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Todo por ti. por Sora17

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Notas del fanfic:

¡Nuevo fanfic Hannigram! No pude contenerme, lo tengo atravezado hace siglos en la garganta xD 

Notas del capitulo:

El primer capitulo, pd: el titulo del capitulo y del fanfic es... Como decirlo... Lo mejor que se pudo inventar mi mente paralizada por el sueño, aun asi espero que lo disfruten. ¿Cliché? Quizás, quien sabe xD besos!

Incluso desde antes de despertarse, Will Graham ya sabía que aquel día seria largo y abrumador para él.

Cuando se despertó esa idea cobró el peso de una certeza al posarse su vista encima del uniforme que lo esperaba pulcramente acomodado en la silla que había frente a su cama.

El joven de 17 años emitió un suspiro atribulado y pensó, durante cerca de diez minutos, si no sería una buena idea saltarse el primer día de clases.

Quizás saltárselo para siempre. Después de todo ¿Quién necesitaba aquel título?

“Tú, si es que acaso quieres hacer algo con tu vida” se recordó mentalmente antes de levantarse por fin.

Entraba por su ventana abierta de par en par la luz y el viento fresco de una mañana nublada. Se acercó a la ventana y extendió la mano hacia fuera, sintiendo el aire enfriar su piel, pero eso fue todo. No llovía. Ni siquiera tendría la excusa de una lluvia para “pegar el faltazo”.

Había llegado a aquella ciudad hacia tan solo algunas semanas, y otra vez volvía a ser el chico nuevo.

Todos los años un lugar diferente. Todos los malditos años una escuela diferente.

Su padre parecía cambiar de trabajo con la misma frecuencia con la que algunas serpientes cambiaban de piel.

Y por supuesto, a Will no le quedaba más opción que seguirlo.

Cerró las ventanas y aguzó el oído, pero solo escucho silencio y el sonido de la nevera al empezar a funcionar en el piso de abajo.

Al menos esta casa era mejor que los lugares donde usualmente vivía a medida que recorría el país con su padre, como todo un nómada.

Esta casa era de dos pisos, aunque muy vieja y algo destartalada, podía llegar a crear la ilusión de un hogar.

No como los departamentos en los que usualmente vivían, cerca de los muelles y del trabajo de su padre, un hábil mecánico de lanchas y pescador.

Se vistió con la misma lentitud con que un condenado a muerte caminaría el ultimo pasillo de su vida antes de ir a parar a la silla eléctrica o, dependiendo del estado, al lugar donde le aplicarían la inyección letal.

Ni siquiera se tomó la molestia de mirarse en el espejo, pero el uniforme no le sentaba nada mal. Era un joven de cabellos oscuros, piel pálida y unos hermosos y grandes ojos azules que dominaban su rostro como dos bellas joyas, adornándolo.

Era de constitución delgada pero bastante fuerte y una altura promedio, en suma y aunque él no lo supiera, comenzaba a vislumbrarse el atractivo hombre que sería a medida que su rostro iba perdiendo la suavidad excesiva de una infancia en la que más de una vez lo habían confundido con una niña.

Se preguntaba qué pensaría de él su madre si estuviera viva.

Pero la señora Graham había muerto hacía más de quince años y Will ni siquiera podía conjurar el rostro de su madre dentro de su memoria.

Sentía que la extrañaba, pero solo eran episodios de melancolía aislados. No había tenido ni el tiempo ni los recuerdos suficientes como para sentirse devastado por su muerte.

Solo estaba seguro de que el día de su entierro había llorado como si se estuviera acabando el mundo.

Había sido un día nublado como el que ahora se presentaba ante sus ojos por aquella ventana, pero en aquel entonces tampoco había llovido como correspondía.

Para Will era un insulto un funeral sin la adecuada tormenta que desgarrara la atmosfera como el dolor desgarraba los corazones de las personas que se despedían de sus seres queridos ante sus tumbas. 

Intentó evocar el recuerdo de la voz de su madre, pero fue inútil, dentro de su mente le había asignado ya una voz, una que posiblemente no era la de ella si no la cualquier mujer que Will hubiera escuchado hablar, pero se conformó con eso.

“William, cuida de tu padre. Recuerda al llegar que tienes que hacer la cena para él y después la tarea. Sé un niño bueno y ve a la escuela con una sonrisa. Quizás los amigos no lleguen al primer día pero siempre hay un mañana”.

No había habido un mañana para la señora Graham cuando aquel ebrio había embestido su coche y la había sacado de la carretera a mitad de la tarde, volviendo de hacer las compras para todo el mes en un supermercado de Detroit.

Will intentó apartar esos pensamientos de su mente, emitió un suspiro, pasó una mano por sus alborotados rizos como si eso fuera realmente a reemplazar el efecto de un peine bien aplicado y después bajó a la cocina para tomar un rápido desayuno.

Las escaleras de la casa crujían a cada escalón mientras el joven las bajaba, despertando un eco algo triste en el viejo caserón rentado.

Parecían lamentos. Quizás los escalones se lamentaban por que conocían tan bien como Will que no habría un mañana para hacer amigos, nunca los haría. Y si se arriesgaba a hacerlo los perdería cuando su padre volviera a cambiar de trabajo. Así que… ¿Para que esforzarse?

Se limitaría a estudiar y traer las mejores notas que pudiera. Sabía que su inteligencia estaba por encima del promedio, bastante más arriba, aunque nunca rozaría los parámetros de un genio o de un premio nobel, eso al menos lo habilitaba para presumir sus notas a su padre. La única persona de la que le importaba obtener una pizca de aprobación.

Sin embargo, presumir estaba mal dicho. Se limitaba a comunicarle sus notas a su padre con una media sonrisa, esperando la sonrisa que le dedicaría Edward Graham a continuación y eso le bastaba. Después, las notas quedaban en el olvido.

Para Will, hablar con alguien más de sus logros era toda una forma de presumir. La única que conocía. Su alma seguía siendo tan pura como la de un niño en muchos aspectos, aunque comenzaba a sentir como si se despertara a una especie de adolescencia tardía.

Una parte de él quería tener amigos y salir, la otra le decía que todo eso era insignificante y aburrido.

Se sirvió un poco de leche de la heladera, reflexionando sobre todo eso. Su desayuno fue liviano, pero no porque el muchacho no tuviera hambre, si no por que escuchó el sonido de unas garras arañando en la puerta de la entrada.

Su sonrisa se amplió y dejó la leche sobre la mesa de la cocina, abrió el armario de limpieza y sacó la enorme bolsa de alimento para perros que escondía debajo de muchos trapos viejos.

A su padre no le disgustaban particularmente los animales, pero no compartía la pasión de su hijo por ellos. Por supuesto, no lo dejaba tener mascotas por los problemas que supondría eso al trasladarse de una ciudad a otra.

Will entendía los motivos de su padre, pero no podía resistirse a los peludos callejeros con los que se encontraba en cada una de las ciudades por las que pasaba.

Los perros se pegaban inmediatamente a él, como si Will tuviera imanes. A cambio recibían amor, baños, comida y agua.

Al joven le costó bastante evitar que los animales ensuciaran la camisa blanca de su uniforme cuando trataron de tumbarlo con las patas, pero Will fue más rápido y comenzó a verterles comida por el suelo en grandes cantidades.

Solo hacia unas pocas semanas que estaba allí y el aspecto de los perros había mejorado mucho.

Eran cuatro y estaban gordos y con el pelaje brillante, en comparación de los manojos de huesos que era la pequeña manada cuando se encontraron con Will por primera vez.

Las visitas al veterinario, las chapas de identificación y la comida se habían llevado toda la mesada de Graham y se llevarían la próxima también.

Ya podría sacar fotocopias a los libros de algún compañero, tenía mejores planes para el dinero de su material de estudio.

Los animales se dejaron acariciar gustosamente por Will, incluso mientras comían, y el joven les dejó agua fresca antes de tomar su mochila y empezar a caminar en dirección a la escuela.

Y mientras Will recorría a pie las cuadras que lo separaban del instituto donde había conseguido una beca milagrosamente, en sentido contrario, pero hacia el mismo destino, avanzaba un elegante auto de lujo.

Dentro de él se encontraba un chico de unos 17 años también, pero totalmente opuesto a Will Graham.

Su uniforme era nuevo, a diferencia del que llevaba Graham que era de segunda mano, y parecía hecho a medida por algún sastre francés de lo bien que le sentaba.

Alto y severo, aparentaba más años de los que en verdad tenia. Su cabello rubio estaba pulcramente peinado y aunque era un chico muy guapo sus rasgos carecían de la belleza casi infantil de Will.

-Pareces una gárgola Hannibal ¿Siempre pondrás esa cara o es solo cuando te acompaño yo?- preguntó una voz tranquila a su lado.

Hannibal no se giró a mirar a su tío, lo quería y lo respetaba profundamente, pero ir al instituto no era algo que lo pusiera del mejor humor posible.

-Ya vi a todas las chiquillas que merodean detrás de ti, si fueras más listo en la vida y no solo en las matemáticas le sacarías provecho a eso…- intentaba aconsejarle Robert Lecter a su sobrino, al cual quería como si fuera su propio hijo.

Ya habían tenido esa charla “de hombre a hombre” hacia algún tiempo y el joven no estaba dispuesto a tolerarla de nuevo.

-Yo era un monigote a la sombra de tu padre, Hannibal, él brillaba en todo lo que hacía. No le tenía envidia, le tenía admiración, era listo y todo el mundo lo adoraba mientras yo solo me encerraba en un estudio a hacer mamarrachos… Me recuerdas mucho a él. Deberías intentar disfrutar de la vida como lo hacía él en lugar de sufrirla como yo.- siguió insistiendo Robert, tomando la mano de su sobrino y dándole un apretón. El chofer manejaba rumbo al instituto a una velocidad exasperantemente lenta.

No quería escuchar a su tío hablándole de su padre, la herida aún era muy reciente.

-Si no te gusta este lugar siempre puedes cambiarte de escuela, podrías estudiar en algún instituto prestigioso de Inglaterra… Siempre pensé que este lugar era muy poca cosa para ti…- siguió comentando Robert Lecter, sabía que a pesar del silencio de su sobrino las palabras no caían en saco roto.

-Me gusta este lugar…- respondió Hannibal, tensándose un poco.

Más de una vez su tío había manifestado su desconformidad respecto a ese instituto, pero Hannibal no tenía ganas de abandonar Estados Unidos en lo absoluto.

Robert suspiró y sacudió la cabeza, había cosas que si caían en saco roto cuando se trataba de su testarudo sobrino.

-Quiero bajarme.- declaró el muchacho cuando estaban a unas tres cuadras del instituto.

-Siempre lo mismo…- murmuró Robert al escuchar esas palabras -¿Acaso te da vergüenza ser un Lecter?-

-No, simplemente no quiero presumir…- respondió Hannibal tranquilamente.

El Conde Robert hizo un gesto de asentimiento que el chofer captó enseguida por el espejo retrovisor y estacionó el auto a un costado de la acera.

-Cuando salgas te vendré a buscar…- empezó Robert.

-Te lo agradezco mucho tío, pero seguramente tienes cosas más importantes que hacer, puedo volver a casa solo, no te preocupes.-  se despidió Hannibal rápidamente, con una pierna ya fuera del vehículo y su mochila al hombro.

-Como quieras…-

Una vez libre del ostentoso auto con chofer y Conde incluido, Hannibal Lecter se sintió un poco más tranquilo.

No anhelaba la normalidad, pero si la discreción. No le gustaba la popularidad que había obtenido en el instituto sin premeditación.

Se había mudado hacia algunos meses desde Francia, acompañando a su tío a instalarse en Estados Unidos.

Francia lo había agobiado, Lady Murasaki lo había agobiado, Chiyo también.

Pero principalmente los recuerdos que yacían enterrados en algún lugar de Lituania, su país natal.

Respirar el aire nuevo de Estados Unidos le había sentado de maravilla después de perder a casi toda su familia.

Intentó no pensar demasiado en eso y lo logró con sorprendente facilidad. A medida que pasaba el tiempo se daba cuenta de que era capaz de controlar sus propios recuerdos y sus propias emociones a su antojo.

Hacía mucho que había dejado de preguntarse qué significaba realmente eso para él.

El día oscuro pesaba sobre los hombros de Lecter como una manta acogedora. No le gustaba el sol en la ciudad, lo prefería en el bosque.

Su brillante mente se entretuvo un poco preguntándose qué aburrido tema que ya conocía de memoria intentarían enseñarle en el instituto. Preguntándose cuanto tendría que aguantar a las chicas de los cursos inferiores, y hasta de su edad, que usualmente lo perseguían como ninjas en cada uno de los recesos.

Sabía de antemano que se aburriría, lo venía haciendo hacía meses, incluso aunque se esforzaba por no llamar demasiado la atención, todo el mundo le decía que había nacido para brillar.

Para ser famoso.

Lecter sonreía educadamente al escuchar esas palabras y no hacia ningún comentario.

Quizás estaban en lo cierto, pero decirlo era demasiado petulante, y hubiera apostado la mitad de su coeficiente intelectual a que ninguno de los que le decían esas palabras imaginarían cuales eran las formas en las que él se imaginaba “llegando a ser famoso”.

Generalmente Lecter tenía una visión perfecta de todo lo que pasaba a su alrededor, incluso cuando su mente estaba ocupada siguiendo diversas líneas de pensamiento, pero ese día estaba más ocupado dentro de su mente que nunca.

No se dio cuenta de nada si no hasta que sintió algo que chocaba contra él y después un quejido.

Sujetó a la persona que se había chocado contra él justo en las puertas del instituto, evitando las obvias burlas que hubieran provocado una caída.  

Will, como siempre, iba en las nubes hasta que terminó por pasar lo que era obvio que pasaría, se chocó con alguien con bastante fuerza.

Notó que el chico con el que se había chocado a duras penas se había movido a pesar de la fuerza de la colisión, mientras que él se hubiera caído despatarrado en el suelo de no ser porque ese sujeto lo agarró antes de que eso pasara.

Will levantó la mirada y vio a un chico que parecía algo mayor que él, sostenerlo del brazo con fuerza. Un rayo de sol a las espaldas de Hannibal asomó entre las nubes oscurecidas y carentes de gracia y lo iluminó a los ojos de Will, quien sintió la súbita necesidad de desviar la mirada ante tanto resplandor.

Hannibal era unos diez centímetros más alto que Will, su complexión más fuerte y sus espaldas más anchas que las del otro joven, pero aun así el rayo de sol alcanzó a Will gracias al reflejo dorado del cabello de Hannibal en sus pupilas.

-Lo siento.- se disculpó Hannibal antes de soltarlo por fin, Will sentía como si su brazo de pronto quemara, pero la sensación duró solo un segundo.

-No, no, yo iba distraído…- empezó a disculparse Will también, pero antes de que hubiera dicho la última palabra se dio cuenta de que estaba hablándole al aire. El otro estudiante ya se encontraba a varios metros por delante suyo, caminando hacia las escalinatas del instituto donde otros chicos remoloneaban en pequeños grupos.

Will se lo quedó mirando, y mientras miraba, él volvió la cabeza en su dirección y sus ojos se cruzaron por un instante, ahora sin que el sol hiriera la vista de Graham.

No había un motivo real para que Hannibal se diera la vuelta a mirar al chico que seguía en los portones del instituto, pero cuando sus miradas se cruzaron hubo una especie de enganche silencioso y confuso, algo que los dos sintieron y que intentaron ignorar.

En ese instante preciso fue que cambio el mundo para los dos, sin que ellos se dieran cuenta siquiera.

Notas finales:

Espero leerlos y que me apoyen aqui tanto como en los demas ff x,d tenia muchas ganas de hacer esto!


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