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Ovejas negras por Kaiku_kun

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Notas del fanfic:

Originalmente posteado en Mundo Yaoi para su 25ésimo Reto Literario.

Verano de 1983


—Lo siento, esto no funciona —dijo—. Eres genial, pero no puedo.


Félix se quedó de piedra, pensando que con Joaquín las cosas estaban yendo bien. Habían estado un año estupendamente, y de repente, al segundo verano…


Siempre era lo mismo, lo podía ver en los ojos del ex que se sumaba a la lista: la distancia. Consideraban que una hora y media de coche era suficiente para convertirse en un problema.


Félix y su familia no eran de allí. Eran de Barcelona, y pasaban las vacaciones de verano y de invierno allí. La casa era una puñetera nevera de 1915 que lo resistía todo. Hasta sus propias estufas. Pero estaban en verano, y era la gloria vivir allí durante ese tiempo, y no sólo por la casa. El pueblecito era de esos pequeñuelos donde la vida es apacible, pero no lo suficientemente pequeño como para que no hubiera un par o tres de manadas de adolescentes recién llegados a la mayoría de edad para llamar la atención de la policía local.


Además, Félix cazaba fácilmente las miradas de esos locuelos. Sabía con cuáles de ellos podía haber algo.


Ahora se acababa de quedar sin el mejor candidato a pareja sólida.


Félix volvió enfadado a su casa, intentando llorar y dar portazos, algo que le quitara la rabia de encima. Estaba harto.


—Vuelves a llegar tarde —dijo su padre, mirándole de reojo, mientras miraba la tele.


—No son ni las ocho y media.


—Si quieres tener esa discusión de nuevo, adelante, que yo estoy preparado.


Félix le desafió un instante y subió a su cuarto. Su hermano pequeño Arnau estaba tumbado en su cama, con pinta de aburrido. Él era menor de edad, podía salir aún menos de casa hasta lo que sus padres podían considerar «tarde». Sólo le echó un vistazo para saber lo que le había pasado a su hermano mayor:


—Te ha dejado.


—Cállate.


—¿Qué ha sido esta vez? ¿Mamá ha irrumpido en medio de la plaza mayor?


—Distancia. Pero no me lo ha dicho.


—Tendrías que buscarte pareja en Barcelona, es más sencillo.


—Sí, así lo tendrían más fácil para joderme la vida. ¿No te acuerdas de cuando mamá apareció en casa de mi novio de cuando estaba en secundaria y me llevó a rastras a casa diciendo que él era mala compañía?


—Lloraste y destrozaste tu habitación —resumió Arnau.


Arnau era más del tipo seguidor. Sus padres le controlaban igual que Félix, pero él estaba más centrado, y eso agradaba a su padre. En cambio, Félix era rebeldía pura. Odiaba que le controlasen, y peor era que su padre fuera intolerante con los gays.


Aunque había oído peores historias del pueblo, eso sí. La familia de Casa Navidad, por ejemplo, que parecían estar peleándose todos los días de su vida. Conocía a los tres hijos, y estaban todos hechos unos zorros. Raro era que la policía no hubiera aparecido por allí. Pero la casa estaba en medio de la carretera y en medio del pueblo a la vez, quedado perfectamente aislada ante los gritos.


En el caso de Félix, todo lo que había eran gritos y un par de bofetadas bien dadas.


—Mierda de… todo —se quejó.


Se fue a dar una ducha para darse el lujo de poder llorar sin que su madre le persiguiera por todo.


Mantuvo la boca cerrada durante toda la cena. Arnau parecía estar de buenas con su padre y su madre no había preguntado nada. En aquella mesa donde cada comensal estaba a un metro y medio del resto, la tensión se cortaba a cuchillo.


—¿Has quedado mañana con tus amigos?


—No, esperaré unos días. Ya tendré tiempo de salir.


No quería acercarse a Joaquín de ninguna manera. No si no quería darle un gancho de izquierda.


Félix pasó unos días sin discutir con su familia, haciendo caso y dándose tiempo para descansar y digerir la ruptura, aunque cada vez le costaba menos. Sin tocar el tabaco, ni acercarse a la plaza del pueblo, donde solía haber aquel zumbado que le daba maría rebajada de precio. Joder, si sus padres se enteraban.


También quemó todas las cartas de amor.


Un día encontró al menor de los de Casa Navidad, Marc Sagalés. Estaba hecho un fideo, pobre diablo. Iba con su bici, saludando a todos como si fueran sus hermanos. Félix solía hablar con él cuando estaban con el grupito de amigos.


—¿Vendrás este fin de semana? Vamos a ir a la montaña.


—Ya veremos —respondió Félix, intentando no dar pistas a su madre sobre lo que solía ocurrir allí.


Los viajes a la montaña que cobijaba el pueblo eran lo más divertido que se podía hacer en aquel pueblo. Fumar, beber, un radiocasete enorme para escuchar discos y casetes nuevos, una noche loca bastante típica. Félix esperaba impaciente por esos viajes porque él era el único que tenía discos de Queen en buen estado. El resto taladraban AC/DC, Status Quo, Scorpions y demás casi todo el tiempo. No era tan de su estilo.


—No irás —sentenció su madre, cuando el pequeño Sagalés se fue. Félix le quiso derretir los sesos con la mirada al instante—. Te crees que no sé qué clase de indecencias pasan allí, pero a mí no me la pegas.


—Me da igual lo que creas, soy una persona decente. Aunque te pienses que no.


Por supuesto, su madre se refería al sexo. Félix era demasiado del tipo romántico para esas cosas. No era virgen, tampoco, pero no era una parte fundamental de su vida.


Como sí lo era fumar cigarrillos a mansalva. Por lo menos no le podían decir nada a eso, su padre fumaba a pipa y puros.


Pese a las protestas, justificaciones y una «casi pelea» con su padre, Félix tuvo que quedarse en el pueblo. Para aplacar su ira, su madre le dejó salir después de cenar a la plaza mayor. Siempre había gente allí.


Félix saludó al personal, joven y viejo, y fue derechito al bar donde los jóvenes solían hacer planes durante sus vacaciones. Obviamente, había mucho menos gente, pues la mayoría estaban en esa excursión a la montaña.


Allí, encontró a otro Sagalés, el mediano. Roger, otro fideo más para la colección. Su barba de tres días, su mirada cansada del humo de tabaco que respiraba, su chupa de cuero, su pelo largo, mal amontonado, medianamente liso, que le hacía sin querer una especie de cresta a lo punk, pero mal dejada por los lados.


La joya desconocida de los Sagalés.


Félix hacía tiempo que le conocía. Era un par de años mayor. Iba con el mismo grupo que él, pero solía hacerse con los de su año igualmente.


—Hombre, si es Félix —dijo, mirándole con una sonrisa algo ausente—. He oído lo de Joaquín. Lo siento.


—No, qué va. No lo sientes.


—De acuerdo. No lo siento. ¿Contento? —replicó algo apático, bebiendo luego un sorbo de su cerveza.


—Sí. Me gusta que me digan la verdad —dejó claro, mientras pedía una birra.


—Tampoco te han dejado subir a la montaña, veo —cambió de tema Roger.


—Mis padres, se creen qué se yo. Son unos paranoicos controladores.


—Qué me vas a contar.


Félix miró a Roger, como pidiendo disculpas. Olvidaba que su compañero de birra era de Casa Navidad.


—¿Cómo estáis?


—¿Cómo vamos a estar? Mal —contestó, de nuevo sin intención de ser duro.


—Pensaba que no vivías allí. —Félix se dio cuenta de que eso quedó muy mal—. ¡Es decir! Lo que me ha dicho Marc era eso…


—Hace dos años que no vivo allí. En cuanto cumplí los dieciocho, me largué. Pero de mi padre no te puedes librar. Y cuando no lo hace físicamente… —Y terminó dándose unos golpecitos en la cabeza, soltando humo.


—Joder, dame uno, necesito despejarme.


Roger se rio y le pasó uno, ya encendido.


El barman apagó la tele que nadie miraba y puso música de la radio. Queen estaba sonando.


—«Tie Your Mother Down» —anunció Félix—. Joder, nos viene que ni pintado.


—¿Qué? ¿Por qué?


—¿No sabes inglés?


—No acabé los estudios. Nunca han sido lo mío. Los idiomas son lo que peor llevo.


—Pues quiere decir “ata a tu madre”. Es una canción sobre la rebeldía contra la familia y labrar nuestro propio camino.


Roger la miró, sonriendo con algo más de confianza.


—Pues está hecha para mí. Y es cañera. Me gusta.


Ah, esa sonrisa, joder. Félix la conocía demasiado bien. Esa que decía a todos los que la veían «estoy deprimido porque mi familia es una mierda y vivo solo pero sé que soy guapo igual».


Se quedó un segundo bloqueado y luego cambió de tema.


—Si no estudias, ¿de que trabajas?


—De lo que puedo, pero mi sueño es reparar coches. Verle las entrañas a cada uno, estudiarlos, dejarlos como nuevos. Coches de todo tipo, caros y baratos —explicó, con los ojos iluminados por unos instantes—. Sé hacerlo, sólo falta que me paguen.


—¿Se parece a lo que hace tu padre?


—Un poco. He aprendido de él. Él es el herrero y el chatarrero del pueblo. Se saca un pastón que no duda en fundirse en todo tipo de mierdas. El lameculos de mi hermano se va a dedicar a lo mismo, pero él tiene más cabeza.


—¿Lameculos? —preguntó, a medias divertido y ofendido por su amigo.


—Ah, no se lo recrimino, hace bien. Cada uno tiene su manera de sobrevivir al bastardo fascista de mi padre. Él recibe menos palizas siendo así. Le irá bien.


Una curiosa manera de describir a su querido hermano pero, bueno, le quería. Además, había oído historias. El hermano mayor, Xavi, era el que más había recibido de su padre. Para cuando pudo salir de esa casa horrible, ya estaba muy tocado.


Félix divagó entre sus pensamientos mientras la canción de Queen seguía en marcha. Entonces, de las sombras, salió un chico mayor. Se acercó a Félix y a Roger, y este último se giró, esperándolo.


—Me voy.


—Vale. Cuídate.


—Claro.


Charla corta, pero suficiente para Félix. Ahí mismo le tenía, Xavi, con su mirada ojerosa y cansada, un corte de pelo similar al de su hermano allí presente, pero menos presentable. Félix nunca le había visto tan mal. Tenía todo el aspecto que la marihuana no le freía lo suficiente las neuronas para hacerle olvidar lo que había olvidado en su casa.


—No digas nada. No quiero meterle en problemas.


—No, claro que no —prometió Félix.


Le miró mientras se iba. Le conocía en persona también. Era un poeta, un artista. Era muy sensible. El blanco ideal para su padre. Le dolía que hubiera caído en las drogas.


La canción de Queen terminó y el locutor empezó a hablar sobre giras de la banda.


—Ojalá vengan y tenga el dinero. Dios, me encantaría poder ir a verle. Mi Freddie…


—Seh, ese tío sí que sabe montarse una buena parranda. Sería la leche verle.


—Seguro que vuelve pronto.


—Vaya, fanático de Queen, ¿eh? Me gusta. Hay pocos por aquí.


—Es mi banda favorita, me muero por ver a Freddie cantar. Se come al público cada vez.


—Seguro que no es por… ya sabes —dijo Roger, con una risa algo obscena.


—¡No!


—Vale, vale, no te sulfures… Oye, la semana que viene voy a ir con la Tribu a la montaña. Apúntate. Pero no se lo digas a tus padres.


—¿La Tribu? —se rio Félix.


—Claro, el grupo de amigos más cañero que encontrarás aquí. La liamos parda. Tráete tu música.


Félix iba a responder que sí, pero antes de que siquiera se encarara, Roger le robó un beso en los labios. Luego sonrió y se fue sin mediar palabra.


Él se fue poco después, contento, a casa, y no fue capaz de discutirse con nadie. Se encerró en su habitación y repasó lo que había pasado un montón de veces.


A los hermanos de Casa Navidad era a quienes había conocido primero Félix en su momento. Eran todos menores entonces, alocados, trabajando casi siempre en el garaje de su padre, pero se les solía ver juntos en la plaza mayor con los jóvenes. Marc era demasiado pequeño. Xavi era muy del tipo de Félix, pero tanto que no cuadraba con él. Tardó poco en fijarse en Roger, pues, pero ninguno de los dos estaba por salir con nadie. Roger estaba atormentando a su familia, y Félix era perseguido constantemente por su madre supuestamente por salir con malas influencias. Luego sus caminos o habían confluido de tal manera hasta entonces.


Pero siempre había tenido debilidad por él. Por lo visto, estaba siendo recíproco.


No contó nada de la noche en la montaña a sus padres. Dijo que se quedaba a dormir en casa de una amiga del pueblo, y se montó toda la coartada al respecto para que la dejaran en paz.


Félix triunfó entre los amigos de Roger, en especial cuando pusieron el disco A Day in the Races, de Queen. Félix miró a Roger inmediatamente cuando la primera canción, que justamente era la que había sonado en el bar la semana anterior, empezó a sonar.


—No me gusta que me besen y me dejen plantado —se quejó, sentándose de cara a él, mientras el resto se ponían a beber y a fumar con alegría.


—Mientes.


—No miento. Quiero mi beso.


—Pues ven a por él.


Félix tumbó a Roger, pero éste se rio enseguida.


—Flojucho. Esto no se te da bien.


El mediano de los Sagalés tomó enseguida el control y se puso encima para besar a su chico con más comodidad. Luego decidió ser compasivo y se tumbó boca arriba, para mirar las estrellas.


—Esto es vida… Nada de lo que preocuparse, música sobre cómo tocar las narices a tus padres de fondo, un buen porro, un cigarro y birra.


—Te hace olvidar toda la mierda que espera allá abajo. Es como si la familia estuviera a miles de kilómetros de distancia.


—Eso no es familia. Mi familia es la que ves ahora —repuso Roger—. Mis colegas y amigos. La fiesta. Tú.


Félix quedó algo impactado. Sonaba como algo que diría él.


—Sabes que yo voy en serio —le advirtió—. No sueltes frases como esa si no es sincero.


—Oye, ¿no lo ves? Somos dos ovejas negras. Somos los descarriados, los que decidimos no seguir al resto, los que se fueron solos. Tenemos que cuidarnos mutuamente. ¿Quién lo hará sino?


—Eres un romanticón —se burló Félix.


—No finjas que no te gusta.


Félix se rio y se dejó besar toda la noche por su oveja negra, un particular príncipe azul a sus ojos.


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