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Idénticos, pero distintos. por SonAzumiSama

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Notas del fanfic:

Los personajes que aparecerán a continuación no me pertenecen; son propiedad de su autora y creadora Takadono Madoka y su ilustradora Yukihiro Utako.

La historia del fic me pertenece y no tengo fines de sacar ningún provecho de lucro con esta obra. Mi único objetivo es entretener al lector/ra que ha decidido darle una oportunidad, ¡gracias!

Notas del capitulo:

Bien, la historia ha sido reescrita y re-subida. El motivo de haberlo hecho es porque, cuando escribía y el texto se extendía demasiado, el celular se volvía lento y se me dificultaba profundizar. Pero ahora, con la computadora, es mucho más fácil escribir sin detenerme y profundizar ciertos aspectos que no pude hacer cuando escribía por celular.

También, quiero decirles que odio las tildes (y no tienen ni idea de cuánto), es por eso que me gusta escribir los nombres propios en inglés, porque ahí no existe el tilde... o al menos no, hasta donde sé (y si existen, no quisiera enterarme, carnal). Además, me gusta mucho cómo se ven las cosas escritas en inglés. Pero por alguna razón (que hasta yo desconozco), el nombre de Salomón, me gusta escribirlo en español. Sin embargo, como se supone que esto se desarrolla en Inglaterra y me gusta escribir los nombres propios en inglés (como ya mencioné), entonces no voy a darle un trato especial a nada, y, a partir de esta modificación, lo escribiré Solomon (espero y no les moleste).

Y en algunas portadas de los tomos, a Dantalion se le ve el cabello castaño rojizo, pero tomaré su paleta de colores del anime. Me gusta más con su cabello negro (¡grrr!).

A parte de eso, y regresando a la historia, ésta no fue cambiada en absoluto, fue modificada y pulida para darle un mejor desarrollo. Espero y les guste y lamento hacerlos leer todo desde el principio.

CAPÍTULO I

 

Twining y Huber

 

El año 2017 había iniciado unos meses antes. Las vacaciones de invierno habían acabado hace mucho y los colegios nuevamente se llenaron de estudiantes. Casi finalizando marzo —siendo día veintisiete— muchos ya deseaban que las vacaciones volvieran a ellos. Sobre todo en ese día tan odiado llamado ‘lunes’.

Entre esos colegios, había una secundaria masculina llamada Stratford, donde William Twining, un chico de dieciséis años, buscaba molesto en su casillero un libro que no logró encontrar. Sin embargo, su enojo no se debía exactamente a ello.

Muy cerca de ahí podía escuchar las risas de su hermano gemelo, Solomon Twining, junto a dos de los chicos más populares de la secundaria, Dantalion Huber y Sitri Cartwright.

El primero, Dantalion, era reconocido por poseer una gran afinidad en los deportes, mientras que Sitri era amado por tener una enorme belleza, envidiada y deseada por cualquier mujer. Muchos chicos se volvían locos por él, incluso el más heterosexual y eso era algo que William no entendía. Podía tener un lindo rostro femenino, pero seguía siendo hombre. ¿Cómo era posible que ganara tantos admiradores solo por su rostro?

Pero ese tampoco era el motivo de su enojo. Lo que pensaban los chicos respecto a Sitri, a él no le importaba —cada quien con lo suyo—.

Los verdes ojos de William se posaron sobre Dantalion muy disimuladamente, mientras lo observaba reír junto a su hermano y ese era el motivo de su enojo. Esa estúpida sonrisa que dibujaba Dantalion cada vez que observaba a Solomon.

William detallaba fijamente la alta figura de Dantalion, sus negros cabellos que peinaba de lado y caían hasta su mentón, sus ojos rojos-violetas que parecían brillar intensamente cuando se posaban sobre Solomon y esa sonrisa que agrandaba más y más; mientras que él debía soportarlo e intentar disimular los sentimientos que tenía hacia Dantalion. Esos que crecían cada vez más, aunque él intentara impedirlo.

«Amarás a quien no te ama, por no amar a quien te ama».

Ese era un viejo dicho que había escuchado una vez por ahí y no pudo evitar preguntarse si había alguien que lo amara a él, porque si no era así, ese dicho no aplicaba a todas las personas con un amor unilateral.

Con cansancio, y decidido a no seguir pensando estupideces, cerró su casillero, un poco frustrado por no encontrar el libro que necesitaría para la siguiente clase. Fue cuando su memoria se encendió y recordó que su hermano le había pedido el susodicho libro y eso no era algo bueno.

Solomon tenía muchas manías que eran molestas y, una de ellas, era pedir prestados sus libros y nunca regresárselos. De hecho, la habitación de Solomon era más libro que habitación; estaban por todo el suelo y era difícil caminar sin tropezarse con uno de ellos —William no entendía cómo su hermano podía vivir encerrado en una alcoba tan desordenada y agobiante como esa—. Y, entre esas montañas de libros, Solomon perdía sus libros y era por ello que pedía prestados los suyos, los cuales también olvidaba dónde dejaba.

Sabía perfectamente que era en vano preguntarle a Solomon si tenía su libro, además, sus planes para ese día era mantenerse alejado de esos tres «subnormales», pero no le costaba nada preguntar, aun cuando sabía la respuesta que recibiría.

Con un fuerte suspiro, emprendió su camino lentamente, manteniendo ese carácter fuerte que solía tener siempre. Fingiendo perfectamente que todo estaba bien, que sus sentimientos por Dantalion no existían y que nada de eso le dolía.

Solomon se hallaba sentado en uno de los peldaños de las escaleras, abrazando protectoramente a Sitri, mientras que éste recostaba su cabeza en el hombro de Solomon; cercanía que parecía molestarle a Dantalion, quien estaba parado frente a ellos dos. William se acercó despacio, sintiendo como su blanco manto de prefecto, que cubría sus hombros, se agitaba a cada paso que daba, mientras que su corazón latía más y más al saber que acabaría deteniéndose justo al lado de Dantalion. Había pasado mucho tiempo desde que ellos dos estuvieron tan cerca… demasiado cerca.

Había logrado mantenerse alejado de él, pero había ocasiones en las que era inevitable. Después de todo, estudiaban en la misma clase y Dantalion solía perseguir a su hermano como un perro hambriento que hace cualquier truco por un premio; y Solomon solía perseguir a William.

Fingiendo indiferencia, se detuvo cruzando sus brazos, mirando fijamente la cara idéntica de su hermano e intentando ignorar esa sensación que sentía con solo saber que Dantalion estaba justo a su lado.

—Solomon, ¿tienes el libro que te presté?

Su hermano le miró desconcertado y, dibujando una pequeña sonrisa, preguntó:

—¿Cuál?

William no pudo evitar suspirar. A veces sentía unas enormes ganas de estrangular a Solomon y era poca la paciencia que le quedaba antes de atreverse a hacerlo.

—El libro que te presté hace una semana.

Su respuesta fue lenta, conteniendo con fuerza la ira que intentaba librarse de las garras de su razón.

—¡Oh! ¡Ése! ¡Aquí lo tengo!

William se sorprendió ante aquello. Casi que agitaba a Solomon por los hombros preguntándole quién era y qué había hecho con su hermano. No era común que éste no haya extraviado su libro.

El mayor soltó con cuidado a Sitri y revisó su bolso buscando el pedido de su hermano, pero se detuvo y miró a William con una sonrisa de disculpas, suplicando no recibir una riña por lo que iba a decir.

—No está aquí.

William llevó una mano a su frente; decepcionado, pero no sorprendido. Sabía que era demasiado bueno para ser verdad. Sin poder contenerse más, tomó a su hermano por el cuello del uniforme y lo miró desafiante, dispuesto a hacer realidad esa fantasía de estrangularlo.

—Solomon, dame un buen motivo para no matarte.

En ese momento William no estaba pensando; su instinto asesino hablaba por él. Aunque reconocía que en parte era su culpa, por seguir prestándole sus libros a Solomon, aun cuando sabía que éste no se los iba a devolver.

—Soy tu hermano —dijo el motivo que le pidió William, logrando que lo soltara.

—¿Sabes Solomon? Siempre me pregunto de dónde saco la fuerza para soportarte.

Solomon solo sonrió, sabiendo que cuando su hermano menor se enojaba, ni él lograba calmarlo.

—Ya debo ir a clases —la voz de Sitri sonó, captando la atención de todos los presentes y dibujando una sonrisa en el rostro de Dantalion.

—Entonces ve, nos veremos más tarde.

Sitri le sonrió a Solomon tras esas palabras y se retiró con una sonrisa en su rostro, sin importarle mucho que Dantalion se quedara con él.

Solomon volvió su vista a donde se supone que debía estar William, pero éste ya había desaparecido. Lo distinguió caminando a lo lejos, ignorando por completo su alrededor.

—¡William! ¡Espera! —corrió para alcanzar a su hermano, seguido por Dantalion.

Cuando llegó a él, posó con cuidado sus manos sobre sus hombros, pidiéndole que se detuviera.

—Solomon, estoy intentado no enfadarme. Te agradecería que no me molestaras.

William aconsejó a su hermano, porque realmente no quería hacerle ningún tipo de daño y, en ese momento, ganas no le faltaban.

—Revisemos en mi casillero —propuso Solomon con una sonrisa, pero su hermano no cedió.

—No tengo tiempo para esto. Quiero relajarme y, cerca de ti, eso es una misión imposible.

—Vamos, estoy seguro que el libro no está en mi habitación.

William se detuvo y suspiró fuertemente. Todo el mundo se merece una segunda oportunidad, incluso el idiota de su hermano.

—Te juro que si no se encuentra en tu casillero, te haré pagar por hacerme perder mi tiempo.

Solomon sonrió y abrazó el brazo de su hermano para emprender el camino, pero tras dar tres pasos, William se detuvo molesto. Llevando su mirada hacia atrás, se dirigió a Dantalion que los seguía en silencio.

—¡Solomon ya tiene una sombra! ¡No necesita otra!

Muchos a su alrededor voltearon a verlo, pero siguieron su camino ya acostumbrados a ese escenario.

Dantalion frunció el ceño y miró desafiante a William. Decidido a no quedarse callado, respondió con el mismo tono de voz que William usó:

—¡¿Me hablas a mí?!

—¡¿A quién más?! ¡Eres el único idiota que está aquí presente!

—¡¿Idiota?! ¡¿Eres un…?! —Dantalion no terminó la frase, más que nada por respeto a Solomon. Solo reprimió sus palabras, logrando frenarlas.

—¡No sigas a Solomon mientras yo estoy cerca! ¡Eres una molestia!

Ambos gemelos volvieron a emprender su camino, recibiendo Dantalion una sonrisa de disculpas de Solomon e indicándole que se verían al rato.

Dantalion le devolvió la sonrisa y, cuando ya estaban lo suficientemente lejos, peinó sus negros cabellos en la nuca y soltó un suspiro, regresando al lugar donde, segundo atrás, Solomon estaba sentado con Sitri.

Él y William no se llevaban bien y eso no era sorpresa para todos los estudiantes de esa institución. Siempre que se encontraban, se dedicaban una mirada de desprecio antes de seguir cada quien su camino. Claro, que no siempre fue así. Hace tan solo seis meses, ellos dos eran amigos. No los mejores, pero amigos al fin. Pero, de un momento a otro, las cosas cambiaron entre ellos dos, por alguna razón que él desconocía, y ya no se dedicaban la palabra. Y si lo hacían, solo era para insultarse.

Dantalion sabía que era casi imposible que ellos dos volvieran a llevarse bien. Y no agradarle al hermano del chico que te gusta, no resulta nada conveniente. Además, con esa actitud del rubio, a él tampoco es que le agradara mucho el menor de los dos gemelos.

 

 

William se sintió sorprendido de que el libro realmente se encontrara en el casillero de su hermano. Sin duda, Solomon se había salvado de recibir una buena paliza de su parte.

—Hoy no iré a casa contigo —informó Solomon cerrando el casillero.

—¿Por qué?

—Dantalion jugará hoy, no quiero perdérmelo. ¿Quieres venir?

—No —se negó rápidamente—. Tengo mejores cosas que hacer que mirar a un idiota intentar arrojar un balón en un aro.

—¿Por qué te llevas tan mal con Dantalion? —preguntó Solomon con una pequeña sonrisa.

—Porque yo soy inteligente y él es un idiota —explicó dándole la espalda a Solomon—. Me voy, mis clases comenzarán en media hora.

—Nos vemos —se despidió cuando su hermano comenzó a caminar.

Con una sonrisa, Solomon regresó al lugar donde se había separado de Dantalion, encontrándolo sentado donde mismo, con la cabeza gacha. Se acercó inclinándose para buscar sus ojos y le sonrió todavía más cuando hicieron contacto visual.

—¿Vienes conmigo a la biblioteca?

Dantalion sonrió olvidándose completamente de todo y asintió con fuerza. El solo mirar esa hermosa sonrisa y esos verdes ojos, le era suficiente para olvidarse incluso de su propia existencia.

 

 

William masajeó su cuello con cansancio, sin saber exactamente por qué estaba cansado. Quizás era la actitud de su hermano, su propia actitud por seguir prestándole sus libros a Solomon o lo complicado que le era seguir ocultando sus sentimientos. Pero se sentía bien el saber que, de alguna manera, él no cargaba ese peso solo, porque había otra persona que estaba al tanto de lo que él sentía por Dantalion.

—¡Hey, William!

Y ahí estaba la otra persona.

—Isaac —le saludó comenzando a caminar uno al lado del otro.

—¿Conseguiste el libro?

William no respondió, solo mostró el libro en sus manos como respuesta afirmativa.

Isaac comenzó a hablar de algo, pero William no prestó mucha atención; tenía sus propias cosas en qué pensar.

Ese era el penúltimo año; un año más e iría a la universidad. Entonces, ya no se tendría que preocupar más por volver a ver a Dantalion. Sin embargo, existía la posibilidad de que éste visitara a Solomon, aun cuando ya no estudiaran en la misma institución. Después de todo, Dantalion vivía, moría y mataba por Solomon. Ese pelinegro cabeza de chorlito estaba perdidamente enamorado de su hermano, y William —y toda Stratford— lo sabía perfectamente.

—¿Te encuentras bien? —la pregunta de Isaac lo trajo de vuelta a la realidad.

—Ah… sí. Solo me siento un poco agotado.

—¿Una mala noche?

—No, un hermano molesto.

Isaac rio, mientras William miraba a su alrededor. No se había dado cuenta de que habían acabado en el jardín, ni mucho menos que Dantalion lo observaba desde la ventana de la biblioteca.

Con lo perezosa que era esa generación y lo fácil que era simplemente «googlear» y conseguir lo que buscabas, la biblioteca escolar rara vez era visitada. Por lo que solo se encontraban Dantalion y Solomon, muy lejos de la vista de la bibliotecaria.

El mayor de los gemelos se encontraba leyendo en una de las mesas, disfrutando ambos del agradable silencio.

Dantalion observaba a William y supuso que estaba debatiendo con Isaac sobre algún tema del que ambos opinaban diferente. Nunca entendió cómo es que ellos dos eran tan buenos amigos si eran tan diferentes.

Fue entonces que observó a William reír con Isaac. Ese rubio reía una vez cada año y el solo verlo, aunque sea desde lejos, le hizo sentir algo en su interior que no pudo explicar. Era como si una fuerza le impidiera apartar su mirada de William, incluso después de que éste había dejado de reír.

Quiso saber qué le había causado tanta gracia, qué había dicho Isaac para lograr ese milagro de hacerlo reír y por qué sintió cierto desagrado que William riera junto a Isaac.

—¿Hay algo interesante afuera?

Solomon lo devolvió a la realidad y sacudió un poco la cabeza para alejar todo pensamiento que él consideraba incoherente.

—No… nada —llevó su mirada de nuevo al jardín, pero ya William e Isaac habían desaparecido.

—William me dijo hace rato que sus clases casi empezaban, ¿no vas a ir?

Dantalion miró la hora en el reloj de la biblioteca y ciertamente sí faltaba poco para comenzar sus clases.

—Sí… ya va a comenzar.

—Entonces, nos veremos a la salida.

—No me gustaría dejarte —admitió Dantalion acercándose a Solomon y sentándose a su lado.

El rubio dejó el libro sobre la mesa y tomó las mejillas de Dantalion entre sus manos, regalándole una de sus sonrisas, esas que tanto le gustaban a Dantalion.

—No quiero que arriesgues tus asistencias por mí. Ve a clases.

Dantalion suspiró resignado, pero se aferró a ambas manos en sus mejillas con fuerza, queriendo sentir ese contacto una vez más antes de separarse de él. Se comenzó a alejar lentamente sin soltar a Solomon, hasta que, para su desgracia, la distancia le obligó a soltar una mano y luego la otra. Una escena digna de una película que cualquiera consideraría un tanto dramática.

El rubio no le apartó la mirada de encima, hasta que Dantalion despareció por la puerta. Sonrió con cierta gracia antes de proseguir con su lectura.

 

 

Las clases de Sitri se habían cancelado por una operación de emergencia de su profesor. Anduvo vagando un buen rato por toda Stratford, buscando a Solomon y, solo cuando vio a Dantalion salir de la biblioteca, supo inmediatamente que se encontraba allí dentro.

No le molestó en absoluto que Solomon pasara tiempo a solas con Dantalion. Sitri confiaba en su belleza y en la dulzura con la que Solomon le trataba. Estaba seguro de que al final sería él quien ganara a Solomon.

Con una gran sonrisa, Sitri se acercó a paso apresurado pasando por el lado de Dantalion, ignorándolo completamente. Su objetivo estaba dentro de la biblioteca y lo demás le era irrelevante.

Dantalion volteó justo en el momento en que la puerta se cerró. Presionó los puños y frunció el ceño molesto. A él sí no le agradaba la soledad entre Solomon y Sitri, pero, sabiendo que sus clases ya comenzarían, se retiró intentando no pensar en ello. Sitri no le quitaría a Solomon, de eso estaba seguro.

Por su parte, Sitri entró buscando a Solomon por toda la biblioteca, pero los enormes estantes dificultaban un poco esa tarea. Lo divisó a lo lejos, sentado en una de las mesas leyendo un libro. Con una sonrisa, se acercó sigilosamente y se escondió detrás de uno de los estantes.

Observaba el perfil del mayor de los gemelos, completamente concentrado en su lectura.

Solomon era diferente a los demás. Mientras los chicos de su edad querían salir y enfiestarse todos los días, a Solomon le bastaba solo tener un libro en sus manos. Era alguien muy inteligente, calmado y compresivo. Junto a él, sentía que cada segundo valía la pena y la soledad que le acompañaba constantemente, dejaba de existir.

Era imposible no amar a alguien como Solomon. Con esa hermosa sonrisa llena de armonía que limpiaba el alma en un segundo y esa mirada esmeralda, como si fuera el césped del mismísimo Paraíso.

Era feliz amándolo.

—¿Te sientes solo?

La voz de Solomon resonó en sus oídos y lo trajo de vuelta a la realidad. Se sonrojó un poco cuando se dio cuenta que esconderse había sido una tontería.

Solomon volteó a verlo con esa encantadora sonrisa que enloquecía el corazón de Sitri.

—Entonces deberías venir conmigo.

Sitri, en total silencio, se acercó sentándose a su lado.

—¿Cómo te encuentras, mi hermoso ángel caído?

—Bien —respondió Sitri con una pequeña sonrisa—. El profesor no asistió, así que ya acabaron mis clases.

—¿Y no irás a casa?

—Todavía no —murmuró mientras recostaba su cabeza del hombro de Solomon—. Quiero estar contigo un rato más.

El rubio sonrió, acariciando los azules cabellos de Sitri sin dejar de leer.

 

 

Dantalion llegó a su aula, saludando algunos compañeros en el camino. No pudo evitar mirar a William de reojo mientras se dirigía a su asiento. Al verlo conversando junto a Isaac, recordó cómo hace un rato lo había visto reír.

Y de nuevo esa sensación…

Sentía enojo; enojo al verlo ahí, conversando con Isaac, conviviendo con una persona tan diferente, compartiendo palabras que no eran capaz de llegar a sus oídos, «secreteando» cosas que, posiblemente, nunca formarían parte de su conocimiento… era frustrante…

William, al sentirse observado, llevó la mirada a Dantalion e, inmediatamente, le despreció con un gesto y dejó de mirarlo de una manera tan brusca que alborotó algo dentro de Dantalion.

Sin importar el modo en que buscara respuestas, el pelinegro era incapaz de saber por qué las cosas eran ahora así con William. ¿Qué había hecho él para que le despreciara tanto? ¿Algo de su personalidad le desagradaba? ¿Eran solo celos de hermano? ¿O quizás…?

—Buenas tardes —la voz del profesor resonó sacándolo de sus pensamientos.

—Buenas tardes —respondieron los estudiantes, sin incluir a Dantalion, quien todavía se encontraba un poco ido.

Las clases comenzaron, pero Dantalion no había prestado mucha atención. Solo lo hacía cuando William respondía perfectamente y se regocijaba él mismo entre su ego. ¡Cómo odiaba que hiciera eso! Era un buen estudiante, todos los sabían, pero no había nada de malo en ser un poco modesto. Puede que alguna vez hayan sido buenos amigos, pero ahora, William le parecía la persona más insoportable del planeta.

Pero olvidándose de ello, Dantalion no podía esperar a que esas dos horas de clases terminaran, sobre todo si era la última que vería en ese día. El que Sitri se haya quedado a solas con Solomon, era algo que le desagradaba. No sabía qué era capaz de hacer esa muñeca mal fabricada cuando permanecía a solas con «su» Solomon.

—Ya que casi estamos terminando el año —habló el profesor—, harán un trabajo final de cualquiera de los temas que están escritos en la pizarra. Lo digo con tiempo para que comiencen desde ahora y no lo dejen a última hora, joven Morton.

—¡¿Por qué solo me lo dice a mí?! —se quejó Isaac con un puchero, mientras que los demás estudiantes no pudieron evitar reír.

—Será un trabajo en pareja —prosiguió el profesor—. Agradeceré que me digan los nombres para anotarlos.

Y, como siempre, nunca falta este tipo de estudiante:

—Profesor, ¿no puede ser de tres?

—No.

—Solo un grupo —insistió el chico, sacando un fuerte suspiro del profesor.

—Bien, seré yo quien decida las parejas.

Una queja grupal se coreó en el aula, mientras el profesor miraba la asistencia.

William, sentado junto a Isaac, llevó la mirada a la ventana que estaba a su lado izquierdo, viendo volar las aves en el cielo. A él no le entusiasmaba hacer trabajos en equipo —no le gustaba compartir su gloria—, pero mientras fuera alguien competente y no algún Isaac, estaría bien. Aceptaría trabajar con Ather Gladstone, era el segundo mejor de la clase —después de él, por supuesto—.

—Jackson y Lawrence —comenzó el profesor—; Murphy y Scott; Smith y McMan; Gladstone y Morton…

William no pudo evitar mirar de reojo a Gladstone para ver su reacción, pero éste solo le lanzó una sonrisa amigable a Isaac y un ademán de saludo. Parecía no tener problema con trabajar junto al peor de la clase —quizás le gustaban los retos—.

—Twining y Huber.

—¡¿Qué?! —la voz de Dantalion resonó tan fuerte que todos voltearon a verlo.

—¿De qué te quejas, Nephilim? —Habló uno de los estudiantes con cierto fastidio—, estás con el mejor de la clase.

—Sabes bien que ellos no toleran verse la cara —dijo otro compañero.

—Aun así, ya la nota la tiene ganada —volvió a decir el primero que habló, haciendo notar que, por trabajar con alguien como William, daría cualquier cosa (bueno, tal vez no cualquier cosa).

—¡Guarden silencio! —ordenó el profesor autoritario, regresando su mirada a la asistencia.

William y Dantalion cruzaron miradas de desprecio. Puede que ahora a Dantalion no le agradara William, pero para Twining era mucho peor esta situación. Se había esforzado tanto en mantenerse alejado de Dantalion, como para que viniera un profesor y decidiera colocarlos a ambos juntos para hacer un trabajo. Ya hasta había comenzado a odiar a ese idiota que le había pedido al pedagogo que el trabajo fuera en trío y no en pareja.

Pero sus calificaciones estaban en juego, no las iba a arruinar por algo así. Solo era un trabajo, tampoco es como si fueran a pasar tanto tiempo juntos… ¿verdad?

William llevó su mirada a Isaac al sentirse observado por éste y le miró con cierto reproche al ver los rojizos ojos de su amigo brillar con alegría. Le agradecería más tarde a Isaac que disimulara un poco su emoción.

Finalmente las clases habían finalizado y William esperaba a su chofer en la entrada de la institución, maldiciendo una y otra vez ese estúpido trabajo final. Estaba seguro que nada bueno saldría en todo ese transcurso.

Sintió la presencia de Dantalion deteniéndose a su lado. Ambos en absoluto silencio, como si la carencia de palabras describiera perfectamente el descontento de los dos por la decisión del profesor.

—A mí tampoco me agrada la idea de tener que hacer un trabajo junto a ti —informó William—, pero no arriesgaré mi calificación perfecta por alguien como tú. Nos vamos a reunir cada fin de semana, viernes, sábado y domingo, en mi casa y no quiero excusas.

Dantalion giró los ojos con disgusto. No sentía ganas de socializar con William y menos cada fin de semana, pero, entonces, recordó que iba a estar en la casa de Solomon y, luego de trabajar, podría ir a visitarlo a su habitación y así lo tendría de lunes a domingo —a diferencia de Sitri—. Una gran sonrisa se dibujó en sus labios y miró a William con cierta satisfacción.

—No te preocupes, no pondré ninguna excusa.

Odiaba tanto cada vez que Dantalion sonreía, porque su corazón se descontrolaba y un ligero temblor se apoderaba de su cuerpo. Estaba harto ya de sentir eso, de saber que, en algún momento, se había enamorado de aquel cabeza de chorlito llamado Dantalion Huber. Lo odiaba, porque sabía que no sería correspondido por un motivo. Y cuando vio los rojizos ojos de Dantalion brillar con alegría mientras su sonrisa se ampliaba, supo que en ese momento aquel motivo había llegado; su hermano gemelo se estaba acercando.

—¡William! ¡Dantalion! —saludó con esa sonrisa que tanto odiaba el primero y que tanto amaba el segundo—. Es extraño verlos juntos. ¿Qué hacen aquí?

—Esperándote —se apresuró a responder Dantalion sin molestarse en ocultar su felicidad.

—¡Vaya! —Expresó Solomon ampliando su sonrisa—, ¡qué considerados!

—¡Yo no te estaba esperando a ti! —Aclaró William enojado—, ¡estoy esperando al chofer!

Solomon sonrió ante la dureza de su hermano, sabiendo perfectamente que solo era una coraza. Lentamente se acercó para abrazarlo por detrás y recostar su mentón en el hombro, fingiendo profunda tristeza.

—Me duele que digas esas cosas —susurró en el oído de su hermano.

William suspiró enojado. Muchas veces le había aclarado a Solomon que odiaba los abrazos, pero éste parecía hacerse el sordo ante esas palabras.

—¿No tienes un partido al que asistir? —preguntó con una vena palpitándole en la frente por esa actitud de su mellizo.

—Sí, lo tengo —deshizo el abrazo con una sonrisa—. La invitación aún está en pie, por si quieres venir.

Dantalion se escandalizó silenciosamente ante aquello. Les rezó a todos los dioses de todas las religiones que William se negara a esa petición. Lo que menos quería era que el gemelo menor arruinara su momento a solas con Solomon.

—No, gracias —se negó mientras el auto familiar se detenía al frente y haciendo respirar a Dantalion de alivio—. Ya te dije que tengo mejores cosas que hacer que ver a un idiota intentado arrojar un balón por un aro —se detuvo antes de subir al vehículo y miró a Dantalion por encima del hombro—. No lo lleves a casa tan tarde —sin decir más nada, subió al auto, mientras Huber le arrojaba una mirada desconcertante.

—Bien, nos vemos más tarde —se despidió Solomon, antes de que el auto arrancara y se alejara de ellos—. ¿Vamos? —se dirigió a Dantalion quien asintió con firmeza.

William sabía perfectamente el día en que se había dado cuenta que estaba enamorado, pero cuándo exactamente se enamoró, no tenía ni idea. Ni siquiera sabía por qué le atraía alguien que parecía tener solo dos neuronas.

Observó su rostro en el reflejo transparente de la ventana y, ciertamente, su rostro era el mismo que el de Solomon, pero no era el que Dantalion le gustaba. Al menos agradecía que Dantalion se hubiera fijado en la personalidad de Solomon y no en su físico. Si alguna vez terminaban juntos, su hermano tendría a alguien que lo amara de verdad.

Soltó un fuerte suspiro empañando el vidrio y distorsionando su reflejo.

—¿Se encuentra bien, amo? —preguntó el chofer, mirándolo por el espejo retrovisor.

—Sí… —respondió quedamente—. Solo estoy cansado.

No mentía, de verdad estaba cansado. Y sentía todavía más agotamiento al saber que trabajaría con Dantalion.

—Solo cansado… —murmuró de nuevo, soltando otro fuerte suspiro.

 

 

El equipo de Stratford había ganado el enfrentamiento deportivo gracias a Dantalion, como siempre. Y, en presencia de Solomon, Dantalion se había esforzado el doble para hacer resaltar su gran talento en los deportes.

Después de las duchas, Solomon esperaba en la salida al pelinegro, quien corrió a su encuentro con una enorme sonrisa, apenas lo divisó a lo lejos.

—Jugaste bien.

Dantalion sonrió con arrogancia, cruzándose de brazos y cerrando los ojos.

—Todos lo dicen; aseguran que soy un «demonio» en los deportes.

—Sí, lo eres —tomó el rostro de Dantalion entre sus manos y lo acercó al suyo—, mi amado Nephilim.

Huber se paralizó. No era la primera vez que Solomon provocaba esa cercanía entre ellos dos, pero la sensación en Dantalion seguía siendo la misma.

Llevó su mirada a los labios del rubio, queriendo besarlos, probar su sabor, marcarlos como suyos, sentir como se sentirían sobre sus labios y, si era posible, fundirse en ellos.

Había querido besarlo desde hace tanto tiempo y todavía no sabía de dónde sacaba el auto-control para no hacerlo.

Regresó a la realidad cuando Solomon se alejó lentamente, regalándole una sonrisa, pero sin soltar su rostro.

—¿Nos vamos?

—Ah… —pestañeó varias veces algo desconcertado todavía—. Sí… vámonos.

Los dos decidieron que era mejor caminar. Tardarían un poco más en llegar, pero para Dantalion era perfecto, así pasaría mucho más tiempo al lado de Solomon sin la molesta presencia de Sitri.

Observó de reojo al rubio y, después de mucho tiempo estando en medio de un agradable silencio, decidió hablar con cierto deje de alegría:

—Tu hermano y yo vamos a hacer un trabajo juntos.

Solomon volteó a verlo sorprendido.

—¿De verdad?

—Sí —respondió llevando su mirada al cielo y sus manos atrás—. Fue decisión del profesor.

—Oh —expresó con una sonrisa, entendiendo ahora que no fue decisión propia de ellos—. ¿Y están bien con eso?

—Yo sí —respondió con una sonrisa—. Trabajaremos en tu casa todos los fines de semana.

Todo volvió a quedar en silencio, hasta que Dantalion volvió a romperlo:

—¿Puedo ir a tu habitación después de trabajar?

Solomon lo observó por unos segundos, para después soltar una pequeña risa.

—¿Q-qué es tan gracioso? —preguntó Dantalion con un leve sonrojo.

—Nada —calló sus risas, pero su sonrisa permaneció dibujada—. Siempre eres bienvenido a mi habitación.

Dantalion sonrió. Sentía que por fin las cosas le estaban saliendo perfectas y, no supo por qué, pero sentía que iban a salir mejor.

 

 

William estaba leyendo en el sofá de tres cuerpos ubicado en la sala de estar, cuando Solomon llegó. Pasó de hoja, sin mirar a su hermano, pero dirigiéndose a él:

—Ya casi atardece —reclamó, sacando una sonrisa en Solomon.

—El partido fue largo —explicó yendo a las escaleras para subir el primer peldaño—, y nos vinimos caminando.

—A la próxima, te quiero aquí más temprano o te prohibiré volver a salir con él.

Solomon no pudo evitar sonreír ante la actitud tan protectora de William, a pesar de que el mayor de los dos era Solomon por quince minutos. Por eso era que sabía perfectamente que esa actitud tan ruda que mostraba William, solo era por fuera.

—Nunca me dices eso cuando voy a casa de Camio —dijo Solomon, recostándose del barandal.

—El representante es mucho más decente que ese idiota.

—Dantalion también es decente.

—Yo no confío en su decencia.

Solomon volvió a reír.

—Oh, cierto —dijo Solomon—, Dantalion me dijo que están juntos en un trabajo.

—Por favor, no me lo recuerdes —suplicó William—. He intentado no pensar en eso.

—Bien… estaré en mi habitación.

William no dijo nada más, escuchando los pasos de su hermano subir por las escaleras y alejarse de él.

Suspiró y dejó su libro a un lado.

Desconocía completamente si esa actitud protectora hacia Solomon era porque realmente le preocupaba su hermano o por sentir celos de que esos dos pasaran tanto tiempo juntos. Y si la segunda opción era la correcta, se regañó a sí mismo por tener esos sentimientos.

Su mente estaba agotada. No tenía ganas de ver a Dantalion los fines de semanas. No quería estar cerca de él, no quería oírlo, mirarlo, convivir juntos. Con solo pensarlo, ya se sentía agobiado y estresado y no quería seguir sintiéndose así. Y no sabía por qué, pero presentía que ese trabajo sería largo, agotador y casi que interminable. Y rogó en sus adentros no tener razón.

—Solo será por seis meses —murmuró—. Solo seis meses… aguanta William…

Se dio ánimos a sí mismo, como si lo que avecinaba fuera el fin del mundo.

Notas finales:

Lo sé, sigo siendo mala con los finales.

Bueno, cómo pudieron leer, fue bastante diferente al prólogo que había escrito desde un principio. Ahora ya ni siquiera es un prólogo.

La verdad, cuando subí ese prólogo (creo que he dicho mucho la palabra «prólogo»), lo hice por prueba y me alegra que haya sido bien recibido, pero, en ese entonces, no tenía la historia pensada del todo (y confieso que lo comencé a escribir porque tenía la espina de colocar a William y Solomon como gemelos y, hasta que no me la sacara, no me iba a quedar tranquila). Ahora, considero que está mucho mejor que el primero que subí. Además, ahora se adapta mucho mejor al rumbo que toma la historia.

También, ¡ya no hay más carteles! Creo que puedo decir el día sin la necesidad de usarlos. Y he estado leyendo e investigando más, descubriendo así reglas ortográficas que desconocía completamente. Y estoy intentando usar solo palabras aceptadas por la RAE, así que adiós «ojiverde», «peliazul» y demás («pelinegro» sí es aceptada).

Pero, bueno, el criterio está en ustedes. Son aquellos que pueden dar una opinión de mi trabajo y decirlo sin vergüenza y con confianza (mientras sean críticas constructivas). Siempre estaré encantada de leer lo que tienen para decir y ayudarme a mejorar en esto.

¡Así que muchas gracias! ¡Espero y lo hayan disfrutado! Me esforzaré por escribir tan rápido como pueda.

¡Gracias a todos!


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