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Just A Dream por Sly_D_Cooper

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Notas del fanfic:

La canción usada para este escrito ha sido la siguiente:

Fleurie - Hurts Like Hell

Disclaimer: Los personajes de Yu-Gi-Oh! le pertenecen a Kazuki Takahashi. Este escrito va sin ánimo de lucro, su único objetivo es entretener al público, nada más. No obstante, el personaje Ast, es de mi completa autoría.

Notas del capitulo:

En este caso, en el one-shot ha pasado 1 año para Atem pero 2 para Yugi, lo cual le hace más mayor, esto es debido a que el tiempo en los tiempos de cada uno es distinto y no avanza igual al otro. Para más dudas, preguntarme.

Hacía ya un breve tiempo que había transcurrido desde aquél último duelo. Sus destinos, finalmente fueron por caminos distintos. Uno permaneció en el presente de su era moderna y el otro… Devuelto a su pasado. Pero nada volvió a ser lo mismo para ninguno de los dos. Ni para sus amigos. Algo quedó… Y aquello no fue otra cosa que… Un vacío enorme, del que no hablaban. Era como un abismo, que parecía no poder llenarse con nada por la ausencia de aquél que anteriormente lo ocupaba… Y Yugi lo sabía mejor que ninguna otra persona.

Durante ese periodo, Muto estuvo pensando, recapacitando, analizando todo lo sucedido hasta ahora. Y lo que encontró fue lo que sin duda le dio un escalofrío que le recorrió la espina dorsal, uno que le dio miedo… Sólo por darse cuenta de cada por qué detrás de las acciones de Atem. Había descubierto, quizá, los que se trataban de los secretos más ocultos del faraón, aquellas cosas que él jamás le contó y que ahora no podría hacer porque… Ya no estaba a su lado. Se había ido y no volvería, era imposible. Actualmente… Su amistad, su unión… Parecía perdida en los flujos del tiempo… Como una estrella de cuya luz se apagaba y nadie lo notaba.

Era triste… Porque Yugi mismo era consciente que… Todas esas cosas que él averiguó sobre Atem, ya no serían explicadas por éste. Por eso mismo, tenía la sensación de que había hallado el mundo del egipcio demasiado tarde… Ya no yacía consigo para dejarle las cosas claras. No había manera ya de que eso pudiera suceder…

Por otra parte, para el propio faraón la vida no era muy distinta. Le costó habituarse a su verdadero hogar, allí a donde pertenecía. Atem se sentía como un completo extraño en su propio tiempo, como si fuera un forastero sin conocimiento alguno, aunque realmente lo tuviera. Pero lo sabía perfectamente… No deseaba permanecer aquí y el hecho de no ser posible su retorno a la era de Yugi era lo que más le dolía. Pensaba en el muchacho casi la mayoría del tiempo mientras atendía sus asuntos como faraón… Mientras peleaba una y otra vez contra Seto, llegando a ser herido por éste. Todavía albergaba una herida profunda en la clavícula derecha, además de que su brazo del mismo sentido estuviera roto, teniendo ambas zonas rodeadas en vendajes. Le dolía, claro que sí pero era algo que ni siquiera le importaba. Era capaz de aguantarlo.

Se empeñaba en que su primo pudiera despertar de la oscuridad que parecía manipularlo a su antojo. Es cierto que carecía de respuestas pero tarde o temprano las hallaría. Por lo menos, logró impedir que matara a Mana, ya que lo intentó en innumerables ocasiones. Aún así, algo en su interior seguía mal… Su pecho… Continuaba vacío. Era raro que no llorase cada noche, que no conciliara el sueño porque su cabeza no dejaba de darle vueltas y vueltas, recordando todos y cada uno de los momentos que compartió con Yugi, preguntándose constantemente y sin parar si llegaría el día, el momento en el cual le fuera posible volver a verle. Ése, se había convertido en su único objetivo y pronto, entendió por qué.

El lugar de su corazón yacía junto al de Muto, era imposible que pudiera seguir amándole distanciado por cientos de miles de años… Era inaguantable. Como vivir en el propio infierno con la diferencia de que las llamas y la desesperación se encontraban dentro de su alma, de sí mismo. Sufría mucho y usualmente se preguntaba si los dioses egipcios le otorgarían el permiso para ir hacia el chico y poder abrazarlo y ser abrazado por él… Echaba de menos su cariño, su voz, sus risas, sus sonrisas, su torpeza… Y especialmente cuando dormía a su lado que se apegaba a su espalda para mantener el contacto físico. Eso era lo que sobretodo añoraba… Esos delgados y finos brazos rodearle por la noche a la hora de dormir, aquellos que le hacían sentir seguro y alejaban el miedo y la sensación de ser castigado una y otra vez por una bestia de sangre fría llamada soledad.

Ast, su madre, era la única consciente de todo lo que le estaba pasando. Ella podía ver el futuro, era un don con el que nació y la única en palacio con dicha habilidad. Por eso trataba de ayudarle, pasaba mucho tiempo a su lado para intentar amenguar esa especie de condena en la que se había convertido el hecho de haber regresado a su tiempo, a su época… A su lugar de origen. Atem no era feliz, y eso se traducía en sus escasas sonrisas. Es como si algo en él se hubiera apagado… Su alegría, su determinación… Aquello que parecía hacerle “brillar”, esa fuerza que siempre desprendía, que imponía… Lo había perdido. Su espíritu se había vuelto débil… Su alma parecía llorar por sí sola…

Muchas veces, cuando yacía solo en su habitación… Le hablaba al Rompecabezas del Milenio, con la esperanza de que éste pudiera hacer que Yugi le escuchara… Pero era imposible. El flujo temporal era muy fuerte, no permitiría tan a la ligera que pudiera comunicarse con Muto. Por ello… Sólo podía dejar mensajes escritos pero ni con esas tenía la libertad de poner cualquier cosa. A causa de esa misma razón, Atem tuvo que ingeniárselas, esperando que, al hacerlo, sus escritos llegaran o aparecieran en el futuro y que fueran encontrados o vistos y entendidos por Yugi.

Aún así, cada día… Cada minuto, cada instante… Atem pensaba que su humilde deseo era razón de más para ser “castigado” por los dioses, quienes daban toda la pinta de ignorarle. No importaba las veces que rezara, las veces que les suplicara con permitirle regresar y estar donde su corazón quería… No importaba nada de lo que hiciera, no había ningún cambio… Y eso sólo le hacía soportar una desesperación, una ansiedad mayor… Y se preguntaba… ¿Yugi se habría olvidado de él?

Ése, era su mayor miedo. Que Yugi se hubiese olvidado de él.

Pero pondría sus manos al fuego para seguir creyendo que no era así. Si tan importante fue para Muto, era algo impensable. No lo descartaba pero prefería no pensar en ello, por el temor de que tal vez pudiera ser cierto. Si tan sólo… Si tan sólo los dioses le dejaran comunicarse con él de alguna manera, cualquiera le valdría, se conformaría con que le dieran una oportunidad… Pero el faraón necesitaba ver a ese muchacho, a la reencarnación de su hermano Heba. Deseaba decirle tantas cosas que el propio Atem se convencía de que, aunque estas divinidades le escucharan, limitarían mucho aquello de lo que quisiera hablar. Y pronto lo entendió. Entendió el por qué pasaría eso…

Los dioses sólo protegían las líneas temporales.

Era peligroso que la gente del futuro supiera los secretos del pasado, los del Antiguo Egipto. Si el mundo moderno descubría la magia de su época… Sólo por un mensaje precisamente del pasado… Es posible que fueran capaces de hacer viajes en el tiempo, lo cual afectaría precisamente a esas líneas temporales… Y destruirían el mundo y sus distintos universos paralelos… Por eso, los dioses le limitarían cualquier cosa con el fin de proteger lo que era fundamental… Atem lo comprendía perfectamente y no negaba que su posición era correcta. El ser humano no podía obtener estos conocimientos y eso no excluía al propio Yugi. Pero había alguien en concreto que aún preocupaba al faraón…

Bakura. Ese canalla… Estaba seguro que él sospechaba o sabía sobre ello y buscaba la manera de afectar el flujo temporal y romper las barreras que lo protegía y por ende, a las líneas del tiempo y sus distintos pasados, presentes y futuros, los diferentes universos. Si Bakura lograba su objetivo… El daño que haría sería nefasto y puede que irreversible. Y el hecho de no poder hacer ya nada porque se hallaba en el futuro, frustraba a Atem y le angustiaba… Su única esperanza es que Yugi siguiera tirando por la borda los planes de ese desgraciado… De lo contrario… Bakura finalmente conseguiría lo que querría y cambiaría la historia… La suya incluida. Si hacía eso… Todo cambiaría. Yugi y él jamás habrían llegado a conocerse.

Por eso había que evitarlo. Más… ¿Cómo decírselo al propio Yugi?

La única advertencia que pudo escribir con el fin de que ésta fuera al futuro, era la siguiente:

“La sombra no debe encontrar al reloj. El reloj debe permanecer oculto, y protegido, de lo contrario… Un nefasto destino espera a ser desatado”.

Atem era consciente que un mensaje así sería complicado de entender pero confiaba plenamente en que su verdadero significado pudiera ser descubierto por Muto, él mejor que nadie sabría encontrarlo… O puede que no, todo podía ser. A causa de esa duda, el faraón continuó dejando los siguientes mensajes:

“Tiempo es lo que tenemos. Vivimos con el tiempo… Pero hasta éste puede ser robado. Tiempo, es lo que hay que proteger”.


“Tic tac, tic tac, ¿En qué te hace pensar? Pues es lo que a la sombra no has de dejar robar”.

“Algo avanza hacia adelante, algo que nunca retrocede y que se divide en miles de millones de ramas. Si se toca y se modifica, se abrirá un nefasto destino”.

“Cuidado con la sombra que busca al tic tac, es más peligrosa de lo que aparenta”.

“Para la gente del futuro, yo: el faraón Atem os advierte de un peligro que busca lo que no debe encontrar y aquello que no debe ser encontrado, es algo que yace frente a vuestros ojos a cada momento. Protegedlo, es el verdadero tesoro”.

“Las historias pueden cambiar, las historias pueden ser modificadas pero… Una vez que ocurra no volverá a su estado inicial".



Con estos mensajes, el faraón albergaba la esperanza de que la gente del futuro, sería capaz de darse cuenta que el tiempo estaba en peligro y que tratarían de protegerlo de aquél que lo amenazaba. Pero era algo tan complejo que había más posibilidades de que no fuera a ser así. A causa de ello, su única esperanza era Yugi y el resto de sus amigos… Joey… Tea… Tristán… Incluso Kaiba, puede que hasta Ishizu. Ellos debían parar a Bakura a como diera lugar, no podían permitir que ese sujeto, encontrara las líneas temporales y las modificara… De lo contrario, nada volvería a ser lo mismo. Todas y cada una de sus vidas cambiarían radicalmente.

Pero con el tiempo, fue tal la añoranza y la necesidad de seguir dejando algún mensaje, que por ello escribió varios, esperando que pudieran llegar a sus destinatarios: sus amigos, pero especialmente: Yugi. A Atem, ni siquiera le importó si haciendo esto, pondría en grandes aprietos a Muto y si el mundo moderno se preguntaría cómo alguien como él albergaba una “conexión” con un rey de Egipto de hace cinco milenios. Nada de eso le importó. Y dichos escritos fueron:

“Las golondrinas nunca olvidan. Recordarán, para siempre”.

“¿Puedes sentir el viento, picaraza? ¿Estarás aún mirando el cielo?”

“Estimado Yugi Muto, Yu-Gi-Oh del futuro, ¿Alguna vez te has planteado qué es la vida?”

“Yugi Muto… Si me fuera posible revelarte mis secretos, lo haría… ¿Estarías dispuesto a saberlos?”

“Las golondrinas siempre regresarán a aquél lugar que ellas consideran como suyo”.

“La añoranza, la espera y la soledad… Son la combinación que mata el alma, ¿Verdad, mi adorada picaraza?”.

“Picaraza… ¿Aún me seguirás recordando? ¿O puede que tal vez me hayas dejado en el olvido?”.

“A todos vosotros… Quisiera pediros perdón. ¿Aún estoy a tiempo de redimirme?”.

“Es posible que, el mayor pecado sea no confesar los verdaderos sentimientos hacia el ser amado”.

“¿Por qué tuviste que dejarme ir? Me dijiste que no lo permitirías… ¿Acaso… Fue una mentira?”.

“Yo siempre he creído en ti, picaraza. Aunque, sé que a la inversa no haya sido así”.

“Siento como si te hubiera perdido nuevamente… Y siento que cada día mi corazón se hunde más”.



¿Es posible que al dejar todos estos mensajes, fuera a causarle problemas a Yugi? Lo más probable es que sí. El mundo entero, se preguntaría qué clase de conexión tenía un muchacho como él, con un faraón de la antigüedad. También cabía la posibilidad de que cientos de personas se intentaran responder a la pregunta de: ¿Cómo un faraón conocía a alguien en específico? Sí, puede que lo que Atem hiciera fuera crear un mayor misterio sobre su vida… Pero… No le importaba. Sólo deseaba volver, de alguna forma, pero ése era su mayor deseo.

Volver. Con él, con Yugi. Le necesitaba, necesitaba tenerle a su lado… Le añoraba como a nadie.

A pesar de ser de noche, Atem yacía tumbado en su lecho, mirando el techo con los brazos de lado a lado. Miró a su izquierda y en ese preciso instante, recordó aquellos días en los que dormía junto a Yugi… Añoraba sentirlo junto a él a la hora de dormir, sus brazos rodeando su espalda, o a veces abrazándole para protegerlo del miedo o tranquilizarle por el mismo o por el sufrimiento. Básicamente, todo le recordaba a él… Y quizá por eso albergaba la sensación de que su vida se había convertido en un infierno donde sentía que caía cada vez más en un profundo abismo.

Dolía. En lo más profundo de su alma, dolía. Estar separado de Yugi, sin saber si había o no, la posibilidad de volver a su lado… Puede que sólo se hiciera ilusiones, con tal de no enfrentarse a la dura realidad. Siempre fue así en toda su vida siendo o no faraón… Huyendo de aquello que le hacía daño, aquello que le atemorizaba, evitándolo, buscando maneras, buscando excusas para girar la cara a otro lado y hacer como si nada ocurriera. Sí, esta manera de actuar era frustrante, indignante. Él era consciente.

Tras varias horas, finalmente cedió al sueño, por cansancio… Ya que llevaba una semana durmiendo mal y eso, le empezó a pasar factura. El estrés emocional podía sobradamente con su persona. A veces, ni Ast era capaz de aliviarle. Lo que soportaba, no era fácil. Por eso trataba de hallar la manera de regresar al futuro… Y eso conllevaba a rezarle a sus dioses, a suplicarles para que le escucharan… Pero todo parecía inútil… Es como si actualmente no fuera compatible con su tiempo, con su época… Se sentía cual extraño en un mundo con el que ya no tenía relación. Como cuando despertó del Rompecabezas del Milenio tras cinco milenios… Ese mismo sentimiento vacío en el pecho que no se llenaba con nada, estar rodeado de una realidad extraña, con gente extraña, con costumbres extrañas…

Su mente pronto desconectó por completo. Al principio, Atem se sumió en un mundo oscuro, silencioso pero… Lentamente, muy lentamente… Fue cambiando. Y cuando quiso abrir los ojos, se halló en un lugar aparentemente frío, nevado, pero el viento que soplaba era sin embargo agradable. Parecía sacado de un cuento, o de una fantasía. Llevó sus ojos hacia arriba para apreciar un cielo despejado, lleno de estrellas, preciosas estrellas decorando ese alto firmamento gobernado por una luna llena y brillante, plateada que lo iluminaba con sus rayos de seda.

¿Dónde demonios se encontraba? Sólo pudo darse cuenta pues que era un sueño. Otra explicación no cabía, porque carecía de sentido. Aunque eso a él le importaba un pepino, es decir: nada.

- ¿A… Atem? – No obstante, escuchó una voz que le resultaba familiar. Totalmente conocida. Alzó sus ojos que había dejado en el suelo y poco a poco se giró. Se quedó asombrado, o mejor dicho: petrificado, al ver de quien se trataba.
- ¿Yugi…? – Sólo pudo susurrar ese nombre que tanto cariño guardaba por él, un nombre secreto e inconfesable para el resto de los de su época excepto para su madre. Pestañeó varias veces. - ¿Eres tú? – Preguntó, al costarle reconocerle.

Pasó demasiado tiempo sin verlo… Se podría decir que casi se había olvidado de su aspecto…

- Sí, soy yo. – Recibió una respuesta, pero aunque se sentía feliz, la tristeza aplacó esa emoción y fue incapaz de sonreír. – Me alegra tanto ve… - Yugi calló cuando quiso acercarse más fue incapaz. Un muro transparente se lo impedía. - ¿Qué…? ¿Qué es esto? – Preguntó, volviendo a tocarlo. – No me deja… No me deja avanzar hacia ti. – Dijo y miró al faraón, que yacía de perfil y con los ojos cerrados. Su expresión no era precisamente cálida. Lucía apagado, y distante. - ¿Atem? – Lo llamó. - ¿Tú sabes el por qué de esto?
- Nosotros lo llamamos muro temporal. – Habló el egipcio. – Surge cuando dos entidades de distintos tiempos y dimensiones se encuentran en un mismo lugar. Su función es básicamente mantener alejadas a ambas.
- ¿Por qué? – Volvió a preguntar. – No tiene sentido…
- Lo tiene, aunque no te lo creas. – Le contradijo. – Tú y yo no podemos tener contacto de ningún tipo, supongo que esta es una ligera excepción al poder hablarnos. Al ser de tiempos y dimensiones distintos… No nos está permitido acercarnos.
- ¿Pero cuál es la razón? – Yugi continuaba sin comprenderlo. - ¿Tan malo sería? – Cuestionó pero no recibió respuesta. - ¿Atem…? – Lo llamó, pero no hubo palabra. – Hey, ¿Qué sucede? No pareces…
- No se me está permitido explicarte sobre ello. – Le interrumpió.
- Oh vaya… - Desvió ligeramente la mirada. – A- aún así, yo… - Esbozó una tímida pero feliz sonrisa. – Me alegra muchísimo verte… No has cambiado en nada.
- ¿De qué hablas? – Esta vez, el faraón dirigió sus ojos hacia Muto. – Tú… Parece que has… ¿Crecido? – Frunció el ceño, desconcertado al notar ciertos cambios físicos en el chico.
- Sí. – Rió, llevándose la mano a la nuca. – Aquí han pasado dos años… Al menos, desde que te marchaste. ¡Ya me falta poquito para llegar a la altura de Joey!
- Hm… - Atem esbozó una triste sonrisa. – Entiendo… Luces bien. Creo que… Eres más alto que yo, ya.
- ¡Seguro! – Exclamó. – Esto… ¿Y… Y qué hay de ti? – Preguntó, un tanto nervioso. Notaba al faraón incómodo, como si no estuviera tranquilo al hablarle. Y eso le inquietaba. No parecía… Estar bien. Yugi no era estúpido y sabía darse cuenta que algo andaba mal con el egipcio, una sensación que se le acentuaba cuanto más mirase sus ojos rubíes. - ¿Sabes? – Quiso llamar su atención. – He leído aquellos mensajes que has escrito.
- ¿Realmente? – Atem se sorprendió, y eso se tradujo cuando abrió de par en par su mirada. - ¿Han llegado hasta tu tiempo?
- Sí. – Asintió. – Me has… Me has dado muchos quebraderos de cabeza, en muchos sentidos. – Empezó a reírse. – La gente no me ha parado de preguntar algo sobre ti e incluso muchos egiptólogos, arqueólogos y otros expertos han venido a verme sólo para averiguar qué relación tenemos y cómo es posible que siendo tú un faraón, sepas sobre mí específicamente. – Explicaba pero el egipcio permaneció en silencio. – He tenido que inventarme mil y una excusas para no ponerte en peligro.
- Te lo agradezco.
- De todos modos… También he leído de esos mensajes en los que expresabas de un peligro en concreto. ¿Puedes explicármelo? Ya que estamos aquí dentro de este sueño…
- Lo lamento pero… - Cerró los ojos. – No puedo.
- ¿Qué? ¿Por qué?
- No se me está permitido. Son conocimientos peligrosos que no deben saberse.
- ¡Vaya! ¡Qué injusto! – Yugi pataleó en el suelo. - ¡No puedo acercarme a ti! ¡No puedo saber de qué nos adviertes! ¡¿Hay algo más que no puedas hacer?!
- Pues… - Abrió ligeramente la mirada para desviarla. – Hablarte sobre mí. Los dioses no me dejan hacerlo.
- ¡Debes estar bromeando! – Yugi parecía haberse molestado. - ¡Eso es una completa tontería! ¡Una estupidez! ¡¿Por qué razón te imponen tantos límites?!
- Bueno, yo…
- Oh no, déjame adivinarlo… - Le interrumpió. - ¿No se te está permitido, cierto? – Preguntó con ironía y sólo vio el asentir del otro. - ¡Genial! – Bufó.

Entonces, se hizo un silencio entre ambos. El ambiente era tenso, e incluso incómodo y esta vez para ambos. A pesar de ser un sueño, de poder hablar… Habían, según Yugi, demasiadas cosas que no podían decirse. Él creía que Atem yacía demasiado vigilado, como si los dioses no quisieran dejarlo en paz. Y se preguntaba mentalmente si fue lo correcto dejarle ir. Pero, al acordarse de eso, también recordó ciertos mensajes del faraón en específico.

Al mirar a Atem, pudo darse cuenta de su tristeza y se sintió mal. Le hacía pasar un mal rato cuando realmente no se lo merecía, a su manera ya intentó comunicarse con su persona y lo agradecía. Por ello, Yugi se acercó al muro temporal transparente con una tranquila y amable sonrisa.

- Atem. – Lo llamó con suavidad. – Durante estos dos años, he estado pensando mucho en todo lo que vivimos juntos. Créeme… Le he dado vueltas a todo y he podido encontrar tus por qués, aquello que te justificó todo el tiempo. Pude darme cuenta de lo idiota que fui, al hacerte pensar que no creía en ti sólo por mi temor a que te marcharas porque deseabas irte. Me costó ver que lo que en realidad querías era quedarte… Estuve… Malinterpretándote siempre. – Explicaba y el egipcio le miró. - ¿Por qué? – Preguntó esta vez. - ¿Por qué decidiste sacrificarte a ese precio? ¿Por qué decidiste guardarte las cosas y no contármelas? ¿Acaso no terminaste de confiar en mí?
- Si tanto has descubierto sobre mí… Ya deberías haber encontrado respuesta a esas preguntas. – Contestó Atem. – Al parecer… - Sonrió de manera triste y bajó la mirada. – Todavía no has sido capaz de entenderme completamente… - Sorprendió a Yugi con sus palabras. – Pero… No te culpo. Ya me esperaba que sucediera. Siempre he sabido que pasaría… No podrías ser capaz de ver a través de mí, era imposible para ti. Tu manera de concebir el mundo era aún muy pequeña, a comparación de la mía. Siempre… He sido distinto de ti, sin importar cuánto me esforzara por lograr un poco de comprensión por tu parte o por parte de los demás… Fue algo que no logré nunca.
- ¿Cómo iba a conseguir algo así si no me contabas lo más importante? Estuviste guardándome secretos clave todo el tiempo. Nunca ha sido fácil conocerte, lo sabes muy bien. Difícilmente me dejabas acceder a ti y cuando lo permitías, me ocultabas algo.
- Lo sé. Pero, albergué la esperanza de que tal vez… - Llevó su mano izquierda a su pecho. – Que tal vez tú podrías hacer algo que yo no. – Dirigió su mirada hacia Muto. – Creí que tú serías capaz de ver mi corazón y que al hacerlo, no necesitaría darte explicaciones de ningún tipo, porque ya lo sabrías todo por tu cuenta. Sin embargo… Parece que me equivoqué, ¿Verdad? – Rió, de cierta manera… Forzadamente. – Aún así no me arrepiento. – Con esas palabras, Yugi alzó las cejas. – Mientras los chicos y tú estéis bien y vuestro mundo sea un lugar mejor, me siento satisfecho con ello.
- No seas hipócrita conmigo, Atem. – Yugi usó un tono duro en su voz. – No te lo voy a consentir. No a ti. – Su tranquila expresión, cambió a una terriblemente seria. – Deja de sonreír de esa manera, sé perfectamente que no eres feliz. No sé por qué te empeñas en fingir, no soy tan tonto como antes.
- Soy consciente de ello. Puedo ver en tus ojos que hay un mayor conocimiento. Has madurado más pero… Eso conlleva ciertos sacrificios y te acerca más al…
- No me des clases sobre la vida. – Le interrumpió. Puso sus dos manos sobre el muro transparente. - ¿Sabes? Cada día he pensado en la posibilidad de volver a verte, de… De tenerte conmigo de nuevo… Albergué la esperanza de que fueras capaz de regresar y más aún cuando leía tus mensajes subliminales para mí. No me cabe duda que no te has adaptado todavía a tu tiempo. No obstante… Nunca te he olvidado, has estado presente en mi vida en todo momento, ¿Acaso no te es suficiente? – Contaba Yugi, sin apartar su vista sobre el egipcio. – Moriría porque estuvieras junto a mí una vez más… Y te prometo que, si fuera posible… Si pudieras estar conmigo, no te dejaría ir nunca.
- Ya me dejaste marchar una vez… Me temo que no puedo creerte. – Se puso de frente al muchacho. – A veces me da la sensación de que hablas por hablar… Sólo para que yo me sienta mejor, ¿Y sabes? En ocasiones esa es la opción más nefasta que puedes tomar.
- Atem… ¿Qué…? – Señaló su brazo derecho. - ¿Qué te ha pasado? – Cuestionó preocupado al ver esos vendajes cubriéndole esa zona. - ¿Estás herido? ¿Has tenido un accidente? – Y su preocupación crecía al darse cuenta que esos esparadrapos se extendían hasta posiblemente el tórax del faraón, quien permaneció en silencio y con una mirada terriblemente impasible, pero vacía. - ¿Acaso tienes problemas? – Más Muto continuó preguntándole. - ¿La herida… Es profunda?
- ¿Lo has olvidado? – Habló Atem, desconcertándole. – No se me está permitido hablarte de mí. No tiene caso que quieras saber algo, no te puedo contestar. Lo tengo prohibido.
- Cht… Maldita sea… ¿Sabes? Esto es frustrante, ¡Y mucho!
- Y yo qué quieres que le haga… Es la voluntad de los dioses, debo acatarla.
- ¡Atem! ¡La vida es más que los dioses! – Yugi golpeó con las manos el muro. - ¡No es justo! ¡¿No te das cuenta?! ¡Hacer lo que haces… No te beneficia!
- Gracias a ellos podemos hablarnos a través de este sueño a pesar de pertenecer a tiempos y dimensiones distintas. No deberías culparlos.
- ¡Los culpo por lo que te están hacien…!
- ¿Y qué sabes tú de lo que me hacen o no? – Le interrumpió con agresividad. - ¿Por qué no lo admites? Sólo es tu frustración porque no puedas saber sobre mí, y sobre aquello que no comprendes y que desconoces. Ésa, es tu única verdad. No lo pagues con los dioses egipcios. Ten por seguro que, todas aquellas respuestas que estás intentando encontrar, las hallarás algún día pero, mientras permanezcas en ese plan, no te será posible. Recuerda que cerrar el corazón no es la opción y nosotros lo sabemos mejor que nadie. – Hablaba con frialdad. – Es gracias a ellos que puedo verte… Que puedo hablarte… - Desvió la mirada. – Lo necesitaba desde hace mucho. – Yugi entonces se sorprendió.
- ¿Me… Necesitabas verme? – Preguntó. – Atem, ¿Acaso tú… Me echas en falta?
- No puedo. – Los ojos del egipcio se llenaron de lágrimas. – No puedo contestarte a ello. Y créeme: me duele, porque… Quiero decirte tantas cosas… ¡Tantas! ¡Y simplemente no me lo permiten! ¡¿Acaso eres consciente de lo que se siente?! ¡Puede que tú estés frustrado por mis limitaciones pero…! – Tragó saliva. – Pero este sueño, es un regalo para mí.
- A- Atem… - Susurró. - ¡E- espera…! – Se alarmó cuando el faraón le dio la espalda y comenzaba a alejarse. - ¡¿A dónde vas?! ¡Atem, por favor, no te vayas!
- Lo lamento pero… El mundo real me reclama. – Respondió. – Gracias por esta conversación, espero que… Algún día podamos volver a encontrarnos, si no es así, que sea de alguna otra manera.
- ¡Atem, sólo…! ¡Sólo respóndeme a algo! – Pidió Yugi a toda prisa. - ¡¿Tú me amabas?! – Preguntó. - ¡¿Es cierto que tú me amabas?!
- Hasta pronto. – Le miró de reojo, con esa triste sonrisa.

Y sin más… Desapareció.

Regresó a la realidad. Al abrir los ojos, se encontró con que Mana estuvo tratando de despertarlo. Él sólo pudo suspirar y reincorporarse con la ayuda de la chica, quien le preguntó cómo seguían sus lesiones. Pero no le respondió, ya que continuó pensando en ese sueño. Le hubiera gustado estar ahí un poco más de tiempo. Se quedó solo cuando Mana se retiró para vete a saber qué cosa, no se centró en cuál. Pero, se levantó y caminó hacia la ventana de su habitación para mirar el cielo. El viento sopló de manera gentil, como si quisiera acariciarle.

Entrecerró la mirada, bajando ligeramente la cabeza. Volvió a suspirar, por segunda vez.

- Lo sabrás en su momento… Sólo sé paciente… - Murmuraba y dirigió sus ojos hacia el alto firmamento, despejado e iluminado por el sol. – Las respuestas vendrán, te lo prometo.

THE END

Notas finales:

Gracias por leer, hasta más ver :)


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