Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Artahone: la noche en que nació el caos. por Elbaf

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Esto iba a ser un one-shot, pero se me ha alargado un poquito, así que terminará siendo un two-shot... maybe un three-shot, como mucho.

Es un poco diferente a lo que acostumbro a escribir pero la idea es buena, creo.

Espero que lo disfrutéis tanto como yo.

Os ailoviu.

 

<3

Finalmente, había llegado el momento que más odiaba del año. Y mira que odiaba todos y cada uno de los 365 días de este, pero la noche del 31 de diciembre al 1 de enero era su pequeño infierno personal. Porque no había nada que pudiera hacer para sacar de su cabeza al hombre que había revuelto su vida tan solo con aparecer en ella.

No esa noche.

Solo era un crío cuando llegó al barco de su padre. Y era tan terco y orgulloso como fuerte. Era, como solían bromear Thatch y él, el tipo de hijo que adoraba su padre. Por eso, Marco fue de los primeros en tenderle la mano. Y Ace, con su alocada personalidad, no tardó demasiado en ganarse a toda la tripulación.

Y el primer comandante, que se creía inmune a todo lo que conllevase un sentimiento más profundo que el que albergaba por su familia, acabó cayendo rendido a los pies de Ace. Desarmado, totalmente indefenso hacia todo lo que ese mocoso descarado quisiera hacer con él. Y ciertamente, el pecoso lo quería absolutamente todo.

Pero era tal su energía, que Marco más de una vez tuvo que rogarle por un descanso. Aún podía recordar su risa, en la intimidad del camarote que compartían.

- Estás hecho un abuelo, Marco. Yo aún tengo energía para un par de rondas más…  - el rubio rodó los ojos, atrayéndole hacia su cuerpo por la cintura, mientras besaba su hombro con cariño.

- Eso es porque soy yo el que más se mueve… Si quieres repetimos, pero a este paso vas a acabar conmigo, ¿sabes? – la melodiosa risa de su torbellino de pecas volvió a rodearle.

- Bueno… Te voy a perdonar porque lo de hoy ha sido más intenso de lo habitual – susurró girándose en la cama, comenzando a besar su barbilla – Y porque te quiero. Sobre todo, porque te quiero – Marco esbozó una sonrisa de total enamorado tras esas palabras y estrechó aún más el abrazo en el que envolvía a Ace.

- Yo también, Ace. Te quiero. No sabes cuánto…

Aquella fue la última noche que pasaron juntos y él aún la recordaba como si fuera ayer mismo.

Luego, toda la luz de su vida se desvaneció.

Esa mañana se despertaron con los gritos del resto de sus compañeros y aún se estaban acomodando la ropa cuando llegaron frente a él. El cadáver de Thatch, el alegre y sociable comandante de la cuarta división se hallaba muerto en el suelo.

¿Muerto? No.

Asesinado.

Ni siquiera fue capaz de contener a Ace. Estaba colérico, iracundo, roto de dolor. Todos habían sentido profundamente la muerte de Thatch, desde luego; pero a Ace le afectó de un modo mucho más intenso. No solo porque habían asesinado a una de las personas más importantes para él, sino porque había sido un hombre de su tripulación. No tardaron en averiguar su identidad y, cuando lo hicieron, el dolor en el pecho de Ace se agudizó.

Teach, un hombre de su propia división les había traicionado. Uno de sus subordinados directos. Sintió tal vergüenza que no hubo persona en el barco que pudiera frenarle. Probablemente, tampoco la había fuera de él. Y, para su pesar, Marco no fue una excepción.

Mientras preparaba su mochila, andando con paso firme por su camarote, trató de consolarle, de pedirle que recapacitara y de que no hiciera locuras movido por el dolor. Pero Ace estaba tan fuera de sí que nada ni nadie iba a pararle ahora.

Marco no fue el único que lo intentó. El resto de la tripulación, incluido su padre, también lo hizo, pero con un éxito bastante similar al que había tenido el rubio. Marco supo que durante el resto de su vida se iba a arrepentir de no haber sido capaz de retener a Ace a su lado.

Lo último que vio fue la silueta de la persona a la que más había amado en el mundo, alejándose en aquella barca impulsada por su propio fuego, mientras él le gritaba rogándole que volviera.

Un fuego que pronto se apagaría para siempre.

Y toda la alegría y las ganas de vivir de Marco se apagaron con él. Y, aunque en los siguientes años había tratado de recuperar todo lo que perdió aquel día, sus esfuerzos habían resultado en un intento inútil. Porque ese día no solo había perdido a Ace. También había perdido a su padre.

Ese maldito día, Marco “el Fénix”, lo había perdido absolutamente todo.

Al principio, trató de aguantar, con el apoyo de los hermanos que le quedaban. Y, durante el día, todo marchaba más o menos bien. Pero, con la llegada de la noche, volvía a hundirse en la realidad que le rodeaba.

Ya no había nadie ahí, con él, no había sábanas cálidas o revueltas, no había un sombrero naranja tirado de cualquier manera, no se escuchaban más “te quiero”, “buenas noches” o “buenos días”, no había más brazos que le impidieran abandonar la cama a su hora, no había risas, ni susurros que acababan en conversaciones nocturnas que duraban horas, no había roces, ni caricias, ni más besos… Y no los volvería a haber nunca.

Ya no tenía salvavidas alguno que le ayudase a no ahogarse en el embravecido mar en el que se había convertido su vida.

Por eso, había decidido ya unas semanas atrás que no iba a continuar alargando el sufrimiento que suponía, para él, el sencillo hecho de existir. Le había estado dando muchas vueltas a cómo hacerlo y ninguna terminaba de convencerle del todo. Especialmente si tenía en cuenta que la mayoría de las cosas apenas iban a lograr herirle por unos segundos. Bien es cierto que podría tirarse al mar, pero se le había metido en la cabeza la absurda idea de acabar junto a él, frente a su tumba, después de haberle visitado por última vez.

Había decidido, en un primer momento, que probablemente lo haría con pastillas, o con veneno, algo que fuera rápido y no doliera demasiado. Pero, entonces, recordó cómo Ace y su padre habían perdido sus vidas y se sintió un maldito cobarde. Además, recordó que seguían en su poder unas esposas de kairouseki, las mismas que tuvo que emplear con Ace cuando él mismo le grabó la marca de su padre en su espalda. Y es que el muy idiota no dejaba de prenderse fuego cada vez que la aguja impregnada en tinta rozaba su piel.

Sonrió al recordar ese día y una estúpida idea cruzó su cabeza de piña. La marca. Esa misma marca que acabó chamuscada en Marineford. Marco había decidido ya cómo iba a acabar con su vida. Y el día del cumpleaños de Ace le había parecido el momento perfecto para poner su plan en marcha.

Todos sabían lo que le afectaba ese día, por lo que sabían perfectamente que, aunque el resto estuvieran celebrando el cumpleaños de Ace, como llevaban haciendo desde que él se fue, nadie le diría nada si se retiraba en silencio antes que los demás.

Y eso hizo.

Se despidió de todos con una sonrisa cansada y se encaminó a la zona en la que estaban los camarotes, pero no fue al suyo, sino al de Fossa, el antiguo comandante de la decimoquinta división. Ya lo tenía todo planeado: cogería la katana de su hermano, que tenía la capacidad de prenderse fuego y dejaría una nota que diría:

“La he tomado prestada. Voy a visitar a Ace y a padre. Marco.”

Que sus compañeros entendieran lo que quisieran. Quizá, con un poco de suerte, encontraban su cuerpo antes que las bestias de la isla y podían enterrarle junto a Ace y su padre, justo como era su deseo.

Después de recoger la katana y dejar dicha nota, pasaría por su propio camarote y recogería las esposas de kairouseki.

Cuando tuvo todo en sus manos, con las esposas convenientemente guardadas sin tocar su cuerpo, alzó el vuelo, el que sería su último vuelo de todos y se despidió mentalmente de sus compañeros y del Moby Dick.

No estaban atracados lejos de la isla de Sphinx, por lo que el vuelo fue corto. No quiso volar muy alto para no llamar la atención de nadie en su propio barco. Finalmente, se encontraba frente a ellos, una vez más. Acarició la lápida de su padre con cariño y dejó un suave beso en la de Ace, antes de sentarse frente a ambas.

- Feliz cumpleaños – susurró con la voz a punto de romperse – los chicos se han quedado celebrando, como siempre. Ya los conoces. Padre… - se giró mirando hacia la impresionante tumba de Edward Newgate con expresión culpable – Perdóname, padre. Juro que lo he intentado, pero ya no lo soporto más. Me está matando todo esto y, antes de que eso suceda de verdad… prefiero hacerlo yo mismo – volvió a mirar a la tumba de Ace y sollozó, como cada noche en los últimos cinco años – Espero… poder volver a felicitarte esta noche en persona, Ace.

Se colocó el kairouseki en una muñeca y encendió la espada de Fossa. Se sentó sobre sus rodillas y su expresión se serenó, en completa calma. No escuchó las voces que le llamaban a lo lejos. Sonrió, como hacía años que no lo hacía y musitó un suave “te amo”, antes de alzar la katana y atravesarse el pecho, abrasándolo.

Igual que le había sucedido a Ace.

Las voces pronto dejaron de ser audibles. Los barcos que antes podían verse en la costa desaparecieron y, cuando el dolor de su pecho pasó, pudo ver su cuerpo inerte sobre la tumba de Ace.

Por fin. Por fin había terminado todo. Ahora sentía que volvía a ser libre y dejó que la brisa del mar acariciase su rostro. Pero, frunció el ceño cuando, a lo lejos, comenzó a vislumbrar un barco. Uno inmenso, uno que jamás había visto.

Y, algo en su interior le hizo, por primera vez en mucho, mucho tiempo, encogerse de miedo. Él conocía las leyendas, desde luego; pero nunca imaginó que pudieran ser remotamente ciertas. Desde luego que no. Y, sin embargo, ahí estaba.

El barco cada vez se encontraba más cerca y se hacía más y más grande a medida que pasaban los segundos. Cuando estuvo a escasos metros de la costa, una voz resonó en su cabeza.

- Soy Caronte, capitán del Érebo.

Aquello sí que le hizo temblar.

Había dos barcos fantasmas en las leyendas piratas. Ambos se encargaban de recoger las almas de los piratas cuando éstos morían. Pero uno, el Érebo, era el que arrastraba al sufrimiento eterno a aquellos piratas que habían llevado una vida cobarde o sin honor. El otro, el Knox, como es lógico, todo lo contrario. No había sufrimiento en él y las almas piratas que lo tripulaban habían sido hombres justos y de honor.

Pero Marco, tonto de él, se había quitado la vida voluntariamente. Un acto cobarde y carente de honor. Por eso, la voz, repitió:

- Soy Caronte, capitán del Érebo. Y he venido a por tu alma, Marco “el Fénix”.

Sin embargo, antes de que Marco pudiera hacer o decir nada, el cielo se partió en dos y un segundo barco, hermano del primero, emergió de las aguas.

El Knox.

Marco quiso llorar y reír al mismo tiempo de pura felicidad cuando una silueta apareció envuelta en llamas sobre cubierta. El hombre de fuego, dio un paso al frente y, con voz potente respondió a Caronte:

- Que te lo has creído.

Notas finales:

Nos vemos en el próximo capítulo y en los comentarios.

 

<3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).