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Amantes de la luna. por Eriel

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Más, más pedían ambos hombres con gritos lujuriosos, cargados de deseos, ambiciones, pasión joven y ardiente.

 

Sus cuerpos danzaban, aquel vals tan antiguo como la propia existencia, ese que no es necesario enseñarse. Sus anatómias mezclándose entre sí, formando un solo cuerpo, una sola alma, aunque sea por un tiempo, daban la impresión de ser perfectos, el uno para el otro, pero eso estaba por verse.

 

Se movían agilmente, eran jóvenes, unos niños aún, tenían el vigor y la pasión a flor de piel. Eran dos tiernos capullos destinados a florecer en la tristeza y la soledad, si ellos no lo impedían.

 

Sus masculinas facciones se desfiguraban ante tal torrente de lujuria. Ninguno hablaba, salvo esos gemidos e indicaciones toscas que soltaban inconscientemente. No tenían nada que decirse, la vida no había sido benevolente con ellos en aquella situación.  Era por ello que ahora se aman con tanta fuerza, tratando de dar todo de ellos, para que al terminar ya no sintieran nada. Pero eso era imposible.

 

Ambos sabían lo que sucedería sí los encontraban juntos, si alguien sospechaba algo, por eso también sabían que esa era la primera y la ultima vez. 

 

Esos dos muchachos, que se amaban en secreto en aquella cama de un sucio hotel de paso, habían sido amigos desde su más tierna infancia. Siempre juntos, eran inseparables, y en ese momento más que nunca.

 

Sus familias amigas desde antes de su nacimiento habían sido las culpables de su relación, lo único positivo que hicieron por ellos sus padres. Jamás se les ocurrió la idea de contarles la naturaleza de su relación, sabían cual seria el desenlace.

 

Por eso es que durante su niñez se disfrutaron a pleno y sin restricciones. Ya al crecer y notar que ellos no eran sólo amigos con un cariño fraternal, asumieron su relación y sin previo aviso durante el día jugaban a ser como los "niños normales". Pero durante la noche eran ellos mismos y vivir a dos calles de distancia era una ventaja.

 

El amor de ellos se escapaba de la cama todas las noches, recorría en silencio y al amparo de la oscuridad el tramo hasta la puerta de salida, giraba la llave con sudor en el rostro y corría hasta la esquina, mirando atentamente que nadie juzgase su angustiosa realidad.

 

En los años pasaban las claras muestras del dolor y temor que cargaban. Sucesivamente los chicos negaban su situación, lloraban sus desgracias, salían con mujeres tratando de olvidar y volvían a los brazos del otro, con la pena y una disculpa pegada en los ojos y el alma.

 

Se hacían daño, se lastimaban, pero el amor no compite contra los mandatos de la sociedad y el temor a la exclusión. Por eso aquella noche se olvidaron de todo y se entregaron al placer que auguraron por años. Siempre al resguardo de la noche, de las mentiras, del miedo y la tortura de hacer lo incorrecto.

 

Cuando un espasmo les recorrió el cuerpo y sus bocas pronunciaron el nombre del otro sinteron que todo aquello había válido la pena. Que todo lo que habían vivido no era nada comparado a ese interminable placer. Se vieron a los ojos, se amaban, verdaderamente lo hacían. 

 

 

Y así como estaban, desnudos, cansados y enamorados decidieron luchar por su amor. Los temores no importaban, se sentian seguros en los brazos del otro. 

 

La luna brillante en el cielo cantaba canciones de amor a sus amantes, que lentamente se durmieron en sus brazos. Ella vela por los amores que transgreden lo cotidiano, porque bajo su espeso manto llamado noche, ella no juzga a nadie solo canta.

 

Notas finales:

Espero que les guste.


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