Nuevamente allí estaba, sentado en su silla, con sus útiles escolares y su carpeta sobre una pequeña mesa donde cada cinco minutos se le caían sus lapiceras, mirando fijamente la hoja de cálculo, la cual sostenía con su mano derecha, leyéndola atentamente para revisar si no había un error en ella. Cuando lo encontró, dejo la hoja sobre la mesa y apoyo su codo sobre la misma, mientras recostaba su mejilla izquierda sobre su mano izquierda.
- Esta mal, ese número está multiplicando, pasa dividiendo al otro lado. – Le hablo, señalándole con el dedo índice de su mano derecha, el número que paso multiplicando al otro lado.
- Ah, cierto que me dijiste que pasaba dividiendo, lo siento Daniel. Ahora lo corrijo. – Se disculpó con una sonrisa boba. Los cálculos sobre la hoja estaban hechos a lápiz, por lo cual tomo la goma de borrar que estaba sobre la mesa y borro lo que estaba mal. Luego de eso, tomo el lápiz y la calculadora científica que estaba al lado de la carpeta y corrigió su error. - Listo. – Una vez que termino, este le entrego la hoja a Daniel otra vez y la observo.
- Pues, está bien, pero debes colocarlo como si fuera una fracción. –
- ¿Qué es eso? – Pregunto con una sonrisa inocente. Daniel frunció el ceño molesto y suspiro.
- ¡¿Me estás diciendo que llegaste hasta este último año de secundaria sin saber que es una puta fracción?! – Grito eso ultimo con bastante fuerza, tanto que escucho en todo ese pequeño salón de clases. Aunque como todo el salón estaba haciendo ruido y hablando fuerte, daba igual si gritaba o no, nadie le prestaría atención.
Daniel Martínez, edad 17, altura 1.75, ojos color marrón oscuro, cabello negro y un poco largo, y su piel era blanca. Llevaba puesto el uniforme escolar y sus anteojos, no podía vivir sin ese último elemento. Era el tipo inteligente del salón que le tenía muy poca paciencia a sus compañeros y que era muy cerrado, normalmente prefería estar solo.
- ¡Martínez! La boca. – Salvo la profesora de matemáticas que estaba al lado suyo tratando de explicarle el tema a un alumno que se sentaba en la mesa que estaba a su lado derecho.
- Perdón profe. – Se disculpó Daniel tratando de tranquilizarse. – Solo escribe este número debajo de este y pon una rayita entre medio de ambos. -
- ¡Hijo de puta! – Se escuchó la voz de su hermana menor insultando.
- ¡Martínez! ¿Usted también? – Pregunto la profesora mirándola sorprendida.
- Perdón profe. – Se disculpó ella para luego pegar cara sobre las hojas de su carpeta.
- ¿Y tú porque insultaste Cecilia? – Se dio media vuelta de su asiento a su lado izquierdo para hablar con su hermana, la cual levanto un poco su rostro para ver a su hermano.
- El chico del fic yaoi que estaba leyendo violo al uke, ahora lo odio con toda mi alma y espero que su seme lo asesine por hacerle eso a su niño. – Daniel rodo sus ojos al escuchar que su hermana nuevamente se volvió loca con sus historias de homosexuales. Ella estaba bastante molesta, pero en la mayoría de veces solo fingía que exageraba. - ¿Y tú? –
Cecilia Martínez, edad 17, altura 1.62, ojos color marrón oscuro, cabello largo y lizo de color negro, su piel era igual de blanca que la de su hermano. Llevaba puesto su típico uniforme escolar femenino y una pulsera dorada que tenía un tiburón y una especie de tiburón ballena*, según ella esa pulsera era muy importante y valiosa. Cecilia era su pequeña y adorada hermana melliza, menor por unos minutos, ella era bastante alegre y bastante loca con sus anime y homosexuales.
- Porque el muy pendejo de Adrián no sabía que carajos es una fracción. – Explico señalándolo a Adrián.
- ¡Termine! Ahora si está bien ¿verdad? – Le pregunto Adrián muy emocionado mostrándole la hoja.
Adrián Núñez, edad 17, altura 1.75, ojos azules, cabello rubio y largo, piel un tanto beige. Estaba vestido igual que todos los alumnos del salón. Adrián era un chico muy sonriente, amable, estúpido, muy estúpido en realidad y divertido. En definitiva, era todo lo contrario a lo que era Daniel, y por eso mismo, a veces era difícil tener una conversación decente.
- Si, ahora si está bien, tan solo entrégalo y deja de molestarme. – Respondido un poco molesto. Saco de su bolso su celular con sus auriculares, abrió su reproductor de música y luego se colocó los auriculares para perderse en su mundo nuevamente.
- Gracias. – Escucho de su parte para luego darse la vuelta.
Intento ignorarlo al principio, pero simplemente no pudo hacerlo. Observo al frente suyo a Adrián entregarle su tarea a la profesora, y a los pocos momentos de haber recibido su nota, Aldana, la arpía del salón, lo abrazo, comenzaron a hablar y la muy perra de empezó a reírse fuerte y de forma tan estúpida que Daniel no lo soporto más y subió el volumen de su música y apoyo su rostro sobre su carpeta como lo había hecho su adorada hermana.
- Tenemos que ver tema nuevo así que todos presten atención. – La profesora hablo, estando justo en frente del pizarrón hasta que dirigió su mirada hacia donde estaban ambos mellizos. - ¡Martínez! Despierten por favor. – Levanto tanto su tono de voz que ambos hermanos levantaron su frente en alto al escucharla.
- Perdón profe. – Se disculparon ambos al mismo tiendo, recibiendo las risas de todo el salón. Daniel frunció el ceño al ver que incluso Adrián se rio, pero al final le dedico una típica sonrisa suya, lo cual hizo que Daniel desviara la mirada y se ruborizara un poco.
Al finalizar la explicación y dejar tarea para hacer, Daniel la termino los cálculos. Nunca faltaban los idiotas que no se molestaban por prestar atención y le pedían ayuda o directamente las respuestas, pero Daniel simplemente los mandaba al demonio a todos. Sabía que su forma de ser era del asco, era como un troll gruño, pero no era su culpa ser así del todo.
Desde siempre, Cecilia era no solamente su melliza, era su hermanita menor, su mejor amiga de toda la vida. Por esa razón, él la quería mucho y la sobreprotegía bastante. Cecilia era una chica muy bonita, tanto así que era muy difícil que no resaltara entre los demás. La mayoría de las chicas casi siempre la molestaban por envidiosas, y siempre trataban de hacerla llorar.
Daniel por su parte, siempre les devolvía los insultos y los que le hacían a su hermana, incluso hasta el punto de hacerlas llorar con sus comentarios hirientes, y a pesar de que siempre le reprochaban por hacer llorar a las chicas, a él nunca le importo una mierda eso, para él, ellas se lo merecían por meterse con Cecilia.
Lo peor de todo, no eran solo las chicas las que fastidiaban a Cecilia, sino que también lo hacían los chicos. Al principio, no le molestaba mucho la idea de que su hermana tuviera amigos varones, ellos no la molestaban hasta el punto de lastimarla. El problema era que la mayoría de ellos tenían otras intenciones con ella. Daniel estaba cansando de escuchar lo grandes pechos que tenía su hermana, las ganas que tenían de hacerle cosas no santas, y que a sus espaldas dijeran que por más que estaba loca, era lo suficientemente bonita como para tener relación de una sola noche.
“¡No, no, no, no y no, mi hermana no es ese tipo de chica!” Era lo que pensaba cada vez que estaba ese tipo de cosas. Razón por la cual, Daniel no tuvo más de otra adoptar una personalidad dura y agresiva, para dejarles bien en claro a los demás que no debían meterse con su hermana. Cecilia era muy sensible, si ella se enamora y esa persona juega con sus sentimientos, seguramente se le dificultaría bastante animarla. Prefería que su hermana tuviera un novio que la quisiera de verdad y la cuidara antes de dejar que cualquier idiota la hiriera.
Exactamente por todas esas razones, Daniel no tenía amigos, era súper aislado de todos y no se molestaba en ser amable con nadie. Sin embargo, hace un año eso que tenía una excepción a todo eso, y esa excepción era Adrián.
Conocía a ese chico hace tres años, la primera vez, no le prestó atención en absoluto, era solo otro compañero bobo del salón y amigo de su hermana. Sin embargo, al final de ese año este le rogo que lo ayudara a estudiar para rendir las materias que se había llevado. Daniel realmente iba a negarse como lo había hecho con todos, pero como Cecilia le pidió que lo ayudara también, no tuvo otra opción.
A partir de entonces, Adrián siempre recurría a Daniel para que lo ayudara a entender aquellas cosas que no entendía en lo más mínimo. A veces, era demasiado estúpido, incluso para ser un estudiante de secundaria, y eso lo irritaba bastante. Aunque, al pasar tanto tiempo con él y tener más en cuenta su presencia, se dio cuenta de que era un buen chico, no era doble cara, era sincero en su totalidad, podía ser bobo, pero se notaba que era muy amable con todos.
Tardo un año en darse cuenta de ello y aceptarlo, pero al fin y al cabo lo admitía, se terminó enamorando del estúpido de Adrián. Sin embargo, la única persona que sabía eso era su adorada hermana, quien fue la primera en darse cuenta de eso. Aunque, por más de que había aceptado sus sentimientos por él, jamás paso por su cabeza confesárselo.
Las razones por las cuales no se animaba a hacerlo eran varias, entre ellas estaban, el hecho de que Adrián era hetero, el hecho de que tenía a la maldita arpía de Aldana colgada de su cuello todos los putos días de su vida, y entre todas ellas, él parecía estar más interesado en Cecilia que él mismo. Obviamente, su hermana no estaba al tanto de eso, y ella jamás sería capaz de salir con Adrián sabiendo que él estaba enamorado de ese chico.
Sin embargo, Adrián parecía ser muy bueno con ella como para aceptarlo como su novio, y si a él le gustaba a ella, pues no interferiría, aunque Cecilia hasta la fecha siempre le había dicho que lo veía como un amigo. Aunque, si uno notaba como se llevaban ambos todos los días, parecía como si fueran el uno para el otro.
- Dani… ¿Me explicas esto? Por favor. – Escucho la voz de Adrián tratando de llamar su atención. Daniel tomo su celular, apago su reproductor de música, se sacó sus auriculares y suspiro. Adrián nuevamente estaba sentado frente a su mesa con su hoja y lápiz en mano.
- Esta bien. – Simplemente no podía negarse cuando escuchaba su voz llamarlo por su nombre. Su corazón latía fuertemente, y trataba de controlarlo la mayor parte del tiempo, tranquilizarse cuando estuviera en frente suyo. Podía aparentar, pero a veces tenía miedo de no ser tan convincente. – Escucha atentamente ¿sí? No lo repetiré dos veces. –
- ¡Si! – Y mientras le explicaba, Daniel no podía evitar contemplar el bello rostro de Adrián.
Continuara…