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Aprender a aceptar por Pato359

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Julian nació un 29 de febrero del 92. Su madre estaba emocionada por haberlo dado a luz ese día. Al presentarse solo cada cuatro años, pensaba en los chistes que pudo hacerle a su niño y la súper fiesta que armaría cada vez que cayera la fecha.

El esposo de Sara, Lynn, también estaba muy emocionado. Con su cámara de vídeo grababa todos los momentos en que su amada sonreía y el pequeño bebé movía los labios sin pronunciar palabra.

Eran una pareja joven. Se acababan de mudar a una casa grande. Juntos pintaron y decoraron cada habitación, en especial, la del nuevo miembro. Tenían un jardín grande y planeaban adoptar un cachorrito para que creciera junto a su hijo.

Tantas ilusiones que lamentablemente se rompieron cuando a Sara la mató un accidente de avión unos seis meses después. En el vuelo que ella abordaba, quién sabe quién y activó una bomba que explotó en pleno vuelo sobre el mar Caribe. Muchos cuerpos se perdieron, pero a Sara pudo encontrarse. Según la autopsia, ella no había muerto con la bomba. Su pierna resultó quemada y eso le limitó el movimiento, haciendo que muriera ahogada.

Lynn estuvo solo en su entierro. La familia de Sara no podía viajar de California a Cartagena; la familia de él se había alejado desde que se fue a vivir solo hace casi 13 años. No lloro en frente del ataud, no la miro tampoco, solo se acercó, cerró la puertica y dijo:

-Gracias por haber sido mi mejor amiga. Seguiré adelante y Julian te amará mucho.

Cremaron su cuerpo y Lynn esparció esas cenizas en el campo abierto. No era cualquier campo, ahí era donde Sara solía fumar y beber cuando era más joven. Lynn la acompañaba pero no bebía ni fumaba. Ayudó a su amada a dejarlo de hacer y formar una buena vida. Miró hacía el frente al sol que se escondía en el mar. Volvió pronto a casa.

Julian, mientras tanto, creció muy feliz. Era un niño activo y divertido. Con apenas seis meses de nacido, ya gateaba por todo el primer piso de la casa. Cogía sus juguetes y duraba jugando todo el día. El pequeño no sabía lo qué era el aburrimiento, mucho menos, la soledad de no estar su madre ahí.

Cuando cumplió los dos años ingresó al jardín infantil. La primera mañana no quería separase de la pierna de su padre, los demás días salía corriendo casi sin despedirse. Los niños que estudiaron ahí con él fueron los primeros amigos de Julian. Fueron tres años muy felices. A veces todos se reunían en alguna casa y jugaban toda tarde después de clase. La más chévere era la de Luisa, que tenía una gran piscina y podían jugar ahí en los días de calor.

Un año antes de empezar la primaria, Lynn decidió meterlo en un colegio ya para grandes. Julian se adaptó rápidamente al ambiente y a sus nuevos compañeros, además de que su amigo del jardín, Marcos, había entrado en ese mismo colegio junto a él.

El tiempo volaba y Lynn notaba que su hijo a veces llegaba pensativo a la casa.

-Papi, ¿dónde está mamá?

Sabía que ese momento llegaría tarde o temprano. Tomo a su hijo y lo sentó en su regazo mientras que ambos se mecían en la mecedora de la sala. Lynn habló con voz tranquila y dulce, explicando pacientemente que Sara estaba en un mejor lugar. Que su cabello rubio era el más bonito del mundo y sus ojos azules eran más intensos que el del color del mar. Julian, con sus nueve años, lo entendió y no lloró tampoco. Sólo sonrió.

-¡Cuéntame más!

-Lo siento, bebé. Tiene que ser otro día. Hoy debo salir.

-¿De noche?

-Sí... he conocido a alguien y queríamos reunirnos para ver una película.

-¿Puedo ir yo?

-Nop -respondió riendo cuando el niño hizo un puchero-. Tú tienes que quedarte a dormir y cuidar la casa.

-¡Pero ver una película es mejor!

-Mañana tienes escuela, yo regresaré un poco tarde.

-Awww -se quejó.

Lynn rió más. Su hijo era lo único que lo hacía feliz ahora. Era fuerte por él, sonreía por él. Su vida giraba en torno a Julian, por eso, quería buscar alguien con quién estar y enamorarse de nuevo.

Cenó con su hijo y luego de arroparlo, se fue hacía su cita.

Una entrega de notas se avecinaba pronto. Las evaluaciones habían terminado así que el periodo también llegó a su fin. Julian aprovechaba ese fin de semana para dormir más de lo normal. Lynn salió de casa, silencioso. Caminó hacía el colegio y espero su turno cuando llegó. A pesar de haber llegado temprano, la maestra lo atendió hasta las once de la mañana. Todo quien lo vio salir del colegio quedó con la boca abierta.

Las cosas estaban diferentes cuando Julian llegó el lunes a clase. Unos compañeros lo veían raro. Él los saludó alegre a todos pero no recibió lo mismo. Solo su mejor amigo actuaba como siempre.

-¿Sabes qué tienen todos?

-Ni idea. Yo me pregunto lo mismo -le contesto Marcos.

Del tercer grado hacía arriba Julian fue victima de malas miradas, cuchicheos, algunas bromas pesadas y exclusión. El Julian extrovertido y alegre no volvió a ser el mismo. No entendía nada de lo que pasaba a su alrededor. Tuvo que llegar a los quince años para descubrir lo que su padre le ocultaba.

-Julian -tanto Lynn como su hijo estaban bien vestidos. Iban a cenar en casa pero al parecer habría un invitado especial-. Baja a cenar.

-Ya voy -dejo su celular a un lado y se puso de pie. Bajó tras su padre al comedor.

El timbre, oportunamente, sonó. Lynn se apresuró y salió corriendo hacia la puerta. Julian desde la sala escuchaba murmullos y risas nerviosas.

Sus ojos se abrieron como platos por sí solos cuando vio entrar a un hombre mucho más alto que su padre. Apenas y tenía unos vellos en la barbilla. La piel morena hacía resaltar sus ojos azules y sus labios.

-Hola, Julian. Tu padre me ha hablado mucho de ti.

-Mucho gusto, señor...

-Oh, no me digas así. Llámame Allan.

El menor asintió y apretó la mano extendida que le ofrecía el invitado. Lynn parecía muy feliz de que congeniaran.

-Vengan, vamos a comer. La cena se va a enfriar -les llamó Lynn y se adelantó a grandes zancadas hacia la cocina.

Cenaron tranquilos entre una charla amena de puras trivialidades. Julian averiguo muchas cosas de ese hombre: era constructor, le gustaba el atletismo, sabia tocar la guitarra y tenía un cachorro llamado Chocolate. El menor de todos rió por el nombre del canino.

-Algún día puedes ir a conocerlo. Le gusta mucho jugar.

-Sí..., gracias.

Allan se ofreció a lavar la losa y ni Lynn ni su hijo se interpusieron a ello. La verdad, Julian tuvo una muy buena impresión de ese señor. Era muy agradable. Seguro era un nuevo amigo de su papá.

Después de que el invitado se fue, padre e hijo se quedaron en la sala.

-¿Y...?

-Es muy agradable. Ma cayó bien.

-Qué bueno -Lynn parecía nervioso.

-Papá... ¿pasa algo?

-Bueno... -titubeo-. Sí. Hay algo que debo contarte. Quiero que me escuches con atención y no me interrumpas hasta que termine.

Al final de la historia, Julian salió corriendo hacía su cuarto, llorando como no lo había hecho en tantos años. La verdad era dura, difícil de digerir.

Su padre, Lynn O'Brien salió de su casa hace 28 años porque sus padres lo descubrieron teniendo relaciones sexuales con un hombre. Tuvo que dejar sus estudios para conseguir un trabajo y subsistir. Su mejor amiga, Sara Rother, estaba siendo presionada por sus padres a contraer matrimonio con un hombre, no con una mujer. Los dos vieron la solución de comprometerse y tener una familia para complacer a sus padres. Pero Sara murió, y Lynn ya era mayor de edad. Nadie tenía control sobre su vida. Un día por casualidad conoció a Allan Videla. Fue casi un amor a primera vista. Venían saliendo como novios desde que Julian tenía nueve; hasta ahora les había parecido buena idea decirle la verdad.

Julian no durmió esa noche por el ahogado llanto y los pensamientos que lo arremolinaban. Sus padres quizá nunca se amaron. Ninguno podía vivir bien su vida. Su padre arruinó la suya. Lo odiaba. ¡¿Por qué tenía que ser gay?! de todas las cosas que podría llegar a ser un padre, tenía que ser homosexual.

Su relación no volvió a ser la misma desde aquel día. Julian se cerro completamente a la gente, ignorando cualquier burla o comentario que le hicieran. Incluso para Marcos le estaba siendo difícil acercarse a su mejor amigos. A cada momento pensaba: "pude no haber nacido", "tal vez mi mamá no hubiese muerto si tuviera otra vida", "mis abuelos no son buenos... yo tampoco lo soy".

Los meses que duró deprimido fueron largos y pesados para su padre que solo lo veía desde la distancia, llorando y culpándose por no darle una mejor calidad de vida. Pero Lynn estaba cansado de complacer al mundo entero, sacrificando su propia felicidad. Ya no se veía tanto con Allan pero si lo llamaba todas las noches y a veces lloraba estando al teléfono.

-Lo entenderá. Es un chico muy bueno -con esas palabras lo tranquilizaba. Funcionaba porque sabia que tenía razón.

Fue cuestión de tiempo para que Julian volviera a hablar con su papá. Tres años después, meses antes de su graduación, se sentaron a hablar en la sala igual que aquella vez.

-Papá... perdona. Sé que ha pasado mucho tiempo, pero la historia que me contaste no era fácil de digerir.

-Lo sé, hijito. Lo sé.

-Admito que te odie. Te odie por ser quien eras y por ser egoísta y querer tu propia felicidad en vez que la de tu hijo. Al inicio que me hacían bullying nada tenía sentido, ahora sí. Y es que descubrí que nuestra sociedad no es nada tolerante. Que nos sobresaltamos por pequeñeces y nos dejamos idealizar. Siempre escuche de todos que los homosexuales no deberían ser considerados personas, mucho menos el que estén en nuestra sociedad y que no merecen respeto. Les seguí la corriente. Pero... pensándolo de otra manera... ¡Por Dios! Eres mi padre. Me diste la vida, me criaste y no me abandonaste cuando mamá murió. Eres la mejor persona del mundo y el ser gay no te quita eso. También tienes derecho a ser feliz...

Lynn, con lágrimas en los ojos, lo abrazó orgulloso de que su hijo, a pesar de cumplir cada cuatro años y ser tan pequeño en estatura, era tan maduro como todo un hombre.

-No tienes que decir nada, Julian. En cambio yo..., gracias. Muchas gracias.

Volvieron a compartir un abrazo que no solo unió de nuevo a un padre y un hijo sino también a una familia. Lynn contrajo matrimonio con Allan en un país donde su casamiento era legal. Querían comprar una casa cerca a ese lugar especial para Lynn que le recordaba a la cómplice de su plan. Y por otro lado, Julian también llevó una sorpresa a casa con su mejor amigo Marcos, que había dejado ese título atrás para pasar a ser su novio.

Más de una persona alguna vez nos hemos sentido diferentes y cohibidos por detalles que nos hacen únicos en nuestra propia persona. Lo principal de ello, y que me lo enseñó mi compañero de clase, es que la familia es un gran pilar de apoyo y es un paso hacía adelante para la aceptación propia.

 


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