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Insuficiencia por Vampire White Du Schiffer

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Notas del fanfic:

Los personajes de Yu-Gi-Oh! no me pertenecen. Esto es delirio de fan para fanes. 

 

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Todo lo que quería, en serio, en esta vida era conseguir un empleo que me permitiera vivir no como rico pero definitivamente mejor que estando con mi padre, así no tendría vergüenza al acudir a casa de mi madre y pasar por Serenety. Claro que no todo sale a pedir de boca cuando de los ahorros que con tanto ahínco tenías en un pequeño cerdo debajo de tu cama se esfuman para salvar a un antiguo amigo apostador compulsivo. No espero justificar a Tristán, aunque nunca revelé la fuente de la suma que lo salvó, pero sí me encargué de que Tea y Yugi lo refundieran en una dolorosa terapia llamada me decepcionas, ahora trabaja. Si eso no logra sacudirlo recurriré a los golpes.

Sé lo estúpido que puede parecerles que yo, partiéndome tarde tras tarde, noche tras noche, me desprenda tan fácil del esfuerzo para ayudar a un sujeto que no hace nada más que despilfarrar lo que no ganó, pero sólo espero que me entiendan: así como el dinero del Torneo que Yugi ganó sirvió para la operación de mi hermana, pensé, quizá ingenuamente, que la cadena de favores debía continuar por mi mano. Además Tristán ha estado en las buenas y las malas.

Pues ese favorcito me costó todo. La comida, esencialmente. Así que para no causar mayor revuelo decidí quedarme en casa, de esa manera evitaría gastos y busqué otros dos trabajos diurnos que permitieran conseguir lo indispensable. Estaba en esa cavilación, terminando de poner el tenis derecho cuando una sombra se dibujó en la puerta, extrañado vi que al segundo siguiente un sobre se deslizó debajo. No esperaba correspondencia sino hasta el día siguiente (Lleno encuestas de revistas), de allí la sorpresa. Abrí la puerta para devolver la carta que ni nombre llevaba cuando me di cuenta que ya no había nadie. Rayos. Ese cartero debía tratarse de un ninja.

Qué más daba, abrí la carta y el contenido me confirmó, punto uno, que el envío era precisamente para mí, punto dos, el que lo había enviado era nadie más y nadie menos que S.K… o sea… Special Key. ¿Qué quería una marca de cereales conmigo?

Suficiente broma para hoy, Joey. Sabes con exactitud quién es, me dije. Suspiré y rompí la carta en pedacitos para lanzarla al bote de basura que tenía debajo de las escaleras, a la salida del conjunto habitacional. ¿Qué se cree ese bastardo ricachón? ¿Espera que acuda corriendo? Además, ¿Cómo fue que se enteró? Ninguno de mis amigos estaría así de dispuesto para traicionarme y contarle porqué falté a clases.

Me encogí de hombros y enfoqué mis energías a trabajar.

 

 

Molido. No sé si puede usarse esa palabra para describir lo que siento en mi cuerpo. Regresé a casa casi arrastrándome con la bolsa de la tienda de conveniencia que contenía mi cena para esta noche. Subí con lentitud las escaleras, sintiendo un pinchazo en la espalda con cada paso. Vamos, Joey, suenas como un anciano.

Sabrán el fastidio que me causó encontrar, de nuevo, un sobre blanco sobre el tapete. Lo pisé, pasé de largo y cené en silencio. Así dejé que se juntaran quince cartas más que mi viejo tampoco se interesó. Una tarde, cuando uno de mis trabajos se canceló tuve algunas horas libres para encargarme de esa molestia.

En un balde coloqué todo papel para al instante siguiente ver las llamas consumirlo hasta las cenizas.

–Puedes irte a la mierda –murmuré a sabiendas que él, por alguno de sus inventos, o de sus monigotes que me seguían día y noche desde que dejé la escuela, me perseguía para darle salto y seña de mis desventuras.

Para un preparatoriano que no es bueno en la escuela, o para mí al menos, trabajar es lo que saca del atolladero. No la caridad de un maldito rico. No soy un jodido limosnero.

 

 

Regresé casi muerto a las dos de la madrugada. Llovía, estaba oscuro, por eso mi poca visibilidad aunada a mi cansancio físico fue imposible que evitara el auto que estaba estacionado frente a mi casa. Tambaleando lo rodeé sin ánimo de maldecir a la progenitora del bastardo dueño del auto cuando alguien me jaló del antebrazo. Fue rápido, aunque no como aparece en ciertas viñetas, lo que impidió que prestara lucha fue mi debilidad.

–De vuelta a la mansión –su voz está que relampaguea de ira. El chofer se limita a obedecer y en silencio nos deslizamos a través de la noche.

Pues aquí me tienen en uno de los tantos automóviles de Seto Kaiba.

–Vete a la mierda –repetí apartándome de él, totalmente dispuesto a mojar el asiento de piel, tallando mis zapatos llenos de lodo. Adiós tapicería fina.

Él no respondió.

 

 

No fue sino hasta que estornudé por segunda vez que me permitió una toalla. Al parecer su hermano estaba fuera por lo de una convención. Sigo sin entender cómo sumirse a su corta edad en el mundo empresarial del psicótico de Seto Kaiba puede hacerlo feliz.

–Di lo que tengas para irme a casa –expresé  

–Tenías órdenes de venir aquí.

–Las desobedecí. Fin de la historia.

–No tienes alternativa.

–Ah, ¿qué no era negociaciones?

–Fue un eufemismo.

–Jódete con tu palabrería de ricos. Odio eso de ti.

–¿Ah, sí? ¿Sólo eso? –inquirió.

–Para esto –le arrojé la toalla mojada –. Mi vida no te incumbe.

–Tu vida me pertenece –se sentó detrás de un pomposo escritorio. Yo me quedé de una pieza en medio del estudio, ¿me entró agua en las orejas?

–¿De qué estás hablando?

Seto Kaiba me miró como tanto odio que haga, arrogante desde su posición, sumamente seguro de que todo lo que ordenaba iba a acatarse sin demora.

–La deuda de Tristán.

Así que era eso.

–Yo pagué eso –contesté llanamente.

–Esto te sonará divertido entonces –extrajo una carpeta de un cajón y la aventó sobre la madera, no pude evitar ir a su encuentro, tenía que entender de una vez por todas a qué se refería este maniaco.

Números, letras, títulos. ¿Qué rayos significa esto?

–Adquirí los derechos derivados de la deuda de ese inútil. Con tu dinero pagaste la suerte principal. Falta que cubras los intereses –sonrió –¿Qué consideras que será suficiente para pagarme?

–Hasta donde sé es ilegal la esclavitud –dije, intuyendo a dónde se dirigían sus pasos.

–No serás un simple esclavo.

–Ah, menos mal –no me lo trago.

–Serás mi esclavo.

 

 

No me jodas.

 

 

Bitácora de Joey Wheeler; día uno. Después de organizar la agenda de mi reciente contratista descubrí que ODIO A SETO KAIBA.

Continuará… 

Notas finales:

Lamento que no sea one shot. Entré a la esclavitud laboral, otra vez. Disminuyó mi tiempo TT. TT. En el próximo el encuentro cercano del tercer tipo y la aparición del Duque-Activa-Celos. 

Los comentarios son combustible que no daña el medio ambiente. 


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