Las calles están vacías en cuanto el reloj ha marcado la medianoche, ya no hay ni una persona alrededor. El céfiro de esa noche azotaba contra tu cuerpo con ímpetu, ni siquiera el grueso abrigo de tonalidad negra que llevabas encima te resguardó de la ventisca que te provocó un escalofrío. Metiste tus manos en los bolsillos de tu pantalón, al mismo tiempo que golpeabas con tu pie derecho una pequeña piedra que se había cruzado en tu camino; el hueco sonido de ésta al estrellarse contra un bote de basura te hizo arrugar el entrecejo, por lo que dirigiste tu negruzca mirada hacia el cielo, notando que las brillantes estrellas apenas se apreciaban con toda la nieve que estaba cayendo. Un vaho de tu aliento salió de entre tus labios, la noche estaba igual a aquella donde tu vida había dado un violento vuelco de 360 grados.
Detuviste tus pasos abruptamente al percibir tu teléfono móvil vibrar en los bolsillos de tu sobretodo, lo sacaste con algo de prisa; no obstante, en cuanto viste el nombre de Haruno Sakura en la pantalla, aguantaste emitir un gruñido de irritación. Dejaste que el aparato vibrara, rechazando sin remordimientos la llamada entrante, pensando que la chica comprendería la indirecta; pero, olvidabas que de nada servía ignorarla pues, a los segundos de cortarse la melodía, la pantalla volvía a iluminarse con otra llamada.
Chasqueaste la lengua, molesto ante la insistencia. En los últimos días, Sakura se había vuelto aún más persistente y tú ya no sabías cómo sacártela de encima sin hacerla llorar. Las cosas se habían complicado considerablemente. La joven de cabellos rosas hacía todo lo posible por convencerte de tomar una decisión supuestamentefavorable para ti, pero tú obviamente pasabas de ella como siempre. La mirabas con suma rabia, no podías evitar sentirte decepcionado en el interior de que te rogara en algo a lo quenunca accederías.
Tu mano volvió a soportar la sacudida del dispositivo, por lo que te dispusiste a contestar de una buena vez, anticipando lo que ya te imaginabas. No dijiste ni una palabra en cuanto escuchaste la voz temblorosa de Sakura vociferando tu nombre entre gimoteos, pidiéndote que aprobaras lo que se te recomendó hacer hacía un par de días; empero, y como ya era costumbre, colgaste de inmediato en el instante que escuchaste el nombre de Uzumaki Naruto salir de sus labios. No querías escucharla hablar de él, no de nuevo. Sus razones en cuanto al bienestar de aquél rubio se te hacían tan apócrifas; te hacía hervir la sangre de la cólera que te provocaba.
Girando sobre tu propio eje, retomaste tu camino, apretando con fuerza el móvil que nuevamente volvía a vibrar.
«¡Por favor, Sasuke-kun!». Ya te la podías imaginar con sus manos apretadas sobre su pecho, mirándote con súplica. «No me ignores». Con sus gruesas lágrimas surcando su níveo rostro, mientras descendían de sus verdosos y grandes ojos. «Naruto no querría verte así, ¡entiende, por favor!». Y tus dientes rechinarían en cuanto ella dijera esto. ¡Já!Como si ella supiera lo que el susodicho pensaba. Ella no sabía nada. Nadie sabía cómo te sentías. ¡Nadie!
Solo el mismísimo Naruto.
Pero el muy imbécil no estaba contigo en esos momentos. Uzumaki Naruto te había abandonado a tu suerte, dejándotecompletamente solo en ese pútrido mundo lleno de personas egoístas como tú, y superficiales como Sakura y las mujeres que te asediaban sin siquiera conocerte.
Tensaste la mandíbula cuando una súbita oleada de emociones te embargó al recordar, sin querer, aquellos días que pasabas con aquel chico de ojos cerúleos. Inevitablemente recordaste el inicio de tu clandestina relación con él, las veces que sus labios habían chocado contra los tuyos, y el cómo sus lenguas jugaban entre sí. Sonreíste con cierto tinte de petulancia al rememorar cómo tu cuerpo y el de él se rozaban con frenesí, antes de dejarse llevar por el éxtasis del momento. Realmente nunca supiste quién iniciaba el íntimo contacto, mucho menos quién lo profundizaba; pero, de lo que sí estabasabsolutamente seguro, es que nunca te importó perder el control con Naruto.
Sin embargo, de pronto pensaste que aquél sacrificio ya no valía la pena sin él a tu lado.
Entonces te acordaste de aquella sonrisa de idiota que te dedicó un día antes de dejarte en la desgracia de la soledad, el cómo te había besado con diversión, y cómo tú lo habías golpeado en el estómago en respuesta a su euforia; pero, sobre todo, recordaste el cómo antes de la medianoche te habían llamado del hospital de Konoha, anunciándote que tu pareja había tenido un atronador accidente en su trabajo, dejándole en un estado vegetativo del cual no parecía querer salir desde hacía un par de meses.
En cuanto advertiste que habías llegado por fin a tu destino, cerraste los ojos con fuerza e inspiraste hondo todo el aire que pudiste, para luego soltarlo de golpe al mismo tiempo que tus ojos fingían la indiferencia de siempre. Cruzaste las puertas que automáticamente se abrieron para ti, y te dirigiste hacia las escaleras para subir al séptimo piso de aquel hospital donde el usuratonkachi se encontraba esperándote, aun cuando no pudiera estar del todo consciente de tu presencia. Sólo te restaba esperar, aguantar por los dos, tener la fe que Naruto te infundió con sus absurdos sermones.
Pero, ¿cuánto más tendrías que esperar?