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Designio por Leana

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Notas del fanfic:

Este fic también fue escrito hace mucho también. Como todos los que he publicado xD

Está inspirado en un fanart donde la chica los dibujó al estilo de los Mongoles. Amé su dibujo y me inspiré en este fic. Por ello la “cultura” que aquí se desarrolla es una mezcla de las creencias de Vikingos, Mongoles y algunas otras. Es una mezcla y adaptación propia, así que no se guíen por la historia real o hechos verídicos ya que todo esto ha sido adaptado a mi historia –y mi inspiración y comodidad- Sólo gózenlo :vv

Este fic no ha sido beteado, así que me disculpo por los errores. 

Notas del capitulo:

Este fic no ha sido beteado, así que me disculpo por los errores. 

Designio

 

I

 

 

El viento lleva el olor del bosque hasta su nariz. La mañana es fría pero la extensa caminata ya lo hizo entrar en calor. Sus dedos acarician la tierra bajo sus pies, deslizándose sobre la huella fresca de lo que parece ser un cervatillo.

Alza la vista con lentitud, en completo silencio, para luego girarse y ver a Sasha escabullirse entre los matorrales como un felino al acecho. Cuando sus ojos se encuentran, Jean asiente para dar la señal de avance y, entre sus movimientos silenciosos, encuentran al animal bebiendo de una poza de agua fresca a unos metros delante.

Sasha toma una flecha con sigilo, acomodándola en el arco y tirando de la tensa cuerda mientras apunta. La flecha sale disparada y el animal cae herido contra la tierra. La sangre la moja mientras Jean se acerca con su cuchillo para dar el golpe final.

—Hoy comeremos ciervo, ¡soy tan feliz! —comenta Sasha ayudándolo a envolver el cuerpo del animal.

Jean medio sonríe, hace días están comiendo solamente verduras y algunos frutos secos, ya que la carne seca que guardaron para el invierno se acabó. Pero por fin el frío ha terminado y pueden salir a cazar con el renacimiento de los animales en primavera.

Caminan por un sendero hacia un claro que hay en el bosque, es su punto de encuentro. Pronto se les unen Eren y Marco, seguidos de Ymir que, junto a Bertholdt, cargan a otro cervatillo.

—Parece que hoy tuvimos suerte —dice Sasha con los ojos brillantes y la saliva cayendo por su mentón.

—No es suerte, es Armin y su poder de predicción —rebate Eren con una sonrisa de claro orgullo por su mejor amigo. Aunque todos allí saben que son algo más. Hasta su voz lo delata, destilando tanto cariño.

—Como sea —interrumpe Jean acomodándose el cuchillo dentro del cinturón—, todos sabemos que la habilidad de Marco es mucho más impresionante.

—¡No es cierto!

Y allí comienza otra pelea por parte de Eren y Jean, que jamás se aburren de discutir y aprovechan cada oportunidad, aunque no tenga que ver con ellos, para poder escupirse palabras hirientes mientras sus puños amenazan con golpearse el uno al otro.

Marco suelta un suspiro cansado y se acerca a ellos para separarlos.

—Ya basta, chicos, tenemos que regresar pronto a la aldea, deben estar hambrientos.

En ese momento aparece Mikasa junto a Annie, con dos animales a cuestas. Ellas realmente son impresionantes, ya sea en la caza, en la lucha o incluso en los cultivos. Aunque Mikasa es pésima cocinando y Jean se estremece al recordar la ocasión en la que la dejaron a cargo del almuerzo y todos terminaron con dolor de estómago, además de que vomitaron hasta las tripas, al parecer la chica tiene cierto afán por sazonar demasiado las cosas.

Vuelven a la aldea, donde las tiendas se alzan imponentes, construidas con madera como soporte y pieles para cubrirlas, protegiéndolos del frío. Ordenadas alrededor de un camino principal, demostrando el progreso de aquella tribu.

Los residentes los reciben con gritos y abrazos. Todos en la comunidad  son muy unidos y la armonía entre ellos es lo que ha ayudado a que sobrevivan tantos años.

Armin sale de su tienda y al ver a Eren sonríe de forma especial, luego abraza a Mikasa y la felicita por su abundante cacería.

Jean se dirige al angosto río que corre a un costado de las tiendas, para lavarse las manos. La sangre tiñe el agua que pronto se dispersa y mezcla, volviendo a donde pertenece.

Mientras tanto las mujeres mayores se disponen a desollar a los animales, Jean se dirige a la tienda de Conny para revisar sus avances.

—¡Jean! —Saluda el chico cuando lo ve entrar—. ¿Qué tal te ha funcionado el cuchillo?

—Bastante bien, me asombra que alguien tan torpe e idiota como tú sea tan talentoso creando armas.

—¡Oye! Eso no es nada amable —dice Conny con el ceño fruncido, para luego darle un golpe en el hombro.

—El problema es que corta mi ropa cada vez que quiero ponerlo dentro del cinturón —le explica Jean mostrándole los múltiples tajos que hay sobre su traje de cuero, que cubre su torso con una piel oscura, sin mangas, ya que debe ser liviano, además de tener muchas correas que aprietan la pieza de ropa a su cuerpo para que sea más cómodo al cazar.

Conny observa la prenda, se lleva una mano al mentón y sigue inspeccionando el cuchillo. Desliza el dedo sobre la parte plana de la hoja para luego enderezarse y caminar hasta su mesa, donde saca filo a las piedras para crear todo tipo de objetos cortantes.

—Veré que puedo hacer, pero primero comeré, no puedo pensar con el estómago vacío.

—Por eso te llevas tan bien con Sasha —suelta Jean con el afán de molestar a su amigo de cabeza rapada, deleitando su lado sádico con el sonrojo y los tartamudeos por parte de éste cada vez que le nombran a la chica.

Cuando salen de la tienda se van directamente al centro de la aldea, donde todos ayudan con la cocción de la carne y los preparativos de la misma para ser conservada. Jean, a pesar de ser el líder de la aldea, ayuda en esas tareas como uno más del grupo. Aunque  su puesto de cabecilla es provisorio, solo hasta que su padre vuelva de la guerra.

Sus primos Vikingos están avanzando con fuerza, a pesar de que son una civilización muy avanzada y de principios bastantes marcados, sus métodos de guerra son realmente sanguinarios, pero efectivos.

Saquean, matan y destruyen todo a su paso. Por ello, Erwin, su padre, ha ido con ellos con la excusa de ayudar a su primo, el gobernante de los Vikingos; pero realmente planea apaciguar su sed de sangre, ese afán que los terminará por destruir. Ese desenlace es más que obvio al meterse con otras civilizaciones de forma tan violenta.

Una vez que terminaron de envolver los trozos de carne en hojas y sal gruesa, para su conservación, el almuerzo pronto está listo y todos se dirigen al final de la villa, donde una larga mesa se despliega para que todos puedan ir a comer ahí si lo desean.

Sasha es la primera en sentarse sobre un cojín de piel que tienen como asiento, con un enorme trozo de carne en su plato y nadie se acerca, solo Mikasa se atreve a sentarse a su lado, escuchando los gruñidos casi animales de la chica.

El calor del Sol comienza a templar el clima que por tantos días estuvo frío, pero el techo fabricado con madera y paja los protege para comer y compartir tranquilos. Les dan las gracias a la tierra por darles de sus frutos y comienzan a comer.

Pronto aparece Marco, con sus ojos de color café refulgiendo contra la luz de sol tornándose de color miel. Jean se maravilla con la vista, para luego recibir una sonrisa en respuesta. El chico se sonroja y desvía la mirada hacia su plato mientras Marco se sienta a su lado derecho, demostrando que él es de su absoluta confianza.

Desde que eran niños han estado juntos, aunque Marco no pertenece a esa casta. Erwin lo trajo de uno de sus viajes, cuando en el camino se encontró con la aldea del chico devastada por los Mongoles.

Su padre le contó a Jean que Marco estaba allí de pie, en medio de todo el fuego y las ruinas de lo que era su pueblo, llorando desconsolado. Se acercó y lo primero que el pecoso le preguntó fue por su madre. Erwin no supo qué contestar, solo le sonrío de manera amable y se lo llevó hasta su propia aldea.

Jean nunca había visto a alguien con manchas en su rostro, miles de puntitos más oscuros que su piel adornando sus pómulos. Su padre le dijo que se llamaban pecas y que era una característica muy rara, lo que terminó por encantar al chico de cabellos cenizas.

Con sus ocho años de edad, se volvieron inseparables, pero no fueron criados como hermanos, ya que una mujer imposibilitada de tener bebés, adoptó a Marco. Pero sí se volvieron los mejores amigos.

Marco era muy tímido y retraído, pero cuando comenzó a tomar confianza se volvió muy bueno en los juegos en los que participaba. Ya fueran a esconderse, correr tras una pelota de cuero y demás. El problema era cuando él y Armin hacían equipo, era obvio que su victoria estaba más que asegurada debido a sus dones.

Con el tiempo las cosas no cambiaron mucho, aunque los juegos se volvieron un poco más peligrosos, porque ya era un entrenamiento. Ahora cada uno era un hombre que domina sus talentos a la perfección.

 

 

Con la tarde tiñendo de naranja las tierras junto al lago, Jean busca con la mirada a Marco. Cuando lo encuentra, está sentado de cuclillas con muchas niñas jugando con su cabello corto, dejando solo un mechón al costado de su nuca, tan largo que le llega un poco más abajo del hombro, el cual ata con distintos adornos.

En ese momento son aquellas chicas las que trenzan ese mechón de cabello mientras él escucha algunas cosas y ríe de vez en cuando. Enganchan un trozo de cuero en el proceso, apretando el mechón para, finalmente, atar un colgante que consiste en una pluma de colores con mostacillas de madera enganchadas a la mitad de ésta.

Jean siempre se ha preguntado cómo se puede verse tan hermoso haciendo esas cosas, pero no pierde su aire masculino.

Se gira con un sonrisa para toparse de lleno con Eren, que le sonríe con burla.

—De verdad que eres un baboso, ¿eh? —Dice viendo a Jean fruncir el ceño—. No sé cómo Marco puede tener tan mal gusto. —Pero antes de que Jean pueda rebatirlo, Eren lo interrumpe—: Armin te está esperando, aprovecha que Hanji salió a buscar hierbas, no quiero que lo metas en problemas.

Jean suelta un bufido, él tampoco tiene intenciones de poner a Armin en aprietos, así que se gira con rapidez, no sin antes darle un puñetazo a Eren en el costado para sacarle el aire. Satisfecho, sigue su camino hasta la tienda del rubio.

El olor a hierbas aromáticas golpea contra su nariz en cuanto descubre la cortina de cuero para poder pasar. El lugar está lleno de plantas de distintos tipos, algunos amuletos extraños y atrapa sueños hechos a mano.

Armin le sonríe mientras se sienta frente a la fogata que hay dentro de la carpa, con la fuga de humo por un agujero que hay sobre la tienda.

—¿Qué es lo que sucede, Jean? —Pregunta Armin, como todas las veces en que Jean se escabulle a su tienda para saber qué le depara el futuro. Sólo el líder, Erwin, es el que posee ese privilegio, pero ante su ausencia, el chico aprovecha para enterarse de su destino.

Armin es uno de los mejores clarividentes de los que hay registros en su aldea, su don heredado de su abuelo se complementa con su enorme inteligencia. Su alta capacidad para leer la Palabra de los Muertos. Una lectura que consiste en lanzar trozos de huesos de los antiguos videntes, sus antepasados, para poder ver las señales que ellos le traen.

El chico es incluso más especial, a veces tiene sueños muy vívidos de acontecimientos futuros, los cuales escribe con tinta de árbol sobre rocas planas.  

Es un don increíble y hasta ahora los ha ayudado mucho, como la vez que pudieron prevenir el ataque de los Mongoles a su aldea. Por eso Armin es altamente vigilado y se ha asignado a Eren como su guardián después de la muerte de su abuelo, el único familiar vivo que le quedaba.

El chico saca los trozos de huesos, altamente pulidos y limpiados, desde su caja forrada de piel. Lo sostiene entre sus manos y mira a Jean, esperando su respuesta.

—Nada en específico, ya sabes, mi futuro en general.

Una risita suave se escucha por la estancia, haciendo que el chico de cabellos castaños cenizas frunza el ceño cruzando los brazos sobre su pecho.

—¿Qué es lo que te causa tanta gracia?

—Nada, Jean —contesta Armin con voz suave y contenida, tratando de calmarlo. Pero el chico solo se siente más intrigado y lo mira con insistencia, hasta que el rubio no lo soporta más—. De acuerdo, de acuerdo. Recordé que la única cosa específica que me has preguntado en todos estos años fue…

—Ya está, ya lo recordé, dejémoslo así.

Armin asiente con otra sonrisa adornando sus finos labios.

Los recuerdos llegan hasta su mente, hace dos años, Jean llegó hasta su tienda para preguntar, por primera vez, algo diferente, algo en específico, y eso fue: “¿Yo… yo le podría gustar a Marco?” El problema es que Armin no puede saber lo que piensa o siente la gente, su don solo se familiariza con acontecimientos, acciones, nada más. Pudo haber corregido a Jean y decirle que preguntara si alguna vez estaría con él. Pero decidió guardar silencio, algo dentro de él le dijo que no forzara las cosas y simplemente le dijo que no podía saberlo.

Mueve ambas manos, con los trozos de huesos entre éstas. Cierra los ojos, recitando las palabras para llamar a los espíritus de sus antepasados, los que guían su destino y velan por la supervivencia de su aldea.

Las abre y los huesos repiquetean sobre la dura superficie de piedra a un lado de la fogata. Sus ojos azules se pierden sobre las figuras, demostrando su concentración. Jean siempre se ha preguntado cómo es que se puede “leer” algo allí, no ve concordancia alguna entre las piezas.

Después de un rato de profundo silencio, Armin alza la vista y lo analiza un rato a él.

Jean quiere preguntar, pero hace bastante aprendió que Armin es un experto y que no debe interrumpirlo luego de lanzar los huesos, no hasta que él mismo hable.

—Dice: “tu camino está escrito, tu puesto está decidido y debes realizar tu tarea. Pero… si decides tomar lo que es tuyo, la pérdida será inminente”

Armin vuelve su vista a los huesos, parece leerlo una y otra vez, para luego tomarlos y guardarlos ante la atenta mirada de Jean.

—¿Y eso qué significa? —Pregunta Jean sin entender nada de sus palabras.

—No lo sé con exactitud, es la primera vez que te sale algo tan contradictorio y… oscuro—contesta Armin con la intriga latente en su mirada—. Puede referirse a tu rol como líder, todos sabemos que tienes el talento innato de tu padre, así que es más que obvio que serás el que esté a cargo de la aldea de manera definitiva. Lo que no entiendo —prosigue el chico levantándose para guardar la caja—, es a qué se refiere con “tomar lo que es tuyo”.

Jean compone una mueca, siente que su cerebro va a fundirse y lo que más le preocupa es que sea Armin quién no comprenda ese mensaje, siempre lo hace y se lo explica, lo interpreta, pero esta vez perece muy contrariado con sus pensamientos.

Cuando el blondo se gira, dos colgantes cuelgan entre su dedos, con una piedra de color rojo y tintes amarillos partida por la mitad para ser dividida entre ambos collares.

—Toma, es para protección —explica Armin entregándole ambos amuletos—. Dale uno a Marco, sabemos que lo que te afecta, también puede afectarlo a él.

Jean asiente, inquieto, quizás no fue tan buena idea satisfacer su caprichosa curiosidad.

—Gracias, Armin.

—No hay problema. Si me doy cuenta de algo más, te avisaré.

El chico se levanta para salir de la tienda con sigilo, guardándose un amuleto en la bolsa que cuelga de su cinturón, para luego colocarse el otro y esconderlo bajo su ropa.

 

 

Al terminar con las tareas diarias, la aldea se prepara para ir a dormir. Algunos se sientan alrededor del fuego para calentarse mientras cuentan historias de sus dioses, experiencias y guerras antiguas.

Jean se despide de sus amigos, todos le sonríen alzando la mano para dar las buenas noches. Caminando a su tienda, su mano se posa en el hombro de Marco, que asiente sin decir nada mientras Jean reanuda su andar.

Dentro de su carpa, se quita el abrigo de piel para dejarlo sobre el banquillo que descansa en una esquina mientras se masajea el cuello sintiendo la tensión de sus músculos. De pronto, siente ruidos en la parte trasera de la carpa y de una esquina aparece Marco quitando un trozo de tela para entrar de manera furtiva.

Jean sonríe al verlo, sus ojos se encuentran y la chispa se enciende con fuerza. El calor recorre su cuerpo cuando Marco lo mira de manera intensa, comenzando a desatar la correa  de su cintura, para luego quitar la larga piel que lo cubre, terminando en punta hasta un poco más arriba de la rodilla.

Su piel queda al descubierto y Jean no soporta seguir quieto a pesar de que verlo desvestirse le resulta de lo más erótico.

Con la impaciencia que lo caracteriza, el chico de cabellos castaños ceniza lo toma por la cintura y lo golpea contra su cuerpo, mordisqueando los labios de Marco, que solo se aferra a su hombros deleitándose con su inquietud.

—Seis malditos días —suelta Jean tironeando del pantalón del azabache para poder desatar las cuerdas que lo sujetan a sus caderas—. No hallaba la hora en que terminaras ese maldito ritual.

Hace seis días que Marco tuvo que estar desde el atardecer dentro de su carpa para conectar con los antiguos espíritus. Horas de meditación junto a Armin para fortalecer su don. No podía salir de su tienda hasta el día siguiente.

—Ah —suspira Marco, sintiendo esa caliente boca deslizarse por su pecho—. Te extrañé tanto…

Se gana un mordisco por respuesta, aunque Marco parece muy tímido, en realidad es bastante directo en eso de expresar sus sentimientos, no así Jean, que aunque todo lo vomita, le cuesta mucho decir aquellas palabras, según él, “atacantes”.

Una risita reverbera por los labios de Jean, proveniente del azabache, que se aleja lo justo para desenganchar las correar de su traje de piel y quitársela entre jadeos fuertes. Jean lo arroja contra la cama de paja, recubierta con pieles extremadamente suaves. Los ojos de Marco siguen en los suyos mientras se relame los labios.

Jean desata el nudo de la cuerda de cuero que sujeta sus botas extremadamente peludas, las quita y sigue con su pantalón. El azabache jadea ante su desnudez, sintiendo el frío del ambiente contrastar con su piel caliente. Ansía ser tocado por él.

Jean se muerde los labios mientras acaricia esos muslos suaves, subiendo la mano hasta sus oblicuos salpicados de pecas. Las besa, realmente le encantan todos y cada uno de esos puntitos sobre su piel.

No pierde tiempo tomando el miembro a medio despertar de su amante y comienza a masajearlo con suavidad, besando el interior de sus muslos, dejando marcas con cada chupón que genera sus labios.

Pronto los suspiros inundan aquella tienda, que con el bullicio de los que ríen afuera no se notan, además Jean posee el privilegio de dormir bastante alejado de los demás. Así que no se contiene.

—Oh, Marco, ya estás duro —suelta Jean con su boca cerca de aquel duro falo, terminando por llevárselo a la boca e impidiendo cualquier respuesta por parte del contrario.

Marco se arquea sintiendo la humedad en su pene, como esa caliente cavidad lo apresa con fuerza. Sus dedos se resbalan por la suave piel que cubre la cama mientras se retuerce con cada succión de Jean.

Su rostro sube y baja con maestría, apretando su longitud, rozando los dientes de vez en cuando. El chico alza sus dorados ojos hacia Marco, que se arquea ante el placer y esos jadeos contenidos le encantan. La lengua de Jean se desliza bajo la ingle, jugando con la punta de vez en cuando.

—Mn. —Marco se muerde los labios con fuerza, abriendo las piernas de manera instintiva para facilitar aquella felación.

Jean se siente ansioso, no sabe con exactitud qué es exactamente eso que tiene Marco que lo vuelve loco, lo hace delirar y desearlo a cada segundo y en todo aspecto.

—Me… ¡me corro! —Exclama el pecoso sintiendo sus piernas temblar—. ¡Jean!

El espeso líquido sale entre jadeos de Marco y Jean alza la vista para ver el cuerpo húmedo del moreno, bañado en sudor, su boca hinchada, con su pecho subiendo y bajando a causa de su respiración desbocada, y todo en la escena le parece muy sensual.

Abre la boca y deja caer el líquido viscoso sobre sus dedos, guiándolos hacia la entrada de Marco.

—Ahora te sentirás mucho mejor. —La voz de Jean, con ese tinte ronco, lo hace estremecer.  

Marco se alza apoyándose sobre sus codos, sintiendo la pluma que cuelga de su cabello rozar su mejilla.

Dos dedos de Jean, largos y esbeltos, comienzan a juguetear en aquel lugar. Siempre es incómodo al principio, pero con el tiempo se va sintiendo muy bien. Cuando el azabache logra relajarse, le facilita la tarea a Jean, que introduce un tercer dedo, moviéndolos dentro y fuera, para luego hurgar en su interior.

—¡Ah! —Gime Marco dejándose caer sobre la cama con un estremecimiento que lo hace retorcerse.

Jean conoce su cuerpo de memoria, su tacto es tan familiar como su aroma, y siempre se siente bien, increíble.

Sigue moviendo sus dedos para dilatarlo, quitando el tercero y haciendo tijeras, al tiempo que la otra mano lo masturba con delicadeza, tratando de aumentar el placer, pero no lo suficiente como para hacer que se corra.

El aroma de Marco lo aturde, a hombre y bosque, con ese toque a cuero propio de las vestimentas.

Desde que lo conoció que todo de él le ha fascinado, esas pecas, ese tono de piel su manera de sonreír y hablar. Todo.

Sintiendo su propio placer tensando su miembro, Jean desliza hacia abajo su pantalón de cuero, liberándolo al fin. Alza las piernas de Marco para apoyarlas sobre sus hombros, se inclina y lo penetra de una sola vez. El calor lo apresa, tan intenso que debe detenerse un momento para respirar.

—Maldita sea, Jean, muévete ya —pide Marco con voz jadeante, mas autoritaria de lo que el castaño ceniza hubiese escuchado alguna vez.

Obedeciendo a sus órdenes con una media sonrisa, se inclina aún más, logrando que las rodillas de Marco choquen contra su propio pecho mientras unen sus labios en un beso profundo.

Comienza a moverse, echando sus caderas hacia atrás y luego hacia delante con fuerza, sacando su pene de manera lenta para luego entrar con rapidez.

Los gemidos del azabache mueren contra su boca, la saliva escurre por su mentón y pronto Jean no puede contener los propios.

—Carajo —jadea Jean al sentir aquella estrechez caliente aprisionarlo con insistencia.

Marco tiembla apretando los dedos de sus pies, aferrándose a los brazos de su amante para arañarlos con fuerza, sintiendo la sangre calentar la punta de sus dedos.

Jean disminuye la velocidad, dejándolo dentro y así se inclina sobre su cuerpo, liberando las piernas del azabache. Besa su clavícula, mordiendo sobre el hueso con aire coqueto.

El tacto suave de esa boca deslizándose sobre su piel morena lo hace recordar todo lo que han pasado juntos. Jean siempre ha sido arisco, demasiado directo y algo burlón, por eso ha tenido roces constantes con la mayoría de su entorno. Pero por alguna razón con Marco nunca ha sido así, siempre ha sido atento, a su manera, pero se preocupa por él. El pecoso no se dio cuenta cuando ya lo buscaba instintivamente, como si fueran uno, un complemento del otro.

Con el deseo avivado, Marco empuja a Jean dejándolo acostado sobre la suave piel. Gatea sobre él hasta sentarse a horcajadas, haciendo que sus húmedos miembros se rocen.

—Parece que la abstinencia también surte efecto en ti —suelta Jean con una sonrisa socarrona, deleitándose con el vaivén de esas caderas sobre él.

—Y a ti te hace decir más estupideces de lo normal. —Jean abre la boca para protestar, pero es cuando Marco captura su mentón con la mano, instándolo a abrir la boca para luego meter su lengua, frotándose con la contraria de manera insinuante.

Jean alza las manos para apoderarse de su rostro, pero Marco se aleja al instante, mirándolo desde arriba con aire de superioridad, para luego tomar ese duro miembro y acomodarlo debajo se sí. Se deja caer con fuerza, soltando un quejido que pronto es reemplazado por un jadeo dulce cuando espolea justo en su punto.

Siente el cuero frío del pantalón de Jean contra sus muslos, cuando se alza y se deja caer. Jean ni siquiera se quitó la prenda y saber que eran las ansias por él, lo excitan aún más.

Como también ver esa piel marcada por cicatrices de entrenamiento, de sus múltiples cacerías y se siente el relieve contra sus palmas.

Con cada movimiento Jean frunce el ceño abriendo la boca para jadear. Le encanta esa parte de Marco, cuando es dominante en el sexo y solo le queda dejarse llevar por él, por su cuerpo.

El sonido hueco que produce su piel al chocar contra la propia lo excita, inundando sus oídos.

No pasa mucho hasta que Jean pierde el control, se sienta apresando el trasero de Marco para ayudarlo con el vaivén de sus caderas. Su boca se pega en su pecho, donde más pecas adornan su piel.

Siente su propio temblor característico del orgasmo y por los gemidos que suelta el azabache, sabe que también le queda poco, aún aferrado a sus caderas lo deja llevar su ritmo hasta alcanzar el clímax. Sintiendo como se estremece, él mismo acaba entre un fuerte abrazo por parte de Marco.

Ambos tiemblan entre los últimos coletazos del orgasmo, sintiéndose y saboreándose. Jean alza las manos acariciando sus costados, besando la piel pecosa de sus hombros, inspirando con fuerza.

Cuando se acomodan sobre la cama, Jean toma una pipa que le trajo su padre de uno de sus viajes, regalo de sus primos Vikingos, conseguida en una de sus tantas expediciones de conquista; y la enciende aspirando el humo que se detiene en su garganta, para luego liberarlo.

Marco, aún desnudo sobre la cama y acostado boca abajo, lo observa. Con ese cabello que es más claro arriba y oscuro a los lados, donde también es más corto; está desordenado. Su rostro relajado parece fresco mientras se apoya sobre las almohadas de piel, alzando la rodilla para apoyar la mano que sostiene la pipa.

Se ve tan sexy que Marco sonríe alzando el rostro para verlo mejor.

—Oye —lo llama el pecoso ganándose la atención de Jean—. ¿Qué es eso? —Pregunta el chico refiriéndose al colgante de su cuello, el cual con toda la acción del momento no había notado antes.

—Ah. Me lo dio Armin para protección, espera…

Jean se levanta con rapidez y encuentra el cinturón entre la ropa tirada, sacando la otra mitad del colgante que le entregó el rubio vidente esa mañana. Cuando vuelve a la cama se lo entrega a Marco, que lo mira con curiosidad.

—Ése es para ti.

—¿Eso quiere decir que de nuevo te escabulliste a la tienda de Armin? —Pregunta Marco frunciendo el ceño—. Si te descubren lo meterás en problemas, Jean.

—Lo sé, lo sé. —Bufa Jean, realmente no es esa su intención, solo tiene curiosidad—. Aunque me preocupa que esta vez lo que predijo no fue claro, incluso para él. —Al ver la mirada de intriga de Marco, le da una calada a la pipa para soltar el humo—. “Tu camino está escrito, tu puesto es inminente y debes realizar tu tarea. Pero… si decides tomar lo que es tuyo, ten cuidado de perderlo por lo mismo”. Eso decía, y ni puta idea de qué significa.

Jean frunce el ceño sintiendo de nuevo la frustración, quizás no debió haber ido, así no estaría tan preocupado por algo que quizás sea innecesario.

Le da la última calada a la pipa antes de que el tabaco se consuma por completo.

Marco se coloca el colgante mientras Jean se sienta en el borde de la cama para quitarse las botas y el pantalón.

El azabache se acerca acariciando su ancha espalda, producto del entrenamiento al que ha sido sometido desde pequeño. Las puntas de sus dedos se deslizan sobre los músculos que se mueven cuando Jean voltea el rostro, justo cuando el moreno deposita un beso sobre su omóplato.

—¿Vamos por el segundo round? —Pregunta Jean con una sonrisa coqueta, al tiempo que el chico deposita otro beso sobre su piel.

—Nada de eso, campeón, mañana tenemos cosas por hacer.

Jean suelta una risita divertida para luego girarse hacia Marco, que lo mira alzando una ceja.

—Hablando de mañana… —comienza a hablar Jean—, ¿será mejor ir de pesca o comenzar a cultivar?

Marco sonríe al oír sus palabras y sus ojos pronto se tornan dorados, brillantes, una luz sobrenatural y mágica.

El chico de cabellos ceniza lo mira fijamente, cada vez que el pecoso hace uso de su poder, sus ojos cambian de color, haciéndolo ver casi como un dios. Entonces viene ese leve trance, hasta que el moreno pestañea volviendo en sí.

—Pesca. Mañana es el día perfecto para pescar —contesta el chico al fin.

El don de Marco consiste en predecir las opciones acertadas, dependiendo de la pregunta, él siempre tendrá la respuesta correcta, como un oráculo. Por ello Marco es el consejero personal de Jean, que siempre le consulta todo.

Cuándo comenzar la cosecha, si ganará la pelea, si la otra persona está mintiendo. Porque esa es la condición, debe ser una pregunta cerrada.

El abuelo de Armin dijo que posee ese don al ser descendiente de Frigg, diosa del cielo, por ello su tribu fue marcada con aquellas pecas, y vidente.

La desventaja de ese don es que solo puede ser usado por una persona, el primero en descubrir su habilidad, y ese fue Jean.

Él y Marco estaban jugando en el centro del bosque y debían robar la cola de zorro perteneciente al equipo de Eren. Habían encontrado la cola, el problema es que estaba todo tan silencioso que Jean tuvo un mal presentimiento, así que antes de salir de su escondite, se giró hacia Marco y le preguntó si era buena idea salir en ese instante. Una pregunta ingenua, pero fue el que gatilló aquel poder.

Esa fue la primera vez que el don del moreno se manifestó, sus ojos cambiaron, brillando en un dorado increíble, y le respondió que debía esperar. Para cuando Marco volvió en sí, Jean le dijo lo que había pasado y volvieron a la aldea un poco asustados.

Desde entonces el abuelo de Armin lo ayudó a entrenar y mejorar ese poder. Fue ahí que terminaron descubriendo que solo podía ser usado por Jean, su “descubridor”.

Varias villas han oído el rumor de ese extraño poder de “consejo”, pero saber que solo puede ser usado por una sola persona es lo que los ha mantenido a raya. Aunque varias veces intentaron llevárselo cuando era más pequeño, al igual que a Armin.

—Gracias, Marco —susurra Jean con una sonrisa.

El moreno se acomoda sobre la cama al tiempo que Jean se acuesta a su lado cubriéndolos con una frazada de gruesa lana tejida. Le da un beso en la frente a lo que el pecoso sonríe alzando el rostro para frotar su nariz con la contraria.

Con un abrazo ambos se entregan al sueño, sin saber preocuparse por nada más.

 

 

Con el calor matutino que ya se apodera del ambiente, el grupo de jóvenes sale de entre los árboles para acercarse al río de poca profundidad, armados con largas lanzas con puntas de piedra. Pero el agua sigue siendo fría por el reciente deshielo y la tenue salida del sol, así que no se quitan las botas de grueso cuero, deteniéndose en la orilla.

—Como siempre, yo sacaré más peces —dice Eren mirando a Jean con una sonrisa socarrona, para luego meterse al agua, apretando los dientes para evitar el castañeo.

—Cuida que eso no se te enfríe —le comenta Jean con una sonrisa, apuntando su entrepierna con el mentón—. Ya es lo bastante pequeño como para que ahora se te caiga.

Eren le levanta el dedo de en medio, para seguir caminando contra la corriente, parándose de lado para evitar que ésta lo haga perder el equilibrio.

El agua cristalina corre por el lugar, aún no hay osos alrededor, quizás sea porque la aldea está cerca. La última vez que vieron a uno, Sasha lo cazó junto a Mikasa. La piel fue repartida para ambas, que terminaron haciéndose botas y abrigos.

Pronto se les unen Connie, Marco y Thomas, que caminando por el agua no tienen miedo de ocultar el castañeo de sus dientes.

—¡Maldita sea! Esto sí que está frio —se queja Thomas frunciendo el ceño y haciendo un puchero, para recibir carcajadas en respuesta.

Con el sol iluminando desde el horizonte, los chicos aprovechan que el reflejo aún no es alto, para poder ver las sombras de los hambrientos peces al nadar. Las lanzas rasgan el agua al ser lanzadas, atrapando a los peces que se sacuden al ser sacados. Pronto llenan una bolsa completa.

Salen del agua cerca del medio día, el sol en lo alto calienta tanto que el calor pronto hace a los chicos sudar, a pesar de que sus pies estuvieron bastante tiempo sumergidos.

Sentados sobre enormes rocas, comienzan a desollar los peces, abriendo y quitando las tripas, para lazárselas a las aves. Llenan varias bolsas de piel con lo suficiente para alimentar a la aldea ese día.

Jean alza la mirada, Marco termina de amarrar la bolsa con el rostro salpicado con gotitas de agua que brillan a la luz, sus ojos se ven aún más cafés, más líquidos.  Pronto, esos mismos ojos se topan con los suyos, adornados de una leve expresión de asombro.

—¿Qué? —Pregunta Marco con una sonrisa y los pómulos comenzando a enrojecer.

Pero el chico de cabellos ceniza solo sacude la cabeza, desviando la mirada igual de avergonzado al ser atrapado mirándolo embelesado.

Caminando por la orilla del río, se topan con una posa un poco más profunda, donde la corriente se ve interrumpida por rocas, haciéndola más suave. Las piedras de miles de colores se pueden ver desde el fondo.

Eren se detiene, soltando la bolsa que carga y subiéndose a una roca mientras se desata el cinturón de cuero, abriendo su chaqueta de piel y dejándola caer sobre la dura superficie.

—Hey, ¿qué crees que haces?

—Vamos, Thomas, no seas aguafiestas —dice Eren quitándose las botas, seguido de su pantalón de cuero—. Todo porque aguanto más tiempo bajo el agua que ustedes.

—Eso es porque no has competido contra mí.

Ahí está.

Marco mira a Jean, notando esa mirada reluciente al sentir el desafío corriendo por su cuerpo. Un suspiro de cansancio se escapa de sus labios, esos dos realmente no tienen remedio, ¿cuántas competencias tienen que hacer para poder detenerse? Todos creen que ya hasta buscan excusas.

La ropa de Jean también es olvidada al pie de la roca mientras se acerca a Eren con el aura desafiante que parece hacer corte entre sus cuerpos.

—Nosotros nos adelantaremos —dice Marco alzando la mano para despedirse y tomar la mochila de Jean, mientras Connie toma la de Eren.

Pero los chicos los ignoran, alzando las manos para darse impulso con las piernas y caer en un piquero limpio dentro de la cristalina agua, que si bien no está tan fría como en la mañana, los hace tiritar de todos modos.

Jean sale a la superficie agitando su cabello al respirar, pero no ve a Eren, hasta que siente el tirón de su tobillo desde la profundidades. Con una sonrisa, el castaño sale a la superficie moviendo los brazos para mantenerse a flote.

—¿Estás listo? —Dice Eren tomando aire para sumergirse al mismo tiempo que lo hace Jean, viendo quién es el que más aguanta la respiración bajo el agua.

Todos se preguntan a veces si Jean realmente será un líder maduro.

Después de alrededor de ocho intentos, dos desempates y tres sin contar; los chicos deciden que ya es hora de volver, pero más que nada por el mareo que los obliga, su sentimiento de competencia no los abandonaría si no fuera algo inevitable.  

Cuando sus pies tocan la orilla, sintiendo las piedrecillas en sus plantas, los ojos verdes del castaño no encuentran sus prendas, solo dos pares de botas perfectamente ordenadas a un lado de la roca de donde saltaron.

Jean se detiene a su lado, jadeando por el juego de respiración. Quiere decir algo, pero al seguir la mirada de Eren se da cuenta de lo que sucede.

—¡Con un demonio! —Exclama Jean llevándose la mano a la frente.

 

 

Cerca de las cuatro de la tarde, el sol ya se aproxima al poniente y el aroma a pescado frito inunda el aire arrastrándolo alrededor de la aldea.

El trote de caballos se oye alrededor, llamando la atención de los residentes, que se giran para ver a Erwin en la entrada, seguido de Levi, su compañero de batallas. Los demás hombres se le acercan desde atrás, viendo a sus respectivas familias ir a recibirlos.

Erwin desmonta viendo a Petra, una de las mujeres a cargo del cuidado de los niños y su esposa, acercarse a él. Un beso en los labios y un abrazo fuerte, demostrando el amor y las ansias por volver a verse.

Cuando Hanji se acerca para abrazar a Levi, este no le responde, solo deja que la mujer, más alta que él, lo envuelva entre sus brazos con fuerza, sintiendo su aroma, el aroma del hogar.

—Y dime Levi —dice la mujer alejándose unos centímetros—. ¿Qué me trajiste esta vez?

—Mujer, ¡¿acaso crees que vamos de paseo?!

Ella lo mira ante la expresión incrédula de su esposo.

—Pero de todos modos me traes cosas, ¿no?

Levi rueda los ojos, no sabiendo si estar feliz por volver a verla o queriendo volver al campo de batalla.

El brazo de Erwin cae en su hombro y un resoplido sale de los labios del más bajo, que lee en su expresión “sonríe, ella te ama y sé que estás feliz de volver a verla” con ello, Levi se remueve quitando el brazo de aquel lugar. Está más enojado.

—¿Y mi hijo?

—Por allá —señala Connie con una sonrisa de la más pura burla, apuntando con el pulgar hacia el lugar donde Jean y Eren intentan escabullirse para que nadie los vea.

El rubio posa sus ojos celestes en su hijo que viste solo las botas de piel y camina desnudo por la parte de atrás de las tiendas.

—Pero qué recibimiento, hijo mío —exclama Erwin largándose a reír, mientras ambos chicos se ponen rojos hasta las orejas, llevándose las manos a su partes más nobles.

Las risas resuenan por el lugar y Petra, sacudiendo la cabeza pero riendo igual, les lleva un par de mantas para que se cubran.

—Jean —habla la mujer con voz suave—. Siempre decides hacer locuras cuando tu padre llega, ya es una cábala.

—Lo siento, Petra —se disculpa el chico entre dientes.

Se cubre con la manta para irse a la tienda y vestirse. Al llegar ve la ropa que llevaba puesta es mañana estirada sobre la cama. Bufa.

Se quita las botas para ponerse el pantalón y luego dobla la manta para devolvérsela a Petra. Con esa amabilidad que despide, es obvio que su padre cayera ante sus encantos. Una mujer muy capaz, talentosa y de corazón bondadoso.

Unos meses antes de que Marco llegara a la aldea, la madre de Jean había muerto de una enfermedad extraña, la misma que mató a los padres de Armin. A seis años de eso, el chico estaba muy feliz de que el solitario de su padre pudiera volver a enamorarse. Porque no le gustaba verlo así, esa mirada nostálgica cuando lo veía a los ojos, los mismos de su madre.

Aún lo hace, pero ahora parece ser con menos dolor.

Al salir de la tienda se acerca a su padre, que conversa con el abuelo de Armin cerca de la fogata principal.

—Me alegra ver que has hecho un excelente trabajo, Jean —lo felicita Erwin pasando su brazo por sus hombros con la mirada cargada de orgullo—. No esperaba menos de ti.

—Pareces estar muy bien.

—Sí, al menos esta vez no tuvimos que “apoyarlos” en una batalla, solo los acompañamos en viajes para ver sus conquistas. Los Vikingos realmente están ganando mucho terreno.

—Bueno, pero no regresaron para hablar de sus aventuras de inmediato, las guardaremos para el gran banquete de bienvenida —los interrumpe Hanji con entusiasmo.

Con la luz de las fogatas y las antorchas, Erwin ríe viendo a los más jóvenes danzar al ritmo de la música que tocan los mayores. Se mueven felices, con pasos  rítmicos que cambian con cada acorde y los aplausos acompañan la música.

Con la luna plateada en lo alto, Erwin decide ir a la carpa de su hijo, que se prepara para dormir. Cuando el chico se gira, ve a Erwin sentarse en la cama con el semblante pensativo.

—Jean, déjame felicitarte por el excelente trabajo como líder que has hecho. Es lo menos que esperaba de mi hijo.

El chico sonríe triunfante, sabe perfectamente que no ha sido fácil poder satisfacer las expectativas de su padre. Un hombre fuerte, inteligente y muy capaz, que ha liderado a la tribu por más de veinte años, después de que su abuelo muriera. Por ello siempre se ha esforzado, entrena más que los demás y agradece ese talento natural como líder que posee.

—Pero hay algo de lo que debemos hablar.

—Padre, recién llegas y ya quieres sermonearme —contesta Jean reconociendo aquel tono tenso de voz.

—Sabes que estamos en un período muy complicado y me preocupa que no haya otro heredero del liderazgo además de ti —dice Erwin mirado cada reacción por parte de su hijo—. Lo que quiero decir es que debes casarte pronto.

—Lo hablamos antes de que te fueras, no tengo intenciones de hacerlo.

—Es por Marco, ¿no?

Los ojos dorados del chico se posan en aquel hombre. Erwin sabe que ha dado en el blanco, además de conocer a su hijo, él es un líder con un sexto sentido muy agudo.

Pero ver tantas masacres durante sus viajes lo está haciendo impacientarse. Jean ya tiene diecinueve años, debería estar casado y pensar en tener hijos. Lo cual aseguraría tanto su descendencia como su solidez como líder. Porque no es sólo un derecho de descendencia, es un puesto que se debe conservar y él tiene que demostrar que es lo suficientemente maduro.

Al parecer su hijo no tiene intenciones de consolidar nada. Ha querido dejar pasar el tiempo para ver si Jean toma la iniciativa por sí solo, pero el chico no entenderá a menos que presione.

—Sabes que no tenemos ningún problema con las relaciones entre el mismo sexo, como otras tribus —comienza a decir Erwin, tratando de hacerle ver lo flexibles que son ellos como sociedad—. Pero tú no eres alguien que posea el lujo que conservar una pareja así. Como futuro líder tienes privilegios y con ello responsabilidades que debes cumplir. Una de ellas es darles estabilidad a tu pueblo y a tu familia. Necesitas darme un nieto, conservar nuestra descendencia como casta, no puedes hacer eso con Marco como pareja y lo sabes.

Jean sabe eso, lo sabe perfectamente. Y no le importa.

Él está enamorado de Marco y no quiere separarse de él. Pero también está muy consciente de sus responsabilidades. Le preocupa el asunto, pero con cada noche de desvelo, cuando ha intentado imaginarse su término de relación con Marco, apenas puede soportarlo y desiste de esa opción.

—Lo siento padre, pero estoy enamorado de él.

Un suspiro por parte del mayor que provoca un sentimiento de ira en Jean, porque es de sus sentimientos de lo que están hablando.

—Pensé que sería solo un capricho, como muchos de los que ha habido en esta aldea, pero al parecer estás muy unido a él.

—¡No es un capricho y lo sabes! —Exclama Jean con la ira reluciendo en sus ojos.

Es la primera vez que Jean se lo dice de frente a su padre. Porque el asunto de su relación con Marco es sabida, pero nunca hablada. Ambos hacían como si nada pasase, al fin y al cabo, su padre también había tenido un amorío con un chico llamado Mike cuando era joven, pero el hombre había muerto en una batalla a la que acudieron juntos. Si Erwin se había enamorado de otro hombre, entonces ¿por qué no entendía sus sentimientos por el pecoso?

—Solo piénsalo Jean, tú debes asegurar tu descendencia y Marco también, ¿crees que es justo que un don como ese se pierda? Él también debe encontrar una esposa y preservar su linaje.

Un estremecimiento recorre al chico de pies a cabeza. ¿Acaso Marco también tendrá que casarse? Por supuesto, él posee un don que no se puede perder. Pero Jean no dará su brazo a torcer a menos que lo oiga de boca de Marco.

—No lo haré, lo siento, prefiero no heredar el liderazgo.

La mirada de Erwin se vuelve filosa, incluso más calculadora que de costumbre. Jean traga con fuerza, él jamás ha desobedecido a su padre. A pesar de eso, esta vez se trata de su amor por Marco, no se lo tomará a la ligera.

—Te dejaré quedarte con Marco con una condición —dice Erwin ganándose toda la atención por parte de su hijo—. Embarazarás a Mikasa y al momento de dar a luz, ella lo hará sentada sobre el regazo de Marco.

Jean abre mucho los ojos, sin saber qué decir. Porque cuando una mujer da a luz a su hijo en las piernas de otra, el bebé pasa a ser de ella. Es un ritual de entrega, que les da a las mujeres que no pueden tener hijos la posibilidad de ser madres. Ese ritual haría que ese bebé fuera de Marco.

Pero… ¿cómo su padre le pedía aquello? ¿Qué embarazara a una mujer y que ella se lo entregara a otro? Ese hijo no sería de la carne de Marco, entonces, ¿cuál sería el punto? Definitivamente está muy confundido, su mente no puede procesar aquello y solo preguntas vienen a él. No puede imaginar aquello, simplemente no puede.

—Solo tendrás que acostarte con ella hasta saber que está en cinta, después puedes casarte con Marco y criar al bebé, juntos. Suena bien, ¿no? —Dice Erwin con voz suave pero aquellas palabras tienen una orden implícita que Jean capta tragando con fuerza—. Estoy siendo flexible porque eres mi hijo y no dejaré que tu talento como líder sea desperdiciado. Pero si te niegas, entonces Marco será comprometido mañana mismo y su relación estará prohibida, limitándose solo a los momentos donde necesites de su asesoría consejera. Dudo que quieras eso, además Marco no se negará cumplir con sus obligaciones.

Está entre la espada y la pared. Jean debe pensar aquello con detenimiento, pero imaginar a Marco lejos de él despierta su lado egoísta, ese que le teme al dolor.

Sabía que algo así tarde o temprano pasaría, simplemente se dejó estar. Ahí está el momento en el que necesita pensar rápido.

—Tengo que hablar con él primero.

Es todo lo que el chico dice, se gira y sale de la tienda rumbo a la de Marco.

Erwin sonríe. Conoce muy bien al pecoso, sabe que tiene un alto sentido de la responsabilidad y se aprovechará de eso, por el bien de su aldea. La respuesta ya está decidida, así que ya no tiene nada más que hacer allí.

Con la ira y nerviosismo corriendo por sus venas, Jean llega hasta la carpa de Marco y no le importa que todos lo vean entrar. Marco se gira con un sobresalto, su torso desnudo le dice que se está cambiando para dormir.

Sus ojos se encuentran y Marco frunce el ceño ante la expresión en el rostro que tiene el chico frente a él.

—¿Qué sucede, Jean?

—Tenemos que hablar.

Marco tiene un muy mal presentimiento, un burbujeo incómodo que se extiende por su vientre hasta atorarse en su garganta. No es tonto, sabe que Erwin fue a la tienda de su hijo justo antes de que él llegara a la propia. ¿Acaso tiene algo que ver con su relación? Hasta ese momento nunca habían dicho nada.

Las hipótesis se arman en su cabeza y solo puede mantenerse callado para no desesperar aún más a Jean, que se sienta sobre la cama, cubierta por suave piel de lobo, regalo del mismo Jean por su cumpleaños pasado.

Jean apoya sus codos sobre sus rodillas y mira el suelo sin saber muy bien por donde comenzar. Decide solo soltarlo, como es su costumbre.

—Mi padre quiere que me case con Mikasa.

Sus ojos se abren abruptamente, Marco pestañea varias veces ante esas palabras. Debió ver venir algo así, Mikasa es una de las mujeres más fuertes de la aldea, ese momento era inminente. Entonces, ¿por qué no se siente para nada preparado?

—Me negué, no puedo casarme con alguien a quien no amo —dice Jean alzando sus ojos, topándose con los de Marco, que refulgen entre los sentimientos que se arremolinan en su pecho.

—Jean…

—No me vengas con esa mierda de que es lo que debo hacer —le advierte apretando la mandíbula—. Me vale, porque no renunciaré a ti.

Marco se levanta de golpe, llevándose una mano al rostro. Le da la espalda a Jean, que lo observa atento. No puede creer que esas palabras lo hayan emocionado tanto, sí, está enamorado de Jean. Pero ese amor no debe interponerse con su destino, el cual es guiar a la aldea hacia un buen futuro.

Se gira, el rostro del castaño ceniza parece compungido, desesperado, y entonces sabe que no le ha dicho todo.

—Entonces, ¿qué harás? —lo insta a que termine de hablar.

Ahí está la pregunta que Jean tanto temía. Desvía la mirada, jugueteando con sus dedos con nerviosismo.

—Mi padre dice que no intervendrá con nosotros, pero con una condición. —Se muerde el labio, ahora si debe mirar a Marco, pero en cuanto sus ojos se topan, Jean está aún más seguro de que será capaz de cualquier cosa con tal de estar con él—. Tener un hijo con Mikasa y realizar el rito para que sea… tuyo…

—Espera… ¡¿Qué?!

Lo sabe. Jean sabe que Marco no será capaz de aceptar algo así, pero es la única forma de asegurar su relación, de que su padre no se encargara de separarlos, algo así no podría resistirlo.

Jean se levanta, pero Marco se aleja con cada paso, con el ceño fruncido y una clara expresión de confusión. No sabe de qué trata todo ello, ¿ser padres? ¿Qué Jean tenga un hijo con otra y luego se lo… entreguen? ¿Cómo sería capaz de aceptar algo así?

La mano de Jean se alza para acariciar su mejilla y no se resiste, aunque quiere hacerlo. Se siente aturdido por todo lo que le ha dicho, tan solo la noche anterior habían dormido juntos como una pareja normal.

Marco conoce las reglas, no hay problemas con las relaciones del mismo sexo, pero ellos son especiales. Jean es el líder y él tiene un don que debe ser perdurado. Pero para cumplir con su deber deben olvidar el amor que se tienen.

—Te amo.

Y eso es todo lo que Marco necesita escuchar para desarmarse, para que toda su decisión se vaya a la mierda y solo suelte un gemido cuando ambas manos toman su rostro. Se miran intensamente, sus alientos chocan mientras sus labios son llamados para tocarse.

—Escucha… o es eso o tendré que casarme y tú también, dime, Marco… ¿tan fácil sería para ti olvidarme?

Marco lo besa, capturando su boca con sus ansiosos labios, arrancándole un gruñido gutural que reverbera por su boca. Esas palabras son chantaje puro, pero no le importa.

La lengua del azabache recorre su paladar, causándole cosquillas, sus manos se aferran a las ropas del otro, sintiendo la dureza del cuero. Cuando se separan, la expresión de Marco es seria, entre jadeos que incitan a Jean a volver a besarlo.

—Sabes que también te amo, pero… ¿Qué quieres que haga cuando me pides esto tan de repente? Es como si me pidieras matrimonio y lo peor es que no te has dado cuenta —agregó para amenizar un poco el asunto.

El sonrojo se instala en los pómulos del chico, que suelta una risita nerviosa al darse cuenta de que su amante tiene razón.

—Lo siento…

—Así que, tendrás un hijo con Mikasa y ella me lo entregará, ¿no? —dice Marco y Jean asiente, fingiendo una expresión tranquila, pero que en sus ojos reflejan lo asustado que está—. No puedo intervenir con tu deber, Jean, pero dime… ¿serás capaz de acostarte con alguien a quien no amas para concebir un hijo?

Jean frunce el ceño, por su amado sería capaz de todo, además no puede ser tan complicado.

—Y respondiendo a lo otro… sí, Jean, quiero estar contigo y formar una familia.

El chico siente que podría derretirse de felicidad. Jamás imaginó que su vida cambiaría tan drásticamente, pero es cuando las palabras de Armin regresan a su mente: “tu camino está escrito, tu puesto es inminente y debes realizar tu tarea. Pero… si decides tomar lo que es tuyo, ten cuidado de perderlo por lo mismo”

No, definitivamente él no perderá a Marco, nunca.

 


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