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Sweet Poison. por Baozi173

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Fue la sensación de lluvia en invierno lo que sacó a KyungSoo de su casa y lo atrajo con luces neones hasta el centro de Seúl. El perder gran parte de su vida en un trabajo mediocre y un hombre; para ese momento su exnovio, que le borró la última pizca de emoción fue lo que le vino al mente cuando se halló perdido entre calles y avenidas que no se tomó la molestia de reconocer, estaba desempleado desde esa mañana, y su energía de hacer lo que quisiese lo estaba traicionando. El muchacho blanquecino, de cabello negro y lacio salió a beber por una causa perdida en algún pasaje de su vida que su memoria no logra visualizar. El tumulto que representaba la gente en los bares siempre fue molestia para él, le huía a las multitudes. Esa noche fue la excepción y lo marcaría de por vida.

-Una más, ¡Que lo tragos no se acaben! -Pidió divertido repetidas veces al muchacho que atendía colocando seguidamente un billete nuevo sobre la barra. Cuando el alcohol entró y el fuerte sabor del vodka bajó por su garganta le quemó hasta lo oídos, buscando asentarse en su cabeza. El licor le dio vuelta a los sentidos hasta borrar el bullicio externo. Sus pies bailaron, giraron y se estrellaron llevándose consigo su cuerpo.

Su torso se estrelló contra un muro cuando sus oídos volvieron a percibir la música, un joven alto y con los ojos tan oscuros le estaba tomando con rudeza por la cintura. Sus principios ya no estaban bien puestos, no estaban tal vez. KyungSoo ignoró la figura que oprimía su cuerpo sudado contra las paredes. Dejó la miseria fluirle por la sangre, la necesidad que le arrastró a recibir los finos y expertos labios. Los dedos que jugaban con su cabello y le revolvían las ideas al meterse entre las chuecas hebras. KyungSoo habría de haberse vuelto loco, su ritmo cardiaco estaba al límite, y el alcohol que viajaba por su cuerpo solo empeoraba el asunto. Si la curiosidad mató al gato, KyungSoo estaba enterrado.

¿Qué ves al dormir? Seguro no lo recuerdas, seguro el cuerpo te cae tan pesado que es difícil disimular el cansancio con sueños. El brillo, el cielo pintado de azul con ese fresco que te recorre. ¡Tan hermoso como para atesorar! El sueño, el lugar más tranquilo dentro de uno mismo. La voz que KyungSoo no sabe de dónde salió le susurró, adelantó dulcemente el final de la historia con un duro golpe en su cabeza, soñó sano por última vez.

«Nos vamos ahora, bebé.» Después todo se volvió borroso en su memoria, su cuerpo mantiene el recuerdo del morboso tacto sobre su ropa y la agitación que el extraño provocó; pero después nada. Un vacío oscuro, una caída profunda y dolorosa.

Claro, Jongin sí sabe qué pasó luego, porque él delegó por completo ese encargo. El transporte y registro del muchacho como nueva adquisición para compra y venta de su negocio clandestino. Ese que manejaba por diversión a espaldas de los dueños de la ley. Nadie sabía, una persona o dos cada mes ¿Quién las notaba desparecer? La venda sobre los ojos nublando lo que en realidad pasada, su parte favorita del proceso. El regocijo de sus ideas, y es que nadie adivinaba que pasaba por su cabeza, y tal vez no queríamos encontrarnos con la respuesta. Una persona tan retorcida e intocable. Su perfume ahogaba y sus ojos devolvían un poco de oxígeno.

La mañana siguiente fue un golpe en la memoria para KyungSoo.

«Despertaste.» Fue una voz lisa, femenina, pero apagada y gastada. Él estaba desorientado, con el cuerpo entumecido y los brazos inmovilizados. Era una habitación oscura, la luz del pequeño pasillo que se hallaba cruzando la puerta no lograba alumbrar a través de las rejillas que funcionaban de entrada. Tragó duro y un gemido doloroso se atropelló en su garganta cuando exploró mejor el rostro de la mujer a su lado.

Marcas en sus brazos y un golpe reciente en la boca que dejaba un rastro sangrante sobre la comisura de su labio inferior, uno que no se molestó en tratar. Ella estaba en la esquina opuesta de la habitación. Igual que él, sus brazos y piernas enredadas en cuerdas gruesas y grises por el uso.

-¿Qué pasa? –preguntó con un hilo de voz, asustado y ahogado.

«Te descuidaste.» Dibujó las sílabas con su boca, sin querer hablar más y con una sonrisa torcida. En sus rasgos podía percibir un poco de ironía, como una pequeña burla a la suerte ajena que lo trajo al mismo hoyo que a ella.

KyungSoo no comprendió de inmediato. Quiso liberarse del agarre, sus muñecas temblaron y sus piernas no reaccionaron al intentar ponerse de pie. Fueron minutos mudos en los que la mujer se dedicaba a observarlo, la expectativa no era mucha. Ella había intentado lo mismo dos semanas, día tras noche buscando la luz del sol. La esperanza para ella se había acabado. No le quedaba mucho por vivir, tal vez no ahí. Un comprador para ella había parecido hace un par de días, el maltrato contra su persona se había reducido, la comida era menos cada vez. Ella no pensaba en ser libre de nuevo, solo deseaba sentir una vez más el oxígeno, y si el cielo se lo permitía, lo haría en unos días.

Un sonido se coló por el pasillo, las puertas del sótano habían sido abiertas. La espalda del joven se tensó, se pegó a la pared cuando vio a un par de hombres altos y fornidos entrar. El pulso se detuvo, estaba aterrado de una manera tan extraña que su cuerpo no reaccionó. Un hombre alto, joven, sonriente y atractivo entró detrás del par. Una camisa sobre un pantalón gastado que combinaba con la sonrisa chueca de su rostro. La voz gruesa y profunda se pasó por la piel de los presentes, erizando el vello de los brazos. Dio una orden; divertido.

-Levántela, vendrán por ella. -Pronunció para que luego la mujer sin fuerza de voluntad ni física, se dejara llevar sin chistar. El par de hombres empezaron con el mandado, cogiendo con facilidad el cuerpo liviano. El jefe, Jongin, desvió su mirada al nuevo. Le sonrió y con las manos en los bolsillos se acercó coqueto.

-Si te portas bien, todo saldrá bien. –advirtió al tiempo de chasquear los dedos y que, como una petición muda, uno de sus acompañantes le abrió la puerta para que pudiera poner los pies fuera de la habitación.- Te veré luego.

Y el silencio volvió. Escuchaba su respiración, el aire que su cuerpo retenía y expulsaba apurado. Los ojos se le aguaron, la violencia de sus gritos se presentó toda la noche, sus alaridos exigiendo ayuda. Lloró hasta secar sus miedos. Y ahí, recordado de lado contra el muro descascarado por la humedad se dio cuenta de que no saldría nunca más, no por ahora.

KyungSoo levantó una plegaria por sí mismo, pero nadie lo escuchó. Podríamos decir que fue olvidado, no era nadie. Tal vez no había nadie allá arriba que viera por él, quizás no importaba su pérdida o podría ser que solo estaba rezándole a un montón de estrellas.

¿Qué sabemos de la locura y de cómo se adueña de nuestra cordura? Es posible que ese otro lado de la lógica sea más sublime y seduzca tanto a sus visitantes que los obligue a quedarse. No lo sé, KyungSoo encontró algo que lo salvó de lo existente.

-No intentes siquiera salir, estarás por siempre cerca, hasta que él lo decida. -Amenazó uno de los hombres sin nombre. Fue lo único que obtuvo de esos anónimos. Por alguna razón la tranquilidad que le transmitió esas palabras fue la suficiente para acabar con el peso de su pecho, el que lo quería obligar llorar por una moción perdida.

La realidad del mundo allá afuera se despegó. El encierro y su aliento como única compañía durante tantas horas fue lo que provocó el desajuste inmediato. Encontró la libertad en un seductor recuerdo con sabor a cariño. La locura personificó el enamoramiento confuso y demente. Atrapado en su propio país de las maravillas, imaginó por primera vez con un beso profundo, uno que su memoria no le volviera a arrebatar y cuando estuviera a punto de romperse lo recordase con nostalgia. Kyungsoo había despertado en una pesadilla interminable, una que pronto se convertiría en su ensoñación favorita, donde su carcelero era su guardián. El ángel de la guarda que no llegó a vigilarlo, vino con retraso a cuidarlo.

-¿No quieres comer? -Preguntó Jongin entrando a grandes zancadas a la habitación. KyungSoo negó con una pequeña sonrisa sin decir nada, solo tomando más cerca las paredes y su piel.  Confiaba en el dolor de su cuerpo, las costillas que se ajustaban y apegaban cada vez más a sus pulmones y el hambre que se había profundizado en su garganta, confiaba en eso para atraer la mirada de Jongin.

Lo soportaba por escuchar su voz al quejarse.- Pues habrá que solucionarlo.

Jongin como principal atracción del retorcido plan maestro se apoyó en la pared a su lado. Lo primero que veía al despertar, quien lo acompañaba a consumir su única comida del día y lo último que veía antes de que se apagaran las luces y lo dejaran sumiso en su dulce desdicha hasta la mañana siguiente.

Dulce secuestro, eso parecían cantarles las paredes, lo mismo que le decía la voz de Jongin cuando venía junto a uno de sus acompañantes para darle el desayuno. Esa fue su canción de cuna favorita. No importaría que fuera lo que decía, el verdadero significado de sus frases, KyungSoo atesoró la melodía de cada una de sus palabras. Lo cuidaba, KyungSoo se convencía de eso. Nadie haría que KyungSoo sintiera igual, nadie dibujaría mejor el dolor sobre su piel sin tocarla, y no deseaba nada más que probar esos finos y obscuros labios. Aunque en el proceso le rompiera el corazón, se lo estrujara y desechara. Era su historia de terror favorita, en la que se quedaba para siempre con su salvador. La perfecta fábula de amor destructivo que no le contaría nunca a nadie.

-¿Por qué sonríes? -La segunda pregunta se la dirigió Jongin mientras calaba su cigarro y le arrojaba el humo sobre el rostro.

KyungSoo no respondió, de nuevo. Estaba roto, la garganta se le partió la primera noche con los gritos. El temblor de su cuerpo había pasado de sus brazos a sus labios intentando articular las palabras que en su mente se dibujaban neones.

-Soy la bestia, ¿no deberías temer? -KyungSoo negó con la cabeza, sonriendo tímido mientras intentaba arrastrarse para llegar  a los pies de su dueño, más él dio un paso atrás. Las cuerdas en su torso lo retuvieron, no avanzó mucho, pero pudo sentir con más claridad el olor a menta que despedía Jongin de su ropa. Aun quería sentir el frío de las cadenas que llevaba alrededor de su cuerpo, aunque eso tal vez sería luego, un deseo que pediría después al firmamento nocturno que ya no recordaba.

«La verdad, no.» respondió en su mente, escuchando su propia voz resonando en su cabeza. Su vida había dado vuelta. Su razón eran garabatos, destrucción en el aire. ¿Cómo culparlo? Le había robado la vida. Estaba estropeado.

Pero KyungSoo disfrutaba su locura, no se daba cuenta de que estaba así, consideraba que había sido salvado de sí mismo. La cordura era peligrosa, era lo que había aprendido, prefería imaginar que las paredes desconchadas y los arañazos sobre la pintura pálida no estaban ahí.

Si se enamoró de algo, seguro fue de la compasión, la misericordia que no permitió que su destino lo siguiera maltratando. Jongin nunca lo golpeó, aunque pudo, aunque tuvo la oportunidad y las ganas de romperle los huesos y escucharlos quebrarse bajo la fuerza de sus nudillos.  No, como un caballero, guardando compostura hasta el final le dio su último regalo de vida antes de que su nuevo dueño se la quitase. La usual despedida como agradecimiento por su estadía. Jongin procuró actuar bien su monólogo antes de que las puertas terminaran de abrirse y KyungSoo recordara lo que era el aire liberado de aroma a humedad y la tranquilidad como auténtica luz de luna. Le tomó por las mejillas, esos sucios mofletes que un poco arañados por sus propias uñas aun lucían un tono blanquecino.

Lo besó de lleno en la boca, buscándole el sabor. Un beso tan largo, KyungSoo sintió como el corazón se le partió, el crujido que emitió su pecho. Las ganas de levantar sus manos y colocarlas sobre el cuello de Jongin era lo único que le faltaba a la fantasía cumplida.

-Nos vemos luego, con suerte, pequeño. -Finalizó dándole una palmadita en la espalda y dejando que sus dos encargados hicieran su deber y terminaran el trabajo.

Jongin no lo sabía, no lo sospechaba, pero el chico que estaba dejando ir le entregó su corazón sangrante que aun bombeaba, se lo dio con una mirada sutil mientras la puerta principal se abría y la noche empezaba a tomar posesión de los lugares que corría por alcanzar. Caminó con la mirada fija atrás, no prestó atención donde pisó ni a donde se dirigía. Su cuerpo era guiado por los dos hombres que seguían vestidos con tonos tan oscuros. Eso era suficiente para confiar en que podía dedicarse unos segundos más a ver a Jongin que cerraba la puerta de su hoyo dejándolo tan atrás como al resto de las personas que, para su mala suerte, habían pisado ese lugar. Al ser lanzado dentro de la furgoneta, esperando verle más tarde y atascado en el veneno de los labios de Jongin, KyungSoo detuvo su imaginación por un momento y permitió dormir en el suelo de la parte trasera del auto mientras el movimiento de las llantas bruscas contra un camino agrietado desaparecía con el loco sueño de libertad que alguna vez tuvo.

Jongin no se inmutó, no se asomó a mirar entre las persianas. Tomó lugar en su mullido sillón y esperó a que el par de hombres regresara pronto. Tomó el cigarro que aún permanecía sin encender sobre su cenicero colocándolo entre sus dientes, impaciente por darle una probada al humo y nicotina.

El muchacho ebrio y fuera de sí mismo fue el ángel de piel pálida al que Jongin se encargó de arrancarle las alas, despojarle de sus plumas una a una hasta vaciarle el alma. No importó si lo lastimaba, si la pérdida de su cubierta blanca y sedosa fuera dolorosa, era su trabajo. KyungSoo no pudo volar cuando Jongin por fin lo soltó, cuando abrió la jaula dirigida a las constelaciones y los pequeños infinitos que él no pudo conocer cuando tuvo la oportunidad. Era un cuerpo herido que se arrastraría por frías sábanas y sangre le caería por su espalda cual lágrimas por sus mejillas. KyungSoo ha de ser la mejor venta, la que Jongin en noches húmedas con lluvias de invierno podría recordar.


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