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La Colina por Kaiku_kun

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Notas del fanfic:

Buenas, aquí llego con otro fic de TakuRan, de Inazuma Eleven Go, esta vez es dama y angustia, así que no esperéis muchas cosas agradables. ¡Disfrutadlo!


La Colina

 

“Es hora de levantarse”
“No te olvides de nada”
“¡Que llegas tarde!”


Shindou se levantó de la cama, molesto por tantas exigencias. Lo primero que hizo fue mirar por la ventana. Era otro día gris. Pasó de la voz de la conciencia que le decía que tenía que ir a clase, porque no tenía nada de ganas de salir de casa.

El joven observó el paisaje sin emoción aparente. Era otro día con el cielo lleno de ceniza, el sol tapado por nubes negras, media ciudad en llamas, con disparos que ya no le sorprendían. Había pocos sitios que no hubieran quedado devastados por las llamas. El instituto era uno de ellos, aunque se había convertido en el refugio de la ciudad. Y el otro era una colina.

La Colina, en mayúsculas. Un lugar natural al que las cenizas y la destrucción nunca habían llegado a tocar, siempre iluminado por la luna y nunca por el sol. Era un faro en la noche. Muchos supervivientes de la catástrofe habían intentado llegar hasta allí, embelesados por la perfección de un espacio vivo y verde sin mancillar, pero ninguno había vuelto para contarlo. Shindou no creía en esas tonterías. Todo era una visión, un espejismo. Estaba seguro que más allá de esa colina, la devastación seguía.

Luego miró hacia el instituto. Casi no se podía ver el edificio. Había columnas de humo y algunas casas en llamas que lo tapaban. Se podía ver, a lo lejos, el epicentro de la catástrofe, un cráter humeante de dónde salían extraños sonidos quejumbrosos. Lo que había allí, nadie se había atrevido a averiguar. Quedaban pocos humanos en la ciudad y muchas de esas criaturas horrendas, con varias caras, pálidas como la cera y con tentáculos. Eran capaces de arrancarte todas las partes del cuerpo de un solo tirón o simplemente arrastrarte hasta su guarida.

—Bueno, me temo que será hora de ir tirando… —se dijo Shindou.

No tenía mochila. Ni nada para defenderse. Ni comida, ni agua. En su casa, lo único que había era una cama y ropa, un refugio seguro al que nadie nunca había entrado desde hacía mucho tiempo.

Shindou siempre se había negado a abandonar lo que quedaba de su mansión. Era lo único que conservaba de su familia, y apenas se tenía en pie. Él dormía en su habitación de siempre, pulcra, ordenada, pero el resto de la mansión era como una casa fantasma, todo destrozado, algunos cadáveres huecos y arrinconados de esas criaturas horribles, partes de la casa directamente derrumbadas… Le daba igual. Su habitación era sagrada para él y moriría en un derrumbe si hacía falta para demostrarlo.

—Vamos allá —suspiró, intentando animarse.

Salió de su habitación, bien vestido como en los viejos tiempos, y no miró a ninguna otra parte que fuera el camino hasta salir de su casa. Cuando llegó a las escaleras, se deslizó por la barandilla de hierro, como los niños, pues era la manera más fácil de llegar hasta abajo. No quedaban escaleras para bajar, a causa de los derrumbes.

Fuera de la mansión, inspiró y expiró con calma.

—Todo tiene que ser normal. Tienes que parecer normal.

Shindou se encaró a la calle que llevaba al instituto. Era simple, era recto, solo eran unos pocos minutos andando, pero podían significar la vida o la muerte. Empezó a caminar con la calma de siempre, pero de poco sirvió: al cabo de dos o tres pasos, una furgoneta cargada de gente bien armada y disparando se le cruzó, huyendo de un supuesto enemigo. Y ese enemigo tardó apenas unos segundos más en mostrarse. Rápidas como el rayo, dos de esas criaturas blancas perseguían la furgoneta, con el único fin de llevarse a sus tripulantes con ellas.

—¿Qué haces ahí plantado? ¡Ayuda! ¡Necesitamos ayuda! —le gritaron algunos de ellos.
—Imbéciles… —soltó de mala gana Shindou, para sí mismo.

Shindou siguió caminando sin inmutarse, a punto de chocar contra una de esas criaturas. El joven siempre había tenido la impresión que, si no se luchaba contra ellas, podían convivir muy bien. Por eso él las ignoraba, evitaba llamarles la atención, que se dieran cuenta que estaba allí, pero no para molestar. Era lo más sensato.

—Hola —saludó Shindou a una de esas criaturas, cuando pasó por su lado. Ésta pronunció algo en su idioma y siguió su camino—. Hasta pronto.

En cuestión de segundos, la criatura había desaparecido con su compañera y se pudo oír el estruendo de una explosión y gritos desesperados de los tripulantes de la furgoneta. Shindou negó con la cabeza, exasperado, a la vez que algo apenado. Por lo menos, esta vez no les conocía.

En el pasado, esas criaturas se llevaron en contra de su voluntad a muchos de sus amigos, desesperados por huir. Tenma se había ido a un lugar mejor. Tsurugi había conseguido volver, pero jamás había vuelto a hablar con nadie, y se escondía en un rincón del polideportivo del instituto. Y como él, decenas.

Otros habían decidido echar los dados y dirigirse a La Colina. Kariya, por ejemplo, empezó a soñar con su familia diariamente hasta que creyó que estaba viva y que estaba en La Colina, esperando su llegada. Un día, salió de clase sin razón aparente y le vimos dirigirse a ese sitio, esquivando a todas las criaturas, y no le volvimos a ver.

Shindou llegó al instituto de peor ánimo con el que había salido. Recordar a sus amigos desaparecidos le puso de mal humor, pues todo era culpa de esas estúpidas criaturas blancas.

Cuando entró en la única clase que había para su edad, que estaba situada en el aula de música, varios de sus amigos le saludaron, entre ellos Kita Ichiban, un chico de pelo naranja muy tranquilo y taimado que disfrutaba igual que Shindou de una vida tranquila y llena de música, que prácticamente era lo único que hacían en clase.

—¿Cómo te ha ido? —le preguntó el de pelo naranja.
—He vuelto a tener pesadillas sobre esas criaturas, nada nuevo.
—¿Y ese chico que apareció una vez en tus sueños? Hace tiempo que no me hablas de ello.
—Fue un sueño y ya hace tiempo de eso.
—Sé que no quieres darle importancia, pero debería importarte.

Lo habitual en ese mundo catastrófico era tener siempre pesadillas aún más catastróficas, desesperanzadas, o directamente no soñar nada, de tanto estar alerta por esas criaturas. Kita consideraba una enorme anomalía el hecho que Shindou hubiera soñado con alguien desconocido, como un recuerdo feliz.

O eso era lo que Kita creía. En realidad, Shindou sí conocía a ese chico de antes, pero lo recordaba tan vagamente que apenas podía reconstruir su imagen en ese instante. Y pese a eso, albergaba un afecto que no podía identificar. El castaño había dado vueltas al tema en el pasado, pensando que quizás tuviera algo como amnesia.

Entonces vieron entrar al profesor y todos se callaron. Estaban todos sentados en el suelo, pues solamente había una silla y era para quien tocara el piano. El profesor empezó a tocar una melodía suave y todos los alumnos se mecieron con ella, como si intentaran evadirse del mundo. Mientras tocaba, el profesor iba explicando cosas y se relacionaba con algunos de los alumnos para que hubiera una conversación, pero casi nunca llegaba a decir nada a Kita o a Shindou.

El profesor se detuvo al cabo de una hora, aunque a Shindou le habían parecido solamente unos minutos. Se paseó entre el grupo y llegó hasta los dos amigos, que seguían inmersos en esa especie de trance.

—Hola chicos.
—Hola profesor —respondió Shindou. Kita tardó un poco más en volver en sí.
—¿Cómo estáis?
—Bien, bien, vamos bien.
—¿Podré convencerte hoy de que te quedes a dormir aquí con el resto? —le preguntó el profesor a Shindou. Cada cierto tiempo lo dejaba caer.

Shindou miró a Kita, que también esperaba que se quedara desde hacía tiempo. Pero es que simplemente no podía abandonar su casa, su espacio, su pequeño mundo en miniatura. El castaño negó con la cabeza.

—Bueno, no pasa nada, mientras sigas viniendo a vernos, todo estará bien.

Y se fue. Los dos amigos se miraron, diciéndose todo con esos ojos. Básicamente querían evitar una nueva discusión sobre cómo debería vivir Shindou, sin tantos peligros.

Luego se pasearon un rato por los distintos pasillos y pabellones donde aún se podía transitar con comodidad. Cuando pasaron por uno de los pasillos más cercanos al polideportivo, apareció Tsurugi, maldiciendo a los cuatro vientos a todo aquél que se acercara demasiado.

—¡Vas a morir! ¡Te van a matar! ¡Y yo sigo vivo! ¡Sigo vivo! —no dejaba de gritar, el pobre.
—Pobrecillo… no sé si se va a recuperar alguna vez —se compadeció Ichiban.

Entonces Tsurugi y Shindou se miraron a los ojos por un segundo y el primero dejó de gritar. Se acercó lentamente, con precaución, sin dejar de mirarle a los ojos y le cogió de la camisa.

—Luz de Luna. La Colina. Shindou, ¡ha venido Luz de Luna!

Kita se llevó a Shindou casi a rastras y otros amigos de Tsurugi se lo llevaron a él. Shindou no podía dejar de mirar a los ojos al pobre loco, que se revolvía con violencia. No había entendido nada, pero en su interior algo se removió, como si esas palabras significaran algo para él.

—No es nada, Shindou, ya ha pasado —le calmó su amigo.
—Sí, sí, claro… Gracias —contestó él, medio ausente.

Shindou no dejó de darle vueltas al asunto, aunque lo ocultó muy bien. Siguió hablando con Ichiban un buen rato sobre cosas que habían pasado recientemente hasta que llegó la hora de volver a casa. Shindou siempre se iba antes de que el resto cenara, se llevaba un poco de comida para el camino y le era suficiente hasta el día siguiente. Todo fuera por no quedarse a dormir allí.

—Nos vemos mañana —le dijo a Ichiban.
—Hasta mañana.

Siempre tenía la impresión de que estaba siendo frío, despidiéndose, pero era la única forma que conocía.

De vuelta a casa, lo primero que hizo fue fijar su vista en La Colina. Curiosamente quedaba bastante cerca de su mansión, aunque en otra dirección a la del instituto. Cuando empezó a caminar, se fijó en que la luna ya desprendía su luz casi mágica en el misterioso lugar. ¿Qué había querido decir Tsurugi con Luz de Luna y La Colina que le había alterado tanto?

Por el camino vio a más de esas criaturas blancas con tentáculos, así que tuvo que concentrarse en portarse bien y no desentonar. Ellas no le hicieron caso. Algunas se dedicaron a perseguir a algunos humanos que iban correteando por la calle, como si les estuvieran provocando.

—Idiotas.

Los quejidos y aullidos de dolor no tardaron en hacer acto de presencia. Shindou no sintió ninguna pena por esos, pues se lo habían buscado.

Cuando volvió a poner los ojos en La Colina, cuando ya estaba casi en su casa, vio algo que estaba desajustado. Había una sombra en la cara más iluminada de esa colina, parecía sentada en algún sitio… No alcanzaba a ver más, estaba demasiado lejos. Y solamente con eso, Shindou tuvo suficiente para pasarse casi toda la noche observando esa ladera. Nadie nunca había sido visto sentado en La Colina. Nadie en su sano juicio se quedaría allí a admirarlas vistas, a no ser que quisiera ser capturado por las criaturas blancas.

Pero había algo más. Tsurugi parecía saber que aparecería alguien allí. ¿Sería posible que el de pelo azul hubiera escapado en algún momento del polideportivo? Era imposible ver ese sitio al detalle desde el instituto, eso seguro. ¿O sería verdad lo que contó, que vio la realidad? A Shindou le carcomía la duda. Entonces se acordó de Kariya y de cómo acabó, loco y huyendo.

—No pienso acaba como él.

Lo mejor era irse a dormir.

* * *


Flotaba… Volaba… Deambulaba como un fantasma por encima de las casas en llamas. No podía controlar su cuerpo, pero estaba más que feliz de poder evitar a las criaturas blancas. E realidad, el cuerpo de Shindou tenía un objetivo muy concreto, y era acercarse a La Colina. De hecho, iba directo hacia allí. Se sorprendió enormemente cuando vio a la misma figura de cuando estaba despierto, ahí sentada sin hacer nada. Su cuerpo se acercó tanto que alcanzó a ver quién era.

—No… ¿tú?

Era un chico de pelo rosa y de ojos cianes. Era el mismo con el que tiempo atrás había soñado, ese del que no quería hablar con nadie y que parecía que su corazón conocía bien. Ese chico… que no conseguía recordar del todo, ni tan siquiera su nombre.

—¿Quién eres? —preguntó.

El chico no le dijo nada, solamente lo miró con esos ojos tan claros y un posado serio. Y entonces la Luna se mostró en el cielo, iluminando a ambos. El chico desconocido miró al cielo, el único pedazo de cielo que había en muchos kilómetros a la redonda, pero Shindou solamente sabía mirarlo a él, sin saber por qué.

¡Ha venido Luz de Luna!

Incluso en sueños, las palabras de Tsurugi tronaron en su cabeza y rebotaron en ella como una gran verdad.

* * *

—¡¡Aah!! —Shindou se levantó del susto—. Dios…

Estuvo respirando aceleradamente un rato. Cuando empezó a calmarse, se atrevió a mirar a La Colina. Ya no había nadie y se había hecho de día, pues no estaba iluminada por ningún astro.

Shindou siempre había sido alguien ávido por conocer respuestas, y no podía retener las ganas de solucionar aquel misterio que hasta en sueños le perseguía. Parecía mentira que con un solo día, todo se hubiera girado del revés.

Pero las reglas eran las reglas. Ese chico ya no estaba sentado en la ladera y las criaturas blancas estaban al acecho. Le pareció que no le valía la pena darle más vueltas al asunto de lo que debería… pero no conseguía quitarse la cara del chico de pelo rosa de la cabeza. Sentía como si le conociera de toda la vida, incluso algo más.

Era momento de preguntar a Tsurugi lo que ocurría.

Las calles, los humanos que luchaban, las criaturas blancas, sus amigos… Todo en esos momentos le pareció superfluo. Era casi necesidad saber la verdad. Cuando fue recibido por Ichiban, Shindou no dijo una sola palabra. Cuando el profesor empezó a tocar el piano, Shindou no consiguió relajarse y entrar en ese trance al que casi todos estaban acostumbrados, aunque lo disimuló muy bien. Consiguió estar tranquilo hasta que el profesor se marchó y pudo salir él también.

—¿Qué te pasa hoy? Te encuentro extraño.
—Necesito ver a Tsurugi de nuevo.
—Shindou, te dije que no era nada, todo está bien…
—No lo está —le replicó, encarándose a él—. Él sabe qué pasa en La Colina y predijo lo que vi ayer.
—¿Y qué viste? —Entonces Shindou se dio cuenta que se había ido de la lengua—. Shindou, por favor, ¿qué viste?
—Era… alguien estaba sentado en la ladera de La Colina, esperando. Y creo que es ese tal Luz de Luna.
—¿Le conoces?
—Diría que… —Se detuvo. No sabía si contar eso, si alguien le oiría y le tomaría por loco—. He soñado esta noche con ese chico de nuevo. Él es Luz de Luna, lo sé.

Entonces el castaño empezó a caminar, dando vueltas por el edificio a paso ligero, pero sin correr. Seguía sin querer llamar la atención. Kita le preguntó de todo, pero no obtuvo más respuestas.

Encontraron a Tsurugi sentado en un rincón del polideportivo, en su lugar favorito.

—Hola Tsurugi —le saludó Shindou.

El chico aguzó el oído, como si no le pudiera ver y esa voz sonara de fondo. Empezó a incorporarse y a observar su entorno hasta que se encontró con Shindou sentado delante de él y a Ichiban de pie, a unos metros.

—Le has visto, ¿a que sí? Luz de Luna sigue aquí.
—¿Cómo lo sabes?
—He visto la verdad, Shindou. Ellas me lo contaron todo, Luz de Luna es real. Y viene por ti.
—¿Por qué yo?
—Porque a mí nunca me quiso.

Entonces Tsurugi se apartó como pudo y empezó a hablar solo. Ya no le podrían sacar nada más, pero para Shindu fue suficiente para dejarle más confuso y también para tomar una decisión.

—No sé, Shindou, no me parece nada del otro mundo.
—A mí tampoco —mintió él. No quería involucrar a su amigo en lo que tenía pensado hacer—. Mejor dejémoslo. Ya te dije en su momento que esto de mi sueño era una tontería.
—Pues parecías creértelo mucho hace un rato.
—Y era una tontería.

Para disimular, pasó un buen rato con Ichiban y algunos más del recinto, pero en silencio, y haciendo caso disimulado apenas. Por suerte, no le pareció raro a nadie cuando se excusó para irse antes, con la comida de siempre para el camino de vuelta.

Nada más pisar el exterior, todos los nervios empezaron a aflorar. En un intento de controlarlos, se comió la mitad de sus provisiones, lo que aplacó sus nervios lo suficiente para pasar desapercibido entre las criaturas blancas hasta, por lo menos, su casa. Pero no era allí donde quería ir. Se dirigía a La Colina.

Ninguna de esas criaturas se fijó en Shindou hasta que tomó el desvío que partía de su casa. Iba sin prisa, caminando, pero las criaturas igualmente parecían seguirle. Primero fueron dos. Luego empezó a seguirle una tercera. No intentaban impedirle el paso, pero ejercían una gran presión en el pobre Shindou, que ya estaba que saltaba a cada paso en falso.

Al final, se encontró en el pie de La Colina y se detuvo, con las tres criaturas casi rodeándole. Era bastante más pequeña de lo que sus ojos le habían hecho ver desde la distancia, cuando en realidad solamente tenía que ascender un poco por una maravillosa hierba verde que parecía fresca y con una tierra blandita donde tumbarse.

Entonces la Luna apareció en el cielo. Y con ella, ese chico del pelo rosa que, visto algo más de cerca, Shindou estuvo seguro que era el de sus sueños. Estaba ahí sentado, mirando a la propia Luna con calma y, sin quererlo, causaba una revolución en Shindou. Éste seguía sin saber quién era, pero de algo le tenía que conocer.

Y quiso dar un paso hacia él. Nada más pisar la hierba con el pie, los tentáculos de las criaturas le agarraron por ambos brazos, pero no con fuerza, sino como una advertencia.

—Por favor, necesito verle. —Ellas gorgojearon algo que Shindou no entendió—. No, por favor, en serio, necesito verle…
Las criaturas no cedieron, así que Shindou empezó a revolverse, cada vez con más fuerza.
—¡Por favor! ¡Ayuda! ¡Te necesito! —le gritó al chico. Él no lo escuchaba, pero vio el alboroto que estaba montando y empezaba a sentir curiosidad. Shindou, en cambio, estaba a la desesperada ya, intentando liberarse de seis tentáculos distintos—. ¡Luz de Luna, ayúdame!

De golpe, las criaturas se detuvieron y el chico, sintiéndose como invocado, se acercó a Shindou de una forma que él no esperaba. Era como un fantasma, deslizándose entre el viento.

—¿Cómo me has llamado? —Shindou intentó liberarse igualmente, pero no podía hacer mucho—. Por favor, repítemelo.
—Luz de Luna —dijo, con voz cansada.
—¿Quién te ha dicho ese nombre? —Entonces las criaturas gorgojearon entre ellas y al chico—. Shindou, ¿siempre te has acordado de mí? ¿Te acuerdas de quién soy?
—Tú… ¿cómo sabes mi nombre? No te puedo ver bien… Quiero verte mejor…

El chico de pelo rosa, sorprendido por lo que Shindou le había dicho, se había puesto a llorar. Shindou le imploró que le mirara, pero no le hacía caso, lo que hizo que se revolviera entre los tentáculos de las criaturas.

—Shindou, por favor, no te resistas…
—¿Cómo sabes mi nombre? —le repitió—. Dímelo… Luz de Luna, yo sé que eras alguien especial para mí… ¿quién eres?

Entonces el chico quiso acercarse tanto, que hasta las criaturas blancas le detuvieron. Shindou descubrió que no era un fantasma, porque le cogieron por los brazos también. Estaba tan cerca… Podía mirar sus ojos de color cian y sus labios y…
Y sus ojos quisieron ver definitivamente quién era.

—Kirino… —Ambos abrieron los ojos como platos al pronunciar ese nombre—. Eres… Ranmaru… Y yo… Yo te quiero…

Eso alteró enormemente a las criaturas que intentaron por todos los medios separarlos, pero Kirino, quien asintió confirmando su nombre, consiguió besar a Shindou muy levemente… Todo se detuvo un instante. Y cuando ese instante pasó, las criaturas consiguieron separarlos.

—¡No te resistas, Shindou! ¡No te resistas!

Kirino se iba alejando por La Colina, por la fuerza de una de las criaturas blancas. Shindou se seguía revolviendo, llorando por la tromba de sentimientos y recuerdos que estaba teniendo en ese instante, pero todo terminó con un pinchazo misterioso en su brazo. Todo se oscureció.

—¡Shindou…!

* * *


No recordaba nada de nuevo. Solamente se despertó con mucha suavidad en su cama de la mansión.

—¿Qué ha pasado…?

Estaba mareado y algo atontado. Le dolía el brazo por alguna razón, así que se miró. Había una tirita tapando un pinchazo. Eso le recordó algo vagamente, una pelea o algo así… Sí que recordaba que quería ir a La Colina, así que miró hacia allí, por la ventana. Era de noche aún. La luz de la luna iluminaba la hierba, pero no había nadie sentado, como pensaba que habría. Pensando que sería una visión, se sentó en la cama de nuevo.

Fue entonces cuando alguien muy conocido entró en su cuarto de la mansión. Y todos los recuerdos de lo que había sufrido hacía nada volvieron a la mente.

—¡Kirino! ¿Qué…? Tú… ¿Qué haces aquí?
—He venido a buscarte.
—¿Para ir a dónde?
—Tú mismo lo verás, no te preocupes —le sonrió. Shindou no pudo evitar levantarse, ir hacia él y querer recuperar todos los besos perdidos del tiempo en el que consideraba perdido a su novio. Él se vio agradablemente abrumado y tuvo que detener al castaño, medio riéndose—. Tranquilo, no me voy a ir. Tendremos todo el tiempo del mundo, pero primero tenemos que salir.
—Pero las criaturas blancas…
—No tienes que preocuparte por ellas.

Shindou se sentía muy perdido en su propia casa, pero Kirino parecía saber muy bien qué hacía. No recordaba que ahora fuera él quien llevara las riendas, lo que le hizo sonreír pensar en amor justo en ese momento.

—Vale, te sigo.
—Dame tus manos. —Lo hizo, posándolas delicadamente sobre las de Kirino. Él las entrelazó con mucho cariño—. Ahora dime, ¿dónde vivimos?

Shindou tuvo que devanarse los sesos para responder bien, porque estaba seguro que en esa mansión medio destruida un ángel como Kirino no podría vivir. Entonces le vino a la mente.

—En… un piso en el centro de la ciudad —dijo, cerrando los ojos.
—¡Sí! ¡Muy bien!

Shindou se sorprendió de esa alegría y miró a Kirino. Estaba sonriente, contento, sus ojos rebosaban felicidad… en cambio él se sentía algo perdido. Pero igual que la imagen de Kirino se había aclarado justo antes de desmayarse, lo estaba haciendo ahora de nuevo. Toda la mansión a su alrededor desapareció, hasta encontrarse en una sala blanca vacía, apenas con comida, un colchón y unas sábanas.

—¿Dónde estamos?
—Espera, no vayas tan rápido. ¿Quieres hacer el recorrido hasta ver a Kita?
—¿Le conoces?
—Sí, las criaturas blancas me han contado quién es.

Shindou no pudo hacer otra cosa que desconfiar de ese comentario, porque sonaba muy como… como Tsurugi. Sin embargo, prefirió hacerle caso momentáneamente, pues precisamente Tsurugi era quien le había dado la clave de la existencia de Kirino.

—Ahora vamos a salir a la calle, ¿vale?

El castaño asumió que no era su mansión donde había estado solo todo este tiempo. Cuando Kirino abrió la puerta, Shindou vio por un instante la calle de siempre, llena de humanos peleándose contra las criaturas blancas, pero… sus ojos reaccionaron de nuevo gracias a la presencia de Kirino, que le daba la mano sin presionarle demasiado. Y sus ojos le mostraron la verdad. La calle no era una calle, era un pasillo con muchas habitaciones. Las criaturas blancas dejaron de serlo, para convertirse en… médicos. ¡Eran todo médicos! ¡Y los humanos eran pacientes que se revolvían!

—Pero esto es… —dijo asombrado Shindou—. Pues menos mal que nunca quería enfrentarme a esas criaturas… Nunca podría hacerles daño.
—Sigues teniendo un corazón de oro —le comentó Kirino, mientras empezaban a avanzar por la calle/pasillo.

Los ojos de Shindou recalibraron muy rápido y, lo que fue la entrada al instituto, ahora eran unas dobles puertas que daban paso a una gran sala. Allí había mucha gente esperándolo. De nuevo, criaturas blancas que se transformaban en médicos y, esa vez, los pacientes estaban quietos… como Kita Ichiban, que estaba allí mismo, sentado y sonriente porque oía cómo el “profesor”, que sí era real, tocaba el piano.

—¡Hola Shindou! —le saludó Ichiban, como siempre. Pero enseguida detectó el cambio—. Has ido a La Colina, ¿verdad?
—¿Qué es La Colina?
—Es tu reencuentro —dijo enigmáticamente—. Y por eso ha llegado el momento de despedirnos. A mí me queda trabajo por hacer hasta que no llegue allí.

Shindou empezó a comprender muchas cosas. Un montón de médicos le aplaudieron, aunque Kita no parecía darse cuenta. Estaba embelesado con el piano de nuevo.

—Todo era… ¿una alucinación? —le preguntó a Kirino.
—Sí, y estás recuperándote al fin.

Shindou miró a su alrededor y vio todo lo que estaba acostumbrado a ver con otros ojos. Tsurugi estaba en un rincón de la sala, solo, pero también sonriendo a Shindou, porque Luz de Luna estaba a su lado.

—Le has encontrado —dijo, mientras se movía un poco por nerviosismo—. Luz de Luna te quiere, Shindou. ¡Te quiere! Tienes una suerte…

Entonces el de pelo azul volvió a alejarse para estar solo, aunque seguía pareciendo feliz.

—Vamos, te voy a llevar a casa.

Shindou se despidió de nuevo de Ichiban, a quien había cogido cariño, y le prometió que volvería a visitarlo pronto. De vuelta por el mismo pasillo, vio que el camino hacia La Colina era una travesía por el patio, donde había otros pacientes haciendo deporte. Y cuando Shindou vio el punto donde hacía pocas horas no había pasado, se dio cuenta que tal colina sí existía, pero solamente era un montículo de hierba con un banco, y estaba justo fuera del recinto.

—¿Qué es La Colina?
—Mira —le señaló Kirino.

En un rótulo dorado, y en la fachada del edificio, ponía: “Sanatorio La Colina”.

—¿Qué…? ¿Qué me pasó? —preguntó Shindou, intentando encajar todas las piezas en su cabeza sin que estallara en el intento por sobrecalentamiento.
—Estabas tan estresado por tu trabajo que empezaste a ser violento, a tener delirios leves y a tener fiebres muy intensas. Cuando te trajimos aquí, hace un año, ya estabas delirando sobre un mundo apocalíptico como el que me han descrito y ya habías olvidado a todos tus amigos y a mí.
—¿Pero… ya estoy bien?—quiso preguntar, para asegurarse.
—Pues claro tonto. —Y le dio un abrazo que le sentó como una manta calentándole en el día más frío del año.

* * *

Shindou y Kirino consiguieron reconstruir sus vidas tras ese incidente. Ambos se prometieron buscarse trabajos que no les estresaran tanto, a riesgo de que Shindou recayera.

Además, Shindou quiso volver de visita cada cierto tiempo a La Colina, a ver a los amigos que había hecho allí. Siempre se disculpaba con las enfermeras por los posibles problemas que les pudo causar en su momento, que le respondían siempre que había sido muy bueno. Sobre todo pasaba tiempo con Tsurugi y Kita. El de pelo azul nunca llegó a recuperarse de su propio problema pero, con el tiempo, Ichiban empezó a recobrar el sentido de la realidad y acabó siguiendo pasos muy similares a los de Shindou. También pudo recuperar su vida.

Y aunque Shindou estaba muy afectado por todos los problemas que había causado, consiguió volver a ser él mismo, siempre junto a Kirino, y llegó el día en el que se pudieran reír del pasado.

Notas finales:

Espero que os haya gustado, podéis encontrar más fics míos aquí en Wattpad, en Mundo yaoi, Wattpad y en Mundo Yuri también. Y sino, buscad en www.facebook.com/kaikufics  


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