Desde pequeño siempre había sido alabado como el mejor, el incuestionable número uno que, con su poderoso y genial quirk, podría llegar a ser el héroe más increíble del mundo. Katsuki realmente creía en todas las palabras de aliento y halagos que recibía. Tanto así que su ego se infló al punto de caer en el terrible error de la soberbia y vanidad. Su creía tan superior que ni siquiera la consciencia le remordía luego de haber apaleado a Midoriya, el que se suponía, era su gran amigo. ¿Cómo sentirse mal? Según él, solo le estaba haciendo un favor a la humanidad poniendo al más pequeño, débil e inútil "Deku" en su lugar. Él no tenía quirk. Con eso, quedaba claro lo "bicho raro" e inservible que era. Eso sin contar lo sensible y femenino que se mostraba en varias ocasiones. Siempre tenía una boba sonrisa, un sonrojo en las mejillas, y un "¡Eres genial, Kacchan!" en la boca. Sus grandes ojos verdes, incrustado en un rostro lleno de tontas pecas acompañado de un cuerpo débil y flacucho no eran ni de cerca el ideal para ser un héroe. Personajes secundarios como él solo merecían una paliza para hacerlos bajar de las nubes y abrirles los ojos.
Alguien como Deku jamás estaría a su nivel, por mucho que el pecoso así lo creyera, tratando de ayudarlo un día, luego de haber caído torpemente hacia un riachuelo. De solo recordarlo hervía en cólera, y una indignación profunda le calaba los huesos. Era impensable, bochornoso, ridículo. Deku era alguien obviamente destinado a ser un omega. Y él, un grandioso y poderoso alfa. Habían omegas respetables y grandes héroes, como Recovery Girl, Midnight, Present Mic entre muchísimos otros. Pero ninguno de ellos era tan patético como Deku. Él sí era un desperdicio de oxígeno, espacio y alimento.
Tenían unos once años cuando el examen general y obligatorio que definía a qué clase pertenecías se llevó a cabo. El rubio no podía estar más seguro y aburrido al mismo tiempo. Su confianza le recalcaba a cada segundo que, sin duda y así como sus padres, sería un excelente alfa. Recordaba como todo el mundo estaba preocupado, casi tembloroso y con las ansias en las espaldas. Vaya idiotas. Entre ellos, Deku temblaba como gelatina esperando los resultados, los cuales serían entregados en un sobre directamente a los tutores.
Las semanas pasaron, y los resultados llegaron por correo a casa. El olor a café y la tranquila mañana de sábado, adornada con pájaros cantando y revoloteando en la ventana, no parecía presagiar nada malo. Como todo buen niño, Katsuki explotó ( literalmente) en impaciencia al ver como su madre, parada en medio de la cocina con la hoja en sus manos no decía nada. Un olor llegó hasta la pequeña nariz del infante. Un olor que hasta el día de hoy, no podría olvidar nunca: una mezcla de confusión, sorpresa, indignación. Todo cortesía de su madre que temblaba ligeramente, dejando salir aquel olor tan atípico en ella.
Él no pudo quitarle la hoja. Lo intentó, en serio. Explotó los muebles, la cocina, hizo muchos berrinches y hasta maldijo a la mujer que se negaba a ceder. Finalmente se marchó de la casa gruñendo. En su infantil mente, pensaba que su madre solo quería molestarlo con el hecho de ocultarle los resultados. O quizás tenía alguna enfermedad mínima, y ella no quería mostrarle la hoja para llevarlo ( de nuevo) engañado al doctor.
—¡Soy un beta!—había dicho uno de sus amigos. Al parecer, muy aliviado de no tener que sufrir con la carga hormonal de ser un omega. Ya les habían enseñado en clases , más o menos y con títeres, que ser un omega era un asunto muy molesto y complicado.
—¡Yo un alfa!—había gritado su otro amigo, muy contento de tener en sus genes la predisposición a ser más fuerte que el resto de clases. Katsuki no les daba mayor importancia. Seguía indignado por el comportamiento de su madre. Así que cuando le preguntaron a qué tipo de clase pertenecía, resaltó lo que para todos, era obvio.
—Soy un alfa, obviamente, pedazos de basura.—contestó sonriendo, inflando el pecho al recibir los halagos y gritos de admiración. A lo lejos y desde el columpio en el cual se encontraba sentado, pudo ver como una alegre Inko, la madre de Deku, llevaba un pastel y varias comidas exquisitas más. Mentalmente se preguntó si haría una fiesta para celebrar que su hijo fuera un omega. ¿Qué clase de madre se alegraría de tener el apestoso olor a celo de un omega inundando la casa?
Dejó el tema pasar. No quería pensar en algo tan aberrante como Deku entrando en celo. Según las profesoras y sus torpes y feas representaciones con títeres, era un estado deplorable que hacía actuar a los omegas como bestias necesitadas. Se removió en su lugar, dejando de hamacarse. Pensándolo bien, el celo era el mejor castigo para alguien como Deku. Sí, por supuesto, un Deku suplicante y doblegado a su naturaleza era lo más obvio a suceder. Eso le animó un poco, sin contar que internamente deseaba que su madre igualmente le preparara alguna comida de su agrado para festejar su condición. El resto del día, fue bastante normal. Molestaron a algunos niños, explotaron algunas latas por diversión y atraparon escarabajos. No vio al pecoso en todo el día.
Al volver a casa, ya ocultándose el sol, sus padres le esperaban sentados en la mesa, con caras serias y un deje de tristeza en sus ojos. La sala tenía un olor molesto que lo incomodó a la primer inhalada. Retrocedió por reflejo. Pensó que lo regañarían por haber molestado a algún niño, o que lo castigarían por haber roto ( por quinta vez) algún adorno caro. Pero nada de eso pasó. En cambio su madre suspiró y lo invitó a sentarse, corriendo una silla al lado de ella.
Ese día todo cambió.
Ese día supo que la vida era una hija de puta.