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Un pastelito preciose por Annie de Odair

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Notas del fanfic:

¡Hola a todos! Esta es mi primera vez con el JayTim, pero me siento muy contenta y orgullosa de cómo va esta historia. Aún no se cuán larga será, pero probablemente no sean más de cinco capítulos, tal vez sólo tres. La historia está en curso y se terminará en breve.

Etiquetas: (en AO3 sirven para identificar cosas de la historia, así que voy a dejar aquí las etiquetas que usé en esa plataforma): Tim transgender, Tim trans, Chico trans, Tim es un chico trans, AU sin poderes, Sexo explícito en algún momento, Sexo vaginal, Jason es muy seductor, Tim es menor de edad, Menor de edad, Búsqueda de la identidad, Apodos sexys y cariñosos.

Nota: El título alude al leguaje inclusivo que surgió en Argentina como una forma para superar las barreras del español, tanto las machistas, como las que no consideran los géneros no binarios.

Disclaimer: Los personajes pertenecen a DC

Se acomodó la camisa frente al espejo, alineando los botones para no confundirse y abrocharlos mal. Muchas veces terminaba dándose cuenta que se había salteando uno y después le quedaba dispareja. No es que fuera un gran fan de su estética, pero generalmente le gustaba verse bien, y más cuando salía con sus amigos. Steph y Conner lo habían terminado convenciendo para ir a un bar, que él ya conocía y al que había ido, pero como tenía que estudiar, no quería salir hasta tan tarde. Si hacía eso, al otro día le costaría muchísimo madrugar para ponerse a repasar. Pero sus amigos lo conocían bien y sabían que necesitaba un tiempo para relajarse. Además, Cass y Bart también le insistieron y terminaron arrastrándolo hasta su casa para que se cambiara.

 

Sin embargo, Tim accedió muy fácilmente. Quizá porque dentro de él había una razón un poco más particular, una que lo acosaba cada tanto, cuando leía algún libro, o intentaba prestar atención en la escuela. Era una tontería, él lo sabía, pero aparecía igual. Los ojos azules y las facciones de joven apuesto, con esa sonrisita compradora, que ponía a todas las chicas de rodillas. Y a él.

 

Porque además de ser un chico trans, Tim también era gay. Menos mal que su padre adoptivo entendía muy bien esas cosas y no lo molestaba con sus elecciones, porque ya tenía suficiente con la gente que veía a diario, preguntándole que si cambió de género, ¿por qué no le gustaban las chicas? Tim nunca entraba en detalles, siempre se reía disimuladamente y decía que él era así, aunque por dentro se preguntaba, ¿cuándo se van a dar cuenta que género y sexualidad son dos cosas diferentes?

 

—Tim, ¿ya estás listo? —preguntó Steph, asomándose por la puerta—. Bart está corriendo con el perro de tu hermanito y ya se está poniendo pesado.

 

Giró los ojos dándose vuelta y su amiga sonrió contenta.

 

—A Damian no le agrada que toquen a su perro, ¿sabes? —comentó acercándose y ella lo abrazó.

 

—Te ves muy bien —lo halagó—. Esa camisa resalta tus ojos.

 

El color azul marino acentuaba el de sus ojos, pero aún más su color de piel pálido que daba miedo.

 

—¿Y?, ¿ya está listo el señor? —comentó Conner, entrando en la habitación con una sonrisa—. En serio, si no nos vamos ahora, Bart se va a ahogar en pelos de Gran Danés.

 

—A propósito, ¿dónde está Damian?, siempre anda con su perro —dijo Steph, acomodando su blusa frente al espejo cuando Tim se corrió.

 

—Están en mi casa —comentó Conner y Steph se dio la vuelta extrañada.

 

—Dick lo llevó a verse con el hermano menor de Conner que tiene más o menos su edad —agregó Tim.

 

—Cierto, me olvido que tu hermano y el de Conner se conocen.

 

—Te olvidas que el padre millonario de Tim y el mío se conocen, Steph —rió Conner—. Si no fuera por ellos, probablemente no nos hubiéramos conocido ninguno de nosotros.

 

Cuando Bruce Wayne, CEO de Wayne Enterprise, adoptó a Tim, le abrió un mundo de posibilidades. Conoció a Conner porque Bruce y Clark, su padre, eran amigos hacía años. Terminaron yendo al mismo instituto por insistencia de Bruce, y ahí se hicieron amigos de Stephanie, Cassandra y Bart, formando el grupo sólido que años más tarde, daría sentido a su adolescencia.

 

—¿Ya están listos? —Cassandra entró a la habitación con un gesto cansado—. Esperamos muchos, ¿podemos irnos?

 

Steph rió tomando del brazo a Tim y lo arrastró con todos hasta la planta baja, donde Bart se estaba revolcando con el perro de Damian.

 

—¡Al fin bajaron! —exclamó sonriente como siempre.

 

De la cocina salió el mayordomo de la casa, Alfred, tan elegante como siempre y se dirigió a Tim.

 

—Joven Tim, no vuelva muy tarde que tiene que estudiar. Y no se olvide de mandarle un mensaje a Bruce cuando llegue —recordó con su porte impecable y su aspecto incorregible.

 

—Como si no tuviera un chip metido por ahí, seguramente —murmuró Conner y Steph lo mandó a callar.

 

—Sí, después aviso —dijo acercándose a Alfred y abrazándolo fugazmente—. Nos vemos luego.

 

Iban a ir en una camioneta que manejaba Conner. Según él, la compraron cuando vivieron en el campo, antes de que naciera su hermanito, pero era más grande que todos los autos y Tim disfrutaba ir allí, aunque por ser el más chico y flaco siempre le tocaba ir atrás en el medio.

 

Bart subió el volumen de la música e iba cantando mientras Conner le pedía que lo bajara. Steph se reía, pero cantaba las canciones de Britney que parecía saberselas de pies a cabeza, y Cass sólo rodaba los ojos. En retrospectiva no estaba muy seguro de por qué era amiga de ellos. Steph y Bart eran muy ruidosos, Conner a veces solitario y él era un chico trans gay algo tímido. Cass había sido la última en llegar para completar ese grupo de extraños que parecían no encajar ni a presión, pero que sin embargo se sentía muy natural.

 

El bar al que iban no estaba lejos de la casa de Tim. Era un lugar exclusivo de Gotham, pero podía entrar cualquier persona, la exclusividad respondía a que muchas veces aparecían famosos o personalidades de la televisión. Algunas veces se habían cruzado con actores, pero esas cosas no le impactaban a Tim, que vivía rodeado de gente famosa y millonaria desde que Bruce Wayne lo adoptó. Stephanie se desesperaba cada vez que veía a Bruno Mars tomando unos tragos por ahí y salía corriendo.

 

Esa noche parecía haber mucha gente, porque era fin de semana y solía llenarse así siempre. Lo que tenía de bueno ese bar era que podían entrar sin hacer fila, no había gente esperando, ni guardias de seguridad autorizando quién entra y quién no. Era bastante libre, sencillo y gayfriendly. Eso le agradaba, porque al menos podía ser él mismo con sus amigos y no fingir quién era.

 

Bart ya se había puesto a bailar apenas entraron. Mucha gente andaba dando vueltas por el bar con bebidas en la mano, o charlaban. A Tim le daba vergüenza bailar, pero cada tanto, cuando tenía un poco más de alcohol en su sistema, se animaba. Steph lo agarró de la mano y lo movió contra ella con una sonrisa que él conocía. Esa sonrisa de insinuación que no traía nada bueno.

 

—¿Por qué no vas a pedirnos unos tragos? —comentó ella y Tim sabía que venía por ahí el asunto.

 

—¿Por qué no vas tú? —retrucó él alzando las cejas. Ella sonrió triunfadora.

 

—Porque a mí no me gusta el barman —respondió mirándolo con suficiencia.

 

Tim sintió que los colores subían a su rostro e hizo un gesto de que no tenía nada que ver. Steph se rió a carcajadas y era obvio que no le creía nada. Tanto ella como Conner conocían el gusto de Tim por el muchacho que atendía la barra. Varias de las veces que habían ido allí, lo habían descubierto mirándolo disimuladamente, pidiéndole tragos con cierta timidez y buscando los lugares de la pista donde se lo pudiera ver.

 

—Sabes que no te creo nada, Tim. Es obvio que te gusta y vas a pedirnos un trago a todos, ¿sí? —dijo ella empujándolo y él casi chilla impresionado.

 

—¡No, Steph basta!

 

—Ay, pero si hasta te está mirando… —agregó sonriendo y Tim se quedó petrificado, dándole la espalda a la barra y mirando a su amiga con los ojos abiertos—. Sí, de verdad. Te estuvo mirando desde que llegamos, ¿te piensas que no me doy cuenta de esas cosas? Dale, anda a pedirle un trago.

 

—No estoy muy seguro de que eso sea verdad —dijo dubitativamente y ella giró los ojos.

 

—Te está mirando, es verdad, mira —Steph lo dio vuelta y sus ojos se encontraron fugazmente con los del muchacho del bar—. ¿Ves?

 

Tim no tenía forma de escapar. Era ir o morir ahí y teniendo en cuenta que efectivamente sí lo estaba mirando, prefería no morir. Respiró, tomó valentía y se dio la vuelta para ir hacia la barra. El chico levantó la vista mientras preparaba una bebida, lo vio y sonrió, con ese gesto encantador que lo hacía lucir tan atractivo.

 

—Buenas… —saludó Tim, sentándose en la banqueta.

 

—Hola preciosa —dijo él, arqueando sus cejas en un gesto divertido.

 

Tim no estaba seguro si le había dicho eso porque creía que era una chica, o porque se había dado cuenta de que era un chico trans. O quizá fuese él que estaba demasiado paranoico con eso, como si no estuviera en un bar gay friendly en el que nadie lo iba a molestar.

 

—Soy un chico —aclaró por las dudas, con una sonrisa tímida.

 

—Sí, lo sé —respondió él, continuando con la bebida que tenía en las manos—. ¿Te ofendí?

 

—¡No, no! —se apresuró a responder, sonriendo más relajado—. Es que pensé que no te habías dado cuenta.

 

El joven hizo otro de sus gestos encantadores y se estiró para dejarle la bebida a unos chicos que estaban más lejos. Cuando volvió, lo miraba con atención.

 

—¿Qué te sirvo? —preguntó apoyándose contra la barra y Tim creyó que se iba a desmayar.

 

—Mmmm —murmuró sin saber qué pedirle, mirando de reojo la lista—. Dame un mojito.

 

—Perfecto —respondió él, tomando un vaso para comenzar a prepararlo—. ¿Qué edad tienes? No sé si estoy autorizado a darte alcohol.

 

Por más que lo decía parecía serio, su tono era jocoso y algo… interesado. Podía identificar el runrún de la seducción detrás de su voz, lo cual lo hacía sentirse torpe en medio de un juego que no entendía bien, pero con un chico que le gustaba.

 

—¡Ya tengo dieciocho! —dijo en su defensa y él lo miró riendo.

 

—Éso no te lo crees ni tú, preciosa —respondió con el trago en la mano—. No sería prudente dártelo.

 

Aunque era raro, el término preciosa sonaba terriblemente bien en su boca, en su voz.

 

—Vamos, mañana es sábado —pidió frunciendo el ceño en un gesto lastimoso.

 

—Bueno, pero no se lo digas a nadie —comentó, pasándole el vaso y guiñandole un ojo—. Hacía bastante no pasabas por aquí.

 

Tim se sorprendió de que le llevara tan bien la pista como para saber cuándo iba al bar o cuando no. Es cierto que últimamente no iba tanto. Todos estaban cerrando las notas y quería concentrarse en estudiar, pero de vez en cuando no le sentaba mal salir.

 

—Bueno, estuve haciendo cosas, como todo el mundo, supongo —respondió tomando un poco de ese líquido amargo—. No sabía que me recordabas...

 

—¿Cómo qué no? —preguntó sonriendo—. Eres el chico bonito que viene a pedir los tragos de sus amigos cuando ellos lo empujan hacia aquí. Te vi bastante bien.

 

Tim se sonrojó sin querer, notando que ése joven se había dado cuenta de los intentos de sus amigos para que vaya a hablarle. Qué vergüenza.

 

—No se vale, tú trabajas en aquí, puedes verlo todo desde este punto —dijo sin mirarlo, con una sonrisa azorada—. Además, vaya a saber a cuantas personas le dices estas cosas.

 

Aunque era una broma y se rió, por dentro Tim pensaba que era así. Trabajaba en un bar y estaba muy bueno, era evidente que él no había sido el único en interesarse por el bartender.

 

—Este es mi trabajo, no puedo andar diciéndole cosas a la gente —argumentó con una sonrisa compradora y Tim giró los ojos.

 

—¿Me vas a decir que no estuviste con nadie de este bar alguna vez?

 

El chico se rió, inclinando la cabeza como si no pudiera negar eso y Tim sonrió suavemente.

 

—Bueno, obviamente que con algunas personas tuve más… química, pero no son muchas —dijo para defenderse—. Lo que pasa contigo es que eres un chico muy bonito, y me llamaste la atención.

 

El corazón de Tim se detuvo durante unos instantes y luego volvió a andar. Era increíble cómo podía ponerse tan nervioso porque alguien lo reconociera como lindo.

 

—Me alegra que vinieras hoy —agregó separándose de la barra y tomando el vaso en el que preparaba sus tragos.

 

El rostro de Tim se contrajo en una mueca.

 

—¿Te vas? —preguntó frunciendo el ceño.

 

—Tengo que seguir trabajando, no creas que no me gustaría quedarme hablando con un chico bonito como tú.

 

Antes de que Tim pudiera sonreír como un tonto, el joven tomó una lapicera y lo miró.

 

—Mira —agarró una de sus manos y comenzó a escribir un número en el dorso—. Me llamo Jason.

 

Él se mordió el labio. Los números escritos en su piel respondían a un nombre, y lo mejor de todo era que él tenía las dos cosas.

 

—Soy Tim —dijo sonriendo, sin querer retirar su mano. Jason le sonrió.

 

—Un gusto, preciosa.

 

Sonrió contento mientras tomaba su trago y se levantaba de la barra. Stephanie no iba a creer que consiguió su número y lo mejor (¿o peor?), era que él ni siquiera hizo el trabajo.

 

—¿Y? —preguntó Steph sonriendo y Tim rió avergonzado.

 

Le ofreció su mano para que viera el número y ella chilló pegando saltitos.

 

—¡Ey, no seas tan obvia, que por culpa tuya ya se había dado cuenta de mí!

 

—Mejor, te hice un favor —dijo ella alzando las cejas—. ¿Cómo se llama?

 

—Jason —respondió y Steph lo miró por arriba de su hombro.

 

—¡Ay, te está mirando de nuevo! —comentó emocionada y Tim se dio la vuelta.

 

Jason lo miraba directamente y cuando se encontró con él, le guiñó un ojo.

 

—¡Bu-bueno, es hora de hacer otra cosa! —balbuceó dándose la vuelta de forma atropellada y Steph se rió.

 

Bart llegó hacia ellos pegando saltos y los abrazó.

 

—Amigos, vengan a bailar —gritó tirando de ellos.

 

Steph comenzó a reír y buscó con su brazo a Conner que bailaba con Cass, aunque ella mucho no se movía. Tim los siguió detrás, con la sensación de que un par de ojos azules le seguirían la pista durante la noche.

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Estudiar para el examen fue algo difícil cuando sentía que podía llamar a Jason, el bartender atractivo, en cualquier momento. Sin embargo, creyó que era bueno, para sus notas y su dignidad, esperar hasta que pase la fecha del examen y luego enviarle un mensaje.

 

Pero no esperó mucho más que eso. El mismo día que salió del colegio, luego de haber rendido y mientras iba en el auto conducido por su mayordomo Alfred, le escribió un texto a Jason.

 

Tim: Hola, soy Tim, ¿cómo estás?

 

Durante unos instantes se quedó mirando el celular, esperando que le respondiera, pero no podía pretender que Jason estuviera con el teléfono en la mano en ese mismo momento. Durante el resto del viaje a su casa, no miró la pantalla para no tener ansiedad, aunque nuevamente, no duró mucho. Lo primero que hizo cuando pisó su habitación, fue recostarse en la cama y revisar sus mensajes.

 

Jason: Hola pastelito, que lindo recibir un mensaje tuyo.

 

Ay Dios, ese hombre tenía formas muy extrañas y sexys de derretirlo con palabras.

 

Tim: Bien, recién termino de rendir un examen. Me siento mucho más libre ahora.

 

Al contrario que hacía un rato, Jason le respondió al instante.

 

Jason: Muy bien, me alegro mucho. Y, ¿no quieres festejar ese tiempo libre?

 

Tenía en mente formas muy divertidas de pasar el tiempo libre y Jason parecía pensar lo mismo.

 

Tim: ¿Te gustaría que nos veamos más tarde?

 

Jason: ¿Vas a escaparte de casa, preciosa?

 

Tim se mordió los labios.

 

Tim: No creo poder escapar nunca del radar de mi padre, pero sí puedo salir con alguien tranquilamente.

 

Jason: Podemos tomar un café, si quieres.

 

Qué responsabilidad y qué nervios le despertaba esa propuesta, pero también un revoloteo en el estómago que le hacía sentir chispas y una excitación asombrosa por ese momento.

 

Tim: Sí, pásame la dirección.

 

Jason: Te puedo pasar a buscar.

 

Eso no sonaba bien. Bruce y Alfred estaban al tanto de todos sus amigos y sabían quiénes venían a su casa. Traer a Jason, un tipo que parecía rudo y bartender, no era la mejor carta de presentación.

 

Tim: Yo voy mejor. Tú sólo dime dónde es.

 

Jason le pasó la ubicación y pudo ver que no era tan lejos Wayne Manor. Podría pedirle a Steph o a Conner que lo dejaran ahí, para disimular. O quizá iría él mismo con su auto. Aunque tampoco quería quedar como un pedante llegando con un fantástico auto a un café donde tendría una cita con un chico que había conocido en un bar y trabajaba como barman.

 

Jason: Te veo más tarde, pastelito rico.

 

Ese hombre quería matarlo. En serio.

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Estaba algo nervioso, tenía que admitirlo. Aun cuando sabía lo que quería o que Jason estaba igual de interesado que él, le daba cierta ansiedad reunirse verlo. Quizá porque en esas miradas furtivas que le robaba cada vez que iba al bar a bailar con sus amigos, pensó que Jason nunca lo miraría de vuelta, que nunca se fijaría en el chico pequeño, más pequeño de los demás, a no ser que le dijera su apellido. Sin embargo, no hubo necesitada ni de decir su nombre, porque Jason pareció interesado en él por considerarlo bonito desde el principio.

 

El día estaba helado. La nieve había caído durante toda la mañana y dificultaba el tránsito de la gente y los autos. Tim se puso una camisa roja lisa y un tapado negro, de esos que solía usar Bruce, que le llegaba hasta los talones, entallado en el cuerpo, porque fue hecho a medida para él. También se puso un gorro de lana en la cabeza y cuando salió al patio de la casa, el frío golpeó sus mejillas, la única porción de piel descubierta que podía afectar.

 

—Voy a salir con mis amigos, Alfred. Vuelvo más tarde —avisó como si nada, cruzando el salón cuando volvió del jardín helado.

 

—Cuídese, joven Tim —lo saludó su mayordomo llegando a la entrada para abrir la puerta.

Tim decidió ir caminando. No quería quedar como un típico ricachón que mostraba su dinero, y tampoco como si le estuviera seduciendo con su posición social. La cafetería estaba cerca de su casa, así que no le costaba nada llegar caminando. Quizá Jason vivía por ahí también.

 

Cuando llegó a la esquina que le había indicado, vislumbró el gran lugar. Outlaws no era el mejor nombre para una cafetería, pero sin dudas tenía una gran estética. Algo en el estilo le recordó a los Hard Rock Café, pero con café de verdad y con bandas más outsiders. Sin duda, parecía un lugar al que Jason iría.

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Cruzó la puerta y el calor le inundó los pulmones, golpeándole el rostro con fuerza y recordándole que tenía las mejillas congeladas. Buscó a Jason con la mirada y no lo encontró, seguramente aún no había llegado, por lo que decidió elegir donde sentarse.

 

—Permiso —escuchó desde atrás, luego de que la puerta de vidrio transparente se abriera.

 

Tim se corrió a un lado y se dio la vuelta.

 

—Oh, pastelito, hola —saludó Jason, sorprendido de verlo ahí mientras se limpiaba los pies en la alfombra del piso.

 

Tenía puesta una campera de cuero marrón y un gorro cubierto de nieve. Al parecer había comenzado a nevar después de que él entró.

 

—Hola, recién llego —dijo Tim a modo de saludo y sonrió suavemente.

 

Jason pasó a su lado y saludó a una camarera con un gesto.

 

—Ven, vamos a sentarnos —comentó, señalando una mesa al fondo, pegada a la gran vidriera de la cafetería.

 

Tim lo siguió y tomó una carta que la camarera le entregó cuando pasó a su lado. Cuando Jason se sentó y se sacó el gorro, él lo imitó. El cabello rebelde del bartender estaba despeinado y gracioso y tuvo el impulso de aplastarlo, pero no quiso hacerlo. De todos modos, su mirada fue tan intensa, que Jason se dio cuenta de que algo andaba mal con su cabello.

 

—Los gorros siempre me dejan raro el pelo —mencionó riendo suavemente y Tim lo acompañó, escondiendo su rostro en la carta para ver qué iba a pedir—. ¿Cómo estás, preciosa?, ¿te fue bien en tu examen?

 

Levantó la vista con una sonrisa indisimulable y bajó un poco la carta, asintiendo.

 

—Sí, salió muy bien —respondió mirando detalladamente el rubor rojo que el frío había dejado en el rostro de Jason—.  Siempre me va bien de todos modos.

 

Se asombró cuando lo vio reírse a carcajadas y Tim terminó alzando la ceja sin entenderlo, pero con una mueca divertida.

 

—Ay, perdone usted, si es el estudiante más aplicado de toda Gotham City —se burló y Tim casi se sonroja de vergüenza—. Eres un pequeño nerd, ¿eh, pastelito?

 

—Yo… —sus intentos por defenderse fueron en vano cuando el gesto divertido de Jason seguía en su rostro, luciendo malditamente sexy.

 

Afortunadamente no tuvo que explicarse más porque la camarera fue a levantar sus pedidos. Tim ordenó un café cargado y Jason se pidió un late.

 

—¿Tienes permitido beber tanta cafeína? —preguntó cuando se fue la chica con las órdenes y Tim frunció el ceño.

 

 —Por si quieres saberlo, ése es el secreto de mi éxito —respondió riendo y Jason giró los ojos con una mueca graciosa.

 

—¿No quieres pedir algo para comer? —agregó, ahora en serio, mirando la carta.

 

—Le voy a pedir un brownie, creo —dijo repasando la lista de postres y Jason volvió los ojos sobre él—. ¿Qué?

 

—No, nada —murmuró conteniendo una risa y Tim hizo un mohín enfadado—. Sólo estaba pensando que es una lástima que no tengan pastelitos como tú. Seguro serían deliciosos.

 

El rostro de Tim pasó de rosado por el frio que poco a poco estaba dejando su piel, a rojo en dos segundos y Jason no pudo contener más la carcajada que parecía querer brotar de su pecho.

 

—¡No es justo! —espetó Tim enfadado—. No sé para qué me invitaste si te vas a burlar de mí.

 

Jason dejó de reír y se puso serio, tosiendo un poco. Se enderezó en el asiento y suavizó su expresión.

 

—Lo siento preciosa,             sólo quería hacerte reír.

 

Tim irguió una ceja y las comisuras de sus labios tiraron hacia arriba, en una sonrisa que parecía cantar victoria. Jason entrecerró los ojos y negó con la cabeza.

 

—Eres malvado, lo hiciste a propósito —reclamó, sin darse cuenta de que la camarera estaba llegando con sus pedidos.

 

Tim aprovechó para ordenar una porción de brownie y luego volvió su rostro triunfante a Jason.

 

—Merecías una lección tú también —dijo alzando sus hombros con una expresión que cantaba “tú te lo buscaste”.

 

Jason se llevó la taza a la boca y Tim lo imitó, agradeciendo el líquido caliente que recorría su garganta, dándole energía y calidez.

 

—¿Estuviste trabajando mucho estos días? —preguntó Tim, para dejar atrás las bromas y saber un poco más de él.

 

Jason dejó su taza y movió su cabeza para relajar los músculos de su cuello.

 

—Un poco. Tuve varios turnos seguidos. Generalmente rotamos con otros compañeros que trabajan en la barra, pero esta semana cubrí el puesto de varios, así que tengo el reloj biológico cambiando después de tantas noches sin dormir.

 

Tim asintió. Por más que fuera un genio, nunca había tenido que procurarse su propio dinero, ni trabajar para vivir, así que no podía entender bien la vida de Jason.

 

—¿Y tú, pastelito? —preguntó, sacándolo de su ensimismamiento—. Si tienes exámenes, asumo que estás en la escuela, ¿no?, ¿cuántos años tienes?

 

Tim se mordió el labio sabiendo que mentir no le serviría de nada. Jason ya no le había creído cuando dijo que era mayor.

 

—Dieciséis —respondió un poco cohibido.

 

Jason se agarró la cabeza y negó como si estuviera cometiendo un error.

 

—Sabía que eras menor —murmuró, pero una sonrisa le indicaba que no parecía lamentarse de eso—. Y también que no me importaría.

 

La camarera le trajo un plato con el brownie cubierto de crema y un tenedor. Tim lo dejó en el medio de los dos y tomó un poco más de su café.

 

—¿Quieres? —preguntó ofreciéndole el cubierto. Jason lo tomó y cortó un pequeño pedacito—. Mi hermano mayor es un fanático de los dulces y siempre me roba mis postres.

 

Recordar a Dick comiendo sus galletitas, o los dulces que Alfred preparaba siempre le causaba gracia, aunque en ese momento se enojaba. También era divertido cuando se lo hacía a Damian, su pequeño hermano de seis años que se enfadaba mucho con Dick y lo miraba como si le hubiese robado lo más preciado del mundo.

 

—¿Tienes hermanos? —preguntó Jason, llevándose el tenedor a la boca y Tim tuvo que desviar la mirada de allí si quería mantener una línea de pensamiento coherente.

 

—Dos, uno más grande, del que te hablaba y uno más chiquito —mencionó agarrando el cubierto cuando Jason se lo pasó y cortó un poco de su brownie—. Dick, el más grande, siempre hace muchas payasadas y se roba nuestra comida.

 

Tim rió suavemente y bebió un poco de café, pero cuando volvió los ojos sobre Jason, lo descubrió viendo a la calle, con la mirada perdida, como si estuviera pensando en algo lejano. Se veía hermoso.

 

—¿Jay? —preguntó despacio—. ¿Pasó algo?

 

Cuando volvió en sí, lo miró como asombrado, quizá sin darse cuenta que se había perdido durante unos instantes.

 

—Lo siento, me quedé pensando en algo que me hiciste recordar —le contó, envolviendo sus manos alrededor de la taza caliente.

 

—¿Qué cosa?

 

Parecía dudar en responderle, pero cuando suspiró, Tim supo que iba a contárselo.

 

—Hacía mucho no escuchaba ese apodo que usaste, el de tu hermano —comentó, sorprendiendo a Tim—. Cuando era chico estuve en un orfanato, mi madre había muerto por sobredosis y mi padre era un alcohólico, así que el Estado se hizo cargo de mí. Es una vida dura la de los orfanatos, pastelito. Tú eres demasiado blandito y suave para esos lugares.

 

Tim abrió los ojos muy anonadado por eso. Más que por la singular forma en que le había revelado algo tan importante de su pasado, fue por lo fuerte que era enterarse de todo eso. Tim sabía por su hermano mayor que los orfanatos no eran lugares lindos y agradables como parecían mostrar las telenovelas y películas.

 

—Cuando estuve allí, no tenía amigos. Nadie los tenía en realidad, pero con el tiempo me hice cercano de un niño, más grande que yo, que se llamaba Richard. Le decía Dick.

 

Tim golpeó las manos contra la mesa del café sorprendido y Jason siguió el recorrido de sus brazos con el mismo asombro. No entendió por qué había tenido ese arranque ni mucho menos su gesto de sorpresa.

 

—No es para tanto, Tim, sólo me pasó que hacía mucho no pensaba en él —mencionó volviendo la vista a su taza y tomó un trago.

 

Tim no sabía qué decir, por dónde comenzar. Cómo contarle.

 

—Jay… creo que… —se mordió los labios y sacudió su cabeza, dispuesto a volver a empezar—. Creo que estamos hablando del mismo Dick.

 

Jason no pareció entender. Frunció el ceño y sacudió la cabeza, y Tim supo que tenía que ser más claro.

 

—Mi hermano, Dick, fue adoptado por… nuestro padre, hace años. Él estuvo en un orfanato aquí en Gotham —reveló con la voz baja y Jason captó en esta ocasión.

 

—Dices que tú Dick… —empezó, pero se interrumpió—. ¿Dick Grayson?

 

Esa fue toda la confirmación que necesitaba, por si aún le quedaban dudas.

 

—Sí, mi hermano es Dick Grayson —afirmó.

 

El rostro de Jason era una mueca indescifrable, no sabía a ciencia cierta si estaba molesto, sorprendido, melancólico o triste.

 

—Eso quiere decir que tú… ¿tu padre es Bruce Wayne? —preguntó, clavando sus ojos en él.

 

Tim se sorprendió, pero era obvio que así lo adivinaría. Probablemente Dick fue adoptado mientras Jason estaba en el orfanato y supo que fue Bruce quién lo hizo.

 

—Bueno, legalmente soy su hijo, aunque yo también soy adoptado —confesó bajando la vista con una pequeña sonrisa avergonzada. Jason lo miró con dulzura, intrigado.

 

—¿Estuviste en un orfanato? —preguntó, quizá pensando que estuvo en el mismo que Dick y él.

 

Tim negó con la cabeza.

 

—En realidad no. Mis padres eran amigos de Bruce y él era mi padrino. Murieron en un accidente cuando yo era muy chico y él me acogió en su casa, me crió y me adoptó legalmente. Llevo mi apellido y el suyo.

 

Jason parecía muy descolocado con toda la situación, pero había recobrado la sonrisa de antes, esa que desmayaba miles de personas.

 

—Es increíble que Dickiebird sea tu hermano —murmuró sonriendo de lado y Tim lo acompañó—. Es una gran persona. Perder a tus padres nunca es fácil y todo se vuelve cuesta arriba, pero tenerlo a él es recuperar un poco esa estabilidad, así que estoy contento de que se tengan el uno al otro.

 

Las palabras que decía Jason describían a Dick, evidentemente lo conoció muy bien en su niñez, o quizá Dick siempre fue así, auténtico a sus sentimientos.

 

—¿Eran tan cercanos? —preguntó, con la sensación de que debajo de las palabras de Jason, que retrataban muy bien a su hermano, se escondían sentimientos viejos más grandes.

 

Jason lo miró con duda, quizá no queriendo decirle eso que Tim parecía haber intuido.

 

—Bueno, éramos chicos, y estabamos solos en el mundo. Él fue… la primera persona que quise y nos hicimos compañía. Luego lo adoptó Bruce Wayne y a mi otra familia, y no nos vimos mucho, hasta que dejamos de vernos. Me alegra saber que él está bien y que tiene un hermanito tan lindo como tú.

 

Le sorprendió confirmar sus sospechas acerca de Jason y Dick, pero no le dio celos como pensó que le daría. Eran niños, se apoyaron mutuamente y se querían. La vida los obligó a continuar y lo hicieron cada uno por su lado.

 

—Dick es… una increíble persona —dijo Tim, sonriendo cálidamente—. Siempre me cuidó y me apoyó y aunque de más chico me daba vergüenza o me ponía incómodo con sus payasadas, tenerlo a él hace que todo sea colorido.

 

Jason sonrió, apoyando su mano sobre su mentón. Tim supo que hablaba con alguien que conocía todos esos atributos de Dick y que los había vivido en primera persona.

 

—¿Y tú? —preguntó Tim, ansioso por saber más de Jason—. ¿Cómo siguió tu vida luego?

 

—Bueno… —comenzó, apoyando las dos manos en la mesa y mirando a Tim a los ojos—. Me adoptó una mujer maravillosa, Kate, y su mujer, Diana. Ellas son increíbles.

 

Le sorprendió saber que Jason había sido criado por dos mujeres, y le pareció algo muy tierno, sobre todo porque se lo imaginaba con ellas, abrazándolas y le pareció a algo lindo de ver.

 

—Dijiste que tenías un hermano más chico, ¿Bruce Wayne no se cansa de adoptar niños? —preguntó con una risa irónica.

 

—No, no —rió Tim—. Este si es de él. Se llama Damian. Bruce lo tuvo con una mujer un poco… extraña. Supongo que él heredó eso, porque es un mocoso un tanto insoportable.

 

Jason rió de su comentario y Tim supuso que era porque no había hablado así antes, pero Damian ameritaba algunas palabras sobre lo molesto que era. Sin embargo, lo quería. Era su hermano menor y lo protegería a toda costa, como hacía Dick con ellos.

 

—Escondes muchos secretos, preciosa, ¿no tienes nada más bajo la manga que quieras contarme?

 

Tim palideció. No porque Jason se hubiera dado cuenta, sino porque de repente, recordó que nunca le había contado de su identidad, su forma de ser, y de sentir y le dio miedo, pánico, por un breve instante, que cuando lo supiera no lo aceptara. Era muy tonto sentir eso, no podía tener vergüenza de lo que elegía ser, pero a veces sus sentimientos iban más rápido que su mente y tenía que repensarlo de nuevo.

 

—¿Tim, estás bien?, no lo decía en serio —dijo preocupado, mirándolo más de cerca.

 

Volvió la vista a Jason y sonrió suavemente.

 

—Me quedé pensando en la familia —mintió. Podía contarle esto después, tampoco era necesario ahora.

 

Tim le contó algunas anécdotas sobre su casa y le habló de sus amigos y el colegio. Temía parecer infantil, pero Jason había dicho que sabía que era joven y que no le importaba. Después de todo, él tampoco parecía tan grande.

 

—Jay… ¿cuántos años tienes? —preguntó ladeando el rostro.

 

—Veintiuno —respondió sonriendo, apoyando su mentón en las manos y se inclinó en la mesa—. Sólo nos llevamos cinco años, no es mucho pastelito.

 

Era verdad. Eso le desinfló su temor y habló más relajadamente. Le contó varias cosas y escuchó sus propias anécdotas. Jason tenía varios amigos extraños según le contó, pero de lo que más le había hablado fueron Roy, un chico del que se hizo amigo porque vivía en el mismo vecindario que él y Kori, amiga de la escuela.

 

No quería irse de esa cita, pero tiempo había pasado y ya era tarde. Tim insistió en pagar y aunque Jason se opuso varias veces, él terminó haciéndolo, no por mostrar su dinero, sino porque sabía que a él le costaba menos y que le sacaba un peso de encima seguramente.

 

Volvieron a abrigarse para salir y Jason se acercó para colocarle el gorro de lana en la cabeza, cosa que hizo que su corazón latiera tan fuerte que lo sintió en sus oídos. Saludaron a la camarera y salieron del lugar.

 

El frío era más crudo ahora, pero nada que no pudieran aguantar.

 

—Me gustaría que vinieras a casa —dijo en un momento, y cuando Tim lo miró, se dio cuenta de que era alto. Bastante más alto que él—. Pero sé que es tarde y que deberías volver a tu casa.

 

Tim no sabía si chillar, si saltar, sonrojarse o gritar. No hizo nada de eso, o quizá solamente se sonrojó, pero el frío había pintado sus mejillas antes, así que no se notaba.

 

—Sí… —murmuró mordiendo sus labios—. También me gustaría, pero… ¿podríamos dejarlo para una segunda cita?

 

Jason sonrió, acercándose a él y acariciando las solapas del tapado de Tim. El corazón le dolió de lo atractivo que se veía así, tan cerca suyo.

 

—De acuerdo, pastelito —susurró, inclinando su cuerpo y atrapando sus labios en un suave beso que dejó a Tim perplejo.

 

Cuando se separó, su rostro explotó de un rojo intenso que ya no podía disimular con el frío. Jason lo miró con una sonrisa, seductora como todo él, y Tim se mordió sus labios una vez más.

 

—Bue-bueno —tartamudeó nervioso—. Entonces, puedes llamarme cuando quieras.

 

—Te llevo a tu casa —dijo rápidamente, antes de que Tim huyera.

 

—No, no, no —gritó apresuradamente—. Está bien así, Jay. En serio, no vivo lejos.

 

Jason alzó las cejas y Tim dio un paso al frente. Se aferró a su campera, alzó sus pies, y le dio un corto beso en los labios.

 

—Gracias por todo —dijo bajito y avergonzado.

 

Y se dio la vuelta para caminar rápidamente por donde vino. Porque estaba seguro de que si lo miraba de nuevo, realmente lo iba a matar.

 

Notas finales:

Notas: Gracias por leer, se aceptan toda clase de comentarios, siempre con respeto y amor. Estoy intentando entrarle a una temática que me interesa mucho y a la que quiero dar más visibilidad, así que sugerencias y críticas son recibidas.

Espero que lo hayan disfrutado.


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