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DIVORCIADOS por Butterflyblue

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Notas del fanfic:

Hola, primero que nada no voy a dejar mi otro fic, esta fue solo otra idea que quise desarrollar.

 

Aclarado esto, bienvenidos, como siempre los personajes de Junjou romantica no son mios son de la muy querida Nakamura, hago esto sin fines de lucro y solo para divertirme y crear historias.

 

CONTIENE MPREG SINO TE GUSTA NOOO LEAAAASSS.

 


Les espero por aca, besos y gracias por leer.

Notas del capitulo:

Sin mas que decir les dejo el primer capitulo, espero lo disfruten.

 

Gracias por leer.

Predecir si una relación durará para siempre es un mito. Podemos ser felices hoy y mañana la magia podría haber terminado en un suspiro del tiempo.

Y entonces ¿Qué pasa cuando las promesas que se hicieron en los diferentes contextos que escenifican un matrimonio, se rompen? ¿Qué pasa cuando uno o los dos que componen la pareja, se cansan? ¿Qué pasa cuando las razones por las que lo hicieron en el momento ya no existen? ¿Qué pasa si el amor, no era tal o simplemente no fue suficiente?

Divorcio es una palabra que puede tener muchas caras, algunas veces la del alivio por el final de algo que nos asfixiaba. Otras veces la de la derrota por el fracaso de algo que se comenzó con el más puro entusiasmo. Es de esas caras del divorcio que se tratará esta historia y como cada uno de nuestros protagonistas vivirá su duelo o… su liberación.

Bienvenidos.

 

 

 

1-Diferencias irreconciliables

 

La campiña es el mejor lugar para vivir o eso pensaba el que con su rostro sereno aspiraba el aroma fresco de aquella mañana. Después de vivir encerrado en lo que para él había sido una jaula de concreto, respirar el aroma a hierba fresca que le regalaba el patio trasero de su pequeña casita, era casi una bendición.

 

—Buenos días Shinobu-kun ¿vas al mercado hoy?

 

El joven correspondió al saludo de su muy curiosa vecina con una ligera sonrisa y una inclinación de su cabeza. Le fastidiaba de cierta forma la aprensión que veía en los ojos de todos lo que le rodeaban. Era cierto que lo habían visto crecer, pero odiaba que lo trataran como a un niño, cuando era obvio por su muy evidente embarazo que ya no lo era.

 

Ya había sido un fastidio en toda su adolescencia que lo sobreprotegieran por su condición de hombre fértil. No encontrar a quien culpar por aquella bendición o maldición genética, depende del punto de vista de quien lo viviera, ya era exasperante y él no era conocido por un carácter dócil o afable. Así que, los extremos cuidados y prevenciones lo habían hartado hasta el cansancio.

 

El problema era, que en su nueva condición y con todo lo que había acarreado el regreso al hogar, iba a ser casi imposible evitar la preocupación de los que le rodeaban.

 

— ¿No deberías quedarte descansando? Cargar todas esas cajas no debe ser bueno para el bebé.

 

—Tengo que trabajar Himiko-san y él bebé está bien. —protestó Shinobu entre dientes, tratando de no sacar a relucir su mal humor, al fin y al cabo la mujer solo estaba preocupada por su salud.

 

Ella no se dio por vencida aun a pesar del evidente mal humor del joven.

 

—No deberías estar trabajando en tu estado. —murmuró con molestia. —Ese marido tuyo debería correr con todos tus gastos.

 

La paciencia de Shinobu llegó a su fin con el solo recordatorio de la persona que apenas hacía tres meses había abandonado.

 

—Exmarido Himiko san, Miyagi ya no tiene ninguna obligación conmigo.

 

La mujer hizo el ademan de protestar ante aquellas palabras, era evidente por él bebé que Shinobu esperaba, que su marido si tenía mucho por que responder, pero Shinobu se le adelantó, queriendo dar por terminada la ya molesta conversación.

 

—Mi hijo es solo asunto mío, que tenga buen día Himiko-san.

 

La mujer se quedó con la palabra en la boca y Shinobu entró a su hogar sintiendo una molesta necesidad de llorar, cosa que detestaba. En el poco tiempo que estuvo casado, había sido su pan de cada día. Shinobu no sabía cómo aun le quedaban lágrimas que derramar.

 

—No voy a llorar. —se dijo con ánimo, tratando de alejar el malestar de su corazón. —No habrán más lágrimas por ti, Miyagi Yô.

 

Con esa resolución se metió en su habitación para arreglarse, comenzar el día con ánimo era su principal objetivo cada día. No había esperado encontrarse a su entrometida vecina para que le estropeara la mañana.

 

Un poco más tarde, entre el bullicio del atestado mercado, Shinobu acomodaba los dulces que vendía en su pequeño tarantín. De su madre había aprendido el arte de la cocina, de su padre el empeño y la fuerza del trabajo duro. A veces los extrañaba demasiado, más en esos momentos en los que los necesitaba tanto, pero sus enseñanzas quedaban y eran los motores que lo habían impulsado a darle un giro a la tormentosa vida que había estado viviendo.

 

Sonrió cuando unos niños llegaron entre risas y emoción a comprar sus deliciosos dulces. Alguien, oculto de toda curiosa visión, había vigilado cada día sus pasos y como cada mañana levantó su teléfono, para informar a aquel que pagaba sus servicios.

 

Miyagi escuchó el particular tono que esperaba cada mañana. Estaba en medio de una importante reunión, pero eso no pareció importarle cuando con una escueta disculpa, atendió la llamada y se levantó saliendo de la sala.

 

—Espera. — le había dicho a quien le llamaba y cuando por fin estuvo a solas en la intimidad de su enorme y suntuosa oficina, con un cansado suspiro, preguntó lo que preguntaba cada día. — ¿Cómo está?

 

—Trabajando. —le respondió su hombre de más confianza, el único en el que había confiado para encomendarle aquella tarea. —Tal parece que no dejará de hacerlo. Sigue sin tocar un centavo de lo que abonaste a su cuenta. Ayer aproveché que no estaba en la casa para verificar que no hubiese daños estructurales. La casa está muy vieja pero en buen estado, por ahora está seguro allí.

 

Miyagi se quedó de pie, en silencio, mirando la imponente ciudad que parecía arrodillada a sus pies, desde la altura de sus prestigiosas oficinas. Estaba exhausto y profundamente molesto, aquella situación lo estaba desgastando.

 

—¿Ha recibido alguna visita?

 

Su interlocutor suspiró con evidente fastidio, la misma pregunta cada día, francamente ya era molesto.

 

—Miyagi, Shinobu no se fue porque hubiese otro hombre. Se fue porque te negaste a ver que no era feliz, se fue porque…

 

No pudo seguir, toda vez que la línea hizo el evidente sonido de que Miyagi había colgado.

 

Miyagi tiró el teléfono sobre su escritorio, se sentó en su cómoda silla y pasó la mano por entre su cabello, en su gesto de exasperación.

 

—El maldito no era feliz. — gruñó con frustración. Se puso de pie y caminó hasta el pequeño bar que se asentaba en una esquina. Se sirvió un trago y volvió a mirar sin ver, la ciudad bañada por la luz de la esplendorosa mañana.

 

— ¿Qué carajo querías de mí? Eras un maldito inconforme.

 

La copa en la que bebía fue a dar al piso, haciéndose añicos. Miyagi caminó hasta el escritorio y tomó una carpeta que hacía días descansaba allí.

 

“Petición de divorcio, alegando diferencias irreconciliables” Rezaba el texto que su abogado había dejado para él, cuando le entregó, lo que no había deseado que llegara.

 

Miyagi se sentó en su sillón para leer lo que ya sabía. Shinobu no le exigía nada, nunca le había exigido nada, hasta aquel día en el que se marchó.

 

—Malditas diferencias irreconciliables.  —murmuró con ira. El dueño de un gran imperio, que no podía retener la única cosa que no logró poseer.

 

******

 

Las malditas diferencias irreconciliables se habían secado hace algunos años ya, en la tinta de un divorcio que fue realmente amargo. La pareja en cuestión habían mantenido un matrimonio en aparente armonía hasta que el cansancio  y la decepción habían terminado por matar las ganas de lucha de la que ambos habían hecho gala.

 

Aun así y contradictoriamente, aún permanecían juntos, aunque solo era el trabajo lo que ahora los unía.

 

Era de noche y el firmamento brillaba fulgurante. Las notas de una conocida canción llenaban el ambiente, pero eran avasalladas por el estruendo de las ovaciones que refulgían en el enorme auditorio. Estaba lleno, no cabía un alma en aquel lugar y todos estaban embelesados con el que en el escenario dejaba el corazón en su gloriosa actuación.

 

Tras bastidores y acompañado por su eterno cigarrillo, Akihiko Usami escuchaba la hermosa voz de su ex esposo. Misaki Takahashi era como una de aquellas estrellas fulgurantes que iluminaban el cielo. Tenía una voz melodiosa y dulce, que envolvía los sentidos y te adormecía en un sueño lleno de promesas felices.

 

Lástima que para ellos, aquellos sueños no habían sido tal. El Misaki que se subía al escenario  no era el mismo que bajaba de él. La amargura lo corroía, sus sonrisas prefabricadas eran solo para las entrevistas, para el público, pero en la intimidad la fulgurante estrella era solo un frio y seco corazón.

 

El estruendoso aplauso del final, aun resonaba, mientras Misaki, bajaba las escaleras y se internaba todo sudoroso y agotado hasta su camerino.

 

—Tú té de menta está sobre la mesa. — le dijo Akihiko al verlo entrar.

 

Misaki asintió y se dirigió hacia el sitio indicado, para tomar la taza que esperaba por él.

 

—Gracias. —murmuró cansado, sentándose en un cómodo sillón. — ¿puedes lidiar con los periodistas? No tengo ganas de dar entrevistas hoy.

 

Akihiko asintió y con una leve reverencia salió de la habitación.

 

Era una rutina conocida, la habían llevado por años, primero como buenos amigos, luego como novios, un tiempo lo hicieron como felices esposos y finalmente ahora, como una cordial y racional pareja divorciada.

 

Akihiko era su manager, su asistente, su abogado. Después del divorcio había sido imposible separar también su relación laboral. La carrera de Misaki no funcionaba sin Akihiko y ambos lo sabían, aprendiendo así, a vivir con aquella premisa.

 

El té calentó las cansadas cuerdas vocales. Cada día era más exigente ser una estrella y mientras Misaki degustaba la relajante bebida, pensaba que no importaba cuan exigente pudiera ser aquella vida. No tenía nada más.

 

Akihiko lo había acusado en sus muchas peleas de ser un frio corazón de piedra. Pero nunca había visto que aquello no era más que una fachada, la coraza que protegía a su maltrecho corazón de recibir otra herida que esta vez lo acabara definitivamente.

 

—Nunca me entendiste. —murmuró Misaki, mirando la puerta por donde su exesposo había salido.

 

Un rato después, salían en compañía de un contingente de seguridad hacia la lujosa limosina que los esperaba.

 

—Aplacé todas tus entrevistas para la rueda de prensa que darás el sábado.

 

—Eso es dentro de dos días, Akihiko. —protestó Misaki con un suspiro de exasperación y cansancio, mientras recostaba su cabeza del cómodo asiento de la limosina. — ¿No pudiste darme por lo menos una semana de descanso? Han sido cinco conciertos seguidos, estoy agotado.

 

—Tengo entendido que el adicto al trabajo eras tú. Te mostré el itinerario de conciertos antes de comenzar la gira, aprobaste todas las fechas.

 

Misaki no quiso iniciar una discusión, con el asistente de sonido y varios de los músicos acompañándolos. Decidió obviar el ácido comentario, tenía claro que Akihiko ciertamente le había mostrado el itinerario. Él, como muchas veces hacía, lo había aprobado sin siquiera mirarlo. No le interesaba, lo único que quería era cantar. Arriba del escenario desaparecía la frialdad que lo corroía. Allí era solo él, su voz, la música y el olvido.

 

—Llamaré a la encargada de prensa y suspenderé las entrevistas.

 

Misaki levantó la mirada y se encontró la de Akihiko, quizás había notado su desazón y eso lo molestaba. No le gustaba demostrar debilidad y mucho menos frente a su ex.

 

—Déjalo. — gruñó con molestia. Extendió su preciosa mano y tomó la copa de champan que uno de los músicos le ofrecía, regalándole a Akihiko la más fría y sarcástica sonrisa. —Puedo hacerlo, después de todo, soy un adicto al trabajo.

 

Pero su desafío no dio el resultado esperado. Akihiko le sostuvo la mirada, sus ojos estaban serenos, pacíficos, era casi como si no estuviera allí, en medio de aquel caos de risas y celebraciones.

 

—Bien, entonces trabajaré esta noche con los siguientes conciertos y mañana te paso la lista para que la revises.

 

Misaki se tomó la copa de champan de un solo trago. Quemó en el proceso su garganta, pero le sirvió para ahogar la ira que bullía en su interior. Ira que de haber escapado de su pecho, lo habría hecho dar el más triste espectáculo. No lloraba desde hacía muchos años, pero en ese momento, al tener la certeza de que Akihiko realmente ya estaba muy lejos de él, hubiera dado lo que no tenía por derramar las lágrimas que le debía a su corazón.

 

Hubo una pequeña fiesta en el interior de la suite que ocupaba Misaki. Akihiko no formó parte de ella, nunca lo hacía, la frivolidad de aquellas fiestas no lo atraían. Mucho menos cuando de seguro Misaki se emborracharía y sonreiría de aquella falsa forma que tanto odiaba.

 

Lamentablemente para él, un periodista le había llamado ya cuando se había retirado a su habitación. El hombre le había recordado un compromiso que había adquirido con antelación y el cual era ineludible. Akihiko tuvo que ir a la suite de Misaki y esperar que se tomara bien la noticia de que tendría una entrevista en un conocido programa, al día siguiente.

 

La música lo recibió al entrar, todo el mundo lo conocía. Maquilladores, músicos, asistentes, hasta conocidos compositores y una que otra celebridad pululaban por el lugar, bebiendo y sonriendo con asqueante falsedad. Akihiko estaba a punto de preguntar por Misaki, cuando lo localizó en rincón oscuro de la espaciosa suite.

 

Por un segundo pensó que iba a salirse de sus casillas, pero esa sensación solo duró un segundo.

 

—Lamento interrumpir.

 

Misaki se heló al escuchar la gruesa voz de Akihiko. Los labios que le besaban de pronto le parecieron amargos trozos de hielo. Giró su rostro y fijo su mirada en el rostro sereno de su ex.

 

No era la primera vez que se besaba con alguien,  pero si era la primera vez que Akihiko lo había pescado en el acto. Sí, tenían mucho tiempo separados, sí, ya no eran pareja y sí, él se había acostado con otros, pero siempre lo hacia fuera de la vista de Akihiko. Siempre se apuraba en correr al que ocupara su cama para que cuando Akihiko le trajera el desayuno o la agenda del día, no hubiese nadie a su lado.

 

¿Qué demonios hacia allí, si a él no le gustaban las fiestas post concierto? y ¿por qué carajos se sentía tan malditamente vulnerable ante aquella inexpresiva mirada? ¿Acaso quería que Akihiko le gritara? ¿Quería verlo celoso?

 

— ¿Se te olvido algo? — espetó con toda la frialdad que pudo reunir, rogando para que Akihiko no notara el temblor en su voz.

 

Akihiko le extendió un papel que Misaki tomó sin apartarse de aquel que aún lo sostenía por su delgada cintura. Al principio le había parecido guapo y sexy. El joven cantante en ascenso, había sido invitado por una de sus productoras, era un joven de fácil risa y poco ceso. Pero no lo quería para una conversación profunda. Aunque en ese momento, mirando a Akihiko, el joven solo parecía una excusa de persona.

 

—¿Por qué no vas a tomarte un trago, te alcanzaré en un rato?

 

El chico le regaló una sonrisa ladina y le besó sugestivamente antes de marcharse.

 

Misaki se dijo que esa noche dormiría solo, pues el imbécil que acababa de irse, lo había dejado frio. Pensó que Akihiko tenía siempre ese efecto en él, esa fea costumbre de hacer que lo comparara con los demás hombres que lo cortejaban, odiaba que nunca nadie lograra igualarlo. Odiaba seguir pensando que nadie jamás, podría compararse con él.

 

Akihiko encendió un cigarro y salió al pequeño balcón de la habitación, mientras Misaki leía el papel. No pudo concentrase en las letras, pues su mirada estaba perdida en el hombre que fumaba con una deliciosa elegancia, mientras miraba al cielo. De haber sido un pintor, habría inmortalizado aquella poderosa y perfecta imagen.

 

— ¿Estás de acuerdo? Aun puedo decirle que estas muy cansado, le dije que te consultaría antes y espera mi respuesta.

 

Misaki volvió su mirada rápidamente a las líneas inconexas de la hoja que tenía en la mano. Incapaz de hilar una respuesta coherente le tendió el papel, mirándolo con fingida molestia.

 

—Has lo que quieras. —suspiró y cruzó los brazos sobre su pecho, quería sostenerse, porque sintió que en cualquier momento se haría pedazos. — ¿Puedo ya volver a mi fiesta?

 

Akihiko sonrió de una maligna forma y Misaki pensó que era el primer gesto real que lo había visto hacer en mucho tiempo. Desgraciadamente en su estado débil y cansado, aquella sonrisa solo le causó dolor y las palabras que la acompañaron, una profunda pena.

 

—Sí, ve a tu fiesta. Tu…amiguito, te está esperando.

 

Quizás se habría sentido mejor, si hubiese percibido aunque fuera un poco de celos en aquellas palabras, pero la indiferencia y la burla eran tan palpables, que el dolor se hizo físicamente insoportable. Fue una fortuna para él, que Akihiko se diera la vuelta y se marchara sin ver las lágrimas que finalmente habían hecho aparición en un inoportuno momento.

 

Ya fuera de la suite y escuchando aun  el ruido de música y risas dentro de la misma. Akihiko respiró profundo.

 

— ¡Maldita sea! —gritó, sabiendo que nadie lo escucharía.

 

Caminó hasta su habitación y cuando se halló protegido dentro de ella, se recostó con cansancio de la puerta.

 

—Esto se tiene que acabar.

 

Quizás era ya la hora de dejarlo todo atrás, definitivamente.

 

*******

 

Pero, definitivamente no era una palabra que significase siempre un adiós y la prueba de ello, era una pareja que había firmado un divorcio definitivo pero que no significó un adiós. Y es que había lazos irrompibles que aun el divorcio no podía romper.

 

— ¡Mamaaaa! Donde están mis zapatos azules.

 

—Revisa bajo la cama, cariño.

 

El estruendo de algo haciéndose añicos en la cocina hizo que la ya desastrosa tarde se volviera aun peor, toda vez que tras el estallido de los cristales surgió un frenético llanto.

 

Después de diez años de matrimonio, cuatro hijos y dos perros, aquel matrimonio no se vino abajo por la rutina, había sido algo peor lo que lo había acabado.

 

—Alguien que me de paciencia. — murmuró la ajetreada madre, mientras trataba infructuosamente de vestir a su pequeño hijo de un año, antes de ir a ver que desastre había en la cocina.

 

—Mamá no encuentro los zapatos.

 

Hiroki miró a su hija de diez años, producto de un desatino adolescente, que después de haber nacido la pequeña princesa, se transformó en un matrimonio. Al principio había funcionado muy bien. Solo que tal parece, que el amor no siempre era suficiente.

 

—Cariño. — le habló, tratando de tener paciencia en ese día tan difícil para él. — ¿Por qué no vas a ver que desastre hicieron tus hermanas en la cocina?

 

—Pero mamá, papá está por llegar y no he terminado de hacer el equipaje.

 

Siempre eran difíciles los días en los que él se los llevaba. Sus hijos eran felices, pero él no. El sentía una profunda soledad cuando la hermosa casa llena de risas y recuerdos, se quedaba sola y vacía.

 

—Anzu, tu papá no se va a morir por esperarte diez minutos.

 

—Mamá, tu sabes que a papá no le gusta esperar y además…

 

— ¡Pues entonces más le habría valido no haberse ido! Ahora ve a hacer lo que te pedí — gritó Hiroki, exhausto por los llantos de su hija en la cocina, el berrinche de su hijo para no vestirse y la desobediencia de su hija mayor, que era casi siempre su apoyo, menos en los días en los que llegaba su padre.

 

Le dolió descargar su frustración con su hija, pensó que se disculparía con ella después. Luego de vestir a su travieso hijo y dejarlo en la cuna, fue en busca de los dichosos zapatos azules. Su hija tendría una presentación del pequeño teatro de la escuela y esa vez sería su padre quien la llevaría.

 

—Aratani, tiró un frasco de galletas y Ayuni, se asustó con el estruendo.

 

Le informó la niña al verlo entrar a la sala. Las gemelas estaban sentadas en el sofá, viendo dibujos animados y le sonrieron con total inocencia a su madre, como si el no supiera que eran un par de diablitos.

 

—Aquí están tus zapatos. —murmuró Hiroki, entregándoselos. La niña le sonrió débilmente. —Lamento haberte gritado.

 

Ella asintió y tomando los zapatos, lo abrazó con ternura.

 

—Yo también lo siento mamá, sé que estos días son difíciles para ti. Iré a terminar el equipaje.

 

Hiroki la besó y fue a sentarse con sus dos diablillas.

 

—Voy a esconder todas las galletas. —las amenazó, haciéndolas reír con cosquillas.

 

La voz de su hija llamó su atención de nuevo.

 

—Mamá.

 

Cuando Hiroki la miró, esta le sonrió con tristeza.

 

—Yo sé que lo que él hizo estuvo mal. Pero no puedo evitar amarlo, es…papá y…tenemos muchos buenos recuerdos con él.

 

Hiroki besó a sus hijas y se puso de pie para ir a abrazar a su pequeño ángel.

 

—Yo lo sé mi amor y te juro que jamás desearé que sea de otra manera. Las cosas se terminaron entre tu papá y yo, pero eso no tiene nada que ver con ustedes. Ambos queremos que sean felices y las amamos y a tu hermanito también.

 

Un rato después y luego de haber conversado con su hija, se sentía más relajado. Quizás era hora de aceptar aquellas separaciones como algo natural, resistirse a ello no le hacía bien ni a él ni a sus hijos. Aprendería a tomar aquel tiempo como unas pequeñas vacaciones y se dedicaría a él como tenía tiempo sin hacer.

 

Estaba pensando en hacer algunos cursos de actualización, cuando el timbre sonó, trayendo consigo el final de sus buenos deseos.

 

—Voy. — dijo contento. — Anzu, llegó tu papá, ve a buscar las cosas.

 

—Hola, llegas…

 

El mundo se cayó a sus pies y una furia ciega lo desbordó, cuando al abrir la puerta no fue a Nowaki a quien encontró.

 

— ¿Qué haces tú aquí?

 

El aludido lo miró con displicencia.

 

—Mira, no hagas un escándalo o un drama. Nowaki no podía venir y me pidió que viniera a buscar a los niños.

 

—Sobre mi cadáver te llevas tú a mis hijos, maldita escoria. —gritó Hiroki, dándole con la puerta en las narices a su indeseada visita.

 

Con la vista nublada por la ira y el dolor, caminó torpemente hasta el teléfono. Mientras marcaba, Anzu llegó a su lado.

 

—Mamá…

 

—Ve…ve a tu habitación y llévate…llévate a las niñas. —le suplicó ahogado en lágrimas.

 

—Mamá, cálmate, yo…

 

—Por todos los cielos Anzu…hazme caso por favor… por favor hija, te lo suplico.

 

         La niña atendió las desesperadas suplicas de Hiroki y se llevó a sus hermanitas, escuchando con dolor los sollozos y el principio de lo que pensó, iba a ser una dura conversación.

 

¿Cómo se le ocurría a su padre hacer tal cosa?

 

Supuso que algo malo, muy malo iba a pasar, cuando su celular sonó con el tono inequívoco de Hiroki. Hasta ese momento entendió que había sido una completa locura enviar a Keiichi a buscar a sus hijos. Se excusó diciéndose que estaba en medio de un delicado caso y la reunión que ahora sostenía con sus socios del bufete, no podía ser postergada.

 

Podría haber enviado a su asistente, pero esta estaba muy ocupada haciendo un recado de investigación, en el periódico de la ciudad. Su madre y Hiroki no se habían llevado bien jamás, así que ella tampoco era una buena idea. Todos sus amigos estaban sentados en la mesa de juntas, discutiendo entre ellos por el difícil caso que los ocupaba y así, solo había quedado él.

 

Debió esperar a que la junta terminara, aunque eso significara fallarle a su pequeña hija, pero no quiso hacerlo. Era importante para la niña pasar tiempo con él, era importante para sus cuatro hijos, porque solo les quedaba con ellos, aquellos momentos que le robaba al tiempo.

 

Añoraba los días de darles besos al llegar a casa en la noche, de desayunar en el alboroto de la mañana. Extrañaba tenerlos cerca.

 

—Él se lo merece.

 

Se había dicho luego de meditarlo mucho.  Tenía poco más de un año divorciado, había perdido su casa, sus hijos y hasta sus perros, por un malentendido.

 

Sintió que Hiroki se lo merecía por haber destruido sus vidas sin darle chance de argumentar su caso. Hiroki lo juzgó y lo sentenció sin escucharlo, y el, el brillante abogado que no había perdido nunca un caso, de pronto se vio en la calle y firmando un divorcio que nunca había pensado.

 

—Hiroki estoy en medio de…

 

— ¡Eres un malnacido! ¿Cómo te atreves a enviar a tu amante a buscar a mis hijos? Jamás… escúchame bien, jamás le voy a entregar a mis hijos a esa escoria. Vuelve a hacer eso y no los veras nunca más. Nunca más ¿me escuchaste?

 

Claro que lo había escuchado, incluso sus socios que estaban en la sala de junta lo habían escuchado y eso que se había alejado un poco para poder hablar. Lo había escuchado tan bien que le dolía la cabeza por los gritos. Y de pronto se sintió cansado, muy cansado y también muy molesto.

 

—Te escuché. — le dijo con una helada calma. —Ahora me vas a escuchar tú. Me vuelves a amenazar y entonces vas a saber de lo que soy capaz. Dile a los niños que iré mas tarde a buscarlos y más te vale no hacer un escándalo delante de ellos. Me canse Hiroki, lo lograste, felicitaciones. Me harté.

 

Al colgar el teléfono y voltear su rostro hacia la sala de juntas, todo el mundo estaba en silencio. Nadie era absolutamente inocente ni totalmente culpable y Nowaki estaba en el medio de aquellas dos definiciones. Todos lo conocían, había empezado desde chico de los recados en aquel bufete, era un jovencito entusiasta y siempre feliz, que se había casado con un niño igual que él y tenían una bebe preciosa, por la que había dado todo su esfuerzo.

 

Diez años después, era el abogado más joven y más exitoso de la firma. Todos lo habían ayudado, todos allí lo estimaban, ellos habían celebrado sus triunfos, los nacimientos de sus hijos y lo habían apoyado en la debacle de su matrimonio.

 

Algunos pensaban que el joven abogado había aguantado mucho de su inseguro y exigente esposo, entre ellos Sumi Keiichi. Otro joven y exitoso colega que se había formado junto con él. Y que por su cercanía había causado parte de los problemas de aquel frágil matrimonio.

 

Otros, como el socio principal del bufete, un hombre maduro y sobreviviente de dos divorcios, le daban más crédito al joven Hiroki, a quien le tenía un especial aprecio. Él pensaba que Nowaki, como todo joven, había tomado decisiones imprudentes que pusieron muchas veces a prueba la escasa paciencia de su esposo.

 

Fue precisamente aquel hombre, quien habló después del silencio que había llenado la sala.

 

—Sabes que tienes a todo un equipo de abogados dispuestos a respaldarte.

 

Nowaki asintió, sabiendo que no era eso lo único que diría y así fue.

 

—Solo que, no te apresures a tomar decisiones. Hiroki puede ser imprudente y demandante pero no es mala persona y mucho menos es mala madre. Sabes que en un enfrentamiento legal saldrás perdiendo y les harás daño a tus hijos.

 

Nowaki se sentó y asintió silencioso, no tenía como rebatir aquellos argumentos y menos con quien se los decía.

 

—Ahora creo que es hora de que todos vayamos a casa, no vamos a resolver esto hoy.

 

Nowaki se puso de pie y recogió los papeles que había regados frente a él.

 

¿Casa? El ya no tenía eso

 

Pensó derrotado, mientras caminaba a la salida, armándose de paciencia para enfrentar la batalla que se le avecinaba.

 

******

 

Si bien a veces el divorcio se convertía en una batalla de nunca acabar. No era así siempre, para algunas parejas que solo habían decidido que estaban mejor separados era solo un paso más, necesario y lógico.

 

—Llegaste a tiempo.

 

—Sí, no había trafico hoy ¿ya pediste mesa?

 

El aludido asintió sonriendo, era así casi siempre, él llegaba primero y su ex esperaba que ya hubiese resuelto todo.

 

—Te esperé en la barra porque es más cómodo, pero ya ordené una botella de vino y nuestra mesa aguarda por nosotros.

 

El matrimonio había sido para ellos la comodidad de una mutua compañía. Un día habían decidido que era lo mejor y al día siguiente se habían casado en un registro anónimo de la ciudad. De esa singular manera habían vivido la experiencia de estar casados.

 

Era casi tan natural, que no había de ninguna forma alterado sus estilos de vida. Pero eso quizás, había sido lo que cinco años después, los había llevado a un divorcio tan impersonal y practico como la ceremonia que los unió en un principio.

 

—Allí viene el vino. —anunció Kaoru cuando apartaba la silla para que Ryu se sentara.

 

Ryu sonrió complacido, y sus preciosas manos, hechas para crear las más maravillosas obras de arte, tomaron la copa que le ofrecía el mesonero.

 

Kaoru esperó su turno y cuando ya el joven se había marchado dejándolos con sus copas, ambos rieron cómplices.

 

—Feliz Divorciario.

 

Ambos rieron animadamente mientras daban un sorbo al rojo contenido de sus bebidas.

 

—Debemos darle otro nombre a nuestra celebración. —protestó Ryu riendo, mientras dejaba la copa sobre la mesa.

 

Kaoru se defendió, levantando sus manos con rendición.

 

— ¡Eh! No me culpes a mí. Esa fue tu idea.

 

Ryu lo miró risueño, en aquellos momentos que se robaban de sus apretadas agendas, aprovechaban para cultivar lo que siempre les quedaría, su preciosa amistad. La fecha de su divorcio era una celebración, adoptada por ambos, para reafirmar la idea de que no habían cometido un error al divorciarse y si uno muy grande al casarse.

 

—Siempre me culpas a mí de todo. —se quejó Ryu entre risas. —Que yo sepa tu estuviste de acuerdo con el nombre.

 

—No me digas… ¿Quién me culpaba a mí de roncar?

 

Ryu estalló en risas ante la cómica seriedad de Kaoru, que también estaba aguantando las ganas de reír.

 

Aquel día en que firmaron el divorcio con sus abogados presentes, habían puesto muchas excusas graciosas para divorciarse. El acto en sí, había parecido más una reunión social que un funesto divorcio.

 

Tratando de serenar su risa, Ryu, apunto a su ex esposo con el dedo.

 

—Debí alegar diferencias irreconciliables. —le dijo conteniendo la risa.

 

— ¡Ah sí! A ver y ¿con qué motivos?

 

—Tus pedos, eso si hubiese sido una causal definitiva de divorcio.

 

Kaoru escupió el vino que acababa de beber, perplejo por la sorpresa que acababa de recibir y de pronto ambos estallaron en risas.

 

— ¿Mi-mis pedos?

 

Ryu apenas podía hablar de la risa y cada vez que veía la cara roja de indignación de Kaoru se reía aún más.

 

—Asúmelo, hueles peor que basurero público. Cualquier juez me habría dado el divorcio enseguida.

 

Kaoru abrió la boca sorprendido y Ryu volvió a estallar en risas.

 

Un rato después degustaban la deliciosa comida que les habían servido.

 

—Me alegro que ya estés por terminar tu libro.

 

Kaoru alzó su copa en un simbólico brindis.

 

—Brindo por eso. Mi editora ya me tenía al borde del suicidio.

 

— ¿Sigues con Aikawa? —preguntó Ryu interesado.

 

Kaoru asintió velozmente.

 

— ¿Con quién sino? Es una loca, pero es la única que me aguanta el ritmo.

 

Y aquello era muy cierto. El ritmo de Kaoru a la hora de escribir sus obras, era frenético. Se olvidaba de comer, de bañarse en incluso de dormir, a veces hasta el punto de casi caer enfermo. Aikawa lo ayudaba, lo guiaba y llegaba hasta a regañarle cuando ya lo sabía al borde de un colapso.

 

Ryu pensó que ellos dos hacían mejor pareja de lo que lo habían hecho Kaoru y el. Ambos eran unos bohemios artistas que se desvivían por crear nuevos mundos en sus obras. El mundo que los rodeaba era muchas veces irreal, inconcluso e inconexo, sin sentido nada más que para ellos.

 

En el lapso que duró su matrimonio se veían muy poco a horas en las que ninguna pareja normal habría funcionado. Hablaban, compartían sus inquietudes y hasta se daban ideas de sus diferentes trabajos. El sexo era para ellos una especie de escape, cuando el agobio de su genialidad los alcanzaba. Aclamados, loados en todos los medios artísticos y plásticos, eran como dos genios que se habían unido como para ser un poco más perfectos de lo que ya eran.

 

Pero distaban mucho de la perfección, debajo del genio artístico que los caracterizaba, eran solo dos almas solitarias que vivían en sus propios mundos, con palabras y colores rodeándoles en vez de paredes o personas.

 

— ¿Yo nunca fui mucho apoyo, verdad?

 

De pronto a Kaoru se le antojo el rostro de Ryu, nostálgico y ligeramente triste, la cosa más hermosa que jamás había visto.

 

—Tú eras… eres mi musa.

 

No eran palabras vacías, de los dos el más conectado a la realidad era Kaoru. Había amado a Ryu desde que tenía uso de razón, para el casarse no había sido tan improvisado como quiso hacer notar. Lo había deseado y había atesorado cada minuto que pasó con su hermosa musa.

 

—Espero que no te inspires en mí, para crear a tus asesinos despiadados.

 

Kaoru rio, pero aquella queja llevaba una pequeña verdad implícita. En la violencia y oscuridad de sus personajes se encerraba la frustración que lo llenaba. Perder a Ryu había sido un duro golpe, pero no demostró jamás cuanto lo había herido.

 

No, Ryu era un alma libre, pura, llena de matices y colores. El matrimonio había sido una especie de encierro. Como si enjaularan a un ruiseñor en una pequeña jaula. Lo que había empezado como el afán de Kaoru de protegerlo hasta de sí mismo, terminó en un bloqueo artístico que lo llevó a liberarlo, para que así dejara salir aquel espíritu libre que tanto amaba.

 

Firmó el divorcio con risas, bromeó acerca de su extraño matrimonio, se unió a aquella loca celebración post divorcio y se acostumbró a ser de nuevo el amigo y nunca más el amor. La rabia, la frustración, la tristeza, la usó desde su corazón, en las palabras impresas en sus famosos libros, donde asesinos despiadados destrozaban los corazones de otros en venganza del dolor que sentía él, que siempre sentiría.

 

Cuando se despidieron aquella noche, un ligero beso rozó sus cálidos labios.

 

—Que te vaya bien con tu exposición en Nueva York. —le deseó Kaoru acariciando su sonrojada mejilla.

 

Ryu sonrió con ternura, besando la mano que le acariciaba.

 

—Que vendas muchas copias de tu nueva sangrienta aventura.

 

—Esta vez es más romántica. —le informó Kaoru sonriendo dulcemente.

 

Detuvo un taxi, aunque lo que quería era quedarse acariciando y besando aquel hermoso rostro. Lo ayudó a subir y lo despidió con una sonrisa.

 

Ryu también agitaba su mano despidiéndose de la persona que siempre había amado y que también tenía la certeza de ser un amor imposible.  Cuando lo perdió de vista, limpió una lágrima que había humedecido su pálida mejilla.

 

— ¿Se puede alegar amor no correspondido como una diferencia irreconciliable? —murmuró quedito, recordando aquel fatídico día en que firmó un divorcio que nunca quiso firmar.

 

¿Serán las diferencias irreconciliables falsas excusas para no dejar salir la verdadera razón de una separación?

 

Diferencias irreconciliables separaron de muchas formas a cada una de estas parejas, pronto descubriremos cuanta verdad había de cada parte en la causa del final de su relación.

 

Los veo en el próximo capítulo.

 

 

 

 

 


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