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La Selección por Nayu - san

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Notas del fanfic:

Esta es una adaptación del libro perteneciente a Kiera Cass. Es hecha sin fines de lucro, ni de ofender. Los personajes no me pertenecen, le pertenecen a Furudate Haruichi, yo solo los uso para esta pequeña historia.

Aclaraciones y acotaciones en las notas finales  

 

Notas del capitulo:

Aclaraciones y acotaciones en las notas finales.

Disfruten la lectura...

Cuando llegó la carta, su madre se puso eufórica. Ya había decidido que todos sus problemas se habían solucionado, que habían desaparecido para siempre. Pero su plan tenía un gran problema, y ese problema tenía nombre y apellido: Tsukishima Kei. No era un hijo particularmente desobediente, pero ahí fue donde dijo basta.

No quería pertenecer a la realeza. Y no quería ser de los Unos. No quería ni siquiera «intentarlo».

Cansado de escuchar el parloteo de su madre tratando de convencerlo, se escondió en su habitación y se colocó los audífonos conectados a una pequeña radio portátil que Akiteru le había conseguido.

De momento su madre, tenía toda una serie de opiniones claramente formadas…, pero estaba seguro de que no escucharía nada de lo que alegara.

No podía seguir esquivándola mucho más tiempo. Se acercaba la hora de la cena y, al ser el mayor de los hermanos (por lo menos de los que estaban en casa), le tocaba ocuparse de la cocina.  Se levantó de la cama lanzando un chasquido y decidió enfrentar al enemigo.

Entró a la cocina a paso firme y con el ceño más fruncido de los habitual. Su mamá lanzó una mirada, pero no dijo nada.

Ejecutaron una danza silenciosa por toda la cocina y el comedor mientras preparaban pollo, pasta y unas rodajas de manzana, y ponían la mesa para cuatro. Si levantaba la vista de lo que estaba haciendo, ella le lanzaba una mirada furiosa, como si así pudiera avergonzarlo y hacerle desear las cosas que ella quería. Era algo que hacía a menudo, como cuando Kei se negaba a aceptar un trabajo en particular porque sabía que la familia que los acogía se mostraba innecesariamente maleducada; o cuando quería que el rubio hiciera una limpieza a fondo porque no podían permitirse pagar a un Seis para que se ocupara de ello. A veces le funcionaba. A veces no. Y en esta ocasión no tenía ninguna oportunidad.

Su mamá no soportaba cuando se ponía así. Pero aquello lo había heredado de ella, así que no tenía por qué sorprenderse. De todos modos, en este caso no se trataba solo de él. 

Últimamente ella también había estado tensa. El verano llegaba a su fin, y muy pronto se enfrentarían al mal tiempo. Y a las preocupaciones.

La mujer dejó la jarra de té frío en el centro de la mesa con un golpe de rabia. Tsukishima sentía que la boca se le hacía agua al pensar en el té con limón. Pero tendría que esperar; sería un desperdicio tomarse su vaso ahora y luego tener que beber agua con la comida.

—¿Tanto te costaría rellenar el formulario? —dijo por fin, incapaz de contenerse ni un momento más—. La Selección podría ser una magnífica oportunidad para ti, para todos nosotros.

Tsukishima soltó un sonoro suspiro, estaba completamente convencido de que rellenar aquel formulario sería en realidad una experiencia próxima a la muerte. No era ningún secreto que los rebeldes —las colonias subterráneas que odiaban Tendo, su gran y relativamente joven país— lanzaban ataques sobre el palacio, violentos y frecuentes. Ya se los había visto en acción en Miyagi. Habían calcinado la casa de uno de los magistrados, y habían destrozado los coches de unos cuantos Doses. Una vez incluso se había producido una fuga sonada de una prisión, pero, teniendo en cuenta que solo habían liberado a una adolescente embarazada y a un Siete que era padre de nueve hijos, no pudo evitar pensar que en aquella ocasión habían hecho bien. No obstante, a parte del peligro potencial, sentía que se le rompería el corazón solo de plantearse participar en la Selección.

Kei no pudo evitar una discreta sonrisa al pensar en todos los motivos que tenía para quedarse exactamente donde estaba.

—Estos últimos años, tu hermano lo ha pasado muy mal —añadió ella, enfadada—. Si tuvieras la más mínima compasión, pensarías en él.

Akiteru. Sí, quería ayudarlo. Y a Ami, y a Tobio. Incluso también a su madre. Desde que su padre murió Akiteru, como hermano mayor, tomó las riendas de la familia siendo la principal fuente de ingresos; a pesar de ser joven se le veía agotado todo el tiempo. Cuando planteaba las cosas así, no había nada por lo que sonreír.

La situación había ido empeorando durante demasiado tiempo. Seguro que el aceptar sería un regreso a la normalidad. No es que su situación fuera tan precaria, que temieran por su supervivencia, o algo así. No eran indigentes. Pero tampoco estaban tan lejos de serlo. El mundo se divide en castas, y la suya estaba a tres niveles de lo más bajo. Son artistas. Y los artistas y los músicos de piezas clásicas solo están a tres pasos de la basura. Literalmente. Tenían que hacer malabarismos para llegar a fin de mes, y los ingresos dependían mucho de la temporada.

Tsukishima recordó haber leído en un viejo libro de historia que antiguamente las fiestas principales se concentraban en los meses de invierno. Algo llamado Hallowen, luego Navidad y Año Nuevo. Una tras otra. La Navidad seguía en su sitio. Pero desde que Tendo firmó el gran tratado de paz con Estados Unidos, el Año Nuevo se celebraba en enero o febrero, dependiendo de la Luna. Y las diferentes celebraciones de recuerdo y de independencia se habían convertido en la Fiesta del Agradecimiento, que tenía lugar en verano. Era la ocasión en que se celebraba la formación de Tendo, y con la que daban gracias por seguir ahí. No sabía qué era eso de Halloween. Nunca había vuelto a celebrarse.

Así pues, al menos tres veces al año, toda la familia tenía un trabajo a tiempo completo.  Akiteru podía crear obras, que los clientes compraban como regalos. Mamá y él actuaban en fiestas —el rubio cantando y ella al piano—, y no decían que no a ningún trabajo si podían hacerlo. Cuando era más pequeño, actuar frente a un público le aterraba. Pero ahora le hacía a la idea de que no era más que una música de fondo. Eso es lo que era a los ojos de los clientes: una música hecha para que se oyera, pero sin que se viera.

Tobio aún no había descubierto su talento. Pero solo tenía siete años, así que todavía le quedaba algo de tiempo. Muy pronto las hojas volverían a caer, y la inestabilidad regresaría a su hogar. Cinco bocas, pero solo tres trabajadores. Sin garantías de empleo hasta Navidad. Si pensaba en aquello, la Selección parecía una tabla de salvación, un punto seguro al que agarrarse. Aquella estúpida carta podía sacarlos de la oscuridad.

Observó a su madre por unos segundos: Tsukishima Sai. Para ser una Cinco, estaba algo rellenita, lo cual era raro. No era nada comilona, y tampoco es que tuvieran para atiborrarse. Quizá fuera el aspecto normal de alguien que había tenido seis hijos. Era rubia, pero tenía un montón de mechas de un blanco brillante que le habían aparecido de pronto unos dos años antes. En las comisuras de los ojos se le dibujaban líneas de expresión, aunque aún era bastante joven, y al moverse por la cocina se inclinaba hacia delante como si llevara sobre los hombros un gran peso invisible. Todos llevaban un gran peso invisible desde hace dos años, tras la trágica muerte de su padre por un ataque al corazón, pero ella lo manifestaba más.

No solían discutir, pero, al irse acercando en silencio el desolador panorama del otoño, se había ido volviendo algo irritable. Y a sus ojos, Tsukishima se estaba portando como un insensato, al no querer siquiera rellenar un estúpido formulario.

Es que era algo personal para Kei, algo que no quería compartir con nadie, habían cosas en este mundo —cosas importantes— de las que no se quería separar. Y veía aquel trozo de papel como algo que lo separaba de todo lo que deseaba. Quizá fuera que lo que deseaba era una tontería. Puede que no fuera ni siquiera algo que pudiera llegar a tener. Aun así, era suyo. No se veía capaz de sacrificar sus sueños, por mucho que quisiera a su familia.

Además, ya les había dado mucho. Era el mayor, ahora que Kenna se había casado y que Kota se había ido; Akiteru siendo el verdadero mayor, asumió el papel de cabeza cuando su padre murió, y Kei se había adaptado a su papel como "hermano mayor"  lo más rápido que había sido posible. Lo había hecho todo por contribuir. Había adaptado sus horarios escolares a los ensayos, que le llevaban la mayor parte del día, ya que estudiaba varios instrumentos además de canto.

Pero tras llegar la carta, todos esos esfuerzos dejaron de tener importancia. A los ojos de su madre, él ya era rey.

Si hubiera sido más listo, habría escondido aquella estúpida notificación antes de que Akiteru, Emi y Tobio llegaran. Pero no contaba con que su madre la había guardado entre la ropa, y la sacó a relucir a media comida.

—A la familia Tsukishima —anunció, con la carta en la mano. Intentó arrebatársela, pero ella reaccionó muy rápido. En realidad, iban a enterarse antes o después, pero, si hacía aquello, todos se pondrían de su parte.

—Mamá, por favor —soltó en un gruñido.

—¡Yo quiero oírlo! —dijo Emi, ilusionada.Tsukishima la miró por encima del hombro con el ceño fruncido.

Emi, su hermana pequeña, era muy parecida a él fisicamente: llevaba el cabello rubio hasta los hombros y los ojos dorados, era tres años menor. Pero, aunque físicamente fueran casi idénticos, tenían personalidades opuestas. Ella, a diferencia de Kei era muy extrovertida y optimista. Y en los últimos tiempos parecía estar loca por los chicos. Todo aquel asunto le parecía de lo más romántico.

Al ver la actitud de los demás el rubio empezó a sentir que se moría de la vergüenza. Akiteru escuchaba con atención, y Ami casi daba botes de alegría.

Tobio, el menor de los Tsukishima, era muy parecido a su padre: con el cabellos azabache y los ojos de un azúl profundo;  el pobrecito, seguía comiendo.

Sai se aclaró la garganta y prosiguió. —«El último censo confirma que actualmente reside en su domicilio un hombre soltero de entre dieciséis y veinte años. Nos gustaría comunicarle la oportunidad que se le presenta de honrar a la gran nación deTendo.»

Emi volvió a soltar otro gritito y lo agarró del brazo: —¡Ese eres tú!

—Ya lo sé, enana. —refunfuñó tratando de zafarse del agarre sin éxito— Déjame el brazo, que me lo vas a romper.

Pero ella seguía dando botes, sin soltarlo.

—«Nuestro querido príncipe, Kuroo Tetsurou —prosiguió su mamá—, alcanzará la mayoría de edad este mes. En esta nueva etapa de su vida, espera encontrar un compañero, y contraer matrimonio con un auténtico  hijo de Tendo. Si su hijo, hermano o tutelado desea optar a la posibilidad de convertirse en el prometido del príncipe Tetsurou y en príncipe de Tendo, deberá rellenar el formulario adjunto y presentarlo en la Oficina Provincial de Servicios más próxima. Se escogerá aleatoriamente a una mujer u hombre de cada provincia, y los elegidos conocerán al príncipe. Los participantes se alojarán en Tokyo, en el precioso palacio de Tendo; durante toda su estancia. Las familias de cada participante serán “recompensadas generosamente” —leyó, marcando cada sílaba para crear un mayor efecto— por su concesión a la familia real.»

El rubio miró al techo mientras ella proseguía.  Eso es lo que se hacía con los hijos: las princesas nacidas en la familia real se vendían en matrimonio en un intento por reforzar las incipientes alianzas con otros países; se necesitaban aliados. Aunque hasta el momento no se había visto nada parecido, y Tsuki esperaba no tener que verlo nunca. No había habido una princesa en la familia real desde hacía tres generaciones... Los príncipes, en cambio, se casaban con mujeres u hombres del pueblo, sí hombres también, para mantener alta la moral de la nación, en ocasiones tan volátil. La Selección tenía por objetivo mantener al país unido y recordarle a todo el mundo que Tendo había nacido de la nada, prácticamente. Tsukishima se removió incómodo en su sitio, ninguna de las dos opciones le parecía buena. Y la idea de entrar a participar en un concurso para deleite de todo el país, y dejar que aquel pelele estirado escogiera al más guapo o al más tonto del rebaño para convertirlo en esa cara bonita y muda que aparecía a su lado en la tele… En fin, todo eso hacía que le de ganas de gritar. ¿Podía haber algo más humillante?

Sai seguía leyendo la carta en voz alta, mientras Kei removia la comida incómodo; todo el hambre que había tenido desapareció abruptamente, había trabajado en casas de suficientes Doses y Treses como para estar seguro de que no quería convertirse en uno de ellos, y mucho menos en uno de los Unos. Salvo por las épocas en que se pasaba hambre, estaba muy satisfecho de ser un Cinco.

 —¡Y por supuesto le encantaría a Kei! Es guapísimo —añadió Sei, encantada.

—Por favor, mamá. Soy de lo más normal.—murmuró sintiendo que un sonrojo amenazaba en su rostro.

—¡No lo eres! —gritó Emi de repente—. ¡Porque soy idéntica a ti…, y yo soy guapísima!

Y sonrió con tanta gracia que Tsukishima no pudo evitar lanzarle una pequeña sonrisa. Era un buen argumento, porque lo cierto era que Emi era muy guapa. No obstante, era algo más que su cara, más que aquella sonrisa irresistible y aquellos ojos brillantes. Emi irradiaba una energía, un entusiasmo, que te hacía desear estar allá donde estuviera ella. Emi tenía un magnetismo particular, algo de lo que Tsukishima obviamente carecía.

—¿Y tú qué crees, oh gran rey? ¿Soy guapa? —le preguntó Emi al menor con ganas de fastidiarlo.

Todas las miradas se posaron en el miembro más joven de la familia.

—¡No! ¡Las chicas dan asco!

—¡Tobio, por favor! —su madre soltó un suspiro de exasperación, pero era fingido. A ella le resultaba muy difícil enfadarse con Tobio, era tan idéntico a su padre—. Kei, tienes que saber que eres un chico encantador.

Tsukishima no sabía si reír o llorar del chiste que le acaba de contar— Si soy tan encantador, ¿cómo es que ningún chico me pide nunca que salga con él?— añadió con un tono desafiante.

—Oh, la verdad es que ellos lo intentan, pero yo los ahuyento. Mis hijos son demasiado guapos como para casarse con Cincos. Kenna se casó con un Cuatro, y estoy segura de que tú puedes conseguir un partido aún mejor—dijo ella, y le dio un sorbo a su té.

—Él tiene nombre. Deja de tratarlo como si fuera un número. ¿Y desde cuándo se presentan chicos a la puerta? —preguntó el rubio, elevando involuntariamente cada vez más el tono de voz, esta conversación no era de lo más cómlda pero necesitaba respuestas—. Nunca he visto a un solo chico en nuestra escalera.

—Hace un tiempo —confesó Akiteru, que intervino por primera vez. Su voz tenía un matiz algo triste, y no apartaba la vista de su taza.

Cuando Kei era pequeño no habían problemas más que por su actitud arisca hacia los demás; pero todo eso cambió cuando le llegó la adolescencia: su talla aumentó considerablemente, los rasgos de su rostro se hacían más atractivos y en un abrir y cerrar de ojos su hermano pequeño ya no era más un niño. La verdad es que habían sido muchos los chicos que habían ido por su hermano, pero es que ninguno lo merecía.  

Kei lo miró confundido, intentando descifrar qué sería lo que le preocupaba tanto. ¿Los chicos que se presentaban en la puerta? ¿Que su mamá y él estuvieran discutiendo? ¿La idea de que no se presentara al concurso? ¿Lo lejos que estaría si lo hacía? Ambos se entendían bien. Cuando su padre falleció, su mamá se sentía agotada y deprimida, por lo que los tres mayores se hacían cargo de cada uno de los menores, en el caso de Akiteru: Kei; pasó junto a él la mayor parte de su niñez. 

Akiteru levantó la vista solo un instante, y de pronto, con ese pequeño contacto, Kei lo entendió. No quería pedírselo. No quería que se fuera. Pero tampoco podía negar el efecto beneficioso que tendría si conseguía entrar, aunque solo fuera por un día.

—Kei, cariño, sé razonable —dijo Sai—. Debo de ser la única madre del país que tiene que convencer a su hijo de algo así. ¡Piensa en la oportunidad que supone! ¡Podrías llegar a ser rey! —exclamó en un grito.

—Mamá, aunque quisiera ser rey, que desde luego no quiero, hay otros miles de chicos y chicas en la provincia que participarán en esto. Miles. Y si se diera el caso de que ganara el sorteo, aún quedarían otros treinta y cuatro en lista, sin duda mucho mejores que yo en las artes de la seducción, por mucho que lo intentara. —añadió decidido a dar por terminada la conversación mientras se ponía de pie.

—¿Qué es la seducción? —preguntó Tobio de repente,  levantando la cabeza.

—Nada —respondieron todos a coro.

—Es ridículo pensar que, con todo eso, pueda tener alguna oportunidad de ganar —concluyó, dándose la vuelta dispuesto a irse.

Su madre empujó la silla hacia atrás, se puso en pie y se dirigió hacia él con rapidez, hasta quedar uno frente al otro.—Alguien tendrá que ir, Tsukishima Kei. Tienes las mismas oportunidades que cualquier otro. —dicho esto tiró la servilleta sobre sus manos y se dispuso a dejar la habitación—. Tobio, cuando acabes, es hora del baño.

Él lanzó un gruñido.

Emi comió en silencio. Tobio hizo tiempo todo lo que pudo, pero no fue mucho. 

Tsukishima resopló irritado; todo por culpa de esa estúpida carta, con su estúpido principe y su estúpida Selección. Era obvio que ahora él tendría que recoger la mesa, así que cuando los demás se pusieron en pie, empezó con su trabajo mientras Akiteru bebía su té, sentado en silencio, observando cada uno de los movimientos del menor.  Tsukishima volteó a verlo y notó que aún tenía restos de pintura en el pelo, unas salpicaduras rojas que le hicieron sonreír. Akiteru también le sonrió y se puso en pie y sacudiendo las migas de su camisa.

—Lo siento, Nii-san—murmuró, mientras recogía los platos.

—No seas tonto, Kei-chan. No estoy enfadado —contestó, sonriendo y pasándole un brazo por los hombros.

—Es que yo…

—No tienes que explicármelo, lo sé —interrumpió, y le estampó un beso en la frente—. Me vuelvo al trabajo.

Tsukishima asintió y observó a su hermano alejarse hasta que cerró la fuerte tras de si. Ni bien se encontró solo se dirigió a la cocina para empezar a limpiar. Envolvió su plato del almuerzo que se rehusó a comer en una servilleta, con la comida casi intacta, y lo metió en la nevera. Los demás apenas dejaron unas migas. Suspiró una vez más en el día, ¿Cuántas veces ya lo había hecho? 

Con el rostro cansado se dirigió a su habitación dispuesto a prepararse para la cama.

Todo aquello lo estaba estresando. ¿Por qué tenía que presionarlo tanto su madre? ¿Es que no era feliz? ¿Por qué no estaba contenta con lo que tenía?

Se tendió sobre el colchón lleno de bultos, se supone que iba a escuchar algo de música hasta quedarse dormido, pero de repente su mente empezó a divagar y terminó pensando en la Selección. Definitivamente tendría sus ventajas. No le disgustaría comer bien al menos por unos días. Pero no valía la pena hacerse ilusiones. No iba a enamorarse del príncipe Kuroo. Por lo que había visto en el Tendo Capital Report, ni siquiera podría llegar a gustarle aquel tipo. Sacudió la cabeza molesto cuando de repente el rostro despreocupado y la sonrisa ladina del pelinegro que veía en televisión aparecía en su mente.

Parecía que el tiempo no avanzaba, hasta que por fin llegó la medianoche. Se puso de pie dirigiéndose a la puerta, pero se detuvo frente al espejo junto a ella para asegurarse de al menos tener buen aspecto. Se contempló durante unos segundos sin las gafas, a parte de sus ojos, no sentía que tenía algo especial o atractivo. Se colocó las gafas nuevamente y con el máximo sigilo posible, se dirigió a la cocina.

Cogió los restos del plato que había dejado antes, algo de pan no muy fresco y una manzana; lo metió todo en un pequeño mantel y lo selló con un nudillo. Volvió a la habitación más despacio de lo que habría deseado, ya que llegaba tarde. Pero es que si lo hubiera preparado antes se hubiera pasado todo el rato mucho más nervioso. Cerró la puerta con cuidado procurando no hacer ruido alguna, se dirigió a la ventana de su habitación y miró hacia afuera, hacia su pequeño patio. Casi no había luna, así que tuvo que esperar a que su dañada vista se adaptara a la oscuridad antes de ponerse en marcha. A penas se veía la silueta de la casa del árbol, al otro lado del césped. 

Cuando eran más pequeños, Kota ataba sábanas a las ramas para que pareciera un barco velero. Él era el capitán, y Kei siempre era su segundo de a bordo. Su misión consistía principalmente en barrer la cubierta y preparar la comida, que se componía de tierra y pajitas servidas en los moldes de horno de su madre. 

Él cogía una cucharada de tierra y se la «comía» tirándola por encima del hombro, lo que significaba que le tocaba barrer otra vez, pero no importaba. Se sentía feliz de estar en el barco con Kota.

Miró alrededor. Todas las casas del vecindario estaban a oscuras. Nadie miraba. Se subió al marco de la ventana con cuidado. Ya se había hecho algún rasguños en el vientre alguna vez por hacerlo mal, pero ahora se le daba bien; era un talento que había perfeccionado a lo largo de los años. Y además no quería que se le me cayera nada de la comida.

Ni bien sus pies tocaron el césped cruzó a la carrera vestido con su mejor pijama. Podía haberse dejado la ropa de día puesta, pero estaba más a gusto así. Se suponía que no importaba lo que llevara puesto, pero se sentía cómodo con los pantaloncillos cortos de color marrón y la camisa blanca a juego.

A pesar de su altura, ya no le costaba trepar con una sola mano por los tablones clavados al árbol. También había perfeccionado esa técnica. Cada escalón que subía era un motivo de alivio. No era una gran distancia, pero desde allí le daba la impresión de que todo el alboroto de casa quedaba a kilómetros de distancia. Sonrió al pensar que aquí no tenía que ser el príncipe de nadie.

Al introducirse en el cubículo que le servía de refugio, supo que no estaba solo. En el otro extremo, alguien se ocultaba entre las sombras. Al rubio se le aceleró la respiración; no podía evitarlo. Dejó la comida en el suelo y entrecerró los ojos para ver mejor. La otra persona se movió y encendió una mísera vela. No daba mucha luz —nadie la vería desde la casa— pero bastaba.  Por fin el intruso habló, con una sonrisa furtiva de oreja a oreja y unos ojos relucientes.

—HolaTsuki, estás guapísimo.

Se adentró más a gatas en la casa del árbol, que no era mucho más que un cubo de dos por dos metros en el que ni siquiera Tobio podría permanecer de pie. Pero para ambos era suficiente. Había una abertura por la que te podías colar reptando y un ventanuco en la pared contraria. Kei había colocado un viejo taburete en un rincón para que sirviera de soporte para la vela, y una alfombrilla que estaba tan vieja que apenas suponía una mejora en comparación con sentarse sobre los tablones. No era gran cosa, pero era su refugio. El refugio de ambos.

—No digas «guapísimo», te lo pido por favor. Primero mi madre, luego Emi, ahora tú. En serio empieza a enojarme —dijo en un murmullo, sintiendo que el rubor amenazaba a brotar. 

Esto solo hizo que Bokuto lanzara una radiante sonrisa ante la encantadora reacción del rubio y lo miró atentamente durante unos segundos, estaba claro que aquello no iba a hacer que se detuviera. 

—No puedo evitarlo Tsuki. Eres lo más precioso que he visto nunca. No puedes echarme en cara que te lo diga en la única ocasión que se me presenta. —soltó con tono divertido y se acercó y para coger el rostro carmesí entre sus manos, intentando ver en lo más profundo de esos dorados ojos.

No hizo falta más. Sus labios ya estaban sobre los del rubio, y no podían pensar en nada más.

Lejos quedaban la Selección, las discusiones familiares y hasta el propio Tendo. Tsukishima solo pensaba en las expertas manos de Bokuto sobre su espalda, guiándolo hacia él, y su aliento sobre su rostro, haciendo acalorar más sus mejillas. Las manos de Kei se dirigieron a su cabello grisáceo, aún húmedo por la ducha —siempre se duchaba por la noche—, y se enredaron en un nudo perfecto. Olía al jabón casero que hacía su madre. Aquel olor le hacía soñar. Por su parte Bokuto no dejaba de fundir su rostro en la piel del menor, sintiendo la suavidad y el dulce aroma que provenían de ella. Ambos se separaron, y se lanzaron una pequeña sonrisa. Tsukishima se incorporó, volviendo a mostrar su serio rostro, sentándose al lado del mayor.

—Siento no estar de mejor humor. Es solo que… hoy hemos recibido esa estúpida carta. -dice bajando la mirada avergonzado.

—Ah, sí, la carta —suspia Bokuto, mirando al frente—. Nosotros recibimos dos. —añade. Bokuto tenía dos hermanas gemelas que acababan de cumplir los dieciséis.

Cuando la carta llegó a su casa, más que alegrarse por sus hermanas, sintió una presión en el pecho al pensar en Tsuki y que él también la recibiría.

Volteó a verlo y estudió el rostro del menor mientras hablaba. Los cabellos dorados algo largos, con unos pequeños rizos en la frente, los ojos dorados que lo hacían soñar despierto, esa pequeña nariz y cada uno de sus gestos. Hacía eso siempre que podían estar juntos, como si estuviera refrescando la imagen de su rostro que guardaba en su memoria. Habían pasado más de una semana sin verse, y ambos estaban ansiosos cuando pasaban unos cuantos días.

Kei también lo escrutó. Bokuto era, con mucho, el tipo más atractivo de cualquier casta en toda la ciudad. Tenía el cabello de dos tonos distintos, algo desordenado, y los ojos dorados, además de aquella sonrisa que te hacía pensar que ocultaba un secreto. Era alto, pero no demasiado. Delgado, pero no demasiado. Todo eso combinaba a la perfección con su actitud positiva ante todo. Tsukishima observó a la pálida luz de la vela que Kotaro tenía unas ojeras apenas perceptibles bajo los ojos; sin duda aquella semana habría estado trabajando hasta tarde. Su camiseta negra estaba desgastada por varios sitios hasta el límite de la rotura, igual que los raídos vaqueros que llevaba casi todos los días.

Ojalá pudiera sentarme a remendárselos. Pensó Kei.

Aquella era su gran ambición. No ser el príncipe de Tendo, sino el de Bokuto. Le dolía estar lejos de él. Algunos días se volvía loco preguntándose qué estaría haciendo. Y cuando no podía soportarlo más, se centraba en su música. En realidad, Bokuto Kotaro era el responsable de la calidad de su música. Se le iba la cabeza pensando en él.

Y eso era malo.

Bokuto era un Seis. Los Seises eran criados y solo estaban un peldaño por encima de los Sietes, de los que se diferenciaban por una mejor educación y por su preparación para trabajar en el interior de las casas. Bokuto era más listo de lo que la gente se imaginaba, además de que era atractivo, pero era muy raro que alguien de una casta superior se casara con alguien de una casta inferior. Un hombre así podía pedirte la mano, pero era raro que la otra persona aceptara. Y cuando dos personas de castas diferentes decidían casarse, tenían que rellenar un montón de papeleo y esperar unos tres meses antes de poder proceder con los siguientes trámites legales. 

De modo que aquel encuentro tan personal entre ambos, ya pasado el toque de queda en Tendo…, podrían estar en graves problemas. Pero eso a ninguno de los dos le importaba, ya que ambos se querían: hacía ya casi dos años de eso.

Con él allí delante, acariciando sus rubios cabellos con ternura, Tsukishima no podía imaginar siquiera entrar en la Selección. Él ya estaba enamorado.

—¿A ti qué te parece? La Selección, quiero decir.—preguntó, tratando de sonar lo menos ansioso posible.

—Está bien, supongo. Tendrá que buscarse a alguien «de algún modo», el pobre —contestó con una nota de sarcasmo en su voz.

Pero Kei necesitaba saber más, necesitaba saber qué opinaba.

—Bokuto-san...

—Está bien, está bien Tsuki. —respondió con una sonrisa, tratando de mostrar seriedad— Bueno, una parte de mí piensa que es algo triste. ¿Es que el príncipe no sale con personas? Quiero decir… ¿De verdad no  puede conseguir a «ninguno»? Si intentan casar a las princesas con otros príncipes, ¿por qué no hacen lo mismo con él? Por ahí debe de haber alguien de la familia real que valga la pena. No lo entiendo. Eso, por una parte. Pero luego… —Suspiró, mirando al suelo—. En parte también me parece una buena idea. Es emocionante ¿sabes? Va a enamorarse a la vista de todo el mundo. Y me gusta la idea de que alguien consiga un futuro feliz así. Cualquiera podría ser nuestra próxima reina... o rey. En cierto modo es esperanzador. Me hace pensar que quizá yo también un día pueda tener ante mí un futuro feliz.

Sus dedos buscaron los del rubio, hasta alcanzarlos y darles pequeñas caricias. Sus ojos vivaces escrutaron el interior de su pareja, quería hacerle sentir aquella chispa que los unía y que no había compartido con nadie más. Tsukishima correspondió al contacto y tomó su mano, él también quería un futuro feliz... juntos.

—¿De modo que haz animado a las gemelas a que se presenten?-cuestionó el rubio.

—Sí. Bueno, todos hemos visto al príncipe alguna vez; parece un tipo bastante correcto. O sea, será un remilgado, desde luego, pero parece agradable. Y las chicas están deseosas; es de lo más gracioso. Cuando he llegado a casa esta tarde, estaban bailando. Y desde luego no se puede negar que sería positivo para la familia. Mamá se muestra esperanzada porque en nuestra casa tenemos dos oportunidades, en lugar de solo una.

Aquella era la primera buena noticia que oía sobre aquella horrible competencia. Era increíble. Sus ojos se iluminaron y sintió su corazón dar un brinco de esperanza, se había centrado tanto en si mismo que ni siquiera había pensado en las hermanas de Bokuto. Si una de ellas iba, si una de ellas ganaba…

—Bokuto-san, ¿te das cuenta de lo que significaría eso? Si Gen o Haru ganaran…

Bokuto no dejó que terminara la frase y lo estrechó entre sus brazos, abrazándolo fuerza. Rozó la frente del menor con los labios, mientras su mano le recorría la espalda arriba y abajo.

—No he pensado en otra cosa en todo el día —dijo con un suspiro.

Ahora el sonido descarnado de su voz se imponía a cualquier otro pensamiento. Ahora Kei solo deseaba que Bokuto lo tocara, que lo besara. Y ese era exactamente el rumbo que tomaba la noche, pero su estómago rugió y devolvió a ambos a la realidad.

—Eh, he traído algo para probar —anunció, soltándose con delicadeza del agarre.

—¿Ah, sí? —respondió tratando de disimular su ansiedad, pero no lo consiguió del todo.

—Espero que te guste; lo he preparado yo mismo.—anunció cogiendo el pequeño mantel con un nudito entre las manos. Lo acercó a Bokuto pero este solo tomó el paquete para ponerlo a un lado y tomó sus delgadas manos entre las suyas.

—Todo lo que tenga un toque de Tsuki me gusta.—dijo antes de besar las manos del menor. Este solo se sonrojó y retiró sus manos para volver a coger el pequeño paquete.

—Tsk, no digas esas cosas... es patético.

Bokuto rió, no muy alto. Amaba poner a Tsukishima en esa situación, por más patético que lo llamara, sabía que estas cosas le gustaba. Lo besó en la frente y el rubio volvió a lanzar un chasquido antes de acercarle la comida a Bokuto, quien la mordisqueó sin prisas. Kei le dio un bocado a la manzana de modo que él tuviera la impresión de que era para los dos, sin embargo todo era para el mayor...

Si en su  casa la comida era una preocupación, en la de Bokuto era un desastre. Él tenía trabajo de un modo continuo, pero le pagaban bastante menos que a los Tsukishima. Nunca tenían suficiente comida para toda la familia. Era el mayor de siete hermanos, y, al igual que Kei, había tenido que contribuir en cuanto pudo. De la poca comida que tenían, Kotaro les cedía su parte a sus hermanos menores y a su madre, que siempre estaba agotada de tanto trabajar. Su padre había muerto tres años atrás, y ahora su familia dependía de él para casi todo.

El rubio observó con satisfacción como su pareja chupaba los restos de especias del pollo pegadas a los dedos y que luego se comía el pan. A saber cuánto hacía que no probaba bocado.

—Tsuki, ¿Ya te he dicho que eres un cocinero excelente? Vas a hacer muy feliz… a alguien, algún día, alguien que se volverá muy gordo —dijo, con la boca medio llena de manzana.

—Voy a hacerte «a ti» muy feliz… y te pondrás muy gordo. Ya lo sabes. —respondió con seriedad.

—¡Ah, eso de ponerse gordo…!—exclamó señalándolo con el índice y lanzándole un guiño.

Ambos rieron y Bokuto empezó a contarle lo que había hecho desde la última vez que se habían visto. Había estado con trabajos de oficina para una de las fábricas, algo que iba a durar toda la semana siguiente. Su madre por fin había conseguido trabajo estable limpiando las casas de algunos Doses de la zona. Las gemelas estaban tristes porque su madre las había obligado a dejar las clases de teatro a las que asistían después del colegio, para que pudieran trabajar más.

—Voy a ver si puedo conseguir algo de trabajo los domingos, para ganar un poco más de dinero. Odio que tengan que dejar algo que les gusta tanto —dijo, y lo hizo con un tono de esperanza en la voz, como si realmente pudiera hacerlo.

—¡Bokuto Kotaro, no te atrevas a hacerlo! Ya trabajas demasiado.

—Venga, Tsuki —le susurró al oído, y aquello le produjo un escalofrío—. Ya sabes cómo son Gen y Haru. Necesitan estar rodeadas de gente. No pueden estar encerradas limpiando y escribiendo todo el rato. No son así, por naturaleza.

—Tú también eres así —añadió con tono burlón— Pero no es justo que esperen que tú lo hagas todo. —dijo volviendo al tono serio de siempre—  Sé lo que sientes por tus hermanas, pero tienes que cuidarte. Si de verdad las quieres, tendrías que cuidar mejor a la persona de la que dependen.

—No te preocupes, Tsuki. Creo que hay buenas perspectivas en el horizonte. No estaré haciéndolo eternamente. —añadió con tono convencido, con la esperanza de que el rubio le creyera. Sin embargo ambos sabían que no era cierto, pues su familia siempre necesitaría dinero.

—Bokuto-san, sé que podría hacerlo. Pero no eres un superhéroe. No puedes pretender ser capaz de proporcionarles todo a todas las personas a las que quieres. Es que… no puedes hacerlo todo.

Se quedaron un momento en silencio. Kei sabía lo terco que podía llegar a ser Bokuto, pero esperaba que sus palabras hubieran interiorizado en la mente del peligris, consciente de que, si no bajaba el ritmo, acabaría agotado. Que un Seis, un Siete o un Ocho muriera de agotamiento no sería nada nuevo. 

Aquello no podría soportarlo.

Lanzó un respingón de tan solo pensarlo y se abalanzó sobre el mayor apretándose contra su pecho, intentando borrar aquella imagen de su cabeza.

—¿Tsuki?

—¿Si Bokuto-san?

—Nada es imposible para el increíble Bokuto Kotaro... —dice mientras juega con los cabellos del rubio, enredándolo entre sus rasposos dedos.

—Tsk, no seas tonto. Bokuto ríe y el silencio vuelve a reinar.

—¿Tsuki? —vuelve a llamar.

—¿Si Bokuto-san?

—¿Vas a participar en la Selección?

—Claro que no, no quiero que nadie piense que me pudiera plantear siquiera casarme con un extraño. —contesta, pero algo dentro de si le dice que no es suficiente— Yo te quiero a ti —contesta finalmente.

Bokuto sonríe con la tenue luz de la vela alumbrando su rostro, pero casi inmediatamente se torna serio— Tsuki, ¿Quieres ser un Seis? ¿Vivir eternamente con hambre? ¿Con preocupaciones? —preguntó.

Claramente mostraba dolor en su voz, había una pregunta de fondo: si tuviera que escoger entre dormir en un palacio con servicio o en un piso de tres habitaciones con toda la familia de Bokuto, ¿con qué se quedaría?

—Bokuto-san, saldremos adelante. Somos listos. Estaremos bien —respondió, esperando de verdad que así fuera.

—Sabes que no va a ser así, Tsuki. Yo tendré que seguir manteniendo a mi familia. No soy de los que abandonan a la gente —dijo con seriedad, y sintió como el delgado cuerpo de su pareja se estremeció ligeramente entre sus brazos—. Y si tuviéramos hijos…

—Cuando tengamos hijos. —interrumpió con un hilillo de voz— Tendremos que tener cuidado con eso: ¿quién dice que debemos tener más de dos?

—¡Tú sabes que eso no es algo que podamos controlar! —replicó, con la rabia que se acumulaba en su voz.

No podía culparlo. Si tenías suficiente dinero, disponías de medios de planificación familiar. Pero si eras un Cuatro o de una casta inferior, te dejaban que te las apañaras por tu cuenta. Aquello había sido por lo que más habían discutido durante los últimos seis meses, cuando empezaron a buscar en serio un modo de estar juntos, cuando los besos ya no eran suficientes, querían más... Sin embargo los niños eran un riesgo.  Cuantos más tenías, más había para trabajar. Pero también más bocas hambrientas que alimentar… Se quedaron en silencio nuevamente, sin saber muy bien qué decir. Bokuto era una persona apasionada; solía dejarse llevar un poco cuando discutía. Había ido aprendiendo a controlarse antes de llegar al punto de enfadarse, y eso era precisamente lo que estaba haciendo en aquel momento.

Tsukishima no quería que se preocupara ni que se enfadara; de verdad pensaba que podrían arreglárselas. Si planeaban bien todo lo que podían controlar, podrían soportar todo lo demás. Quizá fuera demasiado optimista, o tal vez estuviera demasiado enamorado, pero realmente creía que ambos podrían lograr cualquiera cosa que desearan con fuerza.

—Creo que deberías hacerlo —dijo Bokuto de pronto, con algo de dolor en la voz.

—¿Hacer qué? —respondió  Kei algo confuso.

—Participar en la Selección. Creo que deberías hacerlo.

Tsukishima se le quedó mirando y poco a poco la piel de su frente mostraba un ceño fruncido.

—¿Has perdido la cabeza?

—Tsuki, escúchame —respondió, con la boca junto a la oreja ajena. Sabía perfectamente que eso lo distraía. Cuando su voz salió por fin, era como una suave y lenta caricia, como si le estuviera diciendo algo romántico, aunque en realidad se tratara de todo lo contrario—. Si tuvieras la ocasión de conseguir algo mejor que esto y la perdieras por mi culpa, nunca me lo perdonaría. No podría soportarlo. Tsukishima soltó un soplido airado.

—Esto es patético. Piensa en los miles de personas que participarán. Ni siquiera me escogerán.

—Si estás tan seguro de que no te escogerán, ¿cuál es el problema? —Ahora sus manosempezaron a frotar los brazos del rubio, arriba y abajo. Kei sentía su corazón acelerarse. No podía discutir cuando le hacía aquello—. Lo único que quiero es que te presentes. Solo quiero que lo pruebes. Y si vas, pues vas. Y si no, pues al menos no tendré que reprocharme habértelo impedido.

—Pero yo no lo quiero, Bokuto-san. Ni siquiera me gusta. Ni siquiera lo conozco. —defendió.

—Nadie lo conoce Tsuki. De eso se trata, aunque quizá llegue a gustarte. —añadió con una sonrisa triste en los labios.

—Bokuto-san, para. Yo te quiero a ti.

—Y yo a ti —contestó, y lo besó lentamente para dejarlo bien claro—. Y si me quieres, lo harás para que no me vuelva loco preguntándome lo que habría podido ser.

Kei resopló, cuando hacía que algo tuviera que ver con él, lo dejaba sin defensa. Porque no podía hacerle daño. Hacía todo lo que podía para hacerle la vida más fácil. Sabía que tenía razón, no había ninguna posibilidad de que lo cogieran. Así que tendría que pasar por todo aquello, contentarlos a todos y, cuando vieran que no lo escogían, por fin lo dejarían en paz.

—¿De acuerdo? —le dijo al oído, con un suspiro. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

—Tsk, está bien —susurró—. Lo haré. Solo para que sepas que no quiero ser ningún principe. —un sonrojo apareció en sus mejillas— Lo único que deseo es ser tu esposo.

Bokuto sonrió aún con más fuerza que antes y le acarició el pelo.

—Lo serás. —susurró.

Debió de ser la luz… o la falta de ella, porque Tsukishima juraría que los ojos del peligris se llenaron de lágrimas al decir aquello.

Bokuto había pasado muchas cosas, pero solo le había visto llorar una vez, cuando habían azotado a su hermano en la plaza. El pequeño Nori había robado algo de fruta de un carro del mercado. Un adulto habría sido sometido a un breve juicio y, luego, dependiendo del valor del material robado, o le habrían mandado a la cárcel, o lo habrían sentenciado a muerte. Nori solo tenía nueve años, así que fue azotado. La madre de Bokuto no tenía dinero suficiente para llevarle a un buen médico, así que Nori se había quedado con la espalda llena de cicatrices tras aquel incidente.

Aquella noche Kei esperó junto a su ventana para ver si Bokuto trepaba a la casa del árbol. Cuando lo hizo, salió a hurtadillas y fue con él. Kotaro lloró en sus brazos durante una hora, lamentándose porque que si hubiera trabajado más, si lo hubiera hecho mejor, Nori no habría tenido que robar, y por lo injusto que era que el crío hubiera tenido que sufrir aquello por su fracaso. Tsukishima sentìa un dolor terrible, porque no era cierto. Pero no podía decírselo; sabía que no lo escucharía. Bokuto se echaba a la espalda la responsabilidad de todas las necesidades de sus seres queridos. Y de algún modo, de un momento a otro, Kei se había convertido en una de esas personas. Así que intentaba que su carga fuera lo más ligera posible.

— Tsuki ¿Quieres cantarme? ¿Algo bueno para que me acompañe en el sueño?—susurró en el oído del menor.

Tsukishima dio un chasquido, pero por dentro gritaba de alegría. Le encantaba cantarle canciones.

Así que se situó más a su lado y le cantó una suave melodía. Bokuto lo escuchó encantado, dejándolo cantar unos minutos hasta que sus dedos empezaron a moverse descuidadamente por debajo de la oreja del rubio. Luego con sus hábiles dedos le abrió un poco la camisa y marcó un camino de besos por el cuello y las orejas. El menor cantaba con la voz entrecortada, soltando jadeos involuntarios y vergonzosos cada vez que sentía el contacto en su piel.El peligris siguió con su trabajo y le levantó la manga corta besándole el brazo hasta donde alcanzó, hasta dejarlo sin respiración.

Casi cada vez que le cantaba, hacía aquello. A Kotaro le gustaba más oír esa respiración entrecortada que las propias canciones.

Al poco tiempo ya estaban uno encima del otro sobre la sucia y fina alfombrilla. El mayor tiró de Kei, echándolo sobre su cuerpo, mientras el otro le acariciaba el desaliñado pelo con los dedos, hipnotizado por la sensación de tenerlo entre los dedos. Se besaron con fervor, con fuerza. Bokuto movía sus manos pausadamente, recorriendo su pequeña cintura, su espalda, sus anchas caderas, sus muslos, tratando de no dejar cardenales por todo el cuerpo con la presión de los dedos. Los besos y las caricias fueron subiendo de tono, hasta que Kei yacía jadeante , con el pecho denudo bajo el peligris que se encontrba en las mismas condiciones. Ambos iban con cuidado, y siempre se detenían antes de llegar a lo que realmente deseaban. Violar el toque de queda ya era suficiente riesgo. Aun así, con todas esas limitaciones, no podían imaginar que hubiera alguien en Tendo más apasionado que ellos dos.

—Te quiero, Tsukishima Kei. Y te querré toda la vida. —dijo aquello con una profunda emoción en la voz, lo cual pilló desprevenido al rubio.

—Yo también te quiero, Bokuto Kotaro. Siempre serás mi príncipe.

Y se besaron hasta que la vela se consumió.

Debieron de pasar horas. Tsukishima sentía que le pesaban los ojos.A Bokuto nunca le preocupaba lo que durmiera él, pero mostraba una preocupación continua por el descanso de su pareja.

Así que, resignado y con el ceño fruncido, el rubio bajó la escalera con el plato y un céntimo.

Cuando cantaba, Bokuto disfrutaba, le encantaba. De vez en cuando, cuando tenía algo de dinero, le daba un céntimo en pago por su canción. Pero si había conseguido un céntimo, Kei se negaba y quería que se lo diera a su familia. No había duda de que necesitaban hasta la última moneda. No obstante, conservar aquellos céntimos en su poder —ya que de ningún modo se los iba a gastar— era como un recordatorio de todo lo que Kotaro estaba dispuesto a hacer por él, de todo lo que significaba para el peligris.

Ya de vuelta en su habitación, sacó el frasquito de céntimos de su escondrijo y escuchó el feliz tintineo de la nueva moneda al caer sobre sus nuevas vecinas.

Luego se dirigió a la ventana y esperó diez minutos, hasta que vio la sombra de Bokuto que bajaba del árbol y salía corriendo por la calle de atrás.

Tsukishima sonrió, se quitó los lentes y se echó en la cama dispuesto a dormir, sin embargo, se quedó despierto un rato más, pensando en Bokuto, en lo mucho que lo quería, y en la sensación que le producía su amor. Se sentía especial, incomparable, único. Ningún rey, en ningún trono, podría sentirse mejor en ese momemto.

Kei cerró sus dorados ojos y durmió con aquel pensamiento grabado a fuego en el corazón      

 

Notas finales:

HI!

Esto es lo que sucede cuando juntas tu libro favorito y tus personajes favoritos.

¿Qué les pareció?

Me gustaría hacer unas aclaraciones:

> La historia no me pertenece, es de Kiera Cass. Si gustan pueden leer el libro completo de su autoría.

> La historia originalmente es narrada en primera persona.

> La adaptación es sin fines de lucro, únicamente para su disfrute.

Esos tres punto eran los que quería aclarar, espero que les haya gustado, si así fue me gustaría que me lo hicieran saber mediante un rw. Aunque es una adaptación, me agradó la idea de hacerla en tercera persona por lo tanto es más tedioso, además de agregar personajes, agregar algunos diálogos y adaptar los personajes según la personalidad para que no sea OoC.

Por otro lado en la historia no hay muchos romances, pero planeo agregar algunos (Podrían decirme cuales les gustaría).

No ha sido solo copia y pega, en serio me tomo un buen tiempito, es por eso que me gustaría saber si al menos a alguien le agrada esta idea, no me gustaría hacerlo en vano, con que a uno de ustedes le agrade me conformo. Háganmelo saber mediante un rw.

Lamento extender tanto, gracias por leer, y si se da el caso, nos leemos en el próximo capítulo.

BYE!


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