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Dulce Tentación por Mari-Sponge

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Notas del capitulo:

Primer capítulo del fic! (°-°)/

-se pone a temblar como gelatina- Espero que les guste :v

La gente caminaba tranquilamente por la calle, lo normal en un pueblo como Hasetsu. Los chicos volvían a casa luego de un día en la escuela, charlando animadamente. No entendía por qué debía estar allí, bien pudieron haber enviado a alguien más; pero Yakov decidió que era preferible que fuera él. Se paseaba despreocupadamente entre la gente, con el ceño fruncido. Todos se apartarían de él en un instante… si tan solo pudieran verlo. A pesar de no mostrar signo alguno de su “divina” condición, seguía manteniéndose oculto de la visión de los humanos. Al menos, eso haría más fácil su trabajo. –Y todo por culpa de ese idiota de Viktor –recriminó entre dientes, encorvado a causa de la molestia.

Sin darse cuenta, se encontraba ya en la playa del lugar. La arena bajo sus pies se sentía extrañamente bien, tanto así, que comenzó a hundir sus pies, moviendo sus dedos para sentir como la arena se colaba entre ellos. La brisa jugaba suavemente son sus cabellos, volviéndolos algo rebeldes; el ruido del mar lo atrajo, haciendo que se acercara a la orilla. Al sentir la helada agua contra sus pies, se estremeció un poco, y aun así, una sonrisa se coló por sus labios. Como si fuera un niño, comenzó a corretear por la ribera, pateando de vez en cuando un poco de agua.

– ¿Es la primera vez que ves el mar?

Su cuerpo se congeló. Aquellos ojos verdes estaban abiertos de par en par, denotando la confusión que le embargaba.

– ¿Tú… puedes… verme?

El recién llegado ladeó la cabeza, sin saber a lo que se refería aquel chico. El rubio se negaba a moverse, ni siquiera a mirarle. Sus ojos permanecían fijos en la arena, mientras la brisa ayudaba a su cabellera a opacar de a momentos su visión. El rugir del mar le había hecho imposible escuchar los pasos de aquel intruso, y no fue hasta que sintió aquella mano sobre su hombro, que lo notó. Un par de ojos castaños, llenos de dulzura, le miraban desde arriba, acompañados con una sonrisa.

–Deberías regresar a casa. Está comenzando a anochecer, y podrías resfriarte.

De un manotazo, se zafó del agarre, pegando un pequeño brinco, poniendo cierta distancia entre ellos. El rostro del moreno se llenó de confusión, preocupación y un poco de temor.

–Te hice una pregunta.

Su voz sonaba amenazadora, y aunado al aura que le rodeaba, solo sirvió para poner más nervioso al moreno.

–C-claro que puedo verte –logró responder, retrocediendo un paso instintivamente. – ¿P-por qué p-preguntas?

Y su única respuesta fue un chasquido de lengua. Se suponía que nadie podría verlo; inclusive, sus acciones serían casi imperceptibles, haciéndose pasar por meros juegos del aire o agua, o en caso de tener bastante suerte, la intervención de algún animal con su entorno. Pero no. Ese sujeto le estaba viendo, temblando como mera gelatina sin terminar de cuajar.

– ¿Quién diablos eres? –se acercó amenazadoramente, sin darse cuenta que sus rostros quedaron a poca distancia. Por su parte, el moreno solo atinó a tratar de alejarse, terminando por caerse de espaldas en la arena.

–Yuuri… Yuuri Katsuki.

El japonés tragó saliva, ansioso y completamente intimidado.

– ¿Cómo es que sea posible que un inútil como tú pueda verme?

– ¿Di-disculpa?

Yuuri logró apoyarse en sus codos, apenas alzando su torso. El rubio examinaba a ese ridículo ser, de pies a cabeza, intentando encontrar una explicación a esa situación. No se suponía que los humanos pudieran verlo; es por eso que su especie había caído en una clase de mitología, meros cuentos que fueron absorbidos por una religión bastante regada por todo el globo terráqueo. Y ahí estaba, siendo descubierto por uno de los seres más inferiores de la creación: un humano. El silencio se instaló en la playa, mientras aquellos ojos esmeralda seguían escaneando la figura del japonés; por su parte, Yuuri comenzó a relajarse gradualmente, admirando las bellas facciones de aquel “demonio”.

Para entonces, ya no valía la pena seguir escondiéndose. Aunque ante aquel par de ojos café no hubo ningún cambio en absoluto, el chico decidió ser “visible” para los humanos; y si el moreno lo hubiera sabido, le agradecería el evitarle pasar por un loco que hablaba con el viento. Optó por sentarse, justo frente al chico, sumido por completo en sus pensamientos. Aquella pose, invitaba a Yuuri, quien antes de darse cuenta, ya había estirado su mano derecha, con la clara intención de acariciar aquel dulce rostro; afortunadamente, logró darse cuenta de lo que hacía, deteniéndose con brusquedad, fingiendo acomodarse mejor en la arena hasta quedar sentado, como su “acompañante”.

–Ammm… ¿acaso no quieres volver a casa?

La voz de Katsuki lo sacó de sus ensoñaciones, haciendo que le fulminara nuevamente con la mirada. ¿Casa? Él no necesitaba de eso; pero ahora, debía hacerse pasar por un asqueroso humano, aunque no era la primera vez que lo hacía.

–No es de tu incumbencia –respondió cortante, mirándole altivo.

Yuuri se encogió de hombros: era cierto que no le conocía, y ese tipo de preguntas eran demasiado para alguien a quien acabas de conocer. –Tampoco es como que tuviera una –el susurró de aquel chico llegó a sus oídos, haciendo que el rubio se arrepintiera; él estaba seguro de haber murmurado tan bajo, que no le escucharía, pero no fue así. Aquellos ojos le miraron con gran ternura y tristeza. Antes de poder hacer algo, se vio envuelto en los brazos de aquel extraño, mientras palmeaba su espalda, en forma de consuelo.

–Ven –comentó Katsuki, separándose del rubio para poder ponerse en pie.

El chico ni siquiera se preocupó por disimular la mueca de asco al ver como el humano le extendía la mano. Y aun así, aquella boba sonrisa no se esfumaba de aquel tierno rostro.

–Si quieres, puedes quedarte en mi casa, hasta que logremos encontrar una solución a tu situación.

Estuvo a nada de mandarlo al carajo, pero algo hizo conexión en su cerebro. Podría utilizar a ese idiota, para llevar a cabo su “misión”, incluso, podría facilitarle el trabajo. Dubitativo, alargó su mano, hasta que esta fue sujetada por la ajena, ayudándole a levantarse.


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