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Debajo de mi piel por Verdadero98

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DEBAJO DE MI PIEL


CAPÍTULO 1: HOSTILIDAD


Aventó al suelo el vaso que sostenía, sin ni siquiera llegar a tener el placer de probar su bebida. Los fragmentos se esparcieron, y, tanto el fuerte sonido como el desastre fueron olímpicamente ignorados por una enojada Natsuki. –No me toques-. A partes iguales, sus palabras en conjunto con sus ojos evidenciaron repudio, importándole un bledo los modales. Sacudió el hombro para quitarse la mano de aquella chica, o mejor dicho, aquella desvergonzada mocosa; vale, tampoco le sacaba gran diferencia de años, no obstante, Kuga poseía una madurez distinta a la del resto que brillaba aún más si se le comparaba con chicas como esa.


Las personas alrededor comenzaron a murmurar, entre ellos quizá dos o tres negaron con la cabeza, presenciando como imprudente e ignorante, la chica se cargó de mezquina terquedad e insistió en volver a tocarle. ¿La consecuencia?  Recibió un fuerte manotazo, la piel del dorso le ardió y fue seguro aparecería desagradable hematoma.


Los verdes ojos observaron frívolos, sin arrepentirse del dolor físico causado. Era evidente, por la manera de mantener esa mirada, que antes de dejarse tocar prefería mandar gente al hospital. –Agradece no cerré el puño-. Habló con tono mordaz, talvez más de lo acostumbrado.


Gruño aun molesta, sabiendo de sobra aquella muchacha volvería a intentar conseguir un contacto íntimo, ¡Ja! Así estuviese ebria, que por cierto estaba sobria, no pensaba concedérselo ni de coña.   Previendo el transcurso del asunto, gracias a repetidas situaciones parecidas en ese u otros bares, dio dos pasos sobre los cristales fragmentados, lista para abandonar el local tras ver amargada su noche.  Suspiró cuando sintió le tomaron del brazo, la mano aferrada a su chaqueta era la misma a la cual golpeó momentos antes.


Harta dio cuatro pasos más, el peso extra arrastrado tras de si bien pudo ser peso muerto, pero aun así continuó caminando sin mayores dificultades. Al séptimo paso masculló una maldición, colmada de aquella estupidez potenciada aferrada a su extremidad. –Madura-. En un solo jalón logro le soltasen, su fuerza le proveía de dicho privilegió. Antes de que volviesen a tocarle, ella misma decidió crear el contacto, bien, tal toque  consto de empujarle contra la barra de bebidas. –Y acepta cuando te digan NO-.


Por segunda vez dedicó frívola mirada, arregló su chaqueta, ignoró los quejidos de la encaprichada chica y salió del bar bastante mal humorada.


-¿¡Quien carajos se cree!?-. Gritó la recién rechazada. Aun doliéndole la mano por el manotazo, la espalda por el empujón, y el ego por obvias razones. Enojada pidió un trago de whisky, mientras algunas risas resonaron en el fondo, seguidas de la respuesta exigida al universo.


-Esa hermosura con pésimo carácter-. Indicó uno de los hombres que solía visitar con mayor frecuencia el bar. –Es Natsuki Kuga-. Bebió su trago de golpe, a la espera de más información o en su defecto una charla que le distrajese. –Y ese rechazo, no te lo tomes personal-. Indignada alzó la ceja derecha. –Así como tiene una irritable personalidad-. El hombre río divertido, le vinieron a la cabeza una decena de rechazos ocurridos ahí mismo. –Tiene una novia, bastante atractiva por cierto-.


-Te aconsejo no meterte con ellas-. Dijo otro chico en afán de evitar apaliasen a la linda encaprichada, tampoco parecía suicida como para auto sentenciarse a muerte. –Suelen ser algo… peligrosas-.


Con su noche fastidiada por una niñata hormonal, caminó por el estacionamiento. Carajo, fue a disfrutar unas cervezas, en ese ambiente al cual hubo de acostumbrarse después de años acudiendo a Yamada en aquellos lugares de mala muerte, ¿Y qué obtuvo? Una insinuación sexual. ¡Joder! Muy forzadamente daba un abrazo a sus amigos más íntimos,  incluso con Mai y Mikoto reusaba la mayoría de las muestras de afecto físico. ¿Cómo carajos querría sexo con una completa desconocida?


¡Mundo loco y sus bromas de mal gusto!


Apenas se puso el casco y los guantes, tuvo la desagradable sorpresa de escuchar el nombre su novia en una conversación donde no debería encontrarse.  Dudo entre marcharse o ir a callarlos. Y si el enojo producido dentro del bar había disminuido un poco, ese poco fue restaurado y potenciado por culpa de algunos comentarios imprudentes dichos a la ligera. Al acercarse comprobó en efecto había escuchado a ciertos chicos hablando sobre SU chica.


No le dio rodeos al asunto. –Cállense-. Exigió, sorpresivamente pese el envenenamiento del enojo carcomía parte de ella, al inició se abstuvo de gritar. Sin embargo estrujaba los guantes, formando puños envueltos de tensión que estaban listos para actividades nada pacíficas. –Si saben lo que les conviene, dejen tranquilo el nombre de Shizuru Fujino-.


Porque ella misma podía mezclarse con el bajo mundo, podía dejar su nombre circulase entre vulgares bocas sin sentir preocupación por un asunto tan banal. Pero el nombre de su novia no, ese lo respetarían, así tuviese que derramar sangre para incluir la palabra respeto en el vocabulario de todos.


-¿Quién mierda te crees? Hablaremos lo que nos venga en puta gana-. Escupió al suelo, luego río de un modo que Natsuki califico como estúpido.  –Esa tipa está muy buena, demasiado como para no hablar de querer cogerla-. Las  palabras dichas a la ligera, las risas de los demás, ese tonto rostro repleto de burla, le enfurecieron.


Definitivamente en momentos como esos anhelaba ser capaz de materializar sus pistolas, para volverles coladeros andantes, destrozándoles y esparciendo la pestilente sangre sobre la banqueta. O también llamar a Dhuran para meterles un cartucho de plata en el culo y ver como explotaban. Claro, sus poderes hime desaparecieron  tras finalizar el carnaval. No obstante ese entrenamiento, que nada tenía que envidiar a uno militar, continuó siendo parte de su rutina; por lo tanto sus meros puños eran suficiente a la hora de repartir lecciones.


Shizuru le pidió dejase los constantes pleitos; a veces estos le buscaban y a veces Natsuki corría a ellos. ¡Cómo no hacerlo! Mentalmente justifico dar una decena de golpes y marcharse feliz de la vida.


-Mira, imbécil de mierda-. Bueno, tampoco tal lenguaje  alegraba a Shizuru, pero esta le aceptaba tal y como era, malhumorada, malhablada, violenta y de escasas palabras,  nada de eso le importaba mientras le tuviese a su lado. –Son bastante estúpidos, es obvio no lo entienden. ¿Saben con quién sale Fujino?-. Producto del mal trago, su voz adquirió mayor rudeza, convirtiendo esa sencilla pregunta en una amenaza latente.


A lo lejos, dentro del bar le hablaban a la rechazada justamente sobre el pleito del cual consiguió salvarse por pura suerte. Irónicamente, Kuga decidió evitar ese solo para caer en otro. La noche no pudo ser noche sin ver algo de violencia.


Jodido sadismo el de la naturaleza.


-¿Qué si lose? ¡Obvio!-. Como aliviado paso las manos por su cabello, agradeciendo a quien sabe que religión el no haber visto a dicha persona desde hace semanas. –Esa tentación andante sale con la bestia de Natsuki Kuga-. Volvió a soltar carcajada, solo qué está ya no fue complementada con las de sus amigos. Desconcertado, guardó silencio. Inseguro de hacerlo, volteó el rostro y dirigió mirada al mismo punto que el resto.


Observó cierta motocicleta aparcada a unos cuantos metros de ellos, era la envidia de muchos y fácilmente podrían robarle. Por supuesto ninguno que le reconociese sería lo suficiente estúpido como para intentar hurtarle.


Allí ese inconfundible vehículo, frente a ellos una joven con guantes y casco a juego. Palideció, dándose cuenta muy tarde del significado enviado en la pregunta hecha segundos antes. Natsuki retiró el casco rebelando semblante intimidante, el mismo con el cual le vieron otros antes de terminar en la sala de urgencias.  Los verdes iris dijeron una única cosa: Te hare mierda.


Sinapsis, las neuronas que supuestamente tenían se conectaron; estúpidos del todo no eran, pues echaron a correr, lo más rápido posible, presas del pánico.


Muy fácil pudo darles alcance. Pero como manía adquirida hace poco, vio de reojo el reloj en su muñeca. Gruño cuando las manecillas le ordenaron eso mismo auto impuesto. Siendo sincera, quería apaliarlos, no obstante, el regresar al departamento donde se encontraría con Shizuru poseía prioridad y prácticamente llevaba las de ganar en cualquier contienda.


¿Mayonesa o Shizuru? Shizuru.


¿Lencería o Shizuru? Shizuru.


¿Motocicletas o Shizuru? Shizuru.


Esa misma idea aplicaba para todo en general. Aun después de lo ocurrido en el sangriento carnaval, después de forjar amistades y aceptar sus sentimientos. Aun después de eso, continuó siendo persona de pocas palabras, y una respuesta bastante usual en su vocabulario siempre era el nombre de la castaña.


Regresó hacia su motocicleta justo en el segundo que la puerta del bar se abría. La imprudente chica vio a Natsuki desde lejos, bajo la mirada y se retiró pensando en no arriesgar la integridad por un mero capricho; luego de escuchar las barbaridades protagonizadas por la oji-verde, sería una locura volver a insinuarse. Decisión sabía, de haber hecho un último intento en definitiva se hubiese ganado un duro puñetazo directo al rostro.


Natsuki no ejercía discriminación alguna, golpeaba a hombres y mujeres.


Aceleró careciendo de miedo a estrellarse o esparcir los intestinos sobre el asfalto; después de haber conducido con Kyohime persiguiéndole, lo demás pasó a ser poca cosa.


Al llegar a un semáforo en rojo optó, para variar, por obedecer las leyes de tránsito. Por desgracia, retando a su paciencia, el mundo no tuvo la mínima vergüenza en continuar irritándole, ¿Acaso había quien se ganase la vida viendo como le jodían a ella? Desde el auto ubicado en el costado derecho, un par de varones a simple vista ebrios, le dedicaron obscenas señas.


En respuesta, alzó el dedo medio y aceleró cuando el semáforo aun no cambiaba a verde. Evadir a los autos era mucho más fácil que evadir las cabezas de Kyohime. Ahí de nuevo, de uno u otro modo terminaba relacionándolo todo con Shizuru.


Quizá era buena la incapacidad de materializar sus pistolas, se dijo a sí misma, pues de tenerles en cualquier instante mandaría al caño todo y accionaria los gatillos contra todo imbécil que le causase líos.


En el fondo, agradecía dicha insensibilidad hacia la violencia. Aunque ya no presenciara aquella estrella roja; algo desconocido e interior gritaba ¿o acaso suplicaba? Pedía con persistencia: Jamás bajes la guardia.  A fin de cuentas, el destino de las hime destacaba por ser una cruda tragedia.


Pronto aparco dentro de la cochera ubicada en el edificio departamental, ahí estaba el auto de Shizuru. El resto de los residentes compartían un estacionamiento común, pero Natsuki se encargó de que ellas tuviesen uno privado; a simple vista parecía el capricho de una chica adinerada, pero, el verdadero objetivo  tras dicho “capricho”  era mantenerse apartadas de ojos curiosos.


Procuró mejorar su humor, lo último escrito en su lista era ir a estropearle el ambiente a la oji-rubi. Cierto, era inevitable el estado emocional de una afectase a la otra; joder, nada era más horrible que el hecho de al sentirse miserable irremediablemente causase miseria a su pareja.


Comenzaron a vivir juntas una vez Natsuki alcanzó a Shizuru en la universidad;  y de eso transcurrieron tres años compartiendo vivienda, dormitorio y lecho.


El camino hacia el ascensor fue tranquilo, obvio, hasta que el mundo una vez más le puso enfrente la recurrente prueba  de paciencia, orillándola a resistir el impulso de convertirse  en una latente asesina.


 Al abrirse las puertas del elevador, llegó a escuchar otro desagradable comentario, ¿Ya cuantos iban esa noche?


Y luego la población entera le cuestionaba la razón de su comportamiento tan arisco.


Tenían sonrisas sarcásticas y miradas burlonas -No sé cómo Fujino soporta la hostilidad que expira Kuga, ¡es insufrible! -. Luego cayeron en cuenta de quién iba entrando al ascensor con cara de pocos amigos.


-No sé cómo tengo vecinos tan impertinentes-. Dijo secamente. Apenados o quizá más bien atemorizados, desviaron la mirada para ocultar la repentina falta de sangre en sus rostros, no esperaban que justo de quien estuvieron hablando negativamente les escuchase. Pensaron en pedir una disculpa, Natsuki lo notó y se asqueó ante tanta hipocresía. –No lo hagan-. Le miraron desconcertados. –Igual seguirán hablando a mis espaldas-. Quedaron sin palabras o argumentos para defenderse, sumergidos en vergüenza, y deseosos de poder salir por propio pie de aquel ascensor que comenzó a parecerles claustrofóbico.  Kuga, más tranquila de lo creíble en ella, salió por las puertas cuando se abrieron en su piso.


Del bolsillo saco la llave electrónica de su departamento.


-Bienvenida Natsuki-. Sonrió viendo la sonrisa  de ella, tan hermosa e incomparable. Su hostilidad para con el mundo era innegable, sin embargo, tratándose de su novia, dicha hostilidad desaparecía.


Con rápidos movimiento se retiró el casco y los guantes, dejándoles en la mesa de la entrada junto con las llaves. –Te extrañe Shizuru-. Mencionó, ya relajada, incluso olvidó la pésima noche.


La abrazó al tiempo que sintió liberarse del peso de un mundo inmaduro e intolerante.


-Ara, así que mi Natsuki me extraño-. Aun después de años, si, ese maldito sonrojo apareció.


Porque Natsuki era un lobo acostumbrado a la violencia, pero pasaba a ser un tierno cachorrito cuando aparecía  Shizuru. 


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