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Our Child (Cherik. Wolversilver) por midhiel

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Our Child

 

Capítulo Uno: Decisión

 

Charles Xavier había muerto al dar a luz y Erik Lehnsherr sabía que era su culpa. Por eso se había marchado de Westchester y no había regresado en tres años. Erik sabía que había sido el impulso que lo dominaba cuando la rabia aparecía lo que había causado el accidente. A decir verdad, él lo llamaba accidente porque no había sido intencional pero un accidente es un acto fortuito, sin responsables directos, y él se sentía tan responsable como culpable del triste destino de su gran amor.

 

Imaginaba que en la mansión todos lo aborrecían por lo ocurrido con el querido Charles Xavier y no pronunciaban siquiera su nombre para condenarlo al olvido total. Pero Erik sabía que eran buenas personas y que cuidaban de su hijo con amor y manteniendo viva la memoria de su padre gestante. Sí, dos semanas después del nacimiento se enteró de que había sido un niño. Mystique lo había rastreado para contárselo y le dejó en claro que se había tomado la molestia solo porque era lo que su hermano habría querido. Pero él estaba tan embargado por el dolor y la culpa que no pudo volver para conocerlo al menos. Sentía que si veía en su carita rasgos de Charles no podría soportarlo.

 

Ya habían pasado tres años en los que vivió en el ostracismo, trabajando solo, buscando ayudar a otros mutantes y defendiendo su causa. No había vuelto a usar la violencia por respeto a Charles y porque había sido su agresividad la que le había costado la vida de forma indirecta. Él no había atacado a su amante, jamás osaría hacerlo, pero en la fiebre de la lucha, cuando trataban de detenerlo, Erik no se pudo resistir y alzó el armazón de metal de un edificio. Conectado a Cerebro, Charles trató de detenerlo y, bueno, mejor no seguir recordando porque a partir de ese instante, Magneto no volvió a ser el mismo, nadie volvió a ser como antes. Su acto soberbio destruyó la vida de todos y condenó a una criatura inocente a venir huérfana al mundo.

 

Pero esta mañana, en el tercer aniversario del fatídico accidente, Erik despertó en la habitación del hotel con una sensación de ahogo. Se dio cuenta de que se trataba de la culpa que lo consumía más y más. Volteó hacia la mesa de noche y se encontró con la botella de whisky casi vacía. Era una ironía que él se emborrachara para huir de sus problemas cuando había sido Charles quien se escondía detrás del alcohol. Erik hizo una mueca parecida a una sonrisa en medio de la angustia: que tuviera al menos un vicio de su amor era algo que lo aliviaba. Se levantó como pudo, o, como la resaca se lo permitió y se encerró en el baño. Mientras el agua salpicaba su espalda desnuda, sintió por primera vez el deseo de conocer a su hijo. Era una sensación extraña, una mezcla de vacío y nostalgia pero también amor. No el amor que había sentido por Charles sino uno particular y profundo. Erik se restregó los ojos mojados con la lluvia, mientras pensaba que se sentía un monstruo, un ser egoísta que mató a su amante, luego, abandonó a su hijo y recién ahora tenía necesidad de encontrarlo. Era una basura, una mierda, se repetía a sí mismo.

 

-No puedo condenarlo a que me conozca – suspiró y recargó la mano contra una de las paredes para doblar la espalda y que el agua le mojara el cuello -. Arruino la vida de las personas, perdí a mi familia dos veces: una con la que nací y otra, la que quise formar, ¿qué puede esperar de mí? ¿Qué puedo ofrecerle?

 

Salió de la ducha envuelto en lágrimas y se observó en el espejo del botiquín. Estaba más delgado que tres años atrás, tenía ojeras muy oscuras alrededor de los párpados y los labios contraídos por la angustia constante. Sus ojos estaban rojos siempre. Una barba descuidada le daba una apariencia desaliñada y tenía la piel roja por los efectos del alcohol. ¿Dónde estaba en ese rostro el arrogante, desafiante y resuelto Magneto de años atrás?

 

-¿Qué habría pensado Charles si me viera así? – murmuró entreabriendo los labios apenas. Suspiró -. ¿Qué importancia puede tener? Ya no soy el mismo, soy una sombra patética, soy una mierda, ¡una basura!

 

Alzó el puño para romper el espejo pero se contuvo y, en cambio, lloró. Se apretó el collar con el relicario de sus padres que nunca se sacaba. ¿Qué pensaría su madre de él? ¿Qué pensaría su honesto padre? Si vivieran, se cuestionarían qué clase de hijo habían criado. Definitivamente no este en el que se había convertido.

 

Erik se secó con la toalla y regresó a la habitación. Se vistió en silencio, aspirando para retener las lágrimas. Pero el deseo por conocer a su hijo aumentaba. También ese afecto. Se sentía un miserable pero no podía reprimir lo que sentía. Tal vez su hijo lo necesitaba, tal vez tenía que darse una oportunidad y conocerlo, abrazarlo, besarlo. Si el niño se sentía feliz en Westchester con los demás y lo rechazaba, lo dejaría en paz, si lo aceptaba buscaría la manera de que estuvieran juntos sin alejarlo de la mansión pero tenía que encontrarlo.

 

Erik estaba a pocas millas de Manhattan. Bajó, pagó la habitación y se marchó del hotel resuelto. Por el camino reflexionó más y pensó que si el niño lo rechazaba, encontraría la manera de ganarse su corazón. Erik necesitaba a su pequeño y necesitaba establecer el vínculo de padre e hijo. Era lo que Charles hubiera deseado y era lo que él deseaba ahora.

 

……………..

 

Erik reconoció la pastelería favorita de Charles al instante. Era una tienda elegante en el corazón de la ciudad, que el telépata había adorado desde niño y Erik lo había acompañado en múltiples ocasiones para buscar pasteles y dulces. En tres años la fachada se mantenía igual: sobria y exquisita. No sabía por qué, pero Magneto sentía que traerían al niño a ese sitio para elegir su pastel de cumpleaños. No se atrevía a presentarse en Westchester de la nada y pensó que si lo veía de casualidad en la calle, el encuentro sería más espontáneo y cómodo. Entró, se sentó en un extremo, apartado de las miradas, y pidió un café y un par de croissants. Estuvo un largo rato consultando su reloj pulsera de tanto en tanto, y estudiando discretamente a los compradores que entraban y salían. Pasadas las once de la mañana, la campañilla de la puerta tintineó y Erik vio que Hank McCoy entraba distraído y solo.

 

Magneto sintió una pesadez en el estómago, de esas que se provocan cuando los planes no salen a gusto. Hank había decidido comprarle el pastel sin traerlo a la tienda. Bebió lo que quedaba del café ya helado a esta altura, mientras refunfuñaba su poca suerte.

 

Hank se acercó al mostrador y observó los distintos pasteles que se exponían. Pidió que le enseñaran los que tuvieran mucho chocolate.

 

Erik sonrió en medio de la decepción porque él adoraba el chocolate y que su hijo sin conocerlo hubiera heredado ese gusto lo enorgullecía.

 

La campañilla sonó otra vez y entró Scott Summers con un niño pequeño de la mano. Tenía el cabello castaño peinado con una raya prolija al costado, una mirada curiosa y el cuerpecito regordete como las criaturas a su edad. Caminaba decidido de la mano de Scott, y cuando Hank lo vio, sonrió y se inclinó para hablarle.

 

-Ya traerán el que tiene más chocolate – le avisó.

 

-¡Sí! – aplaudió el pequeño con su vocecita feliz. Erik sintió un nudo en la garganta al oír su voz por primera vez.

 

La vendedora, una muchacha joven, regresó con dos pasteles. A simple vista no se podía decidir con cuál quedarse porque los dos se veían exquisitamente devorables. Pero el niño, con una decisión confiada, señaló el de la izquierda. Hank pidió que se lo prepararan para llevarlo y fue a la caja para pagar. Scott se acercó a una de las mesas para esperar con el pequeño y sacó de su bolsillo una figura articulada de un dragón verde y negro. Era lógico que a los tres años lo fascinaran los monstruos, dragones, dinosaurios y demás criaturas.

 

El niño se levantó con su muñeco y caminó entre las mesas directo hacia el rincón donde su padre se escondía. Erik lo observaba mientras el corazón se le estrujaba de la ansiedad. Scott se levantó para seguirle los pasos. Cerca de la mesa de Magneto, el niño soltó sin querer su dragón. Erik se inclinó y lo recogió del piso para entregárselo.

 

Scott llegó hasta ellos sin mirar al desconocido.

 

-¿Qué se dice, David?

 

El niño miró a Erik, sin saber quién era, con unos enormes ojos azules, que su padre reconoció al instante. Las facciones, la forma de la cara, todo él era un Charles Xavier en miniatura.

 

-Gatia.

 

-Ya tengo el pastel, Scott, ahora vamos a pasar por la juguetería y – Hank se detuvo en seco al acercárseles y reconocer al extraño -. ¿Qué haces aquí, Lehnsherr? – espetó.

 

Scott recién reparó de quién se trataba y, por instinto protector, sujetó la mano del pequeño.

 

-Ya me retiro – respondió Erik secamente y se levantó, dejando una croissant a medio comer.

 

-No, quédate – ordenó Hank despectivo y tomó la otra mano del pequeño, que sostenía el juguete -. Nosotros nos vamos.

 

Los tres dieron media vuelta y se marcharon tomados de la mano del niño. Erik los siguió con la vista e inclinó la mirada hacia David, que dio vuelta la cabecita para observarlo con curiosidad y fascinación.

 

-¿Quén es el señod, tío Hank?

 

-Un viejo conocido – respondió Hank escueto.

 

……………..

 

¿Qué les pareció? No me odien por matar a Charles pero era una idea que tenía desde hacía tiempo. Sé que tengo varios fics pendientes pero me vino la idea con este y lo escribí. Pienso continuarlo más adelante y a los otros también. Espero que les haya gustado a pesar del drama. ¡Pobre Charles! ¡Y pobre Erik!

 

 


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