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Si tienes que elegir: quédate conmigo. por Ulala

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—¿Es una promesa? —sus mejillas rosas, su sonrisa angelical.




—Lo es —su cabello rubio se movió con el compás del viento, le sonrió, mientras ella lo tomaba de la mano, guiándolo en el camino.



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—¿Te imaginas? Sería una buena idea —Naruto se tiró hacia atrás, dejándose caer en el pasto. Era suave, pudo sentir el olor que desprendía y sonrió.



—Qué cosas dices, idiota —sus ojos negros lo miraban de reojo, sonriendo de lado. Estaba apoyado en un árbol, con un libro en una mano. La brisa sopló, cerró sus ojos con tranquilidad.



—El amor es una enfermedad inevitable, dolorosa y fortuita —leyó del libro, mientras su cabello largo tocaba las puntas del césped.



Con sus ojos perla observó el cielo al terminar. El amor, la felicidad, la tranquilidad; podía ser representado en ese momento. Se quedaron en silencio, luego de aquellas palabras. Porque la voz de ella, les producía paz.





____

 

La silla estalló en mil pedazos cuando  la rompió contra el suelo. Ella se asustó, con sus manos tapó su boca, sollozaba. Él ignoró sus lágrimas. La observó con sus ojos negros, con desprecio, con ira.

 

—¡¿Cuántas veces tengo que decírtelo?! —golpeó la pared. Quería lastimarse lo suficiente como para ser incapaz de dañarla a ella. Porque en aquel momento, quería hacerlo.



—No puedo —se dejó caer en el suelo. Las astillas se clavaron en las palmas de sus manos penetrando su piel como agujas, pero no le importó.  Lloró, desesperada, ansiando que algo la ayudara, magia, fuerza; eso era irrelevante. Sólo algo. Su cabello negro estaba opaco, carecía de vida, al igual que ella desde hacía ya un tiempo—, ayúdame.



Cayó de rodillas al lado de ella. Estaba cansado, cerró sus ojos negros. El silencio se había convertido en el mejor amigo de ambos, en una solución. Se quedaron en la penumbra, creyendo que los problemas en algún momento, se solucionarían.

 

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—¡Oye! —le gritó. Él no se giró, sólo bajó el ritmo. Tomó de su manga, casi pidiéndole que se detenga.



—¿Qué sucede? —se giró levemente.



—Yo… quizá suene raro… y no sé cómo explicarlo…—su celular comenzó a sonar, lo sacó de su bolsillo, mascullando.



—Cómo sea, no tengo tiempo ahora realmente. Hablaremos más tarde —quitó su brazo bruscamente.



Lo observó irse, a paso rápido. No supo cuándo las cosas se habían vuelto de esa manera y tampoco había tenido la oportunidad de preguntárselo. No era la primera vez que pasaba. En aquel momento, no supo que sí era la última.

 

____

 



La puerta estaba abierta. Se sentía extraño, su respiración era agitada, su corazón latía fuerte. La luna, iluminaba el tejado de la casa. Caminó, despacio, casi con miedo; como si algo dentro de él le estuviera diciendo que algo estaba mal. Al entrar, una madera rechinó, se estremeció, sentía que no debía hacer ruido. Se adentró en el pasillo y al doblar, el olor metálico le inundó las fosas nasales. Sangre. ¿Alguna vez la olieron? Porque si lo hicieron, probablemente no lo hayan olvidado. Es penetrante, no importa cuánto la laves, cuánto la perfumes, es como si la epidermis la absorbiera y comenzará a formar parte de ti.




Pudo jurar que escuchó la sangre gotear: Tic, tic, tic; como una canilla en la madrugada. Cuando fijó la vista, pudo ver que provenía de los dedos de él. La sostenía como si quisiera evitar que la vida se extinguiera entre sus brazos, pero ya era tarde. Se quedó estático queriendo gritar; pero de sus cuerdas vocales no salió ni un sonido, sólo aire. Por la ventana, entraba la luz suficiente de la luna y esta, se reflejaba en aquellos ojos color perla. Parecía dormida con los ojos abiertos. Y hubiera creído eso, de no ser el hilo que bajaba de sus labios, de no ser por el charco de sangre que los cubría a ambos. Lo miró esperando que dijera algo, esperando que pronunciara una palabra, sin embargo, eso jamás sucedió. Sólo se giró, observando de reojo. Y en esos ojos negros, que toda su vida había visto, con los cuales había crecido, en los cuales se había reflejado; pudo jurar ver un destello rojo. Eran ojos furiosos y tuvo miedo. Esa fue la primera vez, que tuvo miedo de su mejor amigo; esa fue la primera vez también —pero no la última, ya que lo recordaría toda su vida—; que vio a Sasuke Uchiha sostener el cuerpo muerto de Hinata.



El sudor le bajaba por la frente. Sentía que su corazón iba a salirse de su lugar, que si no calmaba el ritmo cardíaco iba a morir. Habían pasado cuatro años y aún no se acostumbraba. Todas las noches, veía aquellos ojos rojos. Lo que sucedió después, su mente siempre intentaba olvidarlo. Sin embargo, lo que nunca pudo olvidar; que esa fue la última vez que lo vio.



Podrían decir que Naruto Uzumaki siempre mantuvo una sonrisa en su rostro y tendrían razón, pero él sabía, que una parte suya; había muerto con ella ese día, la otra, se la había llevado Sasuke. Lo había buscado, como alguien busca respirar cuando no posee oxígeno. Pero jamás lo encontró. Oyó que había conseguido salir del país, luego de que se llegara  a la conclusión de que era el principal sospechoso de la muerte de Hinata, ya que sólo encontraron sus huellas, sus pisadas.




—¡Naruto! —lo tocó en el hombro. Saltó de la silla bruscamente haciéndola caer. Ambos se sobresaltaron.



—Maldición —masculló—. ¿Qué sucede? —corrió sus cabellos para atrás con frustración. Lo había asustado.

 

 

—Tienes una clase en cinco minutos —Kiba lo observó con preocupación. Debajo de sus ojos había bolsas ojerosas—, vine a buscarte porque no aparecías.



—Lo siento —suspiró—, me quedé dormido —hizo una sonrisa vaga para luego darle la espalda, juntando sus cosas.




—Ya he hablado con el director —se apoyó en el marco de la puerta mientras miraba al suelo. El rubio se petrificó —, te lo he dicho varias veces. Empeoras, Naruto. No te das cuenta o quizá sí, pero realmente necesitas despejarte de todo esto. Han pasado cuatro años ya —lo último lo susurró, como si tuviera terror de tocar el tema. Tragó saliva—, esta es tu última clase. Tienes una licencia de tres meses por estrés. Todos los papeles están listos —cerró la puerta detrás de él.




Se sintió traicionado una vez más. Necesitaba su trabajo y era algo que al parecer no entendían. Porque sentía que era la única forma de despejarse de todo. Creyó que lo había conseguido, que le había hecho creer a la gente de su alrededor, que su sonrisa seguía siendo la misma. Sin embargo, no fue así. Lo notaron. Su interior estaba lo suficientemente roto, lo suficientemente vacío; como para que los demás supieran que algo no estaba bien. Hacía dos años trabajaba de profesor, sus alumnos lo apreciaban, ya que Naruto no sólo era muy buen maestro, si no; que se notaba que le agradaba la idea de intercambiar formas de pensar con las generaciones futuras, de llegar a tomarse el tiempo para comprender los pensamientos de la gente más joven, que por lo general las personas mayores no podían comprender.





Suspiró. Cuando la clase terminó y juntaba los libros, entendió realmente que pasaría mucho tiempo luego de estar allí nuevamente. Los observó irse, rápidamente; como quien se va de un lugar en el que le agrada estar pero no lo suficiente como para quedarse. Se quedó sentado. En el momento en que quedó solo, supo que ya no tenía que fingir más aquella reluciente sonrisa, relajó su rostro. Quería llegar a su casa, pero no tenía ganas de moverse. ¿Desde cuándo todo se había vuelto así? ¿desde cuándo, él odiaba estar haciendo ocio porque no quería pensar?




Colocó la llave en la cerradura, pero no la giró. Sintió un escalofrío en toda la espina dorsal. Entró a su casa, estaba oscura pero la luna entraba por la ventana abierta. Sonrió. Él no la había dejado así. Caminó entre la oscuridad guiado por la tenue luz, no encendió las principales, no era necesario. Cerró la ventana con tranquilidad, quedándose parado un segundo, observando hacia afuera, esperándolo a quién sea que estuviera ahí.




Lo tomó fuertemente de las muñecas, el rubio lo pateó en el estómago. Se contrajo, sin embargo, no cedió. Resistía intentando utilizar sus piernas, logró que lo soltara; pero en ese mismo momento, sintió sus nudillos en la cara. Cerró sus ojos celestes del dolor, pero devolvió el golpe en la mandíbula. Aún así, sabía que estaba perdido desde el momento en que su peso estaba sobre él y con la parte inferior de su cuerpo, hacía fuerza sobre el rubio. Sintió su aroma, sintió el perfume que había sentido durante años cuando el viento soplaba. Apretó los puños para contener las lágrimas, escuchó una risa sarcástica; que pensó que lo hacía de impotencia.




—Ha pasado tiempo —susurró en su oído y al agacharse, sintió la punta de sus cabellos rozar su nuca. Aquella voz penetró cada parte de su ser, desencajando su interior.




—Sasuke —lo pronunció despacio, casi disfrutándolo, casi como si fuera masoquista. Tres años sin pronunciar su nombre. Se lo había prohibido a sí mismo. En el momento en que hablaba, escuchó el “tic” desde ese instante, estaba esposado. Entre la oscuridad, aquellos ojos negros brillaron y al verlos, Naruto sintió como la oleada de todos esos sentimientos que creyó exterminar de su ser, volvían a nacer.

 


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