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Una noche sin final por mei yuuki

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Notas del fanfic:

Magi pertenece a Shinobu Ohtaka. Esta historia tiene muchas modificaciones del canon, pero aun así tiene referencias y hechos basados que podrían llegar a considerarse spoiler para quien no haya leído el manga. Sin más que agregar, gracias por leer.

También publicando en fanfiction y AO3.

“I wish for this night―time 
to last for a lifetime 
The darkness around me 
Shores of a solar sea”.

Sleeping Sun, Nightwish.

 

     Judar se tropezó dos veces antes de caer de rodillas sobre el camino árido. La respiración trabajosa le hería la garganta debido a lo reseca que la tenía, escasa hidratación que aunada al azote del sol le ponía al filo de hacerle desmayar. Un hedor putrefacto penetraba en su nariz proveniente de algún punto cercano al sitio por el que iban transitando, intensificando su mareo.

     Sin embargo estaba decidido que los indulgentes brazos de la inconsciencia no fueran opción para él; un violento zarandeo procedente de la cadena de hierro que unía los grilletes en torno a sus muñecas lo forzó a espabilarse de súbito.

     ―¡Eh, tú! ¡Levántate rápido! ―vociferó el hombre que precedía y conducía la fila de cinco personas encadenas de manos y pies de la que Judar formaba parte, ubicado en tercer lugar dentro de ella―, ¿Te crees que tenemos todo el día? ―Al notar que el chico no respondía ni tampoco mostraba indicios de empezar a incorporarse, dirigió sus pasos hacia él. Asió los largos y revueltos cabellos de color negro que se arrastraban por el piso, el cuerpo menudo del muchacho tembló y su cuello se curvó más de lo necesario al ser levantado mediante la fuerza.

     ―¿No me oíste, basura? ―Por poco le escupió en el rostro, los ojos de Judar se cerraban de dolor. No podía hablar. Sus pensamientos ondulaban en total desorden, era tragado por un mar de incoherencia. ―Camina, si es que no quieres que te arroje desde un acantilado.

     ―Tampoco exageres, hombre, que no estamos como para desechar mercancía ―intervino otro de los esclavistas a cargo, al cual el chico no alcanzaba a ver.

     En respuesta el sujeto le soltó con la misma saña con que le había erguido, chasqueando la lengua, y tras unos momentos en que las piernas de Judar por poco cedieron nuevamente al intentar mantener el equilibrio, una cubeta de agua helada le bañó el rostro y  buena parte del torso. El desorientado chico aspiró con fuerza una bocanada de aire por simple reflejo, tragando cuanto podía y parpadeando repetidas veces mientras el agua escurría por su piel trayéndole algo de frescor.

     ―Eso debería ser suficiente.

     Retomaron la marcha después de aquello. A los oídos del joven de enmarañado cabello negro comenzó a llegar el bullicio propio de un mercado; detrás de él un niño sollozaba al tiempo que el aura lóbrega que se cernía sobre el grupo se intensifico hasta volverse casi palpable sobre sus cabezas. Aves negras y blancas, cuales fantasmales mariposas, salían despedidas de tanto en tanto hacia todas las direcciones y los ojos de Judar se perdían siguiendo sus errantes figuras. Inconsciente de todo a su alrededor, el muchacho caminaba en sueños estando despierto, sin comprender la gravedad de su situación ni temer al lugar adonde se dirigían.

     No obstante una inextricable pesadez se posaba en su pecho de forma intermitente; pero cada vez que intentaba focalizarse en algo en concreto y apartar su atención de las fugaces avecillas, tal sombra de lucidez volvía a esfumarse. Y es que le resultaba de lo más agotador el ejercicio de pensar, punzadas de dolor le herían cuando intentaba hallar meras palabras.

     La amplia plaza les recibió. La multitud les rodeó por ambos lados mientras eran conducidos por los comerciantes de esclavos hacia el lugar designado para la venta pública. El inevitable destino de ser vendidos como posesiones convertía la hasta entonces latente desesperación en resignación, al menos en lo que respecta a sus compañeros; pues Judar continuaba perdido dentro de un mundo que nadie más que él podía ver. Si bien el vacuo malestar en su pecho volvía a resurgir. Una densa cantidad de alborotadas aves lo cegó por un momento, y eso bastó para hacerle tropezar con alguien que pasaba a su lado.

     ―Lo siento, ¿estás bien? ―Precisamente aquel con quien tropezó le sostuvo de caer. Su firme agarre permanecía en su brazo cuando propiciado por la inercia, Judar levantó el rostro para mirarlo.

     La única persona que tuvo tal consideración frente a un esclavo. Las piezas de oro que portaba hacían juego con sus ojos almendrados, de idéntica tonalidad; traslucían la misma serena preocupación que su voz.

     A Judar lo embargó un fuerte sentimiento de curiosidad, casi instintivo, como el de un animal hacia un humano que le muestra un gesto amable. Le devolvió la mirada con intensidad y sus labios se movieron de manera dubitativa pero ningún sonido se dejó caer. El desconocido entornó los párpados con naciente interés. Iba a decirle algo más al extraño chico cuando fue interrumpido por uno de los presurosos esclavistas.

     ―¿Qué te crees que estás haciendo tocando las cosas de otros? ¡Atrás, suéltalo! ―intentó ahuyentarlo agitando en su dirección el fuete que utilizaba para castigar a los esclavos. Judar se encogió sobre sí mismo en respuesta al recuerdo del sonido y el dolor del cuero contra su carne.

     No obstante el golpe jamás llegó. La mano derecha del hombre que hasta entonces le sostenía con gentileza se había desplazado con rapidez inusitada, atrapando en el acto la muñeca del otro que llegó desde detrás de Judar.

     ―El chico casi cae, parece al borde del colapso ―se dirigió entonces al comerciante de esclavos, en un tono cargado de frialdad. La misma mirada pétrea que le dio hizo que este se atragantase con la tanda de insultos que pretendía soltar, y sin querer dejó caer el fuete al suelo―. Debería cuidar mejor de él ―sugirió.

     Las aves se agitaban ansiosas alrededor de ambos. Una vez advirtió que no sería golpeado, Judar retomó la tarea de observar la escena frente a él con sus enormes y opacos ojos rojos casi sin pestañear, como si mirase un lienzo. El hombre que enfrentaba a su esclavista era alto, más que aquel y el propio muchacho. Su piel poseía una tonalidad canela y una larga melena púrpura atada en una coleta se derramaba por su espalda y fuertes hombros. Todo en él rezumaba confianza y poder.

     Una vez más Judar intentó esclarecer su mente y dar sentido a lo que sucedía y a sus propias emociones; en consecuencia su cabeza zumbó de dolor. Apretó los dientes luchando por persistir, existía algo que imperiosamente necesitaba encontrar y recordar. Aves negras nacían de su propia piel.

     ―¡S-Serás…! ―El sujeto parecía al fin recobrar la compostura; pero el desconocido no flaqueaba, si no que por el contrario, la sombra de una gélida sonrisa se adivinaba ahora en su expresión.

     ―Sin, ¿qué se supone que haces? Tenemos poco tiempo. Date prisa.

     Una voz procedente de la multitud en movimiento y al parecer dirigida al hombre de cabellos púrpura, interrumpió el feroz cruce de miradas. Bajo el escrutinio inocuo de Judar, aquel desvió la vista y con lentitud deshizo su agarre sobre el otro.

     ―Iré enseguida ―pronunció en dirección al individuo que acababa de llamarlo. Su mirada regresó al joven esclavo, sin embargo, los irritados esclavistas que custodiaban el grupo no perdieron el tiempo y comenzaron a forzar la marcha de los prisioneros mediante empujones.

     ―Maldito infeliz ―escupió uno de ellos antes de volverse hacia los esclavos―, ¿y qué están esperando? ¡Muévanse!

     ―Lo lamento ―musitó el hombre de ojos dorados solo para oídos de Judar, segundos antes de que un agresivo empujón lo apartara del grupo. Su rostro de nuevo mostraba una expresión entre doliente y molesta cuyo significado el chico no conseguía descifrar, al igual que sus palabras. Eso no evitó que le devolviera la mirada con insistencia mientras se alejaban; girando el cuello y buscándole entre la espesa aglomeración de personas y aves errantes aun cuando su figura hubo desaparecido por completo de su estrecho campo visual.

 

 

     •••••

 

     El espectáculo que se desarrollaba ante los ojos de Judar no hacía más que aumentar el doloroso zumbido dentro de su cráneo. De pie e inmóvil sobre la plataforma de ajada madera en donde se daban a conocer los productos dispuestos para la subasta, esperaba su turno para ser desnudado y ofrecido a la bulliciosa audiencia del mercado. Rememoraba una y otra vez los últimos acontecimientos de su vida. El hombre que evitó su caída, ¿qué era eso lo que lamentaba?, o mejor dicho, ¿cuál era el significado de “lamentar” en realidad? Las aves se arremolinaban a sus pies con suma violencia. El mismo niño que lloraba en la fila de camino hacia ese lugar lo hacía ahora a su lado con mayor ahínco. Pequeñas cosas carentes de significado.

    ―¡Vendida! ―Proclamaba el hombre a cargo de la puja. La mujer vendida en cuestión debía de ser apenas un poco menor que Judar, mantenía la vista clavada al suelo y sus manos se agitaban de forma incansable, como si quisiese eludir el tacto helado del hierro en torno a sus muñecas. Aves negras se desprendían de ella, alcanzó a percibir el muchacho antes de que la sacaran del plató.

    ―Sigues tú, anda, camina. ―Le instó de manera desdeñosa uno de los esclavistas, el mismo que antes tuviera aquel encuentro tenso con el hombre de cabellos color púrpura. ―Veamos cuánto es que dan por una basura como tú.

     Contrariado y ofuscado de forma inconsciente, Judar se detuvo un momento antes de llegar al centro de la tarima. Observó a las innumerables personas allí congregadas aguardando por carne fresca –en este caso, la suya–, y un destello de reconocimiento le atravesó. El panorama no le fue extraño del todo. Su expresión en blanco se ensombreció al cabo de asimilar este hecho.

     ―Muévete ya, que te he dicho que es tu turno. ―Aquel tipo le propinó un empellón que le hizo trastabillar, mas no se movió ni un ápice hacia el sitio requerido.

     ―Este es el infierno y yo soy parte de él. ―No estuvo seguro de si realmente lo vocalizó o tan solo quedó reducido a un pensamiento espontáneo.

     ―¿Qué mierda te pasa? Los clientes esperan por ti. ―Volvió a exhortarle el mercader, enfureciéndose. Se dispuso a asirle esta vez por el brazo para moverlo a la fuerza.

     ―Oye, espera un momento ―intervino ahora otro de los esclavistas, desde la escalinata lateral―. Trae a ese chico aquí, tenemos una oferta previa por él y los siguientes.

     ―¿Qué demonios…? ―El sujeto soltó su brazo y fue por su cuenta a resolver el asunto a un costado del plató, dejando al muchacho estático en el lugar en medio de turbulentas cavilaciones.

     Los asistentes a la subasta murmuraban entre sí con creciente disconformidad, ¿qué sucedía? Eso era irregular dentro de una venta de esclavos ordinaria. Según lo acostumbrado estos serían exhibidos por igual antes de trabar negociaciones, sin importar sus razas, edades o sexos. A menos que alguien hiciera uso de un privilegio especial, lo que aunado a una gran suma de dinero le permitiera evitar la venta pública. Una excepción poco común, aunque no imposible.

     Ajeno a todos estos preceptos mundanos, Judar advirtió cierto revuelo en la esquina derecha de la tarima; el lugar hacia el cual se había dirigido el hombre encargado de presentarlo ante los potenciales clientes. Aun así, no podía preocuparle menos. Parte de su lucidez estaba regresando en la medida que el dolor de su cabeza empezaba a remitir. La certeza absoluta de que debía huir de ahí se propagaba por todo su sistema, vuelta un frenesí que iba calentando su sangre a fuego lento.

     Justo entonces un sorpresivo anuncio interrumpió sus ideas escapistas a medio concebir:

     ―¡Vendido ―exclamó para la plebe el mismo comerciante que el chico comenzaba a detestar, ahora a plena consciencia. Hizo una pausa y continuó con malestar mal disimulado la última parte de la oración―:... Al Rey Sinbad de Sindria! Este y los otros dos sobrantes. Se cierran las ventas por hoy, ¡no hay más!

     Aquello dejó a Judar de una pieza. A falta de palabras certeras, esbozó una mueca de confusión e incertidumbre. ¿Sinbad? El nombre dio vueltas dentro de su mente azorada, pero no halló nada relevante al mismo. O así fue hasta que alzó la vista y se encontró con el hombre que había visto de camino al mercado.

     Con la presteza que antes demostrara, se acercó hasta el impávido joven. Puso su mano derecha sobre el hombro descubierto por las ropas harapientas y le miró a los ojos otra vez, justo como antes.

     ―Dicen que tu nombre es Judar ―le habló con suavidad y lentitud para evitar asustarlo―. No temas, no te haré daño. Ahora eres libre.

     Libre. Las implicaciones de la palabra trajeron a su mente una serie de imágenes desordenadas. Cobrando venganza, el dolor en su cabeza volvió a estallar con mayor agudeza. La visión se le nubló y su cuerpo se desplomó sobre sus endebles rodillas.

     ―¿Judar? ¿Estás bien? ―Se hincó delante de él, buscando sostenerle― ¿Puedes escucharme?

     Pero su voz no lo alcanzaba. El chico gemía de dolor, algo acababa de romperse dentro de su cuerpo; algo intangible que se asemejaba a las cadenas que pendían de su cuello, muñecas y tobillos. Sus dedos trémulos se aferraron a los bajos de la pulcra túnica de Sinbad, en un último intento por continuar despierto. Mas de todos modos la oscuridad le invadió momentos más tarde, cuando sintió cómo alguien levantaba su cuerpo de la madera.

 

     •••••

 

     Seguía vivo, pues abrió los ojos. Parpadeó tentativamente varias veces, y pasado un minuto cayó en la cuenta de tres cosas: se encontraba arropado dentro de una cama amplia y cómoda (a saber cómo llegó hasta allí), y dada la cantidad de luz que se colaba desde una ventana ubicada a su izquierda, era de día. La última y más importante de todas las observaciones era que el hechizo del que fuera presa hasta entonces por fin se había roto, o al menos disuelto lo suficiente para perder su eficacia y regresarle la consciencia de sí mismo.

     Apoyó los codos sobre el colchón y fue incorporándose. Notaba punzadas de dolor en uno y otro lado al flexionar los músculos, a pesar de sentirse muchísimo menos cansado que antes. Descubrió que incluso sus viejas ropas habían sido cambiadas por otras limpias; los grilletes también eran historia. Impresionado por este detalle, se levantó del todo y miró a su alrededor con el merecido detenimiento. Le recibía una habitación decorada con tapices y finos cortinajes. Judar reconoció la textura familiar de la seda que provenía de ésas sábanas impolutas que le cubrían.

     Pareciera que la cadena de tribulaciones en torno a su porvenir se había detenido.

     Estaba sonriendo de manera ladina cuando la puerta del cuarto se abrió sin emitir el menor sonido. Un sujeto al que Judar no había visto en su vida apareció entonces delante de sus ojos; este no era el que recordaba haber visto antes de desvanecerse, lo que le causó una ligera decepción aderezada con desconfianza.

     ―Veo que has despertado ―mencionó como si se tratase del acontecimiento del siglo. De acuerdo, en definitiva sí lo era dentro del pequeño mundo de Judar―, te encuentras en un hotel. Has estado inconsciente por dos días, ¿cómo te sientes?

     Le sorprendió un poco haber dormido durante tanto tiempo, pero no lo suficiente para exteriorizarlo frente a ese hombre de ojos negros y cabello sin color cubierto por una kufiyya*. Tanto su rostro como su trato hacia Judar eran afables, pero aquello incrementaba su extrañeza. No imaginaba el motivo detrás de tanta cordialidad. Por lo demás, sospechaba que solo fingía.

     ―Estoy bien, como sea ―contestó un tanto cortante. Hacía tiempo que no sostenía una conversación decente con nadie, pero tampoco le interesaba tenerla con aquel tipo. Su objetivo era otro―, ¿puedes traer aquí a tu jefe? Me refiero al otro sujeto, el que se me acercó primero. Tú has de ser su sirviente o algo por el estilo, ¿no? ―soltó mirándolo de arriba abajo sin disimular― Creo que se llamaba Sinan, ¿o era Sim-

     ―Sinbad ―lo cortó en seco. Por alguna razón su semblante ya no le parecía tan amable―. Efectivamente, pertenezco a su escolta, mi nombre es Ja´far. Él se encuentra ocupado en estos momentos y por eso he venido en su lugar a ver cómo seguías.

     ―Ya veo. ―Ladeó el rostro, aburrido. Se rascó la nunca y añadió con desparpajo―: Entonces dile que venga a verme cuando no lo esté, ¿quieres? Me gustaría agradecerle por traerme a este lugar y todo eso.

     Ja´far no contestó de inmediato, en cambio se quedó contemplándolo por un momento en que el aire se enrareció. Analizaba su comportamiento, pero Judar no dio indicios de inmutarse. Elevó las cejas, despreocupado, casi retador. La razón era sencilla: este tipo no era el que debía impresionar. No podía importarle menos lo que pudiera pensar de él.

     ―Está bien ―dijo después―. Le transmitiré tu mensaje. Sé paciente hasta entonces.

     Se marchó tan pronto como había venido. Estando solo de nuevo, Judar se arrepintió de no haberle hecho unas cuantas preguntas más al criado de Sinbad. El recuerdo de dos días de antigüedad que guardaba de él languidecía como el evento opaco de un sueño dentro de sus remembranzas. Era cierto que había dormido por demasiado tiempo, más del que podrían soñar.

     Una mucama se presentó en su habitación no mucho después de que el hombre se fuera. Le traía el almuerzo que no había pedido; uno que con gusto recibió apenas fue consciente de que ni siquiera estaba seguro de cuándo habría sido la última vez que probó bocado. Moría de hambre y de sed, acabó hasta con el postre en cuestión de minutos.

     Sinbad hizo acto de presencia un par de horas más tarde, tras tocar su puerta dos veces sin obtener contestación. Judar se recargaba contra el marco de la ventana abierta, sumido en el aburrimiento. Como estaba perdido en el animado mundo exterior, ni por casualidad llegó a percatarse de que este ya se inclinaba sobre su espalda hasta que le oyó hablar.

     ―Sí, pareces estar mucho mejor ahora. ―El chico se giró de inmediato para encararle, por poco tropezando con su propio cabello largo. De alguna forma se contuvo de soltar una mala palabra.

     ―¿Es cierto eso de que eres el famoso rey de ese país del sur, Sindria? ―Inquirió nada más verle. Sinbar le miró con curiosidad.

     ―Es verdad, ¿Ja´far te lo mencionó?

     ―Lo oí en la subasta. ―Sacó el tema como si nada. ―Y ya que me compraste, ¿planeas hacerme tu esclavo, Rey Sinbad?

     ―Si recuerdas eso, quizá también recuerdes que te dije que serías libre ―replicó divertido con esta nueva faceta del muchacho que antes apenas parecía ser capaz de comprender lo que se le decía. Auguraba ser toda una caja de sorpresas―. Además en mi reino la esclavitud está prohibida. Tampoco debes preocuparte por tu estancia aquí, considéralo un regalo.

     Judar le escrutó desde más cerca, no se molestó en ocultar su escepticismo. El otro hombre le sostuvo la mirada con tranquilidad, invitándole a despejar sus dudas. De forma inesperada, una luminosa sonrisa se extendió por sus labios. El muchacho rio y negó con la cabeza, anonadado.

     ―¡Eres un rey muy extraño! ―Exclamó― ¿Acostumbras ir por ahí liberando esclavos por diversión? Algo debe estar mal dentro de tu cabeza.

     ―¿Preferirías que te hubiese comprado para obligarte a servirme? Eso suena más extraño para mí, Judar.

     ―No dije eso. ―Sus risas cesaron y su rostro adoptó una expresión seria, casi taimada. Chistó la lengua de modo audible.―Mierda, pensaba agradecerte por sacarme de ese agujero, pero lo estás haciendo más difícil de lo que esperaba.

     Esta vez fue Sinbad el que se echó a reír. Judar bajó la vista, su voz seductora le irritaba y a la vez atraía a seguir escuchándola, provocándole una ligera confusión.

     ―No tienes que hacerlo, te liberé a ti y a los otros solo porque quise. ―Incluso si ignoraba su propia intuición acerca de él, el rukh que fluctuaba de manera enérgica a su alrededor no mentía: aquel tipo era más poderoso de lo que un simple mortal podría adivinar al verlo. Brillaba muchísimo, tal cual lo hacía la primera vez de camino al mercado. ―Me basta con saber que te encuentras bien. Regresaré a mí país dentro de dos días, pero si lo deseas puedo asegurarme de que te quedes aquí un tiempo hasta que-

     ―No. Llévame contigo. ―Totalmente resuelto, el joven le interrumpió a media frase. ―Déjame acompañarte a tu país. No seré tu esclavo, pero aun así me gustaría trabajar para ti, Sinbad.

     ―Pero ya te he dicho que no necesitas darme nada a cambio. ―Le dirigió una mirada comprensiva, si bien su ímpetu repentino le había tomado por sorpresa. ―¿No tienes un lugar al que quieras volver, personas a las que extrañes?

     ―Puedo serte útil. ―Pasó de sus preguntas.

     El Rey entornó los ojos, prestándole mayor atención. Por la forma en que el muchacho lo decía, era evidente que más de algo ocultaba detrás de sus palabras.

     ―¿A qué te refieres exactamente con eso?

     ―En realidad, no soy ningún esclavo ―comenzó, tanto sus gestos como su voz se tornaron despectivos―. Me atraparon en una ocasión cuando no podía defenderme, hace algún tiempo. Pero eso ya se acabó y ahora mi poder ha regresado.

     ―¿“Tu poder”?

     ―Así es ―afirmó Judar con el mentón alzado, orgulloso. Se llevó la mano al pecho y sonrió―, yo soy un magi. Como agradecimiento por lo que hiciste por mí, rey extraño que libera esclavos, quiero prestarte mi poder. ¿Qué dices? No esperes una mejor oferta que esta.

     ¿Qué otra cosa podía hacer? Tras la breve conversación con este legendario conquistador de calabozos no tenía duda alguna. Iba a aferrarse al estúpido de Sinbad como si la vida misma se le fuera en ello.

Notas finales:

Kufiyya: Es el nombre real del “velo” que usa Ja´far.


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