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Chico de ojos grises por Sabaku No Lola

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Notas del capitulo:

Disclaimer: One Piece y sus personajes no me pertenecen, son obra de Eiichiro Oda.

¡Que lo disfruten! 

Chico de ojos grises

 

En la mayoría de los casos no necesitaba a otra persona. En realidad, casi nunca necesitaba a otra persona.

Desde chico fue muy independiente, hacia lo que quería y nadie le daba órdenes. Entrenaba solo, como debía ser, una compañía solo hubiera significado un estorbo. Y a él le desagradaban los estorbos. Después de la muerte de Kuina entrenó hasta niveles impensados con el fin de superarse día a día para cumplir el sueño que ambos se habían propuesto. Partió del dojo donde había vivido para enfrentarse al mundo, para desafiar al mejor espadachín, con la cabeza en alto y tres katanas bajo el brazo.

Su viaje no fue nada fácil, por no decir que fue un fracaso. Zoro tenía muchas habilidades, pero una que jamás tendría era el sentido de la orientación. Las diferencias entre izquierda y derecha, norte y sur, este y oeste, eran un idioma que el espadachín no llegaba a comprender. Y como si no hubiera otra manera de seguir, Roronoa Zoro terminó extraviado en el gran y extenso océano.

Todo por estar siempre solo. Pero el jamás admitiría aquello.

Aun así, con el correr de esos días en los que permaneció perdido por el mundo, empezó a sentir extrañas sensaciones que no lo dejaban dormir tranquilo. Se quedó durante unos días en una casa abandonada a orillas de una isla, no vivía nadie por la zona y él podía darse un baño como Dios manda.

Una buena noche, en la que se acostó sin secar su cuerpo después de salir del agua, concibió un sueño erótico. Abrumado, se levantó de golpe con un bulto apretado en su ropa interior. Más que excitado, Zoro estaba terriblemente confundido. Era joven y era normal tener esos deseos, pero era la primera vez que el necesitaba “ese” tipo de atención. También le pareció extraño el que estuviera tan acalorado y tembloroso. No pudo pensar más porque el dolor se empezaba a hacer presente.

Miro para ambos lados para asegurarse de su nula compañía, tragó en seco y volvió a mirar su entrepierna. No quería tocarse, pero el dolor aumentaba. Finalmente, resoplando con mucho pesimismo, decidió poner fin a la vergonzosa situación.

Se aseguró que el intento de casa estuviera completamente cerrado, corrió las telas que hacían de cortina y allí, bajo el manto oscuro de la noche, se sentó en la cama con una frazada que lo cubría por completo. Se acurruco en ella, estaba sentado sobre la cama totalmente cubierto. Y allí, en medio de la noche, deslizo sus temblorosas manos hasta su miembro. Su respiración empezó a agitarse a medida que hacía el bombeo con sus manos, de su garganta querían escapar cortos gemidos, pero él los callaba todos. Deseaba acabar de una vez, pero el mundo no es tan bueno como parece.

-          ¿Te ayudo? -

La voz vino desde el fondo, incluso creyó que salió de su propia imaginación. Bajo la frazada él no podía ver nada, solo se limitó a dejar de moverse y tratar de normalizar su respiración.

Se empezaron a escuchar pasos, iban lentos pero firmes.

-          ¿Ya acabaste? –

Volvió a preguntar, estaba cerca de la cama, Zoro podía sentir su presencia a solo centímetros de él. El intruso corrió la frazada y él intento tapar su miembro por instinto. Ambas miradas chocaron, Zoro pudo apreciar los ojos grises del chico que lo miraba. Su mirada era penetrante, su porte era el de un Dios.

El intruso examinó su rostro detenidamente, luego recorrió su cuerpo entero y finalmente volvió a posar su mirada en lo que el peliverde trataba de ocultar.

-          Veo que no - Y sonrió de lado.

-          No te acerques - Advirtió el espadachín, su miembro volvía a producirle un dolor lacerante. – Si lo haces, te mataré –

-          ¿En serio? – El peliverde giro su visión y vio sus tres katanas al otro lado de la casa - No las necesitarás –

Y volvió a acercarse al peliverde, esta vez con más decisión. Apoyó sus manos en la entrepierna del espadachín y presionó con fuerza. Zoro no pudo evitar soltar un gemido.

-          Tranquilo, solo haré que te sientas bien –

-          ¿Po-Porqué… ah… entraste? –

-          Yo estaba durmiendo acá antes de que tú llegaras – Aceleró un poco sus manos, haciendo que el espadachín presionara los dientes con fuerza. - Gracias por la comida-

Zoro entendió porque la comida se le acababa tan rápido si el la racionalizaba lo más que podía.

-          Incorpórate un poco – Zoro hizo caso omiso a la orden, sin saber muy bien por qué.

El chico de ojos grises se sentó con la espalda contra la pared y condujo al peliverde para que se siente a horcajadas sobre él. Zoro se rehusó al principio y finalmente lo hizo, le daba tanta pena que apoyaba su frente en el pecho del intruso, este último solo sonreía con la situación.

-          Yo no era el que se estaba masturbando – Dijo, y luego siguió bombeando con sus manos.

Zoro era totalmente desconocedor del increíble show erótico que estaba realizando.

Siguieron así unos momentos, el chico de ojos grises lo tocaba con una mano mientras la otra seguía en el miembro del peliverde. Ahora no solo la respiración de Zoro era agitada, el intruso también estaba en una situación parecida. Los latidos de ambos corazones resonaban en la casa, la temperatura subía y la situación se desbordaba. 

Sin poder contenerse, el misterioso chico deslizó una de sus manos a la entrada de Zoro y presionó con fuerza, soltando un gemido ronco y profundo.

-          N-No… – Empezó el peliverde, aterrado.

-          Entonces hazlo con tus manos – Y condujo las manos del peliverde al bulto en sus pantalones. Se separó un poco de él y se sacó la remera, dejando ver un trabajado abdomen. – Vamos, empieza. -

Zoro no fue consiente hasta ese momento del estado del intruso, con algo de pavor empezó a masajear el miembro del otro chico, tratando de imitar el mismo trato que él estaba recibiendo. Los momentos siguientes fueron suspiros, caricias y cortas cosas que se decían entre ellos. Acordaron no revelar sus identidades y mantener eso como un secreto entre ambos, sin saber cada uno mucho sobre el otro. Durante lo que duró, el chico de ojos grises siguió masajeando la entrada de Zoro, pero le prometió que no llegaría a más que eso, solo quería seguir tocándolo allí con la lujuria de saber que nadie lo había hecho hasta entonces. El peliverde lo permitió, a cambio de que el chico se sacara el gorro que llevaba puesto. Se mostró muy reacio al principio, pero al final se lo quitó.

Zoro acabó primero, y momentos después lo siguió su compañero. Mientras sus respiraciones se normalizaban ambos se quedaron en la misma posición, sin ser capaces de salir del trance. Zoro levanto la vista sin saber muy bien que decir, el intruso tomo su mentón rápidamente y lo beso.

Un beso largo, profundo y con sentimientos encontrados. Sus cuerpos no se fundieron en uno solo, pero se entregaron en todo lo que eran. El beso duró unos momentos, mientras aún estaban acalorados y confundidos. Cuando se separaron, el chico de ojos grises se acostó en la cama y condujo a Zoro a que haga lo mismo, se cubrieron con la frazada y así, juntos, durmieron esperando la nueva mañana.

 

(OuO)……(OuO)……(OuO)……(OuO)

 

Se levantó de golpe y mirando en todas direcciones, buscando con la mirada a quien sea que haya estado ahí. < ¿Un sueño? > Pensó confundido, sin embargo, lo recordaba tan real… Incluso podía jurar que aun sentía las manos de aquel intruso sobre su cuerpo. Miro sus manos, su cuerpo, la ventana y suspiró. No había nada distinto, solo el recuerdo de un chico de ojos grises que le carcomía la mente.

Apoyó sus pies sobre el suelo y al buscar su ropa encontró una rosa sobre el borde de la cama. Era fresca ya que aún tenía el rocío de la mañana, de un rojo intenso y con un aroma dulce que impregnaba. Nunca había visto rosas en las islas, por lo que la tomo entre sus manos para apreciarla y un fuerte sonrojo se evidenció en su rostro.

< No, no fue un sueño. Pero esto significa que él ya se fue. > Sintió una ligera decepción que jamás en su vida admitiría. Luego, se levantó para buscar un desayuno, ya que no le quedaba ni una sola fruta para empezar el día.  

 

 

 

Notas finales:

Notas de la autora: ¡Hay segunda parte! ¡Vamos, vamos, vamos! 


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