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Sweet Sixteen (Yuri on Ice- Otayuri) por Korosensei86

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Notas del fanfic:

Este es un fic para celebrar el cumpleaños de Yuri Plisetsky. ¡¡Feliz cumple, Yurio!!

Pequeños flashes de luces lejanas restallaban contra la ventanilla del pequeño vehículo. El destartalado vehículo era casi tan anciano y decrépito como su conductor, pero ambos, coche y piloto, se las arreglaban para mantener cierta imagen de firmeza y dignidad mientras surcaban la cincumbalación como un humilde navío entre colosales olas de un mar hóstil. A su izquierda, Yuri Plisetski notaba en su desgarbado cuerpecillo el impacto de cada bache, confundiéndolos con el pulsar de su propio y atribulado corazón. Era la madrugada de su dieciseisavo cumpleaños y los nervios, espoleados por su entusiasta juventud que le hacía valorar cada sensación como inédita y exclusiva, le habían impedido descansar.
Ajeno a los esfuerzos automovilísticos de su abuelo, Yuri bajó el espejo interior del lado del copiloto, el que él mismo ocupaba, para volver a atusarse su dorado flequillo por enésima vez. El pulido cristal le devolvió su transparente y lúcida mirada color esmeralda claro, apenas enmarcada en un discreto par de ojeras. Su abuelo chasqueó la lengua.

—¿Quieres estarte quieto?, le ordenó, Tu pelo está bien. Tú cara está bien. Tu ropa es un desastre pero Dios sabrá porqué te queda bien. Tienes buen aspecto así que déjalo ya. Vas a ir a recibir a tu amigo, no al mismísimo presidente. Por cierto, espero que recogieras ese montón de trapos que tenías tirado encima de la cama, porque si no ese chico se va a llevar una mala impresión de nosotros igualmente.

—Tú no lo entiendes, espetó Yuri con la rabia propia de su recién estrenada edad, Es la primera vez que nos vemos desde el Grand Prix, y el primer cumpleaños que celebro con él. Todo tiene que salir a la perfección. ¡Llevo meses organizándolo!

—Pues será una pena que no puedas relajarte y disfrutarlo, le aconsejó, Hoy es tu gran día, ¿recuerdas? Pero, ¿te has acordado de recoger tu cama?

—¡Sí, he recogido la maldita cama!, gritó el chico exasperado.

Yuri desvió sus ojos del espejo al notar que la voz de su abuelo se quebraba ligeramente, algo poco habitual en aquel hombre robusto y resistente ante los avatares de la vida y su prolongada edad. Efectivamente, algunas lágrimas cubrían sus ojos verdes, del mismo color que Yuri había heredado de su desaparecida madre, mientras que una sonrisa sembraba un mar de arrugas en las comisuras de sus labios. Yuri notó como, ante aquella conmovedora visión, su pecho se hinchaba hondamente de nuevo, dando algo de tregua a su acelerada ansiedad.

—¡Dieciséis años! —suspiró el hombre con un hilo de voz— ¡Mi Yurochka ya tiene dieciséis años! ¡Mírate tan alto y guapo! ¡Y has ganado aquel premio de patinaje tan importante! ¡Eres idéntico a Ilenka cuando tenía tu edad! ¡Si ella pudiese verte ahora!

La repentina mención a su madre hizo que Yuri se sintiera como si al degustar un delicioso pescado, una espina se le clavase en mitad de la garganta. Él mismo se sorprendió de la brusquedad de su tono cuando replicó a su querido abuelo:

—Pero no puede, ¿verdad?

El venerable Nikolai gruñó ligeramente antes de volver a hablar, consciente de haber traído de vuelta algunos recuerdos que su homenajeado nieto tal vez hubiera preferido evitar.

—Tal vez —concedió—. Pero, Yurochka, no te miento cuando te digo que estoy seguro de que ella habría dado cualquier cosa por estar ahora contigo. A veces, los adultos nos vemos obligados a tomar decisiones que no queremos tomar. Ya lo comprenderás cuando crezcas.

—Me encantaría creerte, abuelo —reconoció fríamente Yuri—, Sería mucho más fácil si esa mujer hubiera hecho un mínimo esfuerzo por venir.

—Bueno, bueno, exclamó Nikolai en un intento de mejorar el crudo ambiente que se había apoderado del estrecho automóvil, ¡Hablemos de cosas alegres! ¿Cómo se llamaba ese amigo tuyo?

Con la rapidez de una invocación mágica, el cambio de tema iluminó la tersa faz del adolescente con la potencia de mil focos, hasta tal punto que Nikolai, completamente deslumbrado, se aferró al volante por medio a chocar contra algo.

—Se llama Otabek, volvió a contar Yuri, Tiene dieciocho años y es de Kazajistán. Compitió conmigo en el Grand Prix, abuelo. Es posible que lo vieras. Es alto, guapo y súper genial.

Yuri esgrimió una sonrisa tan amplia que casi hubiese sido dolorosa de haber podido el adolescente acordarse de sentir dolor. En medio de su torbellino de alegría y hormonas, Yuri no pudo evitar preocuparse por la expresión amarga que se cernía sobre el entrecejo de su abuelo.

—¿Ese chico moreno con cara de pocos amigos? ¿Y ese chico tiene novia?

El corazón de Yuri saltó histéricamente en su pecho casi al mismo tiempo que su abuelo daba un volantazo. ¿Tenía Oktabek novia? ¿Le había mencionado a alguien especial? ¿Tenía si quiera algo similar a un “tipo”? Por más que lo intentara no creía que su único amigo hubiera hablando del tema jamás y eso, lejos de tranquilizarlo, lo inquietó más. Tal vez, Otabek considerara que él y Yuri todavía no tenían la suficiente intimidad para hablar de aquello. Era posible que incluso el joven kazajo lo considerase aún demasiado inmaduro para ello. Sin embargo, lo que más atormentaba a su delicada alma pubescente era la posible certeza de que se estuviera autoengañando, de que lo hubieran hablado y Yuri lo hubiera olvidado, pues a Yuri no le gustaba nada la idea de que Otabek tuviese a alguien especial.
Aquella incómoda situación provenía ya de varios meses atrás. Yuri nunca olvidaría como el rojo atardecer de Barcelona inundaba con sus efluvios carmesí los oscuros ojos de Otabek, cuando este le pidió que fueran amigos. De todos los seres humanos que había conocido en su corta vida, a parte de sus propia familia, nadie le resultaba menos molesto que Otabek.

“Me pareciste interesante... Pensé que Yuri Plisetski tenía los ojos de un soldado”, le había dicho.

Definitivamente todos los seres humanos que había conocido en su vida, ninguno le había mirado así. Era la primera vez que Yuri se sentía tan sincera y genuinamente admirado, de tal forma que cuando aquel misterioso chico de expresión taciturna le confesó sus intenciones de empezar una amistad con él, de ser su primer amigo, Yuri sólo pudo decir que sí. Los primeros meses llegaron llenos de energía y oportunidades. Durante el banquete posterior al Gan Prix, Yuri y Otabek intercambiaron su instagram, su facebook, twitter, hasta su mail y número de móvil personal, con el objeto de estar interconectados a distancia de cualquiera de las maneras que la tecnología actual dispusiese. Desde entonces, Yuri sabía que cada vez que volvía a casa tenía una visita aguardándole en su cuenta de Skype. Hacer click en las opciones determinadas para ver aparecer ante él, el rostro y la voz de su colega, casi parecía una obra de magia, un pequeño milagro de la wifi que Yuri siempre agradecía. Sus videoconferencias duraban hasta que su abuelo le llamaba para ir a cenar, aunque realmente Yuri solía hacerse el remolón para deleite de su amigo, hasta tal punto que en un par de desgraciadas ocasiones Nikolai se había visto obligado a desenchufar el ordenador para imponer cierta disciplina a su díscolo nieto. No se podía juzgar al pobre Yuri de haberse vuelto adicto a las redes. Era la primera vez que el joven podía disfrutar del bálsamo de la amistad, la primera vez que podía compartir sus pensamientos con alguien que no le juzgara, que podía atreverse a ser él mismo con toda la vulnerabilidad y el peligro que eso acarreaba. A pesar de todo era precisamente cuando Yuri compartía su tiempo con Otabek, que este por fin se sentía seguro como para quitarse es armadura de enfado y falsa dureza que exhibía ante sus compañeros, rivales y fans.

Y sin embargo, por muy triste que sea recordarlo, no se debe olvidar que la belleza es efímera. La sana relación que se había desarrollado en torno a ambos muchachos no tardó en mancillarse. Ocurrió un día poco después de Navidad. Como siempre, Yuri corrió a su cuarto, cerró la puerta y con la efectividad de los hábitos adquiridos abrió su Skype. Por desgracia, Otabek no estaba tan preparado como él. Yuri se quedó totalmente boquiabierto cuando el perfecto torso musculado de l kazajo quedó expuesto ante él. Observó, de forma completamente involuntaria, como su piel morena se amoldaba a una contundente cordillera de músculos abdominales, la belleza indómita de sus desarrollados brazos y la amplitud de su pecho. Para su más absoluto horror, se sorprendió deseando restregar su rostro contra semejante oda a la masculinidad, aspirar el perfume de su sudor. Una fracción de segundos después, Yuri notaba dolorosamente como las venas de sus mejillas se incendiaban furiosas. Otabek le acompañó en su sonrojo al saberse al fin observado.

“Ho-hola, Yuri... No sabía que estabas ahí”, le saludó mientras se apresuraba en cubrirse. La conversación posterior fue con mucho la más incómoda que habían mantenido jamás. A ambos le costaba mirarse a los ojos, de tal modo que la pantalla se convirtió poco a poco en un indeseable periférico. Después de un somero resumen del día poblado de opacos monosílabos, ambos concluyeron su intercambio verbal como si desesperasen por huir uno del otro. Cuando esa noche, Yuri se desnudó para bañarse y aprovechó para mirarse al espejo, no pudo sentirse más contrariado consigo mismo. A pesar de hallarse cómodamente asentado en la pubertad, su cuerpo apenas si había empezado a parecer masculino. En su lugar, la figura que Yuri contemplaba se ceñía a una serie de sutiles curvas recubiertas por una impoluta piel blanquecina de aspecto suave y nacarado, resaltada especialmente en la estrechez de su delgado pecho y de sus diminutas caderas así como sus delgados y bien torneados muslos. El hada de Rusia le llamaban, recordó Yuri asqueado.

Desde luego, la imagen que se le ofrecía se hallaba en las antípodas de aquel epítome de la virilidad y fortaleza que había resultado ser el pecho descubierto de su amigo. Siendo justos, Otabek era tres años mayor que él, bueno, en realidad dos años y medio. Quizá, con un poco de suerte, en aquel margen de tiempo aún podría desarrollarse algo más, si bien el corazón de Yuri aceptaba aquella resolución como una esperanza vana. Algo se levantó en él, incipiente como el aleteo incial de un ave, al volver a edificarse la imagen privada de Otabek en su imaginación, convirtiéndose ese innegable hecho en la confirmación final de que su cariño hacia el joven kazajo se había convertido en algo mucho más turbio y vergonzoso.

Después de aquella derrota, Yuri volvió a su ser, optó por levantarse y luchar. Incluso con el orgullo magullado de aquella manera, el rubio no estaba dispuesto a perder aquel pequeño destello de luz que su relación con Otabek suponía para él. Con semejante determinación, se afanó en normalizar otra vez la situación y con ese mismo objetivo, Yuri propuso la visita de Otabek a Moscú. Sólo verle en persona de nuevo podía despejar aquel enjambre de dudas que amenazaba con aguijonearle el cerebro. Como casi todos los planes atrevidos, la idea se antojaba mucho más fácil de llevar a cabo en su mente que en la realidad. Ahora que estaba a punto de enfrentarse a las consecuencias de sus propias elecciones, su ánimo hervía de anticipación pero también de puro y genuino temor.

—No, no tiene novia —contestó—. No que yo sepa, al menos.

—Es un poco extraño, ¿no? —aventuró su suspicaz abuelo— Tiene edad de haber tenido al menos un par de novias. Yo a su edad ya las había tenido. Y eso que además es un chico bien parecido...

—Si las has tenido, no me lo ha dicho —explicó Yuri algo irritado—. Lo único que creo es que ahora mismo no sale con nadie. Además, ¿Por qué te importa tanto? ¿No debería preocuparte más que tu propio nieto tenga novia?

—¿Tú? —río Nikolai impunemente— Todavía eres un poco joven para eso, ¿no crees?

—¿A pesar de cumplir los dieciséis? —señaló certero el muchacho.

—Quiero decir —se desdijo el anciano torpemente, que eres un chico muy guapo y agradable. Seguro que ya encontrarás a alguna buena chica entre ese montón de fans que tienes, je, je, je —alargó una mano libre para revolverle su bien estudiado peinado a su nieto—. Por ahora, ¡Tienes otras cosas en las que pensar, Yurochka!

Encontrar aparcamiento y atravesar diversas terminales de la extensa jungla que era el aeropuerto Sheremetyevo pasó a ser una prueba más para el ya de por sí turbulento espíritu de Yuri, quién, haciendo gala de su habitual fortaleza externa resolvió tomarse el proceso como un paso necesario para alcanzar a su amigo. Pese a las apariencias, el muchacho rubio respiró con mayor tranquilidad al localizar al fin la puerta de embarque designada. Se apresuró en sentarse en la sala de espera, pero antes de que pudiera tomar asiento, una cálida voz, reconocible a pesar del tiempo, le llamó. Se dio la vuelta.

—¡Yuri!

Y ahí estaba, tan guapo, fornido y digno como recordaba. Después de hora de vuelo, la parte de su cabello que no se hallaba rasurada, su flequillo, se mostraba algo más ondulada y revuelta de lo normal, si bien seguía emitiendo la fragante y fecunda oscuridad que Yuri tanto admiraba. Llevaba unos simples y gastados vaqueros que, sin embargo, no podían contribuir más a resaltar su figura, y, como no podría ser de otra forma, sus icónicas chupas de cuero y gafas de sol, las mismas que portaba cuando “secuestró” a Yuri en Barcelona.

Al percibir que su amigo le había reconocido, Otabek repitió el saludo, esta vez con la mano; se quitó las gafas y sonrió tiernamente. Por su parte, Yuri tragó saliva, negándose a admitir que tal inesperado gesto lo había resecado la garganta por completo.

—¡Beka! —gritó.

Yuri casi creyó volar cuando salió corriendo a los brazos de su amigo. Fue una de esas locuras que no se realizan sin pensar, simplemente se cometen. Afortunadamente, Otabek tuvo los reflejos suficientes para corresponder el abrazo de su colega y agarrarle al vuelo.

—Te he echado de menos —admitió tímidamente Yuri cuando sus rostros se encontraron.

—Feliz cumpleaños, Yuri —le susurró Otabek.

—Ejem.

El carraspeo hizo que ambos adolescentes se dieran la vuelta para toparse con la mirada censuradora de un olvidado Nikolai.

—¡Lo siento, abuelo! —se disculpó Yuri de nuevo con los pies en la tierra y consciente de su situación—. Otabek, este es mi abuelo. Abuelo, este es Otabek, mi... mi amigo.

A causa de las conocidas introversión de Otabek, Yuri se había preocupado de aquel momento, el encuentro entre las dos personas que más significaban para él en ese momento, se convirtiese en una pequeña tragedia. Para sorpresa del joven ruso, los problemas no vinieron por dónde él había previsto.

—Es un honor conocerle —declaró Otabek ofreciendo su mano y una sonrisa comedida, Yuri me ha contado maravillas de usted. ¿Nikolai?

Nikolai miró la mano que le tendían con una expresión descaradamente despreciativa, provocando de paso que a su nieto se le helara la sangre en las venas.

—Señor Plisetski para ti, chico —escupió su abuelo.

—Ergh, claro —respondió Otabek retirando su mano, confuso ante tan evidente rechazo.

—Yuri, ayuda a tu amigo a recoger su equipaje. Quiero largarme de este sitio cuanto antes.

El joven patinador ruso que había resistido con gracia y orgullo la presión de la alta competición desde una temprana edad y había viajado por el mundo él solito sin pestañear, de repente se encontraba ante un obstáculo que no se había siquiera atrevido a teorizar y que lograba que todo lo anterior fuera un juego de niños. Poco podía imaginarse que su dieciseisavo cumpleaños aún podía tornarse más caótico y dramático, y mucho menos que terminaría agradeciendo toda aquella serie de catastróficas circunstancias.

Notas finales:

Este primer capítulo ha quedado algo largo, ya que quería presentar bien la situación, pero los siguientes irán más al grano. 

Espero que les guste. 


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