"Los deseos se tienen, no se piden.
Lo que se pide, es el objeto del deseo" Francisco Umbral.
Cuando empezó a armar el rompecabezas, Yugi solo podía pensar en el deseo que le pediría al milenario artículo.
Tener un amigo de verdad.
Tener alguien para quien fuera importante, tanto como para él lo sería esa persona. Alguien que se interesara en él, y que le quisiera de forma sincera. Claro, más allá de su familia.
Yugi quería alguien que fuera para él.
Alguien a quien le importara sacarle una sonrisa.
Alguien con quien pudiera ir a caminar y hablar por horas de lo que fuese.
Alguien que no se burlara de su pasión por los juegos, incluso si no jugaba con él, eso no le importaba tanto.
Alguien que preguntara por su día.
Alguien con quien hacer planes para el fin de semana.
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Mientras más piezas lograba juntar, el deseo iba haciéndose más simple, más minimalista pero a la vez, más profundo.
Yugi solo quería tener a alguien importante.
Y se imaginaba cómo seria...
Pasar tardes en un parque, o paseando por la ciudad.
Tal vez ir a ferias, o recorrer centros comerciales. Emocionarse y hacer planes cuando llegaran los parques de diversiones.
Comer juntos en su casa. Tal vez incluso ir a clase juntos, si fuera de su misma escuela.
Yugi soñaba con eso. Junto a una persona que no tenía rostro.
No se dió cuenta en qué momento sus sueños pasaron de ser él, en un grupo de amigos... A solo él, lado a lado con una única persona.
Solo alguien.
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Yugi no era tonto. Fácilmente se había dado cuenta de que en realidad parecía haber un aura extraña y sobrenatural alrededor de lo que, ya sabía, era una pirámide.
Le faltaban aún algunas piezas pero era obvia su forma.
De vez en cuando podía percibir una calidez peculiar emanando desde el artículo y era muy agradable, había algo que parecía llamarlo desde ahí y solo podía desear completar rápido el artículo para ver si así podía comprender mejor la situación.
Ahora todo él se centraban en descubrir los misterios que envolvían el rompecabezas del milenio.
Y ya no se sentía tan solo, no cuando podía tenerlo entre sus manos y juguetear con sus piezas, buscando la manera de encajarlo.
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Sí antes de armar el rompecabezas del milenio, alguien le hubiera dicho una cuarta parte de las cosas que le pasarían... Yugi probablemente no hubiera creído ni una palabra y hubiese llamado a un manicomio.
Pero no se arrepentía de nada.
En lo más mínimo.
No se arrepentiría nunca de las horas que le dedicó a su rompecabezas. Ni de las lágrimas que derramó en el proceso.
No renegaría del dolor físico ni emocional que soportó. Ni de las locuras en las que terminó envuelto.
Él valía todo aquello.
Tampoco iba a negar que Joey, Tristán, Duke, Tea y hasta el esquivo y misterioso de Ryou o el arrogante Kaiba eran importantes, valiosos e invaluables amigos para él.
Pero para Yugi, ellos no habían sido el deseo que su rompecabezas le había concedido.
No. Ese era Yami. Su Mou hitori no boku.
Yami era la oscuridad envolvente que lo hacía brillar a él.
Yami era la luna que acompañaba majestuosamente su noche.
Yami significaba más de lo que podría empezar a describir.
Y si pudiera volver atrás. Lo viviría y sufriría todo de nuevo, sin cambiar una sola palabra o acción.
Porque Yami era su deseo hecho realidad... Y, en silencio, Yugi anhelaba ser lo que Yami deseara también.
Para siempre.