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Sueño posible por Aomame

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Sueño posible

1

Sin encender las luces, Steve, dejó su escudo apoyado contra la puerta. Se quitó las botas y después, se dirigió a la ducha.

Bajo la lluvia caliente de la regadera sintió el escozor de las heridas recientes, sin embargo, no le preocupaba; eran rasguños y golpes menores. Lo que lo minaba era el cansancio que sentía. Probablemente, era la consecuencia de las más de 72 horas que había pasado en vela en esa misión que, dicho sea de paso,  exigió más de su fortaleza mental que muscular. Y por ello, quería dormir a pierna suelta por un largo tiempo, sin preocuparse de nada a su alrededor.

Salió del baño con una toalla sujeta a su cintura y el cabello húmedo escurriendo agua. Su habitación estaba tenuemente iluminada por la luz de la luna, y fue suficiente para que se sorprendiera ante lo que sus ojos vieron.

Tony estaba dormido en su cama. Sí, así. Estaba ahí, sobre el colchón en calzoncillos, de corazones por cierto; completamente despatarrado; y con las mantas por el suelo.  Steve frunció el ceño y retrocedió hasta la puerta. Había pensado que, quizás, se había equivocado de habitación, pero no, esa si era su habitación. Volvió al interior de ésta y observó por unos minutos a su compañero de equipo. Suspiró. La explicación más razonable era sólo una: el que se había equivocado de habitación había sido Tony. Probablemente, también, por las horas que llevaba sin dormir.

Se secó el cuerpo y el cabello con celeridad, y aunque su plan original había sido dormir desnudo bajo el edredón, se puso un pantalón pijama antes de intentar ahuyentar la somnolencia y enfocarse en resolver ese asunto. Primero, se acercó a la cama y suavemente llamó a Tony, pero éste le respondió con un sonoro ronquido. Así que, intentó llamarlo con voz más alta, pero Tony sólo se giró sobre su costado y se abrazó a la almohada. Le sacudió el hombro, como tercer recurso, pero Tony manoteó, murmuró algo y siguió durmiendo.

Steve puso las manos en jarras y suspiró. Quería dormir. Dios quería tanto dormir, como nunca en su vida. “Bien” se dijo “no hay nada que hacer”. Recogió las mantas que estaban en el suelo y las echó encima del durmiente; si dormía así era probable que se resfriara. Luego, rodeó la cama y le empujó un poco para tener espacio y acostarse a su lado. Se cubrió con las mantas y le dio la espalda; aferrándose a su deseo inicial de descansar, cerró los ojos y se quedó quieto, escuchando el silencio de la noche transgredido por los ligeros ronquidos de su inesperado huésped esa noche.

Pero justo cuando estaba logrando conciliar el sueño, sintió como Tony se removía en la cama y pegaba su espalda a la suya. Steve abrió los ojos un poco irritado por eso, pero se dijo que lo dejara pasar, que lo olvidara e intentara dormir de nuevo. Y en eso estaba, cuando Tony se giró bruscamente y le pateó la pantorrilla. Steve no tuvo de otra que volver a empujarlo un poco más lejos. Pero Tony buscaba calor, por irónico que pareciera que antes hubiera aventado las matas, y por lo tanto, se acercaba a él cada vez, cada vez lo arrinconaba a la orilla de la cama, y cada vez Steve lo devolvía al punto de inicio. Tal circuito se repitió tres veces y a la cuarta vez, Steve estaba harto.

Se incorporó, Tony estaba atravesado, casi, de un lado a otro en la cama. “Suficiente”, se dijo el capitán, era momento de despertarlo y mandarlo a su habitación. Logró enderezarlo en la cama y le sujetó de los hombros, dispuesto a sacudirlo violentamente cuando, de pronto, Tony murmuró algo coherente por primera vez en la noche:

—Steve…

—¿Ah?—por un segundo pensó que ya había despertado, pero no era así.

Frunció el ceño, por alguna razón,  ahora, Tony tenía un rostro que hasta podía calificar de lindo. Tuvo que desechar el pensamiento y, también, la idea de despertarlo; se limitó a devolverlo a su lado de la cama; él ocupo su lado y su parte de las mantas e intentó, por quién sabe qué vez, dormir.

—Steve…—murmuró otra vez, Tony.

El mencionado abrió un ojo y le vio sin despegar la oreja de la almohada. Tony había dejado de moverse en la cama como manecilla de reloj, pero fruncía el ceño y temblaba ligeramente.

—¿Tony?—Steve se incorporó un poco—Es una pesadilla, despierta.

Le tocó la mejilla suavemente, Tony se estremeció, mas no despertó.

—Steve—repitió.

—Estoy aquí, Tony—de su mejilla su mano pasó a su hombro y le sujetó suavemente—. Todo está bien.

Tony no respondió pero parecía que lo escuchaba dentro de sus sueños, ya que respiró aliviado y  rodó para abrazarse a él cual koala. Por supuesto, su acción sorprendió a Steve, pero se limitó a abrazarlo de vuelta, y a cubrirle con las mantas, lo mejor que pudo con la poca libertad de acción que le dio.

Y fue así que, entonces, el Capitán América  por fin pudo dormir.

 

2

Tony despertó, pero no creyó estar despierto. Se sentía sumamente cálido y cómodo que le resultó irreal. Estaba siendo rodeado por el abrazo tibio de Steve, y su mejilla descansaba en el pecho de éste. ¿Cómo tomar como real aquello? Sonrió somnoliento, pero contento, al tiempo que acariciaba con la yema de sus dedos la piel cercana a ellos. No dudó en hundir el rostro en el cuello del capitán y respirar el aroma a jabón fresco y masculino. No dudó en besarle justo ahí, no importaba, puesto que estaba dentro de un sueño. Dudo, sí, para besarlo en los labios, tanto así, que su atrevimiento se tradujo en un beso pequeño, casi un roce.

Steve estaba dormido, y sólo arrugó un poco la nariz ante ese contacto. Tony sonrió. Aún con las luces apagadas, y sólo la pálida luna tras las cortinas Steve era guapo, tal vez mucho más guapo cuando dormía; bueno, quizás exageraba, él era más guapo cuando sonreía. Era una lástima que no lo hiciera mucho.

Una idea peligrosa cruzó la mente del genio, una idea que validó un segundo después bajo la idea de que aquello era un sueño. Un sueño muy bonito, dónde dormía en brazos de Steve y podía, si quería besarlo, olerlo y sentirlo. Pero, se preguntó, ¿también podría probarlo? Sí, siempre había querido saber  a qué sabía su piel, y si ese sabor difería según la zona. Le besó de nuevo en el cuello, y aventuró un toque suave con su lengua; Steve sólo dio un pequeño respingo y se reacomodó boca arriba en el colchón, lo cual facilitó las cosas para Tony. Sonriendo como un niño travieso, se incorporó. Retiró la sabana y descubrió el torso desnudo de aquel “anciano”, observó con avidez, como quién ve una obra de arte, el trabajo presente en sus músculos; incluso se atrevió a esbozar los contornos que tenía ahí para él.

Quería hacer algo, y se dijo que, ya que se trataba de un sueño, no tenía nada que temer, mucho menos que perder. Así que, sin pensarlo más, ni sentir dudas dentro de sí, besó todo lo que quiso aquella piel, que era lienzo en blanco para él. Empezó por el cuello, siguió por la clavícula y el hombro; continuó con el pecho y se deslizó por el abdomen dibujando una línea recta hasta el ombligo, dónde dejo que su lengua se sumergiera por un breve instante; porque su ansiedad era mucha; porque temía despertar antes de llegar a donde quería. El último beso lo dejo sobre el pantalón pijama, en la entrepierna del capitán, quién seguía profundamente dormido. Nada más besarle separó los labios para atrapar la zona con su boca. Steve gruñó y Tony, sonriendo, sujetó el resorte del pantalón y lo deslizó hacia abajo lo suficiente para descubrir:

—Vaya, Capitán, no usa ropa interior para dormir, eh—murmuró pícaramente. Divertido con sus propios sueños que cumplían sus fantasías más simples y, también las más extravagantes.

Se encogió de hombros antes tomar entre sus manos el falo en reposo de su amor platónico. Su tacto era tan real que se dijo que ese sueño era el mejor de todos sus sueños. La piel cálida bajo sus dedos hizo mella en su propia entrepierna. Se inclinó, respiró el aroma íntimo y luego, deslizó la lengua en su punta, le probó y se supo adicto; le probó y quiso devorarle, así que le tomó entre sus labios. Lentamente, mientras realizaba la felación, sintió como despertaba la erección del capitán. Le sintió firme y, en cierto momento, incontenible. Y en él, las sensaciones más maravillosas se iban formando: una fiebre que ardía en sus mejillas y orejas; un calor que se extendía a cada parte de su cuerpo; un escalofrío que le estremecía. Tan abrumado por aquello, no se dio cuenta que el miembro entre sus labios no había sido lo único que había despertado. Y no se percató, hasta que sintió como entreveraban su cabello y tiraban de él.

Lo apartaron de su dulce y como un niño que está a punto de llorar en un berrinche, levantó la vista. Los ojos de Steve eran azules, tan azules incluso en la oscuridad, y le miraban  con tal seriedad que su mente se paralizó.

—Tony, ¿qué… qué haces?

Tony balbuceó algo que llevaba más de una palabra, que podía calificarse de desvergonzada, pero para su suerte, Steve no comprendió sus inconexas oraciones. Tragó saliva e intentó calmarse. Sueño y todo, pero estaba seguro que a Steve no le gustaría que hablara así.

—Steve… yo—cerró los ojos, ¿cómo podía decírselo sin morir en el intento? La respuesta vino instantáneamente: saltando al vacío. Después de todo, no era más que un sueño. Así que, le rodeó el cuello con los brazos y le besó en los labios con ansiedad—. Estoy enamorado de ti—murmuró después, sin soltarle ni apartar sus labios del todo de los de él—. Te amo, Capsicle, quiero hacer el amor contigo.  No digas que no. No digas que…

Steve le besó de vuelta, al tiempo que le abrazaba contra sí; y no solo eso, también cambió de posiciones en el colchón. Tony sonrió al sentir al anhelado cuerpo contra el suyo. Y después, se deshizo en suspiros cuando Steve le besó y mordió, no sólo los labios, sino, también, el cuello y la clavícula. Se dejó desnudar de a poco por él y le dejó tocar cada rincón de su cuerpo que quisiera.

—Ah, Steve— murmuró una y otra vez con los ojos cerrados e inundados de lágrimas del más puro placer. Y cada vez que lo decía, escuchaba la respuesta: su nombre acompañado de un nuevo beso, de una caricia inesperada.

Todo se exacerbaba, Steve le sujetó su erección con su enorme y tibia mano, la presión que éste ejerció se transformó en deliciosa fricción; Tony no tardó en arquear la espalda y sucumbir al orgasmo. Sumergido en él, a continuación, sintió un beso cubrirle la boca.

Steve le dirigió una tenue sonrisa, una bella sonrisa que Tony correspondió lenta y dulcemente. No necesitaban hablar, Tony se relajó sobre el colchón y separó un poco más sus muslos; apenas y dio un respingo cuando los dedos del capitán se  deslizaron en su interior y comenzaron a dilatarlo. Era una sensación nueva, y lejos de lo que podía imaginar para nada dolorosa; y, aunque extraña, era placentera.

Fue absorbido por la voluptuosidad de los movimientos en su interior, no quería que terminaran, así que dio un respingo cuando Steve retiró sus dedos. Sin embargo, Tony no tuvo tiempo para reclamar, porque los dedos fueron sustituidos por el miembro de su amante. Se quedó sin voz, pero boqueó por aire, al tiempo que su campo de visión se llenaba de luces. En el sexo nunca antes había visto estrellas, era la primera vez. Y tal vez, era así porque en los sueños todo es posible. Dejó de pensar y se entregó por completo al momento. Rogó, eso sí, en el fondo de su mente, no despertar antes de tiempo.

Cada embestida iba acompañada del sonido lujurioso de la carne chocando contra otra; por breves momentos buscaban sus bocas y se besaban inflamados por el chapoteo de sus lenguas al rozarse, hasta que las saliva mezclada de ambos se derramaba por la comisura de sus labios. Y después, como un golpe de ola, el orgasmo los derribó, los tomó de los tobillos y los arrastro al fondo del océano. Tony se dejó sumergir, se dijo que estaba bien ahogarse en ese momento, y la oscuridad cubrió sus parpados.

3

El reloj digital fluorescente marcaba las 6 a.m., pero aún no  había rastros de Sol por detrás de las cortinas. Así que, la habitación aún estaba a oscuras cuando Tony abrió los ojos. Se quedó un momento quieto, con la mente adormecida y la mirada perdida en algún punto de la habitación. Sabía que no estaba en su habitación, pero tardó un par de segundos en recordarlo. Estaba cómodo, con una sensación de felicidad que no podía con ella. Lástima, se dijo, que todo había sido un sueño, se removió en el edredón y suspiró contento.

¿Cuándo volvía Steve? Se preguntó, pero no tenía la respuesta. Cuando Steve tenía misiones por parte de S.H.I.E.L.D, no había manera de saberlo. Sólo esperaba que no llegara en ese momento y lo descubriera dormido en su cama. Si eso llegaba a pasar, ¿qué diría? Estaba pensando en ello cuando la puerta de la habitación se abrió y para su horror, lo que había temido segundos atrás se hacía realidad. No tuvo tiempo para pensar en su excusa, así que cuando vio a Steve entrar se cubrió la cabeza con el edredón. Esperaba que fuera suficiente para pasar desapercibido.

Steve cerró la puerta y se sentó en la cama.

—Buenos días, Tony—dijo y apartó el edredón—, te traigo café, ¿quieres?

Tony miró estupefacto y completamente confundido la taza humeante de café. Luego, levantó la vista hacia Steve. El maldito le sonrió de esa manera tan tierna. Estaba vestido con ropa deportiva, así que Tony infirió que había ido o iba a ir a correr.

—Steve…—murmuró y tragó saliva, no podía moverse aún— yo… dormí aquí porque… yo… ah…

Steve, por toda respuesta, dejó la taza sobre la mesa de noche y le acunó el rostro con ambas manos, y le besó suavemente en los labios.

—Creo que sé porque—le sonrió  una vez más, pero con una pizca de picardía que enmudeció al genio, una vez más—. ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda para levantarte?

—¿Ah?

—Tal vez hicimos mucho anoche.

—¿Ah?

—Lo siento, Tony. No fue mi intención que…

—¡Espera!

Tony levantó su dedo índice para callar al capitán. Su mente comenzó a trabajar a mil revoluciones por segundo. Levantó lo que quedaba del edredón sobre él, comprobó que estaba completamente desnudo, y después, lentamente, con temor, revisó su cuerpo. Dio cuenta de las marcas de besos, del dolor en su baja espalda y de la humedad entre sus muslos.

—No fue un sueño—murmuró y con ello se dio cuenta que había hecho una confesión que no había planeado hacer jamás; su rostro enrojeció.

Steve ladeó el rostro y le miró interrogante.

—¿Tony?

—¡O-olvida lo que  dije!

—¿Qué?

—Olvídalo, no pasó. ¿De acuerdo? Sólo hagamos como que no pasó. ¿Está bien?—dijo desesperado, con ganas de salir de la habitación, pero al mismo tiempo paralizado por el miedo.

—No—dijo Steve simplemente, volvió a tomar la taza de café de la mesa y se la tendió—, tranquilo, Tony. Tal vez aún estás dormido.

—No, no, no. Esto no debió pasar, no debió…

—¿Te arrepientes?

—Sí, sí, porque… digo, no es…

—Yo no.

Tony se calló y lo miró de hito en hito, con el corazón martilleándole el pecho. Se incorporó de la cama hasta sentarse en ella.

—¿Tú no?

Steve negó y le acercó por tercera vez la taza. Tony la sujetó, por fin, como si estuviera moviéndose en cámara lenta.

—Yo también estoy enamorado de ti—Steve le sonrió—; me hiciste muy feliz anoche cuando lo dijiste.

Tony tragó saliva y para darse tiempo para pensar, le dio un sorbo a su café. Tras las ventanas la luz del Sol estaba ya traspasando las cortinas. Sintió la mirada del capitán sobre él, pero no se atrevió a mirarlo aún a los ojos.

—¿Te arrepientes, Tony?

Esa pregunta le obligó a voltear. Negó lentamente. Estaba confundido, completamente anonadado con la manera en la que los eventos habían pasado. No sabía si por suerte o por descuido, pero todo estaba saliendo mejor que en un sueño.

Steve sonrió y le besó en la sien, sacándolo de sus pensamientos.

—Me voy—anunció.

—¿Adónde?

—A correr, vuelvo en un rato. Es sólo que pensé que querrías algo de café al despertar, y no sabía si ya habría vuelto para cuando despertaras, por eso te traje un poco.

—No tenías que.

—Lo sé—con una última sonrisa, Steve bajó de la cama—. Si quieres vuelve a dormir. Cuando vuelva desayunamos en forma.

Tony asintió y le vio partir. Aun no podía asimilar nada y se bebió el café ensimismado. Cuando terminó, y dejó la taza sobre la mesa, pensó que de despertar más tarde, el café se habría enfriado, pero, indudablemente, habría sabido que Steve se lo había llevado; era un detalle que no podía dejar pasar. Sonrió ampliamente y se dejó caer en el colchón.  

Volteó hacia la ventana, un nuevo día comenzaba, como comenzaba esa nueva aventura llamada amor; llena de incertidumbre, pero brillante como el Sol.

Notas finales:

Wola! Espero que les haya gustado. 

Yo tomandome un respiro... jaja

Nos estamos leyendo!


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