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Dentro de las sombras por Eriel

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Otra vez iba tarde, horriblemente tarde. Corría desesperadamente por las calles repletas de personas esquivando a los estupidos que no se corrían a pesar de escuchar mis gritos de “abran paso” y “permiso”. El aire se escapaba de mi pecho y mis piernas parecían moverse por mi propia inercia. Sentía que flotaba del suelo, era como volar sobre las aceras de la ciudad. O eso creía, hasta que en una esquina doblé lo suficientemente rápido y cerrado como para no ver al sujeto con el cual me estrellé estrepitosamente. Era alto y estaba bien vestido. Se notaba que era uno de esos que tienen la vida resulta. Su costosa camisa blanca me sirvió de bastón para no caer al suelo y su mano aferrándose en mi brazo me levantó en el aire.

 

-¡Oye! ¿Qué te sucede?-

 

Su voz gruesa y áspera más su ceño fruncido eran señas más que suficientes para comprender que estaba enojado. Sin embargo, logré soltarme y seguir mi camino. No podía detenerme para pelear con ese nene de mamá. Debía llegar a mi trabajo en menos de un minuto y aún me faltaban varias cuadras. Y por más que di todo de mí, no sirvió de mucho. Cuando llegué al local ya eran las ocho pasadas. Definitivamente había llegado tarde otra vez. 

Mi jefe, Ernesto Golsalvan, me esperaba parado afuera y su expresión era algo con lo cual no podía enfrentarme hoy, bueno con lo que no podría enfrentarme nunca.

 

-Tarde otra vez, Eren-

 

Me miraba fijo, esperaba que le dijese algo pero ¿Qué? ¿Qué podría decir? Ya era la décima vez que llegaba tarde este mes. Llevar a mis hermanos a un colegio que está del otro lado de la ciudad y llegar a horario a mi trabajo era algo incompatible. Lamentablemente parecía imposible atravesar la ciudad en menos de diez minutos. Aunque, no podía decirle eso a mí jefe. A él no le importaban mis problemas personales o mis horarios. Yo no soy más que un simple empleado que debe cumplir sus obligaciones. Por eso debía bajar la mirada y rogarle que no me echara prometiendo algo que sabía que no podría cumplir.

 

-Lo lamento tanto señor Golsanban, prometo no volver a llegar tarde, pero es que debo llevar a los niños al colegio y…-

 

Me miró fijo y no me permitió que terminara de explicar. Me hizo seña para que me callase y se quedó viéndome durante unos segundos. Me sentía morir, millones de ideas pasaban por mi cabeza y el corazón me iba a mil. No podía perder este trabajo ¿De que viviríamos sin mi sueldo? ¿Qué le iba a decir papá cuando se enterara? Seguro iba a matarme. Si, definitivamente me iba a matar. No podía perder este trabajo..

 

-Señor Golsanban le prometo que esto no volverá a pasar, pero yo…-

 

 

Angustiado intenté volver a justificarme, pero al igual que la primera vez no me dejo que terminara de hablar o de rogar, mejor dicho. Volvió a callarme y nos quedamos así unos minutos que se sintieron eternos hasta que finalmente se decidió a hablar.

 

-Eren no puedes seguir aquí, esto no nos sirve ni a ti ni a mi. Yo entiendo tu situación y lo lamento muchísimo, pero yo necesito que mis empleados hagan lo que les pido, por eso les pago y ya te hemos dado demasiadas oportunidades. Lo siento.-

 

Dijo con esa voz aguda y su cara rechoncha. Me sentí mareado y confundido. Él sin dedicarle mucha importancia a la situación simplemente me golpeó el hombro y entró al local. Yo me quedé mudo parado en la vereda repleta de personas. Sentía que no podía respirar y todo comenzó a dar vueltas. Sabía que tenía que correrlo y rogarle por una nueva oportunidad pero no podía moverme del suelo, no podía hablar, no podía hacer nada. Me sentía solo y desorientado.

 

No se cuanto tiempo estuve así, pero de pronto sentí que me sujetaban de la mano y lentamente sentí como si me despertara de un sueño, de una horrible pesadilla. Levanté la mirada y pude ver a Marga, mi ahora ex compañera y una de mis mejores amigas. Ella me miraba con tanta dulzura y pena en sus ojos que me hacía sentir solo e indefenso. Como esos perros que abandonan en la calle.

 

-Ernesto es un idiota cariño, lamento tanto esta situación, pero no es el fin del mundo ¿Verdad?-

 

Aún con mi mano entre las suyas y con una sonrisa ella me miraba a los ojos y esperaba que le dijese que tenía razón. Sin embargo, mi garganta se sentía seca y las palabras no salían de mi boca. “Si, si es el fin del mundo”  esa era la respuesta verdadera. Pero, no fue la que pronunciaron mis labios al mismo tiempo que intentaban formar una sonrisa.

 

-Claro...esto no es la muerte de nadie, ya encontrare otro trabajo. Lo que más lamento es dejar de verte Margui-

 

Ambos sabíamos que estaba mintiendo, pero ambos lo ignoramos. Ella me agarraba fuerte las manos y me miraba con un cariño que pocas personas me habían dedicado. Ambos teníamos los ojos llenos de lágrimas, pero ninguno se permitiría llorar en público.

 

-Lo sé, pienso lo mismo. No tolero a los demás, se creen mucho por trabajar en este sucucho inmundo.-

 

Dijo y ambos compartimos una sonrisa. En verdad los demás empleados no eran malas personas, pero Marga era muy selectiva con las personas que la rodeaban. Ella creía que eran todos unos estúpidos y ni siquiera les prestaba atención. Según ella era una pérdida de tiempo juntarse o simplemente hablar con esas personas. En verdad no sé que hará ahora que ya no estaría yo.

 

-Bueno, no importa, como te decía esto no es nada ¿Sabes porque?-

 

-No, no puedo imaginar que se te acaba de ocurrir en esa loca cabeza-

 

-No tonto, esto es genial. Hace unos días me avisaron de un bar que está buscando cajero e iba a presentarme, pero serias perfecto para ese puesto.-

 

Me dijo mientras metía un pequeño papel en mi mano. La sonrisa seguía pegada a su rostro y la sonrisa del mío estaba vez si fue real. No podía creer como era tan buena amiga como para dejarme un trabajo que ella misma deseaba tener. Pensé en negarme a la oferta y dejar que ella se presentara, aunque, de verdad necesitaba el trabajo y así fue como muerto de la vergüenza tuve que aceptar.

 

-Muchas gracias Marga, no sé qué decir la verdad.-

 

-Nada, no debes decir nada. Promete que vendrás a saludar seguido y que traerás a tus hermanitos para poder saludarlos. Ahora, debo entrar porque sino seremos más despedidos que empleados. Suerte.-

 

Y así sin más la vi perderse dentro del local. Con una sonrisa y un poco más calmado bajé el rostro para observar el papel en mi mano. Era una elegante tarjeta negra con letras blancas y sencillas, no era nada del otro mundo. Al girarla pude ver escrito a mano el horario y el dia que debia asistir además de algo que me llamó demasiado la atención, a forma de despedida, decía: “Bienvenida a el Pozo y recuerda que el veneno ya corre por tus venas”

 

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