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A series of unfortunate rains por CrystalPM

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Londres, Marzo 1866


El día que Gabriel Miller llegó Southwark llovía a cantaros. Nancy lo recordaba muy bien, lo recordaba porque no había podido contener un quejido de frustración al ver como las cristaleras que llevaba toda la mañana limpiando se llenaban de pequeñas gotas ennegrecidas por el polvo de la ciudad echando a perder todo su trabajo. La joven permaneció frente la ventana, observando su reflejo despeinado y cansado, y preguntándose por qué Molly había insistido tanto en limpiarlas cuando el día había amanecido gris y poco prometedor.


Por la imagen distorsionada del ventanal vio acercarse un carruaje negro como el carbón, a juego con aquella tarde grisácea de Londres. El coche se detuvo frente a la verja de la casa y pocos segundos después la mujer escuchó ajetreo en el piso de abajo, junto con unos pasos rápidos que se acercaban por el pasillo.


—No se quede ahí parada, Collins —Mr. Henderson pasó a su lado con celeridad, abrochando meticulosamente los botones de la manga de su camisa. Ni siquiera la miró al cruzarse con ella—, baje a ayudar. 


Nancy se apresuró a seguir al director de la casa escaleras abajo desde una distancia prudente.


La mitad del personal de Southwark se había reunido en el hall para recibir al nuevo residente: Molly se alisaba los pliegues de su delantal con tranquilidad, Martha sostenía el abrigo del director y se acercó de inmediato para entregárselo mientras que Arthur hacia extraños malabares para intentar ponerse el abrigo sin que ninguno de los paraguas que sostenía se le cayese. 


—Vaya a abrir, Arthur, no esperábamos este diluvio tan pronto —El mayordomo asintió y ambos hombres salieron al frío exterior. Las tres mujeres esperaron pacientes en fila, observando a Arthur cruzar la cortina de lluvia y adentrarse en el camino de tierra encharcado para descorrer el cerrojo que aseguraba las verjas y así dejar pasar al carruaje. El coche tirado por caballos avanzó hasta llegar al porche de la casa, donde esperaba Mr. Henderson bajó el refugio de un paraguas. Se detuvo con lentitud, tras unos segundos de espera la puerta del coche se abrió y el director de la casa se acercó para ayudar a los pasajeros. Nancy distinguió una figura muy pequeña seguida de otra adulta bajarse del carruaje y caminar con cierta urgencia hacia la entrada de la casa. 


Frente a las tres mujeres del servicio hizo su entrada un niño pequeño, no debía superar los 6 años, sus rizos negros parecían haber resistido a la lluvia del exterior y enmarcaban su rostro redondo e infantil, ahora rojo debido al frío del exterior. El enorme abrigo marrón con el que le habían envuelto no hacía más que acentuar su poca estatura. Detrás de él Henderson y otro hombre de mediana edad entraron en el hall, inmersos en su conversación. 


—Señor Miller, si le parece podemos subir a mi despacho a terminar de rellenar los papeles de admisión del chico.


El hombre sonrió con soltura y sus hoyuelos se acentuaron al hacerlo.


—¡Oh! Me temo que me confunde, señor Henderson, soy el abogado de la familia Miller, yo me ocupé de los papeles de adopción del pequeño y su padre me pidió que le acompañase hasta la ciudad. Yo firmaré la admisión del chico.


El rostro de Henderson se ruborizó unos instantes debido al error que acababa de cometer, pero se recompuso en seguida y volvió a mirar a las mujeres con una mirada amable, pero seria.


—Molly, Nancy, acompañen al joven Miller a que se acomode en su nueva habitación, nosotros estaremos arriba. 


Sin decir nada más ambos hombres desaparecieron por las escaleras, dejando a las tres mujeres y a un muy empapado Arthur con aquel niño, que en ningún momento había abierto la boca o mostrado interés por lo que pasaba a su alrededor. Martha fue la primera en reaccionar, acercándose al mayordomo para ayudarle a quitarse el abrigo, mientras farfullaba nerviosamente cosas sobre catarros y viruelas.


Molly, haciendo gala de sus muchos años de experiencia en aquella casa, se acercó al niño con una sonrisa tranquilizadora. Aunque por norma general debía tratar de usted a los residentes a la anciana le resultaba muy difícil dirigirse a un niño que debía sentirse solo y asustado de una manera tan fría, así que por una vez decidió saltarse las normas.


—Debes estar pasando mucho calor con ese abrigo ¿Quieres que te lo guarde?—Por primera vez en lo que llevaba en el hall el niño alzó la cabeza para observar a la mujer a través unos ojos castaños claros. Lentamente el chico negó con la cabeza, pero la sonrisa no se borró del rostro de la ama de llaves—. Me llamo Molly y ella es Nancy— La joven se apresuró a sonreír nerviosa al sentir la mirada del niño sobre ella—. ¿Tú cómo te llamas?


El niño no contestó y Molly se irguió sin mostrarse inquieta por ese hecho. Con un movimiento natural colocó un mechón plateado que se había soltado de su moño detrás de la oreja. Nancy siempre había admirado la seguridad con la que trabajaba la más anciana del personal.


—Ven con nosotras, te enseñaremos dónde vas a dormir —Ninguno dijo nada más y las dos mujeres se dirigieron al ala oeste de la mansión seguidas del pequeño.


Debido a la lluvia la mayoría de jóvenes de la residencia se había refugiado en el comedor situado en el ala contraria a aquella, convirtiéndolo en su patio de recreo privado. De ahí que los pasillos por los que caminaban estuviesen desiertos y que desde las enormes vidrieras se pudiese ver un jardín enorme completamente vacío. 


—Llegamos —Anunció la anciana mientras se paraba en una de las puertas del pasillo y la abría de par en par, dejando ver una sala llena de camas de hierro en su interior. En Southwark se solían organizar las habitaciones en función de la edad de los muchachos. Aquella en especial era una de las destinadas a los más pequeños de la casa, entre 6 y 7 años. Ningún padre solía enviar a su hijo a una residencia a edades tan tempranas y por ello no era especialmente grande. Nancy no podía evitar preguntarse por qué Mr. Miller había tenido tanta necesidad de traer a su nuevo hijo a Londres con tanta celeridad.


—Tu cama será la del fondo a la izquierda —La mujer señaló la única cama que estaba sin hacer—. Nancy ve poniendo las sábanas, yo iré haciendo espacio en el armario y pronto llegará Martha con tus cosas. Tú puedes esperar aquí sentado, hijo. No tardaremos mucho. 


El pequeño se sentó en la cama continua a la suya y las mujeres se pusieron manos a la obra. Nancy sacó un par de mantas del armario y unas sabanas limpias y con destreza comenzó a preparar la cama. Creía sentir los ojos castaños del pequeño fijos en ella mientras se movía por la habitación, pero cada vez que volvía la mirada el pequeño parecía no mostrar ningún interés por lo que estaban haciendo, se limitaba a mirarse las manos entrelazadas entre sí con una expresión seria que contrastaba con su infantil rostro. Las dos mujeres trabajaban sin decir nada, así que el silencio reinó en la habitación hasta que la tercera mujer del servicio hizo su entrada, cargando con una maleta de cuero de tamaño mediano. La pelirroja, a parte de traer los efectos personales del niño, trajo consigo su palabrería rápida y su cerrado acento escocés,


—Deberías ver al señor Henderson ahora mismo, no para de parlotear y hacer la pelota a ese abogado —La mujer dejó escapar una carcajada seca mientras dejaba por fin la maleta sobre la cama en la que se había sentado el pequeño a esperar. Sin ningún miramiento la abrió y se dedicó a ir guardando cosas en el armario—. Arthur y yo hemos escuchado parte de la conversación que tenían los dos en el despacho. ¡Eres un niño con suerte, pequeño! No todos los huérfanos son adoptados con tanta rapidez, ¡Y mucho menos consiguen una familia tan rica como los Miller! 


Nancy se estremeció, afectada por la falta de discreción y tacto que aveces llegaba a mostrar la pelirroja, a su lado pudo ver como Molly hacía una mueca de disgusto y se disponía a regañar a la muchacha por meterse donde no la llamaban, pero una voz infantil se adelantó a cualquiera de las tres mujeres. 


—No son mi familia —Las tres se giraron para observar sorprendidas al niño, que seguía mirándose las manos—. Me mandan lejos para librarse de mí. 


Su tono de voz era demasiado severo para alguien de tan sólo seis años y Nancy no pudo evitar notar un pinchazo en el pecho al sentir lo sinceras que parecían las palabras del niño. Inconscientemente alzó la mirada para encontrarse con los ojos de Molly, que parecían estar pensando lo mismo que ella. También pareció entender la petición que la joven le hizo en silencio, la mujer mayor suspiró y terminó de guardar las cosas en el armario. 


—Será mejor que descanses por hoy, pequeño. Las cosas se ven siempre mejor cuando el sol amanece y con el estómago lleno—Le dedicó una sonrisa cándida al pequeño, sonrisa que desapareció al volverse hacia la sirvienta pelirroja, que no había quitado la mueca de culpabilidad del rostro desde que el pequeño había hablado—. Martha, será mejor que ayudemos con la cena. El señorito cenará aquí por hoy. 


El niño no dijo nada, pero cuando la anciana volvió la vista hacia él para guiñarle el ojo juraría que pudo ver gratitud en sus ojos. Las dos sirvientas salieron con discreción de la sala, dejando a Nancy dando los últimos toques a la cama recién hecha. Una vez terminada la joven se sacudió las manos con orgullo y se volvió hacia el pequeño, dudando sobre lo que quería hacer. Con cuidado se acercó y se sentó al lado del niño y por primera vez el muchacho volvió la cabeza hacia ella para mirarle a los ojos, con una mezcla de recelo y curiosidad. La mujer desvió la mirada y doblando el cuello fijó la vista en el alto techo de la habitación.


—Es una casa grande ¿Verdad?Tan grande que a veces da miedo— El niño asintió, aunque ella no pudiese verlo—. Yo también soy nueva, llegué hace solo tres meses y también había perdido a mi familia —La mujer se incorporó para poder enfrentarse a los ojos castaños del pequeño—, pero resulta que ahora sí tengo familia, todos los que vivimos aquí lo somos, puede que ahora sientas que no perteneces a este lugar, que tengas miedo o te sientas enfadado, pero sé que pronto tendrás una familia buena y dulce que te acogerá con los brazos abiertos, al igual que lo hicieron conmigo —La joven se permitió mostrar una sonrisa nerviosa y el niño no apartó la mirada de la mujer en todo momento. Sintiendo que había dicho todo lo que quería decir la sirvienta se levantó y con rapidez se colocó el delantal que había quedado arrugado al sentarse. Una vez pasada la adrenalina inicial de sentir que necesitaba decir algo el coraje se vio sustituido por la vergüenza y las ganas de retomar la normalidad—. Si alguna vez necesitas ayuda siempre estoy por la cocina. Por si no lo recuerdas, me llamo Nancy.


Y la mujer habría salido corriendo de aquella habitación si no fuese porque la misma voz infantil dijo unas pocas palabras antes de verla desaparecer por la puerta.


— Gabriel. Yo me llamo Gabriel.


Por un momento la mujer pensó que se lo había imaginado —debido a cómo el pequeño lo había musitado por lo bajo, casi en un susurro—, pero luego acabó por sonreír ampliamente y sin decir nada más salió por fin de la habitación. 


Una vez de vuelta a los pasillos fríos y solitarios de la mansión la joven dejó escapar un tremendo suspiro de alivio y sin concederse ni un minuto de descanso se apresuró a volver a las cocinas, donde Molly ya estaba sumergida en el ajetreo eterno de preparar comida para todas las cabezas inquietas de la residencia. Sintiéndose honrada de poder vivir una vida agradable como la que Henderson le había concedido, se dedicó a ayudar a la anciana a preparar todo, primero tuvieron que echar a todos los niños que se habían refugiado de la lluvia en el comedor, hacer la comida, preparar las mesas y en una hora estuvo todo listo. A parte del comedor listo y los recipientes servidos prepararon tres bandejas especiales aparte, una para el nuevo inquilino y las otras dos para el director de la casa y su invitado. 


—Yo me encargo del señor, tú ve a llevarle la cena a Gabriel— Nancy no se sorprendió al ver que la mujer conocía el nombre del pequeño. 


La joven asintió complaciente, cargada de la sencilla bandeja de plata recorrió de nuevo el camino a la habitación en la que se encontraba el niño, solo que aquellos pasillos antes desiertos ahora se encontraban repletos de chiquillos correteando de un lado para otro, o sentados en alguna esquina en grupo mientras hablaban a gritos, jugaban, o se peleaban. La joven los esquivaba con facilidad, ya más que acostumbrada al ajetreo que todos aquellos niños eran capaces de montar y no fue hasta que llegó a un pequeño grupo que había formado un corro al inicio del último pasillo que se detuvo. Aquellos niños parecían estar jugando a alguna especie de juego con dados y todos mantenían la cabeza agachada, formando un muro impenetrable, pero lo que había llamado su atención fue distinguir una cabellera rubia como la suya entre aquel corro.


La joven se mordió el labio, meditando una idea que acababa de recorrer su mente rápida como un relámpago. Sin pararse a pensar mucho para evitar que la indecisión pudiese frenarla se acercó un poco más al corro, quedando a unos pasos prudentes de ellos.


—Jonathan —No alzó mucho su voz, con la esperanza de ser oída a esa distancia, pero al no ver ningún tipo de reacción por parte del niño rubio se vio forzada a alzar el tono un poco más—,¡Jonathan! 


El chico siguió sin inmutarse y Nancy no pudo evitar poner los ojos en blanco, desde luego su hijo era un niño testarudo. Con una voz más calmada volvió a intentarlo.


—Aaron —Por fin el pequeño alzó la cabeza y su mirada se paseó por el corredor hasta dar con Nancy. Sus ojos se iluminaron y una sonrisa de felicidad se formó en su cara. Con energía se apresuró a levantarse y correr hasta su madre, pero esta le advirtió con la mirada que no se le ocurriese abalanzarse sobre ella, o la bandeja acabaría por los suelos.


—¡Hola, má! —La mujer sonrió con dulzura al tener al niño cerca. Aunque no le hizo gracia comprobar que el cabello rubio del chico estaba algo húmedo.


—¿Que tal estás? No habrás salido a jugar fuera con esta lluvia ¿verdad?— El niño se apresuró a negar con la cabeza, y sus mechones, ya sobrepasando la barbilla, acompañaron graciosamente el movimiento.


—Empezó a llover cuando volvíamos de la escuela. Tendrías que haber estado ahí, má ¡Caían unos relámpagos enormes!


—Espero que no hicieses alguna locura —río la joven a la vez que se inclinaba un poco, aún con la bandeja en las manos—. Aaron, me gustaría pedirte un favor —El rostro del pequeño se tornó en uno serio, aunque a la ver escondía la curiosidad y la emoción típica de un niño al que le van a encomendar una misión secreta—. Ha llegado un niño nuevo a la casa y va a dormir en vuestra habitación ¿Podrías ir a llevarle su cena? Está muy cansado y prefiere comer ahí. 


—¡Por supuesto! —Exclamó con tanta energía que por un momento Nancy dudó si sería buena idea dejar que su hijo de siete años llevase una bandeja de comida él solo, pero Aaron nunca perdía alguna oportunidad para ayudar a su madre y nunca le fallaba.


—No tires nada ¿eh? y luego ve a comer al comedor como siempre. Te quiero, renacuajo— Tras pasarle la bandeja a su hijo y darle un sonoro beso en la frente observó como este recorría lo poco que quedaba de pasillo y se adentraba en la puerta de su habitación. En seguida se sintió más segura. <<Te he mandado mis mejores refuerzos, Gabriel. No tienes nada de qué preocuparte>>


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