–No quiero ir. –dije
–Tienes que ir. –
Hakyeon tenía esa costumbre de decir las cosas con sutilidad. La voz moderadamente suave podía ser tan imponente como grave.
Había estado tendido en la azotea, mirando todo y a la vez nada y Hakyeon se había sentado a mi lado en silencio, lejos de ser el hombre expresivo de las cámaras. En realidad, Hakyeon era distante y solitario cuando no estaba bajo su identidad como líder, y era la faceta que más me gustaba y con la que me compaginaba usualmente.
Por supuesto que no deseaba cambiar esta situación de completa intimidad por un cuarto lleno de chicos ruidosos y a veces extremadamente empalagosos.
Tal vez mi actitud durante el ensayo permaneció inalterable, pero la verdad, me encontraba un poco desanimado. Tendía a conseguir lo que quería de una forma u otra, pero por alguna razón, presentía que esta vez no sería así. Por eso, aunque estaba haciendo lo que me gustaba, me sentía insatisfecho.
Hakyeon no había cedido a mi pedido de saltarnos la práctica.
Esa noche ya estando en casa y sin los demás, me había quedado hasta tarde haciendo zapping en la televisión. Quizá resignándome, intentando alejar la inconformidad de tener que cumplir lo agendado a diferentes horas, de tener que ir en el último asiento del auto y Hakyeon en el del copiloto, de vivir bajo el mismo techo y dormir separados.
Fui a la cocina por algo de beber, cansado de cavilar estúpidas suposiciones de por qué él querría estar conmigo la tarde del día siguiente, una tarde libre de compromisos, aburrida y soleada, y me llevé un susto de muerte al no oírle ingresar.
Cuando me di la vuelta para retornar al sillón, vi su silueta delgada en el umbral de la puerta y de lo único que pude percatarme pasado el sobresalto fue del brillo intenso de sus ojos. Luego su risa asaltó mis oídos e intenté no parecer completamente complacido. Era como un bálsamo resbalando por todo mi cuerpo. Al final, la situación terminó haciéndome gracia.
Encendió la luz y pasó por mi lado, abriendo el refrigerador y tomando algo de leche sin molestarse en usar un vaso. Quise cuestionar acerca de su actitud despreocupada. Estar en casa era algo que él solía hacer en las noches libres, y yo, por lo contrario, salía y me alejaba lo más que podía. Así que desde luego me perturbaba encontrarlo semidesnudo, caminando descalzo por el departamento, luciendo tan malditamente intrigante.
Caminé de vuelta a la sala y me senté en el sofá. Aparenté estar interesado en lo que veía en la televisión, pero estaba claro que no era así, porque repudiaba las películas dramáticas y era eso lo que se suponía veía con tanto interés.
Sentí como se hundía un costado del sillón y escuché el bufido proveniente de Hakyeon. De seguro se estaría preguntando qué demonios hacía viendo yo una escena bochornosa de sexo.
– ¿Deberíamos besarnos para romper la tensión? –dijo y comenzó a reír de su propia broma.
Me causó gracia, pero poco a poco la idea se me tornó tentadora. Si le besaba, comprobaría lo que llevaba sopesando desde hacía días.
Me volví y le observé seriamente. Él sonreía, de vez en cuando riendo por lo bajo hasta que unió su mirada a la mía. Probablemente mi expresión no era del todo frívola, más bien mis ojos abiertos de par en par denotaban curiosidad, la necesidad de saber.
– ¿Qué pasaría si te beso ahora? –Pregunté sin rodeos, sin timidez. Hakyeon comenzó a reír nuevamente y mis ojos siguieron prendidos a él, sin comprender.
– ¿En serio quieres saber? –Habló sonriendo ladinamente. Yo asentí. –Entonces compruébalo –
Con su permiso, me acerqué a gatas y me posicioné a horcajadas sobre él, le tomé del rostro inclinándolo hacia arriba y sin cerciorarme de si había cerrado sus ojos o no, le besé cortamente en los labios.
Tardé en apartarme del todo y para cuando volví en mí, Hakyeon me observaba sin haber borrado esa sonrisa de sus labios. Volví mi mirada hacia allí y le besé de nuevo.
En ese entonces yo ya sabía lo que besar significaba, pero no era exactamente mi intensión hacer algo más. No quería exaltarnos a ambos, tan solo deseaba saborear su boca. Y fue brillante, fue aturdidor y quise más. Le besé incesantemente hasta que me cansé de estar arrodillado. Me senté a su lado y nos miramos a lo largo de un minuto.
Él no me había apartado y la pantalla seguía brindándonos la luz necesaria como para saber dónde se encontraban los labios del otro.