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ELEMENTALS por RoronoaD-Grace

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Notas del fanfic:

¡Muchas gracias por darme la oportunidad de escribir para ustedes!

Notas del capitulo:

Holaaaa…


¿Qué tal?


¿Cómo les va?


Yo espero que muy bien.


Hwjdjwjzjxjsjz Gracias por estar leyendo esto y darle la oportunidad a mi historia. La verdad estoy muuuy emocionada de poder al fin comenzar a publicar después de estar casi un año organizándola.


Antes de comenzar a leer, me gustaría dejar algunas aclaraciones: Es un crossover entre los anime/manga que a mi más me gustan. Son más anime de los que aparecen en la reseña, que de reseña no tiene nada. Con forme los personajes vayan apareciendo, agregaré las otras categorías. Habrá parejas de todo tipo. Mentira... Pero sí.


Los personajes no me pertecen, son de sus increíbles mangakas, Masashi Kishimoto, Kohei Horikoshi y Haruichi Furudate. Por los horrores ortográficos 10000 millones de disculpas, soy pendeja y ciega, pero más pendeja.


Sin más que decir excepto que, espero por el ángel y él prólogo les guste y quieran seguir leyendo, no les quito más su tiempo.

 

ELEMENTALS 

Prólogo

Las ruinas de lo que un día fue bello

 

 


Las aves de colores exóticos y formas extravagantes, alzaron sus grandes, pequeñas, esqueléticas y emplumadas alas, y emprendieron vuelo en el azul y opaco cielo. Sus ojos de pupilas alargadas moviéndose en todas direcciones, y sus narices huesudas olfateando la fuente del manjar que inundaba el aire. 

Sangre. 

Un grito resonó en la distancia, haciendo que otras aves se lanzaran en picado de las altas copas de los árboles de hojas amarillentas y troncos medio muertos, huyendo por el peligro inminente. Las aves carroñeras, a su vez, planearon hacia el lugar del cual provenían los gritos desesperados y el fuerte y delicioso aroma a muerte. 

Sus graznidos le provocaban escalofríos a cualquiera que los escuchara. 

Pero el muchacho de ojos rojos y cabellos rubios, que en ese momento estaban sucios, manchados de sangre y pegándosele a las sienes, no tenía permitido prestar atención a nada excepto a los enemigos frente suyo. No podía distraerse un segundo si quería tener al menos una mínima oportunidad de sobrevivir… o al menos una oportunidad de que su compañero escapara. 

El chico creyó que era bueno. Toda su vida se había podido defender y hacer trizas a los enemigos que se le pusieron enfrente, destrozándolos con sus garras y con sus colmillos. Pensó que era bueno y podrían sobrevivir a la travesía en la que se habían enfrascado con su compañero. 

Pero era débil. Y esa debilidad tenía al borde de la muerte a su pareja. 

Y no era que en realidad fueran débiles, ni el muchacho rubio ni su compañero de cabellos rojizos, quien yacía recostado contra una gran roca, con la piel sudorosa y los cabellos revueltos y una mano con garras en lugar de uñas sosteniéndose el costado derecho, allí donde minutos atrás, una de esas cosas le había atravesado la piel con las manos desnudas. Por que no, no eran débiles.

Habían entrenado toda su vida su cuerpo y sus habilidadades entre ellos, siendo siempre el oponente del otro. No eran débiles, era solo que las cosas que eran sus oponentes era más fuertes. Y eran más. 

Pero el hecho de que fueran más no era el motivo por el que iban perdiendo, pues uno solo de ellos había logrado ponerlos contra la pared a los dos. Lo que los llevaba en tan mal estado era él, el chico de cabellos rubio y su debilidad. O eso se decía él una y otra vez. 

Hacia días atrás se había enfermado y, hasta ese momento, no estaba recuperado, lo que había provocado que su compañero intentara protegerlos a ambos. 

Quizá si hubiera estado sano, los dos hubieran luchado con todo lo que tenían y el otro chico peli-rojo no hubiera tenido que preocuparse de ambos, lo que claramente lo distrajo y acabó en él siendo herido gravemente. Si tan solo no hubiera sido tan débil como para caer enfermo, hubieran tenido una oportunidad.

Pero era su culpa, su maldita culpa. Lo único que quería en ese momento era por lo menos crear una oportunidad para que su pareja pudiera escapar. 

Si podía lograrlo, podría morir en paz y sin remodimie…

—No p-pienses en tonterías, Kat —La voz del chico peli-rojo estaba débil, jadeante. 

—No son tonterías, Eiji. 

—No e-es tu c-culpa. 

—Pero lo e-es —había intentado ser fuerte, necesitaba serlo. Pero escuchar a Eiji no culparlo había logrado que su voz se quebrara. Se mordió los labios para evitar que un sollozo escapara de su boca.

Con molestia, se limpió la humedad de los ojos que amenazaba con desbordarse. Él no era así, maldita sea, él no era de los que se quiebran. Él era de los que luchan con todo y luego se lamentan, quizá. Quizá el ver en tan mal estado al peli-rojo y aún estar enfermo le afectaba más de lo que creía.

—No l-lo es, Kat, n-no lo e…

—Si me preguntan a mi —dijo entonces una tercera voz, el dueño de la misma sonaba divertido—. Creo que sí es tu culpa. 

Eiji pegó un rugido furioso, mostrando sus dientes puntiagudos hacia el dueño de la voz, que estaba a unos metros frente ellosl, rodeado de otros cuatro cuerpos. 

—¡Callate, c-cosa! —Exigió, escupiendo un poco de sangre. Sus ojos rojos se encontraban furiosos. 

—¿Es ese tu mejor insulto —se burló el dueño de la voz, un muchacho de unos veinte años, de cabello castaño y sonrisa sínica. Sobre cada costado de su cabeza, dos cuernos sobresalían—. Es decepcionante. 

Sus ropas, a diferencia de los dos muchachos heridos, se encontraba pulcra, sin una sola mancha de sangre. Lo único que lo delataba de su fechoría, eran sus garras, largas y afiladas, pues en ellas reposaba la sangre de Eiji. 

—Termina con ellos de una vez, Oikawa, padre nos espera —una nueva voz se unió. 

—Le quitas lo divertido a la vida, querido Ushijima —Oikawa sonrió en dirección del susudicho. Un hombre de aspecto más fornido y fuerte, con expresión solemne, también con cuernos sobre sus sienes.

Pero la sonrisa del castaño no era alegre, más bien salvaje y muy, muy molesta. Como si estuviera conteniéndose para no arrancarle la cabeza con sus propias garras. A pesar de la obvia hostilidad, Ushijima permaneció con aspecto imperturbable. Lo que claramente solo incrementó la ira de Oikawa. Una sonrisa malvada y divertida se ensanchó en su rostro. 

Sus ojos del color de la tierra mojada se fijaron en los dos muchachos con las ropas rasgadas y sucias. Él los observó desde arriba con frío desden y como si fueran unas asquerosas cucarachas. Insectos insignificantes.

A Kat, el rubio, un escalofrío le erizó los vellos. El brillo carmesí en los ojos de esa cosa no parecía nada alentador. Era frustrante saber que tan solo había estado jugando con ellos, cuando Eiji y él habían dado todo lo que tenían. 

Oikawa dio un pasó hacia él, alertando todos sus sentidos. El rubio gruñó, mostrando sus colmillos y afilando aún más sus garras. Sus orejas, grandes y peludas, erizadas sobre su cabeza al igual que su cola en su espalda baja.

No podían morir ahí.

No así. 

No después de todo lo que habían pasado juntos. 

No cuando Eiji comenzaba a dejar de culparse por lo que había sucedido. 

Él gritó, fuerte y claro, lleno de furia y dolor… también miedo. Miedo a perder todo lo que era importante para él. Sus ojos rojizos se posaron desesperados en el peli-rojo herido. Debía salvado, sin importar qué. Incluso a costa de su propia vida. 

Sin embargo, Eiji pensaba de la misma forma que él y, antes de que pudiera deterlo de cometer una estupidez, él peli-rojo utilizó de las últimas fuerzas que le quedaban para colocarse entre el rubio y Oikawa. Siendo su escudo. Kat lo vio ahí, manchado de sangre y tierra, con moretones y rasguños, apenas en pie pero terco en quere protegerlo hasta el último momento. 

Lo amaba. 

Lo amaba más que a su vida.

Su corazón se estrujó y solo pudo soltar un sollozo al ver su espalda retorcerse y escuchar sus huesos crujir, su piel abrirse justo en sus omóplatos y cada vértebra de su columna, saliendo de estas su huesos reformados. Su sangre carmesí brotó en su espalda y en sus manos, pues apretaba tan fuerte los puños que las garras destrozabanban sus palmas.

Él sabía cuanto dolía la transformación, y cuanto Eiji odiaba hacerla, pues gracias a ella ahora Kat tenía una muy fea cicatriz en su vientre, en el costado izquierdo; pero le dolía más imaginar perderlo sin haberlo intentando absolutamente todo. 

Es por ello que, ahora frente a él, un nuevo Eijii yacía. 

Uno con un par de cuernos sobresaliendo desde sus sienes. Con piel roja y escamosa en diferentes partes del cuerpo: hombros, costados, mejillas. Con un quinto miembro largo y escamoso contorneandose de un lado a otro en su espalda baja. Y grandes alas membranosas de un rojo intenso, fuertes, hermosas, con grandes garras en estas y una hilera de huesos sobresalientes que iban desde sus omoplatos hasta su espalda baja, justo al comienzo de su cola . 

Sus alan eran majestuosas.

Eijirō era magestuoso.

Kat la amaba, porque era parte de Eiji, y a él lo amaba como nada. Ojalá el peli-rojo pudiera sentir lo mismo de sí.

—¿Y me dices a mi cosa? —Oikawa dijo, burlón, observando con ojos brillosos, fascinados, al chico dragón que yacía frente a él. 

Existían casi ya ninguno de ellos, de hecho, hasta donde había escuchado, había uno solo caminando sobre los suelos de Terra, porque los cielos habían dejado de ser de su dominio. Aunque muchas cosas se decían de este. Que era falso, que había muerto hacía mucho tiempo atrás. Que solo era un chico inexperto suplantando a su padre. Que era tan salvaje y fuerte que resultaba demoníaco. Él creía que existía, aunque incluso su padre se negara a creerlo.

Pero, claramente, no era el muchacho frente suyo.

Ver uno cara a cara, aunque incompleto, era una maravilla. Era por ello que no podía permitir que nadie más que él, le pusiera una garra encima. 

Sonrió, avanzando hacia el chico dragón. 

Este, sin esperar algún otro movimiento hostil de su parte, arremetió contra Aikawa, rugiendo y batiendo las alas, lanzando zarpazos dirigidos hacía el rostro del castaño. Quien, con movimientos elegantes y rápidos, esquivaba cada intento del peli-rojo por sacarle los ojos o atravesarle el corazón. Sus golpes eran tan torpes y lentos, predecibles, que resultaba ridículo y patético. 

¿Acaso realmente creía que tenía alguna oportunidad? 

El rubio se levantó del suelo, tan lento y tambaleante como el chico dragón, uniéndose a él en la pelea. Lucharían juntos, heridos y desesperados, utilizando lo último de fuerza que les quedaba. Era gracioso y, al mismo tiempo, quizá un tanto conmovedor. 

Ambos lo atacaron a matar, siendo tan fieros como podían en la condición en la que se encontraban. Rugiendo furiosos y lanzando ataques sincronizados. Pero estaban demasiado lastimados como para que pudieran ser tomados realmente en serio. Quizá podrían ser rivales en mejores condiciones y con mejor entrenamiento. Pero en ese momento solo era unas cucacharas que podía matar aplastándolas con su bota.

—Ya basta de esto —espetó él, aburrido de ese estúpido jueguito. 

Eiji atacó de nuevo, rugiendo con fiereza, pero esta vez en lugar de que Okawa simplemente lo esquivará, lo tomó de la muñeca, sorprendiendo al peli-rojo completamente. 

—El juego se terminó —le dijo, sonriendo sombriamente de una forma que resultaba perturbadora a la vista. Entonces apretó su muñeca con fuerza, girándola en un ángulo imposible, sintiendo como el hueso se partía en dos. Después lo hizo retorcerse solo para girarlo y luego tomar una de sus alas. 

El crujir de sus huesos haciéndose trizas, destrozando completamente su ala, Kat no podria quitárselo de la mente, mucho menos el gritó de dolor que escapó de la garganta de Eiji, brutal y desgarrador, que le provocó escalofríos en todo el cuerpo. Sintió que le atravesaban el corazón con miles de espadas. 

Después solo lo lanzó lejos con fuerza desmedida, como si fuera una muñeca de tela, sin huesos y sin vida. Su cuerpo malherido se estrelló contra un arbol de tronco muy grueso, haciendo crujir una vez más los huesos de peli-rojo. Este soltó y jadeo que murió en cuanto salio de sus labios. 

—¡EIJIRŌ! 

Kat gritó, completamente asustado, rasgándose la garganta en el proceso. Corrió hacia donde Eijirō había sido lanzado, importándole poco si rompía la regla más importante en una pelea: jamás darle la espalda al enemigo. 

Corrió sin tener otra cosa en la mente que su pareja, con sus ojos llenos de lágrimas y el corazón latiendo en su garganta. El pecho dolía como si le hubieran aplastado todas las costillas. 

—¡Eijirō, Eijirō! —Él llamó, casi estando a su lado, pero la debilidad en su cuerpo pudo con él. Sus piernas temblaban demasiado, lo que lo hizo caer de bruses contra el destrozado suelo, enterrando la cara en los restos de gramilla, hojas, ramitas y tierra. 

Pero él no se quejó, continuó avanzando incluso sí lo hacia gateando. Necesitaba llegar hasta él, debía estar con Eijirō. Su corazón se estrujó más al verlo ahí, desparramado, apenas despierto y con la mirada pérdida. Lleno de tierra y sangre, con su brazo torcido en un ángulo horrible y su ala destrozada. 

—Ka…suki —le llamó Eijirō apenas, la sangre borboteaba en sus labios. 

Katsuki sollozó, terminando de llegar hasta él. 

Lo sostuvo con cuidado, abrazándolo a su cuerpo, haciéndolo reposar en sus piernas. Hundió su rostro sucio en el cuello del peli-rojl, temblando y sollozando, aferrándose a él con desesperación. 

—L-Lo sien…to…

—Shhh, shhh… está bien, está bien. No digas nada, guarda energías. 

—Kat…suki lo s-siento. 

Katsuki sollozó, derramando más lágrimas que en toda su vida. El alma se le estaba rompiendo justo frente a él y él no había podido hacer nada para evitarlo, más que empeorarlo al ser un completo inútil que no podía defenderse por sí mismo. 

—Ah, el amor —Oikawa suspiró fingidamente—. Es tan… inútil. 

—¡No te acerques! —Katsuki rugió, al verlo dar un paso hacia ellos, su orejas y cola volvieron a erizarse—. ¡Te voy a matar, maldito! ¡Te voy a matar! ¡Bastardo maldito, infeliz hijo de puta! —Cubrió el cuerpo de Eijirō de forma protectora, interponiéndose en el camino del castaño y él—. ¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta! ¡Te voy a matar! ¡Te voy a matar!

Primero lo mataría antes de que volviera a tocarlo. Le borraría esa sonrisa asquerosa que tenía en la boca. Le arrancaría la cabeza y se la daría a las aves carroñeras que aleteaban en el opaco cielo. Lo haría. Claro que lo haría. Por supuestos que sí. 

Oikawa los observó, desdibujando su sonrisa, viéndolos con total seriedad. Tan solo estaba ahí, con expresión inmutable, observándolos fijamente sin moverse un solo centímetro. Por un momento, hasta pareció que sentía compasión de ellos y su patético intento por sobrevivir, quizá remordimiento por haberles hecho tanto daño. 

Pero era imposible, esas cosas no tenían sentimientos. Salidos del mismísimo abismo, criaturas de la noche que caminaban bajo el sol. Lo peor que pudo haberle sucedido a todo Terra. 

—Mi padre es un demonio —Oikawa dijo, con serenidad—. Pero mi madre era Terrana… tengo tanto derecho como tú a caminar sobre los suelos de Terra —Fue como si le hubiera estado leyendo la mente.

—¡Ustedes destrozaron nuestro hogar! ¡Ustedes asesinaron a cachorros inocentes, sin ninguna piedad! ¡Ustedes no tienen derecho a nada!... TÚ no tienes derecho a nada —soltó con odio, desprecio y crueldad. Era lo mínimo que podía mostrarle a cosas como esas.

Oikawa sonrió, de forma forzada, como si las palabras de Katsuki en verdad lo hubieran herido. Sonaba demasiado irreal para criaturas que sentían nada. Pero al rubio le lleno de placer imaginar que de verdad lo había lastimado. 

—No importa si todos me rechazan ahora —dijo, encogiéndose de hombros. AEijirō, que apenas pero yacia conciente, le parecio ver en sus ojos una tristeza y vacío profundos. Pero no podía ser, esas cosas no eran como ellos, no sentían—. Un día, absolutamente todos reconocerán mi existencia —Oikawa aseguró.

Su mirada se llenó de fuego y seguridad. Más seguridad que antes pudo haber tenido. Nada lo detendría de su objetivo. 

Ensombreció su semblante, eliminando sus emociones, si es que en verdad en algún segundo las tuvo. Los observó de nuevo como antes, con superiodad que sabía tenía, como sí ellos valieran nada. Incluso menos que los gusanos de tierra que se arrastraban bajo sus pies. 

Dio otro pasó hacia ellos. Y entonces Katsuki se hizo hacia atrás, allí de rodillas donde se encontraba; sus ojos antes fieros, agresivos, lo miraron con temor tan solo un segundo, para luego el brillo en ellos cambiar. De repente ya no era el chico asustado que solo quería proteger a su ser amado, sino el chico que iba a hacerlo, costara lo que costará. Estaba lleno de seguridad salvaje. 

Él se abrazo una vez más a Eijirō, colandose en el hueco de su cuello, pero fijando sus ojos rojos en Oikawa. 

—Por favor, utiliza todo lo que tengas para irte —ni siquiera le importaba si el chico mitad demonio lo escuchaba. Porque salvaría a Eiji sin importar qué. Si lo sabía o si no, nada cambiaría—. Incluso si tienes un ala rota, vuela. Has lo que sea necesario para sobrevivir. 

—N-No… Ka-Kats…

Pero Katsuki no estaba dispuesto a escuchar sus protestas.

Deshizo el agarre que tenía sobre él, y lo hizo recostarse contra el mismo tronco de árbol con el que había chocado hacía nada. Luego él se quedó de pie frente suyo y frente a Oikawa, enmedio de ambos. Siendo ahora él su escudo. 

—Vete ahora, Eijirō —Ordenó, con la vista aún fija en Oikawa. 

El castaño sonrió de medio lado, venenoso. Se cruzó de brazos, como diciendo «Vamos, huye… sí es que puedes siquiera levantarte». 

—Eijirō. 

—No p-puedo hacer…lo, Kat… 

—¿Entonces solo te vas a dar por vencido? No seas patético. 

—Hay o-ocasio…nes, en l-las que ti-tienes que acep…tar q-que per…diste…

—¡No! ¡No puedo! ¡No lo acepto! 

—¿Por q-qué? 

—¡Porque si lo aceptamos, entonces significa que ya estamos muertos! ¡Y no pienso dejarte morir! —No volteó a verlo, pero su voz sonaba tan desesperada, que Eijirō sabía que estaba llorando de nuevo. Él también lo hacía. 

—¿Có..mo podría y-yo irme, dejando…te a-atrás? Es c-como si estubie..ra arrancandome yo m-mismo el cora…zón… —los dientes del rubio comenzaron a castañear. Podía ver su cuerpo estremeserse por él llanto. 

Y Oikawa solo estaba allí, burlandose de ellos. Dejando que hablaran porque sabía que, como Katsuki dijo, ellos ya estaban muertos. 

—Y-Yo no tendría… no t-tengo la fuer…za para so-sobrevivir si…n ti. 

Katsuki no era de los que lloraban, pero desde hacía un tiempo que le era imposible controlarse, y lo odiaba, odiaba que sus enemigos pudieran ver como se quebraba frente a ellos, como Eijirō también lo hacía. Y odiaba aún más que sus sentimientos solo fueran una gran burla. Pero, claro ¿qué más serían? Ellos no entendían lo que era amar de verdad, ellos no conocían ese sentimiento, eran criaturas oscuras que ni siquiera podían sentir empatia. 

—Yo tampoco puedo —confesó él, sintiendo como las lágrimas desbordaban de sus ojos—. Yo tampoco puedo… 

Sonrió, en dirección de Oikawa, porque sabía que, a pesar de haberles ya ganado, esa cosa nunca tendría lo que ellos sí y, por más que destrozara todo Terra, nunca lo obtendría. Así que la victoria era suya. Sonrió también porque la vida era injusta y cruel. Pero al menos podrían morir uno junto al otro. 

Entonces pensó en lo orgulloso que había sido toda su vida, en como desde hacía un tiempo sus emociones se rebalsaban aunque él intentara detenerlas, humillándolo, haciendolo sentir expuesto. ¿Quién llora frente a un enemigo? Solo los débiles… pero, irónicamente, también los fuertes. Había que ser demasiado fuerte para poder demostrar quien eras en verdad. Para mostrarte tal como eres y luchar por tus convicciones. 

Eijirō era fuerte. Era más fuerte que nadie. Kat sentía, justo en ese momento, que solo era un orgulloso cobarde que, a pesar de amarlo con toda su alma, nunca se lo había dicho directamente.

Si iba a morir, al menos quería decirlo una vez. Le hubiera encantado decirlo en otras circunstancias, pero ya no tenía tiempo para ello. 

—Eijirō —llamó, pronunciando su nombre con toda la dulzura y amor que había en su ser. Girando la mirada tan solo un segundo para buscar sus ojos y poder observar su rostro cuando al fin lo dijera—. Yo…

Pero se topó con sus ojos abiertos hasta donde podía, llorosos, aterrados. Y supo que algo iba terriblemente mal.

—¡N-No…! —Eijirō gritó apenas, escupiendo sangre e intentando levantarse, fallando completamente. 
Katsuki volvió la mirada al frente, hacia donde yacía Oikawa, pero esa cosa ya no estaba allí. Se había movido en apenas un segundo. Ahora se encontraba justo enfrente de él. Sonriendo como maníaco mientras estiraba una mano con garras, lo tomaba del cuello y alzaba como si pesará nada. 

—¡No…! —El peli-rojo intentó ir hacia ellos, pero ya no podía, no tenía fuerzas para nada más que observar, mientras lloraba, como su corazón era destrazdo sin piedad y sin que él pudiera evitarlo.

El rubio pataleó en el aire, sujetándose del brazo de Oikawa e incrustando sus garras en su blanca piel y rasgandola. Pero Oikawa ni siquiera parecía sentirlo. 

Era un monstruo. 

Oikawa, con toda la intensión de acabar por fin esa tontería, dirigió su mano libre y de filosas garras, hacia el vientre del rubio, dispuesto a atravesarle el cuerpo y sacarle los intestinos por la espalda. Sin embargo, se detuvo justo a milímetros de tocar su piel llena de arañazos y moretones. 

Sus ojos castaños lo observaron a los suyo, sin parpadear, de hecho, parecía un poco sorprendido. Su mirada entonces se desvio hacia su mano sobre su estomago, y luego volvio a sus ojos. Inspeccionando su rostro de manera meticulosa durante unos segundos, solo para entonces sonreír de forma macabra. 

Lo colocó en el suelo, aún apretando su cuello, pero dándole un segundo para que el oxígeno ingresara furioso hacia sus pulmones. Luego lo hizo girar violentamente, permitiendo que pudiera estar frente a frente con Eijirō. 

—No había notado lo precioso que eres —Oikawa susurró contra su oreja, provocando que un escalofrío le retorciera la espalda—. Tu sangre de lobo me será útil —Katsuki sabía perfectamente lo que eso significaba, y le aterró de sobremanera.

La otra mano del castaño, con la que había estado a punto de atravesarlo, subió también hasta su cuello, uniéndose a la otra y ambas presionando a cada costado de su garganta, sin llegar a cortarle el aire…

Eijirō supo que todo había acabado. Katsuki también lo sabía, sabía que no tenía más tiempo, debía decirlo. 

Sus ojos se llenaron de lágrimas. 

—¡Eijirō, te am...!

Oikawa incrustó sus garras en la piel de Katsuki, rasgando su cuello desde su nuez hacia cada extremo. 

Las palabras del rubio murieron en su garganta, y la sangre brotó de la herida de este, resbalando como un río de agua indomable hacia abajo. Se atragantó con ella, y se llevó las manos al cuello para intentar hacer algo, pero, en cuestión de segundos, las fuerzas escaparon de él sin promesa de regresar. 

Para Eijirō, todo a su alrededor se detuvo en cuanto los brazos de Katsuki cayeron a sus costados, y sus ojos rojos perdieron todo ese brillo que indicaba que estaba vivo. Las últimas lágrimas cayeron, y sus ojos se cerraron muy lentamente mientras toda la fuera de sus piernas desaparecía. Él cayó, azotándose fuertemente contra el suelo destartalado y frío. 

Eiji gritó, destrozando su garganta, escupiendo sangre. Sollozando a viva voz. Mientras trataba de llegar al cuerpo inerte del rubio. ¿Qué importaba si tenía que arrastrarse en el suelo? Nada. La sangre manando de su costado se mezcló con la granilla desecha. La herida se llenó de tierra formando pequeños gránulos. Pero Eijirō continuaba arrastrándose. 

Oikawa lo observó desde arriba, con frialdad mortífera. Sus garras manchadas con la sangre de Katsuki, goteaban el líquido carmesí. Y entonces su expresión cambió. Se volvió un tanto cantarina. 
—Akaashi querido~… —llamó, sonriendo alegre. 

Una de las otras cosas que había permanecido tan solo como testigo de la escena, de rostro imperturbable, cabello negro un tanto revuelto y hermosos ojos azules, se acercó tranquilamente hasta Oikawa, acuclillandose junto al cuerpo de Katsuki. 

Eijirō quiso gritarle que no lo tocara, pero las palabras ya no salían de sus labios. Eran apenas balbuceos. 

Akaashi tomó el rostro del rubio, girándolo lentamente, observado su cuello desgarrado. 

—Limpio —informó, con voz suave. 

Oikawa aplaudió, satisfecho. 

—Si quieres que su sangre aún este fresca para tu baño, debemos partir ahora —habló de nuevo Akaashi. 

—Oh, por supuesto que sí —el castaño parecía de repente demasiado feliz. 

Akaashi tan solo asintió, entonces tomó el cuerpo de Katsuki entre sus brazos y lo alzó como si nada. Se giró dispuesto a marcharse. 

«¡No, no te lo lleves!». Eijirō gritó en su mente. «¡Por favor, no te lo lleves!». Pero sus súplicas nunca obtendrían el resultado deseado. Él ya no podía hacer absolutamente nada, más que morir, observando como lo apartaban de su lado. Como le impedían incluso eso, morir juntos. 

Oikawa, Akaashi y Ushijima comenzaron a avanzar, yendo hacia un carruaje que era tirado por dos caballos, dispuestos a marcharse de una buena vez. Pero entonces las otras dos cosas restantes, o al menos uno de ello, habló. 

—¿Qué hacemos con el otro, alteza? —Era un hombre, o al menos una vez lo fue, de cabellos negros y ojos claros. Podría parecer un Terrano cualquiera, pero todos sabían que los sirvientes del usurpador y sus bastardos, habían experimentado con la magia negra y la sangre de demonio. 

Eran monstruos al igual que sus amos. 

Oikawa no se detuvo, tan solo alzó la mano y la batió de un lado a otro. 

—Dejalo ahí. 

—Pero, alteza… su cabeza sería una muy buena decoración para su alcoba. 

El castaño se detuvo de golpe, girándose y regresando sobre sus pasos, en su labios había una sonrisa simpática. Se quedó de pie junto al demonio que había sugerido tal decoración. 

—¿Qué ves ahí? —Cuestionó, incitándolo a observar a Eijirō. 

—Un dragón, alteza. 

—¿Un dragón, dices? —Repitió de forma divertida. El otro asintió, muy seguro—. ¿Sabes qué veo yo? —Preguntó de manera retórica—. Algo incompleto, algo inútil e inservible —Soltó una risita—. Eso no es un dragón. 

—Pero… 

—¿Por qué crees que no sé transformó en cuanto nos vio? —No obtuvo respuesta después de unos segundos—. Porque no puede. Porque es débil. No tiene el coraje ni la fuerza para destrozarse a si mismo y hacer lo que debe hacer. 

—Aún así, es un dragón… quizá el último dragón de todo Terra, es una decoración digna de usted, Alteza. 

Oika se quedó sin palabras un instante, luego soltó una sonora carcajada, sosteniendose el estomago mientras se doblaba sobre sí. Se limpió una lagrimita provocada por la risa antes de volver a hablar.
—Ay, que divertido eres, Hitch, Dime otra cosa —Apoyó una mano en el hombro del sujeto—. ¿Quién soy yo? 

Hitch lo observo confuso.

—El primogénito de su majestad el Rey, príncipe de Terra y futuro rey. 

—¡Muy bien! —Oikawa felicitó—. Pero faltó un pequeñito detalle. 

Entonces la sonrisa jovial se borró de su rostro, sus ojos se volvieron fríos, gélidos, y su semblante se oscureció. La mano que yacía sobre el hombro de Hitch presionó su carne, hundiendo sus garras en esta. Hitch se removió, pero Oikawa no lo soltó. 

—Yo soy el gran Oikawa, príncipe de Terra, hijo favorito de su padre y tu futuro Rey. No soy otra cosa más que perfecto en todos los sentidos. Y no merezco nada más que perfección. ¿Aún así te atreves a decir que ese intento fracasado e inútil de dragón, es digno de mi?

—N-No… y…

Oikawa enterró las ganas de su mano libre de forma rápida, certera y mortal, en la garganta de Hitch. La sangre brotó escandalosa y se regó en el suelo cuando cayó sobre este, sin vida. 

—Egh —sacudió la mano, limpiándose de la asquerosa sangre que había tenido que tocar—. Lo bueno es que un solo conductor basta para guiar el carruaje. 

Luego, sin decir nada, solo volvió a dibujar una sonrisa fingida en su boca, tatareando mientras avanzaba como si nada había ocurrido. Como si no acabara de asesinar a uno de los suyos.

—¿Dejaras algún día de matar a los sirvientes? —Ushijima dijo, caminando junto a él. 

—¿Dejaras algún día que te mate? 

—No. 

—Entonces ya sabes mi respuesta —canturrió. 

En el suelo, desparramado boca abajo y sin fuerzas, con un brazo y un ala destrozada, con una herida en un costado y golpes en todo el cuerpo, Eijirō ya ni siquiera podía moverse, apenas y tenía los ojos abiertos. De estos brotaban lágrima tras lágrima mientras observaba como esas cosas al fin se marchaban y se llevan con ellos el cuerpo de su amado. 

Su mano extendida hacia el frente, tratando inútilmente de detenerlos. 

«No se lo lleven. No se lo lleven». 

Su visión cada vez se volvía más y más borrosa, y su cuerpo pesado pero al mismo tiempo ligero. Tenia frío, demasiado frío. Solo quería estar con él, con Katsuki. 

«No se lo lleven, por favor». 

Por favor. 

Por favor.

Por favor.

Katsuki.

Katsuki. 

Katsuki…

.

.

.

 

 

—Kat…suki… d-devuelvan…lo…

El muchacho de cabellos revueltos y rubios disparados en todas direcciones, de ojos azules y con una capucha blanca alrededor de sus hombros, que había estado indagando en las memorias de Eijirō, alejó sus manos de las sienes de este, tomando asiento frente a él sin dejar de observarlo. 

—Pobre Eijirō —suspiró, sintiendo el dolor en el corazón del peli-rojo—, perdiendo tan cruelmente a tu otra mitad. 

Lo había encontrado horas atrás, su corazón latía débilmente pero aún lo mantenía con vida. Había tratado sus heridas de inmediato, pues no pensaba arriesgarse y que la pérdida de sangre cobrara su vida. Y había sido un tanto doloroso, pero tampoco algo que no pudiera soportar. Afortunadamente la herida en su costado no había tocada ninguna parte importante de su cuerpo. Y después de todo, un brazo y un ala rota sanan con el tiempo. Aunque claro, él había acelerado el proceso en un 80%.

En ese momento se encontraban en una caverna, el peli-rojp yacía limpio y vendado, recostado contra una de las paredes de esta. Afuera había oscurecido, así que había tenido que buscar un refugio para ambos. En un costado, una fogata de llamas oscilantes proporcionaban, si bien no un abundante calor, al menos el suficiente para soportar una fría, aunque no en exceso, noche en Terra. 

Él era lo que decadas atrás llamaban: Sanadores. Entrenados desde que tenía memoria en el arte de la Magia curativa, expertos totalmente en su uso. Si tenía que describirlos según los relatos que su maestro le había contado, diría que eran una especie de monjes nómada. O tal vez una secta o clan. La verdad nunca terminó de comprender. Y si bien él era un sanador con todos sus conocimientos, era mejor que ellos. 

Y no estaba siendo vanidoso. Era sólo que, en efecto, él era mucho mejor que un simple Sanador. Pero, lastimosamente, si bien era mejor, también era el ultimo. O al menos hasta donde él sabia.

Había sucedido años atrás, y si era sincero, lo que él sabía solo eran historias que su maestro le había contado desde pequeño. Él no había estado ni siquiera cerca. Había yacido en su casa, junto a sus padres. Un cachorro de tan solo un año de edad, feliz y sano, mientras el abismo explotaba. 

Veintidós años atrás, el Usurpador, quien en esa época era el general del ejército imperial, habia estado desaparecido luego de haber asesinado a su pareja. seis meses después, justo al terminar de ponerse el sol, había apareció a las afueras de la cuidad capital con un ejercito de demonios, seres oscuros de todas formas y tamaños, asquerosos y repugnantes. Criaturas de otra dimensión que devoraban todo a su paso, que respondían solo a sus ordenes y a las de sus cinco comandantes. El ejército del en ese entonces legítimo Rey, había sido masacrado en su gran mayoría. 

La familia real había perecido a manos del Usurpador. Su maestro le contó que las cabezas del Rey, de la Reina y los tres príncipes, tan solo niños, habían sido puestas en lanzas a las afueras de la cuidad, la cual había sido tomada por los demonios, cediendo ante ellos sin resistencia. 

El poder del Usurpador era tan grande y aterrador, que algunos aceptaron su reinado como un castigo de Madre Naturaleza y los Dioses. Resignándose a que su destino había sido sellado por ser una cuidad corrompida y llena de pecados. 

En los libros y cuentos típicos de Terra, se relataba la historia de como Madre Naturaleza había vencido a los invasores, hacías miles de años atrás. Se decía que la misma eran un ser de otra dimensión, de un lugar donde los devoramundos habían arrasado con todo cuando era más joven, y ella los había estado cazando sin descanso, hasta que al fin pudo encontrarlos, justo cuando pensaban absorber toda la vida en Terra. 

En otras versiones, decían que ella era un ser que siempre había existido, solo que permaneció dormida hasta ese momento. La fuente de toda vida en Terra, el origen, o algo así. ¿Quién sabía exactamente? Nadie. 

Había luchado contra la Reina Demonio siete días y siete noches, y había vencido, sellándola a ella y su ejercito demoníaco en las profundidades del abismo. Colocándo sellos tan poderosos, que ningún ser sería capaz de quitar, a menos que obtuviera su poder, y ella jamás le daría dicha llave a nadie. 
Terra la adoró como su salvadora, construyendo templos en su nombre. Celebrando festivales. Y ella trajo prosperidad a todas partes. 

Se dice que ella dividió su poder en cuatro partes iguales, y cada una de ellas contribuyó para la abundancia de Terra, volviendo el planeta en un lugar hermoso y lleno de riquezas naturales. De valles y lagos. Bosques con tal diversidad de vida y follajes, que simplememente majestuoso. 

Los Dioses Elementales, los llamaron.

Cuatro seres de gran poder que, con su magia de Elemento, enriquecían la vida y protegieron Terra de toda amenaza, durante miles de años.

El dios del agua.

El dios del fuego. 

El dios del viento. 

El dios de la tierra. 

El muchacho rubio no sabía que tan cierta era esa historia. Pero si de algo estaba seguro, era que los demonios eran reales, y que, desde la aparición del Usurpador y su ejercito maldito, Terra se volvía cada vez más un páramo baldío. 

Sin embargo, antes de la conquista de la capital, llegó a oídos de todo habitante de Terra, la destrucción absoluta de la isla de los Sanadores. Nadie tenía certeza del porque el Usurpador los había atacado primero, pero se rumoraba que era porque les temía. 

Quizá resultaba algo absurdo teniendo en cuenta la magnitud de su poder en ese entonces, pero algunos decían que, al ser un clan creado por la mismísima Madre Naturaleza y estar bendecidos por ella en el arte de la Magia de Sanación, si algunos tenían alguna mínima de posibilidad de ponerlo contra las cuerdas, serían ellos. Y él quería dejar a Terra sin ninguna esperanza. 

Así que los masacró, y de lo que antes fue su país natal, ahora solo eran ruinas. 

Sin embargo y aunque el Usurpador era la mismísima reencarnación de la de Reina de demonios, permitió que las otras cuidades, pueblos y aldeas de Terra, escogieran salvar a los suyo evitando muertes completamente innecesarias. 

Él ofreció un trato: 

Todo cambiaformas existente en Terra debía ser llevado ante su persona, quien los juzgaría y dictaría sentencia conforme él leyera su corazón. 

Tres de las cuatro ciudades estuvieron de acuerdo. Todo cambiaformas conocido debería ser llevando ante su majestad para ser juzgado: solo había dos posibilidades. Ser encontrado culpable, lo que significaba que sería ejecutado inmediatamente. O ser encontrado culpable, en una menor cantidad; lo que quería decir que viviría, pero sería enviado, posiblemente, a la isla minera para vivir como esclavo durante el resto de su vida. 

Y, si al muchacho rubio le preguntaban, morir era una mejor opción. ¿Qué clase de absurda sentencia era esa? ¿Cómo podría ejercer un juicio tan estúpido a cachorros inocentes, recién nacidos? El Usurpador, sin duda alguna, estaba totalmente loco.

Sin embargo, la cuarta cuidad se negó rotundamente, los cambiaformas eran su familia, sus vecinos, sus amigos. Entregarlos era traición y ellos nunca los traicionarían. 

Extrañamente, luego de la batalla de los treinta minutos, como se denomino la masacre a fueras de la cuidad capital, durante cinco años no se volvió a ver a ningún solo demonio, ni a los comandantes del ejercito. El Rey, aunque todos lo describían como un total monstruo desalmado, fue paciente con la ciudad de Hayk, que había cerrados sus murallas y desistía de toda negociación. 

O quizá solo había estado muy ocupado fornicando y preñando a pobres ciudadanas de la capital, que fueron entregadas a él como ofrendas de parte de los nobles para asegurar su vida y estatus. Dadas las pruebas, todos sus bastardos, esa podría ser la opción más factible. 

Hasta esa noche, cinco años después, en la que el abismo exploto de nuevo. 

La cuidad fue completamente masacrada, destrozada hasta sus cimientos. Ancianos, mujeres, niños, cambiaformas… sus pobres cachorros. Un día era una cuidad hermosa y prospera, la única que aún no había sido corrompida del todo. Y, al día siguiente, tan solo eran ruinas. 

Esa madrugada, Terra lloró, apagando las llamas que volvían ceniza los cuerpos sin vida de los habitantes de Hayk. 

La cuidad se volvió una enorme, gigantesca, tumba.  En la cual las almas en pena de todos sus cuidadanos aún se pasean por sus calles destartaladas

Desde entonces, o mejor dicho, desde la primera aparicion del Usurpador, pero más específicamente desde la caída de Hayk, la vida solo se había vuelto más difícil. 

El ejercito demonio desapareció de nuevo, sin embargo, los comandantes se quedaron junto a su Rey para mantener en orden todo Terra. Los cambiaformas que aún vivían sin ser juzgados, fueron cazados como ratas sin valor, viéndose obligados a vivir como unas, ocultos de sus enemigos bajo tierra, sobreviviendo a cada día con esfuerzo. 

Todo en Terra se volvió un caos, el clima rico en abundancia y equilibrio, se vio totalmente destrozado. Las noches podían volverse tan frías que, sí no tenías con que permanecer tibio, podías congelarte, y podía también ser al revés. Podía haber tanto calor, que una combustión espontánea no era algo para sorprenderse. 

Y los días podían ser igual, tan calurosos que sentías que te derretías, o tan fríos que podías volverte estatua en cuestión de segundos.

O también podía solo ser un buen día. Con clima hermoso, un calor rico y un viento refrescante. Y también con lluvias torrenciales y tormentas eléctricas. 

Los bosques comenzaron poco a poco a morir, los ríos a secarse y, aunque aún existía gran y abundante vegetación, también había paramos llenos de arena y tierra. Lugares muertos y sin esperanza. 

Como lo era el que un día fue el país más poderoso de Terra, el hogar de los dragones. Ygran parte de Garganta, el país que yacía en medio del territorio de los dragones y el de los Terranos normales; el cual era el país natal de los cambiaformas. 

El muchacho de cabellos rubios creía que los únicos que realmente habían tenido una oportunidad contra el Usurpador, era el Rey Dragón y su gente, pero estos no habían brindado su ayuda, incluso si ellos también eran habitantes de Terra. Se les maldijo por egoísmo, se les llamó también demonios por no haber hecho nada y permitir que inocentes perdieran la vida. Pero tiempo después, la verdad salió a la Luz. 

Dicho país había sido sometido, masacrados casi en su mayoría en una sola noche, la noche anterior al sometimiento de la cuidad capital. Se decía que el rey logró escapar, y que vagaba por los suelos de Terra brindando ayuda a los necesitados, asesinando sin piedad al ejército maldito del Usurpador. 

Sí en verdad se trataba del Rey Dragón, nadie lo sabía. No habían testigos que confirmaran las historias, o al menos testigos que el Usurpador fuera a tomar a tomar en cuenta. Por lo que este y los nobles corrompidos no creían en su existencia. Sin embargo, ya les valía que lo fueran haciendo.

Un día, ese dragón en el que se negaban a creer, escupiría fuego infernal sobre ellos y los derretiría hasta las huesos. El rubio estaba seguro de ello.

Eijirō murmuró el nombre de Katsuki por milésima vez, provocando que la atención del chico rubio se dirigiera hacia él. Lo vio ahí, vendado y con las alas extendidas hacia cada costado, con la cola inerte hacia un extremo. Él lloraba en sueños sin dejar de llamar a su pareja. 

Pobres chicos, él pensó, tenían que tener muy mala suerte para toparse justamente con Oikawa. El bastardo favorito del otro bastardo traidor. Un honor, ganado a base de incontables asesinatos. La sangre de decenas estaba impregnada en sus garras. 

Un bastardo cruel obsesionado con la perfección. Todo Terra conocía su terrible ritual de belleza. Utilizando sangre de los más hermosos seres para bañarse con ella y, de alguna forma, absorber su vitalidad y belleza para así poder conservarse siempre hermoso, joven y sin ninguna imperfección. 

Perfecto, como él tanto deseaba siempre ser. 

Si bien Katsuki pudo haber estado vivo al momento de llevárselo, él ya estaba muerto, sin ninguna duda…

Pero Eijirō estaba vivo, también sin ninguna duda. Era solo decisión suya el como viviría de ahora en adelante. Sí decidía que ya nada importaba sin Katsuki, que no podría vivir sin él, como él mismo había dicho, o sí usaría su muerte como un impulso para seguir adelante. 

Él ya había cumplido, Katsuki había querido que viviera a costa de su vida, y el muchacho de ojos azules lo había salvado, cumpliendo su último deseo. Se sentiría muy decepcionado si, después de ello, Eijirō solo se dejaba morir. Claro, como había dicho, era su decisión, pero él creía que el peli-rojo era alguien fuerte y usaría ese dolor, ese sufrimiento, para hacerse aún más fuerte y vivir por ambos. 
Y él conocía le daría el empuje que necesitaba para dar ese primer paso.

Se inclinó hacía Eijirō, colocando su mano sobre la frente de este. Casi al instante, los sollozos del peli-rojo se detuvieron, su respiración se normalizo y él simplemente siguió durmiendo, pero ahora lo hacia en paz. Había influenciado un poco sus sueños, permitiendo que solo recuerdos buenos le inundaran. Luego se levantó, pasando por su lado y dirigiendose hacia la entrada de la caverna. 

Esa noche era una buena noche, para variar. Si bien estaba helada, era muchísimo más soportable que las anteriores, pues estas, habían sido muy intensas y con cambios demasiado drasticos. No le sorprendía que Katsuki se habiers enfermado debido a ello. Porque de hecho, los demonios no eran los únicos enemigos de todo habitante en Terra, de ellos podían ocultarse. Pero el clima era diferente, él te encontraba donde sea que estuvieras, y si no estabas lo suficientemente preparado para ello, podías encontrar tu fin…

A las fueras, el cielo nocturno yacía completamente despejado, permitiendo observar perfectamente el camino de estrellas multicolores que surcaba este de un estremo a otro. 

Él se cruzó de brazos, apoyándose contra una de las paredes de roca. Sus ojos azules, en ese momento unos tonos más oscuros debido a la poca luminosidad, pero brillantes debido al reflejo de las estrellas, contemplaron el cielo, admirando la belleza de los colores mezclados en este. Un verde y un morado de un tono suave; los cuales provenía de las dos lunas que reinaban, hermosas e imponentes, en el solitario firmamento. Una era más grande que la otra, pero ambas permanecían juntas, haciendose compañía en esa eternidad. 

Era una vista hermosa y conciliadora.

El muchacho desvió la mirada un momento, solo para observar hacia el interior de la caverna, allí donde yacía Eijirō. El peli-rojo no parecía mayor de veinticinco años, lo que significaba que tan solo había sido un cachorrito cuando su gente fue masacrada sin piedad. Adultos entrenados. Dragones imponentes. Detrás de esa fatídica noche yacía un gran secreto. Aún en su cabeza no encontraba la forma en la que seres tan magníficos pudieron ser derrotados tan fácilmente. 

Pero entonces pensaba en que no, no había forma en la podían ser tan sometidos con tanta facilidad, lo que lo llevaba a pensar en lo siguiente. ¿Qué tan grande era el poder del Usurpador? Si era sincero consigo mismo, le daba escalofríos imaginar la magnitud de este. 

Analizando todo, parecía un panorama tan desalentador…

Pero entonces ahí estaba Eijirō, quien apenas había sido un bebé cuando todo explotó en su cara. Ahí estaba, vivo, habia logrado sobrevivir después de tantos años para al fin poder encontrarlo a él, quien lo ayudaria a mejorar como dragon, considerablemente… y solo podía pensar en una cosa. 

Esperanza. 

Con él de su lado y el Dragón de Jade, podían tener una oportunidad. Sumados a ellos los cientos de Terranos que entrenaban día y noche, que no pensaban quedarse de brazos cruzados mientras Terra se venía abajo. Aún había esperanza, siempre y cuando la luz que iluminaba sus vidas no se extinguiera. 

A como podía, él también ponía su granito de arena, yendo en misiones que su maestro de le daba, en busca de aliados o solo aldeanos que necesitaran su ayuda con la magia curativa. Generalmente era lo segundo, pues decían que la guerra estaba pérdida desde hacia años atrás, y luchar por una causa perdida era un suicidio seguro. Ellos solo querían sobrevivir el día a día.

Pero entonces estaban los otros. Esos quienes aún creían que no todo estaba perdido, esos quienes entregaron su corazón a la causa, sin pensarlo siquiera. Esos que esperaban el día en que por fin la prosperidad volvería a Terra.

Guerreros en toda la extensión de la palabra. Hijos de la guerra. Buscadores de libertad. 

Él era uno de ellos, Uzumaki Naruto, el niño a quienes sus padres habían abandonado cuando tenía tan solo seis años, y que su maestro había encontrado cuando ya creía estar muerto. 

Su maestro no solo le había salvado la vida en esa ocasión, él le había dado un propósito, le dio esperanza cuando ya no creía en nada.

Y él quería también dársela a Terra, demostrarles que aún se podía. Que aún estaban a tiempo de cambiar ese destino maldito que creían había sido sellado años atrás. 

Los guerreros lo creían. 

Él lo creía. 

Creían que el dia estaba cerca, ese en el que podrían por fin ver cara a cara al Usurpador y decirle sin temor alguno, que él no era su Rey, así que podía irse derechito a la mierda.

 

 

Notas finales:

Yyyyyyyy eso fue todo.

¿Qué tal?

¿Qué les pareció?

¿Les gustó?

¿Debo continuarla?

¿Echarme a llorar en una esquina?

Jsjxhsjxjwndkdjdf si les resulta confuso, no se preocupes, conforme la historia avance más, los detalles irán apareciendo para que todo se puedan comprender mejor.

Tengo muchas cosas que decir, pero ya con teléfono en mano me quedo completamente en blanco. Creo quebme va a dar un ataque por la emocion. Solo que sí, estoy muy emocionada con esta historia, tengo tantas cosas planeadas para ella y los shipps, y en serio me gustaría saber que opinan de este primer capítulo. ¿Qué creen que ocurrirá en el siguiente?

Ojalá y si les haya gustada. Pueden hacérmelo saber por medio de un comentario que sin duda voy a leer y estaré muy feliz de responder. Si tienen alguna pregunta pueden hacerla y les responderé tratando de no dar mucho spoiler. O quizá una amenaza por de Kat y Kiri… pueden hacerla, sé que merezco.

Entonces es todo por ahora.

Muchas gracias por haber miedo hasta aquí. Que Raziel me los cuide mucho. Besos y abrazos
Hasta la próxima.

 


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