Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

De la miel a las cenizas por Nayen Lemunantu

[Reviews - 20]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Declaración

 

Los personajes de Kuroko no Basuke son propiedad de Fujimaki Tadatoshi.

 

La historia está inspirada en las Crónicas Vampíricas escritas por Anne Rice, y cada capítulo comienza con una espectacular cita suya.

Notas del capitulo:

¡¡Hola a todo el que se pase por aquí a leer!!


Hace mucho tiempo escribí tres capítulos aislados que formaban parte de una serie llamada Sangre y Fuego. La idea era publicar cinco capítulos en su totalidad para terminar la historia, pero no lo logré, y esta serie quedó inconclusa por casi dos años o tal vez más...


¿La buena noticia? ¡Retomé la historia y se viene más recargada que nunca!


Seguirá siendo una serie, pero ahora estará compuesta por varios long-fics. Estas historias serán publicadas de forma independiente, porque cada una será autoconclusiva. Sin embargo, todas tendrán en común estar enmarcadas dentro del mismo universo.


Aquí les dejo la primera parte de esta serie: Sangre y Fuego I: De la miel a las cenizas. Donde se narra la historia de Ryota Kise, un universitario con la vida marcada por la desgracia, que tuvo la fortuna o desdicha de cruzar sus pasos con los de un inmortal.

Prólogo

El ladrón de vidas

 

 

Aceptad mi absolución, Vittorio y Úrsula.

—No, padre —contesté—, no podemos aceptarla. No la queremos.

—¿Por qué?

—Porque —repuso Úrsula en tono afable—, nos proponemos volver a pecar en cuanto se presente otra ocasión.

Anne Rice, Vittorio el Vampiro

 

 

El joven de piel bronceada y figura imponente apartó la mirada del vaso de sake especiado y tibio que no había probado en las casi dos horas que llevaba ahí y alzó la vista hacia la barra, hacia su presa. Se arrellanó en el cómodo sillón que ocupaba, una mesa sola y apartada del resto en un rincón donde la claridad de las lamparillas del bar era menor. Las mesas redondas de madera oscura tenían en el centro un pequeño recipiente de cristal con una vela aromática en su interior, esa vela en su mesa era la única fuente de luz cercana, por lo que se hacía difícil detallarlo con claridad.

Tenía el pelo corto tan negro, que incluso llegaba a desprender destellos azulados. Sus ojos, de un azul profundo, helados, se oscurecieron de sed y deseo cuando su mirada se posó de nuevo sobre su presa: un hombre asiático de cincuenta y tres años. Era un empresario de ojos oscuros y vivaces que vestía de punta en blanco y se reía frívolamente con la charla de su acompañante; compañía femenina pagada. Era un ser superficial, arribista y sin escrúpulos, por eso lo había escogido como su presa.

Le estaba siguiendo la pista desde hace tres meses. Cuando se lo topó de casualidad en Estambul, mientras contemplaba embelesado las esbeltas columnas de Santa Sofía y recordaba el pasado, cuando se paseaba por las estrechas calles de la ciudad tomado del brazo de la exótica belleza que tenía por compañera en ese entonces. Su presa había salido de la iglesia luego de confesar su más reciente asesinato, pasó por su costado izquierdo sin reparar en el joven de jeans y chaqueta de cuero con las manos guardadas en los bolsillos, ni siquiera cuando le rozó el hombro. Fue a través de ese contacto mínimo, de cuero contra cachemir, que le llegaron los fragmentados pensamientos del hombre. Estaba en Estambul para cerrar un negocio. Quería abrir un nuevo edificio de su cadena hotelera y no le quedó más remedio que deshacerse de la competencia. Acababa de darle tres tiros en la cabeza al sujeto cuando recibió la llamada de su hijo, el único ser que amaba en este mundo además de sí mismo. No pudo soportar la culpa y corrió a la iglesia… Todo a pesar de ser un sujeto que no creía en absolutamente nada. Hasta había llorado frente al mosaico del Cristo Pantocrátor pensando en ese hijo que lo esperaba incondicionalmente.

La grotesca mezcla de culpa y expiación se le hizo irresistible.Y el aura turbia que despedía el sujeto había sido como un imán que ejercía una fuerza magnética. De Estambul lo había seguido a Tokio, donde vivía junto a su hijo en lo más alto del rascacielos que había sido su primer gran hotel. Había sido una suerte que hubiera heredado toda la fortuna de su esposa cuando ésta falleció. Una irónica suerte. Después de eso, lo había seguido por toda Asia en cada viaje de negocio. Una noche en Seúl, otra en Shanghái, luego de vuelta en Tokio donde había pasado casi un mes antes de irse un par de semanas a Kyoto, luego Shanghái otra vez, una pequeña escala en Singapur antes de volar directo a Bali y regresar a Tokio semanas después. Y él siempre pisándole los talones, cada vez más convencido de que sería una presa apetitosa. Ni siquiera había vuelto a cazar, se limitaba a esperar paciente el momento en que la sed que sentía por aquel hombre se le hiciera irreprimible. Pero el momento había llegado al fin. Ya había esperado demasiado tiempo y el juego se había terminado. Esa noche bebería hasta la última gota de sangre de ese cerdorepugnante.

Se encontraba en Kyoto. Había llegado al bar de ese hotel pasada la media noche porque sabía que ahí se iba a encontrar con su presa. El hotel era de su propiedad y pasaba gran parte de su tiempo ahí, especialmente cuando quería portarse mal, como lo llamaba él. Lo había visto apenas entró escoltado por una hermosa chica tomada de su brazo por las puertas vidrieras de doble hoja. Lo siguió con la mirada, estudiándolo, hasta que se instaló en las butacas de la barra. 

Cruzó los brazos sobre su pecho y se acomodó una pierna sobre la otra, de modo que el talón de su botín negro quedó afirmado en uno de los descansabrazos. Vestía lo más corriente que podía, para no llamar la atención: jeans azules, musculosa negra y chaqueta de cuero negro. A veces incluía a su típico vestuario unos lentes de sol oscuros, porque el antinatural brillo de sus ojos llamaba irremediablemente la atención de los humanos.

Mientras esperaba su momento, su mirada azulada escudriñó la oscuridad del bar con aburrimiento. Los clientes eran en su mayoría pasajeros del hotel, un grupo muy selecto, mezcla entre turistas extranjeros y empresarios locales, en suma, gente acaudalada. El lugar era amplio, de colores sobrios, decorado con fotografías en blanco y negro que mostraban de manera artística lo que quedaba del paisaje imperial de Kyoto. Aunque el arte nunca había sido lo suyo, no era algo que supiera apreciar, él era un guerrero, un formidable y fuerte guerrero… O al menos eso había sido cuando aún era humano, hace más de dos mil años atrás.

La risa ronca de su presa volvió a captar toda su atención. El sujeto pasó el brazo izquierdo por la cintura fina de su acompañante mientras con la derecha apuraba el vaso de brandy, su bebida favorita. Él aguzó el oído y pudo oír la totalidad de su conversación, aunque esas trivialidades no le interesaban, lo que él quería eran los detalles suculentos de su crimen más atroz.Por el rabillo del ojo lo estudió y leyó su mente, escarbando entre sus recuerdos, buscando los detalles de los crímenes que había cometido: asesinatos, desfalco, negocios turbulentos, la herencia adjudicada fraudulentamente con la que construyó su pequeño imperio.

Los siglos le habían enseñado a alimentarse de la sangre de los malvados, de los criminales, de los culpables, de aquellos que merecían o buscaban la muerte. Él sabía que su presa cargaba con más de un cadáver a cuestas, aunque nunca había pagado por ellos… No hasta ahora. 

Y había un crimen que su presa recordaba constantemente, tal vez por la culpa; el primero. Se concentró en su mente y le llegaron atropellados los pensamientos: el asesinato de su esposa, el delincuente de poca monta que contrató para cometer el crimen, la sangre que corrió esa noche de invierno, el daño colateral, la familia destrozada…

Y súbitamente le llegaron también los pensamientos de la mujer, más intensos que los de su presa. Ella llevaba años en el negocio de la carne y hace tiempo había perdido todos los escrúpulos. Había presenciado más asesinatos de los que podía contar con las manos, pero mientras tuviera su dosis diaria de cocaína, todo el mundo la tenía sin cuidado. El viejo, el dueño del hotel, era uno de sus clientes frecuentes. Ella ni siquiera podía recordar su nombre en esos momentos porque siempre que podía se colaba hasta la inconsciencia.

Él sonrió sin dejar de mirarlos. Esa noche se había llevado el premio máximo, como decían los anuncios de supermercado de esta época, sería un dos por uno.

Su presa dio un par de instrucciones al barman y se puso de pie. Se acomodó el costoso blazer y el pelo antes de subir a su suite personal. La mujer se fue detrás; no necesitaba invitación.

Él tampoco.

Esperó unos minutos a que se pusieran cómodos y subió. Lo hizo tranquilamente, utilizando la amplia escalinata de mármol blanco con balaustrada de bronce. La suite se encontraba en el sexto piso, con vista a las copas de los árboles del parque contiguo. Él los oyó apenas llegó al piso: su presa venía volviendo del baño, se había sacado el blazer y la corbata, tenía la camisa arremangada, con los tres primeros botones abiertos y el pelo alborotado. La mujer se había sacado los tacones y estaba de rodillas sobre la alfombra de la antesala con todo el cuerpo inclinado sobre la mesita de centro, aspirando su tercera línea de cocaína.

Él sonrió y se relamió los labios. La sed que sentía en esos momentos era demasiado intensa, le hacía salivar y escocer las encías. Se movió en grandes zancadas hasta la puerta de la suite, pero este movimiento sólo le tomó un par de segundos. Giró la manilla de la puerta y ésta cedió ante su fuerza a pesar de estar cerrada con llave y seguro. La mujer ahora estaba inconsciente sobre la mesita y su presa estaba sentada en uno de los sillones individuales, al verlo, se puso de pie, furioso.

—¡¿Quién demonios eres tú y qué crees que estás haciendo aquí?!

Su presa avanzó con paso rápido y seguro hacia él, sin saber que se arrojaba a los brazos de la muerte. Era demasiado alto y corpulento para el promedio asiático y tenía el porte erguido y arrogante de un hombre que era consciente del poder que tenía. Le leyó la mente y supo que lo había tomado por un vulgar ladrón… Bueno, con la ropa que usaba esa noche no lo podía culpar.

Su presa tenía la intensión de sacarlo a punta de patadas de su suite y su hotel, incluso contempló la posibilidad de mandar a uno de sus guardias a darle un tiro en la cabeza, pero no alcanzó ni a tocarlo, él se le adelantó. Lo estrechó en sus brazos y acercó la boca hasta su cuello, lamiendo la piel salada. Su presa forcejeó por liberarse y él apretó más el abrazo, rompiéndole un par de costillas en sus ansias, sólo en ese momento su presa se percató que él no era humano y el grito de dolor se ahogó en su garganta debido al terror. Comenzó a sudar frío y a balbucear palabras sin sentido.

—Llegó tu hora, malnacido —le susurró sin dejar de lamerle todo el largo del cuello.

Le enterró los dientes sintiendo cómo la piel se rasgaba poco a poco debido a la presión. La sangre brotó de inmediato y le llenó la boca; salada, agria, metálica, espesa y deliciosa. Tragó y por fin pudo ver los recuerdos de su presa como sólo la sangre podía mostrarlos. Los vio a él y su mujer en la sala de la pequeña casita donde habían sido tan felices años atrás. Aunque esa noche discutían. «¿Así que te quieres devolver a Inglaterra, querida? —le había escupido él con virulencia—. ¿Quieres el divorcio para irte a vivir con Robert, ese cretino? ¡¿Crees que me dejarás después de estos diez años y sin ni un yen?!» Ella provenía de una familia inglesa adinerada, era hermosa, alta y de tez inmaculada, rubia como el sol. Se habían conocido en California, en la universidad. Se casaron después de tres meses de noviazgo, había sido amor a primera vista. Y fueron felices, por un tiempo. «¡El dinero es lo único que te importa, maldito hijo de puta! —le había gritado ella—. Ya está decidido, me voy mañana con los niños.» Los niños estaban en el pasillo, abrazados y escondidos en las sombras, llorando sin hacer el menor ruido. La mayor de las hermanas abrazaba protectoramente a los dos más pequeños, no tenía más de diez años. «¡Eres una maldita zorra! ¿Crees que vas a alejar a mis hijos de mí? Eso ni lo sueñes, cariño.» Él había pateado la mesa de cristal del living hasta hacerla añicos y se había largado con una botella de brandy en las manos. Esa misma noche un ladrón entró a la casa. Un par de cortes y el problema se había terminado.

Su presa convulsionó entre sus brazos, agonizando. Sólo en ese momento se dio cuenta de que lloraba y que sus lágrimas le habían empapado el pelo. Con su último aliento murmuró un nombre.

Lo aferró con fuerza del pelo y le ladeó la cabeza, le rompió la espina dorsal con el movimiento tan brusco, pero eso no tenía importancia ahora, su corazón apenas latía. Le metió la lengua dentro de la herida abierta y chupó las últimas gotas de su deliciosa y turbia sangre hasta que su corazón dejó de latir.

La sangre le calentó el cuerpo de inmediato, le recorrió los miembros y le dio por instantes una apariencia más humana. Aunque gracias a su piel acaramelada, la palidez anormal que caracterizaba los cuerpos sobrenaturales de los de su especie era bien disimulada. Gracias al milagro de la sangre, su cuerpo se llenó otra vez de vida, sentía sus miembros hormiguear con el elixir cálido que recorría sus venas, era como si todo su cuerpo vibrara. Aunque sabía que la sensación sólo duraría un par de horas.

Lo que él hacía era robar vida a través de la sangre.

Notas finales:

Comentarios, críticas y sugerencias son siempre bienvenidos

¡Gracias por leer!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).