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Mi razón para (no) amar por Aomame

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Mi razón para (no) amar


Llámame Steven sin la "n"

Se quitó los lentes  y se talló los ojos, miró la esquina derecha de la pantalla y la hora le hizo horrorizarse. Eran más de las 3 a.m. si dormía ahora, dormiría tres míseras horas. No tenía caso siquiera destender la cama, pero cerró la tapa de la laptop y apoyó la cabeza en ella. Cerró los ojos intentando dormitar un poco, sólo lo suficiente para no estar despierto ni dormido. Lo envolvió el silencio. Era lo bueno de esa hora de la madrugada, no hay nadie, todos en el edificio duermen. No está el vecino de arriba bailando, ni el de al lado cantando. Paz. Sí, eso se sentía bien.

—Llámame—escuchó una voz suave que venía de algún lado. Era una voz femenina.

—Lo haré. Pero no tienes que irte ahora—esa era una voz masculina.

—Tengo que irme, será una gran problema si no llego a casa—la mujer dejó escapar su risa en voz baja—. Además, el taxi está abajo, no te preocupes.

—Aun así...

Ella volvió a reír, pero no lo dejó hablar más, le dio un beso tan tronado que seguramente se había escuchado en todo el edificio. Eso era lo malo del silencio de las madrugadas: cualquier ruido se magnificaba.

Luego, escuchó unos pasos bajando la escalera y por último, una puerta cerrarse. Eso parecía provenir de enfrente. ¿Acaso ya tenía vecino en el departamento de enfrente? El último vecino había sido el viejo Stan. Un anciano por demás divertido, siempre de lentes oscuros y con una ocurrencia en los labios. Parecía tener cien años, pero conservaba la frescura de un joven de veinte. Seguía en el edificio, pero como ya no podía subir escaleras, ahora vivía en la primera planta. Y todo apuntaba a que tenía un vecino nuevo y uno que dormía con mujeres que tenían que llegar a casa antes del amanecer. Resultaba curioso, él hacía algo parecido, pero con hombres.

 

 

La alarma del móvil lo sobresaltó. Eran las 6:15 a.m. al final, había logrado dormir esas casi tres horas. Una luz mortecina se coló entre las cortinas de su ventana. Se desperezó y al levantarse su espalda crujió, dormir sentado no era una buena idea después de todo. Puso la cafetera a  trabajar, mientras él se daba una rápida ducha, se afeitaba y vestía para salir. Por suerte no tenía nada pendiente y tal vez, podría echar una cabeceada en el metro, eso, si alcanzaba asiento.

Se acababa de servir el café, cuando tocaron a su puerta. Suspiró derrotado, al parecer jamás, ¡jamás! podría tener una mañana tranquila. Y al abrir la puerta comprobó que dormir sentado era peor que levantarse con el pie izquierdo.

—¿Qué haces aquí?—dijo colgándose de la puerta.

John, su amante hasta hace un par de días, lo miró con el rostro crispado. Era evidente que quería entrar pero él no lo dejaría pasar. No y no. Que se fuera al diablo. No tenía tiempo para sus estupideces.

—Tengo que hablar contigo, déjame pasar.

—No tenemos nada de qué hablar. Estoy ocupado y es muy temprano—se quejó. Algo, alguien, quien fuera, que por favor lo quitara de su puerta, de su vista, de su vida.

—Yo creo que sí. Déjame pasar.

—¡Qué no, carajo! ¡No quiero! ¡Y ya te dije que estoy ocupado!

John bufó.

—Ya me lo imagino, un nuevo amante ¿no? —Estaba molesto, olía un poco a alcohol y gritaba—. Nunca te fui suficiente, ¿verdad?  

Oh, no, aquí venían los lloriqueos. ¿Quién había tenido la culpa? John, por supuesto. Quién le mandaba enamorarse de alguien que no pretende corresponder. John era un idiota, un ególatra que creía que su dinero lo compraba todo, era la clase de razones por las que  el amor estaba vetado de su vida. Una estupidez.

—No tengo tiempo para esto, vete—estaba por meterse a su departamento, cuando John lo tomó de la camisa y lo empujó contra la puerta. El movimiento fue tan intempestivo que se escucharon dos fuerte golpes: uno, el de la puerta contra la pared y dos, la de su cuerpo contra la puerta.

—¡Vas a tener tiempo para mí!—John estaba enojado, nunca lo había visto así.

—¡Cállate! —Lo empujó tratando de quitárselo de encima, pero John se aferraba a su camisa con dedos de acero—. ¡Me estás escupiendo, idiota!

—Ayer, no decías eso. Es más, estoy seguro de que te habría gustado la idea de que te escupiera.

—¿Estás loco o qué?

—¿Qué pasa aquí?

Esa era una voz distinta, una desconocida. Y pronto ambos se dieron cuenta de la presencia a su lado. Era un chico, tal vez de la misma edad que ellos, era alto y rubio. Parecía que se acababa de levantar y probablemente, lo había hecho por los gritos. Apareció tan repentinamente, que ambos contendientes se quedaron un momento estupefactos. Fue John quién reaccionó primero.

—Tú no te metas—le dijo.

—¿Vives aquí?—el chico ignoró sus palabras, bostezó después de decirlo y se rascó la nuca con una tranquilidad pasmosa.

—No te importa.

—No, claro que no vives aquí.

—Entonces, vete—parecía ir a su ritmo y no parecía escuchar a ninguno de los otros dos.

—Oblígame— amenazó John.

El joven ladeó la cabeza como si preguntara “¿estás seguro?”, se encogió de hombros y luego, con una facilidad tan pasmosa como su tranquilidad, sujetó a John con una simple llave y lo aventó, no muy fuerte, al pasillo. John tropezó y se sostuvo del barandal de la escalera. Su furia coloreó su rostro de rojo.

—¿Quién diablos te crees?—le espetó.

—¿Tú quién eres?—el chico, esta vez, se rascó un hombro.

—Soy el ex novio de James.

—Ah, qué bien—había un dejo de burla en su voz—. Pues yo soy el novio de James, ¿qué te parece eso?

James y John lo miraron con la boca abierta.

—¿Ah, sí? Pues… pues… tu novio durmió conmigo ayer.

Él se encogió de hombros una vez más.

—Eso no es problema, ahorita mismo lo hago olvidarse de esa y todas las noches que durmió contigo— tronó los dedos y sonrió como galán de Hollywood. John se le quedó viendo. Y James también—. ¿Por qué no te vas? ¿O es que acaso quieres pelear?  ¿Sabes? Me despertaste  y no soy muy amigable cuando me despiertan así.

John lo barrió con la mirada, no había manera alguna de que pudiera ponerse al tú por tú con él. El otro era más alto, más musculoso… mucho más musculoso. No dijo nada. No podía decir nada.

—Entonces, buenos días—el rubio empujó suavemente a James dentro del departamento de éste, entró con él y cerró la puerta.

Fue entonces que James tuvo que reaccionar.

—Gra… gracias—dijo —,  ¿eres el nuevo vecino?

—Ah, sí—el chico le tendió la mano—. Steven Rogers, un gusto, James, supongo.

—Sí, Buchanan Barnes.

—¿No eres James?

—Sí, también. Es que Buchanan es mi… mi otro nombre…—no tenía idea de porque se lo había dicho. Sacudió la cabeza—. Es igual, no me gusta tanto.

—¿Buchanan? ¿Por qué?

—Casi se parece al nombre de un whisky.

Steven  asintió concediéndole la razón y sonrió como si aquello fuera divertido. Sí, por eso no le gustaba su segundo nombre.

—No me llames así—le advirtió y se dirigió a la cocina—. ¿Quieres café? Tengo café. Antes de que ese idiota me interrumpiera  iba llegar temprano al trabajo, con algo en estómago. Pero ya que se me hizo tarde…

—Me vendría bien—dijo Steven, subiendo a uno de los bancos de la barra de la cocina—. ¿Qué tal Bucky?—dijo, cuando recibió su taza de café caliente.

—¿Eh?

—¿Puedo llamarte Bucky? Es mejor que James y más corto que Buchanan, sin olvidar que tiene menos sabor whisky.

“Bucky” sonrió. Quería preguntarle por qué era mejor que James. Pero el apodo no le desagradó y curiosamente, era la primera vez que alguien le llamaba así. No dijo ni sí ni no, pero no hizo falta, se acostumbraría muy pronto a esa manera de ser llamado.

—¿Entonces, puedo decirte Steve?

Steven se encogió de hombros, era ultra-mega común que le quitaran la “n” a su nombre. Es más, no sabía por qué sus padres se habían tomado la molestia de escribirla. Se lo dijo y Bucky rió.

—¿Tienes algo para el café? —preguntó Steve señalando su taza.

—Amm, me temo que no.

Steve tronó los dedos de nuevo, pero está vez, parecía que se la había ocurrido una idea.

—Tengo donas. Voy por ellas.

Saltó del banco y se dirigió a la puerta, Bucky lo miró todo ese rato. Hasta entonces, no se había percatado de una cosa muy simple: el pijama de su vecino eran su bóxer y sus calcetines. Lo último era hilarante… tal vez en otros, en Steve no,  le quedaban bien. Nadie se fijaba en sus calcetines de todos modos. Bucky bebió su taza de café con la certeza de dos cosas: uno, llegaría tarde, que digo tarde, tardísimo al trabajo y  dos,  su nuevo vecino era el hombre más sexy que hubiera conocido en su vida entera. 

Notas finales:

Wola! Espero que les haya gustado. 

Por supuesto esto es un Stucky

Hasta la próxima!!


Continuará...


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