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Mientras Llueve [victuuri] por soreto

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Las gotas resbalaban en caminos intrincados por el enorme ventanal del lugar; juntándose unas con otras, formando extrañas figuras en su carrera por el cristal; al final se dejaban caer al suelo, formando cristalinos charcos que reflejan a las personas pasar, como a las nubes grises de la tormenta que acababa de comenzar hacía unos pocos minutos.

Un joven de cabellos oscuros, observaba con sus grandes y gentiles ojos el caer de cada pequeña gota con una expresión de infinita paciencia; llevaba esperando ya un rato, pero no le molestaba, ya llegaría aquel hombre que tanto amaba, solo debía ser un poco paciente, pensaba el hombre.

 

Además le reconforta que su espera se extendiera tanto tiempo.

 

—¡Yuuri! — Saludó con su usual animo Victor que le miraba desde el otro lado del lugar, y corría con una sonrisa de oreja a oreja a su encuentro.

 

El mayor se apresuró esquivando algunas personas que caminaban cerca, mientras él se dirigía con prisa a donde veía a Yuuri mirarle con un suave sonrojo; esas emociones que nacieron entre ellos ya hacía tantos años, aún seguían jóvenes, tan vivas como la primera vez. Cuando llegó a donde el otro hombre estaba, le abrazó tan fuerte que le dificultó respirar.

 

—Victor— Saludó con su usual expresión amable, y un tanto tímida a pesar de tantos años juntos; pero le era inevitable, Víctor le hacía sentir siempre sin control sobre sus emociones.

 

—Siento tardar tanto—Sonrió graciosamente, con la expresión llena de confianza que le caracterizaba. Una vez de haberse llenado un poco en la calidez del otro, algo que no creyó posible, se sentó frente al hombre de cabellos negros, frente a su Yuuri.

 

—No es que tuvieras una hora para llegar— comentó el sonriendo, aún avergonzado por la mirada de Víctor que se clava en él, con una intensidad que le hace querer abrazarle más, para no soltarlo, no dejar ir esa calidez tan hermosa y sobrecogedora;

Ya habrá tiempo para eso.

 

—Aun así —El mayor recogió un poco sus cabellos, y tomó las manos de Yuuri en las suyas—, el tiempo sin verte ha sido demasiado, ¿No piensas lo mismo Yuuri? — preguntó indignado ante el silencio del joven de cabellos oscuros.

 

—Bueno, yo creo que no ha sido tanto—negó bromeando—, aunque siempre he pensado que eres algo...no sé, bastante impulsivo.

 

—Eres cruel cerdito—se quejó haciendo énfasis en la última palabra.

 

—¡Victor! — exclamó avergonzado Yuuri—. Aun sigues con ese extraño sobrenombre— Soltó una de sus manos del otro, y se tapó el rostro para ocultar su sonrojo; y sin importar su reacción, mantuvo una mano aferrada a la de Victor—.  ¡No puedo creer que todavía lo usarás después de la boda!

—A mí me parece adorable, mi querido cerdito—Le guiño un ojo, con el encanto que le caracterizaba.

 

—Siempre has sido así Víctor—Se destapó el rostro para tomar las manos del mayor con ambas—. Debo confesar siempre me ha gustado eso— Dio un suave apretón a las manos del otro, y Víctor acercó la mano de Yuuri para besarle el dorso en respuesta.

 

Ese peculiar sobrenombre siempre había sido uno de los recuerdos más especiales de ambos,  por más que sonará extraño; era la forma en que Víctor sentía que podía nombrar a Yuuri de manera especial, porque eso era lo que quería, tener un lugar en la vida de Yuuri que nadie más tenía.

 

Y no es que no hubiera cambiado su persona en ese tiempo, lo había hecho; en especial aquella costumbre de huir ante la tristeza de alguien, al no saber enfrentar el desborde de emociones de otra persona; pero, aun permanecía esa esencia tan impetuosa y animosa que le hacía lo que él era.

 

Poco después de aquel Grand Prix en España, en donde regresó a sus últimos años de carrera de patinaje; Victor y Yuuri se separaron, siguiendo cada quien sus propios objetivos, y manteniendo la voz del otro en sus mentes, en cada acorde de música que patinaban; la presencia de ese alguien especial estaba ahí en cada poro de su piel, en el más pequeño de los recuerdos.

 

En ese tiempo de separación, agradeció a las personas que descubrió como sus amigos que no lo dejaran solo, como lo fue el irreverente Yuri Plisetsky.

 

El ruso de cabellos rubios vio fastidiado la melancolía en el rostro del pentacampeón—. Pudieron entrenar juntos y así no estarías arrastrándote por el suelo con tu cara larga de querer ver al katsudon—Gruño el menor mirando de reojo al otro—, ¿o las ideas no te llegan por la edad, viejo? —escupió con su usual brusquedad el tigre de Rusia, o la agresiva hada rusa para algunos; en especial Mila, quien gustaba de recordarle el tierno sobrenombre. A pesar de todo, a Yuri le preocupaba Victor, en particular como se reprimía lo tanto que extrañaba a Yuuri.

 

—Vamos Yurio; intenta divertirte un poco, ignorar a Yakov funciona— dijo sonriendo y colocando un dedo sobre su barbilla.

 

—Deja eso de Yurio, con el cerdo tengo suficiente— Reclamó el rubio con sus ojos verdes clavados en hielo, recargándose en una de las paredes que limitan la pista—. Pero te doy la razón con lo de Yakov.

 

Todo el equipo ruso entreno hasta sentir sus pies al rojo vivo con llagas. No le era difícil retomar el ritmo a Victor, pero en definitiva su resistencia se veía mermada por los años; solo pedía poder seguir patinando un poco más; poder patinar con Yuuri.

 

Todos obtuvieron excelentes resultados; aunque, como el público anticipó, Victor Nikiforov y Yuuri Plisetsky quedaron en el podio de la final del Grand Prix.

 

Yuuri no pudo superar a la leyenda ese año, pero para Víctor que el japonés ganara la plata carecía de importancia; el peso del oro sobre su cuello se convirtió en una nimiedad cuando se tomaron de las manos aquella noche; cuando las ambigüedades de su relación fueron olvidadas, recordando y diciendo un universo de cosas en besos castos, caricias de la más impoluta ternura.

 

—Yuuri— Beso los dedos de la mano del más joven; atesorando la calidez de la piel el otro en las suyas, un gesto que se convertiría en un saludo y bienvenida para ellos; en un te amo y un te quiero cientos de veces.

 

Le beso las mejillas al hombre de enormes ojos de un cálido tono madera; sus piernas se enredaron en su desnudez; se abrazaron queriendo recuperar su tiempo separados.

 

Esas horas se convirtieron en su mundo; la lluvia los arrullo en los brazos del otro; la piel de la persona que se llevaba sus pensamientos se convirtió en su cobijo;

Los besos eran el sustento de dos corazones anhelantes.

 

____________________

 

San Petersburgo y Hasetsu; siempre le parecieron similares, ambos en cierta forma eran una casa para él; siendo el primero donde pasó gran parte de su vida; el otro donde conoció a aquella persona que sería alguien capaz de convertirse en su hogar sin importar que tan lejos estuviera, o donde se encontraran.

 

En ese momento su mente estaba lejos, incapaz de distinguir el paisaje invernal del paisaje de su ciudad natal; los vientos helados rozaban su rostro junto con el rumor del mar. Victor no sentía su cuerpo, no quería hacerlo.

 

—Yuri ha declarado la guerra a Kenjiro Minami como rival, al parecer uno de los representantes más recientes de Japón— Río de manera suave Chris, ocultando su propia melancolía—. Pero creo que más bien no pueden estar separados, son bastante jóvenes para entenderse; dejemos que sean rivales mientras— intentó bromear, traer de vuelta la actitud despreocupada del ruso.

 

El suizo notó que no tenía caso intentar conversar con el hombre de cabellos plateados, así que miró aquel mar que estaba seguro era casi idéntico a los recuerdos que Victor tenía de esa pequeña ciudad en Japón.

 

—Hasetsu está tan lejos, y aun así se parecen tanto— dijo el ruso, con una sonrisa de quien habla de algo que añora.

 

Victor imaginaba que la nieve de ese invierno cubría blanca y resplandeciente el mar; convirtiéndose en un lugar que guardaba consigo sus recuerdos, y el peso de sus sentimientos; un lugar que podía convertirse en un rincón indefinido del mundo, pudiendo estar en sus recuerdos de Hasetsu; en sus memorias de Yuuri.

 

—¿Entonces es definitiva tu decisión? — La voz de Chris le parecía irreconocible, como la de todos.

 

—Sí, creo que ha llegado el momento de retirarme— contestó con sus ojos azules llenos del gris del mar de invierno—. Ya no puedo ni ver la pista.

 

—Bueno, no soy quien, para detenerte, siendo que yo mismo lo hice poco después de tu boda. —Chris no sabía si su compañía ofrecía alivio, pero Victor era su mejor amigo.

 

Hacía poco que había terminado la final; y Víctor simplemente no era capaz de entender que pasaba, ni sentir el momento en que le pusieron una medalla de plata. Su corazón ya había dejado el patinaje hacía un año.

 

Incapaz de siquiera tocar el hielo, o escuchar música; a Victor le tomó unos meses poder ponerse los patines, pero tenía que hacerlo para dar por terminada esa parte que conformó gran parte de su vida.

 

Pero fue feliz, no podía dejar de seguir adelante; esos momentos, sus años de matrimonio fueron tan perfectos, que le parecían difíciles de recordar, y casi indigno de que Yuuri, alguien tan sensible como dulce lo eligiera a él.

 

Sus dudas no tuvieron cabida en la dulcísima mirada que Yuuri le dedicaba a él, solo a él.

Los actos más cotidianos de la mañana, como lo era tomar una taza de café, adquirían nuevos significados cuando se despertaba con alguien a tu lado; cuando notabas que había alguien para ti, esperando que así fuera toda la vida.

Y es que para él esas memorias lo eran todo.

 

____________________

 

Victor y Yuuri guardaron silencio un momento, dejando que las memorias frescas se asentaran después de ponerlas en palabras; recordando tantas cosas. Esa brevísima conversación con Chris debió ser extremadamente dura, Yuuri estaba seguro de ello.

 

—Mírame Yuuri, por favor— La voz de Víctor se mostró suplicante, casi vulnerable—. No dejes de hacerlo. —El ruso se aferró a las manos del japonés con más ahínco—. Lo siento...es solo que, ha sido tanto, te he extrañado.

 

Las personas a su alrededor, los pasos que hacían eco en la proximidad parecían fantasmales, difusos; todo el bullicio le taladraba la cabeza, por primera vez dejó que la ansiedad e incertidumbre le tomaran sin miramientos.

 

—Es normal tener miedo— Yuuri le dijo gentil, sin quitar la mirada del azul cristalino de los ojos de Víctor.

—No tengo miedo— respondió sin dudar—, yo no lo tengo, es solo que...es imposible no querer saber, o preocuparse, a pesar de que eso no cambiara las cosas.

 

—Estoy aquí para ti Victor, siempre lo he estado, aunque no lo pareciera.

 

—Creí que mis manos estarían frías, o quizá las tuyas— El mayor tomó una de las manos de Yuuri y la puso contra su mejilla.

 

La lluvia parecía no amainar; el viento chocaba con fuerza contra los ventanales, aunque no parecía alterar a nadie. Siguieron recordando su vida juntos, rememorando su antes y después junto a la insistente lluvia.

 

____________________

 

Los cielos grises dieron tregua esa tarde; la lluvia comenzó a ceder hasta solo dejar una brisa fría y húmeda; al final, mientras dos hombres salían a caminar observando como la tormenta se mostró indulgente, deteniéndose un momento para darles tiempo de admirar aquellos pulcros jardines frente al enorme edificio.

 

—Un poco raro que haya una fuente— comentó Victor, sonriendo mientras sentía los dedos de Yuuri entrelazarse con los suyos; el japonés deja que sus cabellos oscuros rosen el hombro de Víctor al recostarse en su hombro.

 

—Parece que han renovado el lugar; a mí me gusta como se ve. —La mano del ruso suelta la suya, y esta se enrolla en sus lustrosos cabellos, como si quisiera asegurarse de que estaba ahí con él.

 

—Vitya, aunque sea imposible ahora, me gustaría un katsudon.

 

El mayor rio suavemente—. A mí me gustarían uno de esos pirozhki con katsudon del abuelo de Yurio. — Cierra sus ojos, recargando su mejilla contra los cabellos de Yuuri.

 

—No lo rechazaría tampoco— Río Yuuri.

 

—No pude volver a disfrutar el katsudon de la misma manera...no como lo hacía contigo. — Suspiro, recordando con Yuuri esos tiempos tan complicados.

 

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Tenía casi dos años de visitar Japón desde aquel hecho, podía recordarlo con claridad; la sola vista de las costas de Hasetsu le rompía, destrozándole con cada recuerdo. Pero no podía seguir posponiéndolo, no cuando Hiroko, aquellas dulce mujer y madre de Yuuri se preocupaba tanto por él.

 

—Victor, lo hice con ingredientes recién comprados...espero que te guste— El rostro de Hiroko parecía cansada, como si cargara el cansancio de décadas en aquellas marcas bajo sus ojos; él lo entendía, probablemente se veía igual.

 

Yuri y Minami, que de alguna forma habían entablado una extraña cercanía, llegaron de visita al saber de la presencia de Víctor en Japón; aunque el mayor fan de Yuuri visitaba con frecuencia a la familia de este.

 

Victor comía cada bocado con notable esfuerzo, principalmente porque a Yuuri le gustaba, porque francamente los sabores le parecían irreconocibles.

 

—¡Creo que no es correcto lo que haces! —Terminó por estallar Kenjiro al ver la tristeza de los otros; él también se sentía igual, pero su naturaleza alegre le hacía querer animarlos un poco—. Debes hacerlo comerlo porque te gusta, él pensaría lo mismo.

 

Yuri entendió lo que el otro quiso decir; ya siendo bastante cercanos, podía comprender al hiperactivo japonés.

 

—El enano tiene algo de razón; Victor, deberías preocuparte un poco por ti, o el cerdo se enfadaría— Sus palabras no eran agresivas, se notaba el afecto y nostalgia en ellas.

 

—¡Yuri! ¡No estoy enano! — Reclamo el otro, aunque no tenía mucho porque defenderse ya con dos rusos de poco más de 1.80 de estatura—. A veces, disfrutar las cosas de manera auténtica hace felices a quienes se preocupan por nosotros.

 

Victor los miro a ambos con expresión de sorpresa; al final, solo pudo reír con sus ánimos, y contento de darse cuenta, que en definitiva no estaba solo.

 

—Bueno, pero espero que ustedes también sean auténticos— Sonrió con sus labios curvandose de aquella manera tan peculiar—, digo, más parece que fingen ser rivales para pasar tiempo juntos.

 

—¿Ah? — cuestiono avergonzado, pero feliz de ver a Victor animarse un poco—. Ya estas alucinando anciano, no hay forma de que este enano y yo...bueno, nosotros...— El rubio terminó por ponerse rojo y comenzar a comer tan rápido como podía.

 

—¡Yurio tiene razón! ¡No hay forma de que eso pase! — El patinador con un mechón rojo en el cabello, reclamo ofuscado; aunque sus palabras hicieron voltear a Yuri que parecía algo dolido con lo dicho.

 

—¿Qué quieres decir con eso Kenjiro? — pregunto volteando a un lado, como si realmente no le importara.

 

—¡No intente decir algo cruel Yuri! — exclamó preocupado el japonés—. No me desagradas, creo que eres admirable, y bueno...— Incapaz de ponerse más rojo, salió corriendo del cuarto avergonzado, seguido de un ruso de ojos verdes que parecía hablar demasiado rápido.

 

Victor rió abiertamente, por primera vez desde aquel día hace dos años; entonces intento disfrutar aquellas cosas que perdieron sentido, por él, y por Yuuri que recordaba cuán contento se veía al verle sonreír.

 

____________________

 

Los tonos naranjas y rojizos anunciaban la inminente llegada de la noche; las estrellas se asomaban en algunos claros que las todavía gruesas nubes dejaban. La lluvia volvió gradualmente, iniciando con una gentil llovizna, que era mecida por el aire frío.

 

Decidieron permanecer afuera mientras la lluvia permaneciera ligera; sus manos se buscaron de manera incesante, sus ojos estaban cerrados sintiendo la presencia del otro, escuchando el susurro de la noche acercándose.

 

—Podemos regresar a la mesa— ofreció Victor, recibiendo en respuesta un suave movimiento de cabeza de su pareja negando.

 

—No, quiero estar un poco más contigo aquí afuera. — Yuuri no abrió sus ojos, quiso apreciar la suave voz del ruso—. Tendremos que entrar de cualquier manera después, aunque no queramos.

 

—Yuuri, ¿sabes? Pensé que después de ese tiempo separado, ya no querrías casarte conmigo— Recargó su mejilla en los cabellos oscuros del otro—, que talvez cambiaste de opinión, quizá fui algo dramático.

 

—Siempre lo fuiste Vitya— Río afectuosamente, dejándose envolver en los brazos que tanto amaba al rodear  hombros.

 

Su matrimonio tuvo sus altos y sus bajos; Yuuri no aceptó inmediatamente la propuesta, no se sentía digno de alguien como Víctor, aunque la falta de confianza siempre fue muy propia de su carácter; las cosas cambiaron cuando pudo ganar finalmente el oro.

 

En plena noche de gala, y con Pichit, su mejor amigo grabando; Victor no dejó pasar un momento más, se propuso a Yuuri con un enorme ramo de flores, camelias con claveles mezclados, acompañando la sonrisa más honesta que cierto ruso de cabellos plateados soportaría jamás.

 

Hubo momentos donde dudaron de sus sentimientos por el otro; días en que la ansiedad de Yuuri se interponía en la confianza de ser lo que su esposo quería, otros donde la incapacidad de Víctor de consolar a alguien llorando era aquello que los lastimaba.

 

Al final, aprendieron que la perfección de alguien está en las particularidades e imperfecciones. Entonces, ver la luz de la mañana aclarar la piel cubierta por las sabanas se convirtió en un ritual, en algo precioso y cotidiano de sus días; a Víctor siempre le gustó levantarse antes, así podía ver la serenidad, la belleza de este sin sentirse sobrecogido.

 

—Siempre quisimos retirarnos juntos, hablamos mucho de eso— dijo Yuuri, fijando sus grandes ojos en la fuente que parecía cubiertas de aguas doradas por las últimas luces del día—. Pasamos horas hablando de cómo ambos quedaríamos con medalla en nuestra última final.

 

—Tu siempre dudaste que podríamos, quedamos más de una vez en el podio— agregó el mayor.

 

—Pero no pudimos retirarnos juntos, las cosas pasaron.

 

—Demasiadas cosas…

 

—La vida Vitya, eso fue, la vida— El menor se giró, rozó los labios del otro tímidamente; Victor terminó por cerrar el beso.

 

Docenas de esos gestos, tantos y aun así a ambos les parecieron insuficientes; el tiempo no alcanzó.

 

—Pero esto de alguna manera es una clase de retiro, ¿no crees? — bromeo el ruso, volviendo a besar a Yuuri, con tanto cuidado que temía que este se le fuera de las manos—. Dejamos a nuestros sucesores sin duda.

 

—A pesar de que se la pasaban discutiendo; o, mejor dicho, que Yurio se la pasaba gritándole a Minami.

 

Ambos estaban orgullosos. Yuuri aconsejo algunas veces a Minami, quien siempre le dejo claro cuánto le admiraba; Yurio comenzó escuchar más a sus entrenadores cuando los años pasaron.

 

—Bueno...no lo llamaría discutir cerdito— Volvió a abrazar el cuerpo de Yuuri, pegándole al suyo—, más bien solo no sabían cómo acercarse entre ellos.

 

En definitiva, ver patinar a Yuri y Minami era algo singular; el primero desbordaba decisión, técnica en cada movimiento; el segundo mostraba emociones, rutinas con notable energía.

 

—Tienes razón, siempre fueron tercos los dos— acepto Yuuri—. Me recuerdan a nosotros— opinó Yuuri después de unos segundos de silencio—, pero tú te distingues al no tener el carácter de Yurio.

 

—Fuiste afortunado entonces— La risa grácil del ruso hizo sonreír al más joven.

 

La lluvia volvió a retomar fuerza, la noche llegó suntuosa al deslizarse los minutos. Las dos personas que admiraban la fuente volvieron al interior de aquel gran edificio.

 

 

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La noche hizo imposible distinguir la forma en que las gruesas gotas caían en el asfalto, fundiéndose en las aguas de los charcos al otro lado del ventanal. La tormenta se hizo notar, agitando de manera violenta los árboles, dejando claro su fuerza a quien la escuchara.

 

La oscuridad nocturna les anuncia el paso del tiempo, lo escaso de este, acercándose a ese momento; uno que Yuuri no le importaba seguir esperando, aunque esa no era su decisión.

 

—Estuviste, y estas en cada pensamiento que tengo Yuuri— confesó Victor, apresando las delgadas manos del otro en las suyas sobre la pequeña mesa; besó los dedos como varias veces aquel día, como lo hizo tantas veces antes.

 

—Tú también Víctor— Se sonrojo ligeramente; ¿Cuánto no pensó en lo mucho que amaba cada minuto con ese hombre?

 

Así hablaron de las largas caminatas que tomaron en su tiempo libre; de cómo buscaban las rutas más largas para extender esos minutos, convertir ese pequeño mundo de instantes en uno de horas.

 

También recordaron el festín que Víctor se encargó de hacer para Yuuri el día que este ganó el oro; los besos profundos y dedos devotos que se concedieron las manos de quien adoraban con fervorosa ternura.

 

Entonces comprendieron que las dudas de los momentos que pasaban juntos eran innecesarias; no cuando perderse en los ojos del otro era como navegar en un universo de miles de declaraciones, de las palabras más genuinas de afecto.

 

Yuuri siempre estuvo con Victor, aun si este no se diera cuenta; aun si no podía verle o sentirle. Nunca dejó su lado, por más solitario que fuera su lugar después de aquel día, solo viendo a la persona que más quería en un mundo donde era un mero espectador.

 

Así fue su espera después de morir en aquel accidente.

 

La vida de Víctor se desmoronó de manera pasmosa después de eso; solo tomo unos segundos, una llamada y una despedida que duraría años. Un año tomó para volver a patinar, simplemente para anunciar su retiro en la final de esa temporada.

 

Volver a pisar Japón fue parte de poder ser capaz de continuar su vida, con el propósito de atesorar los recuerdos de Yuuri mientras viviera; agradeció que Yuri, como Minami, le recibieran, no dejándole solo.

 

La familia de su pareja estaba devastada, pero Hiroko, la madre de Yuuri demostró una fuerza que le costaba creer a Victor, considerando que esa gentil mujer perdió a un hijo, pero ella lloró sus penas sin contenerse cuando las sentía, Victor guardó su dolor en la soledad.

Chris le visitaba con frecuencia en Rusia; su fiel compañero Makkachin, ese cariñoso caniche siempre estuvo a su lado, mientras que su corta vida se lo permitió.

 

Ya no pudo patinar, todo eso le recordaba a Yuuri, pero se ofreció a apoyar tanto a Yuri, como al enérgico japonés Kenjiro Minami. La vida le supo eterna, demasiado largo con frecuencia, pero puso toda su voluntad en conservar la obra y memoria de su amado en vida.

 

—Cuando cumplí sesenta años, la verdad es que no creí llegar a tener tantos años sin ti, todo me parecía extraño desde que te fuiste.

 

—A mí me alegra que tomara tanto, eres una persona maravillosa; tenías tanto que dar. — Yuuri miró con los ojos cristalinos a Victor, permitiéndose llorar un poco.

 

Los altavoces del lugar se combinaban con el bullicio; las personas recorren sin detenerse los blancos pasillos, ya fuere visitando a algún paciente del hospital, o simplemente esperando con incesante ansiedad algo.

 

—Ha llegado el momento— Víctor se levantó, y en cuanto estuvo de pie abrazó a Yuuri; le tomó de la mano para recorrer un pasillo en busca de una habitación, una que portaba cierto nombre.

 

Encontrar el cuarto que buscaban no les tomó mucho tiempo; empujaron la fría madera, sin soltarse ni un segundo. En aquella habitación se percibía el olor de las flores, acompañando algunos sollozos; a ambos lados de la blanca cama estaban todas las personas que conocieron, al menos la mayoría de ellas que aún vivían.

 

En la cama descansaba un hombre ya en sus últimos suspiros; con un rostro de sesenta años, y párpados cerrados que cubrían ojos claros de un azul tan cristalino como el cielo después de la tormenta, descansaba Victor Nikiforov.

 

A Yuuri se le formó un nudo en la garganta; pasó casi cuatro décadas observando a aquel hombre, envejecer mientras en el silencio pronunciaba su nombre extrañándole, tanto como él desde su muerte lo hacía.

 

Le lleno de alegría cada momento en que la sonrisa de Víctor regresaba, agradece a cada una de las personas que nunca le dejaron solo; agonizaba cada segundo en que no podía abrazarle para consolarle.

 

—No me importaría esperar un siglo más, si así podrías vivir Victor— dijo Yuuri en un susurro para sí mismo, mientras su amado se acercó a la cama a observarse a sí mismo

El rumor de la lluvia se fue apagando, mientras la vida abandonaba a alguien que cumplió el ciclo que le correspondía.

 

Víctor se acercó nuevamente a Yuuri, le abrazo mientras las personas a sus espaldas le despedían.

 

Así, mientras los cielos clareaban para dejar ver el mar de estrellas tras las nubes, dos personas caminaron el pasillo hacia la salida sin ser vistas, no al menos por quienes aún les quedaba vida por delante; esos hombres mantuvieron sus dedos entrelazados hasta que el momento de partir llegó.

 

Su fueron juntos con las últimas gotas de lluvia.

Notas finales:

Una historia corta, en la que puse mi corazón.

Gracias por leer <3


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