de la noche.

El alegre rostro de Judal se transformó en uno entristecido con un ligero mohín, el cual fingía. -Ouh, ¿qué pasa? ¿Es que ya no puedo venir a visitarte?-una faceta facial mucho más dura del rey fue lo que recibió como respuesta. -¿Por qué es tan cruel conmigo, Su Majestad? ¿No ve que me hace daño? -continuó con su tono victimista, que usaba para disfrazar sin esmero la gran burla que estaba llevando a cabo. Al ver que el silencio se prolongaba, suspiró y decidió seguir hablando, esta vez de forma sincera. -Muy bien, Rey Estúpido, -se cruzó de brazos. -tú ganas. Aunque te alegrará saber que no estoy aquí por nada en especial, simplemente es para pasar un buen rato contigo. -sonrió de lado. -Y agradece que esta vez no tengo intención de hacer algo malo. No todo en mi vida es destruir, ¿sabes? -rió discreto a la vez que levitaba hacia atrás para terminar sentándose a su antojo sobre el colchón real. Ante el desconcierto del monarca decidió cambiar el tema drásticamente, y mostró de nuevo esa sonrisa risueña, que quién podía saber si era real o fingida. -Una cama muy cómoda, por cierto. Eres un maldito mimado. -dijo, observando sonriente y de forma directa al hombre adulto.

En ese momento ya no sabía de qué forma debía reaccionar. Su principal enemigo estaba con él, en su cuarto, disfrutando de la esponjosidad de su colchón. Y no podía hacer nada, ya que el joven no había ido con malas intenciones, ni siendo una amenaza. Con lo cual, no podía dar realmente una alarma en Palacio. Y tampoco podía echarlo. Conocía perfectamente al magi frente a él, y sabía que si intentaba algo a la fuerza, este se revelaría de forma violenta, y eso era lo que menos quería. Los magi eran conocidos por su enorme e ilimitado poder y eran llamados "Magos de la Creación", casi similares a dioses en cuerpos mortales, mientras que los magos, simplemente, eran humanos con poder limitado. Un enfrentamiento contra uno de estos "creadores" significaba una muy posible muerte, y tal vez, destrucción de una parte del mundo como consecuencia de la batalla. Sinbad era poderoso, muy poderoso gracias a los djinns; genios de laberinto, que poseía, pero aún así no podía compararse con un magi. Incluso estos djinns trataban a los magi como amos y seres superiores. Debía calmarse. Había trabajado demasiado ese día y no quería estresarse más. Suspiró, descargando la tensión que tenía. Lo mejor en ese momento era tratar a Judal como invitado inesperado si quería mantener la tranquilidad en la estadía y que se terminara yendo sin provocar destrozos. Y sobre todo, para que su séquito en Palacio no fuera consciente de la presencia invasora del menor, si alguien llegaba a darse cuenta podría formarse un grave problema, más violento que otra cosa. Cedió ante la anterior "petición" del magi de quedarse con él para distraerse. Debía de estar realmente aburrido y desesperado para acudir a su rival para que le diera entretenimiento no peligroso/destructivo. Sinbad lo confirmaba siempre, si Judal estaba mal de la cabeza, él también lo estaba al mismo nivel. Todo lo que estuviera relacionado con el mago de Kou se le hacía imposible de comprender, incluido él mismo cuando estaba frente a su presencia. Era un enorme e incomprensible laberinto mental.

Caminó hasta su cama y se sentó en el borde opuesto al del muchacho de la larga trenza. Este lo observó y frunció levemente el ceño a la vez que inflaba las mejillas. -Para tu información, no tengo lepra. -cerró los ojos y se echó hacia atrás, tumbándose, esperando a que el rey dijera algo. -Hey, cuéntame algo, no sé, cómo van tus lacayos, la situación de tu amado país, o si has dejado en cinta a alguna de tus muchas putas contratadas. No se me haría extraño que tuvieras más de cuatro bastardos perdidos. -tras decir esto empezó a reírse, aunque de alguna forma, pensar en esa situación se le hacía asquerosamente molesto. Sinbad giró un poco la cabeza, lo suficiente para mirarle de reojo, mientras sostenía una sonrisa nerviosa y los ojos entrecerrados con un tic en la ceja, sudando frío. Lo peor de todo era que podía ser verdad. Tal vez no cuatro, pero sí uno o dos. Tenía fama de mujeriego, pero no solía llegar más allá del roce, pocas contadas veces había sucedido.

-Deja de decir barbaridades, Judal. -el rey a veces se preguntaba de dónde demonios había aprendido el chico ese lenguaje, sólo tenía 17 años. En esa época no era para nada normal que un joven usara esas palabras tan burdas, ni siquiera un adulto joven como él. Ambos se llevaban 11 años de diferencia, y podría jurar, que el menor era mucho más malhablado de lo que él mismo podía llegar a ser.

-Te pones así porque sabes que es cierto. -colocó sus manos tras la nuca, apoyando la cabeza.

-No voy a contarte nada. Quién sabe si luego se lo sueltas a Kouen. -dijo con un leve desplante refiriéndose al general Kouen, segundo líder del Imperio Kou y próximo candidato a Emperador. El magi abrió un poco la boca en señal de sorpresa mientras fruncía un poco las cejas.

-Oh, eso ha sido bastante ofensivo, Rey Estúpido. Tampoco es que fuera a decirle algo a ese sujeto. Me importa una mierda si es o no el futuro Emperador, ya sabes que yo no discrimino de ser odiado a nadie, tenga la posición social que tenga. Por mí como si se convierte en el rey y soberano del mundo, no empezaré a tratarle mejor sólo por eso, me llevaría un disgusto si algo así pasa. -Sinbad escuchaba en silencio sin ningún tipo de expresión. -Aunque… -se incorporó y se sentó más cerca del monarca con una sonrisa un poco siniestra. -No me importaría si fueras tú el que lo hiciera.

-Judal, no empieces. Mi respuesta seguirá siendo "no". -dijo mientras miraba aquellos inquietantes rubíes carmesí que poseía por ojos.

-Lo dices tan convencido que parece que ni siquiera lo has pensado. -se levantó y se puso de pie frente al rey. -¿No era ese tu sueño? Cambiar el mundo. Pero parece que no te das cuenta del detalle más importante. -se acercó sonriente. -Para poder cambiar el mundo a tu antojo, primero necesitas… -se inclino hasta su oreja.- ser el soberano de todo. -dijo en voz baja para luego volver a su postura inicial, esta vez ladeando la cadera y con una mano sobre esta. -Dime, Rey, ¿de qué forma piensas llegar a serlo? -Sinbad apretó la mandíbula.- Esa política tuya de "No conquistar, y no ser conquistados" es un gran obstáculo para tu objetivo si lo piensas bien. Si no conquistas, no ganas territorios. Por lo tanto, te quedas en tu pequeño rincón en medio del mar. -con esas palabras consiguió incomodar al rey, pues eran ciertas. -¿Cómo quieres aspirar a ser el rey de todo si no eres capaz de salir de aquí y conquistar más países? -Sinbad soltó una risa burlona.

-¿No crees que se te escapa algo? Tal vez no conquiste países, pero las alianzas son importantes para hacerlo. Si un país aliado cae en la ruina, inmediatamente Sindria se hará cargo de él y lo ayudará hasta conseguir resolver todos sus problemas, y para poder hacerlo, ese país deberá pasar a formar parte de ella. A eso se le llama conquista pacífica. -aclaró, haciendo énfasis en la última palabra. -¿Conoces esa palabra, Judal?

-Mph. -resopló, para luego volver a mostrar esa sonrisa socarrona. -Reconozco que es un método aunque no sea mi favorito. Pero… -se cruzó de brazos, manteniendo aún su cadera ladeada. -¿Qué pasa con esos muchos países que son más prósperos que Sindria? Podrás conquistar unos pocos territorios miserables, pero no podrás hacer lo mismo con los otros. Te quedarás estancado. Y entonces, ¿que harás? ¿Provocarás la ruina de tus países aliados para someterlos? Sabes bien que tienen su orgullo, no se dejarán conquistar de la forma en la que tú quieres. Básicamente, de ninguna forma. ¿Serías capaz acaso de llevar a tus territorios aliados al fondo del pozo para gobernarlos? Y sobre todo, ¿que no te descubran como traidor? -la expresión de Sinbad durante esa explicación había sido una completamente llena de angustia. Judal llevaba la razón en sus palabras aunque no quisiera creerlas. Empezó a sentir un peso en su garganta, un desagradable malestar en su abdomen, y empezó a ser consciente de su respiración, por lo que se le hizo más incómoda la acción de respirar. Al ver al rey en tal estado, el magi no desaprovechó la ocasión, había conseguido crear una brecha por primera vez en el adulto y no iba a despercidiarla. Se acercó con fingida preocupación y se inclinó hacia él apoyando las manos en sus rodillas, acción que provocó que su negra trenza cayera hacia delante sobre el hombro. -Hey, vamos. No estés así. En algún momento te darías cuenta. No es el fin del mundo. -sonrió. -Creo que deberías replantearte mi oferta. Como magi, tengo la misión de escoger un candidato a rey. Un candidato que lo tenga todo; poder, fama, seguidores, fieles… Te escogí nada más verte por primera vez, pero siempre te niegas a cooperar conmigo. En lugar de eso, hiciste que nos volviéramos enemigos, ¿que tienes en esa cabeza tuya, rey idiota? -dio unos leves golpes sobre la cabellera lila. Inmediatamente, Sinbad apartó su mano con un deje de cansancio. Judal suspiró y se sentó justo a su lado. -Veo que al fin reflexionas. Así que… -se inclinó apoyando los brazos sobre el hombro ajeno. -¿Qué me dices? Fama, poder, admiración, total control sobre todo; ese es tu deseo. Pero no tienes a nadie que pueda cumplirlo. -el monarca de Sindria continuaba con la mirada en el suelo. El joven de piel pálida se inclinó un poco más, acercándose de nuevo a su oreja, esta vez, más alejado que las veces anteriores. -Yo cumpliré tu deseo. Serás el rey del nuevo mundo, la más alta autoridad. Con mi ilimitado poder, y tu capacidad y talento no será complicado. Someteremos al mundo por completo, sólo tú y yo, lo gobernaremos todo, cada rincón de tierra, cada gota de los océanos. Déjame ser tu magi, quien conceda todos tus deseos. Será entonces, que el mundo será tuyo. -tomó con una mano la cara del hombre e hizo que lo mirara, que mirara los, ahora brillantes y potentes, ojos carmesí que poseía. -Sinbad, conviértete en mi rey. Mi magnífico y poderoso rey.

Notas finales:

¡Ahora a por el siguiente! No sé cuánto tiempo me lleve esto, espero que poco.


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