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Los ojos del Alma por Liesel Meninger

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Notas del capitulo:

¡Hola! esta es mi primera historia Stony. Espero que sea de su agrado.

*Publicada en Ao3 y Wattpad.

Capítulo I: El deseo oculto de mi mente.

 

 

 

—Nuevamente soñé con... —se calló, ya que no sabía cómo continuar. A pesar de que, desde hace algunos meses, aquellos sueños lo atormentaban, no podía ver más allá de la densa nebulosa que le quedaba al despertar.

 

—¿Qué soñaste?

 

Miró hacia un lado. A pesar de que ya le había comentado varias veces lo que recordaba al despertar, siempre que se veían le pedía que se lo narrara nuevamente. Provocando que hiciera algo que odiaba. Obligándolo a hacer algo que no podía… Recordar.

 

—¿Qué soñaste? —inquirió nuevamente, con esa calma que, a veces, le irritaba.

 

—No lo sé… —estiró un poco las mangas de su  chaqueta, en un acto que reflejaba un estado de ansiedad creciente, logrando que sus manos quedaran totalmente cubiertas. No le agradara reconocerlo, pero hablar sobre esos sueños, y lo poco que recordaba de estos, lo ponían muy nervioso —, no lo distingo... No puedo recordar nada, excepto a… —titubeó. A pesar de no recordar lo que sucedía en sus sueños, había alguien que siempre aparecía en ellos y, aunque no se acordaba de su rostro, estaba seguro de que se trataba de la misma persona —, un hombre… Es un hombre alto, por lo menos más alto que yo

 

—¿Sólo recuerdas eso?

 

—No —dijo—. Él me llama, me sonríe, pero… —se acomodó nuevamente en el pequeño sofá, observándola —… no recuerdo nada más

 

—Que él haga eso ¿te simpatiza?

 

—Sí, pero… —apretó, inconscientemente, la tela de la chaqueta que permanecía entre sus dedos.

 

—¿Pero…?

 

Se quedaron en silencio, observándose mutuamente,  obligándolo silenciosamente a continuar, pero esperando a que se sintiera preparado para hacerlo.

 

—A veces… parece estar triste… y eso no me agrada

 

—¿Por qué razón crees que no lo hace?

 

—Porque… duele… Sobre todo cuando está con esa persona a su lado.

 

—¿Otra persona? —Preguntó al observar una pequeña reacción, al parecer inconsciente, en su paciente —. ¿Esa otra persona también te agrada?

 

—No, me molesta su presencia —su voz sonó muy seria, pero él no se percató de ese hecho.

 

—¿Por qué?

 

—Porque él también lo quiere tener a su lado

 

—¿Es un hombre?

 

—Supongo. Sin embargo, a veces, logro distinguir que tiene el cabello largo

 

—Cuándo ellos están juntos, ¿el primer hombre se interesa por ti?

 

—No, su atención siempre está centrada en  él.  Sus ojos jamás pueden verme  —dijo de forma pausada, reflejando en su tono tristeza—.  Su interés por mí se disipó —miró hacia sus manos, tratando de reponerse de las, a su parecer, extrañas sensaciones que le invadían, hasta que escuchó una nueva pregunta.

 

—Estos sueños son nuevos, ¿hace cuánto los presentas?

 

—Hace una semana

 

—¿Recuerdas sueños diferentes a los que me has narrado hasta ahora?

 

—Quizás… pero son escenas borrosas que no parecen tener conexión alguna entre ellas

 

 —Descríbeme las escenas que recuerdas

 

—No me agrada hablar de ello —giró el rostro hacia  a un lado, mirando a un punto inexistente, mientras apretaba más la tela de su chaqueta,  sintiendo como lo invadía aquel dolor nuevamente. A pesar de que no podía recordar con nitidez lo que soñaba, las escasas imágenes que recordaba al despertar le provocaban un intenso dolor en el pecho que, en algunas ocasiones, le dificultaba respirar.

 

Giró, nuevamente en dirección a la mujer que le interrogaba, guiado por una suave caricia en su mejilla.  Observando de forma escéptica el pañuelo que le tendían, hasta que comprendió a que se debía el ofrecimiento.

 

—No es necesario —se acomodó en el sofá, pero cuando ella miró hacia abajo, mientras escribía en una libreta, llevó una de sus manos a su mejilla, limpiando, disimuladamente, una lagrima solitaria que bajaba por su perfil izquierdo, tratando de conservar su casi inexistente fortaleza.

 

—¿Sobre qué tratan tus pesadillas? —pregunto, después de escribir por casi dos minutos.

 

—Un auto negro… Un accidente… Sirenas…Voces… —se detuvo un momento, concentrándose en un punto inexistente detrás de la psiquiatra, como si todo lo que estaba narrando sucediera en ese preciso momento detrás de esta —. Dolor, mucho dolor, heridas en mi cuerpo y sangre… Mucha sangre… —mordió su labio al decir eso. Esa era la parte de sus pesadillas que se sentía más real —, viscosa y caliente. Pero no… —se cubrió el rostro con la mano derecha, suspirando mientras hacía movimientos negativos con la cabeza.

 

—¿No, qué?

 

—No… —descubrió su rostro, mirando nuevamente a la mujer. No quería seguir —. Ya no quiero seguir, tía Peggy

 

—¿No, qué, Anthony? —inquirió nuevamente. Pero él empezó a jalar con más fuerza las mangas de su chaqueta. Se estaba alterando—. Respira profundo Tony. Inhala y exhala… —el aludido, sin más opción, empezó a hacer lo que  le indicaba —, muy bien. No pierdas el sonido de mi voz. Recuerda que estoy aquí para ayudarte, nada malo va a pasarte. Ninguna de las cosas que suceden en tus sueños puede dañarte

 

Dejó la pluma con la que anotaba sobre la libreta y estiró una de sus manos, con la clara intención de que Anthony la sostuviera, tratando de transmitirle con ese acto apoyo, y que su mente no colapsara dando origen a una crisis. Tony quiso negarse, pero no pudo.  Inmediatamente sintió el toque su traicionero cuerpo respondió, estrechando aquella mano con la suya. En ese momento lo necesitaba más de lo que creía.

 

Cuando consideró que ya estaba relajado, Margaret decidió finalizar la sesión por ese día. Pero Tony empezó a hablar nuevamente.

 

—No era mía… La sangre no me pertenecía, pero podía sentir incluso su sabor. No sé cómo llegó a mi boca, pero estoy seguro de que no era mía —se calló un momento, y apretó tanto sus labios y manos que se pusieron blancos —. Creo… —respiro profundo, tratando de ganar valor para proseguir —… creo que alguien me protegió… Una persona —a pesar de que su voz se quebró, solo fue consciente de que lloraba cuando la tela que cubría sus manos se  humedeció. Pero no le importó. En ese momento su dolor era más grande que su orgullo —. La sangre pertenecía a esa persona… Mi cuerpo quería moverse, pero no podía —a pesar de que intento ahogar un pequeño sollozo, no pudo —. Veo sombras a míalrededor… Escucho ruidos; creo que es una ambulancia…  Giró con dificultad la cabeza, buscando, hasta donde pude con la mirada, a la persona que me acompañaba, pero  oí… —miró sus pies, tratando de ignorar todas las sensaciones dolorosas que invadían su cuerpo cuando soñaba o recordaba aquello.

 

—¿Qué decían?

 

—No te mueras, por favor… —su voz sonó adolorida, a pesar de que se esforzó para que se escuchara normal.

 

En la pequeña pausa que se originó mientras miraba a sus pies moverse, Peggy aprovechó para escribir nuevamente en su libreta.

 

—¿Quieres seguir, Tony?

 

El aludido la miró nuevamente, antes de añadir:

 

—¿Por qué me duele tanto aquí? —dijo, ignorando la pregunta. Mientras hablaba, llevo la   mano a su pecho, justo en el lugar donde estaba su corazón —. No sé quién es, pero cuando sueño con eso… Veo unos ojos mirándome… Son extraños… a veces creo que son verdes, pero ahora estoy casi seguro de que son azules. Pero, después, veo el auto y todo se vuelve negro… Sin embargo,  puedo distinguir perfectamente  las lagunas de sangre que se encuentran a mí alrededor. Incluso hay algo más… Algo que… “me horroriza” —pensó esto último. No era capaz de decirlo en voz alta. Pero ante la mirada inquisidora de la mujer frente a él, prosiguió —, me inquieta. Pero ahora no lo recuerdo muy bien. Cuando lo recuerde te lo mencionaré

 

Peggy asintió.

 

—Es todo por hoy —dijo finalmente, cerrando su libreta.

 

Después de programar su siguiente cita, se despidieron. Pero cuando Tony estuvo frente a la puerta, la mujer lo llamó nuevamente.

 

—Deberías aceptar mi propuesta. Creo que te será de mucha ayuda… Piénsalo

 

—No tengo nada que pensar —dijo con visible fastidio. Cuando su tía  insistía con ese, llega hacer irritable—. De nada servirá —fue lo único que dijo antes de salir. Pero cuando intentó cerrar la puerta  chocó contra alguien, logrando evitar caer al piso por esta. Sin embargo, se golpeó la nariz con la barbilla de la otra persona.

 

Se cubrió la nariz por reflejo, mientras su enojo empezaba a aumentar de forma proporcional al  dolor de dicha zona. Levantó la mirada para observar a quien creía un idiota por casi lanzarlo al piso y fracturar su nariz. Pero, al mirarlo al rostro, quedó sin aliento.

 

—Lo siento —lo escuchó, pero no podía salir de su ensimismamiento —. ¿Te encuentras bien? —trató de retroceder cuando el chico frente a él se hincó un poco, acercando su rostro al de él, pero la puerta a su espalda se lo impidió —. ¿Te hice daño? —sonaba genuinamente preocupado. Intentó ordenarle que respetara su espacio personal, pero cada palabra parecía morir antes de poder salir de su boca. Solo un, casi imperceptible, suspiro  salió de sus labios cuando su mano fue tomada y apartada, de su nariz, con delicadeza—. Solo está un poco roja… —Tony cerró los ojos cuando un dedo acarició lentamente toda la extensión de su nariz, en un acto instintivo del contrario—. Creí que te había lastimado… Me alegro no haberlo hecho —dijo con una pequeña sonrisa, sin alejar su rostro.

 

Aquella sonrisa lo devolvió a la realidad. Bajó la mirada, tratado de no exponerse, observando sus zapatos, notando la visible  diferencia que había entre sus calzados. Llevado por la curiosidad, y olvidado momentáneamente la situación, recorrió lentamente su cuerpo, de abajo hacia arriba, preguntándose cómo alguien vestido de esa forma podía pagar un lugar como en el que se encontraban. Su ropa se veía desgastada y las camisas de cuadro le parecieron de mal gusto. Cuando se fijó en sus manos, se percató que aún no soltaba la suya.

 

—Si la quieres con gusto te la regalo —mencionó con ironía, logrando que el chico frente a él deshiciera el agarre como si su piel le quemase, irguiéndose finalmente.

 

—L-lo siento… Yo no… Discúlpame, no… Yo…

 

Tony rodó los ojos, pensando  que, además de verse, también era un idiota. 

 

—Lo siento —repitió nuevamente y, sorprendiéndolo, empezó a sonreír nuevamente.

 

En ese momento Tony recordó por qué lo odiaba. La razón por la cual detestaba tenerlo cerca. Su presencia le desagradaba a tal grado que, incluso, le dificultaba respirar. Cada sensación que le provocaba lo confundía más. Por esa razón odiaba encontrarse con Steven Rogers en cualquier lugar del hospital. Frunció el ceño, mientras se preguntaba por qué siempre tenía que encontrarse con él. O por qué siempre tenía esa estúpida sonrisa que parecía caracterizarlo.

 

Siempre que se lo cruzaba en el pasillo lo miraba fijamente hasta que lo notaba y, para su furia,  se atrevía a sonreírle, a pesar de que lo ignoraba.  O, por lo menos, lo hacía mientras este pudiera descubrir que también lo observaba. Se recriminaba hacerlo, pero no podía evitarlo. Incluso, llevado por la curiosidad que le generaba,  llegó a preguntarle a Peggy sobre él, pero no le informó nada que explicara sus dudas.

 

A pesar de que Tony  no cambiaba de expresión o le hablaba, Steve no dejaba de sonreírle. No parecía importarle el visible fastidio que el contrario parecía tenerle. Levantó la mano, tendiéndosela, y un pequeño color rosáceo cubrió sus mejillas.

 

 —Soy... —pero antes de que pudiera terminar su presentación Tony cruzó a su lado, ignorándolo  —. Espera —a pesar de su pedido, Tony siguió su camino. Se giró, tratando de alcanzarlo —. ¡Espera, por favor! ¡Yo…! —pero un agarré en su antebrazo lo detuvo.

 

—Tranquilo, Steve —Peggy, quien se había mantenido escuchando, le sonreía —. Sabes que no es conveniente que te alteres —él miró nuevamente en la dirección en que antes se había marchado Tony, como si meditara el hecho de ir en su búsqueda—. Entremos, debemos iniciar con la sesión

 

A lo lejos, resguardado detrás de una pared, Tony observaba la puerta cerrarse y, sin poder evitarlo, empezó a llorar, dejando que aquel dolor y rabia salieran en forma de lágrimas. Sobre todo la furia y molestia que le generaba no poder recordar. O estar en ese lugar. Sin embargo, había algo que odiaba más que todo lo que le había sucedido en los últimos meses y eso era tener que encontrarse diariamente con Steven Rogers y tener que lidiar con todas las sensaciones que, inexplicablemente, le generaba.

 

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—Las enfermeras mencionaron que sigues llorando por las noches

 

A pesar de que escuchaba la voz, no podía comprender lo que la mujer frente a él decía, ya que  toda su atención se encontraba en la puerta.

 

—Steve—la mención de su nombre lo sacó de su ensimismamiento, pero no miró a la psiquiatra—. ¿Por qué lo haces? ¿Por qué lloras? —realizó nuevamente la pregunta al percatarse de que no lo había comprendido.

 

—Yo… no lo sé —dijo en un pequeño susurro —. Desde el día que desperté siento que algo me hace falta

 

—Ya hemos hablado sobre eso, Steve. Es normal que tengas ese tipo de sensaciones al no recordar absolutamente nada de tu pasado

 

—No… —lo miró a los ojos —, no es eso —dijo con seguridad—. Me atormenta haber olvidado mi pasado, pero hay algo… diferente, que me duele no poder recordar —su voz sonó tan lastimera que a la psiquiatra le produjo mucho pesar.

 

—¿Qué crees que sea?

 

—No lo sé… —bajó la mirada —, pero hasta que no lo recuerde, el vacío aquí… —colocó la mano sobre su pecho, específicamente en el lugar donde se encontraba su corazón —… no desaparecerá

 

La psiquiatra se quedó observándolo por algunos segundos. Le causaba mucho pesar verlo de esa forma.  Después del accidente no había vuelto a ser el mismo. Había visto algunas fotografías tomadas antes del suceso y, aunque en apariencia era la misma persona, ya no reflejaba la vitalidad que antes le caracterizaba. Ahora solo relejaba una inmensa tristeza, excepto cuando estaba cerca de, quien parecía ser, su detonante de felicidad.

 

—¿Dijiste algo, Steve?—inquirió, cuando un casi imperceptible susurro rompió el hilo de sus reflexiones.

 

—¿Quién es él? —dijo un poco más elevado —. El chico de hace algunos minutos —había tratado de ignorar lo sucedido, pero, inexplicablemente, siempre que lo observaba el vacío en su pecho parecía disminuir.

 

Desde que lo había visto por primera vez en el pasillo sensaciones extrañas lo embargaban. En aquella ocasión había intentado acercarse, pero, como siempre que se encontraban, el rechazo fue evidente. A pesar de llevarse bien con los otros internos, parecía no tener ninguna clase de interés en su persona, incluso parecía odiarlo. Sin embargo, deseaba acercársele. Necesitaba, inexplicablemente, tenerlo cerca, sin  importarle que su desagrado fuera obvio.

 

—¿Anthony? —sonrió —. ¿Te agrada?

 

—No lo sé… —sin ser consciente,  sus mejillas se ruborizaron.

 

—Espero que sí, porque a partir de hoy serán compañeros de habitación

 

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Tratando de sobreponerse del desagradable momento que había vivido, decidió ir al jardín y comer algunas donas que había podido sacar, a escondidas, de la cocina. Observaba al horizonte mientras daba pequeños bocados, pensando en los días que faltaban para que empezara a nevar y lo cubriera todo, igual que diez meses atrás, cuando había despertado después de haber tenido el accidente que aún no lograba recordar. Pero, a pesar de que la peripecia había ocurrido en Enero, le gustaba mucho la nieve, sobre todo el mes.

 

Cuando se terminó  todas las rosquillas de la caja, decidió regresar a su habitación, teniendo cuidado al cruzar los pasillos; observando hacia todos los lados mientras caminaba, ya que no quería volvérselo a encontrar. Cuando finalmente atravesó la entrada, se sintió aliviado, pero dicha sensación se esfumó instantáneamente cuando giró y encontró a Steve sentado sobre su cama, quien levantó la mirada al sentirse observado. 

 

—Hola —dijo, sonriendo.

 

—¿Qué haces en mi habitación, en mi cama y con…? —no pudo seguir cuando se percató de lo que Steve tenía en las manos; su libreta de anotaciones—. ¿¡Con qué derecho te atreviste a revisar mis cosas!? —gritó, antes de arrebatarle la libreta con brusquedad, logrando rasgarla, enojándose aún más por este hecho —. ¡Eres un…! —tiró la libreta al piso, esparciendo alunas hojas a sus pies, girándose al no querer seguir con la conversación.

 

—Lo siento —dijo claramente apenado—. Estaba sobre la cama y me causo curiosidad. Creí que era una libreta de dibujo… Me gusta dibujar y creí que también…

 

—¿Por qué tendría que importarme lo que te guste? —dijo con el tono más hostil que encontró—. ¡Largo!

 

—No puedo —no comprendía por qué lo trataba de esa forma y, mucho menos, por qué le molestaba que lo echara. Pero lo que si comprendía era que lo que le molestaba  específicamente  era  pensar que podría hacer que lo sacaran de la habitación.

 

—¡Me importa un bledo si puedes o no! —lo tomó por el antebrazo y, a pesar de las visibles diferencias físicas, intentó levantarlo, enojándose más cuando sus intentos fueron en vano—. ¡Te ordené que te fueras, Rogers!

 

El aludido se sorprendió de que Tony conociera su nombre y, si no hubiese sido por la leve molestia que sentía, habría sonreído por saberse reconocido. 

 

—La doctora Carter me traslado a esta habitación. Habla con ella —dijo un poco irritado.

 

No necesito escuchar más. Soltó a Steve y lo miró con molestia antes de ir en busca de la culpable de sus males.

 

—Cámbialo —demandó, inmediatamente entró,  sin tomarse la delicadeza de tocar la puerta.

 

—Hola, Tony. Veo que ya conociste a tu nuevo compañero —dijo con una sonrisa, sin dejar de mirar el computador en el cual escribía.

 

—Cámbialo —repitió —. No quiero compartir habitación con él

 

—¿Por qué? —esta vez lo miró, centrando toda su atención en él.

 

—¡Porque él me…! —calló al percatarse de lo que diría—, porque él no me agrada —dijo de la forma más calmada que encontró—. Además, mi padre me dijo que mientras permaneciera en este lugar  tendría  mi propia habitación

 

—Lo siento —dijo volviendo su atención al computador—. No puedo reasignarlo o reasignarte. Vinieron nuevos pacientes, y le están haciendo arreglos a algunas habitaciones

 

—No importa, tienes qué —se cruzó de brazos, mirándola, por primera vez en su vida, de forma desafiante—. Estoy seguro que mi padre no estará de acuerdo con esto

 

Sus palabras no tuvieron el impacto que esperaba, ya que ella ni siquiera se inmutó, o cambió su tono de voz mientras añadía:

 

—Ya hable con Howard al respecto… Y María también está de acuerdo en que seas más sociable

 

—Eso no… —sus brazos cayeron pesadamente a cada lado de su cuerpo. No comprendía como su padre había aceptado algo como eso. Tomó el teléfono, sin pedirle permiso, y marcó algunos números, pero nadie respondió a su llamada a pesar de que lo intentó varias veces.

 

—Howard bloqueó el número del centro —le respondió tranquilamente, mientras observaba, de soslayo, las expresiones que Tony realizaba—. Todos consideramos que no habría ningún inconveniente, ya que Steve es una persona muy apacible y jamás haría algo en tu contra. Además, todavía te faltan dos meses para empezar a presentar  los síntomas. Si aún estas aquí, cuando llegue el momento, te asignaré una habitación provisional… Por cierto, no hagas mucho ruido al salir, por favor

 

Salió de la habitación, azotando la puerta a  pesar del pedido. Pensando en la forma de lograr que su inoportuno huésped saliera, por decisión propia, de su habitación. Después planearía  como vengarse de su padre por obligarlo a convivir con alguien que le hastiaba.


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