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Only the young die young por Kitana

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Notas del fanfic:

Aqui estamos, de nuevo, reconectando con esta parte de mi vida, en fin, no hay mucho que decir, sólo que espero que disfruten leerlo como yo escribiéndolo.

Notas del capitulo:

Bue, el fic esta terminado, así que pronto la siguiente parte, como siempre hay advertencias:

  • OoC a montones
  • Lemon
  • Muerte de un personaje

 

 

— ¿Estás seguro de que esto va a estar bien? —dijo Kanon sin dejar de mirar por la ventanilla del auto.

—Bien, no al cien por ciento, pero tampoco tiene por qué salir mal, ¿cierto? —dijo Saga intentando sonreír. No iba a decirlo en voz alta, pero no estaba seguro de que las cosas fueran a salir bien. ¿Cómo saberlo? Kanon era Kanon, y con eso no había vuelta de hoja.

— ¿Qué dijo tu esposa? —a Saga se le borró la incipiente sonrisa. Después de todo, no era tan malo que Pandora no lo supiera, de saber de su llegada, ella era capaz de ponerle estricnina al café.

—Ella no lo sabe aún —Kanon se echó a reír.

—Debí suponerlo…

—Tethys vendrá de visita la semana próxima, ¿sabes? —Kanon volvió a reír, sólo que esta vez con amargura.

—Saga, ni siquiera ella con esas tetas enormes va a hacer que deje de ser homosexual, ¿estamos? Tethys sólo me cae bien, no pienso en tirármela y mucho menos en casarme con ella —Saga se puso nervioso. A pesar de lo mucho que amaba a su hermano, no terminaba de encajar del todo sus preferencias sexuales —. ¿Milo está en casa? —preguntó Kanon sólo para cambiar el tema, Saga negó con la cabeza.

—No, lo contrataron hace un par de semanas para hacer no sé qué cosa en Bagdad, ¿puedes creer que aceptó? Con lo peligroso que puede ser…

—De hecho sí, toda su vida no ha hecho otra cosa más que querer salir de casa, es perfectamente lógico que acepte un trabajo en el culo del mundo aún si implica que puedan partirle el cráneo de un tiro.

—Tú y tu optimismo —siseó Saga, él mismo comenzaba a creer que decirle a Kanon que viniera a su casa a pasar su convalecencia tras el accidente iba a resultar a la postre una pésima idea.

—Sólo quería saber si estaba bien. De verdad.

—Está bien. Tan bien como puede esperarse después de un divorcio y un intento de suicidio, claro.

—Ese no fue un intento de suicidio, ¿sabes? Todos sabemos cómo es, y estoy convencido de que si verdaderamente hubiera querido matarse, sencillamente se habría dado un tiro en la cabeza, ese es más su estilo que una sobredosis de dios sabe qué. Eso que le pasó más bien fue un descuido.

—Será mejor que no toques ese tema con Pandora, ¿de acuerdo?

—No lo haré, de hecho creo que lo mejor será que no toque ningún tema con Pandora, ella me odia, y la última vez que nos vimos ni siquiera quiso dirigirme la palabra, ¿recuerdas?

—No te odia.

—Oh, sí que lo hace. Pero a ti no te gusta reconocer que ella también tenga malos sentimientos, porque dejaría de ser tu mujercita perfecta.

— ¿Podrías al menos intentar ser amable? Yo lo hago contigo y no me cuesta tanto como pudiera creerse.

—No todos somos tan perfectos como tú, gran hermano mayor. A algunos no nos apetece besar culos sólo para quedar bien —Saga aferró con impotencia el volante —. ¿Sabes algo? Me parece que sería mejor idea si decides dar media vuelta y dejarme de nuevo en el aeropuerto. Esto ha ido mal desde el comienzo y ni siquiera podemos decir oficialmente que ha comenzado. Veré que hacer estos meses, podría contratar a una enfermera, no sé. Sólo déjame volver a casa y evitemos dañar aún más nuestra relación.

—No voy a llevarte al aeropuerto, ¿de acuerdo? Eres mi hermano, y en parte eres mi responsabilidad, además no estaríamos en esta situación si ese novio tuyo ¿Sorrento? no te hubiera abandonado en el hospital cuando las cosas se pusieron feas —la expresión en el rostro de Kanon se agrió aún más al escuchar el nombre de Sorrento.

—No vuelvas a mencionarlo, no si te gusta la idea de que no volvamos a los tiempos en los que nos partíamos la cara por idioteces más pequeñas que esa. ¿De acuerdo?

—Bien, lo siento, ¿de acuerdo?

—OK, ¿me vas a dar una habitación o tendré que dormir en la cochera como la última vez?

—Serás hijo de puta… —musitó Saga, Kanon estuvo a punto de echarse a reír, pero no lo hizo, consciente de que el estado mental de Saga estaba a unos milímetros de llegar al punto de ebullición —. Desde que Milo se fue de la casa, tenemos cuarto de huéspedes.

— ¿Y tus hijas? ¿Cómo están ellas? —Saga sonrió.

—Perfectamente. Thais está preparándose para un recital de ballet, y Melina ya habla perfectamente ¿sabes?

—Pandora y tú deben estar muy orgullosos —dijo Kanon sin asomo alguno de sarcasmo. Saga se lo agradeció. A veces era duro seguirle el paso a alguien como su hermano. Aunque, en realidad, siempre había sido así… no comprendía como era que de pronto se había vuelto tan difícil lidiar con su temperamento.

 

Poco después, llegaban a la casa en que Saga se había asentado con su familia hacía ya algunos años, la misma casa en que ambos habían crecido. Kanon no solía pensar demasiado en esos días. Tenía muy malos recuerdos de aquel tiempo. Siempre se había sentido fuera de lugar en esa casa, en esa familia en que le tocó vivir. Se había sentido raro todo el tiempo, más allá de lo  que implicaba su sexualidad y escaso apego a las formas. Sus padres y su hermano, todo a su alrededor parecía hacerle sentir el peso de sus diferencias con el resto del mundo a cada instante, sin concederle ni siquiera un respiro. Por eso era que evitaba como a la peste el volver a casa cuando finalmente logró irse de ahí.

 

El ejército no había sido tan malo, en realidad. Lo malo había venido cuando tuvo que darse baja pues no lo aceptaron para un nuevo periodo debido a su inestabilidad emocional y el trastorno por estrés postraumático. Tras su última misión en Tel Aviv no había vuelto a ser el de antes, y él lo sabía, por eso aceptó la baja con honores. En realidad no estaba del todo seguro de que hubiera sido capaz de dejar el ejército por su cuenta. Después de eso, retomó la universidad donde la había dejado y tras concluir la carrera, se dejó crecer el cabello, se puso unos lentes de sol  y montó en una Harley para recorrer el continente sin preocupaciones, gracias a su pensión de veterano.

 

Volvió a la universidad para dar clases, y ahí se había quedado hasta que lo atropelló un autobús justo al salir del campus hacía unos tres meses. Habían transcurrido casi dieciséis años desde que había dejado la casa paterna. Sólo había vuelto en dos ocasiones, para el funeral de su padre y años más tarde, para el funeral de su madre; y no había sentido remordimiento alguno por no volver en todo ese tiempo. Sí tenía que ser sincero consigo mismo, jamás se había sentido parte de aquello, jamás había sentido esa casa como un hogar.

 

Volviendo al presente, cuando puso un pie dentro de aquella casa, se sintió más fuera de lugar que en toda su existencia.  De pronto le pareció sentir la mirada llena de odio de su padre y los reproches silenciosos de su madre. Sólo que ninguno de ellos estaba ahí. Sólo estaban Saga, Pandora y dos niñas bellísimas que eran el fiel retrato de Saga, y por tanto, de él mismo.

—Bienvenido —dijo Pandora fingiéndole simpatía. Él sabía que eso era lo último que ella sentía por él, pero aceptó seguir el juego y apostado en sus muletas como solía estarlo en azoteas cuando era francotirador, aceptó el abrazo lleno de culpa de esa mujer que en su adolescencia había estado enamorada de él.

—Thais, Melina, vengan a saludar a su tío Kanon —dijo Pandora animando a las pequeñas copias de Saga a saludar al altísimo hombre que les sonreía con displicencia.

—Eres igual a papá —dijo la más pequeña con asombro. Kanon se echó a reír.

—Es que mamá nos hizo con el mismo molde —las dos niñas sonrieron con la broma y le hicieron sentir, por primera vez en esa casa, que no era una copia de Saga, que era un individuo aparte, digno de confianza y de ser amado. Nada era más limpio que la simpatía de un niño, y Kanon lo sabía. Quiso gozar de esa simpatía todo lo que pudiese durar, después de todo, estaba seguro que las niñas no escaparían al influjo de su madre. Terminarían aplicando la misma fórmula que sus padres y lo descalificarían de antemano, como debía ser.

 

Después de jugar un poco con las niñas, Saga mismo lo llevó a la que sería su habitación. La sonrisa en los labios del mayor de los gemelos era sincera cuando lo ayudó a recostarse en la cama.

— ¿Lo ves? Te dije que no tenía por qué salir mal —dijo Saga antes de irse. Parecía satisfecho, Kanon no quiso sacarlo de su error. Ni su estancia iba a ser definitiva, ni pensaba actuar de la forma en que su hermano mayor creía correcta. Cuando se quedó sólo, Kanon sintió que el peso de sus recuerdos era aplastante. Quizá el inicio había sido bueno, pero nada garantizaba que los seis meses que duraría su recuperación fueran a ser así. Medio año era mucho tiempo, demasiado quizá.

 

De pronto pensó en su otro hermano, Milo. ¿Él también se sentía así cuando Saga lo acogió tras el presunto intento de suicidio? No podía saberlo. Algo tenían en común los tres, a decir verdad, Saga, Milo y él, los tres se habían pasado la vida huyendo de la realidad. Saga construyéndose un mundo perfecto, Milo con sus drogas y él escapando vertiginosamente de todo cuanto le hiciera pensar en su familia.

 

A la mañana siguiente, cuando Saga lo ayudó a sentarse a la mesa para desayunar con la familia, Kanon se sintió extrañamente incómodo, como si nada de todo cuanto lo rodeaba fuera real. Aun así, decidió ahorrarse los comentarios sarcásticos o hirientes y se comportó justo como Saga lo deseaba, hasta Pandora estaba feliz. Los escuchó charlar a sus espaldas, mientras se despedían antes de que Saga fuera al trabajo. Pandora comentó que  tal vez al fin había madurado, que quizá el accidente y la cercanía de la muerte lo habían hecho replantearse ciertas cosas. El matrimonio se mostró optimista con la visita de Tethys, la vieja amiga de la familia que siempre había mostrado inclinación hacía Kanon. Quizá el menor de los gemelos se había domesticado lo suficiente como para aceptar compañía femenina, y ¿por qué no? para casarse en el futuro y emular a Saga, volviéndose, como decía su madre, un hombre de bien.

 

Casi se le escapa una carcajada. Aun así, de cierta manera, seguía sintiéndose culpable por no ser lo que todos querían que fuera. Siempre había creído que si hubiera logrado complacerlos aunque fuera un poco, las cosas serían diferentes, quizá todos serían más felices, aún él.

 

Por la tarde su cuñada lo sorprendió diciéndole que Saga había tenido la idea de contratar a un terapista físico para que no tuvieran que trasladarse día con día a la clínica. En realidad no supo si agradecer o maldecir el gesto. A un día de distancia, comenzaba a sentirse atrapado. Ansiaba la libertad de la que tanto gozaba.

 

El terapista físico resultó ser un viejo amigo de Saga, y compañero suyo en la preparatoria, Aiolos Fovakis. No se explicaba el por qué, pero siempre había odiado a Aiolos, con un sentimiento meramente visceral, casi ciego. Lo odiaba por ser tan perfecto, por ser el favorito de Saga. Casi podía palpar el recuerdo de la juvenil cara de Aiolos Fovakis emergiendo de detrás de Saga cada tarde al volver de la escuela. Si no mal recordaba, Aiolos tenía un hermano menor, no tan perfecto como él. Se lo había encontrado dos o tres veces en la sala de espera del psicólogo al que lo llevaban sus padres de adolescente. Sus padres habían intentado de todo para convencerlo de que lo mejor para todos era la normalidad. Sin embargo, su naturaleza se había amotinado y Kanon se había negado a cambiar. No recordaba cuantas veces tuvo que ir al psicólogo antes de aceptar que nada estaba mal con él, que simplemente era diferente.

 

—Kanon, seguro que me recuerdas, ¿verdad? fuimos juntos a la escuela —dijo Aiolos con su resplandeciente sonrisa cuando entró en su habitación aquella mañana. Kanon sonrió por compromiso cuando él le estrechó la mano.  Si había logrado disimular tan bien en su juventud su antipatía hacia él, bien podía seguir haciéndolo. En seguida el terapista comenzó a hablar, en realidad a monologar, explicándole a detalle cada uno de los aspectos de la terapia que había diseñado para él con base en los estudios que Saga le había hecho llegar. Kanon no estaba prestando atención, estaba muy ocupado intentando recordar el nombre del hermano de Aiolos.

 

Aiolia, se dijo, el nombre del chico era Aiolia. Aunque para esas fechas ya no era ningún chico. Aiolia debía tener en esos momentos la misma edad que Milo, alrededor de veinticuatro años. Había pasado mucha agua bajo el puente desde que el pequeño Aiolia veía al psicólogo. Por principio de cuentas, el pequeño Aiolia había dejado de ser pequeño. Era un hombre alto y fornido que cargaba en esos momentos una suerte de cama de masaje.

— ¿Dónde quieres que la ponga? —dijo de mala gana interrumpiendo el monologo de su hermano mayor desde el umbral de la puerta. Aiolos no perdió la sonrisa, aun cuando sus ojos brillaron de disgusto.

—Donde tú lo creas conveniente —dijo, acentuando aún más la sonrisa. Kanon reconoció en el acto la vieja técnica, Aiolos lo dejaba a su criterio, sabiendo que Aiolia terminaría por hacer lo que él quería que hiciera. Era un poco de psicología barata, pero funcional a juzgar por el gesto seco de Aiolia mientras armaba aquella cosa en el único espacio vacío de la habitación.

 

Mientras el más joven se afanaba en colocar debidamente aquello que a Kanon le pareció un instrumento de tortura, Aiolos se ocupaba de explicarle las bondades del armatoste a Kanon.

—Es lo último en aparatos para rehabilitación con el método Pilates —dijo y Kanon sintió que le estaban vendiendo un seguro o la cura para el cáncer, o cualquier cosa, Aiolos era hábil con las palabras. Según recordaba, siempre lo había sido, conocía a un montón de chicas que darían testimonio de ello —. Estoy seguro que con este aparato y la secuencia de ejercicios que haremos día con día, te repondrás muy pronto.

—Eso espero.

—Ya verás que sí —dijo Aiolos muy seguro de sí mismo. En realidad, todo lo que Kanon quería era que lo dejara sólo. Tenía mucho que leer. De pronto le había dado por darle seguimiento a su proyecto de escribir una novela con base en sus memorias. Había llevado consigo todos los diarios que había escrito durante los últimos quince años de su vida. Al comenzar a leerlos, se había percatado de que no recordaba ni la mitad de lo que ahí había consignado. Pensaba en ello hasta que la insistente mirada de Aiolia lo hizo volver a la realidad. Se habían quedado solos.

— ¿Sucede algo? —dijo con la voz ronca. Aiolia sacudió la cabeza en señal de negación.

—No, es sólo que todo este tiempo creí que el que iba al psicólogo era Saga —Kanon no pudo sino echarse a reír.

 

Aquel comentario hizo que Kanon mantuviera la sonrisa por todo lo alto el resto del día. Aunque no bastó para soportar la semana entera. Quizá la única buena noticia que recibió fue que Aiolia y no Aiolos se encargaría de la terapia la semana siguiente.

 

El primer día fue de tensión absoluta. Era como si Aiolia se resistiera a tocarlo, en esos momentos Kanon imaginó que el joven hubiera querido poseer habilidades telequinéticas para poder manipular su cuerpo sin tener que tocarlo. El asunto de la cadera fracturada nunca le había causado tantos problemas hasta entonces. La tensión llegó a un punto insoportable para el mayor. Comenzaba a disgustarse, y eso no era sencillo en alguien como él.

— ¿Sabes algo? Sí en realidad te desagrada tanto mi contacto, podrías ahorrártelo. No tenemos que hacerlo, al menos no tú, yo sí porque estoy jodido, casi inválido, así que haznos un favor a los dos y llévate tu puto culo de aquí, sí ya esperé tres meses para poder andar, puedo esperar una semana más —dijo Kanon estallando finalmente. Aiolia lo miró con incredulidad. En toda su vida mucha gente le había hablado de esa manera, su propio hermano lo había hecho, pero por alguna razón el que Kanon lo hiciera lo estremeció.

—No era mi intención…

—A mí me pareció que tu intención es mantenerte lo más alejado de mí que te sea posible, ¿cierto? Sólo vete. No quiero líos, de ser posible no le digas esto a nadie, ¿quieres? Lo último que necesito ahora es un sermón de Saga.

—Me pones nervioso. Es todo —dijo Aiolia alzando las manos en señal de paz. Kanon sonrió.

—Pues lo demuestras de una manera poco usual.

—Lo siento, es que… bien, no tenía idea de que Saga y tú eran gemelos.

— ¿Nunca nos viste juntos? —Aiolia negó con la cabeza.

—Ya te lo dije, todos estos años me creí que quién iba al psicólogo era Saga —Kanon se echó a reír y Aiolia se contagió con su risa —. Deja de reírte, que me siento bastante tonto por ello. Nunca le creí a Milo… —añadió con tristeza.

— ¿Lo conoces?

—Sí, éramos amigos.

— ¿Eran? —Aiolia asintió con pesadumbre.

—Aiolos nunca estuvo de acuerdo en que fuéramos amigos, no sé por qué. Cuando me fui a estudiar, perdimos el contacto y ahora sólo nos llamamos de vez en cuando. Después de lo que pasó… no quiere a nadie cerca. Creo que a veces lo entiendo un poco.

— ¿Tú crees que quiso suicidarse?

—Al principio sí lo creí. Él estaba mal. El divorcio lo afectó mucho, ¿sabes? Pero… con el paso del tiempo me he dado cuenta de que no pudo haber hecho eso. Me temo que haberlo creído capaz de llegar al suicidio fue lo que terminó de distanciarnos.

—Él ama la vida por encima de todo, ¿no es verdad?

—Es un sobreviviente —Aiolia sonrió.

 

No hablaron más durante esa sesión, ni durante los siguientes días. Pero intercambiaron miradas de complicidad, después de todo, ambos compartían el hecho de haber tenido que crecer bajo la sombra de un hermano perfecto, con las inevitables comparaciones que ello acarrea.

 

Los días seguían su curso y casi habían pasado dos meses desde que Kanon se instalara en la casa de Saga. No todo había sido malo, y tampoco había sido todo bueno. De repente Kanon comenzaba a sentir en carne propia la verdad sintetizada en el viejo refrán, el muerto y el arrimado a los tres días apestan. La mirada que Pandora le dirigía cada mañana se lo hacía sentir cabalmente. Quizá el disgusto de su cuñada provenía, en mayor o menor grado, del hecho de que durante todo ese tiempo Kanon se había comportado tan bien como Saga había esperado y deseado, hasta se había ganado el cariño de sus sobrinas. Thais amaba las historias que Kanon contaba y Melina había encontrado finalmente alguien a quien sus talentos pictóricos encantaban realmente. Kanon se dejaba peinar por sus sobrinas, las dejaba hacer de él lo que quisieran y las niñas lo disfrutaban sobre manera. Kanon no era como ninguno de los adultos que las rodeaban, Kanon parecía entenderlas y agradarle las minucias de su convivencia diaria. Aquello no agradaba mucho a Pandora, pero tenía feliz a Saga. El mayor de los hermanos creía que quizá eso era lo que su hermano necesitaba para, finalmente, ceder a la presión y contraer matrimonio, con Tethys o con cualquier otra. Quizá sus hijas obrarían la magia que las amenazas no habían conseguido hacer.

 

Por supuesto que en ningún momento tomó en consideración lo que Kanon pudiera querer. Kanon era la desviación en la norma, lo que debía ser corregido, y nadie mejor que él sabía cómo era que debía corregirse tal desviación.

 

Kanon, en tanto, seguía pensando en la mejor manera de mandar al demonio a su hermano y volver a su vida, a su departamento, a sus clases, a los viernes de vino tibio y cigarrillos, y el sexo a la media noche, con Sorrento o con quién fuera. La vida de Saga estaba bien para Saga, pero no para él. Él no era un hombre de familia, era un nómada sin arraigo en ninguna parte, lo tenía asumido desde hacía un buen tiempo y en el fondo, sabía que Saga tampoco era lo que aparentaba. Ninguno de los dos toleraba de buena manera tener sobre sus hombros las expectativas de alguien más. De cualquier forma, nada importaba porque ni siquiera podía andar sólo, necesitaba de las muletas o de un brazo en qué apoyarse. Sus sueños de libertad se esfumaban en cuanto sentía esa maldita debilidad en las piernas cada vez que pasaba demasiado tiempo de pie o sentado. Suerte que los famosos ejercicios de Aiolos estaban dando algunos resultados, de lo contrario ya lo habría mandado al diablo hacía no sabía cuánto tiempo.

 

De pronto, una de esas tardes, intentó caminar por su propio pie a instancias de Aiolos. Lo logró. Y se sintió estúpidamente feliz, porque ese era el primer paso a su libertad. Lo demás fluyó con la misma celeridad del agua de un río. Pese a su incredulidad, Aiolos y sus ejercicios le ayudaron a recuperar el movimiento, quizá no recuperaría la destreza de antaño y le tomaría un tiempo recobrar la figura, pero volvía a andar. No podía sentirse más feliz. Estaba a unos pasos de volver a su feliz existencia de antes.

 

Dos meses después, estaba listo para despedirse de la vida de Saga y continuar con la vida de Kanon. Volvería a su departamento, a sus clases, a los viernes de vino tibio y cigarrillos, con sexo después de la media noche, pero sin Sorrento. Sorrento había desaparecido y en esos momentos ya no le importaba el por qué, ni tampoco donde podía estar. Volvería a casa sin mirar atrás, con un puñado de buenos recuerdos y un costal de buenas razones para no repetir la experiencia, si podía. Estaba decidido a no volver. Antes muerto, y quizá ni así.

 

Pandora, para cubrir las formas, le organizó una fiesta de despedida. Obviamente los invitados eran todos conocidos de ella y Saga, ni asomo de sus viejos amigos, no tenía idea de sí aún vivían en la ciudad. Pero no importaba. Realmente no, porque él tenía pie y medio fuera de todo aquello. Lo demás lo tenía sin cuidado. Que Pandora organizara las fiestas que quisiera, que Saga alabara su trayectoria militar todo lo que quisiera, no importaba que omitiera todas esas cosas terribles de él que lo avergonzaban, como su homosexualidad. Las apariencias lo eran todo para el matrimonio. A él eso le importaba un cuerno. Lo único importante era que al día siguiente Saga lo llevaría al aeropuerto y por la noche estaría de vuelta en su casa, en su cama, con sus libros y su sillón de cuero fino.

 

Por eso no le importó que Saga le anudara una corbata al cuello como si fuera una correa, ni que Pandora lo rociara con colonia fina, o tener que prometer, como si fuera un niño, que se comportaría a la altura de las circunstancias.

 

La fiesta era justo como recordaba eran las fiestas que sus padres solían ofrecer. Ni más ni menos, con rostros conocidos además. Más de uno de los amigos de su padre se acercó a saludarlo y a felicitarlo por su trayectoria militar. A petición del público, narró algunas anécdotas de sus años de servicio. No le sorprendió que la gente a su alrededor supiera de la medalla de honor, o el reconocimiento como profesor que le habían dado unos años atrás. Fiel a la costumbre familiar, Saga se había ocupado de mantener el lustre del apellido Elitys diciendo sólo lo bueno de cada uno de los miembros de la familia y escondiendo bajo el tapete lo que pudiera resultar malo o sospechosamente inusual.

 

Tampoco le extrañó ver en la fiesta a Aiolos y su esposa, Aiolia venía con ellos. El pobre muchacho lucía como si en vez de acudir a una fiesta estuviera a punto de subir al cadalso. No le pareció raro que Aiolia pareciera estar completa y absolutamente perdido, mirando alrededor mientras sostenía en una mano un vaso desechable. Casi sonrió al sentirse identificado con él. Le hizo pensar en esas docenas de fiestas a las que había sido obligado a asistir, ya por sus padres, ya por las circunstancias, aún más cuando la casi perfecta esposa pelirroja de Aiolos se acercó a Aiolia para arreglarle la corbata mientras lo reprendía disimuladamente. Kanon recordó inmediatamente a su madre.

 

Así que Aiolia era el paria de la familia Fovakis…

 

Todas las familias tienen uno, pensó. Aunque si era estricto, tenía que reconocer que en la propia había más de uno. Que se jodiera Saga y sus sueños de perfección, porque él seguiría como siempre. Esa fiesta era lo último que tenía que soportar antes de volver a la vida real, a la vida que le gustaba vivir. A esa vida en la que no tenía que pensar detenidamente antes de decir o hacer algo.

 

Nunca había reflexionado conscientemente sobre su condición de paria. No realmente. Tampoco había pensado mucho en que Aiolia podía ser su homólogo. Aunque debía serlo como para que lo enviaran al psicólogo con no más de siete años y querer hacerse amigo de alguien como Milo. De cualquier forma, a Kanon le pareció hasta cierto punto refrescante que  Aiolia no fuera tan perfecto como Aiolos. Eso reforzaba su creencia de que la perfección de Aiolos y la de su propio hermano era más bien algo artificial. La perfección de esos dos lo hacía sentirse enfermo la mayor parte del tiempo.

 

En ese momento decidió súbitamente que debía rescatar a Aiolia de su cuñada, a él le hubiera gustado que alguien lo rescatara en las fiestas de sus padres. Armado con la mejor de sus sonrisas, esa que usaba para derretir a sus compañeras de escuela, se acercó a Marín. La mujer reaccionó de inmediato a la artimaña. En sus años de adolescencia, Kanon había hecho de todo para esconder su condición homosexual, lo que incluía, por supuesto, enredarse con cuanta chica se cruzara en su camino en esa pequeña ciudad donde vivía. Marín no había sido una de sus conquistas, ni había presenciado su encanto de primera mano, pero conocía la cuasi leyenda de Kanon y, por supuesto, conocía a Saga. Todo el mundo decía que Kanon era mucho más encantador que Saga, y Marín tuvo que reconocer que era completamente cierto.

—Linda, buenas noches —dijo el más joven de los gemelos aproximándose a ella para besarla en la mejilla —. Estás preciosa.

—Gracias, Kanon, buenas noches —respondió ella.

—Tu marido ha hecho maravillas conmigo, como podrás ver —dijo él y le tomó la mano —. Estoy tan agradecido con él —dijo sin perder ni por un segundo la sonrisa, para Marín, Aiolia había pasado a formar parte del mobiliario —. ¿Bailarías conmigo? —Marín asintió pesadamente, abrumada por el encanto y atractivo de ese hombre que no se parecía a ningún otro que conociera.

 

Mientras bailaba con la esposa de Aiolos, Kanon no perdió de vista ni un instante a Aiolia. Lo vio alejarse hasta el rincón más oscuro del salón. Al poco, un hombre de cortos cabellos negros al que no recordaba haber visto antes, se le acercó. Iniciaron alguna clase de charla, aunque a juzgar por la expresión pétrea en el rostro de Aiolia, no era precisamente una charla cordial. La presencia de Aiolos ahuyentó al amigo de Aiolia.

 

La música cesó, pero Marín no lo dejó libre. La mujer lo arrastró hasta donde los hermanos Fovakis se encontraban.

—Querido —dijo Marin mientras se desprendía de Kanon para tomar a su esposo del brazo. La mueca de hastío del hermano mayor desapareció para ser reemplazada por la sonrisa de siempre, esa que tanto detestaba Kanon.

— ¡Kanon! —dijo Aiolos sin dejar de sonreír —. No había tenido oportunidad de saludarte —Kanon le devolvió la sonrisa y, no sin esfuerzo, el efusivo abrazo que Aiolos le propinó.

—Espero que no te moleste, pero me tomé la libertad de pedirle una pieza a tu esposa. Está tan hermosa esta noche que no quise perder la ocasión, no siempre es posible convivir con  una dama tan exquisita como ella —Aiolos sonrió, mucho más relajado gracias a los halagos hechos a su esposa. Kanon siempre sería Kanon.

—Kanon estaba diciéndome lo feliz que se siente y lo agradecido que está contigo—intervino Marín, la sonrisa de Aiolos se amplió.

—Sólo hice mi trabajo —comentó el terapista.

—Un gran trabajo, debo decir —dijo Kanon sonriendo también —. Gracias a ti, y en parte a Aiolia, mi recuperación ha sido total, no tengo secuela alguna. Estoy tan agradecido que no dudaré en recomendarte cada vez que se presente la oportunidad, estoy seguro de que no hay otro como tú en ninguna parte —Kanon tuvo la impresión de que Aiolos se esforzaba por sonreír aún más, pero se cuidó de no mostrar el rechazo que eso le producía.

—Insisto, sólo hice mi trabajo, y en cuanto a Aiolia, bien, él hizo lo mejor que pudo— sentenció mientras palmeaba la espalda de su hermano. Aiolia torció los labios en algo que quiso ser una sonrisa.

 

Al poco, Kanon se vio arrastrado hacía la pista de baile por Tethys. Eso sólo podía significar que ni Saga ni la propia Tethys tenían intención alguna de dejarlo en paz. Se esforzó por ser simpático con ella, a pesar de que verdaderamente lo tenía harto el que ella insistiera en rozarlo con sus pechos a la menor provocación. Ella sólo lo dejó en paz cuando le dijo que le dolían las piernas, era verdad, pero exageró el malestar con tal de que Tethys lo dejara sólo.

 

Estaba molesto, su buen humor parecía estar a punto de desvanecerse gracias a la cadena de acontecimientos, por lo que aprovechó que nadie ponía atención para salir de la fiesta un momento. El aire fresco del exterior lo tranquilizó y lo ayudó a pensar con claridad. Aunque la tranquilidad no le duró mucho. Medio se escondió al escuchar a dos personas discutir.

— ¡Te he dicho mil veces que debes comportarte! —oh, sí, reconoció la enfadada voz de Aiolos en el acto. Aunque jamás se imaginó que el fabuloso Aiolos Fovakis poseyera semejantes registros vocales.

— ¡Sólo charlábamos! —gruñó Aiolia por toda respuesta. Desde su escondite, Kanon podía ver a penas a ambos hermanos.

—Sí, claro, ¿tú crees que me chupo el dedo? ¡Aiolia, todo el mundo sabe cómo es ese tipo! No necesitamos más habladurías, ¿entiendes?

—Sí todo el mundo lo desprecia, no entiendo cómo es que le permitieron asistir a la fiesta —bufó Aiolia —. Shura es sólo mi amigo, nada más.

—No quiero que sea ni siquiera eso, ¿comprendes? No después de todos los desastres que has causado.

—Aiolos…

—Deja de meterte en líos, sólo eso te pido. No eres un niño, deberías comprender lo importante que es mantener nuestro nombre limpio. Deberías haber aprendido la lección después de lo que pasó con el tal Shaka.

—Y tú deberías comprender lo importante que es para mí que me aceptes justo como soy.

—Sabes que no puedo hacer eso. Lo que tú eres… simplemente es inaceptable.

—Deberías volver a la fiesta, antes de que te echen de menos.

—Cierra la boca y serénate antes de entrar, ¿quieres? No necesito que nadie más me hable esta noche acerca de lo raro que eres y de las amistades que tienes —siseó furioso el hermano mayor antes de volver a la fiesta.

 

Lo que había escuchado lo explicaba todo, absolutamente todo. Kanon se sintió incómodo, su primer impulso fue ir allá y partirle la cara a Aiolos como hubiera querido que alguien lo hiciera con Saga cuando éste le hablaba de la misma manera. Pero se contuvo. Aiolia no necesitaba que alguien le partiera la cara a su hermano. Lo que Aiolia necesitaba era a alguien que lo apoyara. El menor de los gemelos salió de su escondite y se aproximó lentamente a Aiolia, aunque no lo suficiente como para darle tiempo a esconder sus lágrimas.

—Aiolia… yo…ya sé que no necesitas que me meta en tus asuntos pero… sí un día te hartas de todo esto, búscame —dijo Kanon y le ofreció su tarjeta. Aiolia no supo que decir, pero recibió la tarjeta. La guardó muy bien en el bolsillo de sus pantalones, decidido a no perderla. Siempre es bueno tener a la vista la salida de emergencia, aún si no tienes idea de a dónde va a llevarte.

 

Al día siguiente, Kanon se despidió de todos. De Saga, Pandora y las niñas, de Aiolos y Marín. Pero no de Aiolia, Aiolia no se presentó a despedirlo. No le dio importancia. Aunque le extrañó no verlo. De cualquier forma, quizá el chico no lo necesitaba para arreglar sus problemas. Quizá el chico no era tan parecido a él como había creído.

 

Cuando el avión finalmente despegó, Kanon se sintió libre. Feliz. Ya podía despojarse de la máscara y ser el de siempre. Atenas lo esperaba, y con ella, su vida de siempre, esa que tanto le gustaba.

Notas finales:

Gracias por leer, nos leemos pronto


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