La gente no estaba muy equivocada al pensar que Ryou estaba relacionado con la muerte.
Empezando por su apariencia. Parecía que la mismísima muerte había pasado a acariciar el vientre de su madre mientras el niño se formaba: pelo blanco como la leche, piel como el alabastro, fina y delicada, contextura delgada y llamativa, ojos hiptonizantes, voz cautivadora.
Mientras crecía, era evidente que tenía un don que no cualquiera poseía. Siempre fue más tranquilo que la mayoría, no le importaba jugar solo, podía estar tranquilo en una habitación sin tener la necesidad de ir dando saltos por aquí y allá, le gustaban los misterios, las cosas inexplicables, la luna y la noche… la oscuridad.
La muerte acechaba a su alrededor.
Su hermana murió cuando era aún muy pequeña, igual que la madre de ambos. Un accidente del que Ryou había salido sin apenas rasguños de una forma prácticamente milagrosa.
Su padre parecía un muerto en vida después de eso, y después de que el niño consiguiera, por él, la sortija del milenio, el hombre pareció tomarse la misión de dejar morir su lazo familiar.
De adolescente, las cosas raras a su alrededor subieron de nivel. A veces perdía el conocimiento, y los pocos amigos que hacía terminaban en coma después de jugar con él.
Una vez más, parecía que la muerte rondase a su alrededor.
Quizás… algo parecido.
Bakura…
Para Ryou, Bakura era un equilibrio perfecto entre muchas cosas que amaba y otras a las que le temía.
Bakura era un misterio, era oscuridad, era sobrenatural, pero más importante, era una compañía constante. También era peligro, era una amenaza, un parásito que lo usaba a su conveniencia.
Y a pesar de todo, había algo que los unía.
Había una línea ahí que ninguno dibujó nunca, pero que tampoco traspasaron.
Ryou obsequiaba energía, silenciosa compañía, interés en comprender, un alma cálida y una sonrisa que no discriminaba. Bakura ofrecía -a su propia manera- protección, rompía con la fría soledad que, de un modo u otro, parecía perseguir al joven albino.
Los sentimientos surgieron y crecieron. Estaban ahí, y ambos lo notaron, aun así, los mantuvieron bajo llave, por diferentes motivos, pero creyendo que era lo mejor.
No sabían que el amor constantemente estaba creciendo, expandiéndose, llenaba el corazón y salía para tratar de alcanzar al ser amado, sin importar cuando se quejara la razón.
Hubieron pequeños momentos en que los corazones de ambos parecían latir al mismo ritmo, comunicarse sin palabras, ponerse de acuerdo para ambos pudieran desahogar un poco de ese amor con el otro, y después de eso, ignorarlo y seguir como si nada.
¡Ja! Sí, como si nada…
Bakura y Ryou ya significaban demasiado para el otro para cuando llegó el momento de la batalla final, y sus corazones lloraron y se quebraron cuando supieron que no iba a haber más silenciosa compañía, no más momentos en mudo acuerdo, no más ese lazo indescriptible que llenaba todo de la más absoluta armonía.
Se rompieron.
La diferencia era que Ryou era humano, frágil y emocional. La mitad de Bakura procedía de un demonio puro, y fue esa parte la que lo llevó hasta el final de su plan, mientras que la otra se destrozaba por perder la única cosa que le daba felicidad.
Había jugado con la muerte y, después de tres mil años, ella veía a cobrárselo.
Solo entonces, rodeado de fría soledad y los pedazos de su corazón quebrado, Ryou tomó una decisión.
~
Eran cerca de las tres de la mañana, hacía el frío típico para esas fechas en que el otoño bailaba con el inminente invierno.
Ryou se tomó lo último de su taza de leche tibia mientras regresaba a los libros de magia y ocultismo que se dispersaban sobre la colcha de su cama.
Porque esta vez, la muerte no volvería a quitarle su felicidad. Esta vez iba a tomar el asunto en sus manos y lucharía por lo que amaba.
Que Bakura y él se conocieran no había sido mera casualidad, de eso estaba seguro, sus almas resonaban juntas en una armonía sobrenatural que nadie más podría otorgarle.
Y Ryou iba a conseguir de vuelta a su preciada alma gemela, así tuviese que arrancarlo directamente de las garras de la muerte.