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Tigre de Bengala por RyuStark

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Notas del fanfic:

Los personajes no me pertenecen, son del fabuloso Tadatoshi Fujimaki.

Llevo ya bastante tiempo trabajando en este fic y por fin me decidí a publicarlo. Como sabrán mi vida es el fluff, el romance esponjoso y el humor y esta historia estará llena de eso, pero también de algo de drama. Y he aquí unas cuantas advertencias más:

*Personajes algo OoC. (Un Aomine “maduro” -sí como no- y un Kagami “coqueto” y muy “veraz”)

*Kagami es un rol de canela y necesita amor.

*Diferencia de edad.

*Hurt/Comfort.

*Smut.

*Mpreg.

*Lenguaje colorido/vulgar.

*Menciones de otras parejas: AkaKuro, MuraHimu, KasaKi & MidoTaka.

Quiero enfatizar que la historia gira en su totalidad en torno al AoKaga, pero las demás parejas son importantes para la trama conforme la historia vaya avanzando, en especial el AkaKuro; la cual -tal vez- en algún momento tendrá una escena -quizás-. Y finalmente queda mencionar que esto es un AU.

Notas del capitulo:

“Era amor a primera vista, a última vista, a cualquier vista.”


V. Nabokov.

La primera vez que lo vi, supe que no era como ningún otro chico que hubiera conocido antes.

Y no precisamente me refiero a lo atractivo que es físicamente Kagami, sino a las pequeñas cosas que he notado de él conforme nos hemos ido conociendo mejor. Detalles como su cabello desordenado en la parte de su nuca, justo como si se acabara de despertar.

O tal vez que sus zapatos deportivos siempre combinan con la camiseta que traiga. Y ni hablar de que ocasionalmente trae un calcetín de un color y otro distinto, tal y como se los pondría un niño pequeño. Kagami es distinto en todos los sentidos, no sólo por su peculiar moda, sino porque sus labios se fruncen preciosamente cuando está en un aprieto.

Y no sé si lo sepa, pero cuando está avergonzado, tiende a bajar la cabeza y a entrelazar sus dedos intentando disimular sus mejillas que se colorean de la misma tonalidad que su cabello.

Pero eso no es todo. A veces Kagami suele perder la noción del tiempo y el espacio. Muchos pensarían que es algo malo, pero a mí me parece peculiarmente lindo.

Un ejemplo es que el chico podría hablarme de todo al mismo tiempo, con pasión y motivos. Y en menos de dos segundos estar mirando fijo hacia la nada, ya que se ha perdido en su propio mar de pensamientos confusos. Pero justo de la misma manera puede escucharme por horas, atento, leal y confiable. Te da esa impresión de oírte con el alma, aun cuando toques temas tan triviales.

Kagami es como un ente que sobresale de todos los ejes y formas. No sólo porque para ser mitad japonés es enorme y come lo de veinte personas. Sino porque le gusta mirar fuentes de noche y en silencio. Porque según él, el agua flota y transita en silencio impasible justo como las estrellas en el cielo. Y justo así lo dijo.

A veces no entiendo las metáforas que intenta explicarme con tanto afán. Pero aun así me rio y le revuelvo el cabello, mintiéndole al decirle que comprendo con tal de verlo sonreír. Supongo que lo mires por donde lo mires Kagami es muy inusual. Tan inusual como un tigre oculto entre la maleza, que no sabes cómo llegó, pero sí que está ahí y que es jodidamente impredecible.

Justo así es Kagami. Podría decirme idiota y retarme a un uno contra uno y al día siguiente suplicarme en silencio, que tome su mano mientras pasamos por un parque con pequeños perros que transitan libres. Y debo decir, que amo todos y cada uno de esos aspectos.

La mente de Kagami es esporádica, contradictoria, temperamental, irremediable y muy increíble. Y aunque es mucho más chico que yo, casi once años para ser precisos, me resulta no solo el hombre, sino el ser más alucinante que he conocido en mis treinta y dos malditos años de vida.

Kagami me cambia, me enloquece, me altera, me conmueve, me hace soñar y me emociona con solo sonreír. Me encanta Kagami. Me fascina Kagami. Inclusive creo que…amo a Kagami.

Sencillamente quiero lo quiero y necesito para siempre a mi lado.

Una propuesta bastante intensa para alguien de su edad, pero que a mí me resulta tentadora y abismal. Y es que, ¿Cómo le digo a un mocoso de veintiún años qué estoy loco por él? ¿Qué se supone que dicen los tipos de mi edad? ¿Cásate conmigo? ¿Así se supone que amarramos a las personas que queremos? No sé si funcionaría, no sólo por lo joven que es. Sino porque el alma de Kagami es indomable, tan lejana y a la vez tan cálida y asfixiante.

¿Estaré perdiendo la cabeza?

Aomine Daiki no se enamora, no juega, no se hace ilusiones, no cree en cuentos de hadas. No, no, no. He huido de la mierda sentimental toda mi vida. Pero cuando estoy con Kagami sé que ha valido la pena llegar a este momento.

¡Y lo odio! Odio estar ahogado en sentimientos y emociones innecesarias, estúpidas y fatales, ¡Todo por culpa de un mocoso idiota con cejas raras!

Lo odio tanto, que al final sé que por cada odio que le dedico, no hace más que gustarme aún más.

¡Y eso me revienta las entrañas! Vaya vida jodida. Quién sea que haya inventado esa pendejada llamada amor, debería estar pudriéndose en el infierno. Oh sí. Vía directa y cruel. Sufre justo como yo lo hago. O eso pienso mientras lanzo al demonio otra pila de reportes, que simplemente no logro terminar.

Necesito ver a ese tonto de Kagami ¡Carajo! Me levanto furioso, mirando a Sakurai brincar del susto al verme reaccionar así justo cuando se encontraba entrando a mi oficina.

—Lo…lo siento Aomine-san, ¿Hice algo malo? ¡Me disculpo por ello!

—Qué va. —Menciono un poco más relajado mientras veo al chico dejarme un par de documentos algo nervioso. —Hey Ryo, ahora que lo pienso tú estás en tus veintes ¿Cierto?

—Uh, sí, veinticinco señor.

—No me digas señor, o es que ¿Consideras que luzco algo…viejo? —Me aseguro de mencionarlo por lo bajo, ya que si alguien en la estación me escuchara, seguro que me tragan vivo a burlas los muy idiotas.

—¿Vie…viejo? No lo creo, ¿Maduro quizás? Sí, maduro.

Sonrío complacido ante su respuesta, sentándome de nuevo y recargándome de lleno en el respaldo de mi asiento. Claro, a cualquiera le gustan los hombres maduros. ¿Cierto? Para cerciorarme le indico al nuevo recluta que se acerque, lo cual hace acortando la distancia. —¿Crees que debería afeitarme la perilla?—A Sakurai se le botan los ojos sacándome una mueca graciosa. Amo joder a este niñato.

— Aomine-san ¿Tendrá una cita con Kagami-san? ¿Él le pidió afeitarse?

— ¿Qué acaso todos saben de mi maldita vida privada en este puto lugar o qué?

— ¡Lo siento, lo siento! ¡Perdón! Yo…yo, escuche el otro día sin querer que Imayoshi-san mencionaba a su novio y….perdón.

— Deja de lloriquear, sé que la vida de todos es el chisme del lugar. Y no, Kagami no me lo pidió. Pero ¿Tú qué dices? ¿Me vería más joven?

—Creo que se ve bien Aomine-san, y si Kagami-san no le ha dicho nada al respecto seguramente es porque piensa lo mismo.

—Tú siempre sabes que decir, por eso eres mi favorito. Así que te quedas a cargo de todo, que me iré a verlo y no olvides el papeleo que hay mucho. —Lo digo levantándome y colocándome mi abrigo.

—¿Eh? ¿Cómo que me quedo a cargo? ¿Señor?...Digo ¡¿Aomine-san?!

Salgo no sin antes sonreírle al buen chico, que no le queda más que sentarse en mi lugar y comenzar a leer una sarta de documentos. ¿Tiene que aprender que no?

—¿A dónde con tanta prisa detective? ¿Ya terminó su papeleo? No me diga que de nuevo dejará al pobre Sakurai con el trabajo pesado. ¿O será que otra vez está abusando de su puesto para ir a ver infantes al jardín de niños?

Me detengo en seco y gruño ante esa voz. El maldito de Imayoshi tenía que ser. Suspiro y me giro encontrándomelo con los brazos cruzados, más esa mirada zorruna que me turba desagradablemente.

—Que gracioso, ¿Podrías recordarme quién fue el idiota que te nombró jefe?

—El mismo idiota que te nombró detective Aomine Daiki.

Mis ojos se ponen en blanco al oír una segunda voz tras de mí. ¡Lo que me faltaba! Giro esta vez topándome con nadie menos que el comandante de la policía Metropolitana de Tokio, Katsunori Harasawa. —Qué hay Harasawa, ¿A qué debemos el honor de tenerte en la pequeña y humilde estación de Too? ¿Será que por fin despedirás a Imayoshi? No sabía que ya era mi cumpleaños.

—Muy gracioso idiota. No cambies la conversación. Vine porque me dijeron que no tienes un caso importante y te traje uno que quizás te interese.

—¿De qué privilegios gozo que el jefe viene en persona para requerir mis servicios? Apenas si me puedo morder la lengua al sentir como me da una especie de golpe en el rostro con un folder.

—Dale una leída y dime qué piensas.

—Lo leeré, pero no ahora, tengo que salir a investigar algo.

—¿Ah sí? ¿Qué?

—Mamilas, pañales y sonajas. Cuéntale a Harasawa-san sobre tus aficiones con los niños Aomine.

—Imayoshi maldito…¡Kagami tiene veintiuno!Harasawa suelta un ridículo silbido a la vez que exhala el humo de su cigarrillo.

—Dios, ¿Veintiuno? ¿En serio ya llegaste a esa crisis Aomine?

Ruedo los malditos ojos viéndolos reírse de mí, al igual que el resto de la oficina. —Lo que sea, ¿Ya puedo irme? Más tarde te llamaré para ver lo del caso. Son casi las nueve, pero podría…

—Déjalo, mejor ve por la mañana a mi oficina en el centro. Tengo entendido que los veinteañeros son algo…salvajes y se toman su tiempo.

—Que los jodan. Me largo. Escucho de fondo la risa burlona de Imayoshi, junto a la del estúpido de Harasawa, que aun que es el jefe disfruta de tomarme el pelo, tal y como cuando llegue a la oficina hace ya demasiados años.

Y dios sabe que amo mi trabajo. Pero en este momento necesito oír alguna tontería adorable de Kagami mientras se atasca la boca de comida y me sonríe justo como un ángel.

Así que un mensaje para él pidiéndole vernos después, y ya me encuentro sentado en una mesa del Maji Burger en su espera. Cualquiera pensaría que soy egoísta, simplemente exigiéndole vernos de la nada, pero Kagami no se niega, nunca puede hacerlo. Estoy seguro de que así fueran las tres de la mañana y le pidiera que me esperara en el parque más lejano al otro lado de la ciudad lo haría sin dudarlo. Lo haría por mí.

Mi tonto chico especial.

¿Qué por qué no habría de negarse? La respuesta es tan sencilla como letal. Porque Kagami me quiere tanto o más que yo a él. Y porque si a mí me gustan del uno al mil, mil. A él le gusto infinitamente. No qué esté jugando con él. Oh no. Lo quiero en serio. Pero me resulta fascinante lo que tenemos.

—¡Aomine!

Elevo la vista al oír su voz, viéndolo llegar a prisa y con una masiva sonrisa. No puedo evitar morderme los labios para no carcajearme sin éxito. Pero claro que el tipo más lindo del mundo me frunce el ceño sin entender mientras se sienta frente a mí.

—¿Qué es tan gracioso Ahomine? ¿Quieres morir huh? ¿Y por qué todos me miran también? ¿Quieren pelea?

Mis risas se hacen más notorias, e inclusive siento un par de lágrimas salirse de mis ojos al verlo tan molesto, con los brazos cruzados, el cabello todo desordenado, su pijama y lo más adorable, con su mandil azul de un pequeño y adorable tigre en el centro que ruje “Gaoooh”.

—¿Te viste siquiera en un espejo antes de salir Bakagami?

—¡¿A quién le dices Bakagami idiota?! ¿Y por qué habría de verme en el…? Oh...mierda.

Apenas ve que aun trae su mandil y como viene, sus mejillas arden del color de su cabello tal y como lo predije sacándome otra sonrisa. Kagami se quita a prisa el mandil y baja la mirada apenado mientras yo me quito mi abrigo y se lo paso para cubrir esa genial pijama con muchos número veintitrés al estilo “The Bulls”, seguramente por su ídolo Michael Jordan.

—Gra…gracias.

—Siento haberte llamado así de la nada. Parece ser que interrumpí algo importante.

—Está bien, acababa de ducharme e iba a prepararme algo de cenar antes de dormir. Solo que me llamaste justo antes de prender la estufa y…vine.

— ¿Tanto querías verme?

— ¡No quería! Pero…uh, me pareció grosero dejarte esperando.

—Ya, gracias por no plantarme. Fue lindo de tu parte. Kagami se avergüenza antes mis palabras, simplemente asintiendo diminutamente mientras me quita mi bebida y le da un trago. Todos cuantos me conocen saben que nunca suelo ser amable, ni me va el hablar bonito. Pero con tal de ver a Kagami arder por mí, podría decirle cualquier tontería.

—Hey, ¿Quieres algo de comer? Digo, ya que interrumpí tu cena.

—Uh…creo que olvide mi cartera.

—No sé por qué no me sorprende, pero es mi trato. Yo te invite así que yo pago.

—No quiero molestar.

—No digas idioteces, seguro que un mocoso como tú la tiene difícil pagando tanta comida como la que comes. Así que deja al buen adulto pagar por ti.

—Huh, ¿Buen adulto? Dónde está qué no lo veo abuelo.

—Muy gracioso niñato. ¿Qué pasa? ¿Te da vergüenza que tu novio pague por ti? Kagami escupe el trago de soda que acababa de beber, inclusive salpicándome y haciéndome reír. —Kagami-chan…me rompes el corazón.  ¿Por qué te sorprendes tanto? No me digas que estás jugando con el corazón de este hombre viejo y tienes mil novios aparte de mí.

—¡Claro que no! ¡Tú eres el único! Yo…bueno, tú. Yo no sabía que…que me considerabas... ¡Eso! ¡Tú me entiendes! ¡Y ya te dije que dejes el estúpido Kagami-chan!

Miro justo como Van Gogh miraba su noche estrellada a Kagami que está a punto de desmayarse de la vergüenza, con las mejillas ardientes, articulando cosas sin sentido, balbuceando y moviendo las manos de un lado para otro, mientras sus preciosos ojos de rubíes se han encendido y cristalizado por los nervios.

Precioso, luce precioso. No hay otra palabra para describirlo.

Sonrío y asiento ante todas sus explicaciones, finalmente aclarándome la voz. —Ya veo, fue muy estúpido de mi parte haber dado por hecho que éramos novios y no habértelo pedido formalmente. Y es que ya no sé cómo se mueven los de tu edad, ya sabes, ahora con un beso se da por hecho que se es algo, ¿Qué no?

—Tú y yo no…no nos hemos besado.

—Oh…he ahí el maldito problema. ¿Qué debería hacer? ¿Debería besarte aquí mismo Taiga?— Su nombre sale de mis labios como seda líquida que nos hace estremecer por igual.

—Mi mamá solía decir que esas cosas no se preguntan y que son mejores cuando son espontáneas.

— ¿Eso te lo dijo tu mamá?

—Una vez se lo dijo a mi tía y yo lo oí.

—Me encanta la forma de pensar de tu mamá. Kagami sonríe y asiente mientras toma mi mano y me invita a levantarme. —¿Me vas a secuestrar Kagami? Soy un agente de la ley sabes.

—Lo sé, y como tal hazte responsable y cómprame veinte hamburguesas señor de la ley.

—Cuán cruel Kagami, yo que pensé que por fin me besarías.

—No lo haré, porque te lo estás esperando.

Lo miro sorprendido porque me encanta. Hace cinco minutos estaba muerto de la pena, y ahora no teme en coquetearme sin pudor. A esto me refiero cuando digo que el chico tiene una mente irremediable y esporádica. Y cuánto maldita sea me gusta. —Kagami Taiga, ¿Acaso estás provocándome, maldito manipulador, coqueto y atrevido?

—Tal vez.

Kagami sonríe tímido y me jala del brazo, para llevarme y comprarle todo el maldito menú. El tiempo se pasa mientras lo miro comer feliz, hablando aun con la boca llena y divagando por largos minutos al perder el hilo de la conversación.

Lo miro de arriba para abajo, deleitándome no solo con su brusca e inocente belleza, sino con su inusual erotismo. Podría parecer extraño un chico en pijama a mitad de la noche en un restaurante exprés. Pero no a mí que miro detenido cada aspecto de su cuerpo.

Sus músculos duros y trabajados a través de la tela. Las clavículas que se asoman coquetas entre el cuello abierto. Los dedos largos, ásperos y a la vez tan delicados. Esa quijada marcada, no precisamente dura, pero si bien delineada. Su nariz con un toque rosado en la punta por el frío de la noche, al igual que sus mejillas.

Esos labios suaves, ahora algo cuarteados y los cuales se relame humedeciéndolos una y otra vez. Las pestañas de un negro intenso, no muy largas, ni muy cortas, solo perfectas. Más ese cabello rojo, sedoso y vibrante como una explosión de lava. Todo en él, construyéndolo como la bendita juventud hecha hombre.

—¿Podrías dejar de mirarme así? Es…raro.

— ¿Así cómo?

—Tú sabes…me ves como una pantera hambrienta ve a su presa. ¡Y yo no soy presa de nadie!

Sonrío indudablemente. Ahí están las metáforas estúpidas de Kagami, tan torpes pero bañadas de verdad. —En ese caso no te sorprendas si te muerdo de un momento a otro. El pequeño tigre está por contestar, pero se queda con la boca abierta, sólo para volver a cerrarla y ahorrarse el comentario al seguir comiendo, claro, no sin darme un buen ceño fruncido.

Finalmente la comida se termina y aunque lo odie, no me queda más que despedirme. Después de todo mañana tengo trabajo temprano y me espera no solo un buen regaño de Imayoshi, sino una pila inmensa de papeles. Pero Kagami vale eso y más.

—Venga, te llevo a tu casa.

— ¿Seguro? ¿No tienes que volver al trabajo?

—No sé a dónde se fue el tiempo, pero es casi media noche. Así que no, no lo creo, y aunque así fuera no iría.

—Vaya adulto responsable. Creí que los detectives trabajaban a cualquier hora.

—Ves demasiada televisión niño. En la vida real puedes fingir que tu teléfono se descargó y por ello nunca escuchaste las llamadas.

—Huh, vaya hombre de confianza.

—Solo lo mejor para ti. Kagami me sonríe, pero sin más me deja tomarlo de la mano y llevarlo hasta mi auto. Durante el trayecto el silencio se expande en una confortable atmosfera. Bajo el vidrio para disfrutar el aire helado de la noche y dejar que el humo del cigarrillo que he encendido vuele lejos.

Claro, hasta que mi cigarrillo me es arrebatado sin aviso y depositado en una botella de agua que traía en el portavasos, por nadie menos que Kagami ‘madre gruñona’ Taiga, que me ve molesto. —Vaya, ¿Todavía no nos besamos y ya estás comportándote como mi esposo Taiga?Mis palabras lo calan profundo, sin embargo me gruñe con ferocidad.

—Deja de fumar Ahomine. Provoca cáncer y muchas enfermedades más. Además de que huele mal.

—Vamos Taiga, no puedes quitarle a un hombre sus placeres sin dar nada a cambio.

—Carajo que te daré algo. Una golpiza por ejemplo. ¿Qué tal suena eso huh?

Sonrío por su mordaz irreverencia mientras me detengo porque hemos llegado a su edificio. Y nuevamente aprovechando mis privilegios de hombre de la ley, me estaciono donde quiero y sin preocupación.

—Listo, llegamos.

—Qué rápido...

Lo miro curioso, admirando ese rostro suplicante que me da mientras juega insistente con sus dedos. —Sí, ya es tarde, deberías ir a dormir. ¿Será sadismo el disfrutar de verlo sufrir con esa mueca triste que me implora que me quede un poco más?

—Sabes…la, la vecina, si la vecina a veces saca a su perro a pasear tarde y…es un perro muy, muy grande.

—Hah, carajo. ¿Qué le podemos hacer? Tendré que acompañarte, no queremos incidentes con ese perro enorme. Kagami sonríe feliz como un niño el día de Navidad, bajándose al igual que yo y esperándome para que tome su mano. En el elevador permanecemos en silencio conforme ascendemos, pero no tardo en tragarme una sonrisa al sentir como se pega más a mí, abrazándose a mi brazo y recargando su cabeza en mi hombro.

Este mocoso idiota va a ser mi maldita perdición.

Una vez en su piso bajamos, pero apenas lo hacemos miro a Kagami brincar del susto al ver a un pequeño, por no decir diminuto chihuahua salir de la nada. Cachorro que no tarda en ser llamado por su dueña, que nos da las buenas noches antes de meterse a su hogar. —Déjame adivinar, el perro enorme de la vecina. Kagami evita mi mirada mejor llevándome hasta su puerta.

—Gracias por traerme.

—No hay problema.

—Tu abrigo…

Está por quitárselo, pero lo detengo. —Quédatelo, luego me lo das. Kagami asiente, abre su puerta y se gira para quizás despedirse, aunque no lo hace y nuevamente el silencio se hace presente.

—Buenas noches supongo.

—Buenas noches Kagami. En cuanto miro como se relame los labios y sus ojos se enfocan en mi boca sé que es la señal. Sé que debo besarlo, comérmelo entero y jamás dejarlo ir. Sé que sí. Carajo que lo sé. Y pienso hacerlo al tomarlo por los hombros, sintiendo como se estremece entre mis dedos. Pero algo dentro de mí, me hace soltarlo.

Aquí está. Lo sé, ahora realmente lo sé. Estoy jodido por él. Tanto que tengo miedo de arruinar las cosas con un simple beso. Y aun así, patéticamente pego mi frente con la suya. —Descansa Kagami. Te hablo por la mañana ¿Sí? Sin más, deposito un pequeño beso en su frente que nos hace temblar por igual.

Mi joven novio me mira sin comprender mientras yo me despego y comienzo a alejarme. Eres un estúpido Daiki, un maldito imbécil, tu única oportunidad y lo jodes. ¡¿Qué tengo quince putos años?! ¡Estúpido una y mil veces!

—¡Daiki!

En cuanto volteo por ese grito, me topo no solo con él, sino con unos labios dulces y mojados que chocan contra los míos. Oh mierda, está besándome. Kagami está besándome.

Y no necesito nada más para perder la maldita cabeza.

Porque apenas termina ese tierno e inocente beso, lo estrecho entre mis brazos y lo hago retroceder hasta meternos a su departamento y pegarlo contra la primera pared que nos topamos; para poder comerle la boca a gusto, volviéndolo a besar con todo sentimiento reprimido que siento por él.

Kagami jadea, tiembla, vibra y se derrite entre mis brazos, aferrándose a mis hombros e intentando  seguirme torpe e inexperto un beso que sube de intensidad, y que anuncia perdición segura. Lo beso hasta sentir mi pecho estallar y mi sangre burbujear hirviente. Con nuestros dientes rozándose y mi lengua tallándose sin pudor y sin sentido contra la suya, dejando que la saliva al igual que la pasión fluyan hasta que un poco de aire es necesario.

Nos despegamos jadeantes y perdidos, con los ojos clavados en el otro. Kagami tiene esa mirada lejana, como si estuviera volando por los cielos entre nubes de algodón y éxtasis. Sus labios brillan rojizos por la fricción, ahora bien húmedos y con rastros de saliva que me tientan a besarlo una vez más.

Y me aventuro a besarlo no solo una, sino dos, tres, mil veces, dejando que el frío de la noche se convierta en calor puro y ardiente que me tiene tocándolo y doblegándolo entre mis dedos. Y lo peor es que la sensación es recíproca, porque apenas me rasguña el cuello y la nuca sé que estoy acabado y sobre todo duro, muy duro por él.

Tanto que le quito el abrigo a jalones y le levanto la camiseta para besarle y morderle el pecho, embriagándome con su aroma erótico y caliente mientras mis manos palpan las curvas de su espalda baja, hasta meterse entre la tela de sus pantalones y darle un buen apretón a ese tentador y voluminoso trasero que tiene, sacándole un ronco gemido que me sabe a sexo prohibido y a placer primitivo.

Quiero voltearlo, pegar su rostro a la pared y robarle cualquier inocencia restante. Quiero cogérmelo tan mal. Oh sí, muero por magullar, destrozar y acabar con esa inocente belleza que emana desbordante de él, como juventud inquietante y pecaminosa.

—Daiki….

Kagami susurra mi nombre entre besos sofocantes, aferrándose a mi tembloroso y mirándome con esos ojos ahora cristalizados; avisándome que se encuentra abrumado en sensaciones y que seguramente sus piernas no tardan en fallar. Sin embargo es perverso, porque no se detiene y en su lugar me muerde el cuello juguetón a la vez que una de sus manos llega al bulto que crece duro y doloroso en mis pantalones para tallarlo un poco.

—No me hagas esto Taiga… Mi voz sale intensa y necesitada; y él me responde abrazándose a mi cuello y escondiendo su rostro en mi pecho.

—No te vayas Daiki…Puedes, puedes quedarte a dormir si quieres.

Lo miro casi con crueldad aprovechando que no me observa. Sabiendo que sería fácil cogérmelo y terminar con todo. Pero no puedo. Simplemente no puedo. Porque lo miro y sé que Kagami es algo más que un acostón rápido. Por lo que por primera vez en mi vida me aclaro la voz, lo despego y le sonrío. —No hoy Taiga, tengo trabajo mañana muy temprano.

Kagami es transparente como el agua, de inmediato mostrándome una expresión triste, decepcionada y hasta asustada. —Hey, hey…quita esa cara. Se lo digo mientras acaricio su rostro aprovechando para pellizcarle la nariz. —En serio tengo mucho trabajo, pero ¿Qué te parece si el próximo mes pido una semana libre y pasamos ese tiempo juntos? Y claro, si la propuesta sigue en pie me encantaría quedarme a pasar la noche contigo, ¿Eso te gustaría?

—¿En serio? Digo sí, ¡Sí! Me…me gustaría eso.

—Bien…En ese caso mañana te llamo ¿Sí?Kagami asiente alegre, dejándome besarlo de nuevo antes de salir de su departamento después de acomodarme la ropa. Y carajo, apenas la puerta se cierra no dudo en sacar todo el aire como si hubiera contenido mi vida entera en mi garganta.

Mierda, duele. Mi erección y ansias me están matando. Pero debo ser fuerte, él lo vale. Kagami lo vale. Has jodido todo en tu vida Aomine, pero no a Kagami. No a él.

Suspiro, inhalo y exhalo encontrando mi compostura y regresando a mi auto.  Y justo ahí antes de subirme, me detengo y miro hacia su balcón donde se encuentra recargado en la barandilla viéndome fijo. Tal y como lo hacen los tigres de bengala con sus presas entre la oscuridad de su refugio. No nos saludamos, ni sonreímos, solo nos observamos.

Kagami es…tan atractivo como misterioso. Algo dentro de él está roto, quebrado y fragmentado. Y sinceramente no me importaría recoger las piezas, reconstruirlo y hacerlo totalmente mío.

Notas finales:

Tengo “Fuguémonos” aun en emisión y sé que muchos quieren mi sangre por no actualizar. Pero esta historia me ha absorbido totalmente, es inevitable, lo siento bebés. Y como ya la tengo bastante avanzada las actualizaciones al menos por ahora serán semanales. ¿Eso es bueno cierto?

Por cierto, como pueden ver Aomine no sólo está idiotizado de amor por el tigre, sino que también es casi once años más grande que Kagami. Fuera de ahí, lo único relevante es que, tal y como Daiki ha notado, Kagami no es normal lo mires por dónde lo mires. Y si les preocupa saber por qué y cómo se conocieron ya vendrá…

En fin, gracias por leer, espero le den una oportunidad a la historia. ¡Los adoro! ¡Nos vemos el próximo miércoles! <3 <3 <3


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