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El camino de las estrellas por Athena Selas

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Notas del fanfic:

Una disculpa si encuentran una contradicción o error histórico en el relato, me basé lo mejor que pude en mis conocimientos de historia clásica. Si encuentran alguno, no duden en hacerme esta observación.

Notas del capitulo:

Esta historia fue un reto que difruté mucho al escribir, me costó sacarlo en tiempo y forma, pero utilicé los elementos que mis imaginación y creatividad deseaban realizar. 

 

La mayoría las llamaban hechiceras, brujas o malos augurios, muy pocos habían tenido la valentía suficiente de superar las habladurías recelosas del pueblo común y se había aventurado a descubrir quiénes eran realmente las habitantes de aquel lugar.



Se sabía que era un grupo conformado exclusivamente por mujeres de todas las edades y el chisme popular pululaba que devoraban a cualquier hombre que osara acercarse a las costas de las islas que habitaban, pues los odiaban. Estas islas estaban ubicadas en algún punto del mediterráneo, a medio camino de los puertos helénicos hacia las costas opuestas de territorios púnicos, por lo que los grandes navegantes llevaban a cabo todas las maniobras posibles para evitar acercarse a las islas de los malos augurios.



No obstante, una vez hubo un naufragio desafortunado cercano a este punto de mala reputación y los marineros gemían desesperados creyendo que todo había sido obra de las brujas quienes necesitaban alimentarse pronto de la carne de los varones. Nada más desacertado, pues la mayoría murió ahogado y solamente uno de ellos fue arrastrado por la corriente oceánica hasta aquellas islas.



Ahí, las mujeres lo rescataron inmediatamente y sanaron sus heridas con sus ancestrales conocimientos médicos. El hombre tenía unos maravillosos ojos verdes tan resplandecientes como las esmeraldas y esa mirada fue testigo de quienes eran realmente las habitantes de aquel lugar de humillante reputación: mujeres sabias, bien organizadas, justas, amorosas y lo que temía tanto la gente era su conocimiento en anatomía humana, medicina y sobretodo cómo mantener una fuerte conexión con el mundo espiritual, habiendo algo de magia blanca en ello. 



A los espíritus de la tierra solía gustarles mucho más acercarse a presencias de naturaleza femenina y por ello las islas no podían ser habitadas por hombres. Pero aquello no significaba que sus residentes odiaran a las presencias masculinas y procuraban ayudarlos si caían en sus islas. También comerciaban amistosamente con pequeñas embarcaciones menos supersticiosas que las grandes embarcaciones civilizadas.



El náufrago cayó enamorado de su principal cuidadora: una bella heredera del conocimiento ancestral de sus antepasadas y ella poseía una bellísima cabellera color cobalto. La mujer también lo amó, pero sabía que el romance no podría durar demasiado, pues él debía abandonar las islas en cuestión de semanas, en cuanto vinieran las embarcaciones comerciantes, y ella no estaba dispuesta a abandonar su hogar. 



En cuanto una barca mercante aceptó llevarlo a tierra, él partió para siempre.

 

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Nueve meses después, durante una muy agitada noche, una docena de matronas se arremolinaban emocionadas al interior de una choza hogareña situada a orillas de la playa. 



La mujer enamorada del náufrago se encontraba en pleno trabajo de parto y había sido cuidada con delicadeza, pues la etapa final de su embarazo fue difícil, pero no era nada que la sabiduría de las habitantes de la isla no pudieran tratar. 



Entonces, el llanto del neonato inundó el hogar y las matronas suspiraron aliviadas y realizaron los procedimientos médicos y rituales para recibir al bebé. 



— ¡Esperen! Viene otro, son gemelos…



Hubo un chillido de emoción general y todas aguardaron por minutos expectantes a que el segundo milagro del día ocurriera.

 


Finalmente escucharon triunfales el segundo llanto de la noche y parecían aún más entusiasmadas que antes. Todas celebraron a la nueva madre y agradecieron emotivamente el conocimiento de sus ancestros y la bendición de los espíritus de la tierra por ayudar a traer a los orgullosos nuevos miembros de la familia a la vida.



Los gemelos eran considerados mágicos en aquellas islas. Nada gustaba más a los espíritus que los mellizos quienes eran los mejores para llevar a cabo ritos muy poderosos.

 

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Los niños fueron nombrados Saga y Kanon, en honor de las mujeres sabias más célebres que habitaron alguna vez aquellas islas y quienes también fueron hermanas mellizas. 



Ambose eran tan hermosos como su progenitora: su piel era color oliva de textura suave y futuros músculos bien delineados; sus facciones eran adorables, pero prometían tornarse deslumbrantemente apuestas con el paso de los años; su cabellera color azul cobalto era sedosa y brillante; y finalmente habían heredado los hipnóticos ojos verdes del padre que no conocieron.



A pesar de haber nacido varones, no abandonarían la isla al mientras fueran niños. Además, si con el tiempo alguno sentía inclinación por volverse hacia su lado femenino podía permanecer el resto de su vida ahí.



Los dos llevaron una infancia llena del amor de su madre, de sus docenas de tías o primas en todo el territorio de las islas. El lugar además contaba un benevolente clima ideal para jugar y crecer con envidiable felicidad. Se tenían el uno al otro como eternos compañeros de juego más los otros pocos niños que vivían también ahí.



Desde que tuvieron uso de razón comenzaron a ser instruidos en las artes de sus ancestros y como era de esperarse eran insospechadamente fuertes en estos campos primero por ser gemelos y después por sus ojos verdes que gustaban tanto a los espíritus. Todas sus mentoras estaban orgullosas de aquel par y podían jurar sin dudar que se convertirían en parte de las memorias de los sabios más poderosos de su tierra natal.



Y así comenzó a ser, pero conforme crecieron sus personalidades empezaron a mostrar signos dispares, especialmente conforme se acercaba su cumpleaños 14, fecha señalada en la que ambos debían abandonar la isla pues los espíritus habitantes del lugar rechazarían su presencia masculina a partir de ese momento. 



Saga no deseaba abandonar su hogar, ni sus ritos, ni su conocimiento, ni sus raíces. Lo deseaba tanto que incluso intentó iniciar una transición femenina forzadamente y no como inclinación natural como debía ser. Fracasó. 



La verdad era que el mayor temor de Saga era hacia sí mismo pues en su interior se alojaba una presencia tan obscura cuyo peligro y maldad latían con tal fuerza en su interior que el gemelo mayor lloraba noches enteras, aterrado con la idea de perder la bendición de los espíritus que mantenían a raya su monstruo interior.



Kanon, por otra parte, ya se estaba hartando de su tierra natal y se encontraba ansioso por partir a bordo de un bote comerciante y conocer finalmente el mundo, el cual deseaba devorar, pues sólo lo conocía a través de las palabras y anécdotas de los marineros mercantes que permanecían en la isla fugazmente mientras intercambiaban su cargo por medicinas, cartas estelares, perlas y de vez en cuando algún hechizo.


 
Saga se sentía más desesperado que nunca porque su gemelo no lo comprendía en lo más mínimo. Así que recurrió a su máxima especialidad como hijo de aquellas islas: la lectura de las estrellas. 



Les suplicó por noches enteras llevando a cabo con sumo cuidado los ritos especiales para ello. Finalmente ellas le hablaron y le indicaron que debía seguir su camino y tras un largo recorrido que lo partiría a la mitad y le haría inclinarse ante el arma de la victoria, encontraría a un escorpión de piel dorada que le traería la calma que tanto ansiaba para siempre.

 

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— ¡Deja de hablar con las estrellas, idiota! — lo reprendió el inquieto Kanon en cuanto su mellizo le contó su relato minutos más tarde. — A ellas les encantan esas analogías desesperantes, por eso decidí retirarles el habla. Ahora concéntrate en iniciar nuestros preparativos para partir ¡Nos vamos en unas semanas! — sentenció emocionado el hermano menor.



Fue así como Saga, tragándose todos sus temores e inseguridades, aceptó el hecho de que abandonarían su hogar y se enfrentarían al mundo exterior que le parecía monstruoso aunque no tanto como la bestia dormida en su interior.



Su madre y sus familiares organizaron un ritual de despedida para ellos el cual culminó en un gran festín. Durante aquella noche llena de amor y lágrimas, los hermanos recibieron las bendiciones y la protección de sus seres queridos.

 

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La mañana siguiente, los gemelos Saga y Kanon salieron al alba de su hogar, cargando sendos morrales dentro de los cuales guardaban tres cambios de túnicas frescas de algodón, el almuerzo para dos o tres días y saquitos llenos de las valiosas perlas nativas de la isla.



Su madre les besó la frente con sumo cariño y con lágrimas en los ojos abrazó a sus pequeños hombres y se despidió de ellos recitándoles una última oración de protección. 



Ellos podían ir a visitarla por algunos días en el futuro y les suplicó que lo hicieran al menos una vez por el resto de sus vidas. Saga, con los ojos inundados en lágrimas juró que lo haría tantas veces como pudiera y Kanon consoló a ambos riendo por el parecido melodramático entre su madre y su hermano.



Los gemelos llegaron hasta la embarcación que los llevaría hasta puertos helénicos, pues la lengua de los reinos y ciudades de esas tierras era el único idioma que ambos manejaban por el momento. 



Partieron de casa mirando de frente la orilla del horizonte incandescente por la luz de sol que anunciaba un nuevo día y una nueva vida.

 


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