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Mi Diamante Negro. por darkness la reyna siniestra

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Notas del fanfic:

Saint Seiya y los personajes aquí nombrados son propiedad de Masami Kurumada.

La canción en negritas es de Stratovarius bajo el titulo "Black Diamond"

Notas del capitulo:

Gracias a quienes leen.

La situación se volvía insostenible minuto a minuto, las opciones se habían acabado hace mucho tiempo atrás y ahora lo único que en verdad podía sentirse en el ambiente a su alrededor y dentro de sus corazones, era un interminable dolor que pulsaba como la herida que produce una filosa daga al penetrar la carne viva. Las lágrimas de aquellos tres condenados caían cual sangre de una herida fresca, cada cristal rojo cargado de un arrepentimiento que en sus gargantas pungía por reverberar en un grito que libre rompiera el silencio del oscuro cielo y si tenían suerte, incluso romper sus cuerdas bucales con la fuerza que su sufrimiento traía a sus ya de por si esclavizadas almas.

 

Entre aquellos traidores arrepentidos se encontraba él, si, él. Él que con una bella frialdad había vuelto su prisionero al corazón del guerrero guardián de la octava casa, Escorpio. Milo lloraba amargamente mirando frente a sí a su amado Camus de Acuario, aquel hombre cuyo temple como el hielo, impasible, sabio y hermoso había sido su amigo y camarada luchando ambos por una misma causa pero ahora para el joven griego todo eso parecía ya tan lejano que hasta estaba cuestionando el que hubiese ocurrido alguna vez realmente en su vida. Milo había sufrido muchas veces el abandono de Camus, la primera vez fue cuando éste se fue a Francia a entrenar para volverse el caballero dorado que una vez había sido con tanto honor, luego volvían a despedirse años después para que Camus entrenara en las frías tierra de Siberia a quien actualmente era el caballero del Cisne, pero hace relativamente poco tiempo había tenido que darle el adiós definitivo cuando Acuario Murió a manos de su propio discípulo.

 

Milo aún tenia muy presente el hecho de haber enterrado a su mejor amigo, compañero y eterno amor en al panteón en las cercanías al Santuario, le dolía mucho saber que nunca pudo declararse ante Camus sin importar si la respuesta del joven galo fuera una bendición o una maldición. Sufría constantemente el hecho de pensar en que nunca lo volvería a ver y aunque a la lapida de piedra que resguardaba su nombre le había confesado todo su amor, Milo sabía que no era lo mismo porque ya no podría saber a que sabían esos hermosos labios que sólo en sus más dulces sueños se atrevía a robar un beso…

 

 

Allí estás, una vez más mirándome,
de pie con tu mirada tentadora,
haces que quiera acercarme a ti,
es inevitable,
tu encanto está en el aire.

 

 

Pero ahora, ahí en ese momento de estrés, miedo y adrenalina se encontraba de nuevo con ese hombre cuyo nombre se escapaba de su boca entre sueños y pesadillas. Su mirada ahora sin brillo, opaca y sin emoción ni sentimiento que brillase parecía mirarle el alma. Aún con todos los golpes y morados sobre esa pálida piel mortuoria le parecía hermoso, sus largos cabellos aguamarina brillaban bajo los rayos plateados de esa luna generosa a la distancia de una noche espectral. Y en silencio, los deseos recorrían a Milo de pies a cabeza, ansiaba acercarse a Camus, abrazarle y besarle…

 

Los minutos corrían como sangre entre los dedos, se iban y muchas cosas tuvieron lugar en ese lapso de tiempo, Mu había llevado a cuestas a Saga, Aioria a Shura y él… a él le tocó llevar a Camus ante Athena. Las cosas ocurrieron más rápido de lo que muchos hubieran deseado y finalmente la joven diosa se quitó la vida frente a sus guerreros que veían atónitos e impotentes lo que pasaba. Saga quiso evitarlo y lloró como un niño pero fue inútil. Milo finalmente se acercó de nueva cuenta a Camus, como tanto lo había deseado antes pero esta vez para un tacto muy diferente del que su cuerpo quería. Las manos masculinas y fuertes fueron hasta ese blanco y fino cuello y lo envolvieron con fuerza y rencor, con todo el dolor de su alma y corazón apretaron y Camus pudo sentir como Milo lloraba mientras lo estrangulaba.

 

Aunque no lo dijera o expresara, Camus sufría tanto o más que Milo, su amado Milo. Se odiaba por hacerlo llorar, por no poder decir nada, por no tener el valor necesario para decirle cuando lo sentía y que su corazón latía susurrando ese griego nombre. Lo amaba y nunca pudo decir nada y tal parecía que así seguirían las cosas. Volvería a morir dejando solo a Milo, quedándose él solo sin Milo...

 

He intentado dejar este fuerte sentimiento,
pero no puedo escapar de este tormento.

 

Camus pudo sentir como la fuerza ejercida sobre su cuello estaba cediendo y lentamente las manos de Milo se deslizaron sobre el metal de la sapuri que cubría su pecho. Milo cayó arrodillado frente a Camus, ambos estaban rotos y se sentía de forma mutua, sus latidos se sincronizaban y sangraban de la misma manera y por el mismo motivo. Se amaban uno al otro aunque no lo supieran y ninguno podía superar ese sentimiento que les fue arrebatado por no haber tenido el coraje de mirarse a los ojos y confesar lo que su interior tanto deseaba: estar juntos.

De alguna manera Milo estaba molesto consigo mismo por aún amar a Camus sabiendo que lo había traicionado vendiéndole su alma a Hades para un fin tan horrible, sentía que debería odiarlo por todo lo malo que estaba haciendo, por abandonarlo tantas veces, por no permitirle decirle que lo ama, pero simplemente no podía. Algo desconocido en su interior no dejaba que el odio sustituyera el amor que tenía por Acuario, comprendía que lo que sentía ya no debería de existir pero no podía ni quería dejar de amarlo y por los dioses ya sea vivo o muerto, caballero o traidor, seguiría amando a Camus de Acuario hasta que volvieran a nacer.

Las lágrimas de Camus caían sobre el suelo cerca de donde Milo estaba arrodillado, sabía bien lo que había causado, que había caído demasiado bajo como nunca creyó que podría hacerlo. Pero sobretodo estaba seguro de que se había ganado el odio de Milo por el resto de la eternidad. Aún así no lo culpaba, se lo merecía lo sabía pero aunque Milo lo odiase, él lo seguiría amando más allá de la misma muerte, y no habría mayor tortura para su alma que saber que nunca podría ser amado por ese hombre que su ser amaba tanto con la calidez oculta que guardaba para él, que nunca podrían estar juntos en esta vida ni posiblemente en la otra.



Siento que te conozco de antes,
siempre lo digo,
pero yo anhelo algo más.

 

 Milo pensaba y recordaba mientras el frío viento de la noche le acariciaba la mejilla, a su mente le fueron bombardeadas imágenes secuenciales desde el momento en que había conocido a Camus, de como se habían vuelto amigos, de como le gustaba espiarlo subido en un árbol de manzana cerca del arroyo a donde al pequeño francés le gustaba sentarse a leer por las tardes y luego ver el atardecer. Cada paso de las botas de la dorada armadura eran pequeños y alegres recuerdos. Los dos llegaron a hacerse tan cercanos, se conocían como un libro favorito que se vuelve a leer una y otra vez, se sabían los secretos del contrario, sus temores y sus placeres. Al crecer, esa amistad se puso a prueba muchas veces pero el amor que Milo había albergado en su interior por su amigo le daba las fuerzas necesarias para esperarlo cuanto fuera necesario. Así mismo a Acuario el saber que Milo lo esperaba le hacía desear volver rápidamente al Santuario y perderse en el brillo de sus ojos y presenciar esa sonrisa que era especial dedicada a él. Cuando Camus había regresado de Siberia, Milo recordó con una triste sonrisa que se enamoró por segunda vez de él, la belleza de la que el galo era dueño no tenía igual, sus movimientos delicados y elegantes lo dejaban sin habla y lo melodioso y calmo de su voz lo hechizaba cual canto de sirena. Lo ama por dentro y por fuera, para Milo, Camus era un príncipe; el príncipe de su corazón.

Camus a pesar de todo era un diamante para Milo, pero al usar esa sapuri del Inframundo, su dulce brillo se había manchado de oscuridad, aún así, lo seguiría amando por la eternidad, aunque no estuviera a su lado. Y aunque Milo no lo supiera, Camus también lo amaría en su cruel castigo en la negrura infernal...

Milo detuvo sus lentos pasos dejando escapar de sus gemas turquesas un par de lágrimas, el viento sacudió su cabello y en silencio un susurro fue llevado por la brisa como pétalos de loto, hasta las pocas nubes que adornaban el firmamento…



Yo sé que no puedo estar junto a ti por siempre,
pero sé, que no olvidaré tu belleza, mi diamante negro.

Notas finales:

Es corto, pero espero les haya agradado, gracias a los que leyeron.


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