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El vuelo de la mariposa por OlivierCash

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Notas del capitulo:

Saint Seiya pertenece y ha sido dibujado por Masami Kurumada y el Lost Canvas por Shiori Teshigori.

Si algo aprendió a lo largo del tiempo junto a los lemurianos, era que en esa apartada zona de la montaña, repleta de piedra y falta de arboles, el viento siempre estaba presente. De una forma más o menos suave, pero siempre estaba ahí. Como ese día, que se encargó de mover los largos cabellos de Shion de un lado a otro, para molestia de joven y regocijo propio. Pues el tiempo y el no querer cortarse el pelo, provocó que el rubio poseyera una larga melena.

 

—Tu pelo te ataca —bromeó.

 

Shion se giró para mirarlo, observándolo de reojo, para luego volver a darse la vuelta y observar con tranquilidad los escarpados acantilados cubiertos por una fina capa verde que había bajo sus pies. Otra fuerte volanda de aire llevó sus larguísimos cabellos a su cara, por lo que le tocó apartarlos ya un tanto harto de tener que hacer eso todo el rato.

 

—¿Por qué te sigues dejando el pelo largo con lo que te molesta? —preguntó Manigoldo, nunca comprendió eso.

 

—Porque me gusta —fue la simple respuesta del rubio.

 

Lo observó durante un poco más, manteniendo esa distancia que los separaba. ¿Desde cuándo la distancia entre ellos había aumentado tanto?

 

—Por lo menos te queda bien —comentó, desinteresado—. Aunque a ti cualquier cosa te quedaría bien.

 

Mierda, no podía haber dicho eso en alto, no, no podía ser. Pero lo era y Shion se giró precipitadamente, mirándolo con los ojos abiertos como platos. Ambos estaban sorprendidos por esas palabras.

 

—¿Qué?—preguntó incrédulo Shion.

 

Esa pregunta fue inútil, por mucho que quisieran negarlo, Manigoldo había dicho aquellas palabras. Así que decidió llevar las consecuencias de sus palabras hasta el final.

 

—Que eres guapo —soltó. El rubio parpadeó, como queriendo asumir el piropo que Manigoldo le soltó—. No es para tanto, Yuzuriha también me parece guapa— se defendió, ni siquiera supo de qué se defendía.

 

Podían darle muchas vueltas al asunto, podían continuar mirándose de esa forma esquiva, podían seguir aumentando la distancia entre ellos de una forma artificial. Pero eso no solucionaría nada. Era hora de afrontar la verdad que tanto tiempo llevaban esquivando y era ahora o nunca. Porque si lo dejaban pasar, ninguno daría ese necesario paso.

 

—Shion —llamó Manigoldo, captando la atención del rubio, quien lo miró entre aterrado y expectante—. ¿Qué sientes por mí?

 

Hubiera sido más bonito y más cortés si él mismo hubiera admitido sus sentimientos hacia el rubio. Mas no era fácil, no era fácil admitir ante una persona tan diferente a uno mismo, hacia quien había dirigido tanto odio, no era fácil sentir eso por una persona. Y tenía miedo, miedo porque el rubio no sintiera lo mismo. Sí, era estúpido, él, que tan pocas veces sintió eso, tenía miedo del rechazo.

 

Se encontró de lleno con esos ojos castaños que tanta vida desprendían, que tanta pasión emanaban, esos ojos que cada vez estaban tan cerca suyo. Esos ojos que en menos de un parpadeo estaban frente a él, esos ojos que se cerraron cuando notó el beso. Entonces, se dejó llevar por esos ojos y abrazó fuertemente al rubio, ansiando que nunca que se escapara de entre sus manos. Ni siquiera supo si ese fue o no un buen beso y a decir verdad, poco importó ese nimio detalle. Lo importante fue que el beso lo recibió por parte de Shion.

 

—Te quiero— aseguró el rubio, volviendo a mirarlo fijamente.

 

Él sonrió, sonrió como hacía tantos años que no lo hacía. No fue una de sus sonrisas divertidas, no fue una de sus sonrisas de burla. Fue una sonrisa que emitía felicidad, toda la felicidad que sintió como se apoderó de él fue mostrada en esa sonrisa.

 

—Yo también te quiero —habló por fin. Entonces vio algo en los ojos de Shion, esa culpa que durante tantos años había plantado raíces en el interior de sus ojos y en lo más profundo de su corazón—. No fue tu culpa—dijo, por fin dijo esas palabras—. La culpa fue de esos cabrones que mataron a mi madre por una gilipollez —nunca había sido bueno en las palabras, por ello lo resumió así. Habían pasado muchos años desde que dejó de pensar como esos que antaño fueron de los suyos—. No fue tu culpa y eso no tiene nada que ver con esto, porque te quiero.

 

Y una triste sonrisa creció en los labios de Shion, puede que él lo hubiera perdonado, mas el propio Shion aun no se había podido perdonar a si mismo. Pero, por esa vez, se permitió ser feliz junto a la persona que quería.

 

***

 

No entendía porqué estaba despierto, después de la paliza, después de los golpes, después de la humillación. Cualquiera pensaría que lo que más le apetecería a uno sería quedarse dormido. Pero él no era así, no tenía ganas de dormirse. Quería huir, quería que fueran a rescatarlo.

Nada de eso ocurriría, más le valía observar con atención el cielo, grabar en su mente esas blancas estrellas que vería por última vez. No le apetecía pasar su última noche con vida durmiendo, dejándose soñar con cosas que ya nunca pasarían, no ansiaba engañarse con falsas ilusiones que morirían junto a él a la mañana. Pero era duro el saber que uno va a morir en cuanto aparecieran los primeros rayos de Sol. Muy en su interior, no paró de estar presente cierta esperanza. Que perra era la esperanza, dándole falsa ilusiones, haciéndole creer que tenía alguna oportunidad de no morir. Haciéndole creer que alguien vendría a rescatarlo cuando eso nunca pasaría. En esos momentos llegó a sentir odio por la esperanza que le hacía creer que falsas ilusiones. Las estrellas brillaban y la siguiente noche seguirían ahí, brillando como si nada hubiera pasado. La diferencia radicaba en que él no podría verlas. Ojalá pudiera ver las estrellas al día siguiente, ojalá Shion las viera con él. Shion, pensar en él lo entristecía. En esos momentos habría roto tantas cosas cegado por la rabia. Lo único que ansiaba era que no se torturara con su muerte. Añoraba a Shion, demasiado para su gusto, ese rubio era el único que creaba en él esa sensación de amor, incluso en su acepción más inocente.

 

La puerta se abrió con sigilo, él ni se dio la vuelta. No tenía fuerzas para hacerlo. Escuchó los pasos que se acercaban, esa persona no dijo nada y él no quería hablar con ninguno de esos idiotas. Le importaba una mierda lo qué querría a esas horas de la noche. Lo único de lo que tenía ganas era de ver las estrellas.

 

Entonces, las cuerdas que ataban sus pies fueron cortadas y sus pies liberados. En aquel momento se percató de que esa persona no era de esos hombres y él dirigió su mirada hacía la persona que se encontraba a sus pies. Era Shion, era Shion quien había ido a por él. Quiso llorar por la ilusión que le hizo ver ahí a Shion, sin embargo, no era el momento para ese tipo de cosas.

 

—Shion...—murmuró incrédulo.

 

El rubio le hizo una señal para que se callara y con la navaja que empleó para cortar las cuerdas de los pies, cortó las cuerdas de las manos. La navaja estaba muy afilada, por lo que a Shion no le costó mucho apartar esas ataduras. Ayudó a Manigoldo a incorporarse, y lo examinó asustado por todas las heridas que cubrían su cuerpo. Manigoldo pudo notar también, como un deje de rabia ardió en los ojos de Shion.

 

—¿Qué hacer aquí? —preguntó con un hilo de voz, en verdad se sintió débil y cansado.

 

—¿Tú que crees? —murmuró Shion molesto—. Rescatarte.

 

—Los tuyos no hacen esto.

 

—Y por eso mismo debemos irnos antes de que me arrepienta.

 

El de pelo azul asintió y comenzó a incorporarse con cuidado. Joder, le dolía todo, mas, por otro lado, la compañía y la ayuda de Shion lo animaron para ponerse en pie. Apenas pudo mantenerse erguido, necesitó la ayuda de Shion para conseguir pararse.

 

—¿Cómo has entrado? —preguntó, intentado disimular el dolor—. ¿Cómo vamos a salir?

 

—Tú haz lo que yo te diga —respondió Shion inquieto.

 

Algo le dijo a Manigoldo que Shion no tenía el plan del todo cerrado, asunto que no le hizo ninguna gracia. Pero ninguna. Aun así, decidió confiar en Shion, si había conseguido llegar hasta él, podría lograr sacarlo. Lo primero que hicieron fue agazaparse junto al ventanal que había en la caseta de madera, todo estaba despejado. Luego, se dirigieron hacía la puerta de la cabaña y tras asegurarse de que no había nadie, entonces salieron. Shion cerró la puerta con llave y se la devolvió al guardia que dormía apoyado sobre la pared. Miró preocupado al guardia, pero Shion negó, ese hombre no se despertaría fácilmente.

 

Emprendieron un lento camino de vuelta a lo largo de las distintas chozas de madera, parando cada poco para dejar pasar a la gente que vigilaba las calles. Por los caminos oscuros que atravesaron, se toparon con una larga fila de guardias profundamente dormidos. Manigoldo decidió preguntarle más adelante a Shion cómo lo había hecho. Siempre pensó que el escapar o colarse en esa aldea era algo imposible, pero Shion con poco había logrado entrar y estaba saliendo. Al parecer esos hombres no eran listos como ellos mismos pensaban, algo que sin duda, alegró de sobremanera a Manigoldo.

 

Poco tardaron en llegar hasta el bosque que rodeaba el pueblo, ahí la maleza y los árboles le darían cobijo, facilitando su huida. A decir verdad, no podría asegurar que tardaron poco, pero ese tiempo se le pasó volando. Shion había vuelto a por él, había ido a rescatarlo y eso le resultó tan increíble como magnifico. Sino hubiera por las torturas, por lo que le dolía moverse y por todo lo que había pasado, esa podría haber sido la mejor noche de su vida.

 

Pero esa noche fue de mal a peor y todo por culpa de una casualidad. Una casualidad que quiso que el Jefe de esos asquerosos hombres hubiera bebido mucho, una casualidad que quiso que ese hombre se marchara al bosque cercano a vaciar su vejiga. Y los vio huyendo, cuando debería haber estado lejos, cuando debería haber tenido una guardia que no interviniera con ellos. La casualidad decidió hacerles una jugarreta. Y los disparos empezaron, ellos corrieron, corrieron hasta que los múltiples disparos cesaron, Manigoldo pasó tanto miedo que su dolor desapareció. El silencio y la oscuridad fueron lo único que quedaba. Entonces Manigoldo se calmó, entonces miró a Shion tan contento, feliz por haber logrado escapar, porque aun resultando imposible, lo habían logrando.

 

Shion le sonrió radiante, moviendo un poco la cabeza. Y una mariposa negra salió volando desde su hombro, perdiéndose entre las sombras de la noche. De pronto vio la sangre que cubría el torso de Shion, entonces el rubio ya no pudo mantenerse de pie. Ese fue el momento en el que lo alcanzó entre sus brazos, cayendo ambos sobre la fría e indómita hierba del bosque.

 

Cuando tocaron el suelo, Shion ya estaba muerto. La oscuridad y el silencio lo consumieron todo mientras una mariposa volaba por el cielo nocturno.

 

***

 

Odiaba escalar, escalar no tenía ninguna razón, era algo totalmente inútil, algo que nada le aportaba. A esa conclusión llegó cuando alcanzó su intento número cien en lo que escalar ese árbol raquítico se refería. Le dolía todo el cuerpo, pero como escalar era algo inútil y que no merecía la pena, su orgullo seguía intacto. Por ello se quedó sentado bajo ese árbol que nada de sombra daba. De todas maneras, calor no tenía, era imposible tener tanto calor con el viento que no paraba de soplar.

 

A lo lejos vio como una figura subía entre las pequeñas hierbas, era Sage, no le costó nada diferenciarlo. Ese hombre tenía una atmósfera propia e inconfundible. El anciano Líder lo miró con tranquilidad, quedándose de pie frente a él como una presencia incorpórea.

 

—Veo que ha ganado el árbol —comentó con buen humor, con todo el buen humor que a Manigoldo le faltaba.

 

—No ha ganado —se apresuró a decir Manigoldo—. Sólo es que me he dado cuenta de lo inútil que era intentar escalarlo.

 

—La verdad es que es bastante inútil intentar escalar un árbol cuyas ramas no podrán soportar tu peso.

 

Desvió la mirada un tanto avergonzado, tenía que cambiar de tema lo antes posible, o se pondría más en ridículo si cabe. No, no le importaba lo que los lemurianos pensaran sobre él. Él no les caía bien, lo había notado nada más que estos lo vieron, y él los lemurianos no le agradaban. Al único que soportaba era a Sage y sólo porque le había ofrecido un techo bajo el que cobijarse. Aunque fuera un techo muy compartido con niños insufribles y anciano idiota.

 

—¿En qué piensas?—preguntó Sage, con toda la paciencia del mundo.

 

—Me preguntaba algo sobre lo que ocurrió el día en el que mis padres murieron —contestó.

 

No era una mentira total, la verdad es que había estado dándole bastantes vueltas a ese hecho en concreto. Sin embargo, seguía sin ser capaz de comprenderlo. Miró a Sage, quien se mostró atento a sus palabras. Era agradable hablar con él, siempre te dedicaba el total de sus pensamientos.

 

—Mi madre le hizo prometer al Jefe que no me mataría antes de morir, y él lo cumplió —contó, sin saber muy bien cómo sentirse—. Podría haberme matado sin ningún problema, pero cumplió su palabra.

 

Era extraño, pensar que alguien como ese hombre, que había matado a su padre a sangre fría sin darle tiempo a conocer la razón de su muerte. Era extraño pensar que ese hombre había cumplido una promesa como esa.

 

—Eso es porque tu madre fue inteligente —contestó Sage, eso no fue una novedad, Manigoldo siempre fue consciente de que tan lista llegó a ser su madre. Aunque en los últimos meses, no paraba de dudarlo—. Tu madre hizo hacer una promesa a ese hombre, un tipo particular de promesa que no se puede romper. Le hizo dar su palabra y Manigoldo, no te puedes imaginar que tan poderosa puede resultar esa palabra. Puesto que si ese hombre hubiera incumplido su promesa, una parte de él habría desaparecida. Y la verdad, un buen objetivo para nuestra vida es mantenernos enteros y no ir perdiendo pedazos por incumplir promesas. Aun así, cada uno decide en qué da o deja de dar su palabra.

 

—En ese caso, ¿por qué ese hombre decidió dar su palabra?—preguntó Manigoldo sin comprenderlo—. No tiene ningún sentido, ¡no tenía ningún motivo para hacerlo!

 

—A eso Manigoldo, no sabría responderte.

 

***

 

Su cabeza daba vueltas, el costado le dolía como los mil demonios e incluso así, poco le importaba eso. Lo único que deseaba era ver aparecer por la puerta de esa cochambrosa choza, que se encontraba perdida en mitad del bosque, al mayor idiota de la creación. Y ese idiota no tardó en llegar, goteando, lo miró preocupado y se dio cuenta de que lo que goteaba era agua. Sus pasos empapaban la podrida madera del suelo.

 

—¿Te has limpiado la sangre antes de venir? —preguntó, sin dirigirle la mirada.

 

¿Cuándo se había vuelto tan doloroso mirarle?

 

—Si… —admitió con cierta vergüenza.

 

No dijo nada, ninguno de los dos dijo nada. El de cabellos azules se sentó en ese asqueroso taburete que se encontraba junto a la cama donde estaba él. Esa choca era pequeña, sólo tenía ese cuarto y los únicos muebles que pudieron salvar fueron la cama y la banqueta. El colchón tuvieron que tirarlo, por lo que Manigoldo apañó un colchón para él con la hierba del bosque y unas telas que encontró. No era gran cosa, pero mejor eso que dormir sobre el suelo y más en su condición.

 

—Dime lo qué has hecho —pidió, mientras apretaba los puños, agarrando la tela que envolvía la hierba del colchón—. Y no me vengas con que no quiero saberlo, porque te aseguro que sí que quiero.

 

—Los he matado, a todos. —admitió el de pelo azul, con una fría voz—. He erradicado a los míos.

 

El rubio miró asustado al de pelo azul, pero cuando pudo ver esa consternación en sus ojos, esa incredulidad y arrepentimiento que lo gobernaron, se sintió más tranquilo. En todo momento temió encontrarse con la nada más absoluta, con la falta de emociones, pero no, Manigoldo sentía y esos momentos no estaba bien, en esos momentos ninguno de los dos estaba bien.

 

—¿Por qué? —preguntó Shion, con un pequeño temblor en la voz.

 

—Porque él me lo pidió —respondió Manigoldo frustrado.

 

—No, que porqué hiciste lo otro —era incapaz de decirlo en alto, de recordarlo.

 

—Te quiero, por eso lo hice —contestó Manigoldo, ni siquiera él parecía saber que sentir al respecto—. No podía perderte.

 

Se incorporó con cierta dificultad para acercarse poco a poco al de pelo azul, quien a intuir las intenciones de Shion, se levantó para quedar sentado sobre la cama. A Shion le resultó mucho más sencillo abrazarlo de esa manera, Manigoldo era tan cálido y en esos momentos, él estaba tan frío.

 

—Sigo enfadado.

 

—Lo sé.

 

—No sé cuándo podré perdonarte, no sé si podré perdonarte del todo—y se sentía mal por ello, porque el otro fue capaz de hacerlo, aunque le costó, pudo perdonarlo.

 

A lo mejor en ese momento el concederle el perdón al otro le resultaba algo imposible e inalcanzable. Mas, puede que conforme pasara el tiempo, acabara siendo capaz de llegar a perdonarlo. Pero, ¿estaba dispuesto a perdonar a alguien que había decidido volverse un asesino aunque la razón hubiera sido él?

 

—Te quiero —murmuró el rubio.

 

—Yo también te quiero.

 

—Pero en estos momentos, te molería a palos.

 

Se recostó sobre el pecho de Manigoldo, su cuerpo le pesaba y se sentía extraño, algo le advertía que esa sensación le duraría para siempre y eso era incomodo. Miró a Manigoldo de reojo, al principio sintió miedo, pero este se había esfumado, lo que en verdad sentía era incertidumbre.

 

—¿Y ahora qué?

 

—No lo sé —admitió Manigoldo.

 

Tanteó en busca de la mano se Manigoldo, quien se quedó quieto, estaba tan superado por la situación. Acarició la marca de la mariposa, esa maldita marca que tantos problemas les había dado y que tantos problemas les daría.

 

—No me van a dejar volver —se lamentó Manigoldo—. Sage me odiará en cuando lo vea.

 

—Sage nunca podrá odiarte, se pillará un cabreo temible, pero no te odiará —siguió acariciándole la marca a modo de consuelo.

 

—No quiero decepcionarlo.

 

Eso le sonó mejor a Shion y fue algo que comprendió. Manigoldo no quería que Sage se enterara jamás de ese pacto, de lo que Manigoldo había hecho, de lo que Manigoldo tendría que hacer. Y Shion lo comprendía y respetaba.

 

—Entonces no podrás volver hasta que saldes tu deuda —se lamentó Shion.

 

Todos esos años, se estuvo lamentando por el papel que le tocaría dentro de la aldea y en ese momento, por fin se dio cuenta de que lo que sentía era miedo a fracasar y a decepcionar a los viejos. Era un estúpido, con tantos años para comprenderlo, debía darse cuenta en el peor momento. Quería continuar con Manigoldo, lo amaba de verdad, como nunca había amado a nadie. Y aun así, no podía renunciar a su vida, se sintió dividido, tan dividido que su dolor de cabeza aumentó.

 

—No podremos volver a vernos hasta entonces —Shion miró incrédulo a Manigoldo, sin comprender qué quería decir—. Yo he sido el que se ha metido en este tremendo berenjenal y yo seré el que salga de él.

 

—No pienso dejarte solo.

 

Temía que podría pasarle como lo dejara solo. Temía lo que podría pasarle como lo dejara solo con su nuevo trabajo. Temía que se perdiera a si mismo y no podía quedarse de brazos cruzados mientras eso pasaba.

 

—Los lemurianos no pueden prescindir de ti, eres su futuro Líder —le recordó Manigoldo y eso le dolió.

 

—¿No quieres que este a tu lado?

 

—Si, pero ya he sido muy egoísta contigo como para volver a serlo.

 

Se apretó más a su cuerpo, buscando aumentar la cercanía entre ellos. Es increíble como todos los planes de uno, como toda la pacífica vida que uno se ha imaginado puede irse al traste en unos pocos días. Ya no tendrían esa apacible vida junto a los viejos, a Yuzuriha y a Tokusa, ya no tendrían tantas cosas. Todo se había ido al garete de una manera que jamás habría podido prevenir. A veces la vida te da ese tipo de sorpresas que ya podría ahorrarse. Pero ya se habían lamentado lo suficiente, era hora de dejar de mirar con melancolía el camino recorrido y mirar con decisión al camino que quedaba por recorrer.

 

—Siempre que me necesites, ya sabes donde encontrarme —cedió Shion, por mucho que quisiera a Manigoldo, no podía permitirse el lujo de dar la espalda a los suyos, de sencillamente desaparecer—. Estaré esperando el día de tu regreso.

 

—Esperaré el día en el que pueda volver y cumpliremos todo lo que no ha podido ser, te lo prometo.

 

Puede que con todo lo ocurrido, fuera insano e incluso estúpido el creer en una promesa tan simple como esa. Había tantísimos factores que podrían impedírselo, que serían imposibles de normal. Y sin embargo, en su todavía juventud, con el pequeño resquicio de esperanza que albergaban, se permitieron creer en esa promesa.

 

—Prometeme que pase lo que pasa, nunca renunciaras a ti mismo —suplicó Shion, aterrado porque no fuera así.

 

—Te lo prometo.

 

Se besaron, sabiendo que sería la última vez que se besarían en mucho, mucho tiempo. A ninguno de los dos les gustaban las despedidas y el tener que despedirse de esa manera les fastidió. Pero uno tenía un deber que cumplir con los suyos y otro una deuda que saldar.

 

Puestos a elegir, el separarse era un mal menor en comparación con lo que podría haberles pasado.

 

***

 

Su humor llevaba unos días muy irascible, tanto que Yuzuriha y Tokusa no paraban de perseguirlo preguntándole qué le ocurría. A lo que él sencillamente los acababa mandando un poco a la mierda. Entonces Yuzuriha se enfadaba, acabando pasando un poco de él, y Tokusa insistía, mucho. Lo que no resultaba bueno para su propio mal humor.

 

Tras haber tenido a Tokusa persiguiéndolo durante más de una hora, logró por fin despistarlo, colándose por una especie de laberinto natural formado por grandes y puntiagudas rocas. Incluso así, le costó perder del todo a Tokusa, puesto que el fuerte viento que soplaba traía el sonido de su voz. Una vez que dejó de oír a Tokusa, comenzó a caminar con calma entre las rocas, disfrutando del viento que poblaba el lugar, llenándolo de sonidos. Sólo se escuchaba el viento a esas alturas, sólo había piedra y viento, apenas crecían unos pocos matorrales a esas alturas. De pequeños, él y Tokusa comentaban que la montaña era como un gran y robusto señor que con el paso de los años había quedado calvo. Si bien desde su nacimiento conocieron el nombre de la montaña, para ellos le pegaba mejor el nombre de “El monte calvo”.

 

Sonrió, cuando volviera tendría que pedirle perdón a Tokusa por lo borde que había estado y por haber huido de él. También tendría que disculparse con Yuzuriha por enfadarla. De todas formas, pronto conocerían la noticia y ya no habría vuelta atrás. Esos pocos días que tan largos se le estaban resultado no era más que una cuenta regresiva hasta el gran día en el que definitivamente, su vida cambiaría por completo.

 

No quería que ese día llegara, ni ahora ni nunca.

 

Caminó por el monte bajo el brillante Sol cuyo calor quedaba camuflado por el frío viento. Se sorprendió al ver una figura entre ese laberinto de piedra. Sentado sobre una alta piedra no muy puntiaguda, halló a Manigoldo, quien parecía estar ensimismado apreciando el paisaje.

 

—¿Cómo te has subido ahí? —preguntó el niño con curiosidad.

 

—Con paciencia —respondió el mayor, sin quitar la vista del paisaje.

 

—Debiste usar la paciencia de un año —aseguró—, con lo mal que se te da escalar…

 

—Se me da mal escalar árboles —matizó el de ojos morados—, las piedras no me resultan tan complicadas.

 

Shion sonrió un poco ante ese hecho tan paradójico que en su vida habría podido sospechar. Era extraño, pero en esas últimas semanas estaban aprendiendo más cosas el uno de el otro, de lo que habían aprendido en todos los años que llevaban juntos.

 

Se sentó sobre el pedregoso suelo, apoyando su espalda sobre la piedra y mirando hacía la misma dirección en la que miraba Manigoldo. Eso si, sus paisajes eran totalmente distintos.

 

—¿Qué ves desde ahí? —preguntó Manigoldo.

 

—Piedras —contestó, remarcando que era algo muy obvio—. ¿Y tú?

 

—Piedras, un poco de verde y mucho cielo.

 

Miró hacía arriba, observando el cielo azul carente de nubes, algo que teniendo en cuenta el fuerte viento que soplaba, le resultaba normal.

 

—¿Qué te pasa estos días?— preguntó el mayor, sacándolo de sus pensamientos.

 

Miró hacia el cielo, sabía perfectamente lo que le ocurría y qué era aquello que tanto lo molestaba. Pero de ahí a querer hablarlo con alguien, había una gran diferencia.

 

—¿Desde cuándo te importa lo que me pase?

 

Como se imaginó, Manigoldo no dijo nada al respecto, fue decepcionante. La gracia de Manigoldo residía precisamente en que era alguien imprevisible, que siempre salía por alguna respuesta o acción que nunca se le habría ocurrido barajar. Cuando no cumplía con esa función resultaba aburrido.

 

—No me respondas con preguntas —habló—. Puede que tenga tiempo, pero no tengo ganas de contemplarte como todo el mundo lo hace, así que dime qué te pasa o mándame a la mierda, pero no me vengas con evasivas —soltó, tan tranquilo que casi daba miedo—. Porque si buscas que te lo acabe sonsacándotelo, significa que quieres hablar de eso y como ya te he dicho, no tengo ganas de tener que darle vueltas a algo que vas a acabar contándome. Así que hazme un favor y ve al grano.

 

Apartó su mirada del amplio cielo para fijarse en Manigoldo, quien seguía observando el horizonte en la misma posición en la que lo había encontrado cuando llegó. No se había movido ni un ápice, estaba tan tranquilo, algo muy extraño en él. Parecía tan pensativo, tan sumido en sus asuntos internos. Pero no quiso preguntar nada, en esos momentos no estaba como para escuchar las mierdas de otros. Además, sabía que si Manigoldo tuviera que contarle aquello que le molestaba, se lo contaría antes a una piedra que a él.

 

—Sage me dijo hace unos días que seré el próximo Líder de los lemurianos —soltó, era la primera vez que ponía aquel hecho en palabras.

 

Tantos días dándole vueltas y ni siquiera se dignó a hablarlo con su abuelo, pese a que este estaba enterado del asunto.

 

Manigoldo lo miró por primera vez desde que había llegado y por primera vez en años, Shion fue capaz de sostenerle la mirada. Al parecer la conversación que tuvieron hace unos días, pocas horas después de que Sage le diera la noticia; resultó ser mucho más efectiva de lo esperado a la hora de acercarlos.

 

—Supongo que si el viejo te ha elegido como su sucesor, será por algo —dijo Manigoldo, visiblemente inseguro respecto a lo que decir sobre el tema—. Aunque no parece que te haga especial ilusión.

 

—¿Tú me ves como el Líder de los lemurianos?

 

—Ahora sólo veo un niñito mimado al que le han dado un responsabilidad que no quiere—dijo Manigoldo con total sinceridad y sin una pizca de burla o risa—. Será asunto tuyo ver en qué te conviertes de aquí a unos años.

 

No pudo sostenerle más la mirada, así que volvió a dirigirla hacía el cielo en el que una blanca nube pasaba veloz empujada por el viento. Jamás podría imaginarse como Líder, desde que Sage le reveló su destino, sintió que el poder elegir sobre su futuro sería un lujo que ya no podría permitirse. Es verdad que nunca pensó sobre lo que haría, pero el saber que podría hacer lo que quisiera, era algo que le calmaba e ilusionaba. De ese momento en adelante, toda su vida iría dirigida por volverse en el Líder de los suyos.

 

—Deberías mirarme más.

 

Miró de nuevo a Manigoldo, esa vez de refilón. Había estado tan sumergido en sus lamentaciones que ni se fijó en que el mayor continuó mirándolo. Observó interrogante a Manigoldo, sin comprender qué quería decir con eso.

 

—Tus ojos son marrones y comunes a más no poder —respondió—. Y sin embargo, son los ojos más comúnmente bonitos que he visto.

 

***

 

Sus manos estaban manchadas de una sangre que no era la suya. Sus manos estaban manchadas por una sangre que ojalá fuera la suya. Sus manos estaban manchadas por la sangre de un muerto que no podía estar muerto. Pero lo estaba. Colocó su mano manchada de sangre sobre esa mejilla que debería ser cálida, pero no era cálida, ya no, su calor se estaba perdiendo al igual que su vida se había perdido.

 

¿Cuánto tiempo llevaba ahí? ¿Cuánto tiempo llevaba en mitad de ese frondoso bosque abrazando a ese cadáver? ¿Cuándo se había secado sus lágrimas? ¿Por qué no lo habían perseguido? Daba igual, porque lo único que importaba era que Shion estaba muerto. Lo único que importaba era que había vuelto por él y había muerto por volver.

 

Lo único que importaba es que nunca volvería a estar con él, nunca.

 

Sus bonitos ojos estaban cerrados, ya no se abrirían de nuevo, nunca más lo harían. Nunca más volverían a hacer tantas cosas. Lo miró, no podía dejar de mirarlo. Debía llevarlo con los lemurianos, ahí lo llorarían y lo enterrarían. Ahí lamentarían la perdida de un joven que prometía para ser un gran Líder. Pero ya nunca sabrían que tan buen Líder podría haber sido. Porque lo habían asesinado, porque había ido a salvarlo y había muerto. Porque el tiempo no iba hacía atrás y no podía enmendar su error. Porque recibió una bala en el costado que acabó con todo en segundos.

 

Ansiaba que esos ojos volvieran a abrirse. Nunca vería más esos ojos de color del otoño.

 

Ansiaba que le mirada con su amable cara. Nunca volvería a verlo sonreír.

 

Ansiaba que se enfadara, que le gritara, que le insultara. Ansiaba tanto lo bueno como lo malo de él, porque ansiaba que estuviera vivo. Porque no quería que el tiempo lo volviera en la sombra de lo que fue, como poco a poco le había ocurrido con sus padres. Con los años, sus caras resultaban más y más difusas. Por no hablar de sus voces, las cuales olvidó hace tiempo, por mucho que intentara recordarlas le resultaba imposible. No quería que la voz de Shion desapareciera de sus recuerdos, le daba igual recordarlo sonriendo o gritándole, con tal de por recordar su voz. No quería olvidar el joven rostro de Shion y preguntarse cómo sería dentro de unos años. Quería que estuviera vivo.

 

Haría cualquier cosa porque estuviera vivo.

 

Cualquier cosa.

 

De verdad, cualquier cosa.

 

Entonces el cuerpo inmóvil de Shion se desvaneció de entre sus brazos, provocando que casi se le saliera el corazón por la boca. A lo mejor era un sueño, a lo mejor todo lo ocurrido era un sueño y cuando se despertara, Shion estaría durmiendo tranquilamente a su lado. O él estaría en una asquerosa choza esperando su muerte. Ojalá, por lo menos así Shion seguiría vivo.

 

Como pasó con sus padres, no era un sueño. Eso si, nada de lo que pasó, tuvo algo que ver con lo ocurrido antaño con sus padres. Ante él, un hombre de cabellos negros sostenía entre sus brazos el inerte cuerpo de Shion. Entre sus brazos, Shion pareció ser tan ligero, como si una pequeña brizna de aire pudiera llevárselo volando. Ese extraño hombre no se manchó por la sangre húmeda que teñía las ropas del rubio.

 

—¿Quién eres? —preguntó carente de emoción, ya ni desconfiar podía.

 

El hombre le resultó ser familiar, tenía la certeza de haberlo visto antes. Sin embargo, al mismo tiempo, no le sonaba, nunca había visto esa imponente figura de pelo negro, piel blanca como la de un cadáver y ojos vacíos como un pozo sin fondo.

 

—Tánatos —respondió el hombre con una potente voz procedente de todas partes.

 

—Nos conocimos el día de la muerte de mis padres, ¿verdad?

 

Tánatos asintió lentamente. Había escuchado muchas leyendas sobre ese ser, tenía delante suyo al ser que tanto los que una vez fueron los suyos, como los lemurianos empleaban para asustar a los niños y mandarlos pronto a la cama. Ante él estaba la muerte misma, aquella mariposa oscura que se posaba sobre los cadáveres para llevarse su alma. Aquella oscura mariposa que se llevó a sus padres ante su impotente mirada y que se llevaría a Shion sin que pudiera hacer nada para evitarlo.

 

—¿Es cierto lo que has dicho? —preguntó Tánatos y Manigoldo no supo a qué se refería, llevaba horas sin decir nada coherente, sólo se estuvo lamentado—. ¿Es cierto que harías cualquier cosa por qué volviera a la vida?

 

—Sí.

 

Era un error y era totalmente consciente de ello, todos sabían lo que pedía Tánatos por la vida de alguien, era una de las historias más extendidas en esa montaña. Pero era un error que quería asumir, era un error con el que quería vivir porque era un error que le traería de vuelta a Shion.

 

Tánatos de alguna manera lo sabía, a lo mejor le leyó la mente, o puede que viera en el interior de su alma. A decir verdad, esos detalles le importaban una mierda, lo único que quería de verdad era que Shion estuviera vivo y ese ser delante suyo era el único que podía hacerlo posible. El precio que tuviera que pagar a cambio no le importaba en lo más mínimo.

 

—¿Sabes que si lo revivo tendrás que pagar un precio?

 

—Sí y es un precio que estoy dispuesto pagar.

 

—¿Eres consciente de que ese precio te volverá en un asesino, en un exterminador?

 

—Sí y estoy dispuesto a exterminar a cuantos ordenes con tal de que lo revivas.

 

—¿Eres consciente de que cuando lo reviva, se despertará tan enfadado que es posible que este un poco violento?

 

—Revívelo y dejate de mierdas—exigió.

 

Y Tánatos asintió complacido, gustoso de encontrar a alguien que fuera al grano y no se andará con florituras. Le agradó ese hombre que ansiaba desesperado la vuelta de su persona amada aun sabiendo todo lo que implicaba ese contrato. Aun sabiendo que sería un apestado, que lo temerían y que debería hacer todo lo que él le ordenara.

 

—Por cierto —habló de pronto Manigoldo—. Antes de que hagas nada, prometeme que no me harás matar nadie que me importe.

 

Manigoldo había oído muchas historias sobre ese ser y por eso mismo, no quería arriesgarse a que le jugara alguna de sus malas pasadas. Que por la cara de decepción que puso, supuso que llevaba esa idea.

 

—Odio cuando los humanos le dais tantas vueltas a esas cosas —se lamentó—. Mas tienes mi palabra que no matarás ni dañarás a nadie que te importe.

 

Esas escuetas palabras aliviaron a Manigoldo. Resultaba increíble lo mucho que estaba cambiando su vida en un periodo de tiempo tan corto. Shion había muerto en poco tiempo. Y pronto volvería a estar vivo. Ansiaba que volviera a abrir sus ojos como siempre, ansiaba que esa oscura mariposa reapareciera con su alma. Entonces se dio cuenta de que no había transcurrido mucho tiempo desde que vio a Tánatos en su otra forma. Y sintió odio hacía él.

 

—¡Tú lo mataste!—exclamó, levantándose de golpe, ni siquiera podía recordar cuando había caído de rodillas sobre la hierba, habría sido cuando cargaba el cadáver de Shion—. No debería haber muerto tan pronto por una bala.

 

—Sí, lo maté —admitió Tánatos sin el más mínimo atisbo de culpa—. Pero permiteme que te diga, que el matarlo poco después de recibir el disparo ha sido por piedad —comentó—. La bala lo habría matado, lo único que he hecho ha sido ahorrarle las horas de sufrimiento —la ira de Manigoldo se aplacó un poco ante esa revelación—. Tu querido amor estaba destinado a morir por salvarte, lo único que he hecho ha sido ahorrarnos tiempo, tanto en su muerte, como en nuestra conversación —sonrió— y en su resurrección.

 

Su mundo se paró en seco cuando le fue relevado que Shion murió por salvarlo. Durante esas horas tuvo la certeza de que Shion murió por culpa de una bala perdida, por algo inevitable, no porque se interpuso entre él y la bala para salvarlo.

 

—Revívelo —por mucho que su tono sonó como una exigencia, resultó más una desesperada súplica.

 

Dolía vivir mientras Shion estaba muerto, pero dolía todavía más tener la certeza de que Shion había muerto por su culpa. Porque él era el que empezó una tonta discusión con Shion, porque fue él el que se marchó enfadado a dar una vuelta, cayendo en una tonta trampa de unos hombres necios. Porque fue por él por lo que Shion se acercó hasta esa aldea y porque fue a él a quien Shion, aun con todo, protegió a costa de su propia vida.

Ya no más, nunca más volvería a permitir que una persona diera su vida por él. No merecía tanto la pena como para que Shion hubiera muerto por él y por ello, aun sabiendo las consecuencias, haría lo que tenía que hacer y lo devolvería a la vida. Nadie volvería a morir por él, nadie.

 

El hombre de oscuros cabellos sonrió, evaporándose y convirtiéndose en la oscura mariposa que tanto temían los niños y adultos. Mientras, Shion se quedó flotando, inmóvil en el aire, eso si, volviéndose poco a poco más solido, más presente. La mariposa voló suavemente y con una elegancia impropia de una mariposa común hasta Manigoldo, a quien atravesó, como si fuera simple humo. A Manigoldo le dio igual, ni se percató de la marca con forma de mariposa oscura que comenzó a aparecer en su mano. Lo único que importaba era Shion, a quien tomó entre sus brazos.

 

Como Tánatos predijo, Shion no vio con buenos ojos eso de que Manigoldo decidiera devolverlo a la vida pagando tan alto costo. Y quien dice que se lo tomo mal, dice que le propinó a Manigoldo una fuerte patada en sus partes nobles. Si antaño le hubieran avisado a Manigoldo que algún día, una patada en los huevos le lograría sacar una sonrisa de satisfacción, no se lo habría creía. Sin embargo, así fue.

 

***

 

Ese debería haber sido un día más, un día como otro cualquiera en el que recorrería el territorio que tenía asignado para no encontrar a nadie. Un día común en el que tras su ronda volvería a su casa y besaría a su marido, para luego buscar a su hijo y decirle que había vuelto. Entonces todos cenarían en familia, contándose lo que hicieron durante el día. A lo que ella contaría que había sido una guardia aburrida, como todos los días.

 

Sin embargo, ahí estaba ella, sobre una piedra en mitad de un rio, apuntando con su escopeta a dos niños rubios que la miraban sin comprender qué era lo que estaba ocurriendo. Cuando estaba haciendo su guardia, una mariposa oscura pasó a su lado y ella sencillamente la observó porque le pareció bonita. Entonces los vio y tuvo la inútil esperanza de que fueran dos simple niños rubios que se habían alejado de la aldea, algo que en cuanto vio sus puntitos en sus frentes tuvo que desechar. Eran lemurianos, dos simples niños que habían estado intentando pescar peces con un cubo en mitad de un rio. Eran lemurianos y tenía que matarlos. Los miró, estaban aterrados, la niña apenas se podía mover y el niño se puso lentamente delante de ella sin poder disimular el miedo que lo inundaba.

 

Si de por si no le causaba ninguna ilusión acabar con la vida de alguien, por muy lemuriano que fuera, el tener que acabar con dos niños asustados le provocaba menos ganas todavía. Sólo eran niños que ningún mal podría hacerle y si los mataba, alguien los lloraría. Y dudaba que esas personas le tuvieran como una heroína o alguien a quien seguir, la verían como la asesina que mató a sangre fría a dos niños que ningún mal le causaron.

 

Entonces aparató el dedo del gatillo y bajó la escopeta. No quería matarlos, no le causaría ningún placer hacerlo, no le causaría nada bueno para si misma hacerlo. Los suyos aseguraban que los lemurianos eran una horrible plaga que estaba matando a la montaña, si eso era cierto o no, lo desconocía. Sus padres nunca fueron unos fanáticos y ella no quería serlo. Muchos dirían que esos inofensivos niños crecerían y se volverían sus enemigos, pero ella pensaba que se ganaría más enemigos acabando con esos niños. O que si se dedicaba a matar a quienes esos niños querían, obviamente no le tendrían demasiada estima.

 

—Marcharos —ordenó y los niños salieron corriendo.

 

El niño se paró un momento, dándose la vuelta para mirarla con sus grandes ojos marrones.

 

—Gracias.

 

Los dos se marcharon en el más absoluto de los silencios. Miró a su alrededor, para asegurarse de que nadie presenció lo ocurrido. No vio al hombre que se ocultaba entre los matorrales, ese que llevaba meses siguiéndola por orden de cierto Jefe, quien esperaba ansioso un error por su parte. Sin duda, ese día se pondría de muy buen humor al enterarse de lo ocurrido.

 

Pero en ese momento, ella no sabía todo lo que provocaría su acción. Lo único que sintió fue una extraña satisfacción consigo misma, por haber elegido por si misma si hacer o no hacer algo. Decidió por si misma no iniciar una cadena de odio dirigida hacía ella por parte de aquellas personas que querían a esos niños.

 

Fue extraño, pero se sintió feliz por ello, era agradable pensar por si misma.


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