Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Cuando la vida es peor que la muerte (Jack Skellington x Victor Van Dort) por Shir285

[Reviews - 32]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

El fanfic no me pertenece, sólo quise compartirlo:

http://mundoyaoi.forumfree.it/?t=71927770

La autora original, es EmiliaCSnow, todos los créditos le pertenecen a ella ¿Ok?

ACLARO, la historia NO ES mía, yo sólo la estoy compartiendo, la autora verdadera es EmiliaCSnow, por lo que no se contacten conmigo para continuarla, háganlo con ella, que es la autora original que creó tan maravillosa pareja.

Notas del capitulo:

Buenas horas, vengo a arruinarles la infancia. Sé lo que están pensando: "¿Qué? ¿En serio? ¿Esta pareja existe? Ya no tengo fe en la humanidad" (?) Pero sí, existe, o por lo menos en mi cabeza.

 

Era una tarde apacible que por desgracia estaba destinada a tener un trágico final, pues ese fue el día en el que el alma del joven Victor Van Dort expiró. Bueno, no, en realidad no. Un maníaco lo mató sólo para robarle los zapatos. Pero de que se murió, se murió.

La muerte no era algo que molestara o atemorizara al joven Van Dort, sino todo lo contrario. Sabía que día a día se exponía a ella, ya sea por un accidente fatídico o por una gran dosis de mala suerte, o que tarde o temprano una enfermedad o el tiempo mismo terminarían acabando con él. Claro, todos los mortales piensan en esas cosas con lucidez y con una aparente indiferencia, aunque en el fondo siempre esa perspectiva los aterra, pero saben disimularlo porque lo ven como posibilidades lejanas. Pero había algo además de toda esta palabrería filosófica que orillaba a Victor a esperar la muerte como si de una vieja amiga se tratara.

Porque, en realidad, así era. No me refiero a que la muerte en sí sea una vieja amiga, sino que tenía una vieja amiga que estaba muerta. Justamente, la mujer con la que se había casado por error unos pocos días antes de contraer matrimonio con la joven Victoria Everglot. Huelga decir que al final esa unión no sirvió para nada. La familia Everglot estaba en bancarrota y la familia Van Dort destinada a tener el mismo fin. Así que al poco tiempo lo único que mantenía el matrimonio de los dos jóvenes, era un romance digno de una película cliché de colegiales. Miento, en ese entonces ni siquiera existía la palabra “película”. Pero igual, así era. Sin embargo, no tardaron en cansarse, él de ella y ella de él.

Pero bueno, estos párrafos no son para contar la historia de cómo Victoria comenzó a escabullirse por las noches para estar con otros hombres a espaldas de su esposo… ¿o era al revés? No importa. Se supone que estamos hablando de Emily, la dulce y eterna novia que fue brutalmente asesinada por su prometido antes de siquiera poder casarse con él. Hombre, ¿no podías por lo menos esperarte a volver de una luna de miel por el Caribe?

En fin, luego de divorciarse y desentenderse de sus padres (porque sí, al final sí se atrevió), Victor dedicó su vida a lo que más le apasionaba: el piano. Luego de pasar una impensable cantidad de tiempo delante del teclado de marfil, su carrera había despegado de forma impresionante. Ni siquiera se dio cuenta de su propio éxito hasta que la nobleza británica comenzó a pedirle que tocara para ella.

Lo más irónico de todo, es que en unos cuántos años acabó teniendo más dinero del que los Everglot o los Van Dort podían pensar.
Pero al cabo de un tiempo se cansó de lo mismo. Adoraba el piano, sí. Le encantaba que la gente lo admirara mientras que él simplemente se dedicaba a hacer algo que amaba. Y ni mencionar las riquezas que le proporcionó el bendito instrumento. Todo esto acompañado por un montón de bienes materiales, fiestas y, claro, una exorbitante cantidad de mujeres que iban corriendo a sus brazos… y algunos hombres también. Pero, un día, simplemente… se aburrió.

No es que hubiese caído en una depresión inexplicable o que se hubiese enfermado de un día para otro, simplemente comenzó a recordar con más frecuencia su breve estadía en el mundo de los muertos y en lo bien que lo había pasado, luego de recuperarse del susto inicial, claro está. Además, él de primera mano sabía que ese mundo era mil veces más interesante que el de los vivos. A pesar de su fama y éxito, el joven Van Dort no dejaba de sentirse solo, pues todas las personas que lo rodeaban, sin excepción (y sí, también incluyo a su propia familia), estaban con él por puro interés, pero en cambio, sabía muy bien que allá abajo tenía a una amiga muy querida que lo esperaba día con día.

Y justamente, todo esto y más, fue lo que atravesó la mente del neófito difunto cuando, totalmente confundido, se halló a sí mismo a la mitad de un bosque en medio de la nada, rodeado por unos árboles que daban la impresión de no haber tenido nunca hojas, flores o frutos en todo el tiempo que llevaban allí. Verdaderamente, si alguien le hubiese dicho que esos árboles llevaban miles de años en ese árido lugar, él lo habría creído sin un ápice de duda.

Pero había algo que lo preocupó infinitamente más que los fulanos árboles. El bar, los ataúdes, las arañas, los gusanos, los órganos y huesos desparramados por el suelo… nada, absolutamente nada de lo que recordaba y de lo que se esperaba, estaba allí. Sólo habían árboles a su alrededor y hasta donde alcanzaba la vista. Ni siquiera el cielo, de un innatural color anaranjado, tenía una mísera nube rondando… es más, ni siquiera se veía el sol. No había un sol, y aún así todo estaba iluminado de forma uniforme.

Lo único que rompía con la monotonía del insólito lugar, eran unas puertas incrustadas en los mismos árboles. No había que ser un genio para notar que por la forma de estas puertas, cada una representaba una festividad del año. Muchas las reconoció de inmediato, otras las tardó en ubicar y había unas cuantas que no conocía. Al parecer había una puerta para cada tradición que se celebrara en el planeta, de modo que había algunas pertenecientes a países de los cuales no conocía otra cosa que el nombre, y eso ya es decir mucho.

Probablemente sus amigos se encontraran detrás de alguna de esas puertas. Para él era lógico pensar en que la última vez que estuvo en la tierra de los muertos no tuvo que pasar por alguna puerta porque… estaba vivo. Pero ahora que había muerto definitivamente, debía elegir con detenimiento en donde pasar el resto de su vid… eh, existencia.

De todas las puertas sólo hubo una que le llamó particularmente la atención. Si Emily y los demás estaban detrás de alguna de las puertas, seguramente sería esa. Claro, tenía sentido pensar que el mundo extraño y aterrador que conoció hacía tiempo se encontrara del otro lado de la puerta con forma de calabaza, representando nada más y nada menos que la Noche de Brujas.

De modo que cerró los ojos, tomó aire (figurativamente, claro, recordemos que es un cadáver), alargó el brazo y tomó la redonda y dorada perilla antes de girarla lentamente. Apenas abrió la puerta un viento huracanado lo arrastró con ímpetu, y entonces el joven Van Dort supo que ya no había vuelta atrás.

Caía lentamente y en movimientos circulares, y todo lo que miraba a su alrededor era obscuridad. Al principio había comenzado a gritar, como cualquier persona haría en medio de una larga caída, pero debido a la poca velocidad a la que iba, se dio cuenta de que no tenía sentido desesperarse. De todas formas, ¿qué podría pasarle? ¿Se le caerían las extremidades? Vale, no era una idea agradable, pero de todas formas estaba muerto, y si llegaba ileso aún así tarde o temprano comenzaría a desmembrarse, hasta que de él no quedara más nada que huesos.
Finalmente el viajecito terminó. Abrió los ojos y vio que estaba en una especie de cementerio. Sólo podía ver tumbas y más tumbas hasta donde alcanzaba la vista, aparte de un extraño y enorme sol naranja con forma de calabaza que lo iluminaba todo. Se encontraba en una pequeña colina con una curiosa forma de espiral, como pudo comprobar cuando se levantó y se sacudió las elegantes ropas que le habían confeccionado para su funeral.

Si ese era el mismo mundo a donde Emily lo había llevado la otra vez, vaya que había cambiado. Bueno, al menos se parecía más que el bosque al que había llegado, así que podía afirmar que al menos se estaba acercando a su objetivo. No sabía adónde demonios ir, así que simplemente se quedó mirando a su alrededor como un pasmarote hasta que localizó una de las puertas del cementerio.

Mientras se dirigía a la salida por pura curiosidad se puso a leer los nombres que estaban escritos en los epitafios. No tardó en localizarse a sí mismo, pero algo andaba mal. Victor Van Dort, Sally Finkelstein, Jack Skellington... no encontró ni una sola lápida que dijera “Emily Bennett”. ¿Y si había entrado por la puerta equivocada? No quería alterarse, así que decidió dejar de buscar mientras intentaba convencerse a sí mismo de que seguramente su tumba estaría del otro lado del cementerio, o quizás había más de un cementerio en ese mundo y ella se encontraba en otro.

Cuando salió del sitio tuvo que echarse a un lado rápidamente, pues un niño feo y cabezón con unas alas de murciélagos más largas que su propio cuerpo pasó volando junto a su cabeza. Vale, eso era totalmente nuevo. El mundo que había visitado hacía unos años sólo era habitado por humanos y uno que otro animal domesticado, definitivamente que en ningún momento había visto alguna criatura parecida a ese niño.
Seguía sin querer creer que había ido a parar a un mundo totalmente diferente al de Emily, así que se obligó a calmarse. De todas formas, algunos habían muerto de formas inimaginables, así que quién sabe cómo demonios habrá muerto ese chiquillo. Siguió caminando por el lúgubre lugar, que de no ser por la ropa de los habitantes o incluso sus extraños tonos de piel habría podido afirmar que todo estaba en blanco y negro.

Con cada paso que daba y con cada cosa, persona (o más bien, “criatura”), que miraba, sus esperanzas de reencontrarse con su amiga eran cada vez más remotas. Aunque ese pensamiento era más bien algo subliminal, algo que no se atrevía a decir en voz alta o incluso a formularlo en su cabeza, pero esa idea estaba allí, incrustada en su subconsciente, y él lo sabía perfectamente, pero prefería hacerse el desentendido. Además, casi toda su familia había fallecido también, y aunque casi todos lo hayan hecho cuando él sólo era un niño, igual aún los recordaba con bastante claridad. Y en medio de la confusión en la que se hallaba cualquier rostro conocido sería muy bien recibido, aunque se tratara del hermano de la amiga de la prima del vecino del jardinero.

Nuevamente tuvo que volver a quitarse del camino cuando pasó un curioso vehículo conducido por un hombrecito de un aspecto aún más curioso que repetía la misma frase una y otra vez por un altavoz: “asamblea del pueblo esta noche”. De algún modo, ese anuncio lo reconfortó, pues si asistía a la susodicha asamblea vería a todos los habitantes del pueblo, y se enteraría de una vez por todas si Emily o algún otro conocido se encontraban allí o no.

De modo que cuando alzó la mirada al cielo y comprobó que apenas era mediodía, supo que tenía que hacer un gran acopio de paciencia. En fin, no tenía nada mejor que hacer que caminar por el pueblo como un turista perdido hasta que anocheciera y comenzara la reunión. Con algo de suerte se encontraría con algún conocido o por lo menos lograría encontrar a alguien que fuera medianamente normal.

Claro que todo esto es más fácil decirlo que hacerlo. Con pesar pensó en que si estuviera vivo, a esa hora su mayor preocupación sería el almuerzo, pero ahora que estaba muerto, comer no era exactamente una prioridad. Realmente todo lo que miraba lo intimidaba en cierta manera, y no pudo atinar a hacer otra cosa que quedarse parado en medio de la calle como un idiota.

–Hm, carne fresca, ¿eh? –siseó una voz extraña y asexuada a sus espaldas. Con sorpresa Victor pudo comprobar cuando se volteó que se trataba nada más y nada menos que de un vampiro, que lo observaba de arriba abajo relamiéndose los labios–. Supongo que aún hay algo de sangre en ese cuerpo tuyo, ¿no es así?

El joven se alejó cautelosamente de la criatura, notablemente nervioso aunque no podía negar que le hacía gracia la pequeña sombrilla que traía el vampiro para cubrirse del sol del mediodía. Tragó saliva y alzó las manos a la defensiva, sin dejar de retroceder.

–¿No que los vampiros no pueden consumir sangre muerta? –preguntó, esperando tener razón y que el vampiro lo dejara en paz.

–Los del mundo de los vivos no. Y ¿adivina en dónde estamos nosotros? –terció el chupador de sangre con cierto tono burlón–. Así que venga, no seas egoísta y dame un poco, que ya no te servirá de nada.

Aunque el vampiro tenía razón, lógicamente la reacción instantánea de Victor fue salir corriendo en dirección contraria. Para su suerte la criatura no lo persiguió ni nada, simplemente lo miró alejarse mientras se carcajeaba internamente. Cuando el joven Van Dort comprobó que estaba a salvo y que probablemente lo único que hizo fue el ridículo al huir de esa forma, se detuvo y se sentó al borde de una fuente que parecía estar dañada.

Apoyó los codos en sus piernas y se cubrió el rostro con las manos, pensando en que si debía pasar el resto de la eternidad en ese lugar, vaya que sería una eternidad muy larga. Ya comenzaba a preguntarse por qué rayos no se fue al mundo de Navidad o al de San Valentín, ¡no!, tenía que irse justamente al de Halloween. Maldita falta de sentido común… seguramente la había heredado de su madre.

Habría pasado el resto de la tarde quejándose mentalmente de no ser por una bonita voz femenina que tarareaba una dulce melodía. Cuando entreabrió los dedos de las manos para ver quién era la que cantaba sin abandonar su pose quejumbrosa, pudo divisar un raído vestido blanco.

En ese instante se emocionó y se levantó de un salto mientras corría hacia la muchacha que cantaba.

–¡Emily! –exclamó emocionado. Pero para su sorpresa, no se trataba de la novia, sino de una chica que tenía un curioso aspecto similar al de una muñeca de trapo. La joven lo miró confundida–. Disculpa, te había confundido con alguien más –se disculpó totalmente apenado. Vaya que estaba desesperado por encontrar a su amiga, ya que en primer lugar aquélla chica no se parecía en nada. Además, su vestido ni siquiera era totalmente blanco, sólo tenía un montón de parches de distintos colores y materiales.

–Oh, de acuerdo, no pasa nada. –Asintió la chica con una dulce sonrisa–. Eres nuevo, ¿no es así?

–¿Se nota mucho? –preguntó Victor mientras se sobaba un brazo con nerviosismo. Bueno, al menos la chica lucía agradable y sin intenciones de beberle la sangre o comerse su carne.

La chica rió levemente ante la pregunta.

–No te mentiré: eres muy obvio –respondió antes de estirar un brazo lleno de costuras–. Soy Sally, por cierto. Un gusto conocerte.

A pesar de que le costaba mucho confiar en la muñeca gigante y parlante, Victor se obligó a estrecharle la mano.

–Victor Van Dort –se presentó él a su vez–. El placer es todo mío.

–Y dime, Victor… –Sally iba a seguir hablando, pero por un momento dirigió su mirada a un punto por detrás del joven y soltó una pequeña exclamación. Tomó a Victor del brazo y se dirigió con él a otra parte, como si quisiera escapar de algo.

Sally se lo llevó junto a un muro de ladrillos y lo obligó a agacharse junto a ella mientras le indicaba con un gesto que guardara silencio. Luego de unos segundos se asomó por encima del muro y suspiró aliviada antes de sentarse en el suelo y recostarse de los ladrillos.

–¿Ocurre algo? –preguntó Victor totalmente confundido.

–Es el doctor Finkelstein, mi creador. Me está buscando –explicó Sally con evidente molestia, aunque no es que le haya aclarado la duda a Victor demasiado bien–. En fin. Dime, ¿por qué escogiste venir a Halloween Town?

–Eh… –Estaba buscando la forma de resumirle a la chica la razón por la que había escogido ir a ese lugar (de lo cual ya se estaba arrepintiendo), cuando volvió a pasar el vehículo con los altavoces, y esta vez el hombrecito que lo conducía estaba anunciando que la asamblea estaba por comenzar.

Sally se levantó y le tendió una mano a Victor para ayudarlo a pararse.

–Vamos, me lo cuentas luego.

Victor asintió y le tomó la mano para ponerse en pie antes de dirigirse a la asamblea con ella. No dejaba de mirar a su alrededor en busca del rostro de Emily, Mayhew o alguien conocido, aunque ya comenzaba a pensar en que cualquier intento sería en vano. Bueno, llegados a este punto ya hasta le reconfortaría encontrarse con Lord Barkis.

Cuando entraron al auditorio en donde se celebraría la reunión ya todos los asientos disponibles estaban ocupados por muertos, monstruos y otras extrañas y escalofriantes criaturas, así que Sally y Victor no tuvieron más opción que sentarse junto a la puerta de entrada. Al menos la alfombra no era para nada incómoda.

Las luces se apagaron y un gran reflector se dirigió hacia el escenario al momento en que el hombrecito que había hablado por los altavoces se ponía ante el micrófono. Fue entonces cuando Victor pudo comprobar que ese sujeto extraño de dos caras era nada más y nada menos que el alcalde de la ciudad, y parecía que iba a dar una información muy relevante.

–El día de hoy ha ocurrido un hecho importante en Halloween Town –anunció. La forma en la que las facciones de su rostro (al parecer de plástico) se movían le calaba los huesos al joven Van Dort. El alcalde se quedó en silencio por unos momentos para crear suspenso, cosa que logró–. ¡Tenemos un recién llegado!

En ese momento todos los presentes, incluyendo a Sally, comenzaron a aplaudir mientras que la pálida luz del reflector se dirigía justo a Victor, quien no atinó a hacer nada más que cubrirse los ojos con una mano al encandilarse con la luz. Entonces Sally y otro sujeto, que tenía toda la pinta de un hombre lobo, hicieron que se pusiera en pie halándolo de los brazos para luego comenzar a empujarlo hacia el escenario.

–¡Oigan, pero yo…! ¡Eh! –Fue lo único que pudo articular Victor mientras lo arrastraban hacia la tarima. Al parecer a nadie le interesaban sus quejidos y su enorme confusión, pues todos seguían aplaudiendo y sonriendo.

Apenas puso un pie en el escenario el alcalde se bajó para cederle toda la atención a él, cosa que lo puso aún más nervioso. Victor se acercó al micrófono y se quedó mirando a todos los presentes como un idiota. Por lo visto esperaban que hablara pero ¿qué rayos iba a decir? Ni siquiera entendía por qué demonios su llegada era tan importante para ellos, pues todos los días morían un incontable número de personas, ¿no? ¿Qué tenía de especial la suya? Les diré qué: absolutamente nada.

Por suerte el alcalde notó que Victor no sabía qué decir o qué hacer, así que decidió darle un pequeño impulso.

–¡Cuéntanos, muchacho! ¿Quién eres y qué te hizo elegir a Halloween Town como tu nuevo hogar? –preguntó, con la permanente sonrisa en su rostro (o más bien, en uno de ellos).

Victor se aclaró la garganta mientras buscaba las palabras adecuadas.

–Eh, bueno… me llamo Victor Van Dort, y… pues… en realidad decidí venir aquí con la intención de buscar a una amiga –comenzó, con los nervios a flor de piel.

–¡Si quieres yo puedo ser esa amiga! –exclamó una bruja con un evidente doble sentido, ocasionando que muchos de los presentes rieran y silbaran.

–No, no –negó Victor riendo levemente–. Estaba buscando a alguien en particular. Pero al parecer… no está aquí.

Y de súbito, el silencio inundó la habitación. Eso no hizo nada más que poner a Victor aún más nervioso. Estaba seguro que de haber estado vivo se habría desmayado ahí mismo, si es que no vomitaba sobre los de la primera fila o se orinaba en los pantalones primero. ¿Acaso había dicho algo malo?

–Uh… ¿fue algo que dije? –Tuvo que preguntar, aunque cuando escuchó su propia voz haciendo eco en las paredes de madera se sintió un idiota al preguntar eso.

–No, para nada –negó el alcalde, pero esta vez ya no tenía el rostro sonriente, sino que su cabeza había dado un giro de 180 grados para mostrar un rostro pálido y lleno de pesar. Eso no hizo más que confundir a Victor.

–En lo absoluto, mi querido amigo –se apresuró a decir una voz desconocida para él. Cuando se giró vio a un esqueleto de traje elegante que subió al escenario junto a él–. Es sólo que… casi nadie viene a Halloween Town al morir. Por eso nos emociona tanto un recién llegado. Y lo más probable que ni tu amiga ni nadie de los que conozcas hayan escogido este lugar.

Y eso era justamente lo que Victor menos quería oír. Obviamente ya lo sospechaba… no, ya lo sabía. Pero si algo no quería, era que se lo confirmaran. De todas formas, ¿lo obligarían a quedarse ahí? Es decir, todos ellos estaban ahí porque querían, mientras que él sólo había cometido una terrible equivocación.

–Ya veo –dijo dirigiéndose al esqueleto, prácticamente olvidando que estaba delante de cientos de personas–. Entonces… supongo que me iré. Sí, buscaré en otra parte. De hecho, lo más probable es que ella se encuentre en el mundo de San Valentín, así que –se bajó del escenario de un salto–, fue un placer conocerlos, pero yo me voy. Adiós.

Todos los presentes lo miraron desconcertados mientras que él atravesaba la sala para llegar a la puerta, incluso el reflector lo perseguía, pero él apenas les prestó atención. Sólo le interesaba pasar la eternidad junto a sus amigos, no entre un montón de monstruos y fenómenos.

–Pero… no puedes irte –dijo el esqueleto justo cuando Victor estaba a punto de irse. El reflector se dirigió a él mientras hablaba.

El joven Van Dort suspiró y se dio la vuelta. Estaba comenzando a perder la paciencia.

–¿Disculpa? Yo sólo vine aquí por error, ¿vale? No fue mi intención llegar a este… mundo en primer lugar –se quejó, intentando disfrazar con su voz la rabia que estaba comenzando a sentir. ¿Qué se creía ese saco de huesos? El reflector se centró en él nuevamente.

El otro soltó una pequeña risa evidentemente sarcástica mientras bajaba del escenario. El reflector volvió hacia él.

–No te lo digo sólo porque sí. Tú atravesaste esa puerta, queriéndolo o no, y ahora tendrás que pasar el resto de tu existencia en Halloween Town –explicó, aunque sabía que no tenía caso. Era más que obvio que el nuevo estaba reacio a escuchar cualquier contradicción.

Apenas terminó de hablar, la luz del reflector volvió a Victor. Mientras tanto, todos los presentes los miraban como si estuviesen viendo un partido de tenis. Derecha, izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda.

–No me importa, no puedes impedir que me vaya –replicó el azabache, totalmente indignado. ¿Qué pretendía? ¿Esposarlo a una pared para evitar que se largara? ¿Qué le importaba a ese sujeto si se iba o no?–. Hazme un favor y déjame en paz.

–No puedes y punto. No porque no queramos, sino porque no se puede salir de Halloween Town, a menos que sea Halloween en el mundo de los vivos.

–¡Pues entonces me esperaré a que sea Halloween para largarme de aquí! –exclamó Victor, volviendo a ser blanco del reflector–. No me extraña que casi nadie quiera venir aquí al morir, ¡esto es un infierno! ¡Nadie en su sano juicio querría pasar el resto de la eternidad en este mundo de locos! –concluyó, hiriendo los sentimientos de más de uno, antes de salir dando un portazo.

¡Genial! Ya sabía lo que tenía qué hacer si quería irse de allí, ahora sólo quedaba esperar unos… ¡Once meses para poder salir! Magnífico, estupendo, maravilloso. No, no tenía ganas de matar a nadie. En lo absoluto. Aunque si las tuviera (y no digo que así sea) lo habría hecho, ya que después de todo, todos estaban muertos allí. Bueno, igual no se hubiera atrevido. Porque sí las tenía y no hacía nada más que quejarse.

–No salió muy bien eso, ¿eh? –Escuchó la voz de Sally a sus espaldas–. Aunque eso que dijiste no fue para nada amable. Mejor nos vamos de aquí, todos están hecho una furia allá adentro –informó mientras señalaba la puerta del auditorio con el dedo pulgar por encima del hombro.

Victor asintió y ambos se alejaron del lugar, poco antes de que los demás comenzaran a salir.

–Lo siento, es que ese sujeto me puso los nervios de punta –dijo Victor negando con la cabeza cuando se sentaron en la misma fuente donde se habían conocido durante la tarde–. ¿Quién era, por cierto?

–Jack Skellington –respondió Sally con un suspiro de desaprobación–. El Rey Calabaza… y mi ex novio –concluyó con un tono de molestia, claramente arrepentida de haber salido con él alguna vez.

Algo le sonó raro al azabache al oír aquello.

–¡¿Rey?! –exclamó. Ahora sí que tenía los nervios de punta.

–Sí, de Halloween Town –asintió la chica como si no fuera gran cosa.

De haber estado vivo, Victor habría deseado morirse ahí mismo. Acababa de llegar y ya le había gritado al rey, ahora quién sabe qué clase de cosas le harían pasar el resto del tiempo que pasara en la ciudad.

–Y por si te lo preguntas, no –dijo Sally al ver la mueca de terror en el rostro del contrario–. No te hará nada por el show que montaste hoy. Por lo general él es muy paciente, más aún con los recién llegados. Es sólo que… bueno, como ya sabes, casi nadie quiere venir a Halloween Town al morir: la mayoría prefiere Christmas Town, Valentine Town o Easter Town.

–Y cuando creyeron que al fin alguien quería venir a Halloween Town, resultó que había sido por un malentendido... ay. –Se quejó mientras se cubría el rostro con las manos. Sí que la había cagado.

–Además, Jack suele sentirse culpable de que casi nadie quiera venir. Es un asunto bastante delicado para él –continuó la muñeca de trapo mientras se encogía de hombros como si nada. Victor soltó un gemido lastimero.

–Y él que fue tan amable conmigo aunque yo fui una rata con él –dijo mientras negaba con la cabeza sin dejar de cubrirse la cara, sintiéndose cada vez más culpable.

–Bueno, no es para tanto… probablemente Jack pasará el resto de la semana encerrado en su casa sin hablar con nadie, pero ya se le pasará. –En definitivo que a la chica no le importaba en lo más mínimo lo que le pasara al Rey Calabaza.

Al oír eso Victor no respondió, sólo soltó un gruñido mientras se pasaba las manos por la cara una y otra vez, como si quisiera lavarse la vergüenza con algún jabón invisible. Cuando se descubrió el rostro notó que se le había desprendido algo de piel en la mejilla izquierda, pero no le prestó atención. En realidad estaba concentrado en la gran ironía: su primer encuentro con el mundo de los muertos fue cuando se casó por error con un cadáver, y ahora que estaba oficialmente muerto terminó en el sitio equivocado por andar buscando al mismo cadáver.

–¿Quieres que te ayude con eso? –preguntó Sally, señalando su mejilla. Victor salió de su ensimismamiento y tomó la piel desprendida.

–Eh… sí, claro –asintió, aunque no estaba muy seguro de a qué se refería con “ayudarle con eso”.

Sally se levantó de la fuente y le indicó a Victor que la siguiera. El chico obedeció mientras mantenía la mano pegada a la mejilla, para evitar que el pedazo de piel se le terminara de caer. La chica la guió a una especie de faro que tenía toda la pinta de estar abandonado que estaba en las afueras de la ciudad, pero luego de subir las largas escaleras, pudo comprobar que en realidad se trataba de una bonita sastrería, aunque muy rudimentaria.

El lugar era muy espacioso, aunque la estancia fuese atravesada por un gran faro descompuesto. A un lado había unas cuantas mesas con máquinas de coser en ellas, un par de probadores, maniquíes y demás instrumentos de trabajo, y al otro estaba ubicada una pequeña cama junto a una cocina. Claro que a los muertos no les hace falta comer, pero eso no quiere decir que no puedan hacerlo por gusto o incluso por aburrimiento.

–Sé que no es ideal, pero no quería seguir viviendo con mi creador un instante más, así que apenas descubrí este lugar me vine casi que inmediatamente –explicó Sally con modestia–. Sígueme –dijo antes de señalarle una de las mesas de costura con la cabeza.

–Pero igual está muy bien –dijo Victor mirando a su alrededor–. Y la vista debe de ser impresionante –comentó mientras seguía a Sally.

–Mucho, sobre todo al amanecer –asintió la muñeca de trapo mientras se sentaba en una silla que tenía ruedas al final de las patas, para desplazarse por el taller con más facilidad. Si alguien le hubiese dicho que al movilizarse por el lugar en esa silla lucía justo como el doctor Finkelstein, ella seguro que le habría cosido la boca en el acto–. Siéntate ahí –dijo mientras le señalaba una silla que estaba junto a un espejo.

Al ver todos los instrumentos que estaban a su alrededor, Victor ya no sabía si estaba en una sastrería, una peluquería o en un consultorio odontológico. De todas formas se sentó y se miró en el espejo. Vaya que se había frotado la cara con brusquedad, pues ya casi podía verse el hueso de la mandíbula. Nota mental para Victor Van Dort: tener más cuidado si no quieres terminar hecho trizas al cabo de una semana.

–Bueno –comenzó Sally mientras se sentaba frente a él–, podría coserte eso con un hilo que tenga el mismo tono que tu piel para que no se note, pero recuerda que luego se pondrá azul o verde debido al proceso de descomposición, así que tal vez se vea un poco extraño después. Te recomiendo el hilo negro –dijo mientras se señalaba una de sus tantas costuras–, ya que combina con todo, y además ayuda a dar un aspecto más aterrador –dijo con una sonrisa–. Pero tú decides –dijo mientras le tendía una bandeja llena de carretes.

Victor dudó un instante, pero acabó decidiéndose por el negro.

–Vale –asintió Sally mientras ponía la bandeja a un lado y tomaba el carrete, para luego pasar el hilo por la aguja y proceder a coserle la piel–. Ahora dime, pero sin mover demasiado la boca, por favor, cómo fue que… ya sabes. Quiero decir, luces muy joven, y no pareciera que hubieses sufrido de alguna enfermedad.

Victor ladeó un poco la cabeza para dejar que Sally trabajara con más comodidad.

–Fue de la forma más estúpida que puede haber –respondió. Desde había llegado a Halloween Town no había tenido mucho tiempo que se diga para pensar en su lamentable muerte–. Un idiota me apuñaló sólo para robarme los zapatos. Y lo peor es que al final ni siquiera se los llevó. –Tuvo que contener una risita irónica, pues Sally no dejaba de repetir entre susurros que se mantuviera lo más quieto posible.

–¿Qué? –preguntó la chica sin poder evitar reír–. Qué desgraciado –comentó mientras negaba con la cabeza–. Meh, igual hay peores formas de morir.

–Pft, ¿cómo cuál? –preguntó Victor con un auténtico escepticismo en su voz.

–La mía, por ejemplo. –Una repentina y absoluta seriedad se apoderó de la voz de Sally, provocando que Victor se sintiera todo un quejica–. Fue hace siglos, claro, cuando la humanidad era más salvaje, por decirlo de alguna forma. Me desmembraron de una forma brutal sólo porque me negué a casarme con un sujeto idiota… supongo que se nota. –Concluyó, refiriéndose a sus propias costuras.

–Lamento oír eso. –Fue lo único que atinó a decir el azabache. Cuando lo mataron no sintió más que un pequeño dolor en el pecho antes de caer inerte casi que inmediatamente, mientras que ella debió de haber sentido una cantidad inconmensurable de dolor durante un tiempo algo prolongado–. Debió ser… joder –dijo con un suspiro de impresión y un poco de espanto.

–Bueno, pasó hace casi un milenio. O tal vez más y ya perdí la cuenta, pero en fin. Eso no importa ahora –dijo la chica para tranquilizarlo un poco mientras daba los últimos toques a la costura.

Victor asintió de forma casi imperceptible para no entorpecer el trabajo de Sally.

–Pero… ¿qué hay del tipo del que huiste? ¿No me dijiste que era tu creador? –preguntó un tanto confundido.

–Sí, pero… no en el sentido literal. Como te imaginarás, cuando llegué no era más dos piernas, dos brazos, un tronco y una cabeza, así que él se encargó de unificarme nuevamente. Claro que desde entonces ha pasado mucho tiempo, y muchas de las partes de mi cuerpo han sido paulatinamente reemplazadas por tela, trapo y relleno. Si te preguntas cómo pude pasar por la puerta, fue fácil, ya que a pesar de estar hecha pedazos igual podía controlar todas las partes de mi cuerpo. –Justo cuando dijo eso se incorporó en la silla y puso la aguja a un lado–. Listo, terminé –anunció con una sonrisa, señalando el espejo con la cabeza.

Victor se giró y se sintió muy satisfecho con el resultado. No parecía que lo hubieran remendado, sino más bien que él mismo había pedido que le hicieran esa costura como si de un tatuaje se tratara.

–Tenías razón, se ve muy bien –comentó mientras pasaba los dedos por encima del hilo con cuidado–. Muchas gracias.

–No fue nada –asintió Sally, mientras guardaba los instrumentos en su lugar para luego dejar la silla en su sitio y levantarse.

Victor también se levantó luego de darse una última mirada en el espejo, y estaba a punto de dirigirse a la salida cuando se dio cuenta de que no tenía a dónde ir. Algo avergonzado se volteó a la chica.

–Eh… como supondrás, no tengo donde pasar la noche, y… –comenzó, realmente le daba vergüenza pedirle algo así a alguien a quien acababa de conocer.

Sally rio levemente ante la evidente pena del azabache, y se apresuró a asentir con la cabeza.

–Sí, puedes dormir aquí. Pero sólo tengo espacio en la cocina… –dijo con gesto pensativo.

–No, está bien –aceptó Victor. De todas formas el suelo de la parte dónde Sally tenía su habitación y la cocina estaba todo cubierto por una alfombra bastante gruesa que lucía algo cómoda. Con una almohada y una manta estaría más que satisfecho.

Notas finales:


Listo el primer capítulo, espero que les haya gustado. Disculpen mi humor chafa. (?)


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).