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Doppelgänger por Scardya

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Notas del fanfic:

Ok, tuve problemas para repartir el tiempo. Ya, ya sé, dirán: ¿está escribiendo otro fic a parte de Esclavo?
Sí, pero es que Halloween es una fecha que me gusta mucho y quería hacer algo especial. Tenía pensado hacer un One Shot, pero me he dado cuenta a medida que he ido escribiendo que no podrá ser… porque es muy largo XD De todas formas, así al menos puedo tardarme un poco menos, porque podré separarlo por capítulos. Obviamente, no lo subiré el día de Halloween exacto porque me falta tiempo, ya ven que nada más llevo este cap… Por eso decidí subir este ahora, y lo siguiente cuando lo acabe, que si hay suerte será unos días después de Halloween. O no (?) Ya qué, hace mucho que pasó Halloween ahora xD

Ay, yo quería ser puntual, pero bueno… 

Algo es algo (?)

Bien, lo hizo, había conseguido invitar a los príncipes de Kou, por mandato de Ja'far, como obsequio por el reciente cese de hostilidades entre Sindria y el Imperio. Aunque a cierto pecoso se le había olvidado el diminuto detalle de que tal magi al que no soportaba también venía incluido dentro del paquete oriental. Un descuido sin demasiada importancia para opinión del rey, quien había mejorado bastante la relación de rivalidad y desprecio que anteriormente hubo. Podía decirse que ahora se llevaban dentro de lo normal, o tal vez demasiado bien por ciertos placeres en los que coincidían… Mientras el azabache no creara verdaderos problemas, todo perfecto. Además, el pequeño de cabello azul había insistido, junto con Alibaba y Morgiana, en unirse también a lo que Sinbad tenía preparado, y este no les puso ningún tipo de impedimento, mostrándose incluso contento al saber que deseaban acompañarlos a él, al oficial y a Masrur en su peculiar viaje marítimo al lado de sus invitados especiales.

Iba a darles dos semanas en una isla personal, de poco tamaño, pero muy exótica y de ambiente relajante, perfecta para él y sus cercanos. Poseía una casa privada allí, como una común, pero con mayor área y más espacio, una edificación humilde a la vez que grande. Ciertamente, los príncipes deberían acostumbrarse durante ese tiempo a convivir y a desistir del uso de mayordomos o sirvientes por el obvio motivo de que no habría nadie más que ellos en el lugar. Una idea un poco aburrida para algunos y divertida para otros. En cualquiera de los casos, deberían estar en contacto con la naturaleza de la isla continuamente. Hasta incluso el monarca planeaba y se imaginaba algunas escenas sueltas alrededor de una cálida fogata frente a la entrada, contando anécdotas variadas y aleatorias para mejorar esos lazos tan tensos que poseía con la familia Ren, y la presencia de Aladdin, junto con Alibaba y Morgiana, iba a ser un elemento importante para ello gracias a su facilidad para conectar con todos. Definitivamente, a su parecer, iba a ser una muy buena experiencia…

—¡KOUHAAAAAAAA!

O tal vez no. Se dio la vuelta, dejando de admirar el paisaje azulado del océano para centrar su atención a las personas en cubierta. Más en concreto en un joven de cabello rosa y gorro que corría con una sonrisa divertida a la vez que maléfica, portaba un librito pequeño en sus manos. Y segundos después en una señorita que parecía muy enfadada y avergonzada, de pelo más oscuro que el del otro. Por la fama que se gastaban esos dos cuando estaban en el mismo lugar deducía una posible trastada de Kouha dirigida a Kougyoku. Esa escena parecía prometedora.

–¡Oh, si te pones así de seguro es porque escondes algo! –el príncipe más joven continuaba huyendo y recorriendo todo el barco, esquivando a Alibaba, Hakuryuu y Masrur, que recién empezaban a mirar el circo que estaban montando. A Morgiana, Aladdin y Ja'far les traía sin cuidado el porqué del escándalo.

–¡No escondo nada, pero es privado! –y ella corría tras él por el mismo circuito, sorteando a las mismas personas que ahora eran obstáculos.

–¿Qué puede haber de privado en el diario de una chica? –se detuvo tras un poste de madera, carraspeó un poco y dijo con voz aguda: –Querido diario, hoy me he levantado y he fantaseado con los apuestos hombres que me he encontrado por el camino. Me he maquillado para estar siempre bella y he ido a tomar el té~ Vamos, todas sois iguales.

–¡Dámelo! –ella rodeó el mástil y estiró rápidamente el brazo para quitarle la libreta, pero el chico fue más veloz en echarse hacia atrás y empezar a subir las escaleras que llevaban a la toldilla, la parte más alta del barco. Este abrió el librito bajo una impactada mirada rosada de Kougyoku. –¡No, espe-!

–¡Por Solomón, esto es una mina! –empezó a pasar hojas con velocidad al leer que en casi todas partes hablaba del rey de Sindria y luego adoptó una pose dramática. –Oh, mi amor prohibido, Sinb- –antes de que pudiera continuar la princesa se le tiró encima con un chillido y comenzaron a forcejear en el suelo, olvidándose del objeto que había caído a un lado.

Perfecto, nadie lo estaba mirando, así que hizo como que no vio y escuchó nada. Lo admitía, era culpa suya por darle unas falsas esperanzas de mutuo interés romántico, pero nada se podía hacer, sólo esperar a que el gusto de ella por él menguara hasta regresar a un nivel normal. Habría ignorado la situación y habría vuelto a deleitarse con el paisaje si no hubiera sido por una persona a la que le veía las intenciones de alzar un poco la voz. Lo hubo deducido por el ceño fruncido que esta portaba. Que nadie se equivocara, lo había visto de reojo, no porque estuviera mirándolo cada cierto tiempo.

–¡Hey, dejad de ser memos y cerrad el pico, quiero relax! –cierto magi oscuro había sido sacado de su burbuja de tranquilidad en la hamaca provisional que había fabricado, atando a dos mástiles una de las sábanas de su camarote. El ruido de ellos revolcándose e insultándose normalmente le parecía entretenido, pero no cuando pretendía tener algún momento de paz mental y física. Estuvo a punto de conseguir dormirse, mas aquellos dos le chafaron el plan.

Para su suerte, Kougyoku sí escuchó su queja, por lo que desistió de inmovilizar a Kouha, un poco avergonzada por su repentino comportamiento. Tomó su diario, se sacudió el vestido y se dirigió a bajar al interior del casco del barco, donde se encontraban los camarotes, los baños y la cocina. Antes de pensar bajar pasó por el lado de Judal, quien había vuelto a acomodarse.

–Perdón por molestarte. –lo dijo con una sonrisa arrepentida, no quiso fastidiarle el momento relajante al Oráculo. Este sólo rodó los ojos y los cerró de nuevo con intención de volver a limpiar su cabeza de pensamientos. Sin embargo, pronto regresó a abrirlos, y no precisamente poco a poco como anteriormente. Fue un movimiento de párpados veloz y desmesurado, sus pupilas se habían contraído. Se sentó de golpe sobre la tela tensa y se quedó mirando por unos momentos el vacío. Nadie pasó por alto esa reacción, fue demasiado brusca como para no percatarse de ella. Nadie estaba seguro, pero si el azabache había dado ese brinco no sería por nada.

—¿Juda-?

—¿Aladdin? —la voz de Alibaba no sólo interrumpió a la de Kougyoku, sino que llamó la atención de todo presente. El rubio se encontraba su lado, temeroso de si debía moverle el hombro. Tal parecía que el magi más pequeño había caído en un estado similar.

Aquello no hizo más que aumentar la tensión y las preocupaciones, observando intercaladamente a ambos magos, los cuáles continuaba sin moverse, ni siquiera un mísero parpadeo.

—¿Qué ocurre? —Sinbad tomó la iniciativa, acercándose más al centro de cubierta, y así a los dos que se mostraban idos. Era como si sus cuerpos estuvieran concentrándose en sentir más que en observar, hasta podía asegurar que fueron capaces de desconectar su sentido de la vista con tal de amplificar la sensibilidad espiritual que los caracterizaba. Se percataron de ello al instante, los magis acababan de cruzar miradas, como si los dos hubieran sido conectados entre sí por unas milésimas de segundo.

—Sinbad… —Ja'far, quien había estado en todo momento cerca del rey, empezaba a ponerse algo incómodo y nervioso. Era un incentivo para que el más alto se acercara a uno de los chicos y lo sacara del trance al mismo tiempo que buscaba que le respondiera, y al que más cerca tenía era al azabache.

El monarca dio un suspiro para relajarse y caminó hasta quedar a un lado del muchacho. Estuvo a punto de abrir la boca para hablar cuando este le clavó sus ojos carmesí de una forma ligeramente violenta. Fue algo que lo sorprendió, no esperaba esa clase de mirada en un momento como aquel.

—Tú… —la voz del magi oscuro salió ronca, rasgada y grave.

—¡Tío Sinbad, aléjese! —el niño de cabello azul acabó por reaccionar, dando el grito de alarma.

Fue tarde, Judal se abalanzó desde la hamaca improvisada sobre el cuerpo del adulto, provocando que cayera estrepitosamente contra el suelo de cubierta y quedando él a horcajadas encima. No tardó demasiado en agarrarle las telas más cercanas al cuello y tirar de ellas hacia arriba para levantarle la cabeza. Sinbad no alcanzaba todavía a reaccionar, encontrándose completamente perdido en la agresión.

—¡¿Por qué nos has traído a este lugar?!

—¿Qu-?

No fue capaz de terminar la sílaba, pues un enorme estruendo similar a una gran bomba recién explotada comenzó a romper los tímpanos de todos en el lugar. Las miradas se levantaron hacia el cielo oscuro y negruzco, hace unos segundos de un azul claro y agradable a la vista. Luces blancas y parpadeantes amenazaban desde detrás del mar de nubes grises que se extendía infinitamente. Nadie daba crédito al repentino cambio del clima, pero había algo mucho más extraño.

—¡¿Dónde está el sol?! —Alibaba fue el primero en darse cuenta, y es que, por muy opacas que las nubes se pudieran tornar, siempre se transparentaba la luz potente del sol tras ellas, pero no era el caso en aquella situación. El astro rey había desaparecido, y con él las posibilidades de poder diferenciar dónde quedaban los cuatro puntos cardinales. Era imposible, por más que lo buscaban no había ni un miserable haz de luz. Judal apretujó más la ropa del rey y volvió a mirarlo con ira.

—¡Idiota! ¡¿Cómo vamos a salir de aquí ahora?! —por más que el oráculo hablaba y reclamaba, nadie entendía nada de lo que decía ni a lo que se refería, a excepción del magi más joven, pues había sentido exactamente lo mismo. La misma alerta, el mismo peligro.

—¡No sé de qué estás ha-! —de nuevo no fue capaz de acabar, la embarcación se inclinó hacia un lado al mismo tiempo que hacia delante, lo que hizo que el azabache acabara cayendo sin cuidado hacia donde se estaba torciendo el barco. El monarca lo sujetó del brazo por acto reflejo. Lamentablemente, el magi no fue el único que perdió el equilibrio. Kouha, Kougyoku, Alibaba y Ja'far también acabaron en el suelo, mientras que Morgiana, Masrur y Aladdin consiguieron agarrarse a mástiles, cuerdas o la baranda del borde de la embarcación. Nadie entendía nada. La puerta que llevaba a las escaleras para bajar al interior se abrió, dejando ver a Kouen molesto, seguido de un adormilado Koumei que recién acababa de despertarse y del par de hermanos de cabello moreno azulado, ambos confusos y alterados.

—¿Qué demonios está pasand-? —otro más en la lista de los que no conseguían terminar una frase completa. El pelirrojo más mayor, junto con los otros tres, fueron víctimas también del violento tambaleo. Buscaron aferrarse a las paredes del interior de la entrada y al marco de la puerta. Para el Primer príncipe fue una situación desprevenida. El pronóstico no daba señales de tormentas o desastres naturales para esas fechas, era demasiado raro lo que estaba ocurriendo. Observó cómo sus dos hermanos más pequeños, en el suelo, se sujetaban con fuerza al mástil mayor. Eso lo tranquilizó un poco, pues tenían en dónde permanecer. Mas ninguno de ellos esperó que el barco se torciera mucho más. A excepción de los príncipes de Kou, el resto estaba empezando a colgar lentamente. Morgiana alcanzó a agarrar una de las cuerdas enrolladas a varios de los postes más delgados, sujetando al mismo tiempo con la mano contraria al rubio, quien a su vez tenía a Aladdin cogido con un brazo. Masrur consiguió hacer lo mismo, siendo Ja'far a quien sostenía de la muñeca. No hubo tanta suerte para Sinbad, el haberse alejado del borde, donde hubo posibilidades de hacer lo que el resto, provocó que se deslizara a toda velocidad hacia abajo por la madera encerada, todavía con Judal. No le hicieron falta más de dos segundos para saber que iban a estrellarse contra el borde de la proa, y quien iba a recibir mayores daños iba a ser el más joven, ya que él era quien estaba de espaldas a aquello. El rey lo atrajo hacia sí y rodó con él, intercambiando posiciones justo a tiempo. Su espalda chocó contra el límite, generando un sonido seco que se volvió mudo a causa de los bombardeos que parecían salir del cielo. El dolor no tardó en recorrer toda su médula espinal y comenzar a concentrarse en el centro de esta, en la parte de los riñones y en los hombros. A pesar de ello, ningún quejido salió de su boca, teniendo los dientes y los ojos cerrados con fuerza. Un potente vendaval se levantó de inmediato, haciendo más difícil el mantenerse para todos. El Oráculo se aferró más a sus ropas, como si temiera ser levantado y lanzado por tan fuerte viento. Este miró hacia arriba, y no fue el único en darse cuenta de lo que se les venía encima. Su mirada carmesí se posó de nuevo sobre el otro magi, quien también se aferraba a las telas del rubio.

—¡ENANO! —llevó la voz a lo más alto que sus cuerdas vocales le permitían para darse a escuchar. Lo curioso era que aun estando en una situación límite se cohibía por tener que pronunciar el nombre de pila del otro, se acostumbró demasiado a ese mote. Fue capaz de verlo, Aladdin le escuchó perfectamente y sabía lo que intentaba decirle, por lo que no hicieron falta más palabras. El azabache se deshizo del agarre del monarca al mismo tiempo que el de cabello azul lo hacía del abrazo de Alibaba. Obviamente, ambos contenedores de rey intentaron en vano volver a atrapar a los magis, estos ya se habían alejado lo suficiente en el aire.

Sin dejar pasar un solo segundos más, y antes de que fueran arrastrados por la corriente, Judal sacó la varita de su manto blanco y el más pequeño puso su bastón en posición. Un enorme borg creado por sus dos magias rodeó el barco y lo aisló del viento destructor, consiguiendo que volviera a estabilizarse ligeramente, aunque no del todo. Fue cuando el resto de personas pudieron volver a respirar, pero todavía alerta, pues la embarcación continuaba con balanceos irregulares.

—¿Qué fue eso? Todavía sigue… —Ja'far no tardó en acercarse despacio junto con Masrur a Sinbad, quien se estaba levantando con ayuda de la baranda de madera. Fuera del escudo esférico las aguas se embravecían con hambre, como si hubieran tomado vida propia y desearan tragarse a todo objeto y ser viviente.

—Es como una tormenta nocturna sin lluvia. —Kouen no tardó en dar su opinión con respecto a tal desastre natural, aún con la mano en el marco de la puerta que llevaba hacia abajo. Consiguió que su hermano y sus dos primos estuvieran más estables al meterlos dentro, pues era un pasillo de escaleras estrecho y con pasamanos en ambos lados en el que no era fácil caerse.

—¿Pero cómo? Hace apenas un minuto todo estaba despejado… —Hakuei se notaba asustada y extrañada, posando el brazo en la pared de dentro.

—Tampoco se ve el sol, no puede ser que un nulo lo tape así, es imposible. —Hakuryuu remarcó lo que el rubio dijo anteriormente sin saberlo. Todos miraban hacia arriba, más en concreto, a ambos magis que parecían estar haciendo un esfuerzo más que sobrehumano. El Primer príncipe y el rey tenían sus ojos clavados en ellos, y eran los que peor impresión tenían de la situación. Casi se les detuvo el corazón cuando los vieron dar un bajón repentino en el aire al mismo tiempo que comenzaba a abrirse una grieta en el borg. Esta se extendía más y más a medida que los jóvenes iban retrocediendo, cada vez con menos fuerza y menos magoi.

—¡¿Qué demonios es esto?! —Judal estaba desconcertado, ¿cómo era posible que una ventisca de tormenta fuera capaz de quebrar un borg creado entre dos poderosos Magos de la Creación? Cualquiera era capaz de darse cuenta, ese borg era mil veces más resistente que la propia barrera de Sindria, y aun así...

—No... podemos sólo con... ¡Ngh! —Aladdin apretó la mandíbula por el esfuerzo, intentando mantener su bastón en alto. —No hay... otra alternativa. Tenemos que... usarlo todo. —de su frente empezó a brotar una luz blanca, grabándose en su piel una estrella luminosa.
Era una verdad, habían llegado casi a su límite en muy poco tiempo, estaban gastando muchísimo más magoi del que recibían, y sus cuerpos mortales no pagarían el precio barato. Del mismo modo, el tercer ojo del oráculo se dejó ver. Era en ese momento o nunca, nadie más podía hacer algo. Si cedían, la ventisca volcaría la embarcación en aquellas aguas desconocidas, oscuras y profundas. Era imposible saber qué clase de criaturas estarían esperando la tragedia para acercarse, comenzar a desmembrarlos a todos y engullir con furia cada trozo de carne hasta no dejar ni los restos. Tampoco estuvo en sus planes tal percance con el tiempo climático. Estaban haciendo el mayor esfuerzo de sus vidas, ninguno deseaba perder a alguno de los que se encontraban abajo, especialmente el magi oscuro, quien actualmente consideraba muy valiosos todos los lazos que pudo conseguir forjar y en los que se esforzó. Que se rompieran por la muerte de uno de ellos sería un trauma revivido.

Por unos momentos la grieta inició un retroceso, cerrándose. Mas no duró demasiado. Al chico de cabello azul le temblaban los brazos, su bastón se apagaba por momentos y las escleras de sus ojos se enrojecían. El azabache no tenía tampoco su mejor rato, igualmente temblaba y las venas de su rostro y cuerpo se transparentaban con un color oscuro, sobre todo las de alrededor de los ojos y las sienes. Respiraba entrecortado, aguantaba el aire por unos segundos y luego daba inspiraciones demasiado rápidas y cortas.

Era de esperarse, ya no podían continuar utilizando la poca pizca de magoi que les quedaba, y la grieta volvía a crecer. Aladdin lo supo, no había nada que hacer, seguir con aquello sólo los mataría. Si buscaban otra solución para salir del embrollo donde se metieron... Estaba dispuesto a eso, a dejar el borg y centrarse en soportar el desastre junto con el resto mientras pensaba en algo, obviamente con prisas, pues iban a contrarreloj antes de que todo se hundiera. Todavía no dejaba de sostener el escudo, pero pronto lo haría, y no por decisión propia. La barrera mágica se quebró entera en pedazos sin previo aviso, dejando entrar de nuevo el potente aire, que poco tardó en chocar una vez más contra el barco, aunque no sólo contra él. Disparó a ambos magis hacia abajo como si de balas de cañón se tratase. El chiquillo chocó contra la vela mayor, siendo amortiguada la velocidad, y empujando así la inclinación de la embarcación hacia el lado contrario al que se balanceaba. Acabó estrellándose contra el suelo, bastante mareado. Las exclamaciones no tardaron en darse, tanto por él como por la desagradable sorpresa de verse también estampados en la madera de cubierta una vez más por el cambio de inclinación. Fue una suerte que todos continuaran aferrados todavía a algo por seguridad. El azabache no tuvo tanta suerte. Ningún obstáculo en su camino. Cayó directamente en las peligrosas y enfurecidas aguas.

—¡JUDAL! —Kougyoku dio un grito, aterrorizada. Giró la cabeza para mirar a Kouen, pidiendo con desesperación en sus ojos que hiciera algo. —¡Hermano! —pero el pelirrojo no tenía nada seguro, ¿quién le confirmaba a él que Judal no había muerto ya? Un impacto de tal calibre contra un mar desbocado era mortal para cualquier cuerpo humano, aparte de que era obvio que el chico se había quedado sin magoi, cosa por la que cualquier golpe, aunque fuera contra el agua, podía matarlo fácilmente . Y si hubo sobrevivido a eso, tampoco podía confirmar que estaba vivo, pues los segundos pasaban y no había salido aún a intentar respirar. Si tuviera sus contenedores a mano... Lamentablemente, todos se encontraban abajo, guardados a buen recaudo en un cuarto cerrado de quienes los únicos que tenían llave eran Hakuei y Ja'far. Ninguno de los dos estaba en condiciones de pasearse por el interior del barco con tales movimientos, era demasiado peligroso soltarse en aquel momento. Y al Primer príncipe le estaba doliendo, le masacraba la mirada de su hermana menor, una que empezaba a cristalizarse. Tampoco estaba seguro ya de si el oráculo continuaba vivo, gastó casi todo su poder y posiblemente no habría podido formar una burbuja de aire para respirar. Tal vez... fuera demasiado tarde. Agachó un poco la cara, cerró los ojos con ligera angustia y negó con la cabeza. No había nada que pudiera hacer. No deseaba ver cómo las lágrimas de ella corrían en su rostro, manchando sus mejillas sonrosadas, pero era imposible.

Todos vieron la escena, algunos daban por perdido al magi oscuro con un gran dolor en el pecho, y otros se negaban todavía a que hubiera acabado de esa forma. Uno de ellos era el rey, no asimilaba ni aceptaba aún el hecho de que pudiera estar... No, simplemente no le entraba en la cabeza. Se aferró con fuerza al pasamanos de cubierta para soportar el peso de su cuerpo con sus brazos y lo saltó con las piernas a un lado. Cayó en vertical al agua violenta bajo una nube de exclamaciones y gritos. Si pensaban que iba a estarse quieto mientras Judal podía estarse ahogando estaban muy equivocados. Jamás se quedaría ahí, sin hacer nada, y mirando cómo alguien que recién comenzaba a ser muy importante para él iba morir. Dejó de percibir los sonidos de sus voces en cuanto entró. Fue brutalmente empujado hacia la profundidad por los intensos movimientos de las olas en la superficie. Ahora sabía por qué Judal no pudo sacar siquiera la cabeza para respirar, por más que uno intentara subir volvía a ser arrastrado hacia abajo. Pero subir no era lo que le interesaba ahora. Miró a su alrededor. Azul y más azul, de un tono muy apagado por la falta de luz. Estaba demasiado oscuro, quién iba a decir que estaba nada más a dos metros de la superficie... Sin embargo, todo era visible, lo suficiente, y... era un mar extraño, estaba completamente vacío. Ni un sólo pez, ni una sola alga, ni un sólo fondo arenoso o de roca. Nada. Era como un universo acuático carente de todo, frío, casi negro. Mas no era eso en lo que debía centrarse. Se puso en posición de buceo y comenzó a bajar, buscando con la vista por todo el negro fondo que tenía delante. El magi no debía estar muy lejos, no dejaron pasar tanto tiempo como para que se alejara demasiado.

Continuó sumergiéndose sin importarle qué tanto se estaba alejando, la primera prioridad que tenía estaba muy clara. Buscaba y buscaba sin detenerse, hasta que sus ojos atisbaron un pequeño brillo rojo más al fondo. ¿Podía ser? Descendió de nuevo, acercándose lo más rápido que podía. Cada vez que ondulaba su cuerpo para nadar y avanzar la imagen mejoraba, había algo más grande al lado de aquel brillo. Pudo verlo claramente a los pocos segundos, ese destello era la varita del magi, y lo de al lado era el mismo. Se hundía lentamente, para su suerte. El rey avanzó hasta él, y una vez cerca lo tomó del brazo, impidiendo que continuara bajando. No se movía, sus ojos se encontraban cerrados. Era como si durmiera. Lo acercó a su cuerpo con la otra mano, rodeando su torso, y le soltó el brazo para coger la varita y ponérsela a sí mismo en la boca. Debía darse prisa, se le estaba acabando el aguante, necesitaba aire. Empezó a nadar hacia arriba todo lo veloz que pudo. Era una carrera en contra del tiempo, pues moverse así lo agotaba más y más rápido.

No supo cómo, pero llegó a tiempo a acercarse a la superficie. Aunque había un problema. De seguro no iba a ser capaz de atravesar esa tormenta de bravas olas, eran como una poderosa barrera que lo separaba del oxígeno del aire. Se quitó la varita de la boca. Subió en el primer intento, pero fue empujado hacia abajo. Sacudió un poco la cabeza tras el impacto. Se quedó ahí por unos momentos, aturdido y recuperando la fuerza necesaria para intentarlo de nuevo. Una vez más después de hacerlo otra vez descendió a causa del mismo empuje. Para bien, no iba a rendirse tan fácil. Lo hizo una tercera vez, buscando un hueco entre el movimiento del agua para poder asomar su cabeza y la del muchacho, para pedir gritando una cuerda. Que la lanzaran al agua y que pudiera agarrarla, que tiraran de ella y los subieran a ambos. Y lo consiguió, pudo sacar las cabezas de los dos. Alzó el brazo libre como pudo para que pudieran verlo.

—¡Una cu-! —una ola diminuta le chocó contra media cara inferior, haciéndole tragar agua y cortando su voz. Cuando esta bajó y le descubrió esa parte del rostro, tosió con fuerza. —¡Una cuerda, rápido-! —y de nuevo, otra ola más grande impactó contra él cuando tenía la boca abierta, cubriéndole del todo y regresando a sumergirle con brutalidad. El líquido inundó sus conductos respiratorios, pasando posteriormente a sus pulmones y obligándole a toser una vez más. No pudo evitarlo, fue imposible para él, y una respuesta automática de su cuerpo que no pudo controlar. En el proceso de toser bajo el agua, esta entraba en grandes cantidades por su cavidad bucal y nariz.

—¡SINBAAAAD! —Ja'far chilló desde el borde al mismo tiempo que Masrur lanzaba la tan requerida cuerda, pero nadie ahí abajo tiraba del extremo, nadie se asomaba a la superficie.

Sentía perder la fuerza, el brazo con el que sujetaba al oráculo se iba debilitando, pero nunca iba a permitirse soltarlo. Se mareaba, comenzaba a perder la visión, se le emborronaba y nublaba. La mano que sujetaba la varita ya no podía mantenerla, el objeto empezó a flotar. La escasa luz azulada se volvía cada vez más oscura, estaba volviendo a hundirse con lentitud. No era capaz de pensar, de moverse, de reaccionar, pero supo que todo iba a acabar de aquella lamentable forma cuando el color negro y el silencio bañaron su presencia.

Ninguno se atrevía a respirar, a generar un mínimo sonido. Los bombardeos del cielo era lo único que se escuchaba, mas en aquel momento era como si no existieran, nadie los oía realmente. El impacto emocional desconectó los sentidos de cada uno, pasó demasiado rápido, demasiado inesperado.

—¡No os quedéis mirando, no van a volver! ¡¿Queréis morir así también?! —la voz de Kouen activó los cerebros restantes, consiguiendo que lo miraran con temor. —¡No se puede hacer nada, centrémonos en los que seguimos aquí! —una nueva sacudida hizo saltar el barco y los obligó a poner más fuerza en sus agarres. —¡Tenemos que salir de este lugar, hay que soltar los botes de emergencia! —se volteó hacia su prima. —¡Hakuei, el baúl con los Contenedores!

Parecía imposible el tan brusco cambio, de un cielo cuan campo de guerra a uno tranquilo y melodioso. El agua en calma chocando despacio contra la arena blanca de la playa arribada por ambos botes de cinco plazas cada uno, justo para los que llegaron vivos de tan extraño suceso en alta mar. Un silencio en el que sólo se escuchaba la naturaleza de aquella isla viva, la principal salvadora. Era imposible para ellos dejar de mirar, incrédulos y sin poder aceptarlo aún, el océano que ahora se les mostraba bello y atrayente, a excepción de algunos que se encontraban demasiado afectados como para levantar la mirada. Kougyoku lloraba en cantidades desmesuradas y casi en silencio, arrodillada en la arena y ocultando su rostro con las mangas de su vestido. Alibaba sostenía en brazos a Aladdin, quien había acabado perdiendo el sentido poco después de tener tan apresurada caída. Sus ojos cristalizados luchaban por no dejar caer ni una sola lágrima, la situación fue demasiado para él. Del mismo modo, Ja'far sí permitía que sus mejillas pecosas se mancharan, impotente de no haber podido hacer nada para salvar al preciado rey del país que tanto amaba. Hakuryuu tampoco estaba mejor, sentía rabia, tristeza, pensaba que era injusto. Su flequillo ocultaba parte de su cara, con la cabeza gacha y los puños apretados.

—¿Cómo…? ¿Cómo ha podido pasa esto?... —el Cuarto príncipe no lo asimilaba, no le cabía en la cabeza. Nadie le dio una respuesta. —No-no lo entiendo…

—No sabíamos que iba a ocurrir… —Koumei tampoco conseguía comprenderlo. Pasó todo tan rápido.

—Hakuryuu… —Kouen se acercó y planeó posarle la mano en el hombro, pero el más joven se apartó de forma brusca. Alzó su mirada azulada y húmeda con ira.

—¡NO! ¡Nadie hizo nada productivo por intentar salvarlos, ni siquiera tú! Primero Judal, luego el rey Sinbad y después mi hermana… ¡Los hemos perdido a los tres en menos de treinta minutos! —silencio. —¡¿Tan importantes eran los Contenedores en una situación de vida o muerte?! ¡Hakuei quedó atrapada dentro del barco mientras se desmoronaba y se hundía! ¡Íbamos a perder los Contenedores de todas formas, pero no, tuviste que decirle que fuera a por ellos! —dio un par de respiraciones rápidas e intensas, ya sin poder retener más el agua salada de sus ojos. —¡Tampoco te molestaste en intentar salvar a Judal, todavía pudo estar vivo en ese momento! ¡El rey Sinbad se vio obligado a arriesgar su vida por él cuando la tormenta empeoró y no lo consiguió! ¡Él, que nada tenía que ver con el Imperio, decidió intentar salvar al Oráculo de Kou! ¡Y tú, siendo el que tiene el papel más importante de la familia no has hecho nada! ¡NADA!

—¿Insinúas que debí haber muerto yo intentando salvar inútilmente a Judal en lugar de Sinbad? —lo miraba con seriedad, tal vez demasiada. El de cabello oscuro calló, obviamente no era eso lo que quiso decir, y el pelirrojo lo sabía. —Judal ya no tenía posibilidades, y quien fuera tras él tampoco. Ya viste lo que pasó, Sinbad apenas fue capaz de sortear las olas, lo empujaban hacia el fondo continuamente. No se podía hacer nada por ninguno.

—¡¿Y mi hermana?! ¡Tú la mandaste a por los Contenedores, la enviaste a una muerte segura!

—Hakuryuu, cálmate. —el Segundo príncipe tuvo que entrometerse, no le agradaban las peleas familiares. —Él no sabía que el barco iba a empezar a partirse por dentro, ninguno lo sabíamos…

—Tuvimos suerte de que no pasara lo mismo con los botes… —comentó Kouha de brazos cruzados y sin separar la mirada del océano.

El chico del lunar volteó la cabeza hacia otro lado, apretando la mandíbula. No dijo nada más. Se limpió el rostro, se dio la vuelta y caminó hasta su prima con intención de acompañarla y consolarla.

Kouen dio un suspiro furtivo y tocó el brazo de Koumei por unos segundos como muestra de agradecimiento por relajar un poco el ambiente que pudo haberse calentado de más. Observó a su alrededor, nadie parecía ser capaz de salir todavía del tremendo impacto de perder a tres personas preciadas tan de repente.

—Príncipe Kouen… —el nombrado se giró hacia el dueño de la voz. Ja'far lo miraba todavía con una enorme tristeza embargando su ser. —Usted tiene ahora todo el control… de la situación, ya que Sinbad ya… ya no… —cerró los ojos con fuerza para evitar derramar más lágrimas, pero volvió a abrirlos con sorpresa cuando notó un peso suave sobre su hombro. El pelirrojo le había posado la mano.

—Lo entiendo perfectamente. —calló por un momento. —Siento mucho la pérdida, como sé que ustedes lamentan también las de la Primera princesa y nuestro Oráculo. —el oficial asintió con esfuerzo y con la cabeza gacha. Apartó la mano y regresó a mirar la masa de agua que se había llevado aquellas tres vidas. —Descansen en paz, y que la corriente del rukh los guíe. —se giró hacia Alibaba y miró al magi en sus brazos. —Adentrémonos, debemos encontrar comestibles para aprovisionarnos bien, hay que alimentar al chico pronto si no queremos que corra la misma suerte que ellos.

Suavidad, calidez. Aquello era lo que poco a poco comenzaba a sentir en una de sus mejillas, en brazos, abdomen y pies, mientras que un calor un poco más intenso era lo que notaba en sus gemelos, contramuslos, espalda y parte trasera de la cabeza. La brisa era ligera, agradable, pero levantaba como partículas que chocaban contra su piel. Le hacían cosquillas y le incomodaban al mismo tiempo. Intentó abrir los ojos, y le costó bastante hacerlo, pues sus párpados luchaban en contra de su voluntad. Veía con dificultad, un paisaje borroso que parecía tener el suelo blanco y azul y con un área verde que asomaba por la esquina de su campo visual. Pero si tenía que relacionarlo con algo, entonces lo haría con la playa de una isla, posiblemente. Levantó la cabeza con mucho esfuerzo, se sentía muy débil y no alcanzaba a recordar la razón, ni siquiera el por qué se encontraba en tal lugar, nada de nada, al menos por el momento. Su visión se aclaraba a ratos. La cabeza le comenzó a retumbar y a doler, al igual que las extremidades de su cuerpo. Aunque eso no impidió que apoyara los codos y levantara su torso de forma temblorosa. Una vez así se miró a sí mismo, reconociendo su cabello ondulado, y bastante húmedo al igual que el resto de su ropa. Sus mechones parecían haberse soltado del lazo superior de su trenza. No hubo nada fuera de lugar hasta que empezó a sentir ganas de vomitar y toser, unas muy fuertes. No pudo hacer nada más que obedecer a su cuerpo, así que tosió con intensidad. Con cada tos expulsaba pequeñas cantidades de agua, que a jurar por el regusto, era salada.

Una vez que su garganta se comenzaba a sentir seca y con menos ganas de continuar tosiendo se relajó un poco. Levantó la mirada, todavía entrecerrada y débil, pero ahora con más facilidad para observar, y escudriñó el entorno. Sí, confirmó que aquello era una playa, pero lo que lo desconcertó fue ver una mancha lila un poco más allá de donde él se encontraba. Las playas no tenían manchones morados entre la arena y el agua, ¿verdad?...

Hizo un enorme esfuerzo por arrodillarse. Iría a ver qué demonios era eso aunque fuera a gatas.

Tardó lo suyo, pero ya se encontraba prácticamente cerca. Ahora que era capaz de distinguirlo un poco, parecía que lo que era de aquel color tan llamativo era como cabello. Se detuvo por unos instantes, como si necesitara dejar de moverse para pensar. Aquello no parecía un objeto, podía ver perfectamente que era un cuerpo humano, y él la única persona que conocía con tal cabello era…

—¿Sinbad? —hasta su voz sonaba débil, mas no dejó que el cansancio le ganara. Continuó acercándose hasta quedar al lado. No cabía ninguna duda de que era él, reconocería ese pelo en cualquier parte. Lo tenía de espaldas a él, tumbado de lado en la tierra húmeda. Se fijó en su estado, tenía la ropa exactamente como la suya, empapada y arrugada, y su coleta baja ya no parecía una coleta, pues también se le soltaron múltiples mechones, despeinándose y desordenándose aleatoriamente sobre la arena. —Hey… —le tomó el hombro y lo volteó, dejándolo bocarriba. Tenía que admitir que estaba asustándose muchísimo, no sabía si estaba dormido, desmayado o… —Rey idiota, despierta. —le palmeó la mejilla, haciendo sonar su palma contra la piel del rey. No obtuvo una respuesta. Intentó de nuevo, más fuerte. —Respóndeme, no me ignores, estúpido. —él tampoco estaba en las condiciones físicas apropiadas para hacer un esfuerzo mayor como lo era alzar la voz o zarandearle, por lo que decidió hacer lo más rápido y efectivo posible para asegurarse de lo que le ocurría. Agachó la cabeza y acercó su rostro al del monarca, quedando a pocos milímetros, tan escasos que prácticamente sus labios se rozaban. Aunque no era en el roce en lo que el magi se estaba concentrando, sino en si existía respiración. No la había, ni de su boca entrecerrada, ni de su nariz. No salía ni entraba aire. Sin quererlo, su torso tembló y su garganta se cerró. Se irguió para volver a agacharse de nuevo, esta vez pegando la oreja y un lado de su cabeza al pecho del adulto.

Esperó y esperó, deseando cada vez con más pánico interior que se escuchara algo similar a golpecitos, que apareciera ese "bum bum". Su mandíbula tiritó y sus ojos cansados comenzaban a escocer al no reconocer ningún tipo de sonido. En el momento en el que pensó en apartarse, oyó un par de golpecitos. Abrió los ojos un poco más, como si eso le ayudara a agudizar el oído. Una segunda vez se dieron esos ruidos. Fueron tan débiles que al inicio pareció no escuchar nada, pero ahí estaban. El hecho de que estuvieran tan silenciados no era del todo bueno, significaba que aquel corazón agotado y flojo podía detenerse en cualquier momento. Se irguió, mirándolo con nerviosismo. Estaba aturdido, no sabía qué hacer, se encontraba física y mentalmente cansado, su cuerpo apenas albergaba magoi y no tenía nada para recuperarse. Se sentía asustado por la situación, su vida finalizaría si pasaba más tiempo sin ser alimentado y sin descansar, pero tampoco podía dejar a Sinbad morir, no quería. Ni siquiera podía saber cuántos minutos le quedaban.

Después de unos segundos de estar completamente perdido, optó por la única solución que conocía en casos como aquellos. Le tapó la nariz, tomó aire y juntó bien sus labios a los del rey, presionando y asegurando que no se separaran por ningún lado. Sopló el aire tomado todo lo que pudo, y en cuanto no quedó nada, se levantó y presionó con las manos el pecho moreno, como si lo golpeara con las palmas, pero sin apartarlas nunca de la piel descubierta, pues sus prendas estaban removidas.

Repitió el proceso dos, tres, cuatro, cinco, seis veces, y aun así nunca hubo respuesta. Agotado y mareado, recuperó todo el aire que pudo, todavía sin atreverse a quitar sus manos de los pectorales del monarca. Si tan sólo se le hubiera detenido la respiración al quedar inconsciente como a él le ocurrió, el hombre no tendría sus pulmones tan inundados de agua marina, porque pudo darse cuenta de cuánta cantidad era. En cada compresión de pecho sonaba agua moverse dentro de su cuerpo tendido. Se sentía como una pluma, ligero y fácil de arrastrar por cualquier cosa, fácil de aplastar, desprotegido. A pesar de eso, presionó de nuevo una séptima vez. La última vez…

Apartó sus manos, alterado por el reciente impacto de ver el tórax del adulto subir de golpe y bajar del mismo modo para dar inicio a una tos potente y descontrolada. Este se volteó de lado inconscientemente por el esfuerzo y comenzó a expulsar grandes cantidades de agua al mismo tiempo que intentaba hacer entrar aire. Su respiración, junto con la tos, estaba muy irregular. No existía un patrón que le ayudara a facilitar su sacrificio de energía. Por otro lado, Judal se tranquilizó por completo. En verdad llegó a pensar que perdería para siempre a Sinbad justo cuando mejor empezaban a tratarse. Hubiera sido un duro golpe, y tanto le afectó que se había llevado la mano al pecho.

En cuanto el rey acabó de echar todo el líquido de sus pulmones trató de recuperar la respiración habitual, cosa que le estaba costando un poco. Entreabrió los ojos y se apoyó sobre el antebrazo, estando aún de lado sobre la arena. Enfocó su mirada dorada todo lo que pudo, y fue suficiente.

—¿Judal?... —su voz salía extraña a causa de todo lo que había tragado.

—Al fin te despiertas, rey estúpido. —más bien, ambas voces se escuchaban débiles. No quería verse preocupado por él, qué vergonzoso para su orgullo.

—Creí que habíamos muerto. Cuando fui a por ti tú ya estabas...

—¿Fuiste a por mí? —bien, aquello consiguió llamarle mucho la atención, no esperó que el monarca fuera a arriesgar su vida por él alguna vez. Sabía que había sido disparado hacia el agua, y con ello deducía lo que le ocurrió, pero no supo nunca que se había ido tras él para sacarlo. Recibió una sonrisa comprensiva y dulce, una que tampoco esperó que pudiera dársela. Desvió la mirada, sintiéndose extraño y confuso. —Da igual... Estamos vivos y es lo que cuenta.

—Sí... —se recolocó y subió su torso con esfuerzo hasta sentarse. Se sentía mareado y tenía la percepción del espacio ligeramente alterada, pero a pesar de ello pudo ver que Judal se encontraba más pálido de lo normal, algo que también sucedía al contrario, pues el magi pensaba lo mismo sobre el hombre. Para coincidir de forma objetiva, ambos estaban al mismo nivel de palidez, los dos sin gota de fuerza. —No te ves nada bien.

—Mira quién fue a hablar.

—Ya, pero tu magoi...

—Sólo necesito un descanso largo y comida, y tengo hambre, así que levántate y ayúdame a buscar. —se puso en cuclillas y de ahí planeó levantarse, mas a mitad de estirar las piernas acabó con un mareo intenso, provocándole la pérdida del equilibrio y que cayera hacia delante.

Para el estado en el que se encontraba, Sinbad reaccionó bastante bien, consiguiendo sujetar al Oráculo en una especie de abrazo.

—Ayudarte no, mejor la buscaré yo. —no recibió respuesta oral, sólo un suspiro de conformidad. —Ponte detrás de mí y sujétate. —el chico obedeció con un pequeño rechiste, se sentó de piernas abiertas tras él y pasó los brazos alrededor de su cuello. El rey colocó las manos por debajo de los muslos del otro.

—Hey, a ver dónde tocas.

—Sólo voy a levantarlas. —se excusó.

Era un hecho que ambos estaban hechos polvo, débiles, agotados. Y aun así el monarca hizo un esfuerzo por levantarse con Judal a su espalda. Tan escasa era su fuerza que sus piernas le temblaban, y no tenía nada que ver con el peso del muchacho, pues era ligero. Tampoco iba a dejar que caminara o hiciera algo, estaba en una condición muy limitada al haberse esfumado casi todo el magoi de su cuerpo. Tuvieron suerte de que no comenzó a sangrar por los ojos o por los poros de su piel blanca, significaba que no había tocado aún el riesgo de muerte y que podía resistir un poco más.

—No es que me preocupe ni nada, es más por curiosidad, pero… ¿seguro que está bien que me cargues? No estás en mejor estado que yo. —se aclaró un poco la garganta, lo poco que pudo. —Digo… sería un desastre que te murieras a medio camino y conmigo encima, me tirarías al suelo al caer tú. Ya sabes, no me gusta caerme. —aparte, notaba perfectamente cómo las piernas del adulto temblaban con cada paso que daba para entrar a la vegetación de la isla.

—Está bien, eres ligero.

—No me refiero a eso, me refiero a que no tienes fuerza ni para caminar tú solo.

—Si esperamos más hasta que me recupere… tú irás empeorando.

—Si ya ni siquiera puedes hablar de seguido, estás hecho un asco, viejo. —fue completamente ignorado, por lo que apretó los labios con molestia. —Bien, como quieras. —de todas formas, él comenzaba a sentirse algo peor, por lo que decidió callarse y apoyar la mejilla sobre el hombro contrario. Se dormiría, era la mejor opción que tenía ahora para no darse cuenta del malestar.

Ninguno de los dos había recuperado del todo su capacidad para pensar con claridad, no se habían preguntado exactamente dónde estaban, ni lo que pudo haber ocurrido con el barco y con sus compañeros. No tenían todavía la suficiente agilidad mental como para preocuparse por algo que no fuera la supervivencia de ambos, y no lo hacían a propósito. De seguro que en cuanto se encontraran en un estado más estable los recuerdos los golpearían y rápidamente se pondrían a buscar una forma de salir de aquel lugar, de investigar qué pudo pasar con el resto. Pero no iba a ser en aquel momento, no. Lo primero era asegurar sus vidas, porque no estaban fuera de peligro, ninguno de los dos.


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