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Harry Potter y el profeta de plata por MikaShier

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Éste es un fanfic original basado en Harry Potter de J.K. Rowling.

Los personajes no son de mi autoría.

Advertencias: Este fanfic es de temática homosexual. Si no te gusta este género, te recomiendo que no leas.

Título: Harry Potter y el profeta de plata

Autor: MikaShier

Personajes principales: Draco Malfoy; Harry Potter;

 

«Vendrá al mundo para guiarnos. Antes de que el solsticio llegue, sus ojos se abrirán. Podrá ver y será ciego. Su palabra en visión será dictadura. Su voz será un hecho y abrirá paso al final de las tinieblas, o al fin de la luz…»

 

|| Harry Potter y el profeta de plata ||

Prólogo

 

Draco Malfoy siempre ha tenido estrellas en su habitación, un cielo falso bajo techo. Lo primero que dijo, cuando aprendió a hablar correctamente, fue algo muy parecido a “desháganse de ese maldito dosel”. Y finalmente se había sentido en paz.

 

Narcisa se quejaba con Lucius en voz baja, alegando que su hijo pasaba horas recostado en la cama, con la mirada puesta en ese cielo siempre nocturno. Su esposo solía bromear en un tono más alto, diciendo que, de haber sabido que su hijo desarrollaría una fijación por lo primero que viese entonces le habría puesto un montón de galeones encima, para que buscara siempre la fortuna.

 

Draco reía en voz baja y desviaba un poco la mirada hacia sus padres, luego palmeaba su cama y era envuelto en un cálido abrazo. Jamás lo había mencionado, pero él recordaba explícitamente la primera vez que pudo ver.

 

Aquél día, Narcisa y Lucius comenzarían su recorrido nocturno por el jardín, por el cual la mujer había desarrollado un inmenso cariño durante su embarazo. Y Lucius había encontrado que sí, era relajante y los distaba de problemas sociales que no deberían ser problemas. Draco llevaba dos semanas de haber nacido y continuaba como un pequeño bebé muñeca. Sus únicos signos de vida eran la tenue elevación de su pecho al respirar y lo calientito que se sentía, ni siquiera se quejaba y nunca había abierto los ojos.

 

Entonces, ese día. Apenas habían salido al patio cuando se encontraron con un hermoso cielo estrellado reflejado en los ojos grises de un pequeño bebé. La luna brillaba en lo alto. Draco balbuceó. Desde entonces, el bebé muñeca cobró vida.

 

Desde entonces, todo fue hacia arriba.

 

De alguna manera, los medios dedujeron que él sería el profeta de la salvación o perdición, que se había revelado pocos meses antes. Solsticio de verano, abrirá sus ojos, estupideces similares que los Malfoy no creían, pero que sí los hacía pavonearse ante los comentarios positivos. Su bebé era famoso y podría sacar su apellido del fango donde la primera guerra mágica los dejó. La noticia solo se vio opacada por el niño que vivió. Los Malfoy estuvieron en paz por un tiempo.

 

Hasta que sucedió aquello que Dumbledore llamó “destino inminente”.

 

—Tormenta —susurró Draco, cuatro años enteritos ese día, y luego se durmió en aquél cálido abrazo. Narcisa sonrió levemente, aunque Lucius intentó descifrar porqué su hijo había dicho aquello. No fue necesario.

 

Se despertó horas después, sintiendo frío. Las estrellas en su techo ya no estaban y por todas partes había oscuridad. Se talló los ojos y se arrastró a la orilla de la cama. Metió los pies en sus pantuflas de dragones morados y se quedó unos minutos mirándolos mientras caminaba, el cómo las alitas se bamboleaban con cada paso.

 

—Mamá, no hay luz —comentó cuando llegó a las escaleras y alzó un poco la mirada. Cuando el suave brillo del hechizo que iluminaba la casa no llegó, Draco elevó un poco la voz— ¡Papá, no hay luz! ¿Papá?

 

Se sentó en el escalón superior y comenzó a bajar poco a poco, a sentones en cada escalón para no tener posibilidades de caerse.

 

— ¿Dobby? —preguntó a la casa vacía. Un suave plop se escuchó. El elfo lo observó con los ojos ampliamente abiertos y se acercó rápidamente— Dobby, ¿mis papás…?

 

El elfo le cubrió los labios con esa huesuda mano suya. Se desapareció, llevándolo consigo. Draco distinguió que las luces volvían, antes de encontrarse en la casa de su padrino.

 

Siete años después.

 

Harry pegó una chincheta en el pizarrón de caucho que colgaba sobre su escritorio. Se bajó de la silla con un salto y se alejó para admirar su trabajo. Una verdadera obra de arte, si se lo preguntaban. Sacó una cámara y tomó una foto sobre aquello. Después la guardó en su baúl, mientras la cabeza de James Potter aparecía por la puerta.

 

— ¿Todo l…? ¡Wow! ¿Eso es una escena del crimen? —Harry dio un respingo y se volvió hacia donde James observaba. Refunfuñó, negando.

 

—Es mi nueva obra de arte. La llamo, paradero.

 

Su sonrisa orgullosa se vuelve divertida cuando James lo abraza y finge no poder alzarlo, haciendo ruidos raros. No preguntó por qué ese nombre, su hijo en ocasiones era un poco extraño.

 

— ¿Qué voy a hacer seis meses sin mi artista?

 

—Son cuatro, papá. Voy a volver para navidad —le recordó. James soltó un suspiro bastante dramático y se  sentó en la cama, acomodando a un renuente Harry sobre su regazo.

 

—Quédate quieto, niño —pidió—. Hay que pasar un rato juntos y abrázame muy fuerte. ¿No te das cuenta de que no nos veremos en cuatro meses?

 

En respuesta, Harry lo apretó. —Pero te voy a mandar cartas todos los dí- todas las semanas, papá. ¡Sin falta cada sábado!

 

—Así que pasamos de días a semanas —le revolvió el cabello—. No sé quién te educó con tanto desapego… Está bien, pero asegúrate de cumplir esa promesa, o me apareceré allá.

 

Había muchas cosas que Harry no entendía, pensó James. Desearía que jamás las entendiera, porque son cosas fuertes para la inocencia de su bebé. Mientras Harry explicaba varias cosas de su obra “el paradero”, James observaba lo que había metido en el baúl.

 

Su hijo era llamado “el niño que vivió” y eso no le agradaba para nada, pues solo era un recuerdo del canjeo de vidas que no debió pasar. Que no hubiera pasado si, esa noche, él hubiera estado ahí. La muerte de Lily no fue noticia fácil y alegrarse porque ese hecho hubiese salvado la vida de su hijo lo hacía sentir un poco cínico.

 

Harry se mostró maravillado cuando observó el expreso de Hogwarts. No mostró ni una pizca de tristeza cuando se despidió y se montó en él. James solo deseaba que el título involuntario no fuese a darle problemas.

 

Del otro lado del andén, la multitud no hacía más que susurrar. Draco Malfoy caminaba con elegancia y aire aburrido. Tenía once años, pero su mirada frívola congelaba a cualquiera. Detrás suyo, Dobby alzaba un baúl celeste con toques dorados que escribían “N.M.-B.”

 

Para el niño rubio, todos ahí eran poco más que idiotas. Distinguía susurros de reconocimiento, distinguía lástima y distinguía molestia. Aunque también había aires defensores.

 

Sinceramente, a él no le interesaba si ellos creían que era un mortífago en miniatura. No le importaban las voces que lo defendían diciendo que era solo un niño. Pero sí le molestaba que dijeran cosas sobre su pobre condición, un huérfano.

 

No les haría frente, de todas maneras. No se rebajaría a eso.

 

Cuando hubo abordado el tren, se acomodó junto a la ventana en su vagón vacío. ¿Qué había pasado durante esos últimos siete años? Había sido acogido por su padrino. Aunque en realidad, consideraba que Dobby había sido su verdadero padre sustituto. A Draco no le gustó la casucha de Severus. Y, a pesar de que sí terminaron viviendo en una casita mejor, no dejaba de ser eso: una casita. Ni siquiera tenía su techo estrellado, qué va. Y Severus se la pasaba todo el tiempo ocupado haciendo caras y lejos de él. Draco aprendió a no tomarle importancia.

 

Cuando la puerta de su vagón se abrió, una conversación se detuvo. El niño que había intentado entrar estaba platicando con una chica, enmudeciendo ambos al distinguir a Draco.

 

—Malfoy —el aludido sonrió suavemente.

 

—Parkinson. Zabini —saludó. Una rápida mirada hacia ellos e, instantes más tarde, ya estaban acomodados en el vagón. Continuaron la charla, aunque el rubio se negaba a participar en ella.

 

—Por cierto —el tono le indicó que se dirigían a él, así que se giró para observar al niño—. Mamá dijo que solíamos jugar los tres juntos cuando éramos pequeños.

 

Draco ladeó la cabeza y pensó, “también dijo que debíamos ser amables contigo si volvíamos a verte. Que podemos ser amigos”.

 

—También dijo que debíamos ser amables contigo si volvíamos a verte. Que podemos ser amigos.

 

—Podemos —respondió. Blaise creyó que la sonrisa de victoria era por aquello, aunque Draco estaba realmente contento de haber acertado.

 

Había aprendido que los sueños que frecuentó esos años tenían un patrón, todos decían la verdad. Poco a poco, Draco había dejado su niñez para dar pasos hacia adelante con seguridad. Su don no funcionaba cuando él quería, lamentablemente. Pero él había logrado encontrar la manera de rescatar escenas de sus sueños y trazar los caminos que lo llevarían a ella. Actuar con sueños de respaldo no sonaba coherente, según Severus, pero a Draco funcionaba.

 

Eso creía él.

 

—Pueden llamarme Draco —comentó.

 

—Entonces somos Pansy y Blaise para ti —dijo la niña. Su rostro se tornó un poco malicioso mientras se inclinaba hacia Draco— ¿Escuchaste que Harry Potter…?

 

—Sí, lo escuché. Y si somos listos, eso no nos interesa —alzó una ceja—. No busco conflictos, ¿vale? Y si ustedes pretendían tomar la ruta de molestar al niño Potter, entonces probablemente deba buscar otro vagón.

 

—Que aguafiestas —se quejó Blaise, obteniendo una mirada molesta del rubio—. Oye, nuestras acciones no deben afectarte. Así que nosotros podemos estar en contra de Potter y si él es listo, entonces no habrá problemas entre ustedes.

 

—En primer lugar, ¿para qué quieren molestarlo? De seguro ni siquiera sabe que existen.

 

—Es el primer año —explicó Pansy—. Para mí tiene sentido establecer relaciones ahora. Toda su familia siempre ha ido a Gryffindor, así que es poco probable que él vaya a otra casa. Si te educaron adecuadamente, habrás deducido que Gryffindor y Slytherin, donde nosotros vamos a quedar, son enemigos naturales. Entonces, hay que ir por el líder, como en cualquier juego.

 

Alternó la mirada entre aquellos dos. Decían cosas que tenían lógica, aunque carecían de sentido. Suspiró y asintió.

 

—Si se reduce a ello, está bien. Pero de verdad no vayan a meterme en esas bullas. No tengo nada en contra suya y él no debería tener nada en contra mía.

 

Aunque Draco terminó siendo llamado Príncipe de las serpientes y fue involucrado en el noventa por ciento de las bullas. Debió verlo venir. El nombre de su casa estaba sucio para Harry Potter, Draco jamás esperó que fuese tan estúpido.

 

Y la mirada cargada de lástima no ayudó en nada. Sin darse cuenta, Draco comenzó a odiar.

 

Potter era impredecible, molestaba, picaba y ponía cara de santo. Sus amigos, de todas las casas, sonreían e ignoraban, porque de alguna forma todos odiaban a Slytherin… menos Slytherin. Nadie lo enfrentaba directamente, pero él los escuchaba hablar a sus espaldas.

 

Sentía miradas molestas cuando estaba en clase, en el comedor e incluso en los ratos libres. Cuando se lo contó a Severus, este solo hizo una mueca y habló entre dientes.

 

—No van a tocarte, porque al final te necesitan de su lado.

 

La mente de Draco se iluminó con esa frase. Sí, había escuchado sobre ello. Potter era el niño que vivió, que venció a Voldemort y que trajo paz. Pero Draco era el niño destino que decidiría hacia donde se inclinaría la balanza cuando la oscuridad resurgiera. Porque él podía asegurar a todo el que le preguntara, Volvemort volvería.

 

Era intocable. Y Potter iba a saber un poco de su propia profecía.

 

Notas finales:

N.A: ¡Hola! Bien, este no es mi primer fic de Harry Potter, en realidad. Es como el segundo, creo. ¿Qué les pareció? ¡Planeo unos veinte capítulos! Quién sabe, espero les guste. No olviden dejar sus opiniones y comentarios acerca de este capítulo piloto que, si bien es muy general, deja una flecha de hacia dónde irán las cosas.


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